Professional Documents
Culture Documents
Se entiende por bien jurídico al interés jurídico que el legislador busca proteger. En los
delitos contra la administración pública se entiende que el bien jurídico genérico es el
correcto funcionamiento de la Administración Pública. De hecho, se podría decir que
todos los delitos regulados en el Título XVIII rotulado como “Delitos contra la
Administración Pública” buscan su correcto funcionamiento. Sin perjuicio de ello, existen
bienes jurídicos específicos que se desprenden de cada tipo penal, los cuales pueden ser:
patrimonio, legalidad, honestidad e imparcialidad en la Administración Pública, entre
otros. En cuanto al delito contenido en el artículo 365 del Código Penal, Abanto (s/f)
indica que “el bien jurídico específico es la libertad de determinación del funcionario
público en el ejercicio de sus funciones normales; el sujeto activo quiere imponer su
voluntad a la voluntad del funcionario” (como se cita en Salinas, 2016, p. 113). Vargas
(s/f) por su parte indica que “El interés específico protegido es garantizar la libre
formación de la voluntad estatal, encarnada en autoridades, funcionario y servidores
públicos, es decir, el libre ejercicio de la función y realización de los servicios públicos”
(citado por Salinas, 2016, p. 113). Lo cierto es que puede delimitarse al bien jurídico
protegido como la libertad y legalidad del funcionario o servidor público en el ejercicio
de sus funciones.
Tipo penal:
En principio, corresponde analizar el tipo penal que regula la norma jurídica. El tipo
penal, desde el desarrollo de la corriente finalista, comprende dos dimensiones, a saber,
la objetiva y la subjetiva. En el marco de la teoría del delito actual, el examen de la
tipicidad objetiva antecede al análisis de la tipicidad subjetiva, de modo que en el presente
análisis, así como en los sucesivos, se empleará esta metodología.
El tipo penal contenido en el artículo 365 del Código Penal regula un sujeto activo
genérico, es decir, no exige ninguna característica o cualificación especial, cualquier
persona puede cometer la acción típica, por lo que se trata de un tipo común. Esto quiere
decir que, incluso, el individuo revestido con algún cargo específico puede ser sujeto
activo, v. gr. un funcionario público. Sin embargo, desde la perspectiva del sujeto pasivo,
el tipo penal es especial pues en este deben concurrir las cualificaciones especiales
descritas en la disposición: tener la calidad de funcionario o servidor público. También
se desprende de la redacción del tipo que, para su configuración, basta la intervención de
un solo sujeto activo, por lo que puede clasificarse como un tipo penal monosubjetivo,
esto es, como afirma Vega (2016): “aquel que requiere para su configuración como
mínimo un solo sujeto activo” (p. 5), pudiendo, eso sí, configurarse coautoría en caso de
una intervención delictiva bajo el reparto de roles.
Como segundo elemento, el tipo penal exige una circunstancia específica: sin alzamiento
público. El Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) define
lexicográficamente1 el término alzamiento de la siguiente forma: “2. Levantamiento o
rebelión”. Asimismo, el alzamiento que no debe concurrir es aquel de carácter público.
Salinas (2016) entiende que:
“Conditio sine qua non para la configuración del delito es que el uso de la
violencia o amenaza, por parte del agente sobre el sujeto pasivo especial, debe
ser al margen de un alzamiento público, que se caracteriza por el concurso de
varias personas, la hostilidad declarada contra el Estado y la publicidad de los
hechos” (p. 110).
El elemento del tipo «alzamiento público», empero, no resulta del todo claro. Como bien
se estableció anteriormente, se entiende por este el concurso de varias personas o el
conocimiento público del hecho. ¿Esto quiere decir acaso que no se configura el tipo
penal, por ejemplo, en el supuesto de un juez que deba emitir una sentencia sobre una
caso mediático (v. gr. feminicidio), a partir del cual se ha generado diversas marchas en
el país, encabezadas por el padre de la víctima, y este obliga al juez a cargo de resolver la
causa a emitir sentencia en el menor tiempo posible, mediante amenaza proferida con
arma de fuego dentro de su propio despacho? Creemos que no. Debe entenderse la lógica
del tipo penal, pues si el legislador ha optado por describir esta circunstancia modal es
precisamente para diferenciarlo de otros tipos penales. En el delito de sedición, por
ejemplo, el alzamiento implicar el uso de armas, en otras palabras, la violencia se ejercita
mediante el empleo de armas. Así, en el delito de violencia contra la autoridad, no importa
si los hechos son de conocimiento público o no, o si la reacción de la población es de
protesta o exigencia para que el funcionario omita o cumpla sus funciones, sino que lo
relevante penalmente es el empleo del alzamiento por parte del sujeto activo a efectos
1
Para establecer las definiciones o significados de lo términos descritos en las normas penales parece
idóneo emplear las definiciones lexicográficas que otorga la RAE, dado que la misma recopila los usos
comunes de los significados en distintas zonas geográficas de habla hispana. Esto se encuentra acorde con
la exigencia de prevención general que se otorga a las normas penales en general, pues para que tal
exigencia de cumpla el ciudadano a quien se dirige la prohibicin debe emcontrarse en la capacidad de
entender el mandato normativo.
de materializar la violencia o la amenaza. De acuerdo a esta interpretación, en el
ejemplo elaborado el delito de violencia contra la autoridad se perfecciona, pues la
amenaza no deriva del propio alzamiento público, siendo indiferente si es de
conocimiento público o la población – por sí misma – se ha levantado contra la autoridad,
sino que, lo relevante jurídico penalmente es la amenaza proferida contra el juez por el
sujeto activo, proveniente del empleo de un arma de fuego y no del alzamiento público.
En síntesis, si el sujeto activo emplea el alzamiento público como medio para ejercer
amenaza o violencia, el delito no se configura; sin embargo, si el alzamiento público se
presenta, y aún así el sujeto activo no la emplea como medio para ejecutar los verbos
rectores, sino que utiliza cualquier otro medio, su acción sería típica en el sentido del tipo
penal.
Continuando con el examen del tipo penal objetivo, aparece de su redacción que como
medios comisivos se describe el empleo de la violencia o la amenaza. Por violencia se
entiende el despliegue de energía física (fuerza) para conseguir el fin determinado por el
tipo penal: impedir, estorbar u obligar a un funcionario público ejercer las funciones que
le son propias. En relación al objeto sobre el que recae la violencia, la doctrina no es
unánime. Salinas (2016) afirma:
La posición arribada por Salinas Siccha no resulta consistente en la medida que ejercer
fuerza física sobre una cosa no necesariamente implica amenaza. Destruir una cosa es
hacer uso de violencia sobre el mismo, pues se emplea energía física, no existe en este
caso algún peligro eventual o inminente que pueda configurar una amenaza; ésta se
configuraría en caso se amenace con la destrucción o daño hacia el objeto, si el mismo
ya fue destruido se configura un supuesto de violencia real y concreta sobre la cosa. En
ese sentido, la violencia puede recaer tanto en la persona como en los objetos.
Ahora bien, de la redacción del tipo penal se infiere que tres son las modalidades
comisivas o verbos rectores: impedir, obligar y estorbar los actos funcionales del sujeto
pasivo. La primera modalidad –impedir– a decir de Vásquez (2003) “implica hacer que
el funcionario público no realice la función pública que quería realizar. Es un delito de
resultado. Pero, además, la acción típica debe efectuarse antes de que se inicie la función
pública (…)” (p. 143). Sobre la última afirmación, Vargas señala también que “dicho
momento comisivo tiene que producirse necesariamente antes que se dé comienzo al
ejercicio de los actos funcionales, pues de no ser así generaría la tipicidad del artículo
366º” (como se cita en Salinas, 2016). Salinas Siccha es de la misma posición. Se entiende
que necesariamente la acción de impedir debe ser previa al inicio de los actos funcionales
porque la misma realidad así lo manda. No es posible impedir que se ejecute algo que ya
ha iniciado. Cuando se obstaculiza el curso normal de una acción funcionarial ya iniciada,
lo que en realidad se hace es trabar su desarrollo, acción que se adecua con mayor
precisión a la modalidad descrita en el artículo 366º del Código Penal. La segunda
modalidad –obligar– “se presenta cuando el agente –por medio de la violencia o
amenaza– impone, coacciona, somete, constriñe u obliga al funcionario o servidor público
a realizar un acto funcional propio de su cargo” (Salinas, 2016, p. 112). Aquí se sigue el
mismo razonamiento, el acto de obligar al funcionario público debe, necesariamente, ser
precedente a la ejecución de sus funciones (véase: Abanto Vásquez, Rojas Vargas y
Salinas Siccha). La tercera modalidad delictiva –estorbar– se configura cuando el agente
entorpece o dificulta el desarrollo de las funciones públicas, sin embargo, como bien
apunta Abanto (2003) “Esta última conducta típica constituye una novedad del C.P.
peruano que extiende innecesaria e inútilmente el tipo legal (…)”, acotación acertada pues
lejos de precisar la acción típica dificulta su diferenciación en cierto casos con la
modalidad de “trabar” descrita en el tipo penal del artículo 366º. Además, la doctrina
enfatiza que la acción de estorbar el desarrollo de la función pública a un funcionario
guarda menor gravedad que las otras dos modalidades típicas –impedir y obligar–, por lo
que no resulta acorde al principio de proporcionalidad de las penas que la tercera
modalidad sea sancionada con la misma pena que las otras dos, motivo por el cual se
afirma que “el juez penal tiene una misión importante para evitar que en los casos
concretos se efectivice la real lesión de aquellos principios [proporcionalidad y
culpabilidad por el hecho]” (Salinas, 2016, p. 113, corchetes agregados). En esa línea de
ideas, el juez, al momento de sentenciar debe reducir la pena cuando se impute la tercera
modalidad delictiva del delito, pues “el injusto de un simple ‘estorbar’ no puede
equipararse al del ‘impedir’ u ‘obligar’” (Abanto, 2003, p. 149).
En cuanto al tipo subjetivo, se entiende que este debe ser doloso, pues la culpa debe ser
descrita taxativamente en la disposición normativa. Ahora bien, cierto sector de la
doctrina señala que existe un elemento subjetivo adicional –trascendente– al dolo, “que
se constituye en la intención del agente de querer imponer su voluntad en lugar de la
voluntad del funcionario, servidor público o autoridad, para que ejecute algo contrario a
sus funciones u omita hacerlo” (Salinas, 2016, p. 115); en igual sentido Abanto (2003)
refiere que “además, existe un elemento subjetivo especial: el querer imponer al
funcionario la voluntad del sujeto activo, sea para que ejecute o para que omita un acto
propio de sus funciones” (p. 150). No se puede sino rechazar estas posturas, pues los
elementos subjetivos trascendentes sólo coadyuvan a complicar el análisis del tipo
subjetivo y, en el plano procesal, a dificultar la prueba del elemento subjetivo, que de por
sí constituye una cuestión dificultosa. Por ejemplo, ¿qué sucede cuando el sujeto activo
trata de imponer la voluntad de un tercero y no la suya propia, el delito no se configura?
No existe necesidad de establecer un elemento subjetivo distinto al dolo, pues debe
tenerse en cuenta que “(…) se emplea casi siempre la descripción del dolo como ‘saber y
querer (conocimiento y voluntad)’ de todas las circunstancias del tipo legal” (Roxin,
1997, p. 415). Es por ello que el dolo debe ser entendido como el conocimiento de los
elementos objetivos del tipo. Así, en el presente delito, el conocimiento recae sobre los
siguientes elementos objetivos: 1. Sobre la violencia o amenaza –el conocimiento de
ejercer estas acciones–. 2. Que el sujeto conozca –elementos intelectual– que impide,
obliga o estorba el ejercicio de las funciones a un funcionario, servidor o autoridad
pública. No hace falta, pues, incluir el mencionado elemento adicional al dolo. La norma
no lo regula y por tanto, no puede admitirse. Luego, si faltare el conocimiento de alguno
de estos supuestos objetivos la conducta sería atípica.
Bien jurídico:
Al igual que en el artículo 365 del CP, el interés jurídicamente protegido en este delito es
la libertad de acción pública del funcionario, que no debe ser impedida, trabada o
estorbada por un acto coercitivo proveniente de otra persona. A lo que debería agregarse
la legalidad funcional, pues si bien el funcionario ostenta la libertad de ejercer las
funciones que le son propias, estas deben ejecutarse dentro del marco legal. A primera
vista no parece haber mucha diferencia entre el tipo penal contenido en el artículo 365 y
el presente delito, sin embargo, debe entenderse, con Abanto (2002), que:
En otras palabras, “en forma específica aquí se tutela la decisión o voluntad ya formada
del funcionario público” (Rojas citado por Salinas, 2016, p. 122).
Tipo penal
El tipo penal contenido en el artículo 366 del CP es un tipo penal común desde la
perspectiva del sujeto activo, así se infiere del artículo indeterminado “El”; desde la
perspectiva del sujeto pasivo de la acción, el tipo es especial dado que sólo podrá ser
sujeto pasivo del delito quien se encuentre investido del cargo de funcionario público o
si la persona es el asistente de aquel. En cuanto a la calidad de funcionario público, el
artículo 425 del CP determina quienes ostentan dicho rótulo. Cabe resaltar además que,
en cuanto a la calidad de asistente de funcionario, la disposición normativa reconoce a
dos clases de asistentes: a) aquel que ostenta tal calidad por mandato legal (v.gr.: asistente
en función fiscal) y, b) aquel asistente que lo es de facto (v. gr: asistente que es contratado
por algún funcionario público, por ejemplo juez o fiscal, para apoyar en la elaboración y
ejecución de sus funciones). Este último puede no tener ninguna relación laboral o legal
con la Administración Pública, basta la constatación de que el mismo haya pactado, de
hecho, con el funcionario para ejercer funciones de asistencia.
El Estado también resulta perjudicado por la comisión de este delito, por lo que podría
determinarse como sujeto pasivo del delito. Salinas (2016) indica que “El sujeto pasivo
siempre será el Estado al constituirse el único titular del bien jurídico protegido en este
delito: el funcionamiento y desarrollo de la correcta administración pública”. Asimismo,
el citado autor reconoce como sujetos pasivos “específicos” a las personas descritas en el
párrafo anterior (sujetos pasivos de la acción)
La acción típica, definidas por los verbos rectores, son violentar e intimidar al funcionario
o a su asistente. En cuanto a la violencia, esta se define de la misma manera que en el
artículo anteriormente analizado (art. 365), esto es, aquella energía física que el autor
ejerce sobre el sujeto pasivo, acotando que esta puede, además, recaer sobre las cosas.
Para el magistrado Celis Mendoza la violencia debe cumplir con ciertos requisitos para
ser interpretada en el sentido del tipo penal en comentario, por lo que señala:
El citado magistrado sigue en ese sentido, los criterios adoptados por el argentino Donna,
quien indica que “grave” “quiere decir que tienda a lesionar intereses vitales del sujeto
pasivo y que no admitan una reparación más o menos rápida” (Donna, 2000, p. 40).
Luego, que la violencia sea seria, según el mismo autor, implica que debe ser idónea para
perturbar al funcionario público, de tal modo que le obligue a cometer el acto o la omisión
que desea el autor del hecho. En la legislación nacional la violencia debe ser idónea para
impedir o trabar la función del funcionario público o su asistente; “no configuraría por
ejemplo si la violencia ejercida por el sujeto activo, para impedir o trabar el acto de
autoridad, es vencida” (Mendoza, 2016). Asimismo, la amenaza [y la violencia] debe ser
inminente, esto es, “que debe der actual y no remota” (Tozzini, citado por Donna, 2000,
p. 40, corchetes agregados). En lo relativo al término “intimidación” este se equipara al
término “amenaza”. En palabras de Abanto (2003), “El que la ley diga ‘intimidación’ en
vez de ‘amenaza’ (como el artículo anterior) no tiene, en realidad trascendencia alguna”
(p. 156). Ahora bien, debe recordarse que el presente tipo penal se trata de un tipo base,
por tanto, para configurarse, la violencia o la intimidación no deben ser aquellos que ya
forman parte del tipo agravado contenido en el artículo 367 del CP (que se cometa con la
participación de dos o más personas o a mano armada).
Respecto a los “medios comisivos”, tal como los denomina Salinas Siccha, aunque más
riguroso sería decir “resultado material”, pues impedir y trabar no son medios sino
consecuencias de la violencia o intimidación sobre el funcionario público; volviendo
sobre el particular, según Abanto Vásquez, “en el impedir hay un resultado: el hecho de
que la actividad funcionarial no se lleve a cabo en el momento señalado por el
funcionario; en el trabar no hay resultado” (Abanto, 2003, p. 157). No se comparte la
posición del citado autor, pues en la acción trabar también existe un resultado que es,
precisamente, que la acción delictiva haya entorpecido de algún modo la ejecución del
acto del funcionario público, la diferencia estriba entonces en que trabar expresa una
afectación menor que impedir.
Sobre esto, de acuerdo a la definición anteriormente esbozada del concepto dolo, resulta
infructuoso, y hasta a veces atentatorio al principio de legalidad, hacer alusión a un
“elemento trascendente distinto del dolo”. Se entiende que el conocimiento en el actuar
del agente debe recaer sobre los elementos típicos del delito, en ese sentido, el dolo, en el
presente delito, implica: 1. Conocimiento del empleo de la violencia o intimidación. 2.
Conocimiento de la cualificación especial de funcionario público. 3. Intención de trabar
o impedir un acto ejecutivo derivado de una decisión de un funcionario público, esto es,
conocimiento del acto funcional que realizará el sujeto pasivo. La Corte Suprema en el
R.N. nº 652-2016-Lima Norte, ha establecido que:
En lo relativo a la consumación del delito, Rojas Vargas señala, citado por Salinas (2016),
a cuya posición este último se adhiere:
No le falta razón al profesor Rojas Vargas cuando argumenta que el delito en sus
dos variantes (impedir y trabar) es un delito de simple actividad, no es de
resultado, y se consuma con la realización de la intimidación y violencia
orientadas o en vínculo causal hacia las finalidades típicas de impedir o trabar.
No siendo exigible que el sujeto activo obtenga su propósito, esto es, que se
produzca el real impedimento o la traba del acto funcional. Basta verificar que la
conducta del agente estuvo dirigida a lograr las finalidades que encierran los
verbos rectores de impedir o trabar. (p. 125)
Artículo 367.- En los casos de los artículos 365 y 366, la pena privativa de
libertad será no menor de cuatro ni mayor de ocho años cuando:
Peña Cabrera Freyre refiere que “para configurar esta agravante no debe tratarse de una
banda u organización delictiva, es decir, debe tratarse de agentes que de forma
circunstancial y/o ocasional deciden cometer el delito” (Peña, 2013, p. 132). Esto sin
embargo, no puede aceptarse. No existe fundamento para no incluir la agravante en
mención cuando los agentes que participan de manera concertada para cometer los ilícitos
penales (art. 365 y 366) son miembros de una organización o banda criminal.
Tiene razón Abanto (2003) cuando señala que “Este supuesto era innecesario, pues ya
existe la agravante genérica del artículo 46-A” (p. 166). Al parecer el legislador quiso
dotar de mayor gravedad punitiva la cualidad especial (funcionario o servidor público)
que ostente el sujeto agente al momento de cometer el ilícito penal. Esto se verifica pues
la agravante genérica del artículo 46-A sólo determina que el Juez, al momento de
imponer la sanción penal, aumente la pena hasta la mitad por encima del máximo legal
fijado. Así, de aplicarse la agravante genérica, considerando que el máximo legal es 4
años, la pena podría fijarse hasta en 6 años (4 años más su mitad). Esto al parecer, no
resulta suficiente para el legislador y optó que en el caso de la agravante contenida en el
inciso 2 del artículo 367 del CP, la pena no debe ser menor de 4 ni mayor de 8 años.
Aquí existe cierta discordancia en la posición asumida por la doctrina. Por un lado,
Abanto (2003) refiere:
Estos supuestos, en abstracto, parecen viables, sin embargo, son solo descripciones
gaseosas o abstractas, cuyas consecuencias prácticas los autores no advierten. De acuerdo
a la posición de Abanto Vásquez el funcionario o servidor público debe aprovecharse o
prevalerse de su posición para cometer el hecho ilícito. En ese sentido, el sujeto agente
debería ejercer violencia, intimidación o amenaza, según sea el delito, siempre
aprovechándose de su cargo. Ahora bien, ¿cómo, por ejemplo, un servidor público,
trabajador de mesa de partes, puede para amenazar, intimidar o violentar a un funcionario
público juez, aprovechándose de su cargo? Esta es una situación francamente difícil de
concebir, tanto más si resulta dificultoso –mas no imposible– que el inferior jerárquico
pueda emplear su cargo para amenazar a su superior. Lo común es que fuese al revés. En
ese sentido, la interpretación del citado autor implicaría que en la práctica sólo sean
sancionados penalmente aquellos funcionarios públicos que, por su jerarquía, cometen el
ilícito penal en agravio de un funcionario o servidor que se encuentra en un rango inferior
(v. gr. el juez que obliga al asistente, especialista; el alcalde, que da órdenes ilegales a los
administradores, gerentes, etc.).
No hace falta, pues, diferenciar si el funcionario público se prevalió o aprovechó o abusó
de su cargo para cometer el delito, dado que esto implicaría muchas veces circunscribir
el ámbito de autores sólo a quienes jerárquicamente son superiores y se encuentran en
posición para abusar de su cargo. Aquí se adopta el criterio referido a que la agravante se
justifica en razón a que todo funcionario o servidor público ostenta un deber general de
actuar conforme a los interés de la Administración Pública a la cual sirve, el correcto
funcionamiento de esta debe encontrarse resguardado por todos y cada uno de los
funcionarios o servidores públicos, resulta entonces más gravoso que el sujeto agente
forme parte de la propia administración pública y es por eso que la norma impone una
sanción de mayor gravedad. Así, basta que el funcionario público ostente la calidad de
tal, su cargo se encuentre vigente, para que el delito se configure, sin importar, como
señala Rojas Vargas, el nivel, la competencia o jurisdicción, el ejercicio efectivo, licencia,
vacaciones, entre otros.
Constituye agravante del delito bajo análisis el empleo de arma para amenazar, intimidar
o violentar a un funcionario o servidor público. Por el término “mano armada” se debe
entender el uso de cualquier objeto capaz de causar daño a una persona, v.gr. cualquier
tipo de arma de fuego (escopetas, revólveres, metralletas, etc.), puñales, picos, martillos
u otros elementos punzocortantes, palanas, perdigones, entre otros. Nótese que el
precepto no hace alusión exclusiva a las armas de fuego, sino a cualquier otro objeto. Sin
embargo, la cuestión hasta aquí no es del todo clara. La doctrina no es armónica en cuanto
a concebir a las armas impropias como elementos componente de la agravante.
El arma puede ser propia o impropia. Lo que interesa es el aumento del poder
agresivo en el autor y, a su vez, la mayor intimidación que ejerce sobre la
autoridad. El arma en poder del agente incrementa considerablemente su poder
ofensivo o intimidante y genera en el sujeto pasivo un sentimiento de inseguridad,
temor fundado, impotente, coartado, conciencia de una situación de peligro para
su vida, integridad física o su salud, entre otras situaciones de estado emocional
fáctico (Siccha, 2016, p 131).
Abanto Vásquez mantiene ciertos reparos con respeto a las armas impropias, según el
citado autor:
En el caso de la mano armada, obviamente existe una mayor idoneidad del medio
para afectar la libertad de determinación del funcionario, pero también la
peligrosidad para otros bienes de éste y de terceros. Por tal motivo, si se tratara
de una “arma simulada” no deberá operar la agravante. Las armas pueden ser
“propias”, es decir, las que tienen esta finalidad, o “impropias” siempre que estas
tengan el mismo poder intimidante que aquellas; p. ej., un perro bravo, una botella
rota, un arma propia inservible pero utilizada de otra manera, etc.
La norma penal no exige ninguna distinción entre armas propias o impropias, por ende,
por principio de legalidad, no cabe restringir el contenido de la agravante “a mano
armada”. Como ya se anotó, puede emplearse cualquier objeto contundente para
amenazar o violentar al funcionario público. Ahora bien, resulta legítima la posición del
profesor Abanto (2003) en cuanto a que:
“Una ley tiene carácter subsidiario respecto a otra principal, cuando ambas
describen grados o estadios diversos de la violación del mismo bien jurídico, de
modo que el descrito por la disposición subsidiaria, por ser menos grave que el
descrito por la principal, queda absorbido por esta” (Asúa, 1997, p. 143).
En ese sentido, si lo que se busca proteger con la tenencia ilegal de armas de fuego es la
seguridad pública (bien jurídico) por el peligro que supone un posible (peligro abstracto)
o probable (peligro concreto) ejercicio ilegítimo de un arma de fuego no registrada ante
la administración pública; cuando esta afectación ya se produjo, en el caso por ejemplo
del delito de violencia contra la autoridad cuando se emplea el arma de fuego de forma
ilegítima para amenazar o violentar al funcionario público, aquel delito de peligro, al ser
menos grave en cuanto a la afectación del bien jurídico, queda absorbido por este último
delito en el cual la afectación al interés protegido ya se produjo.
El autor causa una lesión grave que haya podido prever.
Esta agravante se configura por la cualificación especial del sujeto pasivo del delito. No
hay mayor inconveniente para identificar a los miembros del Poder Judicial, Ministerio
Público, del Tribunal Constitucional, Policía Nacional, Fuerza Armadas, o cualquier otra
autoridad elegida por mandato popular.
Indica la Corte que una cuestión particular surgió con la vigencia de la Ley 30054,
que incluyó la agravante por la calidad de funcionario policial. El acuerdo
plenario explica que la agravante se incorporó como respuesta político criminal
a sucesos violentos como el desalojo de comerciantes de “La Parada”, donde se
ocasionaron daños importantes a la integridad física de los efectivos policiales
que intervinieron en el operativo de desalojo. Es por ello que la incorporación de
esta agravante estaba dirigida a sancionar con severidad formas graves de
agresión dolosa contra la autoridad policial.
De otro lado, se estableció en el acuerdo plenario que debe existir un criterio que
fundamente la agravante y la distinga de la forma básica del delito. Así, la
diferencia, en este caso, reside en la idoneidad de la acción violenta para
impedir el ejercicio de la función pública de quien es efectivo policial. Por
tanto, aquellas otras acciones que en el caso concreto pueden significar un acto
de intimidación o de violencia contra la autoridad policial en el ejercicio de sus
funciones, y estar destinadas a evitar que ella las cumpla, pero que por las
condiciones particulares de quien las ejecuta o por el contexto de donde éstas se
dan, no resultan idóneas para impedir o frustrar el cumplimiento efectivo de las
actuaciones policiales, no podrán configurar la agravante que regula la ley y sólo
pueden realizar el tipo penal del artículo 366 o ser una falta (FJ. 21).
Sobre esta cuestión existe un auto de vista expedida por la Segunda Sala Penal
de Reos en Cárcel de la Corte Superior de Justiciad de Lima Norte. A
continuación se detalla el caso:
Referencias:
Abanto, M. (2003). Los delitos contra la Administración Pública en el Código Penal Peruano.
Lima: Palestra.
Jiménez, L. (1997). Principios del derecho penal. La ley y el delito. Buenos Aires: Abeledo-
Perrot.
Donna, E. (2000). Derecho Penal .Parte Especial. Tomo III. Santa Fe: Rubinzal - Culzoni.
Mendoza, C. (2016). Análisis típico del delito de «violencia contra la autoridad para impedir el
ejercicio de sus funciones». Octubre 20, 2018, de Legis.pe Sitio web: https://legis.pe/analisis-
tipico-del-delito-de-violencia-contra-la-autoridad-para-impedir-el-ejercicio-de-sus-funciones/