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Una de las penurias de nuestro tiempo es que antes de que un artista pueda inventar un

ícono, debe componer la teología que su ícono fortalecerá”

HAROLD ROSENBERG.

Una especie de academia de Bellas Artes de la que se robaron el busto del filósofo
Sócrates de manera que pudiera acompañarlos en lo que habría de ser una noche de
beber en serio.

Estaba pesado. Tuvieron que cargarlo entre los dos. Así fueron de cantina en cantina.
Hicieron que Sócrates se sentara en su propia silla. Cuando llegó el mesero, pidieron
tres vasos. Sócrates se sentó frente a su trago con un aspecto de sabiduría.

Mas tarde, en un antro de mala muerte donde actuaban unos gitanos, se les unió un par
de mujeres ebrias. Les había encantado su “amigo”. Se la pasaron besando a Sócrates y
tratando de hacerle beber vino. La boca se le puso roja. Podría haber estado sangrando.

Cuando comenzó a amanecer dejaron a Sócrates en la parada de un tranvía. El número 2


llegaría lleno de somnolientos obreros fabriles, las puertas se abrirían y allí, en la
banqueta, estaría el filósofo griego con su ciego mirar y su boca sangrienta, esperando
que lo llevaran.

Ésa fue la historia de mi padre, la filosofía lo intrigó toda su vida. Le encantaba. Se


burlaba de ella. Él fue quien me dio El ser y el tiempo de Heidegger. Leímos juntos los
pasajes más difíciles y discutimos el libro interminablemente.

¡Filósofos amateurs –solía decir acerca de nosotros-, la peor calaña!

Seguí leyendo a Heidegger conforme sus libros fueron traducidos al inglés. La atracción
era fuerte para un surrealista –que era como me consideraba a mí mismo en esa época-
“La vanguardia es rebelión y metafísica”, dice Rosenberg. No se puede llegar a escribir
gran poesía sin hacer por lo menos el intento de escribir gran poesía. Así era como yo
entendía el legado de Rimbaud y de Stevens. Heidegger hizo que mis intuiciones sobre
las ambiciones filosóficas de la poesía moderna se me aclararan.

El otro atractivo de Heiddeger era su ataque contra el subjetivismo, su idea de que no es


el poeta quien habla a través del poema sino el poema mismo. Mi experiencia siempre
ha sido esa. El poeta está a merced de sus metáforas. Todo esta a merced de las
metáforas del poeta –incluso el lenguaje, quien es su amo y señor-

Según Wallace Stevens, el poeta del siglo veinte es un “metafísico en la oscuridad”


Eso me suena como una versión de aquel viejo chiste sobre perseguir a un gato negro en
un cuarto a oscuras. Hoy el cuarto está más lleno que nunca. Además de la poesía,
también está la teología, y diversas filosofías representativas de Oriente y Occidente.
Muchas cabezas chocan en la oscuridad. El célebre gato, sin embargo, no está allí…Los
poetas no obstante, de tiempo en tiempo gritan: “!Lo agarramos. amigos!”
A menos que, desde luego, sea el propio diablo al que tengan agarrado de la cola.

La crítica literaria es victima de un gran malentendido en cuanto a la forma en que las


ideas entran en los poemas. Supuestamente, los poetas proceden en una de las dos
siguientes maneras: o bien plantean sus ideas directamente, o encuentran equivalentes.
Parece que aquello que usualmente se llama poesía filosófica es una poesía de gran
elocuencia o una variedad de simbolismo. En ambos casos se asume que el poeta sabe
de antemano lo que desea decir y que la escritura del poema es la búsqueda de la
manera más eficaz de vestir con elegancia esas ideas.
Si eso fuera correcto, la poesía simplemente repetiría lo que se ha dicho y pensado
antes. No habría un pensamiento poético de la manera en que Heidegger lo concebía.
No habría esperanza alguna de que la poesía pudiese tener relación con la verdad.

Al principio, mis poemas eran como una mesa en la que uno coloca cosas interesantes
que ha encontrado en sus paseos: un guijarro, un clavo oxidado, una raíz de forma
caprichosa, un pedazo de fotografía rota, etcétera, y en la que, después de meses de
verla y de pensar en ella cada día, uno comienza a percibir ciertas relaciones
asombrosas que apuntan hacia un cierto significado.

Los objets trouvés de la poesía son, desde luego, fragmentos de lenguaje. El poema es el
lugar en el que uno escucha lo que el lenguaje realmente dice, donde comienza a
emerger el pleno sentido de las palabras.
¡Eso no es del todo exacto!
Lo crucial no es tanto lo que las palabras dicen sino, más bien, lo que muestran y
revelan. Lo literal conduce a lo figurativo, y dentro de cada figura poética de valor hay
un teatro en el que se desarrolla una obra. La obra es acerca de dioses y demonios y de
apabullante presencia y epistemológico para el poeta.

En 1965 envié algunos de mis poemas objeto (entre ellos “Tenedor”) a una revista
literaria. Me respondieron con una carta que decía algo como esto: “Querido señor
Simic…obviamente usted es un joven sensible. ¿Por qué desperdicia su tiempo
escribiendo sobre cuchillos, cucharas y tenedores?”
Creo que la premisa del editor era que existían cosas dignas de la poesía y que el
tenedor en mi mano no era una de ellas. En otras palabras, los temas “serios” y las ideas
“serias” producen poemas “serios”, etcétera. El editor sólo intentaba darme un consejo
paternal.
Me sorprendió la resistencia que algunas personas tenían hacia estos poemas.
“Regresemos a las cosas”, decía Husserl, y los imaginistas pensaban lo mismo. A mí me
parecía que un objeto, ese ello irreductible, era un punto de partida conveniente.
Lo que también me atraía era la disciplina, la atención requerida y la dialéctica que
implicaba. Uno mira y no ve. Es tan familiar que es invisible, etcétera. Me decía,
cualquiera podrá notar si es o no una falsificación. Tratándose de tenedores todo mundo
es experto.
Además, desde mi punto de vista, toda poesía genuina es antipoesía.

Los poetas creen que son pitchers cuando en realidad son catchers.

Jack Spicer

Todo sería muy sencillo si pudiésemos controlar nuestras metáforas. No podemos. Lo


mismo es verdad respecto de los poemas. Podemos comenzar creyendo que estamos
recreando una experiencia, que estamos intentando una mimesis, pero entonces el
lenguaje toma las riendas. De pronto la palabras piensan por si mismas.
Es como decir, 2quería ir a la iglesia pero el poema me llevó a las carreras de galgos”.
Cuando eso me pasó por primera vez estaba horrorizado. Me tomo años admitir que el
poemas es más listo que yo. Ahora voy a donde él quiere ir.

Heidegger dice que jamás comprenderá propiamente qué es la poesía mientras no


entienda qué es el pensamiento. Luego añade –lo que es aún más interesante- que la
naturaleza del pensamiento es otra cosa que pensar, otra cosa que querer”.
Es a eso “otro” a lo que la poesía le pone trampas para cazarlo.
Siempre he tenido la corazonada de que nuestras experiencias más profundas son
inefables. Por ejemplo, para describir el abismo entre ver y decir tal vez haya imágenes,
pero no palabras. La tarea de la poesía es encontrar maneras de señalar a través del
lenguaje lo que no podemos poner en palabras.

Robert Duncan decía lo siguiente a propósito del pronombre ello, que para él era la
palabra más interesante del idioma –como lo es para mí:

Los gnósticos y los magos afirman conocer su verdadera naturaleza, que creen fue mal
escrita o escrita en forma críptica en el texto del mundo real. Pero Williams tiene razón
sobre su “no hay ideas sino en las cosas”; puesto que Ello no tiene sino el universo real
para darse cuenta de sí mismo. Nosotros, en nuestra realidad –como el poema en su
realidad, en su calidad de cosa- somos hechos, factores, en los cuales Ello se hace real.

Duncan habla de la tradición romántica y ocultista, pero está cerca de Heiddeger, quien
habla del “Ello” que da el ser, el “Ello” que da lugar al tiempo.
El poema que piensa es un lugar en donde nos abrimos al “Ello”. La dificultad del
poema es que representa una experiencia a la que el lenguaje no puede acceder. El ser
no puede ser representado o pronunciado- como los pobres realistas tontamente creen-
sino tan solo intuido. Escribir es siempre una burda traducción en palabras de lo que no
tiene palabras.

No podemos decir qué es la realidad, sólo qué es lo qie nos parece.

GASTON BACHELARD

Cada nueva metáfora es un nuevo pensamiento, un fragmento de un nuevo mito de la


realidad.
La metáfora es una parte de ese aspecto incognoscible del arte, y sin embargo, estoy
firmemente cnvencido que es la vía suprema en la búsqueda por la verdad.
¿Cómo puede ser así? No lo sé. Nunca he sido capaz de comprenderlo a mi entera
satisfacción.
La poesía me atrae porque pone de cabeza a los pensadores.

Me gusta el poema que expone con modestia, que deja fuera, que suspende, que brinda
un final abierto. El poema como parte del todo inefable. “Completarlo”, creer que es
posible hacerlo (y en esto también sigo a Heidegger), es fijar límites arbitrarios a lo que
no tiene límites.
Eso es lo que me producen los poemas de Emily Dickinson. Sus ambigüedades son
filosóficas. Vive llena de incertidumbres e incluso se deleita con ellas. Ante las grandes
preguntas, permanece “desprotegida” como diría Heidegger. Su tema es la naturaleza de
la presencia misma. El temor y la reverencia ante…el supremo misterio de la conciencia
contemplándose a si misma.
Idealmente, entonces, un poema que especula está lleno de espejos… mide el abismo
entre las palabras y lo que éstas presumen nombrar…el abismo entre ser y ser dicho.

Algo, debe ser para que algo pueda ser dicho.

PAUL RICOEUR

El mundo estaba envuelto en llamas y yo hacía chillantes ruiditos con mi violín. Un


pequeño Nerón. Una vez, caminando rumbo al mercado, vi a unas gentes en una zanja
con la garganta cortada. Luego pesqué piojos para ponerme un casco alemán.
Esta última era una historia muy famosa en mi familia. Recuerdo aquellos inviernos
fríos y sin alimentos justo después de la guerra, con toda la familia apiñada en torno de
una estufa de carbón, hablando de sus preocupaciones hasta muy tarde. Tarde o
temprano, inevitablemente alguien traía a colación mi casco alemán lleno de piojos
como una especie de pausa relajante. Y los viejos se reían hasta las lágrimas. Un niño lo
bastante tonto para andar con un casco alemán lleno de piojos. ¡Lo cubrían de cabo a
rabo! ¡Hasta un ciego podía verlos!
Yo me quedaba sentado sin decir nada, fingiendo que me divertía igual, asintiendo con
la cabeza mientras pensaba, ¡bola de idiotas! Ellos, por supuesto, no tenían idea de
cómo había conseguido el casco, y yo no iba a decírselos.
Fue un día después de la liberación de Belgrado. Yo estaba en los llanos cerca de la
iglesia de San Marcos, perdiendo el tiempo con unos cuantos muchachos mayores que
yo. Entonces, de pronto, los vimos: dos soldados alemanes, evidentemente muertos,
tirados en el piso. Nos acercamos para darles un vistazo. No tenían armas. Les habían
robado las botas, pero quedaba un casco. Me deslicé de puntitas, como si fuera a
despertar a los muertos. Me tapaba los ojos con la mano, de modo que nunca vi sus
caras, aunque a veces creo que sí las vi. Las demás cosas relacionadas con ese momento
aún me resultan extraordinariamente claras.

La poesía no es solamente “un universo verbal que mira al interior de sí mismo”, como
alguien dijo. Ni tampoco es una mera recreación de la experiencia. “Era y no era”, como
solía comenzar sus cuentos el viejo narrador. Miente para decir la verdad.
Mallarmé pensaba que existían dos tipos de lenguaje: la parole brute, que nombra las
cosas, y la parole essentielle que nos distancia de las cosas. Uno sirve a los propósitos
de la representación y la otra al mundo alusivo y ficticio de la poesía. Pero se
equivocaba. Las cosas no son tan claramente discernibles. La poesía es impura, mezcla
ambos tipos de palabras. Creo que tampoco Heiddeger entendía esto.
El poema es un intento de autorrecuperación, autorreconocimiento, de
autorremenbranza, la maravilla de ser nuevo. Que esto ocurra a veces y ocurra en los
poemas de maneras tan diferentes y contradictorias, es un misterio tan grande como el
misterio de ser. Y un buen motivo para pensar en serio.

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