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LA SOBERANÍA DIVINA
¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? (Mateo
20:15).
II. En todo cuanto hemos dicho hasta aquí, probablemente la mayoría esta
de acuerdo con nosotros; pero cuando entramos en el segundo punto, LAS
DÁDIVAS SALVADORAS, gran número de personas discrepan, porque
no pueden aceptar nuestra doctrina. Cuando aplicamos esta verdad con
relación a la soberanía de Dios en la salvación del hombre, vemos como
hay quien se levanta para defender a sus semejantes, a quienes consideran
perjudicados por la predestinación divina. Pero nunca oí de alguno que se
alzara para abogar por Satanás; y yo creo que si algunas criaturas de Dios
tuvieran derecho a quejarse de Su comportamiento, éstas serían los
ángeles caídos. Por su pecado fueron arrojados del cielo
fulminantemente, y no leemos que nunca les fuera enviado un mensaje de
misericordia. Una vez echados fuera, su condenación fue sellada;
mientras que a los hombres se les dio una tregua, fue enviada redención a
su mundo, y un gran número de ellos fueron escogidos para vida eterna.
¿Por qué no contender con la soberanía tanto en un caso como en otro?
Afirmamos que Dios ha elegido un pueblo de entre los hombres, y se le
niega el derecho a obrar así. Y yo pregunto: ¿por qué no se discute
igualmente el hecho de que haya escogido a los hombres y no a los
ángeles caídos, o su justicia por esa forma de proceder? Si la salvación
fuese asunto de derecho, los ángeles tendrían en verdad tanto como los
hombres. ¿No estaban situados en una dignidad superior?, ¿o es que
pecaron más? Creemos que no. El pecado de Adán fue tan intencionado y
pleno que no podemos imaginar uno mayor. Si los ángeles expulsados del
cielo hubiesen sido restaurados, ¿no habrían prestado mayor servicio a su
Hacedor que el que nosotros podamos prestarle jamás? Si se nos hubiera
permitido juzgar en esta cuestión hubiéramos liberado a los ángeles y no a
los hombres. Así pues, admirad el amor y la soberanía divinos, ya que
mientras aquellos fueron hechos pedazos, Dios levantó un número de
elegidos de entre la raza humana para hacerles estar entre príncipes por
los méritos de Jesucristo nuestro Señor.
Mas permitidme que traiga, una vez más, la doctrina a nuestros ámbitos.
Observad cómo manifiesta Dios su soberanía en el hecho de que de la
misma congregación donde todos han oído al mismo predicador y
escuchado idéntica verdad, es tomado el uno y dejado el otro. ¿Por qué
será que en una de mis oyentes, sentada en los últimos bancos de la
capilla junto a su hermana, el efecto de la predicación es diferente que en
la otra que está a su lado? Ambas han sido criadas sobre las mismas
rodillas, mecidas en la misma cuna y educadas con igual esmero; las dos
han oído al mismo predicador y con idéntica atención; ¿por qué una será
salvada y la otra dejada? Lejos esté de nosotros el buscar excusas en favor
del hombre que se condena, cuando no hay ninguna. Igualmente, lejos
esté de nosotros el restarle gloria a Dios, pues sabemos que es Él quien
hace la diferencia; por eso la hermana que se ha salvado no debe
agradecérselo a sí misma, sino a su Señor. Habrá también dos hombres
dados al vicio de la bebida. Unas palabras de la predicación traspasarán a
uno de ellos de parte a parte, pero el otro permanecerá impasible, aunque
serán bajo todos los aspectos idénticamente iguales, tanto en
temperamento como en educación. ¿Cuál es la razón? Tal vez digáis:
porque uno ha aceptado el mensaje del Evangelio y el otro lo ha
rechazado. Pero debemos responder con la misma pregunta: ¿quién hace
que uno acepte y el otro rechace? Me figuro que diréis que el hombre
mismo hizo la distinción; pero debéis admitir en vuestra conciencia que
es a Dios solo a quien pertenece este poder; a pesar de ello, aquellos a los
que no les agrada esta doctrina, están siempre en pugna contra nosotros y
dicen: ¿Cómo puede Dios hacer tal acepción entre los miembros de su
familia? Imaginaos un padre que tuviese determinado número de hijos, y
que a uno diera todos sus beneficios, relegando a los otros a la miseria:
¿diríamos que era un padre duro y cruel? Admito que sí, pero no es el
mismo caso, porque no es con un padre con quien tenéis que tratar, sino
con un juez. Decís que todos los hombres son hijos de Dios, y yo os sitúo
a probarlo con la Biblia. Nunca he leído en ella nada parecido, y jamás
me atrevería a decir: "Padre nuestro que estás en el cielo", hasta que fuese
regenerado; no puedo gozarme de su paternidad hasta saber que soy uno
con Él y coheredero con Cristo; no osaría llamarle Padre mientras fuera
una criatura sin regenerar. No existe aquí la misma relación que entre
padre e hijo -porque el hijo siempre tiene algún derecho sobre su padre-
sino entre rey y súbdito; y aun ni siquiera ésta, porque el súbdito tiene a
veces algo, por pequeño que sea, que reivindicar de su rey. Pero una
criatura, una criatura pecadora, jamás puede tener derechos sobre Dios;
porque si así fuera, la salvación sería por obras y no por gracia. Si el
hombre pudiera merecerla, el salvarlo sería entonces el pago de una
deuda, y no se le daría más que lo que se le debía. Sostenemos que la
gracia, para que sea tal, ha de hacer diferencias. Alguno dirá: Pero, ¿no
está escrito que "a cada uno le es dada medida de gracia para provecho"
Bien, si os gusta podéis repetir esa maravillosa cita hasta la saciedad, que
seréis bien recibidos. Pero tened en cuenta que esta no es una cita de las
Escrituras, a menos que se halle en una edición arminiana. El único pasaje
parecido a este se refiere a los dones espirituales de los santos, y sólo de
los santos. Ya que, admitiendo vuestra suposición, si a cada uno le es
dada medida de gracia para provecho, es evidente que hay otros que la
reciben con carácter especial para que, precisamente, les sea provechosa.
¿Qué entendéis por gracia que puede usarse para provecho? Me es fácil
comprender los adelantos humanos para perfeccionar la utilización de la
grasa, pero lo que no entiendo es una gracia que sea perfeccionada para
ser usada por los hombres.
La gracia no es una cosa que yo pueda usar, sino algo que me usa a mí;
sin embargo la gente habla de ella como pudiéndola manejar, y no como
una influencia que tiene poder sobre ellos. No es algo que yo pueda
perfeccionar, sino que me perfecciona a mi, que me emplea y obra sobre
mí. Que los hombres hablen cuanto quieran sobre la gracia universal;
absurdo por completo porque no existe tal cosa ni puede existir. De lo que
pueden hablar con propiedad es de bendiciones universales, porque
vemos que los dones naturales de Dios han sido esparcidos por doquier,
en mayor o menor profusión, y los hombres pueden aceptarlos o
rechazarlos. Pero que no digan lo mismo de la gracia, porque nadie puede
cogerla para, por sí mismo, y volverse de las tinieblas a la luz. La luz no
viene a la oscuridad y le dice: úsame, sino que la toma y la echa fuera. La
vida no acude al cadáver y le dice: válete de mi y torna a vivir, sino que
con su propio poder lo resucite. Lo espiritual no se acerca a los huesos
resecos para decirle: usadme y revestios de carne, sino que él los cubre, y
acaba la obra. La gracia es, pues, algo que se nos da y que ejerce su
influjo sobre nosotros.
Y nosotros decimos a todos aquellos que rechinan sus dientes al oír esta
verdad, que, tanto si lo saben como si no, sus corazones están llenos de
enemistad contra Dios; porque mientras no lleguen al conocimiento de
esta doctrina, hay algo que aun no han descubierto, y que les hace
oponerse a la idea de un Dios absoluto, libre, sin cadenas, inmutable y
teniendo libre albedrío, cosa que son tan dados a demostrar que las
criaturas poseen. Estoy persuadido de que debemos mantener la doctrina
de la soberanía de Dios, si tenemos una mente sana. "De Jehová es la
salud." Dad, pues, toda la gloria a su santo nombre, pues a Él le pertenece
toda.
III. En tercer lugar, vamos a considerar las distinciones que Dios hace en
su Iglesia al repartir los DONES HONORIFICOS. Hay diferencia entre
los propios hijos de Dios; cuando éstos son tales. Fijaos en lo que quiero
decir: Unos tienen, por ejemplo, el don honorífico del conocimiento en
mayor grado que otros. Tropiezo de vez en cuando con un hermano con el
que podría hablar durante meses, y aprender algo de él cada día. Posee
una profunda experiencia -ha buscado en "lo profundo de Dios"-, toda su
vida ha sido un continuo estudio, dondequiera que ha estado. Parece
haber sacado sus pensamientos, no de 1os libros meramente, sino de la
vida de los hombres, de Dios, de su propio corazón; y conoce todas las
vueltas y recodos de la experiencia cristiana: ha comprendido la anchura,
lo largo, profundidad y altura del amor de Cristo, que excede a todo
conocimiento. Ha conseguido una clara idea e íntimo conocimiento del
sistema de la gracia, y puede vindicar la conducta del Señor para con su
pueblo.
Yo jamás me quejaría;
Sólo Tú lo poseías."