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Las nuevas subjetividades en su laberinto.

Poder de normalizar y potencia subversiva en la trama neoliberal.

Cristina López
(Unsam/Usal)

Eje 6: Subjetividades políticas.

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Introducción:
Cuando en 1982, Foucault declaró que, desde el inicio de su trayectoria, el
objetivo de sus trabajos no había sido analizar los fenómenos de poder sino ocuparse del
sujeto (Foucault: 1994), sus críticos y sus lectores no pudieron sino sentirse
sorprendidos. No les faltaban razones: en efecto, durante la década del ’60, el pensador
francés se había hecho celebre a fuerza de pregonar la muerte del hombre. Más aún, a
partir de su tesis complementaria dedicada a analizar la génesis y la estructura de la
Antropología… de Kant, todo su empeño parecía destinado a trazar las bases de un
proyecto filosófico capaz de prescindir de la función fundadora de aquella figura. Sus
publicaciones de la década del ’70 tampoco parecían ir en la línea de sus afirmaciones
de los ’80. De hecho, al momento de su publicación tanto Vigilar y castigar como el
primer volumen de la Historia de la sexualidad fueron leídos en clave genealógica
como sendos análisis de las formas en que interactúan las relaciones de poder y las
prácticas discursivas. No obstante, más que repudiadas, estas afirmaciones fueron
recibidas como una invitación a revisar la obra aplicándolas como principio de
inteligibilidad. Y, para mayor sorpresa, procediendo de esta manera, estas indicaciones
revelaron una dimensión de los análisis de Foucault que había pasado desapercibida
hasta entonces: su orientación ontológica. Orientación nada novedosa puesto que
distingue a la filosofía desde sus inicios pero controversial cuando se le adjudica a un
pensador que venía dando batalla contra las formas tradicionales de la disciplina. Pero,
lejos de sumarse al derrotero clásico, Foucault supo trazar los lineamientos de un
abordaje ontológico que, capitalizando los resultados de sus indagaciones arqueológicas
y genealógicas, rompía con el supuesto de una naturaleza universal del sujeto. Ahora
bien, ¿en qué medida este enfoque ontológico puede dar cuenta de quienes somos
nosotros? ¿Qué rol le asigna a las tecnologías de saber/poder en los procesos de
configuración de los distintos sujetos? ¿Qué eficacia crítica y, por ende, que potencia
subversiva es posible reconocerle? A mi entender, el ensayo de responder a estas
preguntas habrá de conducirnos no sólo a determinar los alcances de la ontología
foucaultiana sino también a desentrañar la compleja trama en la que define sus
facciones la subjetividad actual. De allí que, en lo que sigue, nos aboquemos en primer
lugar a explicitar las características generales de esta ontología, para en segundo lugar,
explorar las tecnologías operantes en nuestros días y finalmente, dar cuenta tanto de las
trampas que nos tiende el dispositivo como de las fisuras por entre las cuales es posible
potenciar otras formas de subjetivación.

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1) Acerca de la ontología política de M. Foucault.
En aquel artículo de 1982 en el que Foucault subrayaba su interés por el sujeto
describía su trayectoria como “…una historia de los diferentes modos de subjetivación
del ser humano en nuestra cultura” (Foucault: 1994, 223) mientras que en un escrito
posterior (Foucault: 1994a) caracterizaba su tarea intelectual como “ontología histórica
de nosotros mismos”. Es evidente que no se trata de dos vías alternativas sino
convergentes de abordar la misma cuestión consistente en determinar no sólo cómo
devenimos sujetos sino además en qué tipo de sujeto nos convertimos. En efecto, ambas
caracterizaciones coinciden en señalar que ‘ser sujetos’ no es un asunto de naturaleza o
esencia propia del hombre sino resultado de un proceso histórico. Ahora bien, como es
sabido, desde sus primeros trabajos, el pensador francés adoptó una óptica de análisis
discontinua de la historia. Vista desde esa óptica, la historia no aparece como un decurso
lineal y teleológico en el que se plasma la razón. Por el contrario, considerada en
perspectiva discontinua, la historia se revela atravesada por rupturas y fluctuaciones que
impiden sintetizarla en unidad y, por ende, totalizarla en un único relato. Así las cosas,
encarar la cuestión del sujeto en términos de “historia de…” o de “ontología histórica”
significa dar por sentado que ha habido diversos modos de constitución y diversos
modelos de sujetos. De suerte que también en este caso interponer universales resulta
tramposo. De hecho, como en más de una oportunidad reconoció el propio Foucault sus
indagaciones históricas estaban orientadas a permitir advertir la diferencia que comporta
el presente. No se trataba de una estrategia de heroización de la actualidad sino un
recurso para ponerla en foco y exponer su carácter contingente y transitorio. Aplicado a
la cuestión del sujeto, esto implica asumir que tanto la ‘historia de…’ cuanto la
‘ontología histórica’ apuntan a revelar la condición perentoria de cualquier figura del
sujeto incluida la actual. Todo lo cual además de reflejar la posición teórica de nuestro
pensador da cuenta también del registro político de su ontología puesto que deja un
margen abierto para la posibilidad de una transformación. No obstante, tanto la
constitución de los sujetos cuanto sus chances de transformación dependen, para
Foucault, del dispositivo en vigencia.
En efecto, desde sus primeros enfoques arqueológicos, el pensador francés se
esmeró en mostrar el carácter de constituidos de los sujetos. En aquel momento, en el
que se trataba de antagonizar con las corrientes de la filosofía que sostenían el rol
fundante y, por ende, constituyente del sujeto, su estrategia consistió en postular una
concepción de los saberes en términos de prácticas discursivas. Por esta vía, procuraba

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poner en consideración la potestad de los saberes para generar sus propios objetos, sus
conceptos y sus estrategias teóricas y, mucho más relevante para el asunto en discusión
aquí, bajo el registro de ‘modalidades enunciativas’, sus propios sujetos. En rigor de
verdad, concebidos así, los saberes muestran su capacidad para generar sujetos por
partida doble a través de la objetivación. Por partida doble puesto que los saberes se las
ingenian para moldear tanto a aquellos sujetos que se instituyen como agentes al interior
de estas prácticas como a aquellos sobre los que éstas se ejercen. Según esto, es al
interior de las prácticas que se definen el perfil ontológico tanto del médico como del
paciente.
Lejos de abandonar esta postura, la consolidó cuando, fruto del diseño de la
perspectiva genealógica en los ‘70, incorporó a sus análisis el registro de las relaciones
de poder. De hecho, desde el punto de vista ontológico, el abordaje de las relaciones de
poder permitía advertir el complejo marco en que se constituyen las distintas figuras del
sujeto. Según sus análisis de aquel momento, los saberes y los poderes de una época
convergen o se mancomunan formando dispositivos que además de instituir las formas
de la razón y las estrategias políticas, constituyen y configuran a sus sujetos. Así las
cosas, es en el contexto de un determinado dispositivo en el que se definen, por ejemplo,
los rasgos de los normales y los de los anormales, del psiquiatra y de sus pacientes, etc.
Aunque efectiva para describir las tecnologías de constitución y configuración
de los sujetos, esta concepción no brindaba demasiadas herramientas para concebir la
posición de los individuos al interior de los dispositivos. Déficit que Foucault subsanó
cuando sus indagaciones sobre la historia de la sexualidad lo condujeron al estudio de
las prácticas de subjetivación en la Grecia clásica. En efecto, este tipo de prácticas
permite considerar la forma en que los individuos se prestan o se comprometen en el
proceso de su propia configuración subjetiva. Ello no implicaba de ninguna manera
restituirle al sujeto el carácter de constituyente pero permitía poner en consideración la
capacidad de respuesta o espontaneidad de los individuos en cada contexto histórico.
Además, de esta manera, los análisis de nuestro pensador daban lugar a concebir
efectivamente las resistencias aunque ellas se tramaran al interior del dispositivo en
vigencia en cada momento histórico. Atento a esto, como ya fuera señalado, para poder
determinar los rasgos preponderantes de las subjetividades actuales es menester en
primer lugar identificar el dispositivo en vigencia, establecer sus objetivos y describir
las tecnologías de las que dispone para cumplimentarlos.
2. Acerca del poder normalizador de la biopolítica.

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Según las indagaciones de nuestro pensador, desde el momento en que la
población se constituyó en el problema político por excelencia empezó a conformarse
un dispositivo de saber/poder denominado biopolítica caracterizado por ejercerse
‘haciendo vivir y dejando morir’. Aunque adecuada a los propósitos del dispositivo, la
fórmula es lo suficientemente ambigua como para inducir a la confusión de creer que la
biopolítica sería un poder propiciador de la vida e indiferente a la muerte. Si así fuera,
se trataría de una modalidad mucho más morigerada de ejercicio del poder que la
soberanía o la disciplina. Pero, contrariamente a esta presunción, a través de sus
tecnologías, la biopolítica llega hasta donde ni la soberanía ni la disciplina se habían
atrevido: la vida y la muerte en tanto fenómenos naturales. Y ello sin que se interponga
ningún amparo protector como es el caso del dispositivo de soberanía que se ve
legitimado pero también delimitado por el derecho que solo autoriza al soberano a hacer
uso de sus potestades en determinadas ocasiones. Eso es lo que expande enormemente
los alcances de la biopolítica que se ejerce a cielo abierto todo el tiempo sin necesidad
de que medien circunstancias excepcionales ni requerir de la aprobación de la ley. Por lo
demás, su interés en la vida no augura nada bueno: no es por mor de una suerte de
vocación humanitaria que la biopolítica ‘hace vivir’. Si se obstina con la vida es para
sacar de ella todo el provecho posible. En ese sentido, se aplica sobre aquellos
fenómenos biológicos como los nacimientos, las enfermedades, el envejecimiento con la
finalidad de ‘optimizar’ sus condiciones naturales. Es cierto que para lograr esta
optimización no necesita supliciar ni disciplinar. Le basta con regular incluso actuando a
distancia. En ese sentido, la biopolítica no sólo se sirve de disciplinas como la biología,
la medicina, la genética –saberes todos de los que puede decirse que son “técnicas
políticas de intervención, con efectos de poder propios” (Foucault, 1997: 225) Requiere
también de prácticas discursivas que incidan sobre los comportamientos de manera de,
por ejemplo, alentar o desalentar el consumo según convenga a las circunstancias o
inducir modelos de comportamiento social y hasta promover el estudio de determinadas
carreras universitarias.
Con la misma eficacia se aplica a la muerte. En ese sentido, lejos de ser
indiferente o sentirse desafiada por la muerte, la biopolítica exhibe una gran capacidad
para maniobrar sobre ella. Sobran los ejemplos que dan testimonio de esta capacidad: se
prolonga la vida a través de artificios técnicos incluso cuando las condiciones biológicas
están totalmente deterioradas, se administra el momento de la muerte y cuando es
menester se arroja lisa y llanamente a la muerte sea en forma estertórea o sigilosa.

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Foucault mismo se encargó de explicitar las distintas declinaciones que le adjudicaba al
‘dejar morir’ entre las cuales además de arrojar a la muerte, se encuentran ‘dar muerte’ y
‘exponer a la muerte’. Más aún, también se explayó respecto de las guerras sangrientas,
holocaustos, genocidios propios de nuestra época. En definitiva, a su parecer, “…este
formidable poder de muerte –y es quizás eso lo que le da una parte de su fuerza y del
cinismo con el que expande tan lejos sus propios límites- se da ahora como
complementario de un poder que se ejerce positivamente sobre la vida…” (Foucault,
1976: 179).
De plena vigencia aún en nuestros días, este dispositivo se inscribe, según
estableció nuestro pensador, en el marco de racionalidad política instituido primero por
el liberalismo y, luego, por el neoliberalismo. De hecho, ambas formas de
gubernamentalidad regidas por las máximas de la economía, hacen de los fenómenos
naturales que atañen a la vida y a la muerte sus objetos privilegiados. De allí que
aborden el tratamiento de la población más como un objeto que como un sujeto. No
obstante, para ambas gubernamentalidades, la naturaleza de la población es permeable.
En efecto, tal como señala nuestro pensador, la población no es un dato básico sino que
está sometida a variables como el clima, el entorno, las posibilidades de desarrollo, etc.
Pero, más importante aún, a través de su naturaleza deseante, la población se hace
pasible de una serie de intervenciones que van a terminar convirtiéndola en público. En
este contexto, público es la población considerada desde el punto de vista de sus
opiniones, de sus hábitos, de sus prejuicios y sus temores. Para lograr esta conversión,
hay que actuar sobre el deseo. Ocurre que el deseo es el elemento que impulsa la acción
de los individuos. De acuerdo con esto, no se puede lograr nada de ellos sin tomar en
cuenta su deseo, esto es, sin intentar penetrarlo de forma de hacerlo maleable. Para ello,
es menester no impedir ni mucho menos prohibir el deseo. Por el contrario, se requiere
dejarlo actuar oscilando dentro de determinados límites hasta poder transformarlo en un
interés de alcance general. En términos de nuestro pensador, “…el juego espontáneo o,
en todo caso, a la vez espontáneo y regulado del deseo permitirá, en efecto, la
producción de un interés, algo que es interesante para la propia población.” (Foucault,
2004: 75)
Como es fácil imaginar, a través del deseo, la gubernamentalidad liberal pero
sobre todo la neoliberal que cuenta con muchos más recursos, logran convertir a sus
divisas en los anhelos más altos de cada uno de los individuos que componen la
población. En otras palabras, sólo haciendo de la población un público cautivo de

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cuanto se le ofrezca en materia de opiniones, gustos, expectativas, estas
gubernamentalidades obtienen lo que buscan, esto es, normalizar a la población. De
otra forma es inexplicable que gran parte de la población en la que se incluyen sectores
sumamente desfavorecidos o, directamente, perjudicados por sus políticas, se
identifiquen con ellas y aspiren a encarnar modelos sociales con los cuales, en realidad,
deberían confrontar. En ese sentido, actualmente, el neoliberalismo se ha convertido en
la más eficiente usina de ‘sentido común’. Por ello no requiere de la coerción para forjar
su hegemonía, le basta con maniobrar sobre el deseo como una forma de gobernar los
intereses y hasta los afectos. Por esa vía, se garantiza intervenir en la vida cotidiana
influyendo sobre el modo en que los individuos se alimentan, educan a sus hijos, llevan
adelante su vida sexual, etc. Según esto, bajo la apariencia de un gobierno ‘frugal’ que
no interviene en nada que altere el ‘natural’ desenvolvimiento de las cosas, el
neoliberalismo se mete hasta en los lugares más recónditos de la intimidad de las
personas. No es de extrañar que ponga tanto empeño en ello: de esta manera se
garantiza la normalización de la población, es decir, una suerte de homogeneización de
todos los órdenes tanto biológicos como biográficos de la vida de los individuos que la
componen.

3. Acerca de las posibilidades de subversión en el marco del dispositivo biopolítico.


Ahora bien, habida cuenta de los alcances del dispositivo, cabe preguntarse
¿Cuáles son las figuras del sujeto que contribuye a configurar? Y, más relevante aún
¿Cuáles son las posibilidades efectivas de una resistencia y, en el extremo, de una
configuración diferente?
De lo expuesto se infiere que, en el marco del neoliberalismo, la biopolítica
cuenta con todo tipo de tecnologías de intervención tanto a nivel biológico como a nivel
biográfico. Como se aludió anteriormente, a nivel biológico se sirve de disciplinas con
gran poder de incidencia y transformación como por ejemplo la genética. Cuando
Foucault dictó sus cursos sobre biopolítica, aunque ya había producido más de un
hallazgo, la genética todavía no había llegado a poder intervenir de manera tan radical
como para pronosticar y hasta modificar elementos innatos o poder establecer
filiaciones con muy escaso margen de error como en nuestros días. Con todo, ya a fines
de los ’70, en el contexto de este dispositivo, las intervenciones de la genética ya
formaban parte de los cálculos a resolver para determinar si valía la pena invertir para
mejorar el ‘capital humano’. Acuñada con total desfachatez, esta categoría revela la

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expansión del análisis económico hasta ámbitos tan insospechados como los de la
configuración subjetiva. De hecho, en buena medida, la categoría de capital humano
pone el marco en el que se inscriben el resto de las nociones que dan cuenta del perfil
predominante de las subjetividades neoliberales. Para su constitución no se precisa
tanto de intervenciones genéticas como de la persistente penetración del deseo y, a
través de él, de la conducta de los individuos. En efecto, para prestarse a ser configurado
como homo economicus, fruto de intensas campañas de generación de sentido común,
hay que haber sido convencido de las bondades de la organización de la sociedad según
el modelo de la empresa. En un contexto semejante, concebirse como ‘homo
economicus’ es sentirse parte y no un elemento marginal de esa organización. Pero, en
la vida concreta ¿qué significa ser un ‘homo economicus’? En principio, ser un ‘homo
economicus’ implica, comportarse como un empresario de sí mismo, esto es, atribuirle
un sesgo económico a los actos de la propia biografía. De esta suerte, hasta el
desempeño en órdenes íntimos de la vida son encarados como la realización y la
administración de una empresa. Esto es particularmente evidente en la distribución de
los tiempos según una agenda que no sólo establece los encuentros como tareas sino fija
la duración que se le asigna a cada uno. Esta conducta empresarial lleva también a
conducirse como un emprendedor. El individuo emprendedor es aquel que se considera
responsable de todos los logros y fracasos de su vida: desde los resultados de una
búsqueda laboral hasta los ‘éxitos’ de su vida afectiva son vistos como consecuencia de
su desempeño personal. Es merito propio. Nada le debe a las circunstancias histórico-
políticas.
Estas figuras no nos son ajenas. No sólo porque el actual gobierno promueve
hasta el paroxismo estas formas de subjetivación que ingenuamente podríamos pensar
que no nos conciernen. Y, no obstante, en buena medida, estas figuras de la subjetividad
han permeado incluso el modo en que llevamos adelante nuestra vida intelectual. De
hecho, los procesos de categorización y evaluación de los desempeños en el campo de la
investigación cuanto en la docencia, conducen a los individuos a comportarse como
verdaderos homo economicus. Se redactan ‘papers’ respetando a raja tabla las consignas
de la escritura académica El objetivo no es compartir nuestras investigaciones ni
promover discusiones en torno a cuestiones relevantes sino incrementar nuestros
curriculums. Por esta vía nos vamos convirtiendo en empresarios de nosotros mismos y,
en concomitancia con ello, en hábiles emprendedores.

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Pero, aunque el emprendedor considere que está en su ADN está propensión a
encaminar sus afectos, su trabajo, su vida económica, este impulso obedece a las
exigencias que impone el dispositivo a través de sus tecnologías.
Así las cosas, cabe preguntarse ¿cómo se resiste a un dispositivo de tan amplio
alcance?
Foucault enfocó la cuestión de la resistencia en más de una oportunidad. En el
contexto de su enfoque de la biopolítica, sostuvo “Y contra este poder todavía nuevo en
el siglo XIX, las fuerzas que resisten ha tomado apoyo sobre aquello que investía- es
decir sobre la vida y el hombre en tanto que es viviente.” (Foucault, 1976: 190). A su
entender, las grandes luchas que confrontaban al poder ya no lo hacían en nombre de los
paraísos perdidos sino que “…aquello que es revindicado y sirve de objetivo, es la vida
entendida como necesidades fundamentales, esencia concreta del hombre, cumplimiento
de sus virtualidades, plenitud de lo posible.” (ibídem: 191). En otras palabras, una forma
de resistencia en un contexto como el biopolítico que hace de la vida un objeto de
exhausión económica consiste en convertirla en una reivindicación política. Se lucha
entonces por el derecho a la vida, a la salud, a la felicidad, a la satisfacción de las
necesidades. En cualquier otro contexto, estas reivindicaciones podrían tildarse de
conservadoras o conformistas pero, para la gubernamentalidad neoliberal, pelear por la
satisfacción de las necesidades incluyendo entre ellas el derecho a la felicidad no puede
sino resultar subversivo.
No obstante, atento a las habilidades de la biopolítica para normalizar todo
aquello que le hace frente, Foucault no dejó de advertir su irónica capacidad para
hacernos creer que nuestra liberación consiste en reclamar como derecho justamente
aquello que nos demanda. De allí que volviera sobre la cuestión en el curso sobre
“Seguridad, territorio, Población” en donde se refirió a las resistencias como contra-
conductas a las que analizó en términos de rebeliones, insumisión, disidencia. Es cierto
que sus análisis tenían en vista el poder pastoral. Pero si transponemos la apelación a la
contra-conducta a nuestros días, tal vez podríamos considerar la posibilidad de resistir al
embate neoliberal que nos insta todo el tiempo a producir, desactivando la operatividad
permanente, esto es, confrontando la operosidad con la inoperosidad.
Vale la pena al respecto, tomar en cuenta los señalamientos formulados por G.
Agamben en uno de sus últimos textos en donde sostiene una teoría acerca de las
virtudes de la potencia destituyente. Para especificar su posición, el pensador italiano
afirma allí “La inoperosidad no es otra obra que sobreviene a las obras para

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desactivarlas y deponerlas: coincide integral y constitutivamente con la destitución de
ellas, con el vivir una vida.”(Agamben, 2017: 494) Se trata de una alternativa que
apuesta a la fuerza subversiva de la negatividad. A su entender, por esta vía, esto es
liberando al viviente del destino biológico o económico que el dispositivo le prescribe,
quedaría disponible para esas formas particulares de la inoperosidad que son el arte y la
política.
Con todo, tal vez lo mejor sea enfrentar al individualismo promovido por las
formas de subjetivación neoliberales no proponiendo en solitario ninguna forma
alternativa de resistencia sino esperando al encuentro y a lo que pueda surgir del debate.

Cristina López

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Bibliografía:
(2017) Agamben, Giorgio, “Para una teoría de la potencia destituyente” en El uso de los
cuerpos, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, pp. 469-495.
(1994) Foucault, Michel, “Le sujet et le pouvoir” en Dits et écrits Vol IV, Paris,
Gallimard, pp. 222-243.
(1994a) Foucault, M. « Qu’est-ce que les Lumières ? » en ibid. pp. 562-578.
(1997) Foucault, M. ‘Il faut défendre la société’. Cours au Collège de France 1976,
Paris, Gallimard.
(1976) Foucault, M. Histoire de la sexualité 1. La volonté de savoir, Paris, Gallimard.

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