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Trabajo final: Momento 3:

La migración que voy a tomar para la realización de trabajo final es “migración paraguaya”
y mi elección tiene que ver con que ese grupo migrante constituye un fenómeno de larga
data en el país. Por cuestiones mayormente económicas —aunque también cuentan las
políticas y las familiares/personales—, dicho flujo inmigratorio es una de las piezas más
importantes del rompecabezas poblacional argentino.

“En la Encuesta Complementaria de Migraciones Internacionales (ECMI), realizada en el


año 2003, el muestreo de hogares relevados demostró que existen 1400 hogares en Capital
Federal, y otros 1400 en el Gran Buenos Aires, con por lo menos 1 integrante nacido en
Paraguay —en Formosa y en Gran Posadas, se registraron 1004 y 1017 hogares,
respectivamente, con estas características”. Por eso me parece fundamental tomar a este
grupo.

conocen el reino de la escasez y todas las facetas de la


indigencia. En sus países de origen trabajan de sol a sol
para a duras penas conseguir juntar monedas para no
pasar tanto hambre. Fagocitados por la exclusión y la
miseria, eligen el desarraigo para apostar por un futuro
mejor para ellos, pero principalmente para sus hijos.

En su gran mayoría ya cuentan con familiares viviendo


en la Argentina, que los tientan con un horizonte no tan
lejano en el que abunda el trabajo -aunque sea el menos
calificado- en el que pueden acceder a la educación y la
salud en forma gratuita y que tiene una legislación
nacional que promueve la migración de países del
Mercosur (ver recuadro).

Tan solo entre 2004 y 2009 se radicaron legalmente en


el país 750.000 extranjeros, de los cuales el 80%
provenían de Paraguay, Bolivia y Perú. ¿Quiénes son,
qué vienen a buscar y cómo viven estas familias en
nuestro país? Lorena Silva tiene la mirada fija en el piso
mientras espera paciente por un plato de comida en el
comedor Los Piletones, de Villa Soldati. Tiene 18 años y
hace sólo 6 meses se subió a un ómnibus en su Lima
natal, con rumbo a Buenos Aires en donde la esperaba
su pareja -también peruana-, que desde mayo se había
venido a trabajar a estas tierras.

"Me vine embarazada de mi nene Leonel, que ya tiene 3


meses. La tía de mi marido que vive en La Matanza lo
convenció para que viniera a ayudarla con un negocio de
ropa", cuenta Lorena, sin perder su lugar en la cola que
desemboca en una enorme olla repleta de guiso de
fideos.

La suya fue una de las tantas familias que ocuparon el


parque Indoamericano en diciembre pasado. "Fuimos a
ver si podíamos conseguir algo porque estamos
alquilando una habitación chiquita por 350 pesos, con
baño compartido. Cuando cercaron el parque no podía
salir a buscar los pañales ni la comida para el bebe. Al
final nos quedamos con las manos vacías", dice Lorena,
sin perder la sonrisa. Luego de unas jornadas
esporádicas en la construcción, su marido se quedó sin
trabajo y está en plena búsqueda. Mientras tanto, ella
almuerza todos los días en el comedor. "Sacamos turno
para ir a hacer el DNI en febrero pero si no conseguimos
un ingreso fijo le voy a tener que pedir plata a mis
familiares para el pasaje de vuelta a Lima", explica
Lorena con preocupación.

Norca Helguero es la responsable de Mujeres Peruanas


en Acción, una asociación que desde 2000 brinda
orientación sobre trámites, documentación y ayuda
social a las mujeres migrantes. "Las mujeres que vienen
de Perú son muy humildes. En general trabajan
cuidando enfermos o haciendo labores en las casas. Se
caracterizan por tener mucha paciencia, son muy
cariñosas y tienen mucha predisposición. Como
desconocen los derechos que tiene un inmigrante en la
Argentina nosotros las asesoramos ", explica Helguero.

***
Los tres grupos de inmigrantes que fueron aumentado
de forma significativa su número en la última década
fueron los bolivianos, paraguayos y peruanos. Según la
Encuesta a inmigrantes en Argentina (2008-2009) de la
Dirección Nacional de Población, de todos los
extranjeros que realizaron algún trámite de radicación,
el 31,8% eran bolivianos, el 29,1% paraguayos, el 20%
peruanos y el 19,1% del resto del Mercosur. De ellos, el
53,5% eran varones, en su gran mayoría tenían entre 18
y 29 años (66,5%) y el motivo principal de la migración
fue para buscar un empleo mejor (39,7%).

"Hay que tener en claro que esto del aluvión migratorio


es un mito. En España la inmigración representa al 15%
de la población total, mientras que en la Argentina está
cerca del 3%. Yo creo que este fenómeno tomó más
notoriedad por la concentración urbana en la ciudad y la
provincia de Buenos Aires, pero estamos lejos de los
problemas migratorios de los países desarrollados",
sostiene Marcela Cerruti, investigadora independiente
del Conicet en el Centro de Estudios de Población.

Más allá de la virulencia del fenómeno, los inmigrantes


de países limítrofes siguen ingresando, principalmente,
con la esperanza de conseguir mejores oportunidades
laborales a las que tenían en su país de origen, que los
condenaban inexorablemente a una existencia precaria.
De hecho, la encuesta mencionada, demuestra que antes
de migrar el 64,7% trabajaba, y que lo siguen haciendo
en la Argentina, llegando a una tasa de actividad del
88,7%. "Vienen movidos por la expectativa de un futuro
mejor. Ellos creen que sus hijos van a tener más
oportunidades en la Argentina. Su idea no es vivir
siempre en la villa ni quedarse con un plan social.
Vienen con un proyecto más ambicioso, porque migran
las personas que tienen aspiraciones y un espíritu
emprendedor", señala Cerruti.

Se instalan preferentemente en la ciudad de Buenos


Aires, debido a la mejor accesibilidad a puestos de
trabajo y a una amplia oferta de bienes y servicios
públicos. Así es como las manos agrietadas de estos
extranjeros se suman a las filas de las labores menores
remuneradas y de peores condiciones.

Los varones se concentran en un puñado de ramas de


actividad, con predominio en la construcción, industria
manufacturera, comercio y servicios de reparaciones. En
el caso de las mujeres, suelen desempeñarse en el
servicio doméstico, en el cuidado de ancianos, en el
comercio al por menor, en la confección de vestimenta o
en actividades agropecuarias.

Heber Peralta es paraguayo, tiene 22 años y llegó a la


Argentina justo antes de la crisis de 2001. Como tantos
otros compatriotas, vino a probar suerte junto con su
mamá y sus cuatro hermanos. Durante un tiempo se
quedaron en la casa de su hermana que hacía tiempo
vivía en San Miguel y después se instalaron en la villa
21-24 de Barracas. Ahí comenzó el derrotero de
conseguir trabajo siendo inmigrante, sin documentación
y sin experiencia. "Empecé haciendo changas en el rubro
de la construcción y a los seis meses conseguí trabajo en
esta carnicería", dice Heber, a la vez que recorre su
mirada por las reses de carne que cuelgan del techo, del
local ubicado en la villa, a unas cuadras de su casa.

"Allá no hay trabajo y cuando te pagan, no te alcanza


para comer en el día. Mi mamá tiene mal de Parkinson y
se vino a atender acá en el hospital Penna y el Rivadavia.
Por suerte ahora está mejor y se volvió a Paraguay
porque le costaba adaptarse. Todos los meses le mando
los medicamentos que necesita", dice Heber, que
terminó alquilando por $700 una casita con 2 piezas, un
baño y una cocina que comparte con su hermano.

En 2003 empezó a hacer los trámites de la radicación


pero tuvo muchas trabas porque era menor de edad y su
madre no podía acompañarlo producto de su
enfermedad. "Recién a los 18 me dieron la precaria y a
los 19 la radicación que dura 2 años. Ahora se me venció
y en febrero tengo turno para renovarla y hacerla
permanente. Recién ahí voy a poder sacar el DNI",
explica Heber.

Mientras tanto, su situación de irregular lo condena al


trabajo en negro, a no poder abrir una cuenta en el
banco, a no poder tener ningún servicio a su nombre, ni
comprar maquinarias para la carnicería. "Me manejo
sólo con efectivo. Cobro cerca de 1200 pesos por mes
que me alcanzan para lo justo y necesario", dice este
joven que nunca se sintió discriminado y está muy
agradecido con la Argentina.

En el futuro, sueña con poder tener un pequeño negocio


para poder manejarse solo y no depender de un patrón.
"Vine con la intención de trabajar y de tener una vida
mejor a la de antes, pero trabajando. También tengo
ganas de estudiar pero me falta tiempo. Igual creo que
nunca está de más aprender, así que si tuviese la
oportunidad, no la desperdiciaría", reflexiona Heber con
la convicción de que, con trabajo y esfuerzo, puede llegar
a conseguir cualquier cosa que se proponga.

Marcial Arce, de 19 años, trabaja junto con Heber en la


misma carnicería, propiedad de su cuñado. Hasta los 17
años Marcial vivió en Carlos Antonio López, una
localidad paraguaya cercana a la frontera con Misiones.
"En realidad, nací en la Argentina, porque a mi mamá le
quedaba más cerca y la atendían mejor. Entonces cruzó
la frontera y me tuvo en Misiones", cuenta Marcial, el
quinto de nueve hermanos, que paradójicamente hoy
tiene documento paraguayo pero no argentino.

Como 3 de sus hermanos ya vivían en la villa 21-24,


ahorró plata durante dos meses para venir a instalarse
en su casa. "Allá no había nada. Acá tenés posibilidades
para vivir mejor y trabajar tranquilo", dice este joven
que hace turnos diarios de 7.30 a 13.30 y de 17 a 21.30.

Hace un año y siete meses que vive solo, en una pieza


chiquita que alquila por 450 pesos, con baño
compartido. Este año terminó la primaria en la Escuela
San Blas y piensa seguir el secundario. "Me aceptan en
la escuela secundaria pero no me dan el título si no
tengo el DNI. También me lo piden para cambiar de
trabajo, para comprar cualquier cosa o para tener un
contrato de alquiler", explica Marcial, que a pesar de
todas estas complicaciones, nunca inició el trámite para
regularizar su situación. "Me tengo que ir a Misiones
para conseguir la partida de nacimiento y después juntar
un montón de plata para poder sacarlo. Creo que sale
cerca de 3000 pesos y algunas veces ni siquiera lo
conseguís", dice Marcial, quien tiene la intención de
ahorrar para poder algún día poner su propia carnicería.

***
Cerruti, además de investigadora independiente del
Conicet en el Cenep, es autora del libro Salud y
migración internacional: mujeres bolivianas en la
Argentina , en el que argumenta que existe un grave
problema de registro de información sobre la salud de
los inmigrantes. Los registros hospitalarios presentan
ambigüedades y confusiones para definir a la población,
lo que redunda en un desconocimiento de la demanda
real y de los problemas de salud de la población
inmigrante.

Otra de las conclusiones a la que llega Cerruti es que los


centros de salud señalan a las problemáticas sociales de
la comunidad boliviana (su situación laboral tanto en los
talleres textiles como en la agricultura), las condiciones
de explotación y las peores condiciones de salud de los
inmigrantes recientes como principales causas de
afectación de su salud, en particular de la alta incidencia
de la tuberculosis.
María Guarachi Coca bien podría haber sido un caso de
estudio del libro de Cerruti. Tiene 47 años, es oriunda de
Cochabamba, Bolivia, y hace 12 años que vive en la
Argentina. De su tierra natal, se trajo a cuesta un mal de
Chagas que le genera una terrible fatiga y la tira para
abajo. Además, su cuerpo está expuesto a una diabetes
mal atendida que la está dejando ciega, a una
hipertensión que en cualquier momento le puede jugar
una pasada y una obesidad que se empeña en no dejarla
caminar.

Todos los días saca la máquina de coser a la vereda de su


casa de la villa 21-24 de Barracas -en la que vive con su
esposo, su hijo y su sobrino- y espera sentada a que los
clientes vengan con sus zapatos para que ella los arregle.
"El médico ya me dijo que tengo que dejar este oficio
porque el pegamento me hace mal y porque no puedo
estar tantas horas sentada", cuenta María, quien sabe
leer y escribir, pero nunca fue a la escuela.

A los 12 años empezó a vender verduras en carretilla y a


ocuparse de las tareas domésticas. Ya casada, en 1999,
se instaló con su marido en Salvador Mazza, una
localidad del extremo norte del país, en Salta, dejando a
sus dos hijos viviendo con su madre. Luego de estadías
en el Bajo Flores y el Mercado Central, desembocaron
finalmente en Barracas.
"Ya habíamos tenido otro hijo y mi marido no conseguía
trabajo. El nene me pedía pan y yo no sabía qué hacer.
Entonces empecé a changuear en el Mercado Central
por algunas monedas. Llegaba a casa llorando del dolor,
pero por lo menos le podía dar de comer a mi hijo",
recuerda María, que pudo comprar un terrenito en la
villa, en el que la planta baja funciona como negocio y en
el primer piso viven como pueden.

Recién hace dos años que consiguió su DNI. Al ticket


social mensual de $150 del gobierno de la ciudad le
suma los $50 diarios que saca de los arreglos de zapatos
para poder comer. "Con esto tengo que ir a comprar el
pollo y el arroz para la cena. Al mediodía almuerzo en el
Comedor Padre Daniel de la Sierra, que reparten
viandas para hipertensos. Pero en realidad tendría que
comer comida sana todo el tiempo como leche
descremada, pescado, frutas y verdura pero son
productos muy caros", cuenta María, que recibe los
medicamentos y la insulina que necesita de la salita del
barrio, pero que regularmente tiene que ir al hospital a
hacerse estudios.

Su marido hace changas de albañilería y cerrajería. Ella


podría cobrar una pensión por discapacidad, pero le
piden un mínimo de 20 años de residencia en la
Argentina. "Para los beneficios sociales, como regla, te
piden 20 años de residencia. Para la pensión por más de
7 hijos te piden 15 años y para la pensión por vejez más
de 30. Sólo en el caso de la asignación universal por hijo
piden algo más razonable que son 3 años de residencia
del hijo", explica Diego Ramón Morales, director del
Area de Litigio de Defensa Legal del Centro de Estudios
Legales y Sociales (CELS).

A María le duelen el brazo y la cadera de tanto


traccionar la manija de la máquina de coser y explica
que últimamente tuvo menos trabajo por las fiestas. "Si
tuviera la plata necesaria para mantenerme me
dedicaría a caminar como me indicó el médico y a estar
más tranquila. Mientras tanto, me gustaría cambiar de
rubro y vender verduras o helado, pero el tener que ir
tan seguido al hospital no me lo permite", cuenta María,
esclava de un trabajo que todos los días le magnifica los
efectos de sus enfermedades.

***
En la ciudad hay 18 villas y unos 26 asentamientos, cuya
población aumentó un 40% en los últimos diez años,
según estimaciones de la Dirección de Estadísticas y
Censos porteña. De acuerdo con un diagnóstico de
Déficit Habitacional elaborado por la Sindicatura
General de la ciudad, el 51,6% de los extranjeros que hay
en la ciudad viven en villas . Un censo realizado en 2009
por la Dirección de Estadísticas porteña, además, revela
que el 51% de los habitantes de las villas 31 y 31 bis de
Retiro son extranjeros y solo un 29% es oriundo de la
ciudad. Dentro de los extranjeros, la mitad son
paraguayos, un tercio de Bolivia y menos del 20% del
Perú.

Isidro Manuel Resquín no es sólo un número más que


viene a engrosar las estadísticas de paraguayos que
viven en las villas porteñas. Tiene 23 años y en 2006
cruzó con sus papás y sus 4 hermanos de San Lorenzo a
la villa 21-24 de Barracas, sin escalas. "Trabajaba en una
estación de servicio y me pegaron un piedrazo en el ojo
mientras miraba una pelea callejera y me lo reventaron.
Entonces nos vinimos para acá para que me hicieran
una prótesis. Primero me atendieron en el hospital
Santa Lucía y después en una clínica privada", dice
Isidro, que había terminado el secundario en Paraguay y
acá trabaja haciendo changas de electricista con su
cuñado.

Sus padres son encargados de una granja de


recuperación de adictos al paco en General Rodríguez, y
él trabaja ahí los fines de semana. Como lo quieren tener
en blanco, va a empezar los trámites para obtener su
DNI, que también necesita para sacar el registro para
conducir y anotarse en la universidad. "Nunca me ocupé
demasiado porque siempre me quise volver. Por ahora
me quedo porque toda mi familia está acá", cuenta
Isidro, con la intención de terminar de estudiar y volver
a Paraguay.
Su tía, Isidora Resquín, tiene 56 años y entró en el país
allá en la década del 70. Trabajó durante décadas de
empleada doméstica y hoy que sus tres hijos más
grandes ya se casaron, le quedaron libres dos piezas que
alquila cada una por $500. "El problema es la
discriminación. Me revienta que la gente piense que
somos unos paraguayos muertos de hambre porque no
es así. Venimos a ganarnos el pan con el sudor de
nuestra frente", dice Isidora.

El padre Sante Cervellín, director de la Fundación


Comisión Católica Argentina de Migraciones, recibe
todos los días a inmigrantes que necesitan
asesoramiento, con complicaciones de todo tipo;
también hace la salvedad de que, muchas veces, son los
mismos extranjeros los que -por desconocimiento o por
desfases culturales- pecan de negligentes. "A menudo
sucede que son ellos mismos los que no mandan a sus
hijos a la escuela ni inician los trámites para el DNI. No
se puede exigir todo de una Nación, el migrante también
tiene que poner de su parte. En este sentido, creo que la
Argentina les da bastante", agrega Cervellín.

Esto lo tiene en claro Teresa Orellana Ceballos, quien


llegó hace dos años de Bolivia con un objetivo claro:
ahorrar lo suficiente como para poder volver a su país y
comprarse un lote para dejarles a sus hijos.
Vino junto con su marido y sus 5 hijos, que van desde
los 3 a los 11 años y se instalaron en la villa 21-24 de
Barracas. "Vine a buscar trabajo y ganar un poco más
porque no me alcanzaba para alimentar a mis hijos. Yo
hace 10 años que no trabajaba porque me tenía que
ocupar de los nenes y ahora hago algunos trabajos de
limpieza que me dan $500 por mes", dice Teresa, quien
deja a su hija de 11 años a cargo de sus hermanos más
chicos, mientras ella no está en la casa.

Su marido es albañil por cuenta propia y todavía no


empezaron ningún trámite para regularizar su situación
legal. Una de sus mayores dificultades fue conseguir una
pieza porque nadie le quería alquilar con tantos chicos.

Teresa tiene muy en claro que 2015 es su fecha límite


para volver a Bolivia, con todo lo que hayan podido
juntar. "Los adolescentes acá empiezan a robar y a
drogarse y yo no quiero eso para mis hijos. Por eso sé
que sólo nos vamos a quedar unos años más", agrega.

Cervellín aporta un abordaje interesante a la


problemática de los inmigrantes en el país, y es la
necesidad de poner el foco en lo laboral. Para él, hay que
elevar el concepto del extranjero a la categoría de
trabajador migrante y generar políticas que mejoren las
condiciones de todos los trabajos. "Los inmigrantes no
vienen para cambiar el aire sino a conseguir un mejor
trabajo. Entonces, hay que aportar a que más allá de la
nacionalidad o de lo que uno haga, todos tengan un
trabajo digno por el que cobren una buena paga", dice
Cervellín.

A su vez, hace responsable de la reciente ebullición que


desembocó en los hechos violentos del parque
Indoamericano a la falta de un proceso de
interculturalidad, capaz de lograr una síntesis entre
todas las culturas que habitan el territorio. "Es necesaria
una integración que permita llegar a una síntesis de lo
bueno de las culturas. Este es un proceso muy lento que
lleva a la interculturalidad. Uniendo las culturas
llegamos a tener una humanidad que se enriquece
mutuamente, y le aporta una realidad diferente a otro
que no la conocía", concluye Cervellín.

En definitiva, la Argentina sigue siendo un país de


fronteras abiertas y atractivo para los inmigrantes. El
desafío es que éstos -como todos los argentinos- puedan
tener asegurados sus derechos básicos y llevar una vida
plena.

Por Micaela UrdinezDe la Fundación LA NACION

Causas migratorias

"Los motivos principales por los que los paraguayos (al igual que los bolivianos)
superaron en número a los inmigrantes europeos –italianos y españoles– han
sido, básicamente, el mantenimiento constante del movimiento de poblaciones
entre Paraguay y Argentina, a la vez que la detención –ya histórica– de los flujos
europeos hacia la Argentina", explica Halpern sobre los cambios de composición
migratoria entre 1869 y 2001.

La migración paraguaya tuvo picos tras la enajenación de tierras públicas que


siguió a la derrota de la Guerra de la Triple Alianza (1865-1870), la guerra civil
de 1947 y especialmente la dictadura de Alfredo Stroessner (1954-1989).

Asimismo, en consonancia con los propios movimientos internos argentinos, la


masa de inmigrantes paraguayos se insertó al principio en labores agrícolas en
las provincias del nordeste para pasar a tareas industriales, en la construcción y
los servicios en Buenos Aires y su conurbano desde la década de 1950 hasta
nuestros días.

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