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Subjetividades amenazadas:

testimonios de jóvenes en contextos de violencia

Jeannet Quiroz Bautista*


América Espinosa Hernández**
Mario Orozco Guzmán***
Ricardo García Valdez****

Resumen. La persistencia de la violencia en México ha incidido


en la conformación de nuevas subjetividades a partir de su inte-
riorización como una forma de resistir dentro de una sociedad
en la que la palabra ha perdido su efectividad simbólica. La
adscripción de jóvenes al crimen organizado y la manifestación
de conductas violentas, en cualquier ámbito, es cada vez más
frecuente. El silencio y el miedo operan como fuentes de legiti-
mación de la misma. El presente trabajo muestra algunas líneas
de reflexión en torno a testimonios de jóvenes que habitan en
contextos de violencia ligados al narcotráfico. Dichos testimonios
ilustran cómo estos perciben su vida en un contexto donde las
únicas opciones aparentes son la asimilación o la indiferencia.

Palabras clave. Violencia, subjetividad, grupo, imaginario, ley.

*  Profesora Investigadora de la Facultad de Psicología de la Universidad Michoacana


de San Nicolás de Hidalgo, México. Correo electrónico: jeaquib@yahoo.com
**  Profesora Investigadora de la Facultad de Psicología de la Universidad Veracruzana,
México. Correo electrónico: amespinosa@uv.mx
***  Profesor Investigador de la Facultad de Psicología de la Universidad Michoacana
de San Nicolás de Hidalgo, México. Correo electrónico: orguzmo@yahoo.com.mx
****  Profesor Investigador adscrito al Instituto de Investigaciones Psicológicas de la
Universidad Veracruzana, México. Correo electrónico: rigarcia@uv.mx

Volumen 15, número 37, mayo-agosto, 2018, pp. 15-42 Andamios 15


Jeannet Quiroz, América Espinosa, Mario Orozco y Ricardo García

Threatened subjectivities:
testimonies of young people in violent contexts

Abstract. The persistence of the violence in México has allowed


new ways of subjectivity through its internalization as a way
to resist in a society where the words have lost their affectivity.
The ascription to organized delinquency by the youth or the
manifestation of violent behavior in different ambits has become
more frequent. The silence and the fear also work as sources to
legitimize this violence. The present paper presents some lines
of thought about the testimonies of young people, who live in a
context where the settlement of organized crime is accentuated.
Their testimonies illustrate how they see their lives in a context
that appears to present only two options: to assimilate or to be
indifferent.

Key words: Violence, subjectivity, group, imaginary, law.

Introducción

Tras el avance del narcotráfico en México, la violencia se ha convertido


en parte inquietante y perturbadora de la vida social; se presenta de
manera cruenta y brutal a través de los medios de información y las
redes sociales, donde se exponen con acentuado interés escenas de
decapitaciones, ejecuciones, asesinatos, fosas comunes, feminicidios,
etcétera. El escenario visual de esta violencia y sus´ efectos no deja de
evocar la pintura del siglo xvi de Pieter Brueghel, que exhibe un maca-
bro Triunfo de la Muerte. El narcotráfico ha traído consigo la ferocidad
de sus pugnas entre cárteles, lo virulento de su afán punitivo y ven-
gativo respecto a deslealtades y traiciones y, también, lo desmesurado
de su voluntad al infundir horror en la ciudadanía. Ha portado una
violencia sui generis donde destaca el repudio a la significación simbó-
lica de la sepultura y la ostentación de lo real crudo de la muerte. Pero
también, ha configurado un ominoso modus operandi que los mismos

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medios y redes encuentran en comportamientos de niños jugando a


cobrar la cuota o en el de estudiantes extorsionando a sus profesores
por una calificación. Es así como se ejerce una violencia sobre la que
se alardea, la cual en su despliegue de presunto poder absoluto resulta
fascinantemente seductora. Y, del mismo modo, esta demostración de
violencia expone la figura del narco como “alguien” que ejerce poder
de manera grandilocuente y que genera atracción como identificatorio de
la ambición.
La violencia es un término difícil de definir pues posee múltiples
sentidos y significaciones. Se emplea, de manera general, para nom-
brar mucho de lo que en la vida diaria estremece al ser humano, para
describir las imágenes de asesinatos, secuestros, violaciones, robos
y demás crímenes expuestos en los medios y los cuales, a su vez, se
trasmiten a través del relato oral. Violencia es una palabra que, si bien
surge como sustantivo, para poder definirla es necesario acompañarla
de otro término que la acote y que, de cierta forma, la contenga como
una especie de apellido que demarque su filiación y al mismo tiempo
delimite aquello que se intenta describir. Por su parte, Blair (2009) cree
que una de las problemáticas para la definición del término radica en la
utilización de una misma palabra para describir diferentes escenarios,
la considera un término muy extensivo que intenta explicar fenómenos
que van desde la violencia criminal hasta la agresión militar. Por ello
advierte, siguiendo a Sémelin (1983, p. 17), que “a quien habla de la
violencia, de su violencia, hay que preguntarle qué es lo que entiende
por ella.”1 En este sentido, la violencia sobre la que aquí se habla no es
aquella pensada como fenómeno, sino aquella que se define por lo que
cada sujeto designa como tal. El presente trabajo se adscribe a la pro-
puesta de Askofaré y Sauret (2002, p. 242): entre la violencia del mun-
do natural, que le interesa a los filósofos de la naturaleza, y la violencia
sociohistórica, que les interesa a los sociólogos, habría la posibilidad de
apertura hacia a una dimensión subjetiva que implicaría simultánea-
mente a “el sujeto (que presupone al Otro), su goce (sus modalidades)

1  «Aqui parle de LA violence, de SA violence, il faut toujours demander ce qu’il entend


par là». Esta y las traducciones que siguen son propias.

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y el lazo social”.2 Es decir, se trata de hablar sobre violencia a través del


sujeto, de “aquella subjetividad que es cuestionada por la violencia”
(Wieviorka, 2001, p. 339).
Wieviorka (2005) propone estudiar la relación entre violencia y
subjetividad bajo la premisa de que esta destruye todo lazo social, pero
al mismo tiempo propone otros que definen ciertas modalidades de
subjetividad. El autor plantea que se pueden establecer cinco figuras
de sujeto a partir de la relación entre este y la violencia: el no-sujeto,
el anti-sujeto, el hipersujeto, el sujeto flotante y el superviviente. En
particular, la violencia que está unida al narcotráfico compromete una
posición de no-sujeto, pues en el caso de los sicarios la violencia se
apropia de la banalidad del mal y se despliega de manera irresponsable
bajo la coartada de obediencia al jefe. Se trata, por lo tanto, de instan-
cias del cumplimiento del deber y de la obediencia a un jefe.
Frente a dicha realidad, resulta necesario preguntarse en torno a esa
violencia aportada por el fenómeno del narcotráfico, la cual propone
condiciones de sojuzgamiento e intimidación a ultranza. No sólo apa-
rece la posición de no-sujeto en quienes ejercen la violencia, también
aparece una dimensión anti-sujeto en las víctimas que son arrojadas
en vías públicas o colgadas en puentes con mensajes que aluden a un
estatuto inhumano (se les trata como animales o cosas, francamente,
inhumanos). A su vez, se encuentra presente la categoría de violencia
de hiper-sujeto que esgrime un discurso que parece no sólo justificar las
acciones de destrucción sino también hacerlas plausibles. La venganza
se discierne como argumento, lo mismo que la expansión territorial,
con la finalidad de obtener mejores ganancias económicas; incluso, se
puede hablar de una presunta “protección” a la ciudadanía contra las
acciones de otro grupo criminal que pudiera pretender apoderarse de
vidas y propiedades, de tranquilidad y honestidad de sus gentes.
Otro aspecto de violencia es el que se refiere a la supervivencia.
Aquí se presenta una especie de encrucijada para el sujeto que tiene
que responder con violencia ante el asedio violento de otro. Está en
juego la vida propia o la vida de otro que parece haber llevado su
extremo poder a los límites mismos de la existencia. Por último, el

2  «Le sujet (qui présuppose l’Autre), sa jouissance (ses modalités) et le lien social».

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sujeto flotante es aquel cuya violencia surge como una respuesta a una
insoportable sensación de negación de su subjetividad o a la amenaza
de desubjetivación y encuentra en la destrucción o la autodestrucción
la única vía posible para salir de la condición de objeto-víctima y como
resultado obtiene reconocimiento.
¿Cómo resistir estas condiciones de violencia que comprometen la
posición de sujeto? Es el sociólogo alemán Hans Joas (1999, citado en
Wieviorka, 2005) quien ha propuesto la concepción de sujeto como
alguien que en su carácter creador posee la posibilidad de construirse
como ser singular con la capacidad de formular sus elecciones y de re-
sistir a las lógicas de dominación, una de ellas es el crimen organizado
enlazado a las políticas de Estado. La violencia es una problemática que
entrelaza diversas dimensiones del sujeto. Específicamente, la violencia
relacionada con el narcotráfico ha dejado su impronta en el lazo social,
afectando tanto a las personas directamente relacionadas con el mismo,
ya sea en su condición de actores o de víctimas, como a todos los suje-
tos que conviven en esta sociedad.
Teniendo como contexto todo lo anterior, en el presente trabajo se
muestran algunas líneas de reflexión, resultado de una investigación
más amplia, en torno a las representaciones imaginarias y simbólicas
asociadas a modelos de la violencia y las repercusiones que tienen a
nivel subjetivo y social, según los discursos de ciertos jóvenes inmersos
en contextos de violencia. Se parte de la premisa de que la violencia se
relaciona de forma directa con el sujeto y el lazo social, por ello se consi-
deró importante reflexionar sobre su diversa significación a partir de un
trabajo grupal, tomando como base la propuesta de Rene Käes (1995),
quien concibe al grupo como un modelo de relación y expresión de lo
social a través de dos series de representaciones: psíquicas y sociocultu-
rales y, también, de un encuentro de alteridades e identidades.
El grupo con el que se trabajó estuvo conformado por sujetos que
han vivido en condiciones donde la violencia del narcotráfico ha tenido
un gran nivel de incidencia a nivel social, siendo o no víctimas directas
de esta. Se buscó, como plantea Conde (2009, p. 49), que “el decir del
grupo se relacione, se produzca desde el lugar social que comparten
los asistentes y que unifica al grupo”; y al mismo tiempo, se trató de
dilucidar la posición subjetiva de ellos en ese contexto específico.­

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El trabajo se llevó a cabo en un municipio del estado de Michoacán,


situado por Global Peace Index (Institute for Economics & Peace) en
2015 entre los cinco más violentos de la República Mexicana. Siendo
además, según el reporte, el único estado donde la violencia ha incre-
mentado de forma drástica a causa tanto del tráfico de droga como de
los enfrentamientos entre cárteles. De la misma manera, se le considera
como poseedor de los más altos índices de crímenes por armas a nivel
nacional, en donde al menos el 70% de los homicidios recaen en la
población civil a manos del crimen organizado (Lemus, 2015).
El grupo estuvo conformado por un total de 10 participantes: 7
mujeres y 3 hombres, entre 20 y 23 años. Los integrantes pertenecen a
la misma institución educativa; sin embargo, no todos eran originarios
de la misma zona poblacional, ya que dicha institución reúne a jóve-
nes de diferentes zonas. Así mismo, otra de las características de dicha
población es que reúne a jóvenes de diferentes estratos socioeconómi-
cos, pues sólo existen dos escuelas de educación superior en la región.
Se trabajó un total de 7 sesiones, con una duración de 2 horas cada
una. Para la conformación del grupo se lanzó una convocatoria en una
institución de educación superior abierta a quienes se interesaran por
participar en un grupo de trabajo acerca de la violencia en su contexto.
La modalidad de trabajo grupal propuesta mantiene una línea entre
lo reflexivo y lo terapéutico, ya que si bien se buscaba profundidad en
las reflexiones, no se trataba de un trabajo clínico con los integrantes,
pero sí se buscaba la apertura discursiva suficiente para profundizar en
los elementos subjetivos de la violencia en su acontecer cotidiano. De
la experiencia grupal se expondrán en este artículo solamente tres frag-
mentos de secuencias discursivas. Se trata de aquellos que se relacionan
directamente con la violencia ligada al narcotráfico y permiten abrir
la reflexión respecto a la postura de los jóvenes frente a esta, desde
una de resistencia, como observador, víctima o coparticipante. Por lo
tanto, se retomaron y destacaron aquellas participaciones individuales
que tuvieron eco y fueron reiteradas en el discurso grupal, partiendo de
la premisa de que el carácter recurrente de un tema posee un carácter
estructurante y de vinculación en el trabajo grupal (Käes, 1995).
Con este propósito y con la finalidad de acotar la información ob-
tenida a través de las sesiones, las secuencias discursivas se presentan

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no como una trascripción literal en su totalidad; sino que se optó por


ir narrando el acontecer grupal, tratando de resaltar algunas frases y
conversaciones acaecidas en momentos específicos. Estas fueron expre-
sadas de manera individual y confluyen con las posturas del resto del
grupo o con sectores del grupo. Así, con la finalidad de identificar a
cada presentación del discurso individual, se usará la forma típica del
diálogo; para identificar de mejor manera a cada participante, se usarán
las letras del alfabeto de la A la G para referirse a las mujeres y de la
H a la J para los hombres. Es importante notar que del discurso se
omitirán las referencias a nombres y lugares específicos para conservar
la privacidad y el anonimato de los participantes.

Primera secuencia: de la crítica al otro a la violencia mortífera

El primer elemento que aparece en el trabajo grupal es aquel que se


refiere a la descripción del contexto, el cual se considera hostil. Dicha
hostilidad va desde la intolerancia a la diferencia y el rechazo al cambio,
hasta aquel que deviene en el uso de prácticas violentas ya establecidas
en la comunidad y otras más que se refieren a violencias actuales en la
sociedad. Esta hostilidad del contexto aparece plasmado, en primera
instancia, dentro del discurso de uno de los participantes con la frase
A: me quiero ir de aquí,3 y reiterada por el grupo. Una de las principales
causas de este deseo de salir e irse de ese contexto es, como lo expresa
la misma participante, sentirse parte de un ambiente que se caracteriza
por estar saturado con muchas violencias, mismas que hacen que los
jóvenes sientan una imposibilidad para seguir viviendo en ese lugar. El
grupo comienza por describir una serie de formas en las que perciben
lo que llaman “violencia”. La primera a través de las llamadas “críti-
cas”: G: no pueden ver alguien diferente, o alguien quien piense más allá
porque luego, luego empiezan a criticar y a criticar. Paulatinamente, estas
pequeñas intolerancias se tornan, en el discurso de los jóvenes, en algo

3  Estey todos los fragmentos del discurso que fueron expresados dentro del grupo de
estudio, se reprodujeron en el presente artículo respetando la sintaxis de quien narró
la experiencia.

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peligroso; dejan su carácter simbólico y pasa a convertirse en acto: H:


no es así como de la crítica de ahí entre personas está bien, pero hay gente de
que va y te lo dice y ya eres objeto de agresión en la calle o cosas por el estilo,
así que pues…
Tras abordar el tema de la intolerancia, surge una inquietud en el
grupo, los hombres insisten en hablar sobre la falta de empleo y cómo
esta se suma a los elementos que contribuyen a esa necesidad de querer
salir de aquel lugar donde no se puede, idea constante que se expresa en
diversos momentos. También surge otra representación de la intoleran-
cia, ahora dirigida hacia una cuestión de género. El grupo discute sobre
un contexto en el que no hay empleo, advirtiendo que el actual resulta
esclavizante, de pago no muy buena y donde se solicitan señoritas, como
dice H; y J agrega: tiene que ser mujer porque eso es lo que jala ahí. Tienen
que ser mujer porque eso es lo que realmente pide la sociedad. Sin embargo,
esta posición de supuesto beneficio para las mujeres trae de la mano
una desventaja, ya que este favoritismo acarrea peligro. Los integrantes
del grupo describen cómo los trabajos que solicitan exclusivamente
mujeres son aquellos en los que se las busca por su atractivo estético.
H: es que es más atractivo que las mujeres estén en un ciber, tener a una
muchacha que te atienda que sea bella a un muchacho. Ahora bien, dentro
de otro contexto dicha situación no provocaría ningún riesgo y pare-
cería ser una ventaja; sin embargo, las mujeres del grupo exponen que
dicha circunstancia las deja por el contrario expuestas a ser agredidas
y violadas.
La percepción de ventaja/desventaja laboral es compartida por los
hombres y las mujeres del grupo. Pese a esto, son ellas quienes dejan
claro que existe, como una constante, el miedo a la violación, pues es
una posibilidad inminente dentro de su realidad. Este miedo se presenta
dentro del discurso de las mujeres asociado a un conjunto de historias
y narraciones acerca de otras mujeres que han sido violadas o abusadas
tanto por desconocidos y familiares como por autoridades institucio-
nales. Lo que un primer momento es expresado por los hombres como
queja acerca de las supuestas prerrogativas de las mujeres, termina de-
velando una vulnerabilidad social, misma que es reconocida por estos.
Sin embargo, los jóvenes conceden que la sensación de peligro, de
amenaza, no está centralizada en las mujeres, aparece como algo que se

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extiende y posee una condición de ubicuidad. Se inscribe en cualquier


persona, conocida o desconocida. La mirada propia o la del otro ve­
hiculiza hostilidad, reto y odio. Si las armas son vehículos de intimida-
ción, los vehículos devienen en potencial arma criminal.

J: Aquí ya no sabes ni con quien te topas, porque ya cualquiera...


te puede… traer arma, sacar la pistola, yo por eso ya no salgo.
H: Ya no puedes ni saludar al que iba en la prepa contigo.
F: O simplemente te le quedas viendo a alguien que como que
conoces y ya te quieren echar como problema o algo así.
H: Ya ni tanto es el arma, es por cualquier cosa, de que porque
traen carro ya te lo avientan o cosas por el estilo o ya directamen-
te el arma, hasta con una moto ya se sienten.
D: Intentan dejar claro que ellos son más que tú. Así es la vio-
lencia aquí.

Estos discursos remiten a la facilidad con la que se desencadena una


situación de violencia. Esta puede emerger a partir de una simple mi-
rada, que puede considerarse ofensiva para alguien, hasta el hecho de
que un arma o una moto exacerba los sentimientos de superioridad,
marcando particularmente una diferencia en cuanto a la capacidad de
sometimiento al otro. Se podrían extraer muchas reflexiones de esta
secuencia, sin embargo en este momento prestaremos atención al des-
lizamiento que se da en el discurso desde la crítica hasta la violencia.
El contexto se define a partir de una crítica mordaz que lleva a
los sujetos a querer salir prácticamente huyendo del lugar, pero ¿qué
posee la palabra para generar esa reacción? La crítica es una forma de
preservar la identidad, dice Páramo-Ortega una forma de diferenciarse
del otro y al mismo tiempo de identificarse con un grupo, la críti-
ca sirve para discernir entre el yo y el otro. En cierta forma, la crítica
estaría vinculada al proceso formativo del yo, porque “criticar es no
tolerar por completo la diferencia, la alteridad del otro. […] crítica e
into­lerancia son conceptos secretamente enlazados” (Páramo-Ortega,
2006, p. 324).
Criticar es un modo de preservar la identidad propia, una manera
de no confundirse con el otro. Freud usa el término narcisismo de las

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pequeñas diferencias para referirse al fenómeno por el cual, vía identi-


ficación, es posible conformar el lazo social, es decir, ligar el amor a
una multitud “con tal de que otros queden fuera para manifestarles la
agresión” (Freud, 2001[1930], p. 111). Este narcisismo se jugaría en
dos frentes. Por un lado, permitiría la cohesión y protección de aquellos
que comparten algo con el individuo y, por otro, promovería la intole-
rancia de aquello que es diferente. Desde esta perspectiva, toda práctica
de tolerancia traería implícita una de intolerancia. El narcisismo, en su
afán de preservación, toma toda divergencia como crítica intolerable,
en una especie de hipersensibilidad que predispone al odio y a la agre-
sividad respecto “al extraño, al diferente, al que no concuerda conmigo
y que más bien sostiene un rasgo que suscita una aversión insuperable”
(Orozco Guzmán, 2014, p. 147).
Asoma, entonces, un doble movimiento en donde por un lado hay
una separación de ese otro, de esa alteridad que no soy yo, y a su vez,
el sujeto se diluye en el grupo, en el del rasgo compartido. La crítica
operaría como un recurso reparador de un narcisismo amenazado en
donde “ante el debilitamiento del sentimiento de la propia identidad, el
otro se ha convertido en una amenaza para mí” (Páramo-Ortega, 2006,
p. 231), por lo que ofrecería una salida a la agresividad. Pero en este
contexto del cual hablan los y las jóvenes, la crítica se torna en un acto
violento. La diferencia del otro ya no es sólo algo que se señala, es algo
que no se soporta, se agrede, se amenaza, se viola y entre más fuerte es
la amenaza, más fuerte es la respuesta violenta. La palabra, por lo tanto,
pierde su efectividad e incluso la mirada se convierte en una afrenta de
vida o muerte.
Esta reciprocidad entre amenaza y respuesta violenta se puede ver
en la caracterización que hace el grupo de la violencia como ostentación
de dominio sobre el otro. Páramo-Ortega (2006) describe cómo una de
las caras de la crítica es el hecho de querer demostrar que se está por
encima de lo criticado. Como resultado, las diversas manifestaciones
de violencia descritas se convierten en una búsqueda de poder. Es así
como poder y violencia se entremezclan y confunden, no se trata de una
violencia ejercida con el fin de robar o adquirir ganancia monetaria,
sino de una que intenta imponer jerarquía, traduciéndose esto en rela-
ciones de poder y apetencia de sometimiento.

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En esta búsqueda de poder las armas toman un rol estelar como


un medio de alarde. Para Sofsky (2006), el arma existe como potencia
y es solamente el acto humano el que lo convierte en instrumento de
destrucción, es por ello que un objeto es sólo un objeto hasta que es
investido por la subjetividad humana. El carácter destructivo de un
objeto está en la condición humana y no en el objeto per se. Por su
parte, Lacan establece que en el alarde, la seducción y el despotismo
entre dos niños se establece una relación de identificación, ya que en
estas acciones hay una paradoja: “la de que cada compañero confunde
la parte del otro con la suya propia y se identifica con él” (Lacan, 2003,
p. 47). En el caso de las armas parece haber un movimiento similar,
el sujeto que las porta se funde y confunde en ella y, en consecuencia, el
arma toma forma de un ideal de sí mismo.
El objetivo de mostrar el arma es conseguir colocarse sobre otro,
demostrar que se es más que el otro y se establece una especie de me-
tonimia: me respetan porque tengo un arma, soy más porque tengo un arma,
que se contrae y convierte en un: soy más, tengo respeto, soy el arma. Hay
una alienación del sujeto al objeto: “el arma le hace más fuerte, acrece
su poder y su confianza en sí mismo […]. El arma infunde coraje y da a
las intenciones un objetivo y una figura […], el arma materializa el ideal
de su cuerpo” (Sofsky, 2006, p. 30). Es por ello que no resulta extraño
el trato que se le da a las armas o a la decoración de las mismas. En el
mundo del narcotráfico, la decoración de las armas, que se incrustan
de oro, provee estatus, y, en otros casos, el arma pasa a formar parte del
individuo al ser tatuada en su cuerpo.
Empero, la problemática planteada por estos jóvenes no parte del
hecho de la mera posesión de las armas, sino de lo difuso de la amenaza
causada por el no saber. El arma ya no se encuentra suscrita al Estado o
a un cierto grupo, sino que la posesión de ese objeto ahora puede estar
en cualquiera. El significante cualquiera adquiere un lugar singular en el
discurso de los jóvenes, ya que devela por un lado, la posibilidad abierta
de la amenaza y la angustia que ello suscita creando una posible posición
paranoica ante el contexto y, por otro lado, marca una imposibilidad para
nombrar o señalar aquello que hace mal al contexto. Se nombran los
efectos de la violencia mas no al ejecutor, el cual aparece como un per-
sonaje incierto, tanto como la situación desencadenante de la violencia.

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Estas incertidumbres se presentan a nivel social y familiar. Existe


una transformación en la persona, quien antes resultaba cercana por
sus vínculos de amistad y ahora deviene en personaje hostil. El cono-
cido se vuelve extraño, alguien a quien no se puede mirar. El otro es
fuente de peligro inminente, esto puede tal vez entenderse a través de
lo que Freud nombra como Das Umheimliche, es decir, lo “ominoso”,
pero que en su raíz alemana se traduciría como lo “no familiar”, y el
psicoanalista vienés define como “aquella variedad de lo terrorífico
que se remonta a lo consabido de antiguo, a lo familiar desde hace
largo tiempo” (Freud, 2013[1919], p. 220). El autor se pregunta cómo
es posible que algo que era familiar se convierta en terrorífico. En la
siguiente secuencia discursiva se muestran elementos que ayudarán a
entender lo antes señalado.

Segunda secuencia: la venganza y la búsqueda de reconocimiento

Dentro del grupo se comenta que la situación de violencia no siempre


ha sido tan grave, con anterioridad se escuchaban ya historias sobre
asesinatos, robos o violencia hacia las mujeres; sin embargo, eran su-
cesos acaecidos en otros lugares y siempre se recomendaba no meterte,
según C. Lugares donde es común escuchar que alguien mató a otra
persona porque lo vio feo o que un chavo macheteo a la novia o al nuevo
novio de la ex novia, y cosas por el estilo (H). Los integrantes del grupo
logran percibir un antes y un después, a pesar de que no pueden ubicar
el momento preciso en que esto ocurrió. De igual manera, alcanzan
a avizorar que aquello que alguna vez fue ocasional terminó por
convertirse en algo habitual. Empiezan a presentarse actos violentos
que se atribuyen al crimen organizado: robos, secuestros, asesinatos,
tableadas,4 etcétera. Todas estas actividades, plantean ellos, tienen como
característica común permanecer impunes y realizarse con cierto grado
de cinismo y complacencia de parte de las autoridades.

4  Los participantes explican que “tablear” se refiere al castigo que imponían los nar-
cotraficantes a los jóvenes que se encontraban tarde en las calles haciendo desorden.
El castigo consistía en golpearlos, ya sea en las nalgas o en las piernas, con tablas, las
cuales en ocasiones tenían clavos incrustados.

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Poco a poco los integrantes del grupo se van sintiendo en confianza


y pueden hablar sobre el fenómeno que experimentan dentro de su
cotidianeidad. Si bien resulta difícil nombrar algo que se considera
el punto de origen de un cambio negativo, paulatinamente existe una
apertura en el discurso y se aborda con libertad el tema del narco. Cabe
destacar que dicho tópico surgió después de tres sesiones y fue de la
siguiente manera:

G: aparte también lo del narcotráfico aquí, antes no se veía tanto


y bueno, tiempo reciente, se ha visto poquito más… Bueno a
mí una vez me pasó, iba saliendo de una fiesta y nos paró una
camioneta y nos detuvo y nos dijo: a dónde van, y les dijimos:
a nuestras casas, y dijeron: menos mal porque si no los vamos a
subir, y sacaron la pistola y nos apuntaron. Estaba bien chiquillo
yo, creo iba saliendo de la secundaria yo creo, y dije: no pues
no, nos echamos a correr a nuestras casas (risas del grupo). Es
el miedo que te mete la gente para ya no querer ni salir de tu
casa, o no estar tan mucho afuera, porque a varios sí me platican
amigos que sí los tableaban.

Fue de esta manera que al aparecer la palabra “narcotráfico” en el dis-


curso surgió el testimonio sobre una experiencia de violencia vivida di-
rectamente. De esta forma, se presentó la primera implicación subjetiva
de una situación violenta relatada. Cabe destacar que este recuerdo al
narrarse frente al grupo produjo risa y no miedo. Es decir, una expe-
riencia que en su momento infundió terror y angustia, al rememorarse
obtuvo un sentido opuesto. Tal vez la risa surge como efecto de ahorro
del sistema defensivo innecesario al poner en palabras el pánico susci-
tado (Freud, 2003[1905]).
Al seguir discurriendo sobre la transformación del contexto, se ha-
bló sobre un cambio de orden: tanto en el sentido de condición social,
como en el sentido de establecimiento de un mandato. En este último,
se identificó una inversión en las relaciones de poder, como lo demues-
tra el siguiente testimonio:

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H: Digamos como que el orden cambió, por decirlo de alguna


manera. Antes estaban los que daban trabajo y los que trabaja-
ban para, ahora era como tú trabajas para mí: tienes, tienes que
pagarme la cuota, digamos como en esta clase de orden, digamos
cambió. ¿Cómo decirlo?, bueno lo puedo decir, era como un
caso “X”, era una persona trabajaba para, bueno con mi papá.
Era como el… al que como que capacitas, el que sabía manejar
la maquinaria y de pronto, cuando empezó todo esto, él pues
renunció. Pasaron como los meses y al año el que iba a cobrar
la cuota era él. Y ya no era de dirigirse como Don X. Digamos
esta, esta persona era como muy amiga, como muy cercana a la
familia porque como desde creo los 14 años comenzado a trabajar,
digamos para mi papá o con mi papá, o como quieran llamarlo.
Y de repente, pasó de decirle a mi papá le dicen Don X, no le
decía Don X, ahora llegó a decirle cosas y decirle: “a ver hijo de…
pague y cosas por el estilo”.

En el caso anterior se nota cómo reaparece el tema de la transformación


del amigo en enemigo, del cercano a la familia en el extraño, del sub-
yugado en jefe. El cambio de orden tiene que ver con quién es ahora
la persona que da las órdenes y quién, en este caso, pone orden en la
localidad y en la realidad.
A partir de esta narración el grupo comenta sobre otros casos donde
personas conocidas, los empleados, los encargados de cargar cosas o de
actividades menores, fueron los que posteriormente regresaron a cobrar
la cuota. B expresa ahora yo soy el que está sobre ti, por decirlo de alguna
manera y, al hacerlo, describe su visión respecto a cómo se posicionan
estas personas. El narcotráfico permite que ellas se erijan como au-
toridad en la localidad, haciendo uso de la extorsión para lograr una
especie de vindicación y reivindicación. Varios miembros del grupo
plantean cómo gente que anteriormente tenía negocios, que prosperaba
en los mismos, terminó siendo objetivo criminal a través del secuestro
o la extorsión. Finalmente, dicho panorama ha llevado al autoexilio a
los antiguos miembros de la comunidad.
Continuando con los testimonios, un participante señaló que la
gente que entró al narcotráfico no sólo buscó cobrarse afrentas reales o

28 Andamios
Subjetividades amenazadas: testimonios de jóvenes

imaginarias en el ámbito laboral, sino que también sirvió para el cobró


de afrentas amorosas:

H: Una vez… un chavo de estos que se metió al narco, y todo


esto, a una chava digamos como pudiente o algo por el estilo, y
luego ya cuando tenía la camionetota, el arma, el fajo de billetes
en la bolsa y así, fue como ¡ah!, ¿te acuerdas cuando me viste
menos o así? O sea, la muchacha ni en cuenta, o sea, no sabía ni
quién era ni nada, pero él fue a restregarle y decirle: te acuerdas
cuando me veías de esta manera. Mira ahora lo que soy. Y cosas
por el estilo.

El grupo llega a una conclusión: si bien es cierto que llegó gente de fue-
ra con el narcotráfico, su éxito en esta localidad se relaciona de forma
directa con haber logrado que los mismos integrantes de la comunidad
se hayan adherido a sus filas. E señala: llegaron muy pocos, pero aquí se
hicieron más, con los que ya estaban aquí. No fueron tanto los que llegaron,
sino que llegaron unos tantos (F: y se reprodujeron), y entonces convencieron
a muchos de aquí, y así fue. Es decir, el crimen organizado encontró te-
rreno fértil en esta comunidad. Los miembros de ésta se dejaron seducir
por las mejoras económicas que implica un trabajo de dicha magnitud.
En especial, este discurso de sentido vindicativo resultó seductor para
personas que se sentían poco valoradas o ignoradas.
Seguidamente surge en el grupo un deslizamiento de la palabra al
tema de la indefensión. El grupo comenta cómo la policía juega un pa-
pel importante al momento de sentirse desvalidos e indefensos, resul-
tado de una ley fallida y de un sistema de seguridad que no garantizan
protección a la ciudadanía. Sobre la policía se señaló, de manera común
y general, su implicación con los grupos de delincuencia organizada:

A: Y ahorita que tocaban el tema de los… pues sí de los que están


secuestrando y eso, me decían es que uno ya no sabe con quién
ir para que te defiendan, porque si tú vas con un policía, pues
también un policía está aliado con ellos, y entonces no sabes en
realidad con quién irte. A muchos se nos hace más fácil, pues…
pues en realidad meternos o dedicarnos a eso… aquí no hay ni

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Jeannet Quiroz, América Espinosa, Mario Orozco y Ricardo García

quién te defienda, no sabes a quién dirigirte, por lo mismo de


que están igual o peor… porque luego esa persona ya tiene pues
acá palancas, por así decirlo. 5

Como se puede ver, no sólo se trata de la complicidad entre los repre-


sentantes de la ley jurídica y el crimen organizado, siendo estos últimos
los nuevos garantes de la seguridad; también, se presenta la disyuntiva
que plantea para estos jóvenes un camino fácil (el del crimen organi-
zado) y otro que se encuentra imbuido de inseguridad. Sobre esto un
miembro del grupo comentó lo siguiente: la gente lo que hacía en lugar
de acudir a la policía, y cosas así, acudían al que le pagaban la cuota y era
la forma en que recuperaban a sus hijos vivos. Porque siempre pasaba de que
iban con la policía y sí le entregaban al secuestrado pero en una caja (I).
La anterior secuencia discursiva revela la forma, específica, en que
los jóvenes modificaron sus relaciones sociales a partir de la llegada del
narcotráfico y la manera en que son representados aquellos que se unen
a sus filas; de la misma manera, expresa cómo se representan los mo-
tivos que llevaron a que dicho fenómeno ocurriera. Ríos (2009) señala
las diversas causas de incursión de lo que ella denomina “la profesión
del narcotráfico”, como la falta de empleo redituable, la falta de capital
para emprender un negocio legal y a otras características psicológicas
como un “gusto por el poder” (p. 3) y agrega: “al narcotraficante le
gusta su trabajo y le gusta más que cualquier otro trabajo que pudiera
tener en la industria legal” (p. 2).
El discurso de los jóvenes que integran el grupo deja claro que
las condiciones económicas juegan un papel importante para logar
el ingreso al narcotráfico; sin embargo, existen otros factores que
conducen a ello. No se trata sólo de la falta de trabajo y la búsqueda
de bienestar económico, sino lo que este trabajo y este bienestar abo-
nan como plus seductor a jóvenes que también tienen aspiraciones e
ideales narcisistas en un plano de grandeza y poder. Está, por un lado,
la supuesta “facilidad” con la que se pueden obtener las cosas y, por
el otro, lograr un estatus y dominio sobre aquel o aquellos que con
anterioridad habrían ultrajado u ofendieron al individuo que acaba

5  El subrayado es nuestro.

30 Andamios
Subjetividades amenazadas: testimonios de jóvenes

de ingresar al universo del crimen organizado. Unirse al narcotráfico


permite que el individuo utilice la violencia como medio para co-
brarse venganza tras la humillación sufrida al narcisismo. El crimen
organizado ofrece una vía más eficaz e inmediata a los jóvenes para
posicionarse por encima del otro al cual estaban subordinados, sobre
todo en un lugar donde las palabras pierden su sentido o adquieren
otro totalmente opuesto.
Dentro de los métodos utilizados para obtener venganza está el cobro
de la cuota. Quienes lo llevan a cabo no sólo “cobran” lo que su organi-
zación les exige para proveer una supuesta seguridad a los pobladores,
sino que, mediante ese acto y el poder que se les ha otorgado, “cobran”
la afrenta recibida (real o imaginaria). Por otro lado, la búsqueda de
venganza habla de la posición de los sujetos en un sistema en el que
se sentían amenazados y no reconocidos, un sistema en donde sólo
hay dos posibilidades: trabajar para o con. Estaban abajo y ahora están
arriba de las personas que les daban trabajo. Este retorno al individua-
lismo vengativo y codicioso es posible por el progreso económico del
narcotráfico. La posición destacada de las figuras individuales de los
jefes narcos se reproduce en la imagen de los encargados de cobrar
cuotas y todo tipo de cuentas pendientes.
El narcotráfico no perdona. Zaltzman (2008) señala que la “sed de
venganza, a menudo ignorante de sus verdaderos orígenes, se alimenta
de falsos objetivos” (p. 113). Gran parte de este escenario plagado de
cuerpos descarnados expuestos en las vías públicas, tiene su origen
en la satisfacción de apetitos de venganza. Frecuentemente, se trata de
castigar al desleal, al que traicionó al grupo pasando información a los
sistemas policiacos del Estado o a un bando criminal real. ¿Por qué
impresionar de manera aterradora a la población civil como objetivo
destacable por parte del crimen organizado? ¿Qué verdadero origen está
siendo ignorado? ¿No se advierte la manera en que se calca la ambición
insaciable del gran capitalista que pugna por expandir sus productos
en el mercado de la competitividad? En este sentido consignaríamos un
asentamiento del narcisismo patológico, propio de la condición moderna,
como dice Zizek (2004a), que se solaza en su expansión de dominio
sobre las personas. El negocio del narcotráfico no se reduce a la pro-
ducción, distribución y venta de drogas; también busca su expansión

Andamios 31
Jeannet Quiroz, América Espinosa, Mario Orozco y Ricardo García

a través de los negocios de los civiles. Su objetivo es adueñarse de me-


dios de subsistencia, de familias y de sujetos. Como si se tratara de una
auténtica catástrofe natural, el narcotráfico hace huir a quienes impacta
mediante el ejercicio de su violencia.
La figura del jefe, ahora destituido de su posición de poder, podría
resumirse en una suerte de declinación social de la imago paterna, la
cual Lacan situaba como constituyente de una crisis del orden familiar:
“declinación condicionada por el retorno al individuo de efectos extre-
mos del progreso social, declinación que se observa principalmente en
la actualidad en las colectividades más alteradas por estos efectos: con-
centración económica, catástrofes políticas” (2003: 93). El narcotráfico
ha determinado un sistema de concentración de riquezas en manos del
crimen organizado que coopta empresarios y políticos. El gran jefe nar-
co se vuelve el empleador de los que antes trabajaban para el padre de
familia y este a cambio le confiere un poder basado en la intimidación,
en la amenaza de la destrucción a la familia. El padre, en consecuencia,
pierde el derecho a ser llamado “Don” y con ello pierde también su atri-
buto de poder, autoridad y respeto. Sobre esta misma línea, Wieviorka
(2001) sugiere que el incremento de la violencia está relacionado con
la desinstitucionalización o declinación de la autoridad reconocida de
modo institucional, en este caso la del padre.
La caída de la imago paterna no se representa únicamente a través
de la venganza contra las cabezas económicas de la localidad, también
aparece dentro del discurso de los jóvenes al hablar sobre el papel de
la policía y su colusión con el crimen organizado. Se advierte, desde la
primera exposición discursiva del grupo, el deterioro de la confianza en
el ámbito de la amistad, pero también con las instituciones y el contu-
bernio entre ley y crimen. Se concluye que el cobrador de cuotas puede
llegar a ser más confiable que la policía misma, el grupo dialoga sobre
los secuestros y destaca que es más efectiva la ley de los criminales
pues ellos regresan a los secuestrados con vida; en cambio, la policía se
considera un signo funesto, un signo de muerte, un signo de ineficacia.
Los que protegen la ley no sólo son ineficientes, sino que son aliados de
los criminales al generar un implacable enredo ético.
No resulta raro entonces que en el momento de narrar esta co-
lusión sea en el que se advierte la implicación subjetiva a partir del

32 Andamios
Subjetividades amenazadas: testimonios de jóvenes

pronombre nos, ante la falta de discernimiento entre lo legal y lo ilegal.


Así, el sujeto transita hacia una nueva forma de relación con la ley, la
cual pierde su sentido debido a que ya “no se constituye como una
instancia tercera que aseguraría, de alguna manera, el hecho de que
nadie abuse de nadie. Ahora es una ley que cada cual puede doblegar.
La ley del perverso” (Espinosa, 2013, p. 35). Se trata de la ley del que
comanda al crimen organizado o una sección del mismo y, como tal,
ostenta presuntos privilegios de dominio sustentados en una inmensa
capacidad de intimidación. La adscripción al crimen organizado parece
abrir un camino de disfrute y gozo del poder otorgado por el gran jefe,
se posibilita la coparticipación dentro de su dominio y se crea una
presunta ley que dispone de nuevos lineamientos a la sociedad. Esta
“nueva ley” ofrece una imagen de poder y a cambio pide sometimiento
y servidumbre, la cual se paga con la vida, según comentan los miem-
bros del grupo. El narcotráfico, así pues, toma el lugar de semblante
de ley (Orozco, Gamboa y Pavón-Cuellar, 2016) y marca los límites de
lo permisible y lo no tolerable, impone presencia de dominio y como
instancia de orden y castigo.
Retomando el planteamiento de Wieviorka (2004) acerca del llama-
do sujeto flotante, aquel que el autor describe como un sujeto poseedor
de un vivo sentimiento de injusticia, de no reconocimiento por la con-
vicción de vivir en una sociedad que no le da lugar y, en consecuencia,
la violencia: “[…] ya que esta negación de la persona como sujeto, es vi-
vida como particularmente dolorosa por los jóvenes sin gran porvenir y
sometidos a la discriminación y el racismo”. (p. 25)6 Es decir, para estos
jóvenes la única vía de reconocimiento es la violencia o la adscripción a
grupos violentos, pues encuentran ahí una forma de reconocerse como
sujeto. Respecto a esto, planteaba Fanon (1983) que “el campesinado,
el desclasado, el hambriento, es el explotado que descubre más pronto
que sólo vale la violencia” (p. 9). Sin embargo, habrá que advertir que en
los jóvenes que se introducen al narcotráfico, aunque pareciera que sus
causas tienen que ver con situaciones de desigualdad y sus búsquedas

6  “[…] lorsque cette négation de la personne comme sujet, vécue comme particu-
lièrement douloureuse par des jeunes sans grand avenir et soumis à la discrimination
sociale et au racisme”.

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Jeannet Quiroz, América Espinosa, Mario Orozco y Ricardo García

de reparaciones, sus motivos no pueden confundirse o limitarse a los de


la lucha de clases, los cuales no tienen como fin y propósito necesaria-
mente la venganza. La violencia del narcotráfico a la cual se adscriben
los jóvenes no pretende cambiar el statu quo de los individuos, sino que
en buena medida lo mantiene, subvirtiendo solamente la localización
del poder.

Tercera secuencia: del silencio


como protección frente a la indiferencia

Durante el trabajo grupal surgió una interrogante interesante: ¿por


qué resulta más fácil hablar sobre las historias de otros, en vez de las
propias, cuando se aborda el tema de la violencia? Respecto a esto,
uno de los miembros del grupo señaló: es más fácil hablar de lo que
estoy percibiendo por fuera y no desde una violencia que estoy percibiendo
hacia mí (D). Además, concuerdan en que, aún sin darse cuenta, han
normalizado la violencia: algo muy común, que ya no nos damos cuenta
(B). Pero también reconocen que al hablar sobre las historias de otros
abren cierta brecha hacia el miedo: porque son temas peligrosos (G). Por
ello, hablar sobre eso que pasa en su contexto es algo que prefieren
omitir: es que por ejemplo, ahorita se está permitiendo hablar, pero incluso
a veces entre amigos es mejor que no […] El silencio es prácticamente como
una protección (D). Como se puede observar, a través de los fragmentos,
el espacio de diálogo posibilitó a los participantes expresar sus ideas
con libertad y sin temor; sin embargo, existieron también momentos de
censura, marcados por las frases que los participantes dejaron incom-
pletas cuando hablan sobre la violencia.
Los integrantes del grupo plantearon que no sólo se trataba de ple-
garse a la condición de mantenerse callados, sino también había que
mantenerse ciegos y ajenos. En la medida de lo posible, se trata, como
lo dice un participante, de no meterte (H). Es decir, no involucrarse o
comprometerte, lo cual puede considerarse una actitud de indiferencia
respecto a lo que acontece en su entorno. Sobre los motivos que con-
ducen a dicha actitud, se señalaron algunas situaciones en las cuales
las personas, incluso sus propios familiares, se han puesto en peligro

34 Andamios
Subjetividades amenazadas: testimonios de jóvenes

para ayudar al otro: por ejemplo, al ver a una mujer agredida tratan de
defenderla y es la misma mujer quien termina por agredir a sus defen-
sores, así lo comenta C: Yo pienso que es así como dice “H” de que como
que ya no te metes, por tu propio bienestar. Es un: pasa así, tú como si nada
y no voltees. Volverte ciego ante ciertos actos e incluso en la propia familia.
La violencia, por lo tanto, se vuelve una experiencia común y na-
tural, a tal grado que se hace invisible, como sucede en las relaciones
de pareja: el elemento de denigración del otro o de su descalificación
se vuelve una parte tan intrínseca de sus condiciones que termina por
pasar desapercibido. Dentro del contexto violento la solidaridad con el
prójimo es algo que no se aprecia ni valora; ser solidario, sostener un
lazo social de apoyo con la víctima toma un valor contrario y posibilita
que ésta violente a su protector en vez de agradecer su ayuda. El indivi-
dualismo cobra fuerza y se vuelve un arma de sobrevivencia: G: de que
lloren en su casa a que lloren en la tuya, que lloren en la suya. Así, dicha
frase es enseñada en casa y posteriormente reproducida a manera de
consigna. El mundo se transforma en una dicotomía agresiva, como lo
enfatiza uno de los participantes que ratifica la frase: te jodo o me jodes
(H). La lucha por la sobrevivencia conduce a una actitud violenta y
aparece una especie de encrucijada entre la vida y la muerte, entre la
vida propia y la muerte del otro. Todo se reduce a una realidad simple:
si algún dolor debe manifestarse que sea el del otro, bajo ninguna cir-
cunstancia el mío.
Es así como, tras el avance de las sesiones, los jóvenes van dejando
al descubierto lo que ellos consideran como la postura de los otros y,
a su vez, muestran su posición respecto a estas violencias. Dejan claro
que dividen al mundo en una dicotomía agresiva y la lucha está en
no ser el jodido y el que llora. Su realidad es un escenario de con-
frontación a ultranza que remite a la agresividad como momento de
tensión e identificación y, al mismo tiempo, se crea una competencia
imaginaria “que no tiene otra salida —Hegel lo enseña— [más] que la
destrucción del otro” (Lacan, 2001, p. 254). Esta violencia que emerge
de una disyuntiva radical tendría como fin último la destrucción del
otro, siendo esto una vía de autoconservación del yo. Wieviorka (2004)
denomina al ejecutor de esta violencia sujeto sobreviviente, es decir,
aquel cuya violencia no se manifiesta a través de pulsiones de pura

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Jeannet Quiroz, América Espinosa, Mario Orozco y Ricardo García

destrucción o por el placer de hacer sufrir, sino que se trata de una


cuestión de autoconservación de una persona que se siente en riesgo
de ser dominado, sometido o destruido por otro.
En la búsqueda de autoconservación, el silencio se vuelve indispen-
sable y, por ello, hablar con libertad sobre el tema es percibido como
algo sumamente peligroso, incluso entre amigos. Dice Sibony (1998)
que “el miedo de la violencia recuerda unos miedos originarios de estar
sin defensa ante el otro, tomado por él como objeto de goce o de otra
cosa” (p. 71). La violencia mediante la promoción del miedo conduce
a experiencias de indefensión y desvalimiento y esto se acompaña del
temor a ser capturado por otro que puede hacer conmigo lo que le
plazca. En consecuencia, el silencio se vuelve a la vez supuesta segu-
ridad pero también complicidad y complacencia ante esta captura del
otro en su goce.
El silencio surge como un recurso defensivo, se vuelve una envol-
tura que protege contra la inmanencia de un grito de llamado dirigido
al otro. Lacan (1964-65) plantea una articulación entre el grito y el
silencio, a raíz del análisis de la obra El grito del pintor noruego Edvard
Munch. El autor se enfoca no sólo en la presencia de la figura asexuada
cuya boca aparece abierta y enmarcada por sus manos, dando la apa-
riencia de que grita, sino que presta atención en la aparición de dos
figuras secundarias que aparecen dibujadas en el fondo, en una suerte
de sombras indiferentes a lo que ocurre en el primer plano, a lo que le
ocurre a aquella figura que la hace gritar y dice: “el grito parece provo-
car el silencio […], el grito hace el abismo donde el silencio se precipita
[…], es el grito lo que sostiene el silencio y no el silencio al grito. De
alguna manera el grito hace al silencio ovillarse en el impasse mismo
de donde brota, para que el silencio no se escape” (p. 57). Hablar ya no
es suficiente cuando lo que se quiere es gritar para que el otro acuda y
brinde una estructura fiable. No hay lugar para el grito o para el grito
ahogado, “el grito es atravesado por el espacio del silencio” (p. 57), por
el silencio del miedo.
El corte en el discurso, el no poder nombrar aquello que indica
peligro, marca una ruptura a nivel simbólico, es decir, si no se confía
ni en la amistad, ni en la palabra, sólo queda replegarse en el silencio.
Los jóvenes se ven conminados a no hablar sobre aquello que viven

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Subjetividades amenazadas: testimonios de jóvenes

cotidianamente, se condicionan para “no ver” lo que pasa a su alrede-


dor y, al mismo tiempo, permanecen atentos a todo aquello que se dice
socialmente, a todas esas voces de alerta. El silencio se impone ante el
imperio del miedo pero también ante el grito que reclama la presencia
del otro, un grito que haga valer a la palabra y al sujeto. Sofsky (2006)
señala que el miedo arroja a su víctima sobre ella misma, es decir, repri-
me su necesidad de movimiento y su aliento de huida, “el miedo sujeta
al hombre al aquí y al ahora. No existe nada más afuera del miedo. El
tiempo se reduce al instante presente” (p. 64) De este modo, las víctimas
terminan clavadas por el miedo, ahogan un grito que invoca la posible
solidaridad con otros que a su vez pasan indiferentes frente a la violencia.
Sofsky (2006) describe dos clases de espectadores, uno que desde
las gradas se siente partícipe de la escena que mira (a través de la mirada
participa del acto violento) y otro, el espectador no participante (aquel
que es testigo de la violencia pero intenta bloquear la percepción, ge-
neralmente caminando lejos de allí con la finalidad de no enterarse de
lo que pasa, de poner distancia interior y exterior). Este último, al man-
tenerse al margen, “en modo alguno es ignorante de lo que acontece
[…], sabe lo suficiente como para saber que él nada más quiere saber ”
(Sofsky, 2006, p. 104). La distancia que el sujeto pone entre “eso” sobre
lo que no quiere saber nada (pero está allí) no es diferente al proceso
de exclusión necesario para ejercer violencia sobre otro: el sujeto pone
distancia entre él y eso que ve, entre él y la víctima y su perpetrador;
se separa del agresor y de la víctima en medidas iguales. Inmerso en
el silencio, en esa aparente indiferencia, este espectador que concede,
permite, evita y evade, simplemente deja de lado la responsabilidad y la
solidaridad con el otro.
Los jóvenes que integran el grupo de estudio refractan aquello de lo
que son víctimas. Si a la ley le es indiferente lo que pase con los ciuda-
danos, de la misma forma, ellos asumen una postura de indiferencia.
Ya Freud lo vislumbraba en Pulsiones y destinos de pulsión (2003[1915])
cuando describió a la indiferencia como la oposición primordial, tanto
del amor como del odio, y la sitúa dentro de la polaridad yo —mundo
exterior. Es decir, estos individuos se inscriben en un proceso comple-
tamente narcisista, no en el de las pequeñas diferencias que implica el
reconocimiento del otro, de una alteridad, sino dentro de aquel donde

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Jeannet Quiroz, América Espinosa, Mario Orozco y Ricardo García

el yo se sustrae del mundo exterior. Se habita, entonces, en la ficción de


un mundo donde el yo sólo advierte que existe una realidad exterior si
ésta contiene elementos de amenaza y peligro para su subsistencia y su
bienestar. Por lo tanto, los individuos se encapsulan en el silencio por
un miedo que los podría hacer gritar, pues involucra la imposibilidad
de vivir separados del lazo social y de la responsabilidad como sujetos
sociales frente otros de su misma condición.
Habría que pensar si la embestida de la violencia, como la generada
por el crimen organizado que está aliado con las representaciones ins-
titucionales, precipita a los individuos hacia ese tipo de condición que
Zizek (2004) denominó pasividad activamente asumida, la cual implica
“encontrar el goce en una situación pasiva en la cual uno está atrapado”
(p. 85), actitud que podría leerse en la facilidad con la cual podrían
verse cooptados estos jóvenes por el crimen organizado, dejándose
seducir por los malos y desprendiéndose de todo tipo de nexo de com-
promiso con la ciudadanía en lucha contra toda forma de opresión,
configurándose un narcisismo patológico (Zizek, 2004a).
Elie Wiesel (1999), galardonado con el Premio Nobel de la Paz,
comenta respecto a la indiferencia, en una de sus conferencias:

¿Qué es la indiferencia? Etimológicamente, la palabra significa


«falta de diferencia». Un estado extraño y poco natural en el cual
no se distingue entre la luz y la oscuridad, el amanecer y el atar-
decer, el crimen y el castigo, la crueldad y la compasión, el bien y
el mal. ¿Cuáles son sus caminos y sus consecuencias ineludibles?
¿Se trata de una filosofía? ¿Puede concebirse una filosofía de la
indiferencia? ¿Es posible considerar la indiferencia como una
virtud? ¿Es necesario, en ocasiones, practicarla para mantener la
cordura, vivir con normalidad, disfrutar de una buena comida y
una copa de vino, mientras el mundo que nos rodea sufre unas
experiencias desgarradoras?

La indiferencia puede ser más peligrosa que el odio, ya que, como dice
el autor, el odio se puede crear, se puede transformar, incluso puede
suscitar respuestas, pero frente a la indiferencia no hay respuesta, ésta
únicamente es amiga del enemigo.

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Subjetividades amenazadas: testimonios de jóvenes

Conclusiones

El trabajo con el grupo de jóvenes mostró que la violencia del nar-


cotráfico no sólo dejó su impronta especifica sino también reforzó o
exacerbó algo que ya se encontraba como germen en el núcleo mismo
de su contexto local. Hasta cierto punto expuso un individualismo nar-
cisista reflejado como actitud de des-implicación subjetiva en la tarea y
el compromiso solidario. Frecuentemente se discurre cómo el problema
de la violencia en su localidad se liga con la llegada y establecimiento de
los grupos de delincuencia organizada. Sin embargo, el discurso de los
jóvenes que integraban el grupo develó un ámbito social resquebrajado
en sus cimientos. Un ámbito social en el que la violencia se encuentra
asentada y se la concibe como una más de sus expresiones culturales;
un ámbito sustentado en el imaginario de la ostentación y seducción
del poder, sea este ilegítimo o no. Un ámbito cuya desigualdad exhibe
una brecha insorteable entre los trabajadores y los empleadores, en
la que parece que la única forma de reconocimiento es la integración
identificadora a los grupos que infunden miedo o el autoexilio. La vio-
lencia ligada al narcotráfico representa, según su discurso, un camino
para engrandecerse de modo narcisista teniendo a otros bajo el control
del miedo y el silencio. Reducir a los otros a la indefensión exalta al
yo al envolverlo del poder propio de una figura dominante. En una
época donde el padre en su función simbólica e imago de respeto se
quebranta, se levanta la imagen del jefe narco que hace su propia ley o
él mismo se posiciona como semblante de ley.
Son los mismos integrantes del grupo quienes plantean, con algo
de dolor y sorpresa, que el problema no se limita a los individuos
que llevaron el narcotráfico a ese lugar, sino que éstos se ocuparon de
seducir y convencer a miembros de la comunidad para agrandar sus
filas. Bajo esta mirada, el aspecto seductor del narcotráfico se plasma
ligado al discurso de la facilidad para adquirir poder y riquezas, para
hacerse valer y reconocer a ultranza acudiendo al sentido vindicati-
vo y reivindicativo que tiene su imperativo o llamado a la violencia
radical. El narcotráfico, bajo esta lectura, ofrece una oportunidad
para fácilmente conseguir una imagen asociada a la satisfacción de
fantasías ambiciosas y también permite resarcir lo que sienten han

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sido ultrajes infligidos a su ego. La representación de la violencia que


se hacen estos jóvenes contiene algunos elementos simbólicos, ya que
a través de ella los sujetos procuran hacerse reconocer en la industria
del miedo.
Así mismo, este tipo de discurso devela cómo ellos en gran medida
han perdido la confianza en sus instituciones, producto de un Estado
que se presenta como autoritario, ineficaz y promotor del terror. Un
Estado que ha llevado a la legitimación de los grupos de delincuencia
organizada como los únicos capaces de establecer orden; sin embargo,
se trata de una ley que se sustenta en la intimidación, en el alarde y en
la imagen de lo tiránico.
Este predominio imaginario de la violencia, como ley, conduce a una
pérdida de la confianza no sólo a nivel de las instituciones supuestas
garantes de la seguridad, sino a una desconfianza que va permeando
los lazos de comunidad, la familia y las amistades. Nadie es digno de
confianza, ni ellos mismos. Ante este panorama, los jóvenes se encuen-
tran en una disyuntiva, o bien se posicionan como un sujeto flotante
que tiene que ser violento para hacerse reconocer o valer, o bien se
adscriben a la violencia como una forma de supervivencia. La única vía
entonces para resistir la violencia pareciera ser la violencia misma o la
indiferencia como alternativa no menos peligrosa.
Esta perspectiva resulta alarmante y desesperanzadora, como el
clima que por momentos se creaba en el grupo cuando sus integrantes
narraban sus experiencias. Sin embargo también abre luz sobre una
posibilidad de acción, no en una postura de confrontación ante la
violencia del narcotráfico sino de acción comunicante y comunitaria
que ataje aquella violencia que se encuentra en la estructura misma y
de la cual el crimen organizado se alimenta. La experiencia de grupo
que emprendimos ofreció una posibilidad de hablar de cosas que se
silencian y que se callan. En ese sentido se constituyó en un espacio
de apertura y superación del miedo. El pensar y hablar en libertad en
grupo surge como una forma o herramienta de resistencia en contextos
donde la palabra es amordazada por formas corruptas y corruptoras del
poder político. La constitución de este tipo de espacios representa una
posibilidad de tejer desde lo simbólico y en lo colectivo nuevas formas
de vinculación que restituyan algo de la confianza perdida.

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Subjetividades amenazadas: testimonios de jóvenes

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Fecha de recepción: 12 de octubre de 2017


Fecha de aceptación: 21 de marzo de 2018

42 Volumen 15, número 37, mayo-agosto, 2018, pp. 15-42

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