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«La gente espera alguna orientación sobre qué hacer, pero no tengo
respuestas»
El amor es típico de cómo tratamos de evitar los acontecimientos. La idea es cómo
compartir una vida, el placer e, incluso, el amor, pero sin la caída. Por eso nos
gustan las agencias matrimoniales o de contactos, el sexo seguro... Tenemos miedo
de abrirnos a la imprevisibilidad. El amor o el sexo sin el encuentro sorprendente es
como la masturbación, juegas contigo mismo y no te abres a los demás. Nuestro
consumismo se organiza así: queremos sexo, pero seguro; cerveza, pero sin alcohol;
café, pero sin cafeína; chocolate, sin grasa. Queremos jugar con seguridad. Sucede
lo mismo con la política. Todos los grandes cambios ocurren como un milagro,
bueno o malo. Recuerde la revolución iraní de Jomeini, en 1980, o ahora la plaza
Tahrir. Nadie lo predijo, pero sucedió. Una vez que ocurre, cambia toda tu vida,
como en el amor. Es el gran misterio de nuestra vida.
Sí.
No me gusta tener vida interior. Mi vida está fuera. No creo que la riqueza interna
prevalezca sobre la personalidad. Aunque soy freudiano, discípulo de Jacques
Lacan, no me gusta el psicoanálisis en el sentido de por qué debería buscar en mi
interior. ¿Qué descubres? Alguna mierda; horrores. Creo en la superficie, no en la
bondad del hombre. Creo, y esto le puede sorprender, que en lo más profundo de
nosotros somos malvados. Sólo los recuerdos superficiales o los milagros hacen que
sigamos siendo éticos.
Es una crítica muy precisa. Critico el liberalismo en sus propios términos, como el
hecho de que ofrezca libertades. ¿Pero lo cumple? No subestimo al liberalismo, hay
algo muy auténtico en él. A un nivel personal, ¿nos referimos a esa libertad de
elección elemental? Podemos comprar lo que queremos y organizar nuestra vida
sexual, dentro de unas condiciones sociales que son consultivas. Pero, ¿quién
decide cuál es el límite de esta libertad?
Sí, pero no sólo el funcionamiento material, sino el ideológico. Lo que todo buen
marxista sabe es que las ilusiones forman parte de la realidad. Si eliminas las
ilusiones, el sistema real ya no puede funcionar. La ideología no es algo que esté en
el aire. Es el cemento que une nuestras sociedades.
¿Por qué?
«Un intelectual hace algo mucho más radical: cuestiona cómo ver los
problemas»
Déjeme evitar cualquier malentendido. Si tuviese que elegir, diría que el fascismo es
marginalmente peor. Pero el estalinismo es una tragedia mucho mayor. El enigma
del estalinismo es cómo pudo un intento tan radical de traer la libertad de
emancipación acabar en semejante catástrofe. Con el fascismo no existe ese enigma.
Los fascistas dijeron lo que querían hacer: una nueva jerarquía, orden social,
dictadura... No tiene ese aspecto trágico. El estalinismo afirma traer una nueva
forma radical de comunismo que acaba en una pesadilla. Es un desafío intelectual
mucho más importante. Sin aclarar, al menos, lo que salió mal, cómo fue posible el
estalinismo, no puede surgir una izquierda realmente nueva. El estalinismo ya no es
una amenaza directa aunque, irónicamente -y me gusta esa ironía-, los países, con
un par de excepciones como Corea del Norte, en los que el partido comunista sigue
en el poder, como Vietnam y China, son naciones con el sistema capitalista más
salvaje. Los ex comunistas son los mejores gestores del capitalismo más salvaje y
destructivo.
Mucha gente sigue esperando de los filósofos alguna orientación sobre qué hacer.
Lo digo abiertamente: no lo sé. Sólo puedo aclarar en qué consiste la crisis. No
puedo dar respuestas precisas. En ese sentido, no soy un profeta. Mi deber es sólo
despertar a la gente para salir del punto muerto. ¿Dónde estamos? A largo plazo, el
sistema del capitalismo mundial no puede enfrentarse a los problemas ecológicos,
la circulación financiera, la propiedad intelectual, la biogenética, otras formas de
apartheid... Nos alegramos cuando cayó el Muro de Berlín, pero aparecen nuevos
muros por todas partes: entre Europa y África para evitar la inmigración, en
Cisjordania, entre México y EE.UU... Forma parte del capitalismo global. Cuanto
más global sea con respecto al libre intercambio de materias primas y de flujos
financieros, más habrá que limitar la libre circulación de las personas. Es el peligro
hoy.
En ese sentido, el filósofo defiende el amor a la familia, con un padre y una madre,
que en realidad es «una jerarquía»: «Deberías querer a tu padre, pero no porque
sea tu padre, sino como un igual». Más crítico se muestra, sin embargo, con la
llamada «nueva espiritualidad». El autor de «El año que soñamos peligrosamente»
(Akal) considera que esa actitud, esa «ideología espontánea», tan de moda en la
actualidad, encaja «perfectamente con el capitalismo global» y es «una forma
terriblemente eurocéntrica». Por eso, la gran lucha actual se libra entre «esta
pseudoespiritualidad pagana y la verdadera experiencia cristiana en la que deberías
reflexionar sobre el mundo e involucrarte por completo».