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El Hipódromo de Maroñas opera durante todo el año realizando carreras cada fin de semana con
unos 250 equinos de alta competencia y una afluencia aproximada de 1000 equinos/día para
entrenamiento. Con su reapertura en el 2003, una fuerte apuesta tecnológica se realizó en
Maroñas con apoyo de la Dirección Nacional de Casinos y de diferentes actores de la actividad
hípica para convertirlo en el centro hípico más moderno de Latinoamérica. El Sector Ecuestre
en Uruguay genera por concepto de salarios y servicios unos U$S 106 millones anuales, el 60%
correspondiente a peones, vareadores, capataces y otras personas de contexto socioeconómico
desfavorecido.
Las lesiones de los PSC durante las carreras son una causa importante de caídas que resultan en
lesiones y, ocasionalmente, la muerte de los jinetes. Sólo por esta razón todos los participantes
de la industria deben esforzarse por hacer lo mejor para reducir al mínimo los riesgos para los
jinetes en un deporte inherentemente peligroso.
Este punto requiere una atención especial en los ejecutores del negocio hípico ya que si no se
cuida y protege adecuadamente el PSC se pone en riesgo la viabilidad del deporte.
Aquí se presentan algunos de los resultados de los diagnósticos realizados en los últimos años.
Existe mucha evidencia de que la mayoría de las fracturas catastróficas que ocurren en caballos
PSC en entrenamiento y competencia, -aunque puedan parecer fracturas monotónicas debidas a
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fuerzas extraordinariamente más altas que la resistencia máxima normal del esqueleto-, en
realidad van en su mayoría precedidas de la acumulación de grietas o fisuras óseas
microscópicas que debilitan los huesos en lugares específicos (sitios de predilección). Ahora se
acepta generalmente que estas pequeñas grietas óseas no se asocian con un solo evento
traumático, sino que ocurren bajo la carga dinámica repetitiva del hueso en forma similar a la
fatiga de los materiales de ingeniería, y por tal motivo son llamadas “fracturas de fatiga o
estrés”. En la matriz ósea, las microgrietas se forman principalmente en las líneas de cemento de
los sistemas haversianos y a lo largo del eje longitudinal del hueso, aunque también se han
detectado áreas de daño difuso que contienen grietas más pequeñas (de aproximadamente 5
micras de longitud) y también patrones de fatiga con grietas de tamaño intermedio. Las fracturas
de estrés se han documentado en el esqueleto axial y apendicular de los caballos de carrera, con
evidencia de cambios patológicos crónicos circundantes (reacción perióstica y endóstica) y a
veces con la identificación de fracturas incompletas en los sitios de predilección conocidos. A
menudo van precedidas de signos clínicos muy sutiles, pero la mayoría de las veces pasan
desapercibidas con las técnicas clínicas y radiológicas de rutina. Este daño local de la matriz
ósea interrumpe la conexión entre los canalículos y causa apoptosis de osteocitos, los que
desencadenan una respuesta de remodelación ósea intensa que sirve para reparar el tejido óseo
fatigado (Frost, 1987). A nivel histológico, el remodelado se lleva a cabo por las llamadas
unidades de remodelado óseo (BRU, bone remodelling unit), en la que los osteoclastos y los
osteoblastos trabajan en secuencia para eliminar el hueso dañado y generar hueso nuevo. Las
BRU forman en el hueso compacto una cavidad o túnel de aproximadamente 200-400 μm de
diámetro (“cono de corte”) que avanza a una velocidad de aproximadamente 11-40 μm por día
en equinos jóvenes. El proceso de remodelado, a diferencia del modelado, se mantiene siempre
acoplado tanto en el espacio como en el tiempo. Los osteoblastos solo depositan hueso nuevo
donde los osteoclastos han actuado, y el proceso es siempre o casi siempre estructuralmente
balanceado en el sentido que la cantidad de hueso reabsorbida es similar a la neoformada. La
vida media de cada BMU es de 2 a 6 meses y la mayor parte de este período está ocupado por la
formación osteoblástica (2-4 meses) que es 2-4 veces más lenta que la resorción osteoclástica
(aprox. 15-30 días). Esta diferencia de velocidad es la base de la patogénesis de la fractura por
estrés, porque si las microfracturas se acumulan más rápido de lo que pueden ser reparadas por
la retardada acción de los osteoblastos, la porosidad transitoria generada por la rápida resorción
osteoclástica puede resultar en un estado mecánicamente inestable que disminuye la rigidez y
aumenta la deformación del hueso. La tasa de acumulación del daño se acelera y se genera un
círculo vicioso que conduce finalmente a una fractura catastrófica. Así, paradójicamente, el
mecanismo de reparación del hueso (remodelación) es la principal causa de convertir una
fractura de estrés microscópica en una fractura letal catastrófica. El hallazgo histológico de
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microfracturas asociadas con unidades de remodelación activa respalda la idea de que la fractura
por estrés está relacionada con la retroalimentación positiva entre daño y reparación. La
expansión perióstica de la zona de estrés (callo óseo subperióstico), que trata de contrarrestar el
aumento del espacio poroso de la remodelación, generalmente no es suficiente para evitar la
fractura.
El tejido óseo es un material bifásico, con una fase mineral (cristales de hidroxiapatita
Ca10(PO4)6(OH)2), que le proporciona dureza y rigidez, y una fase orgánica (colágeno tipo I y
proteoglicanos), que le aporta flexibilidad y elasticidad. Funcionalmente, este carácter bifásico
no solo significa que el hueso es más fuerte en relación a su peso que un material de una sola
fase, sino que su comportamiento en una curva de esfuerzo/deformación (o curva stress/strain)
tiene primero una fase elástica, con una pendiente recta o casi recta que representa la rigidez
(medida por el módulo de Young), seguido de una fase plástica o dúctil con gran deformación
antes del colapso final (ver Nordel & Franklel, 2001). Este comportamiento bifásico es muy
diferente en el hueso compacto (cortical) y el hueso trabecular o esponjoso, lo que tiene
importancia en patología ósea para el reconocimiento de las líneas de fractura. Así, mientras que
el hueso cortical tiene un comportamiento cuasi-linealmente elástico y colapsa abruptamente
con una pequeña deformación (comportamiento vidriado, como el cristal), el hueso trabecular, -
y los sitios de predilección porosos-, tienen una larga región plástica que les permite soportar
mucha más deformación antes de fracturarse (comportamiento dúctil, como el metal). En el
primer caso, las líneas de fracturas son rectas y filosas (fractura vidriada), mientras que en el
segundo son irregulares y porosas (fractura dúctil o plástica), y en tanto que en el primer caso la
forma original de hueso se recupera al unir los fragmentos fracturados, en el segundo no.
Aunque a veces es difícil determinarlo con certeza, en un hueso fracturado catastróficamente
pueden encontrarse ambos tipos de líneas de fractura: 1) fractura dúctil, de bordes irregulares y
porosos, en el sitio de predilección que da origen a la catástrofe, y 2) fractura vidriada, de
bordes rectos y filosos, en el resto del hueso que corresponde a la línea de progresión.
CASUISTICA DE MAROÑAS
Entre 2012 y 2018 se investigaron 88 casos de equinos fracturados en Maroñas. En todos los
casos se realizó necropsia, radiología, y patología macroscópica detallada de los miembros
fracturados y contralaterales. En casos seleccionados se realizó también histopatología de la
zona fracturada. La mayoría de los casos eran fracturas de huesos largos, principalmente el
metacarpo principal (MCIII), húmero y tibia (Figura 1). El 84% de las fracturas eran de los
miembros anteriores y el 16% de los posteriores, una diferencia altamente significativa
(P=0.000, Chi-Sq = 41,94), existiendo también una tendencia a mayor cantidad de casos del
lado izquierdo (61% vs. 39%, P=0.07); el 6% de los casos eran bilaterales. La proporción de
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sexos era 64% machos y 36% hembras, similar a la población registrada en el hipódromo, y la
mediana de edad era de 3 años (rango: 2-6 años). El 55% de las fracturas ocurrieron durante el
entrenamiento y el 45% durante la competencia (P>0.05).
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FIGURA 1
FRACTURAS DE METACARPO
Las fracturas del metacarpiano principal (MCIII) es la más frecuente en nuestra serie de casos
(28%, 25 equinos) (Figura 1). La mediana de edad de los animales afectados era de 4 años,
similar para machos y hembras, pero significativamente mayor que el resto de las fracturas
investigadas (P=0.02, 4 vs. 3 años, Chi-Square = 19.75, Mood Median Test). El 76% de los
casos ocurrieron en carrera y el 34% en entrenamiento, una diferencia altamente significativa
para una proporción esperada de 1:1 (P<0,009; Chi-Square Goodness-of-Fit: 6,76). No había
diferencia en relación al sexo o el lado afectado.
La fractura más común era la parasagital del cóndilo lateral. La fractura era completa y
generalmente expuesta. En la mayoría de los casos había fracturas secundarias de los
sesamoideos proximales y de la primera falange. La línea de fractura comenzaba en la superficie
articular próximo a la base de la cresta medial, y se propagaba oblicuamente en dirección dorso
lateral hasta la corteza supracondilar, formando un fragmento filoso y puntiagudo de unos 8-10
cm de largo. Los márgenes de la línea de fractura a nivel de la epífisis eran irregulares y a veces
conminutados, mientras que a nivel de la metáfisis y corteza palmar eran filosos y congruentes.
El cartílago articular donde se iniciaba la fractura generalmente estaba fibrilado y focalmente
ulcerado, mientras que en el hueso subcondral había esclerosis y osteoporosis irregular, grietas y
hemorragias, a veces en marcado contraste con el mismo cóndilo del hueso contralateral.
Generalmente había sinovitis vellosa. Se ha formulado la hipótesis que el ejercicio intenso
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genera una zona de esclerosis subcondral localizada exclusivamente en los cóndilos distales,
pero no en la cresta medial del hueso, lo que genera un gradiente de rigidez que concentra el
estrés en la base de la cresta medial, donde típicamente se inicia la fractura (Riggs et al., 1999).
Otros tipos de fracturas metacarpianas menos frecuentes se encontraron en la diáfisis media y
también distal (región supracondilar), ya sea a punto de partida de callos óseos en la cara dorsal
(“sobrecaña”) en el primer caso, o asociadas con rigidez y anquilosis de articulación metacarpo-
falangeana en el segundo. Todas eran conminutadas. En el primer caso, diversos fragmentos de
la cara dorsal del MCIII fracturado, y a veces el metacarpo contralateral intacto, mostraban
hueso subperióstico inmaduro delgado (“woven bone”), modelado óseo cortical denso,
numerosas grietas corticales, y esclerosis endosteal. En el segundo caso, la inmovilidad de la
articulación causaba una fractura transversa de flexión de tres puntos, en todo similar a la
fractura de bota a alta de los esquiadores (boot-top fracture), sin evidencia clara de zonas de
estrés predisponentes.
FRACTURAS DE HÚMERO
La mayoría de las fracturas catastróficas estudiadas en Maroñas entre 2012 y 2018 ocurrieron
durante el entrenamiento (95%), una diferencia altamente significativa para una proporción
esperada de 1:1 (P<0,0001; Chi-Square Goodness-of-Fit: 17,19). En relación al sexo, el 65% de
los casos afectados eran hembras y el 35% machos, una diferencia altamente significativa si se
tiene en cuanta una proporción 2:1 de machos y hembras en el hipódromo (P<0,01; Chi-Square
Goodness-of-Fit: 6,68). De un total de 20 caballos investigados, el 60% el miembro fracturado
era el izquierdo y el 40% el derecho (P>0,1). En cuanto a la distribución etaria, el mayor
porcentaje de casos se observó en el grupo de 3 años (65%), seguido de 4 años (15%), 2 años
(15%) y de 6 años. De la información proveniente de la anamnesis, el 36,8% aún no había
debutado y el 58% había tenido un periodo de reposo de más de 3 meses, por lo que la mayoría
de los animales no estaban en competencia. Se ha supuesto que el alto riesgo relativo de una
fractura humeral durante períodos de baja actividad (RR > 70 para un reposo de 60 días o más,
según Carrier et al. 1998), es debido a que la remodelación se inhibe en momentos de alta
tensión ósea, y que cuando la intensidad del ejercicio disminuye la inhibición de la
remodelación se elimina y la rápida actividad de los osteoclastos genera un espacio poroso que
predispone a la fractura.
FRACTURAS DE TIBIA
Las fracturas de tibia son las terceras más frecuente en nuestra serie de casos (9%). La mediana
de edad era 3 años y la proporción de sexos era similar a la esperada. El 67% de los casos eran
de la tibia izquierda pero la diferencia no era significativa. En un caso la fractura era bilateral y
las restantes en la tibia derecha. Había una tendencia a que la mayoría de los casos ocurrieran
durante el entrenamiento, aunque la diferencia no era significativa por el bajo número de casos
analizados (P= 0,096, Chi-Square Goodness-of-Fit; 2,77).
Patológicamente, todas las fracturas eran conminutadas. En la mayoría de los casos la fractura
se iniciaba caudalmente en la región metafisaria triangular proximal, en la zona de inserción del
músculo poplíteo. Los bordes proximales de la fractura eran transversales, porosos e irregulares,
-en marcado contraste con las líneas de propagación diafisarias que eran rectas y filosas-, con
formación de callos subperiósticos de hueso trenzado inmadurro (woven bone), grietas
corticales y callos endósticos. También hubo casos de fracturas diafisarias distales a punto de
partida de callos óseos caudodistales y en un caso se encontraron lesiones de osteocondritis
disecante y quistes subcondrales en el femur ipsilateral.
Referencias
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