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TEATRO
El teatro de hoy da la impresión de estar desesperadamente atascado, y que sólo
pudiera desatascarse al introducir lo que podríamos llamar “la cualidad fantástica de la
psicología y la actividad”. Pues la psicología de los personajes y de sus acciones debería
constituir un pretexto para una simple secuencia de acontecimientos; el quid es que la
continuidad en la psicología de los personajes y las acciones, que poseen asociaciones
con nuestra realidad, no deben ser una especie de pesadilla bajo cuya presión se cree
la estructura de la obra. Creemos que ya hemos tenido suficiente de esa condenable
consistencia de personajes y veracidad psicológica, que ya parece más que amortizada.
¿A quién leimporta qué sucede en el número 38 e la calle Wispolna, en el apartamento
número 10, o en un castillo de cuento o en los tiempos de Maricastaña? En el teatro
queremos descubrirnos en un mundo completamente diferente en el que ciertos
sucesos –fruto de la psicología imaginaria de personajes completamente inconsistentes
no sólo por sus acciones sino también por sus equivocaciones, personajes que quizá
son completamente diferentes de sus equivalentes cotidianos- podrían darse, en el
extrañamiento de su concatenación, libres de cualquier lógica, salvo la lógica de la
propia forma del suceso.
Desde nuestro punto de vista, la finalidad del teatro es transportar al espectador a un
estado excepcional al que no se puede acceder de forma sencilla en nuestra vida diaria,
el estado de la comprensión sensual del Misterio de la Existencia.
TEATRO
No debería ser el teatro un lugar en el que el autor pueda pronunciar su opinión sobre
mujeres descarriadas, la franquicia de la tetradinámica, la importancia del sindicalismo
o cualquier otra cuestión a través de situaciones mal enmascaradas que intenten
ilustrarlas de una manera forzada. ¿No sería mejor escribir un ensayo, un panfleto o un
aforismo en lugar de manipular maniquíes desde la escena y durante tres horas para
que el espectador, al abandonar la sala, pueda golpearse la frente y decirse: así que es
verdad que el pecado puede ser castigado y la virtud recompensada? O “después de
todo, no hay suegra buena. ¡Qué desgracia!”.
El teatro entendido como una representación de la vida, o como un medio de producir
ciertos estados emocionales, o incluso para resolver ciertos problemas –existenciales,
nacionales o sociales- contiene de manera implícita un elemento de falsedad. Este
elemento desaparecería de un teatro concebido de la manera que añoramos. La
falsedad sobraría en un teatro así porque éste no tendría la intención de copiar o imitar
nada.
TEATRO
El hecho es que el significado de una obra de teatro… no debe estar necesariamente
contenido en su sentido de realidad o fantasía, sino que ese sentido de lo real podría –
por puros objetivos formales, esto es, por la síntesis de todos los dispositivos del teatro
como el sonido, la escenografía, el movimiento y la palabra en un todo continuo e
indivisible- incluso transformarse, desde el punto de vista de la vida real, en algo sin
sentido. Es decir, existe la posibilidad de deformar la vida o el mundo de la ficción con
el objeto de crear un todo, cuya finalidad sólo podría determinarse por una
construcción interna, puramente teatral, y no por las exigencias de consistencia en la
psicología y la trama acorde con los sucesos de la cotidianeidad. El problema no es
hacer una obra carente del sentido de lo necesario, sino dejar de incordiar con
patrones obligatorios basados en la lógica de la realidad o, como poco, en fantásticas
asunciones de la misma.
Uno puedo imaginar una obra así como un ejercicio de completa y absoluta libertad. La
dificultad sería estar preparado para crear varias horas de puro proceso de sucesos
escénicos, poseedor de una lógica formal propia independiente de la cotidiana. Un
ejemplo inventado, que no realizado, quizá podría darle un sentido ridículo a nuestra
teoría (que en cualquier caso será ridícula para desde el punto de vista de algunos),
quizá extravagante o, seamos francos, estúpido, pero ¿por qué no intentarlo? Veamos:
entran tres personas vestidas de rojo y se inclinan ante alguien que no sabemos quién
es. Uno de ellos recita un poema (algo que podría parecer indispensable en este
momento particular). Entra un viejo llevando a un gato de un cordel. Todo está
sucediendo ante un telón negro, que cae en este momento para revelar un paisaje
italiano. Se escucha un órgano. Un jarrón se cae de una mesa. Todos se ponen de
rodillas y rompen a llorar. El viejo se transforma en un monstruo violento y asesina a
una niña que acaba de entrar gateando desde la pata izquierda de la escena. En este
momento, una hermosa dama entra al tropel para agradecer al viejo su crimen
mientras que las figuras de rojo cantan y bailan. A continuación, la dama llora sobre el
cuerpo de la niña y dice algunas cosas increíblemente divertidas. La cuestión del
vestuario sigue abierta: ¿debería ser estilizado y fantástico? ¿Deberíamos contar con
algún acompañamiento musical? ¿Estamos en un manicomio? ¿O en la mente de un
chiflado? Quizá, pero queremos insistir en lo válido de nuestro método cuando nos
pongamos a escribir y producir una obra seria: crear cosas de una belleza insólita. Tal
vez un drama, una tragedia, una farsa… que no remita a nada que hayamos visto antes.
En este sentido, el horizonte de posibilidades es ilimitado. Tal vez, mirando por primera
vez, pongamos por caso, pilas de cuerpos en escena, el público rompería a carcajadas.
En cualquier caso, algo sin importancia, como no tiene importancia cuando la llamada
“gente corriente” se burla de los cuadros de un Picasso o un Matisse o cualquier
maestro contemporáneo. Uno debería acostumbrarse a ciertas locuras, pero tras las
primeras impresiones los nuevos horizontes de los que hablamos podrían despejarse.
Despejarse hacia un teatro que supere las nociones de la risa o la tristeza, de cualidad
existencialmente trágica o cómica, un teatro puro sin mentiras y tan extraño como el
sueño en el que –en una sucesión de acontecimientos injustificados, divertidos,
sublimes o pavorosos- percibimos la agradable e inmutable luz que irradia el Infinito –
la luz del Eterno Misterio de la Existencia.
Al abandonar el teatro, el hombre debería sentirse como si hubiese despertado de un
extraño sueño en el que incluso el más común de los objetos poseyera el extraño y
fantasmal encanto de los sueños y fuera algo único e incomparable.
Y así, con un uso apropiado, las palabras pierden su valor como signos de comunicación
y expresión de valores y sentimientos finitos para asumir un sencillo valor formal…
propio de la más elevada dimensión de la Forma Pura… a la manera de las situaciones,
acciones y expresiones que, carentes de sentido desde un punto de vista cotidiano,
están plenas de posibilidades de crear construcciones formales en la escena. Por
supuesto no tenemos en mente un sinsentido programado, un sinsentido por el amor
al sinsentido, sin justificación desde una dimensión formal. No mantenemos tampoco
el que una obra o un poema deban obligatoriamente estar privados de sentido desde
su principio hasta su fin. Sólo somos de la opinión de que uno no debería sentirse
constreñido por las leyes de la vida real al construir Forma Pura y desde el momento en
que, por razones puramente formales, se siente inclinado hacia el propio absurdo de la
realidad, asumiendo en cualquier caso que este es un elemento necesario desde un
punto de vista puramente artístico.
Para ser, en sus acciones y expresiones, elemento de un todo dentro del género que
sugerimos, un actor no tiene que “crear” un personaje de una manera realista.
Habiendo comprendido que la obra es un todo, habiendo comprendido el ideal
formalista de la obra, debería representar su papel de tal manera que, al margen de sus
predisposiciones, sus experiencias internas y estado emocional, sea capaz, con
precisión matemática, de hacer exactamente aquello que se deriva de la pura idea
formal. Su creativa será genuina si él mismo es capaz de concebirse como parte de un
todo.