Hace 58 años el mundo de las letras vivía uno de los sucesos
más importantes alrededor de la concepción del periodismo. De novelistas a periodistas fueron cambiando las consignas sobre cómo debían contarse los sucesos que forman el mundo o escriben la historia. Por años la ficción había tomado un rol fundamental en los relatos; siempre era mejor construir escenarios donde las cosas se dieran tal como la imaginación dictara, una fórmula que tenía al género de la novela en la cima, todo esto ignorando un mundo real con una gran atractivo, pero del que muy poco se contaba.
En medio de ese “desprecio” a narrar con base en sucesos de
carne y hueso, surge el Nuevo Periodismo; un intruso, un infiltrado, casi un criminal dentro del mundo literario que tan bien había funcionado hasta entonces, una forma de contar historias reales aplicando las exitosas herramientas de la narrativa tradicional: inmediatez, puntualidad de los hechos y emotividad. Narrar no solo por narrar ni escribir solo por escribir: despertar las sensaciones y emociones más recónditas de cada ser, esas que hacen que no seas capaz de dejar el libro a un lado y la curiosidad de saber lo que pasará en la siguiente página.
La aparición de esta nueva técnica y el éxito indiscutible que
tiene alrededor de las mentes más y menos brillantes del mundo, desata la necesidad de crear un nuevo formato para definir los principios o procedimientos bajo los cuales se desarrollaría. Y el resultado fueron las cuatro premisas que serían fundamentales para su madurez de intruso a príncipe.
La primera, contar las historias a partir de una construcción
escena por escena, no contar en un párrafo los sucesos de dos días sino contar parte por parte, de que ladrillo por ladrillo se fuera construyendo la narración en la mente del lector. Para esto fue necesario que las historias dejaran de ser un producto de la imaginación y pasaran a ser el resultado de la realidad, una que tenía que ser fielmente contada por el reportero que ser convertía en testigo de la vida de otras personas, una vida que aparecía relatada escena por escena.
Esto provoca la aparición de, en segundo lugar, el diálogo
realista, pues su registro ofrece más credibilidad que cualquier otro procedimiento. La diferencia no radica en su finalidad sino en su práctica de embellecer el relato con innumerables detalles para construir el escenario, el personaje, y la atmósfera que se conectan con el lector. El otro, menos realista, tenía un proceder más concreto, y vendía la misma idea en un par de frases. La eficacia o maestría para la descripción es una de las grandes técnicas que adoptaron los periodistas. Esto, precisamente, trabajando el diálogo como un aspecto revelador y completamente exitoso.
También cobra importancia el narrar desde el punto de vista de
un personaje en particular. Hacer que el lector pueda experimentar la escena tal como lo hace el hombre descrito en las páginas. Ahora, esta herramienta, aunque enriquecedora, presentó un problema para los periodistas que no podían bajo ningún precepto olvidar que aunque estuvieran usando elementos literarios, no podrían ser ajenos a la realidad, debían mantenerse fieles a ella. ¿Como saber lo que pasaba por la mente de los protagonistas de las historias que eran tomadas de la realidad? ¿Cómo saber lo que sentían a medida que se desarrollaba todo? La respuesta no tardó en llegar: preguntarselo a esas mismas personas junto con todo lo demás, algo normal para un reportero o periodista, cuya herramienta es, para muchas cosas, esa, la pregunta.
En última instancia, se habla de contar todos y cada uno de
los aspectos simbólicos que se dan en una escena. Más allá de diálogos y acciones: el lugar, los objetos, los detalles que estos revelan, una herramienta poderosísima para meter al lector dentro de los personajes (que no olvidemos, son siempre reales). Al fin y al cabo, nos sentimos identificados con algo de ellos, con sus entornos, con sus vivencias o sentimientos, por su status, esas cosas que te hacen sentir que conoces cada pulgada del personaje sin que te lo describan completamente, especialidad de Dickens según el autor.
Son estas las premisas que giran alrededor del Nuevo
Periodismo, uno que llegó para cerrar el capítulo en el que los periodistas debían conformarse con ser los más pequeños de la cadena alimenticia literaria, para abrir uno en el que todos tienen las mismas posibilidades, en el que la realidad puede contarse desde la cima de la literatura, y donde los sucesos de carne y hueso cobran la misma importancia que la imaginación, porque como dicen por ahí, en muchas ocasiones, la realidad supera a la ficción.