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EL FEDERALISTA
El pueblo americano rara vez adopta una opinión errónea respecto a sus intereses y
persevera en ella sin abandonarla. Entre muchos objetos en que un pueblo ilustrado
y libre encuentra necesario fijar su atención, parece que debe ocupar el primer lugar
el de proveer seguridad. Jay pretendía considerarla en lo que se relaciona con
conservación de la tranquilidad y de la paz y en conexión con los peligros
provenientes de armas e influencia extranjeras, así como las amenazas de igual
género que surjan de causas domésticas. Las causas justas de las guerras derivan
casi siempre de las violaciones de los tratados o de la violencia directa. Es muy
importante para la América el que observe el derecho internacional frente a todas las
potencias. Parece evidente que hará esto con más perfección y mayor puntualidad
un solo gobierno nacional que trece estados separados o tres o cuatro
confederaciones distintas. El gobierno nacional no solo ofrecerá menos causas justas
de guerras, si no que tendrá mayores facilidades para arreglar conflictos y para
resolverlos amistosamente.
Las causas de hostilidad entre las naciones innumerables hay unas que están en
constante operativo sobre la sociedad, a estas pertenecen la ambición del poder o el
deseo de preeminencia y de dominio, la envidia de este poder o el deseo de
seguridad e igualdad hay otras como las rivalidades y competencias de comercio
entre las naciones mercantiles. Y existen otras que residen en los afectos,
enemistades, esperanzas, intereses y temores de los individuos principales en las
comunidades de que son miembros. Muchas veces las guerras son fundadas por
pretextos comerciales, aunque la razón de ellas es por cuestiones personal u
ambición del poder o territorio. Las naciones vecinas son naturalmente enemigas, a
no ser que su debilidad común las obligue a unirse en unas Republica confederada
y su constitución evite que incite a todos los Estados a engrandecerse a expensas
del vecino. América, en el caso de disgregarse completamente, o de quedar unida
solamente por el débil lazo de una simple liga ofensiva y defensiva, se vería envuelta
gradualmente, como consecuencias de dichas alianzas discordantes, en los
perniciosos laberintos de la política europea y en sus guerras; y que con las
destructoras contiendas entre sus partes componentes se convertiría en la presa de
los artificios y las maquinaciones de potencias igualmente enemigas de todas ellas.
Divide y Reinaras.
El Federalista “Las consecuencias de la hostilidad entre los Estados”
Que, si se llegase a aceptar como verdad que los distintos estados, en caso de
desunión, o tantas combinaciones de ellos como se formen al fracasar la
Confederación general se verían sometidos a las mismas vicisitudes de paz y guerra,
de amistad y enemistad de unos con otros y como consecuencias la destrucción de
vidas y propiedades. Los ejércitos permanentes que, aunque perjudiquen
aparentemente la Libertad y a la Economía ofrecen, sin embargo, la gran ventaja de
imposibilitar las conquistas súbitas y de evitar una guerra antes de que se implantara.
La fortificación ha contribuido a que se obstruyan invasiones. El ensanchamiento del
poder ejecutivo y la preponderancia del poder militar sobre el civil se darían al Estar
un Estado en constante peligro, obligarían a las naciones más apegadas a la libertad,
a buscar la seguridad y el descanso en instituciones que tienden a destruir sus
derechos civiles y políticos. Para estar más seguras, acaban por estar dispuestas a
correr el riesgo de ser menos libres. La Nueva constitución no prohíbe los ejércitos
permanentes ahí se infiere la conformidad con ella. Aunque existe una ventaja de
tener los ejércitos disciplinados porque tienen más frecuencia de ganar algún
conflicto que se presente con otros Estados. Hay también una gran diferencia entre
los institutos militares de un país rara vez expuesto por su situación de invasiones
internas, y los de otro que las sufre con frecuencia y vive temiéndolas. Los
gobernantes del primero carecen de pretextos para mantener en pie ejércitos tan
numeroso como los que necesita el segundo. Como estos ejércitos, en el primer
caso, raramente o nunca entraran en acción para la defensa interior, el pueblo no
corre peligro de acostumbrarse a la subordinación militar. En un país que se halle en
el segundo caso; la continua amenaza del peligro obliga al gobierno a estar
preparado siempre a repelerlo, sus ejércitos deben de ser numerosos para la defensa
instantánea. El estado militar se encumbra sobre el civil el pueblo llegara a considerar
a los soldados no solo como sus protectores sino también como sus superiores. El
ejército no podrá en peligro la libertad si el estado se une. Si tenemos la prudencia
de conservar la unión, es verosímil que gocemos durante siglos de ventajas
semejantes a las de una situación insular.