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A vuelo
de pájaro
El pájaro cantor.
Texto: Carla Dulfano. Imagen: Omar Panosetti.
El hermano de Olegario.
Texto: Gabriela Chiocca. Imagen: Ariel Abadi.
Selección: Graciela Pérez Aguilar. © 2007. Permitida la reproducción no comercial, para uso personal y/o fines
educativos. Prohibida la reproducción para otros fines sin consentimiento escrito de los autores. Prohibida la venta.
Publicado y distribuido en forma gratuita por Imaginaria y EducaRed:
http://www.educared.org.ar/imaginaria/biblioteca
Carla Dulfano
El pájaro cantor
Segundo premio en el 2° Concurso Internacional de Cuentos
para Niños de Imaginaria y EducaRed
Ilustrado por Omar Panosetti
El pájaro Juancho era capaz de entonar las óperas más difíciles. Podía
cantar hasta diez voces distintas al mismo tiempo. Venían de todas partes a
escucharlo.
Pero había un problema: sólo cantaba si nadie se lo pedía. No le gustaba
que lo obligaran.
La gente esperaba meses sentada en la butaca, hasta que el pájaro tuviera
ganas de cantar. Traían galletitas y bebidas como para un año.
Juancho tenía muy buen oído: Si un oyente decía en secreto: “Me gustaría
que entonara el coral 23 0pus 16 de Tarantini”, dejaba de cantarlo para siem-
pre. Así se perdieron obras completas, que no se volvieron a escuchar.
Texto © 2005 Carla Dulfano. Dibujo © 2005 Omar Panosetti. Permitida la reproducción no comercial, para
uso personal y/o fines educativos. Prohibida la reproducción para otros fines sin consentimiento escrito del
autor. Prohibida la venta. Publicado y distribuido en forma gratuita por Imaginaria y EducaRed:
http://www.educared.org.ar/imaginaria/biblioteca
Antología - A vuelo de pájaro
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Horacio López
El pajarito
canta las doce
Ilustrado por Esteban Alfaro
Texto © 2007 Horacio López. Imagen © 2007 Esteban Alfaro Permitida la reproducción no comercial, para uso
personal y/o fines educativos. Prohibida la reproducción para otros fines sin consentimiento escrito de los autores.
Prohibida la venta. Publicado y distribuido en forma gratuita por Imaginaria y EducaRed:
http://www.educared.org.ar/imaginaria/biblioteca
Antología - A vuelo de pájaro
El PZZ, donde se encontraban todos los insectos de la zona, estaba repleto
de escarabajos, mariposas de noche, cotorritas y luciérnagas que revoloteaban
alrededor de tres letras luminosas que eran la gran atracción del lugar. Les
encantaba zambullirse en el colorido resplandor de las únicas letras de un cartel
que todavía encendían.
—¿Qué hora es?
—¿Recién llegamos y ya preguntás eso? Calmáte y escuchá cómo zumba.
Una bonita luciérnaga sacó a bailar al bichito de San Antonio. Y al pajarito lo
invitó a bailar una preciosa cigarra. Juntos dieron vueltas en torno a la luz y luego
pararon a descansar.
—¡Esto sí que es divertido! —se entusiasmó el pajarito.
—Sí, pero ojo. Porque acá suele andar un sapo que si te agarra te convierte en
alimento. En SU alimento.
En eso, un mosquito pasó en sentido contrario gritando:
—¡Sapo, Sapo, Sapo!
—¡Te lo dije: ahí viene. ¡Cuidado!
El sapo dio un pegajoso brinco en la oscuridad. Al verlo, los insectos
retrocedieron.
—¡Pongansé más lejos! —gritó el pajarito—. ¡Los va a comer!
—¡Eso es lo divertido —dijo su amigo—. ¿Si no, qué gracia tiene? El Toreo al
Sapo es la parte más linda de la fiesta.
—¿Toreo?
—Sí. Vamos y nos lanzamos contra el sapo y el que pasa, pasa y el que no, no.
—Me tengo que ir.
—Pará. No seas aburrido. ¡Quedáte un ratito más!
En eso, volvieron la luciérnaga y la cigarra para invitarlos al toreo y el pajarito
no pudo resistir la invitación.
Y la pasó bárbaro. Incluso cuando la lengua de látigo del sapo estuvo a punto
de capturar al bichito de San Antonio y él lo salvó asustando con su tamaño al
sapo y todos los presentes lo felicitaron y luego se quedaron los cuatro charlando
de cosas y contando chistes y él hasta se animó a cantar en público fuera de
horario.
Entonces se oyó sonar la campana y empezaron a verse los primeros fuegos
artificiales en el cielo.
—¡¡Los viejitos!! —gritó el pajarito—. Me olvidé de los viejitos.
A lo lejos se oyó una segunda campanada.
—¿Qué viejitos? —preguntó la cigarra.
—Tengo que anunciarles el año nuevo a dos viejitos. Viven solos, si no me ven...
Sonó otra vez la campana: le quedaban nueve.
El pajarito salió volando para su casa, sin entender cómo se le había hecho
tan tarde. Oyó las siguientes campanadas mientras los fuegos artificiales se
desparramaban en el cielo como salpicaduras de luz. Uno estalló muy cerca
y estuvo a punto de voltearlo. Llegó al reloj cuando le quedaban sólo dos
campanadas.
Fatigado, pero listo para salir, se sacudió las plumitas, ensayó el tono de
voz, y estiró la patita hasta la puerta para probar si abría. Pero estaba atrancada:
el mecanismo que la abría le había quedado sin aceitar. Desesperado, oyó la
anteúltima campanada.
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Antología - A vuelo de pájaro
Corrió.
En la sala, los presentes esperaban con las copas alzadas que él saliera para
brindar. Sonó la última campanada y la puerta se abrió; pero nadie salió.
—Se trabó —dijo alguien.
Tras un silencio y algunas toses, el pajarito apareció sobre el techo del reloj, y
desde allí cantó:
—¡Cu cú - cu cú! ¡Cu cú - cu cú! ¡Cu cú - cu cú!
Oírlo causó a todos el mismo efecto que a los dueños de casa: una alegría de
tobogán, de tesoro, de novios y de autitos chocadores. Recién ahí notó él que los
viejitos estaban rodeados de un montón de nietos. Y de contento, volvió a salir y
cantó como nunca lo había hecho, el doble de lo que le correspondía.
Entonces aparecieron sus compañeros:
—Mi amigo —dijo el bichito de San Antonio señalándolo—, es el encargado
de avisarles a todos que las horas pasan. ¡No cualquiera canta las doce!
—Vinimos a darte el premio... —le explicó la cigarra.
—¿Cuál premio? ¿Por qué? —le preguntó la cigarra.
—Como te fuiste tan rápido —dijo su amigo—, vinimos nosotros.
Afuera los esperaban la luciérnaga y una nube de insectos más: todos venían
a festejar el nuevo siglo al farol de su casa. El pajarito, que de tan contento ni se
acordaba del sapo, oyó que la cigarra le decía:
—Esta noche, vos fuiste el que le pasó más cerca.
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Gabriela Chiocca
El hermano de Olegario
Ilustrado por Ariel Abadi
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Antología - A vuelo de pájaro
—¿Por qué estaría yo buscando a su hermano?
—No, no me entendió. Yo estoy buscando a mi hermano y lo que digo
es que por ahí usted está buscando al suyo.
—No sabía que tenía un hermano. ¡Qué bueno! ¿Dónde está?
—¿Quién? ¿Mi hermano? No lo sé.
—No, su hermano, no, el mío.
—¡Ah, el suyo! Tampoco sé. ¿No seré yo?
—¿Le parece?
—¿Y por qué no? En nuestra familia nos gusta mucho el agua. Cuando
era chico mi mamá me decía que saliera de la palangana porque si no me iban
a crecer escamas. En una de esas usted alguna vez fue mi hermano canario y le
gustaba tanto el agua como a mí. Cuando se fue de casa se metió a la laguna
y como tardó en salir... ¡al final le salieron escamas!
—No, no creo. Que yo sepa siempre fui pez.
—Ah..., qué pena. Me hubiese gustado que usted fuera mi hermano.
—No se ponga mal. En otra oportunidad tal vez. Ahora me tengo que
ir, no vaya a ser que tenga un hermano y lo haya dejado esperando.
Y PLOP, el dorado desapareció en la profundidad del lago.
Olegario retomó la marcha pensando en que ése había sido un buen encuentro
y que algún día debería volver y proponerle al dorado trabajar juntos en algo.
Atardecía cuando llegó al muelle y se encontró con un castor que muy
concentrado roía uno de los pilotes de madera.
—¿Lo ayudo? —se ofreció Olegario
—No, no se moleste. Sólo me estoy afilando los dientes.
—¡Oia! ¡Como yo el pico! Tenemos la misma costumbre: usted se afila
los dientes y yo, el pico.
—Mire usted qué cosa... ¿Cómo me dijo que se llamaba?
—Olegario, para servirlo ¿y usted?
—Óscar, con acento en la O.
—¡Y los dos nombres empiezan con O! ¡Otra coincidencia! Digo yo ¿no
seremos parientes?
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Antología - A vuelo de pájaro
—Hummn no sé...
—A ver, dígame, ¿no tiene usted unas ganas bárbaras de charlar con
alguien en voz bajita antes de ir a dormir y de discutir por quién se come el
último pedazo de torta...?
—Humm. No, aunque un pedazo de torta me comería.
—Yo hago una buenísima de peras. Se la cocinaría, pero ahora tengo
que seguir. Un placer conocerlo, Óscar.
—Acépteme un consejo, Olegario, está anocheciendo y va a helar.
Detrás del roble hay una madriguera que suele ocupar un amigo marmota.
Vaya y pregúntele si puede pasar la noche ahí. Un tipo raro mi amigo, pero
de confiar.
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Enrique Melantoni (recopilador)
La misión del colibrí
Leyenda quechua
Ilustrado por Marcelo Tomé
Texto © 2006 Enrique Melantoni. Dibujo © 2006 Marcelo Tomé. Permitida la reproducción no comercial,
para uso personal y/o fines educativos. Prohibida la reproducción para otros fines sin consentimiento escrito de
los autores. Prohibida la venta. Publicado y distribuido en forma gratuita por Imaginaria y EducaRed:
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Antología - A vuelo de pájaro
Durante la noche, se produjo en la flor una metamorfosis mágica.
Con las primeras luces del amanecer, agobiante por la falta de rocío,
el pimpollo se desprendió del tallo, y en lugar de caer al suelo reseco salió
volando, convertido en colibrí.
Zumbando se dirigió a la cordillera. Pasó sobre la laguna de
Wacracocha mirando sediento la superficie de las aguas, pero no se detuvo a
beber ni una gota. Siguió volando, cada vez más alto, cada vez más lejos, con
sus alas diminutas.
Su destino era la cumbre del monte donde vivía el dios Waitapallana.
Waitapallana se encontraba contemplando el amanecer, cuando olió
el perfume de la flor del qantu, su preferida, la que usaba para adornar sus
trajes y sus fiestas.
Pero no había ninguna planta a su alrededor.
Sólo vio al pequeño y valiente colibrí, oliendo a qantu, que murió de
agotamiento en sus manos luego de pedirle piedad para la tierra agostada.
Waitapallana miró hacia abajo, y descubrió el daño que la sequía le
estaba produciendo a la tierra de los quechuas. Dejó con ternura al colibrí
sobre una piedra.
Triste, no pudo evitar que dos enormes lágrimas de cristal de roca
brotaran de sus ojos y cayeran rodando montaña abajo. Todo el mundo se
sacudió mientras caían, desprendiendo grandes trozos de montaña.
Las lágrimas de Waitapallana fueron a caer en el lago Wacracocha,
despertando a la serpiente Amarú. Allí, en el fondo del lago, descansaba su
cabeza, mientras que su cuerpo imposible se enroscaba en torno a la cordil-
lera por kilómetros y kilómetros.
Alas tenía, que podían hacer sombra sobre el mundo.
Cola de pez tenía, y escamas de todos los colores.
Cabeza llameante tenía, con unos ojos cristalinos y un hocico rojo.
El Amarú salió de su sueño de siglos desperezándose, y el mundo se
sacudió.
Elevó la cabeza sobre las aguas espumosas de la laguna y extendió las
alas, cubriendo de sombras la tierra castigada.
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Antología - A vuelo de pájaro
El brillo de sus ojos fue mayor que el sol.
Su aliento fue una espesa niebla que cubrió los cerros.
De su cola de pez se desprendió un copioso granizo.
Al sacudir las alas empapadas hizo llover durante días.
Y del reflejo de sus escamas multicolores surgió, anunciando la calma,
el arco iris.
Luego volvió a enroscarse en los montes, hundió la luminosa cabeza en
el lago, y volvió a dormirse.
Pero la misión del colibrí había sido cumplida…
Los quechuas, aliviados, veían reverdecer su imperio, alimentado por
la lluvia, mientras descubrían nuevos cursos de agua, allí donde las sacudidas
de Amarú hendieron la tierra.
Y cuentan desde entonces, a quien quiera saber, que en las escamas del
Amarú están escritas todas las cosas, todos los seres, sus vidas, sus realidades
y sus sueños. Y nunca olvidan cómo una pequeña flor del desierto salvó al
mundo de la sequía.
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