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Antología

A vuelo
de pájaro

El pájaro cantor.
Texto: Carla Dulfano. Imagen: Omar Panosetti.

El pajarito canta las doce.


Texto: Horacio López. Imagen: Esteban Alfaro.

El hermano de Olegario.
Texto: Gabriela Chiocca. Imagen: Ariel Abadi.

La misión del colibrí.


Texto: Enrique Melantoni. Imagen: Marcelo Tomé.

Selección: Graciela Pérez Aguilar. © 2007. Permitida la reproducción no comercial, para uso personal y/o fines
educativos. Prohibida la reproducción para otros fines sin consentimiento escrito de los autores. Prohibida la venta.
Publicado y distribuido en forma gratuita por Imaginaria y EducaRed:
http://www.educared.org.ar/imaginaria/biblioteca
Carla Dulfano
El pájaro cantor
Segundo premio en el 2° Concurso Internacional de Cuentos
para Niños de Imaginaria y EducaRed
Ilustrado por Omar Panosetti

El pájaro Juancho era capaz de entonar las óperas más difíciles. Podía
cantar hasta diez voces distintas al mismo tiempo. Venían de todas partes a
escucharlo.
Pero había un problema: sólo cantaba si nadie se lo pedía. No le gustaba
que lo obligaran.
La gente esperaba meses sentada en la butaca, hasta que el pájaro tuviera
ganas de cantar. Traían galletitas y bebidas como para un año.
Juancho tenía muy buen oído: Si un oyente decía en secreto: “Me gustaría
que entonara el coral 23 0pus 16 de Tarantini”, dejaba de cantarlo para siem-
pre. Así se perdieron obras completas, que no se volvieron a escuchar.

Texto © 2005 Carla Dulfano. Dibujo © 2005 Omar Panosetti. Permitida la reproducción no comercial, para
uso personal y/o fines educativos. Prohibida la reproducción para otros fines sin consentimiento escrito del
autor. Prohibida la venta. Publicado y distribuido en forma gratuita por Imaginaria y EducaRed:
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Antología - A vuelo de pájaro

Su representante Ralf Von Apetit, estaba preocupado. Si no vendían boletos


durante tantos meses, no tendrían qué comer. Por eso entrevistaba al público
en su oficina, antes de cada función. Les advertía que no debían pedir can-
ciones ni gritar “Otra, otra”. Ni siquiera “Que empiece, que empiece”. Pero
cuando llegaba el momento, la gente se entusiasmaba, y olvidaba lo pactado.
Entonces Juancho dejaba de cantar por tres meses.
Ralf Von Apetit quedó en bancarrota y puso un aviso en el diario: “Busco
un domador que haga cantar a un pájaro sin pedírselo ni obligarlo”.
Lo intentaron todos los domadores del mundo, pero no tuvieron éxito.
Uno trató de convencerlo con miguitas de pan. El pájaro pidió mayonesa y se
las comió pero no cantó ni una nota. Otro le rogó llorando. El pájaro Juancho
le ofreció un pañuelo, pero se mantuvo en silencio.
Un día llegó un domador desconocido. Ralf Von Apetit dudó, pero al fin
y al cabo no tenía nada que perder y lo contrató.
Llegó la noche de la función. Las entradas estaban agotadas, se vendió hasta
la butaca del acomodador. La gente terminó de toser y se abrió el telón. Todos
estaban expectantes. ¿Cómo haría el domador para convencer al pájaro de que
cantara, sin pedírselo? ¿Tendrían que esperar tres meses a que tuviera ganas?
El domador dijo:
—Pájaro Juancho, te ordeno que no cantes nada esta noche.
El pájaro empezó a cantar.
El domador dijo:
—¡Ahora no cantes la opera Don Giovanni!
El pájaro cantó la opera entera.
El nuevo domador había encontrado la solución: ordenarle lo contrario.
Ralf Von Apetit ofreció una función por noche. Todo iba de maravillas
hasta que Juancho huyó con una pajarita que le dijo:
—No te cases conmigo.
Entonces él se casó, y tuvieron muchos hijos. No se supo más nada de
Juancho. Algunos dicen que lo vieron discutir con sus pichones. Les decía:
—¡No vayan a la escuela! No ayuden a mamá en casa. No se laven los
dientes, no...

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Horacio López
El pajarito
canta las doce
Ilustrado por Esteban Alfaro

El pajarito del reloj de cucú recibió al bichito de San Antonio, medio


adormilado. Entre hora y hora solía hacerse una siesta.
—¡Esta noche termina el año! —anunció el bichito—. El año, el siglo, el
milenio, todo. Salgamos a festejar.
—Yo... no puedo. Me tengo que quedar.
—¿Como te tenés que quedar? —dijo su amigo—. Una ocasión así no se
presenta en mil años más. Vamos. ¡Dejá de estar encerrado en esta casucha vieja!
—¡No es una casucha vieja! —reaccionó el pajarito—. Es... una cabaña alpina
con su verja blanca y su tejado rojo y es un precioso reloj y... y además es mi casa.
El bichito voló por el cuarto lleno de engranajes, resortes, ejes y volantes y
todas esas cosas que hay en un reloj.
—Además... —dijo el pajarito—, tengo que tener todo listo y aceitado para
salir a las doce en punto por esa puerta y anunciarles el año nuevo a los dueños de
casa: si no me ven se mueren. Mi aparición les da una alegría...
—Pero vos también tenés derecho a festejar ¿no?
—Yo...
—Dejáte de yo yo... Esta noche es la última del año, del siglo y del milenio,
todo junto y tenemos que celebrarlo. A las 11 te paso a buscar. Vamos al PZZ.
Antes de las doce volvés.

Texto © 2007 Horacio López. Imagen © 2007 Esteban Alfaro Permitida la reproducción no comercial, para uso
personal y/o fines educativos. Prohibida la reproducción para otros fines sin consentimiento escrito de los autores.
Prohibida la venta. Publicado y distribuido en forma gratuita por Imaginaria y EducaRed:
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Antología - A vuelo de pájaro
El PZZ, donde se encontraban todos los insectos de la zona, estaba repleto
de escarabajos, mariposas de noche, cotorritas y luciérnagas que revoloteaban
alrededor de tres letras luminosas que eran la gran atracción del lugar. Les
encantaba zambullirse en el colorido resplandor de las únicas letras de un cartel
que todavía encendían.
—¿Qué hora es?
—¿Recién llegamos y ya preguntás eso? Calmáte y escuchá cómo zumba.
Una bonita luciérnaga sacó a bailar al bichito de San Antonio. Y al pajarito lo
invitó a bailar una preciosa cigarra. Juntos dieron vueltas en torno a la luz y luego
pararon a descansar.
—¡Esto sí que es divertido! —se entusiasmó el pajarito.
—Sí, pero ojo. Porque acá suele andar un sapo que si te agarra te convierte en
alimento. En SU alimento.
En eso, un mosquito pasó en sentido contrario gritando:
—¡Sapo, Sapo, Sapo!
—¡Te lo dije: ahí viene. ¡Cuidado!
El sapo dio un pegajoso brinco en la oscuridad. Al verlo, los insectos
retrocedieron.
—¡Pongansé más lejos! —gritó el pajarito—. ¡Los va a comer!
—¡Eso es lo divertido —dijo su amigo—. ¿Si no, qué gracia tiene? El Toreo al
Sapo es la parte más linda de la fiesta.
—¿Toreo?
—Sí. Vamos y nos lanzamos contra el sapo y el que pasa, pasa y el que no, no.
—Me tengo que ir.
—Pará. No seas aburrido. ¡Quedáte un ratito más!
En eso, volvieron la luciérnaga y la cigarra para invitarlos al toreo y el pajarito
no pudo resistir la invitación.
Y la pasó bárbaro. Incluso cuando la lengua de látigo del sapo estuvo a punto
de capturar al bichito de San Antonio y él lo salvó asustando con su tamaño al
sapo y todos los presentes lo felicitaron y luego se quedaron los cuatro charlando
de cosas y contando chistes y él hasta se animó a cantar en público fuera de
horario.
Entonces se oyó sonar la campana y empezaron a verse los primeros fuegos
artificiales en el cielo.
—¡¡Los viejitos!! —gritó el pajarito—. Me olvidé de los viejitos.
A lo lejos se oyó una segunda campanada.
—¿Qué viejitos? —preguntó la cigarra.
—Tengo que anunciarles el año nuevo a dos viejitos. Viven solos, si no me ven...
Sonó otra vez la campana: le quedaban nueve.
El pajarito salió volando para su casa, sin entender cómo se le había hecho
tan tarde. Oyó las siguientes campanadas mientras los fuegos artificiales se
desparramaban en el cielo como salpicaduras de luz. Uno estalló muy cerca
y estuvo a punto de voltearlo. Llegó al reloj cuando le quedaban sólo dos
campanadas.
Fatigado, pero listo para salir, se sacudió las plumitas, ensayó el tono de
voz, y estiró la patita hasta la puerta para probar si abría. Pero estaba atrancada:
el mecanismo que la abría le había quedado sin aceitar. Desesperado, oyó la
anteúltima campanada.

--
Antología - A vuelo de pájaro

Corrió.
En la sala, los presentes esperaban con las copas alzadas que él saliera para
brindar. Sonó la última campanada y la puerta se abrió; pero nadie salió.
—Se trabó —dijo alguien.
Tras un silencio y algunas toses, el pajarito apareció sobre el techo del reloj, y
desde allí cantó:
—¡Cu cú - cu cú! ¡Cu cú - cu cú! ¡Cu cú - cu cú!
Oírlo causó a todos el mismo efecto que a los dueños de casa: una alegría de
tobogán, de tesoro, de novios y de autitos chocadores. Recién ahí notó él que los
viejitos estaban rodeados de un montón de nietos. Y de contento, volvió a salir y
cantó como nunca lo había hecho, el doble de lo que le correspondía.
Entonces aparecieron sus compañeros:
—Mi amigo —dijo el bichito de San Antonio señalándolo—, es el encargado
de avisarles a todos que las horas pasan. ¡No cualquiera canta las doce!
—Vinimos a darte el premio... —le explicó la cigarra.
—¿Cuál premio? ¿Por qué? —le preguntó la cigarra.
—Como te fuiste tan rápido —dijo su amigo—, vinimos nosotros.
Afuera los esperaban la luciérnaga y una nube de insectos más: todos venían
a festejar el nuevo siglo al farol de su casa. El pajarito, que de tan contento ni se
acordaba del sapo, oyó que la cigarra le decía:
—Esta noche, vos fuiste el que le pasó más cerca.

--
Gabriela Chiocca
El hermano de Olegario
Ilustrado por Ariel Abadi

Olegario es un canario que vive en una jaula descuajeringada. La descu-


brió en el montón de trastos del taller abandonado. Fue ahí donde organizó
la guardería para comadrejas bebé que tuvo mucho éxito por un tiempo, pero
que finalmente hubo de cerrar por presión del gallinero vecino. Fue ahí donde
coordinó talleres de buenos modales para cochinos; lecciones de honestidad
para zorros y de música para tapires. Y fue ahí donde armó un equipo de
fútbol integrado por caracoles, babosas y gusanos chuecos.
Para cuando tuvo lugar esta historia, Olegario andaba convencido de
que tenía un hermano perdido. Un hermano que, según él, hacía años habría
abandonado la casa familiar para no volver nunca más.
La idea le vino porque empezó a tener ganas de reírse acompañado.
Poco a poco comenzó a sentir que debía haber alguien con quien compartir
Texto © 2005 Gabriela Chiocca. Imagen © 2005 Ariel Abadi. Permitida la reproducción no comercial, para
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Antología - A vuelo de pájaro

recuerdos. Y así empezó a extrañar. Al principio no sabía bien qué extrañaba o


a quién. Sólo tenía la sensación de que se le había perdido algo y que lo debía
buscar. En esa época se lo podía ver por el pueblo, dando vueltas y vueltas
sin rumbo, chocándose con los transeúntes y dándole sustos a más de un
automovilista. Cuando alguien le preguntaba “Che, Olegario, qué hacés”, él
contestaba “Estoy buscando lo que me falta.” Y seguía.
El sentimiento empezó a tomar forma de hermano. No es que le hubieran
venido con el cuento o que hubiera encontrado una carta reveladora. Nada de
eso. Una serie de pistas que Olegario encontró terminaron por convencerlo.
La taza rota que hacía años estaba tirada al lado de la jaula le hizo sospechar
que su hermano se había ido tras una pelea terrible con sus padres. En una
foto familiar creyó descubrir que era su hermano el que faltaba en el espacio
que quedaba libre entre el tío Ernesto y Jose, su prima de Azul. Le pareció
que la pila de cómics que estaba arrumbada en el taller y que tenía pegado un
papel en el que decía “No tirar” se la había dejado a él su hermano antes de
irse para siempre.
Pero lo que terminó de corroborar sus sospechas fue que por más que
hizo memoria no pudo recordar que sus padres mencionaran a su hermano
jamás. Ésa era la confirmación que le faltaba.
A los días del rotundo descubrimiento decidió salir a buscarlo. Ató la
puerta de la jaula con un piolín, colgó un cartel que decía “Ya volvemos” y
sin más equipaje que una mochila rebosante de esperanzas y planes para el
futuro, partió.
Anduvo a buen tranco por un rato hasta que llegó a una laguna donde
paró a descansar. Sobre la orilla, un benteveo tomaba agua.
—Buenas... Lindo día, ¿no? —saludó Olegario. El benteveo giró la
cabeza y asintió.
—¿Sabe? Ando buscando a mi hermano que se fue de casa hace años y
me preguntaba si por casualidad usted no tendrá una familia perdida por ahí
—sugirió.
—¿Yo? ¿Una familia perdida ”por ahí”? No entiendo —abrió grandes
los ojos el benteveo.
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Antología - A vuelo de pájaro
—Eso, digo, una familia, bueno, en realidad una familia no, un her-
mano que le ande faltando.
—No es que quiera ser descortés, pero sigo sin entender. ¿Cómo podría-
mos ser hermanos usted y yo?
—Y... parte de su plumaje es de un amarillo muy parecido al mío, ¿no
le parece?
—Sssíímm —concedió el benteveo.
—Y eso podría indicar algún grado de parentesco...
—Lamento desilusionarlo... estee...
—Olegario.
— ... eso, Olegario, pero dudo que el color de nuestro plumaje indique
algún grado de parentesco. Ni siquiera remoto.
—Ahh, ¿no?
—No, no, no, no —serio, el benteveo negaba con la cabeza y aire cono-
cedor—, si me dijera que a los dos nos gusta la chocolatada bien caliente en
invierno y en verano, entonces sí no habría dudas, seríamos hermanos. Pero
por el color de nuestro plumaje no, decididamente que no.
Olegario estaba seguro: la chocolatada le encantaba bien caliente en
invierno, pero en verano, le gustaba fría.
—Aaahh, qué interesante lo que dice. Le agradezco la valiosa información.
El benteveo puso cara de “faltaba más”, e inflado por la admiración de
Olegario levantó vuelo.

Ese primer encuentro no hizo mella en la mochila de esperanzas de Ole-


gario, quien se sentó a la sombra de un arbusto a picotear algo. Ahí estaba él
disfrutando de la brisa y las semillas cuando un movimiento en el agua llamó
su atención. Se asomó a la orilla y se encontró frente a frente con un par de
ojos flotantes, redondos, enormes. Pegado a los ojos, había un dorado.
—¿Nos conocemos? —le preguntó el canario.
—¿Por qué habríamos de conocernos? —respondió el pez.
—Porque yo ando buscando a mi hermano y por ahí usted también
—dijo Olegario.

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Antología - A vuelo de pájaro
—¿Por qué estaría yo buscando a su hermano?
—No, no me entendió. Yo estoy buscando a mi hermano y lo que digo
es que por ahí usted está buscando al suyo.
—No sabía que tenía un hermano. ¡Qué bueno! ¿Dónde está?
—¿Quién? ¿Mi hermano? No lo sé.
—No, su hermano, no, el mío.
—¡Ah, el suyo! Tampoco sé. ¿No seré yo?
—¿Le parece?
—¿Y por qué no? En nuestra familia nos gusta mucho el agua. Cuando
era chico mi mamá me decía que saliera de la palangana porque si no me iban
a crecer escamas. En una de esas usted alguna vez fue mi hermano canario y le
gustaba tanto el agua como a mí. Cuando se fue de casa se metió a la laguna
y como tardó en salir... ¡al final le salieron escamas!
—No, no creo. Que yo sepa siempre fui pez.
—Ah..., qué pena. Me hubiese gustado que usted fuera mi hermano.
—No se ponga mal. En otra oportunidad tal vez. Ahora me tengo que
ir, no vaya a ser que tenga un hermano y lo haya dejado esperando.
Y PLOP, el dorado desapareció en la profundidad del lago.

Olegario retomó la marcha pensando en que ése había sido un buen encuentro
y que algún día debería volver y proponerle al dorado trabajar juntos en algo.
Atardecía cuando llegó al muelle y se encontró con un castor que muy
concentrado roía uno de los pilotes de madera.
—¿Lo ayudo? —se ofreció Olegario
—No, no se moleste. Sólo me estoy afilando los dientes.
—¡Oia! ¡Como yo el pico! Tenemos la misma costumbre: usted se afila
los dientes y yo, el pico.
—Mire usted qué cosa... ¿Cómo me dijo que se llamaba?
—Olegario, para servirlo ¿y usted?
—Óscar, con acento en la O.
—¡Y los dos nombres empiezan con O! ¡Otra coincidencia! Digo yo ¿no
seremos parientes?

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Antología - A vuelo de pájaro

—Hummn no sé...
—A ver, dígame, ¿no tiene usted unas ganas bárbaras de charlar con
alguien en voz bajita antes de ir a dormir y de discutir por quién se come el
último pedazo de torta...?
—Humm. No, aunque un pedazo de torta me comería.
—Yo hago una buenísima de peras. Se la cocinaría, pero ahora tengo
que seguir. Un placer conocerlo, Óscar.
—Acépteme un consejo, Olegario, está anocheciendo y va a helar.
Detrás del roble hay una madriguera que suele ocupar un amigo marmota.
Vaya y pregúntele si puede pasar la noche ahí. Un tipo raro mi amigo, pero
de confiar.

Olegario anotó mentalmente “enviar torta de pera al castor Óscar con


acento en la O”. Siempre con su mochila a cuestas recorrió a saltos livianos
el camino hasta la madriguera. Llamó a la puerta, pero no apareció nadie.
Aplaudió fuerte, pero nada. Cuando se estaba metiendo las alas en el pico
para pegar un chiflido, se asomó una marmota somnolienta.
La marmota se desperezó. Se restregó los ojos diminutos. Hizo unos
chasquidos con la lengua. Y descubrió a Olegario.
Se miraron y una pila de recuerdos que tendrían en el futuro les llenó
los ojos: almuerzos, risas, carreras, gripes, escondidas y peleas por quién se
bañaría primero. El cartel de BIENVENIDOS y el banco para sentarse a
pensar junto la puerta confirmaron el parentesco. No hicieron falta preguntas
ni respuestas. Se habían encontrado. Ahí estaban. Olegario y su hermano se
pegaron un flor de abrazo. Después, tomaron mate y charlotearon hasta que
se quedaron dormidos bien despatarrados, el ala de Olegario sobre la panza de
la marmota, la pata de la marmota sobre la cara de Olegario.
A la mañana siguiente emprendieron el viaje de vuelta a la jaula del
taller. Esta vez Olegario y su hermano se turnaron para llevar la mochila.

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Enrique Melantoni (recopilador)
La misión del colibrí
Leyenda quechua
Ilustrado por Marcelo Tomé

Cuentan que hace muchísimos años, una terrible sequía se extendió


por las tierras de los quechuas.
Los líquenes y el musgo se redujeron a polvo, y pronto las plantas más
grandes comenzaron a sufrir por la falta de agua.
El cielo estaba completamente limpio, no pasaba ni la más mínima
nubecita, así que la tierra recibía los rayos del sol sin el alivio de un parche
de sombra.
Las rocas comenzaban a agrietarse y el aire caliente levantaba remoli-
nos de polvo aquí y allá.
Si no llovía pronto, todas las plantas y animales morirían.
En esa desolación, sólo resistía tenazmente la planta de qantu, que
necesita muy poca agua para crecer y florecer en el desierto. Pero hasta ella
comenzó a secarse.
Y dicen que la planta, al sentir que su vida se evaporaba gota a gota,
puso toda su energía en el último pimpollo que le quedaba.

Texto © 2006 Enrique Melantoni. Dibujo © 2006 Marcelo Tomé. Permitida la reproducción no comercial,
para uso personal y/o fines educativos. Prohibida la reproducción para otros fines sin consentimiento escrito de
los autores. Prohibida la venta. Publicado y distribuido en forma gratuita por Imaginaria y EducaRed:
http://www.educared.org.ar/imaginaria/biblioteca
Antología - A vuelo de pájaro
Durante la noche, se produjo en la flor una metamorfosis mágica.
Con las primeras luces del amanecer, agobiante por la falta de rocío,
el pimpollo se desprendió del tallo, y en lugar de caer al suelo reseco salió
volando, convertido en colibrí.
Zumbando se dirigió a la cordillera. Pasó sobre la laguna de
Wacracocha mirando sediento la superficie de las aguas, pero no se detuvo a
beber ni una gota. Siguió volando, cada vez más alto, cada vez más lejos, con
sus alas diminutas.
Su destino era la cumbre del monte donde vivía el dios Waitapallana.
Waitapallana se encontraba contemplando el amanecer, cuando olió
el perfume de la flor del qantu, su preferida, la que usaba para adornar sus
trajes y sus fiestas.
Pero no había ninguna planta a su alrededor.
Sólo vio al pequeño y valiente colibrí, oliendo a qantu, que murió de
agotamiento en sus manos luego de pedirle piedad para la tierra agostada.
Waitapallana miró hacia abajo, y descubrió el daño que la sequía le
estaba produciendo a la tierra de los quechuas. Dejó con ternura al colibrí
sobre una piedra.
Triste, no pudo evitar que dos enormes lágrimas de cristal de roca
brotaran de sus ojos y cayeran rodando montaña abajo. Todo el mundo se
sacudió mientras caían, desprendiendo grandes trozos de montaña.
Las lágrimas de Waitapallana fueron a caer en el lago Wacracocha,
despertando a la serpiente Amarú. Allí, en el fondo del lago, descansaba su
cabeza, mientras que su cuerpo imposible se enroscaba en torno a la cordil-
lera por kilómetros y kilómetros.
Alas tenía, que podían hacer sombra sobre el mundo.
Cola de pez tenía, y escamas de todos los colores.
Cabeza llameante tenía, con unos ojos cristalinos y un hocico rojo.
El Amarú salió de su sueño de siglos desperezándose, y el mundo se
sacudió.
Elevó la cabeza sobre las aguas espumosas de la laguna y extendió las
alas, cubriendo de sombras la tierra castigada.

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Antología - A vuelo de pájaro
El brillo de sus ojos fue mayor que el sol.
Su aliento fue una espesa niebla que cubrió los cerros.
De su cola de pez se desprendió un copioso granizo.
Al sacudir las alas empapadas hizo llover durante días.
Y del reflejo de sus escamas multicolores surgió, anunciando la calma,
el arco iris.
Luego volvió a enroscarse en los montes, hundió la luminosa cabeza en
el lago, y volvió a dormirse.
Pero la misión del colibrí había sido cumplida…
Los quechuas, aliviados, veían reverdecer su imperio, alimentado por
la lluvia, mientras descubrían nuevos cursos de agua, allí donde las sacudidas
de Amarú hendieron la tierra.
Y cuentan desde entonces, a quien quiera saber, que en las escamas del
Amarú están escritas todas las cosas, todos los seres, sus vidas, sus realidades
y sus sueños. Y nunca olvidan cómo una pequeña flor del desierto salvó al
mundo de la sequía.

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