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Justo Za.rago.~z.

DEL HOMBRE BLANCO

SIGNO DE U CRDZ PKECOLOMBIANOS


EN EL PERU

POR

MARCOS J I M É N E Z DE LA ESPADA

{Congreso Internacional de Americanistas de Bruselas. — AÑO 1879)

BRUSELAS
IMPRENTA DE AD. MERTENS

12, RUÉ D'OR, 12


DEL HOMBRE BLANCO

SIGNO DE U CRUZ PRECOLOMBINOS


EN EL PERÚ

Por mas que esta cuestión traiga su origen de algunas


observaciones hechas por el Sr. Marques de Mondar en el
congreso de Americanistas próximo pasado, con motivo
de la Memoria de M. Beauvois sobre el Markland y el
Escociland y acerca de la coexistencia en America de la
veneración ó respeto á la Cruz y la leyenda tradicional del
Hombre blanco, es lo cierto que en el curso de los debates
con este motivo suscitados y no obstante las advertencias
de los Señores Lucien Adam, de Hellwald, Leemans y
Peterken, merced á los datos expuestos por el Sr. Abate
Schmitz primero y después por el Sr. Abate de Meissas, su
interés ha venido á fijarse en un punto relativamente
secundario : que aquella coexistencia indicada por el
Sr. Marques de Mondar nacia, por lo que hace al Perú y
al Paraguay, de las predicaciones de un varón apostólico
de los primeros tiempos del cristianismo, del cual se conser-
vaban tradiciones en el último de aquellos países y en el
Brasil, recogidas por los P P . de la Compañía de Jesús á su
entrada evangélica á las naciones guaraníes. Por lo menos
tales han sido las postreras palabras pronunciadas por el
EL HOMBRE BLANCO Y LA CRUZ EN' EL PERÚ. 3
Sr. Abate de Meissas sobre el asunto y en tal estado quedó
éste en la última sesión del Congreso de Luxemburgo.
Para el respetable sacerdote y celoso Americanista, es
indiferente que el sujeto de las tradiciones guaraníes y
peruanas sea Sto. Tomas ó un discípulo suyo, si de cualquier
modo se acreditan de ciertas y fidedignas las noticias que de
él han publicado los religiosos de la Compañía de Jesús; por
que si ellos dijeron verdad, y esa verdad es haberse oido
y guardado los dogmas y misterios del Cristianismo por las
dichas gentes, poco importa saber quien los predicara; lo
esencial es que conste y se admita el hecho de esa predica-
ción, con la que se explica satisfactoriamente el Hombre
blanco y las cruces de América anteriores á su descubri-
miento. Pero el Sr. Abate olvida una cosa, á saber : que
todos los jesuítas y demás religiosos que fueron los primeros
en recoger aquellas tradiciones de boca de los indios
brasileros y paraguayos, afirman unánimes que fué
Sto. Tomas y no otro el que los predicó y doctrinó; por
consiguiente, si los relatos de dichos misioneros han de
admitirse como fundamento de opinión, es preciso no
tocarlos ni alterarlos, sobre todo en punto tan principal
como el nombre del predicador, inseparable de las palabras
y hechos que se le atribuyen ; y yo creo que el que defienda
los textos jesuíticos tiene que defender también á todo
trance que el Hombre blanco que repartió las cruces por el
Nuevo Mundo, fué Santo Tomas el Dídimo. Lo del discípulo
es recurso inventado, años mas tarde, por e l P . Antonio
de la Calancha (1) en trances muy difíciles de la vida y
muerte de P a y Zumé, Tunapa ó el Sto. Tomas americano,
que ni el mismo Padre acertaba á companigar con la lej-enda
cristiana y más añeja del apóstol que murió en Meliapur.
La piedad ó el buen componer de los lectores de Calancha
sufría semejantes libertades sin menoscabo de su fe en el

(1) Coránica moralizada, del Orden tic San Angustia en el Perú.


4 EL HOMBRE BLANCO Y LA CRUZ E N . E L P E R Ú .

argumento de la leyenda ; hoy el cambio ó sustitución del


personaje principal de ella equivale á desbaratarla ó cuando
menos desviarla del objeto con que se ha elaborado y difun-
dido.
Sin embargo, al tomar yo la cuestión del Hombre blanco
y de las cruces precolombianas en el punto en que la dejó el
Sr. Abate de Meissas, no quiero seguirle por un camino que,
á mi juicio, conduce brevemente á solución muy contraria
á los propósitos del expresado Señor; y declaro que acepto en
este debate las relaciones jesuíticas del Sto. Tomas de las
Indias occidentales, intactas y en la misma forma en que
salieron del pecho y de la pluma de sus autores, á fin de
que discurriendo por ellas desde las fuentes, resolvamos
ó decidamos, á ser posible, de una vez, si en las antiguas
civilizaciones do la América meridional hay que rechazar ó
admitir un elemento cristiano con las tradiciones de Pay
Zumé y Tunapa.

Sanio Tomas en el Brasil.

Acerquémonos al primero de estos personajes desde su


aparición en las costas brasileras.
Dánoslo á conocer el P . Manuel Nobrega de la Com-
pañía de Jesús, el año de 1549, en carta dirigida al Dr.
navarro Martin de Azpilcueta, desde S. Salvador de Bahía
de Todos los Santos, donde declara « cómo por tradición de
unos en otros se lia conservado en los naturales del Brasil
la memoria de haber predicado allí el Apóstol Santo Tomas >

y que contaban los del pueblo llamado San Vicente, que


está al principio del Brasil | al sur], que hasta lo que
habían de comer sin riesgo de muerte les había enseñado
este Apóstol (i), y que por cosa cierta y en boca de

(1) La mandüva ó mandioca (Manihot ulilissima) que, como todo e l


que lia oslado en América sabe, cruda es veuenosa y cocida saua y muy
alimeulicia.
EL HOMBRE BLANCO Y LA CRUZ EN EL PERÚ. 5

torios traída de unos anales á otros afirmaban, que una


vez S;J irritaron tanto aquellos bárbaros contra un
discípulo de Sto. Tomas, que tirándole flechas y arrojándole
dardos, le pretendieron matar; y sucedió que sin llegar al
discípulo, se volvieron dardos y flechas contra los homicidas,
acertando mejor á la vuelta las flechas y dardos que los
ballesteros al blanco de su crueldad. Y que muestran los
del Brasil las huellas de este sagrado Apóstol muy señaladas
en una peña alta. » (l)
Tres años mas tarde, en el de 1552, el mismo Nobrega,
en oirá de sus cartas dice textualmente : «Tienen noticias
los naturales brasiles de Santo Tomé, á quien llaman Pay
Zuuié ; y es tradición recibida de sus mayores, que anduvo
por estas regiones, y las huellas deste Santo Apóstol dicen
verse junto á un rio. Para certificarme, fui allá en persona
y vi por mis propios ojos cuatro huellas de pies y dedos
de hombre profundamento impresas; cúbrelas á veces el
agua cuando crece, y dicen se imprimieron allí en ocasión
que querian asaetear al santo, quien, huyendo de aquel
s i t i o para librarse de sus manos, se detuvo la corriente,dando
lugar para que pasare á pie enjuto y se fuese á la ludia.
(luentan también que las flechas que le tiraron se revolvieron
contra los agresores, y que los bosques por donde pasaba
se abrían de suyo, inclinándose los árboles para darle paso.
Y últimamente, que les prometió que volvería á vistarlos
en algún tiempo. » (2)
línI n d o esto, ¿ que hay do Sto. Tomas ó do Apóstol?
I'ii'itriquiñuela, ó llámese superchería etimológica, por
arte de la cual queda convertido Zumé en Tliome; unas
huellas estampadas ó esculpidas en peñascos, que recuerdan
demasiado las de Adam, Buda, ó el Uídimo en el Ceilan ;

(1) C a b u r i l » , C»,: mor. del Orde de S. .I iiy, en el Pira; lili. II, cap.
II, § (i.
(?) 1*. 1'. [,07.¡ino, Historia de la Computo ¡a 4<: Jcxns de la prorinein del
Paraguay, 1755; lili. [, cnp. XX.
6 EL HOMBRE BLANCO Y LA CRUZ EN EL P E R Ú .

y un concepto gratuito del P . Nobrega que por sí y ante


si, despacha á Pay Zumé de un rio brasileño á la India. Lo
demás puede atribuirse á un hombre cualquiera, ó mejor
dicho á dos hombres, pues en la primera carta los flechazos
son contra un discípulo, ó catecúmeno indígena, del após-
tol, y en la segunda contra el apóstol mismo. No consta por
las palabras del primer provincial de jesuítas del Brasil que
quedase de la pasada de Zumé por esa tierra rastro de los
dogmas que debió predicar como apóstol y por expreso
encargo de su Divino Maestro; ni siquiera resulta que
fuese blanco. Esto del color se averiguó muchos años des-
p ues por otros j esuitas y por personas particulares, con motivo
del camino de arena que dicen se levantó motu proprio del
seno de los aguas y dentro de la bahia de Todos los Santos,
llamado Maraipé (camino del hombre blanco),para facilitar
la retirada de Zumé por el mar luyendo de los que intenta-
ban aprisionarle y matarle; como se averiguó también que
fué el Brasil la primera tierra americana que pisó, aportando
en la bahia de Todos los Santos, conducido en « embarcacio-
nes romanas que por la costa de África tenían comunicación
con la America,- ó por milagro, que se puede tener por más
cierto,» bajo la fe del P . Ruiz de Montoya (1); y como pare-
cieron otras pisadas suyas y huellas de su bordón en Itapuá,
la Asunción de Cabo Frió, y campos cercanos de Parayba,
estas últimas en 'una piedra y acompañadas de otras más
pequeñas de su discípulo y de unos caradores que no han
podido discifrarse. Siendo de advertir, que las huellas
inmediatas á la costa así como el camino de Maraipé, no
indican que el apóstol desembarcaba, sino que, por el
contrario,se dirigía al Océano. De manera que estas noticias
en voz de confirmar vienen á embrollar las no muy conformes
entro sí del P. Nobrega.

(1) Cmif/ii¡ata espiritual del l'arnynjiy, etc., lii:jü; § XX111.


El- HOMBRE BLANCO Y LA CRUZ EN EL PERÚ.

Santo Tomas en el Paraguay.

En cumplimiento de la promesa que en su nombre nos


transmitió este jesuíta, ~P&y Zumé volvió al Brasil, pero
solo de paso para el Paraguay; á cuyo efecto, después de tomar
tierra, comenzó á abrir un camino maravilloso hacia el
interior de aquella gran comarca, en donde habia de dejar
no menos extraordinarias reliquias de su predicación y de
otros actos : un pozo de agua dulce perenne é invariable
junto á un rio, lugar que hace poco menos que inútil un
milagro de esa especie ; la impresión de su cuerpo junto al
Iguazú, á cuya orilla descansó de un largo viaje ; el ce-
menterio de los campos de Guarayrú ó de los Coronados,
cercado de tapias de osamentas y calaveras, que mandó
hacer con ocasión de una peste que consumió á muchos de
los que habia convertido ya en cristianos; huellas de sus pies
y de- los carnicoles de venadillos y corzas que venian a
oirle predicar, en un paraje llamado Mbaé pirungá, a
ocho leguas de la Asunción; otras huellas exclusivamente
suyas en la losa del pago de Tacumbú, á una legua de
aquella ciudad, que le sirvia de cátedra, y la capilla en donde
celebraba el sacrificio de la misa, abierta en peña viva en el
cerro de Paraguarí, con su sacristía y pulpito corres-
pondientes.
Sus reliquias inmateriales ó espirituales son de más im-
portancia : el nombre dePay Abaré, padre casto, aplicado por
los indios á muchos sacerdotes; — por que,según el P. Ruiz
ile Montoya {i),debieron dárselo al PayZumé en atención á
su indudable castidad, virtud que jamas han observado los
guaraníes ni antes ni después déla predicación do Sto. Tomas
en sus tierras; — la noticia de que llevaba una cruz, en la
mano ó acuestas, (pie en esto varían los interpretes : y p o r
último, las profecías,verdaderamente estupendas, acerca de

(1) L . c . g x x i .
8 EL HOMBRE BLANCO Y LA CRUZ EN EL P E R Ú .

la entrada al Paraguay de los Padres de la Compañía de


Jesús, que el apóstol Zumé publicó entre aquella gente.
Examinemos los hechos y consecuencias de esta segunda
jornada de Pay Zumé, pasando por alto lo del pozo, las
señales de su cuerpo junto al Iguazú y el cementerio de los
Coronados, que es un gentilar ó enterramiento de indios
como otros muchos que en America existen; y observando,
ademas previamente, que antes de que los jesuitas se
hicieran cargo de la tradición ó leyenda de Pay Zumé,
ésta tenia, por lo que loemos en el poema de Martin del
Barco, tan poco cuerpo, que ni siquiera hizo de ella el ima-
ginativo y piadoso arcediano argumento de alguno de sus
cantos, limitándose á indicarla por nota al XXV de su
Argentina en estos términos : « (losa muy común es entre
los guaraníes, que antiguamente anduvo entre ellos predi-
cando un santo hombre á quien ellos llaman hoy dia Pay
Cume (1) y Santo Thomé. »
Sin genero de duda, el rastro material mas portentoso de
cuantos quedan en el Paraguay de este santo ó santificado
personaje, es el camino que abrió para entrar allí desde
la costa brasilera á través de la comarca de Guayrá. Había
escapado á los ojos profanos y á las investigaciones de
Alvar Nuñez Cabeza de Vaca y de Rui Díaz Melgarejo y
demás conquistadores y pobladores de aquella tierra, ni
tuvo noticiado que existiese el afanoso rebuscador de mara-
villas, Martin del Barco ; pero en el año de 1 (i 12, la apostó-
lica via se hizo patente al celo y perspicacia del P . José
Cataldino. como consta de carta que en 16 1!¡ escribió á su
P . Provincial Diego de Torres Bollo. « Muchas cosas (dice)
me avian dicho estos Indios desde el principio del glorioso
Apóstol Santo Thomé, á quien (dios llaman Pay Zumé, y
no las he escrito antes, por certificarme más y averiguar
la verdad. Dicen, pues, los Indios ancianos y caciques

(1) Asi en la cilicio ilo 1 (le 100¿ y en la 'le Barcia; sin iluda por
Quine.
EL HOMBRE BLANCO Y LA CRUZ EN EL PERÚ. 9
principales, que tienen por certísimo, por tradición derivada
de padres á hijos, que el glorioso Santo Tilomas Apóstol
vino á sus tierras de ázia el Mar del Brasil, y atravesando
el rio de la Tibaxiva (asiento antiguo de sus pasados y de
ellos), que entonces estaba cuaxado de Indios, fue por esos
Indios del Campo al rio de Huybay, y de ai atravesó hasta
el rio del Piquiri, de donde no saben á donde fue. Al prin-
cipio de este rio dicen los Indios que están las pisadas del
glorioso santo impresas en una peña, y que el camino por
donde atravesó estos campos esta todavía abierto sin ha-
berse cerrado jamas ni haber crecido la yerba de él, con
estar en medio del Campo y ser camino nunca cursado ni
hollado de los Indios; y las peñas por donde viene este
camino, dicen, están abiertas, haciendo por medio de ellas
un sendero igual al mismo suelo, y esto afirman que ellos
mismos lo han visto » (I).
Con estos antecedentes, no le fue diflcil al P . Ruiz de
Montoya tropezar con el camino del Apóstol, cuando entró
á tierras de Tayatí de la provincia del Guayrá doce años
después, en 1624; y en efecto, lo descubrió con sus mismos
ojos á 200 leguas de la costa brasilera, tierra adentro, merced
á lo cual pudo describirlo con más pormenores que el P . Ca-
taldüio : « tiene ocho palmos, — dice, — de ancho, y en este
espacio nace una muy menudayerua, y á los dos lados deste
camino crece hasta casi media vara, y aunque, agostada la
paja, se quemen aquelles campos, siempre nace la yerua á
este modo. (2) » El buen jesuita ignoraba donde tenia la
portentosa senda su principio, pero habiéndole certificado
algunos portugueses que corria muy seguida des le el Brasil,
y que comunmente le llamaban el camino de Santo Tomé, y
sabiendo él, ademas, por fama constante entre portugue-
ses ó indigenas, « que el Santo Apóstol habia comenzado á

(1) P . P . Lozano, Iiist. de la Comp. de Jesús de la pro c. del Paraguay;


lib. V I , cap. X V I .
(2) Conquista espiritual del Paraguay, etc.; § X X I I .
10 EL HOMBRE BLANCO Y LA CRUZ EN EL P E R Ú .

caminar por tierra desde la isla de Santos, en que hoy se


ven rastros que manifiestan este principio de camino, o
rastro, en las huellas que el Santo Apóstol dejó impresas
en una gran peña que está al fin de la playa donde desem-
barcó, enfrente de la Barra de San Vice ¡te, que por testi-
monio publico se ven el dia de oy menos de un quarto de
legua del pueblo (1) » ; dio por cierto y verídico que comen-
zaba allí donde se decia y continuaba en la misma forma
por toda aquella tierra y la de Guayrá, el trozo que él y
sus compañeros habían visto; y no contento con esto lo
dibujó de un cabo á otro con toda formalidad en un mapa
que hizo de las reducciones del Paraguay (2). — Acaso el
P . Ruiz de Montoya, si hubiera visto (que él mismo confiesa
que no las vio) las huellas del Apóstol en la playa de San
Vicente, no afirmara tan de plano que allí comenzaba el
camino, por que otro compañero suyo, que parece haberlas
examinado en persona, afirma que las pisadas se dirigen
hacia el mar, y no son de quien principia sino de quien
acaba un camino (3).
Tomando pié de estas seguridades del P . Ruiz de Mon-
toya, otros que han escrito después sobre elSto. Tomas ame-
ricano, á medida delanecesida l,pero conservándola siempre
su carácter milagroso, han ido prolongando hacia Occidente
la Apostólica senda, desde el rio del Piquín', en que cesaban
las noticias del P . Catal iino acerca de la travesía del
Santo; y ya cuando Pinelo componía su Paraíso en el
Nueco Múñelo, tocaba en la Asampcion, pasaba á la fabu-
losa higuna de Pay Ti ti (nombre que este autor supone

(1) L. c.
(2) « lil P . Ruiz de Montoya... viniendo á esta Corte, trajo un mapa de
sodas ellas [las reducciones jesuíticas] bien delineado, señalando en él este
notable camino. Después, en el libro que sacó á luz, explicó mejor esta tradi-
ción. » Antonio Rodrigue/, de León Pinelo. El l'arayso en el Nuevo
Mundo. Ms. — 1656; lib. II, cap. 12» : Hombres en el Nueco Mundo
anteriores al Diluvio.
(3) P. Lozano, 1. c , lib. I, cap. X X .
EL HOMBRE BLANCO Y LA CRUZ EN EL P E R Ú . 11

corrupción de Pay Tomé, pero que realmente significa


Padre Gato-montés), y de aquí se extendía en dirección
del Perú, terminando en Carabuco, precisamente en el
pueblo donde también se dice, como luego veremos, que
Sto. Tomas alzó una famosa cruz. El tránsito del Apóstol
del Paraguay al Perú á través de los Andes, íbase pues
preparando poco á poco con estas añadiduras al camino
que vio el P . Montoya, cayo testimonio es lo único cierto
y positivo que resulta de todos los pasajes alegados, y que
yo no tengo inconveniente en admitir, porque he visto y
transitado en mis viajes por las selvas americanas no uno
sino muchos sitios semejantes al descrito por aquel misio-
nero.
Advertiré ademas, que el P . Lozano, que cree en el ori-
gen y condiciones milagrosas del tal camino, dice que los
guaraníes le llaman Peabirú y los españoles de Sto. Tome (1),
diversidad de nombres muy de tener en cuenta.
Respecto de las huellas de Tacumbú, tan cuestionadas en
la cuarta sesión del Congreso de Luxemburgo, pudiera con-
tentarme con repetir aquí lo que escribe acerca de ellas el
sabio jesuíta P . José Quiroga desde la Asumpcion el 8 de
octubre de 1753 (2). « Los geógrafos(D.Manuel Flores,capi-
tan de fragata; U. Atanasio Baranda, teniente de navio ;
y 1). Alonso Pacheco, teniente de fragata), habiendo oido
decir que en un peñón que está á corta distancia de la ciu-
dad habia impresas en lo más alto las huellas de Sto. Tomé
Apóstol, fueron á ver si eran huellas humanas, ó si seria
alguna cavidad de la misma piedra con la apariencia de
huellas; y volvieron afirmando que ni semejanza tenían de
haber sido huellas de hombre. Hay empero tradición de
que el santo Apóstol estuvo en esta parte de la América, y

(1) Cunq. del Paraguay, lib. I, cap. III.


(2; Diariu de la expedición al rio Paraguay para la demarcación
de limites entre España y Portugal.—Descripción del rio y sus pro-
ducciones naturales, e t c . , con un mapa. Ms.
12 EL HOMBRE BLANCO Y LA CRUZ EN EL P E R Ú .

hay en el Paraguarí, que es estancia del Colegio del Para-


guay, una cueva que se llama de Santo Tomé, en la cual se
dice haber estado el Santo. »— No cabe hablar en el asunto
con más indiferencia, dada la profesión del que lo trata.
Pero aunque el tono del P . Quiroga y la terminante afir-
mación de los geógrafos á mí me basten para formar un
juicio acerca de esas huellas del Apóstol; bueno sera decir
cómo les parecieron al primero que en mi entender la ha
descrito, y á otros dos de los últimos que de ellas se han
ocupado á fines del pasado siglo; el uno antes de la expulsión
de los jesuítas de los dominios españoles, el otro después de
este lamentable suceso.
Dice Martin del Barco Centenera: « Yo he visto por
propios ojos una piedra cosa de nueve pies de longitud y
quatro de latitud en que están formadas señales y vestigio de
pisadas de pió humano ; y no son de indios, porque son co-
nocidas las señales de sus pies, por ser tan diferenciadas
como son las señales de los pies del cristiano, aunque el
pié del uno y del otro esté descalzo, por que los indios tie-
nen los dedos disparramados y el cristiano junto», y lo mis-
mo se ve en el negro de Etiopia » (1).
El P . Pedro Lozano escribía en 1745 (2) : « Por último,
en el pago de Tacumbú, distante como una legua de la
Asunción, está la piedra que según tradición antiquísima é
inmemorial de todos los naturales sirvió de pulpito al pro-
digioso maestro de estas regiones para predicar á la turba
de gentiles, que concurrían de toda la comarca atraídos de
la novedad á escuchar su doctrina. Elévase tres estados
en alto, pero no es una sola pieza, sino piedras sobrepues-
tas unas á otras y calzadas con otras de canto delgado,
parque asienten mejor. Celébrase con justa razón por
maravilla que se haya conservado por el discurso de tantos
siglos aquella maquina sin liga ni argamasa; sin que hayan
(1) L. c. canto X X V .
(2) Hist. de la Conquista del Paraguay, lib. I, cap. X X .
EL HOMBRE BLANCO Y LA CRUZ EN EL PERÚ. 13
sido poderos á derribarla, ni aun á hacer la más leve
impresión los huracanes furiosísimos que soplan frecuente-
mente en el país y suelen arrancar de raíz ó tronchar árbo-
les muy gruesos y crecidos.»
« La piedra superior es la mayor de todas y tan capaz que
han llegado á caber diez personas; su superficie es llana, y
en ella están impresas profundamente las dos huellas con
sandalias del santo apóstol, mirando hacia el rio Paraguay,
que cae hacia la parte del norte ; también está estampado
su báculo, y quita toda duda de que se hayan podido fingir
artificiosamente estas señales la extraña dureza de la
piedra; porque es tal, que queriendo algunos de nuestros
jesuítas que subieron el año de 1700 á observar y venerar
aquel prodigio, sacar algún polvo, se mellaron tres hachas
bien templadas, sin imprimir en el lugar délas huellas la más
leve señal. La huella del pie izquierdo antecede á la del
derecho, como de persona que hacia hincapié, denotando
la fuerza con que el santo predicaba, para persuadir los
misterios principales á la multitud de bárbaros, que para
oirle, llenaban todos aquellos campos circunvecinos » — Y
aquí tiene el autor de la A)-gentina explicado sin recurrir á
la disposición de los dedos de los pies cristianos, por qué los
de las impresiones de Tacumbú no estaban esparcidos;
consistía en la sandalia que los calzaba; si no es que en su
tiempo se notaban las señales de los dedos y en los años del
P . Lozano se liabian ya borrado ; aunque yo creo que
quien vii) nial y poco fue el arcediano, qu.> no reparó en la
liu.día del báculo, y omitió lo del hincapié y el monumento
({iic sostenía la losa ala altura de tres estados. La descripción
de Lozano persuadirá también á cierto ilustre Americanista,
de que los que urgan en nuestros dias 0:1 las huellas del
apóstol, no es para refrescarlas, como el cree sino para
lograr lo que no pudieron proporcionarse los jesuítas de
1700, una reliquia en polvo (l).

(1) Doria M. Peterken en la sesión del 12 de setiembre do 1S77: « Conime


14 EL HOMBRE BLANCO Y LA CRUZ EN EL PERÚ

El tercero de mis testigos es D. Julio Ramón César,


distinguido oficial _y autor de una Descripción histórica
del Paraguay, ilustrada con dibujos, aun inédita, y fruto
de un perspicaz talento de observación, de diez y ocho años
de residencia en dicha provincia, de seis de empleo en la
Comisión de límites entre Portugal y España, fuera (levarías
expediciones militares á Rio Grande y de otros viajes de
curiosidad ó estudio (1). — Por regla general, me propongo
valerme, para mis pruebas, en el discurso de esta memoria,
de textos que nadie pueda tachar de sospechosos, especial-
mente por las ideas heterodoxas del autor ó por su falta de
carácter eclesiástico; pero séame permitido alguna vez,como
ahora,acudir á un lego poco aficionado á los Compañeros do
Jesús (aunque fanático por la Inquisición), no en demanda de
ayuda y de argumentos en contra de las ideas que estos
religiosos sostenían acerca do la tradición americana de
Sin. Tomas, sino para (píenos describa, como ya lo he mani-
festado, las huellas de este Apóstol en Tacumbú, y nos diga
ademas, qué era la famosa capilla de Paraguarí, de cuyo
monumento corresponde tratar á seguida, para concluir con
el examen de los vestigios materiales del Divino Emisario en
el Paraguay.
Titula César el capítulo de su obra en que entran dichas
antigüedades religiosas, de este modo : « Las siete mara-
villas del Paraguay » ; y dice sobre ellas :
« Inmediato á los exidos de la ciudad |de la Asumpcion],
al sur de la plaza, se reparan unas piedras, que, por dominar
en un campo espacioso y arenisco y ser únicas en bastante
distancia, causan maravilla. Estas son cuatro, de suficiente
magnitud, puestas unas sobre otras sin arte. Llámanse de
Sta. Catalina, por ser tradición entre el vulgo que esta santa

r;i<-liiiii ' I r . , a;:vní.. ; i L m i > . - > | > h i ' > i - ¡ i | H K K temí fi IVllSiivr ¡ t "< M 111 > I-I • i 1 1 ; < • de l'Assomp-
tinlij, <in ;i, soiu de l;i raviver de temps ;'i alllre. »
(l¡ l > \ i i - n i a parle de la colecciini de Mala Linares, conservada en la
lieal Academia, de la Historia ; t. 00. — Faltan los dibujos.
El. HOMBRE BLANCO Y LA CRUZ EN EL PERÚ. 15
pareció sobre ellas en un concurso de gentiles, al tiempo de
los primeros conquistadores. Saqué dibujo de ellas con
cámara obscura del mismo modo que se nota en la lámina...
Al rededor de ellas hay mucha maleza. Tienen de altura
10 varas castellanas medidas por mí (í) ».
« También se dice que en otras piedras casi iguales, en los
exidos del O. N. O. de la misma plaza, sobre ellas están
impresas huellas, donde una tradición vaga y sin fundamento
mantiene que pareció vivo sobre ellas, en tiempo de la
predicación de los Apostóles, Sto. Tomas, predicando á los
mismos Indios, profetizándoles la venida, en los siglos futuros,
de algunos cristianos que les habían de sacar de sus idola-
trías y convertir al cristianismo,y otras muchas ociosidades
inventadas por los expulsos, que las fabricaban para ser
exaltados á medida de su ambición y de sus crédulos devotos.
En el dia estas piedras están derribadas y en poco tiempo se
verán enterradas en este propio lugar bajío. »
« Otras tales piedras dicen haber en este mismo rio al
norte, que se reconocen en tiempo de seca, cuando están
bajas las aguas del rio, que también pintan haber pasado
por allí el mismo santo y haber dejado las huellas señaladas
en ellas. No las he Aisto por falta de ocasión que solicité. »
De la capilla del Apóstol trata mas extensamente en estos
términos: .
« El 25 de agosto de 1748, salí de esta ciudad para las
Cordilleras á unas 14 leguas de distancia, y en la chácara
del Dr. 1). Antonio Peña, arcediano de esta Sta. Iglesia, me
mantuve 18 dias,procurando con el sosiego que me prometió
la campaña, dedicarme al conocimiento de algunos árboles
de particulares y raros frutos aunque silvestres, por que los
más se comen en conserva, etc. »
« Tanto me fue ponderada por distintas y graves perso-
nas, con prevención, desde Buenos-Ayres, una cueva intitu-
l l ) J). Félix ele Azara marca (ambien estas piedras en su plano de la
ciudad de la Asumpcion,
16 EL HOMBRE BLANCO Y LA CRUZ EN EL PERÚ.

lada de Si o. Tomas Apóstol, que se halla 18 leguas de la ciu-


dad y distante de la mencionada chácara 4, situada en el
COITO cuyo nombre toma, que el deseo de descifrar tantas
historias me hizo determinar pasar personalmente á reco-
nocer esas maravillas. »
« A la inmediación de la cueva atravesó el paso ruidosa-
mente un tigre, de quien está bastantemente poblado ese
cerro. « Huveron todos, reanimé á algunos dispersos y
seguí mi aventura por el que dirán ?» Aunque temía alguna
emboscada dentro de la cueva, cuya entrada se hacia acce-
sible solamente á la fuerza de los brazos, asiéndonos de las
agudas puntas que sobresalían de las breñas. Lam »
'«Finalmente, determiné dar el asalto ala roca ; pero antes
hice arrojar por mis compañeros un diluvio de piedras por
la entrada ó puerta que se divisaba en lo alto mas de seis
varas, desafiando con este estrépito al enemigo imaginario,
que con mucho descanso desde luego dormiría su siesta se-
guro de insultos. Xo obstante, con precaución armé á mis
Oliveros y Reinaldos con mechones de paja encendidos,
de los que hice lanzar como bombas algunos dentro de la
boca de la cueva. Pero reconociendo la tranquilidad del
supuesto enemigo, anímeme á escalarla peña, y entramos
con mecha en mano, con mas coraje que un Alejandro sobre
Tiro, dentro la solitaria" cueva. »
« Subí, bajé, registré de un golpe todo el encanto. Subí
poninas toscas peñas hasta llegará una obscura boca; entré
por ella y bajé caminando por esla garganta, tropezando en
gruesas piedras, hasta llegar al centro de la gruta. Futraba
por una claravoya la luz del sol, que la alumbraba con
mucha claridad. Registré, y noté á un solo golpe de vista
todas sus aplaudidas maravillas, reducidas á unas miserables
ruinas. »
» Una semejante hallé en la provincia de Lipes, en el cu-
rato de S. Cristóbal, lira un cuadro perfecto en lo ancho y
largo, pero menos en su altura, sin luz alguna, pero muy
EL HOMBRE BLANCO Y LA CRUZ EN EL PERÚ. 17
aseada ; y c o m a la tradición entre los indios, que fué depó-
sito de metales en los tiempos de sus Incas. » •
« Suponían primeramente haber en ella un altar con sus
atriles y candeleras todos de una sola y maciza piedra; una
sacristía inmediata, pero que estaba esta poseída de ani-
males feroces ponzoñosos, motivo que desanimaba entrar en
ella y menos dar razón de sus cualidades; un pulpito á la
pared de la parte del Evangelio, donde dicen predicaba
Slo.Tomas Apóstol, quien decia su misa en dicho altar ; por-
fiando en esto, sin el más mínimo fundamento ni probabili-
dad, los más advertidos individuos de la pasión para ilustrar
y santificar su patria con esta antigüedad, sostenida de los
Reverendos Jesuítas, con el fin de apoyar sus ideadas pro-
fecías, equívoco con el epíteto que dan al santo de apóstol
de las Indias meridionales. Efectivamente predicó este santo
en las Indias orientales que le cayeron á la suerte que echa-
ron los Apóstoles en el Cenáculo, aprobadas del Espíritu
Santo, á fin de que fuesen á noticiar la ley de Jesu Cristo
repartidos á un tiempo por todo el mundo. A este Santo
Apóstol tocóle las provincias de Etiopia, que, para distin
guirlas de los demás reinos de esta región por su situación,
llaman India Meridional, como claramente, entre otros, lo
insinúa el Dr. Gonzalo delllescas en su Historia pontifical
y Católica (t. 2 , lib. 4 , fol. 128, c. 28, al fin de la vida
o o

de Paulo 3 . — Véase mi tratado Pantos de Misiones.)


o

« Desde luego que estas ruinas, así como presentemente


se hallan, parecen vestigios de sacristía, altar y pulpito
imaginario, pero en el dia no se ven mas que una cruz de
dos varas (escrito en ella 9 de marzo del7G8), que se halla
á distancia de cuatro varas de la pared que hace cabecera,
de cuyos brazos estaba pendiente una foja ó sabanilla ; y a
su diestra, hallábase otra pequeña cruz viejísima, del mismo
modo que representa la Lam... Una y otra estaban enarbo-
ladas y bien aseguradas sobre un agregado de piedras que
le servían de peana. ¿Cómo se conservaron con tanto pri-
18 EL HOMBRE BLANCO Y LA CRUZ EN EL PERÚ

mor en tiempos gentílicos estos vestigios intactos hasta


llegar después de 1500 y mas años á poder de cristianos ¿
¿Y en poder de cristianos, con todo el cuidado y esmero de
los jesuítas, se perdieron estas maravillas en tan pocos
años ? »
« Casi un romboide oblicuángulo es la figura de esta
cueva en su base; su magnitud es de 15 varas de largo,
G de alto, 4 1/2 de ancho hacia las cruces, y por la parte de
la entrada es de 3 1/2 varas de ancho. El piso ó suelo muy
aseado, llano é igual; asimismo su cielo, que lo cubren dos
piedras disformes, la una de mas de 10 varas de largo,
introduciéndose su ancho por los costados que forman los
lados colaterales. Estos son de una enorme piedra del
mismo cerro, que supongo ser mineral, pero llanos y tersos
como pudiera hacerse la mas lucida habitación. Recibí un
gran golpe de luz del sol, que entra por una apertura que
cae por el lado derecho, sobre la puerta ó entrada de
la cueva, cuya luz se percibe solamente dentro de la
pieza. »
« Se reconoce por su aseo y limpieza, como por otros
vestigios de devoción,que es frecuentada,como positivamente
me han aseverado celebrar en ella con algunas luces de
velas ó lamparillas todos los años en su dia 21 de diciembre,
la fiesta de su santo titular »
« Las grandes piedras de este cerro son berroqueñas,
que perpendicularmente caen unas sobre otras, sentadas
horizontalmente, y de mucho volumen, cuyas juntas apenas
se perciben. Distara esta cueva del nivel de la tierra unas
G0 varas y otras tantas de su cumbre, que no medí por falta
de instrumento. »
¡ Lastima es que al Sr. César no se le ocurriera practicar
excavaciones en la gruta de Sto. Tomas! De seguro que se
hubieran encontrado allí mucho antes que en los terrenos de
Mercedes, orillas del Uruguay, huesos humanos y armas y
utensilios de la edad de piedra, mezclados quiza con restos
EL HOMBRE BLANCO Y LA CRUZ EN EL PERÚ. 19
de los grandes mamíferos propios de las cavernas de
aquella región. Porque no puede por menos de recono-
cerse en esta de Sto. Tomas, á pesar de sus novísimos arre-
glos y composturas eclesiásticas, una guarida del hombre
proto-histórico del Paraguay.
De las reliquias espirituales del santo viajero, la que
merece toda nuestra atención es su profecía ; el nombre de
Pay Abaré ó Padre Casto, bien se colige de las explica-
ciones del P . Ruiz de Montoya, que fué un dictado con que
se le honró a posteriori; y la cruz, de cuyo signo no se
ha hallado jamas el mas mínimo rastro entre los guaraníes,
es uno de los episodios necesarios de dicha profecía. En la
cual consiste, estriba y se encierra todo el secreto de la
leyenda ó tradición del apóstol paraguayo, y se descubre á
las claras la razón del tenacísimo empeño puesto en sos-
tenerla, aumentarla y propagarla por los religiosos de la
Compañía de Jesús.
Consecuente con lo que acostumbro al tratar de cues-
tiones como la de ahora, que es discurrir muy poco por mi
cuenta, y eso poco al arrimo de textos de fe y autoridad
irreprochables, voy á presentar el primero, el más genuino,
aquel en que se contiene en su forma original, y por ende
más auténtica y pura, la profecía de Sto. Tomé, divulgada
por los jesuítas ; la carta del P . José Cataldino á su provin-
cial P . Torres Bollo, de cuyo documento me serví, no hace
mucho, en la descripción del Peabirú o camino del Apóstol
Zumé. Reza la carta :
« Tienen por tradición que el glorioso santo Tomas
(Pay Zumé) dijo á sus antepasados muchas cosas por venir
y entre ellas las siguientes : Que habían de entrar sacer-
dotes en sus tierras y que algunos entrarían sólo de paso
para volverse luego ; pero que otros sacerdotes que entra-
rían con cruces en las manos, esos serian sus verdaderos
padres y estarían siempre con ellos y los enseñarían cómo
se habían de salvar y servir á Dios; y que estos padres los
20 EL HOMBRE BLANCO Y LA CRUZ EN EL P E R Ú .

baxarian al río del Paranapané, donde harían dos pobla-


ciones grandes, una en la boca del Pirapó y otra en
Itamaracá, nombrándolas por sus nombres, que es puntual-
mente donde agora están. Y es mucho de advertir que en-
tonces no habia Indios algunos en los dichos asientos ni
por todo este rio. Díxoles también, que en entrando dichos
sacerdotes á estas tierras, se habían de amar mucho ellos
entre sí y cesarían las guerras que de continuo traían unos
con otros. Que entonces no ternia cada uno sino una sola
muger, con las cuales las casarían dichos padres, y que el
asiento de estos seria principalmente en el Pirapó, y que
en la Tibaxiba no quedarían más pueblos. Prevínoles tam-
bién que dichos padres no habían de tener Indias en su
casa para que les sirviesen, y traerían campanas : que
usarían todas las comidas que ellos tienen, pero que no
beberían de sus vinos y que los indios de Maracayú vernian
á estos pueblos y que todos estos pueblos ternian por capi-
tán á un Español; y otras particularidades que, cierto, me
admiré mucho cuando las oí, á las cuales no hubiera dado
crédito, ó por lo menos tuviera mucha sospecha de que
era liviandad de Indios, sino me dijeran ellos esto mucho
antes que sucediese, teniéndolo por tradición tan antigua
de sus pasados. »
« Preguntándoles á estos Indios que de dónde sabían
todo lo dicho? Respondían que sus abuelos se lo dijeron;
y que preguntando ellos á sus abuelos el origen de donde
salió esta habla, les respondían lo mismo, que también se
lo habían dicho á ellos sus padres; por donde parece que
no puede haber duda de la verdad, siendo una tradición tan
fundada 3^ asentada de que ellos han hecho siempre grande
estima; y así agora están muy contentos de ver cum-
plido lo más que mucho antes sus padres y abuelos les
dijeron. »
He aquí la famosa profecía. Yo apelo ahora á la con-
ciencia del jesuíta más rígido, más piadoso y más crédulo ;
EL HOMBRE BLANCO Y LA CRUZ EN EL P E R Ú . 21
que pronuncie su fallo y declare su juicio acerca de poner
en boca de un discípulo del crucificado palabras ó inten-
cionadas ó pueriles, que hagan distinción entre la genera-
lidad de los sacerdotes que pasaron al Paraguay y los de
la Compañía á favor de éstos y en contra de aquellos,
anunciando como distintivo de los que habían de ser sus
verdaderos padres y maestros de su salvación y del ser-
vicio de Dios, el que entrarían con cruces en las manos, y
llevarían campanas, y no se servirían de indias en su casa,
y comerían de sus comidas 3- no beberían de sus vinos.
O mucho me equivoco, ó ha de ser la sentencia, que en
este vaticinio solo hay que absolver al interprete del Após-
tol de un exceso de candor y buena fe; lo cual viene á
probar el poco fundamento con que se dice de los jesuítas
que procedían en todos sus actos con la más exquisita
previsión y refinada cautela.
Tampoco la tuvieron al poner al santo Pay Zumé en el
compromiso de profetizar aquello de las poblaciones del Pa-
ranapané, pues á los pocos años de haberlas fundado, el
mismo P . Cataldino tuvo que retirarlas 120 leguas al sur
de su primitivo asiento y en paraje de que no habla la pro-
fecía (1).
La epístola del P . Cataldino no quita, sin embargo, su
importancia á las noticias del P . Ruiz de Montoya sobre el
mismo asunto, recogidas el año de 1G24 y publicadas en

(1) P. Lozano, Hist. deja Conq. del Paraguay, etc., lili. I, cap. III.
Por 110 apartarme de la seriedad que conviene á estos asuntos de profe-
cías, quiero poner fuera del texto, como nota y para que se vea lo que
valen vaticinios indianos, este que consigna el año de 1583, en su Memo-
rial de méritos y servicios, Sancho de la Cueva, clérigo que fué cou Pedro
de Lagasca al Perú. Dice que Labia doctrinado en varias provincias en
tiempo del virey D . Francisco de Toledo, en cuya época fueron los ingleses
(de Drake) al estrecLo de M a g a l l a n e s : y que los indios le decían que sus
ídolos les pronosticaban "que habían de venir otras gentes de guerra á
conquistarlos, y que no habían de tener sacerdotes, sino que habían
de vivir con los ritos de sits antepasados, y que creían que estas gen-
tes serian los ingleses. (Archivo de Indias.)

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