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NUEVOS TEMAS, NUEVAS PERSPECTIVAS

EN HISTORIA MEDIEVAL

XXV Semana de Estudios Medievales


Nájera, del 28 de julio al 1 de agosto de 2014
ORGANIZADOR
Asociación «Amigos de la Historia Najerillense»

ASESORES ACADÉMICOS
José Ángel García de Cortázar
Ignacio Álvarez Borge
Francisco Javier García Turza

DIRECTOR DEL CURSO


Blas Casado Quintanilla

COORDINADORA
Esther López Ojeda
NUEVOS TEMAS, NUEVAS
PERSPECTIVAS EN HISTORIA
MEDIEVAL

XXV SEMANA DE ESTUDIOS MEDIEVALES


NÁJERA, DEL 28 DE JULIO AL 1 DE AGOSTO DE 2014

COORDINADORA DE LA EDICIÓN
Esther López Ojeda

Logroño, 2015
Semana de Estudios Medievales (25. 2014. Nájera)
Nuevos temas, nuevas perspectivas en historia medieval / XXV Semana de
Estudios Medievales, Nájera, del 28 de julio al 1 de agosto de 2014; Esther López
Ojeda (coordinadora de la edición); organizador Asociación “Amigos de la
Historia Najerillense”. — Logroño : Instituto de Estudios Riojanos, 2015
294 p.: il. ; 24 cm. — (Actas)
D.L. LR 496-2015. — ISBN 978-84-9960-082-6
1. Edad Media - Historia - Congresos y Asambleas. I. López Ojeda, Esther.
II. Asociación “Amigos de la Historia Najerillense”. III. Instituto de Estudios
Riojanos. IV. Título. V. Actas (Instituto de Estudios Riojanos)
343.01
94 (4)

Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de esta publicación pueden reproducirse, registrarse
o transmitirse, por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea
electrónico, mecánico, fotoquímico, magnético o electroóptico, por fotocopia, grabación o cualquier otro, sin
permiso previo por escrito de los titulares del copyright.

Primera edición: junio, 2015

© Esther López Ojeda (coord.)

© Instituto de Estudios Riojanos, 2015


C/ Portales, 2 - 26001 Logroño
www.larioja.org/ier

Imagen de cubierta: Monasterio de Santa María la Real desde la calle San Jaime, Nájera.
(Gloria Moreno del Pozo. Amigos de la Historia Najerillense).

Depósito Legal: LR 496-2015

ISBN: 978-84-9960-082-6

Diseño gráfico de la colección: Ice comunicación

Producción gráfica: Reproestudio, S.A. (Logroño)

Impreso en España - Printed in Spain


Índice

9 Prólogo:
25 años de la Semana de Estudios Medievales de Nájera.
Una mirada hacia el futuro
Esther López Ojeda

17 Las Semanas Medievales de Nájera: cinco lustros de difusión


del conocimiento del Medievo
José Ángel García de Cortázar

39 Fuentes materiales: hacia la construcción de un discurso


propio. Nuevas perspectivas en arqueología medieval
José Avelino Gutiérrez González

59 Fuentes escritas: transcripción, digitalización, historia social


de la escritura
Francesca Tinti

83 Mujeres: entre el silencio ¿forzado? y la reivindicación


Mª Isabel del Val Valdivieso

105 Antropología política e historia: costumbre y derecho;


comunidad y poder; aristocracia y parentesco; rituales locales
y espacios simbólicos
José María Monsalvo Antón

159 Memoria histórica: el rescate interesado del pasado


José Manuel Nieto Soria

183 ¿Hay sitio para la Edad Media en las enseñanzas Primaria y


Secundaria?
Jorge Sáiz Serrano

7
215 La Edad Media en la era digital: búsqueda de información,
difusión de resultados y nuevas perspectivas
Jorge Maíz Chacón

239 Novela y cine sobre la Edad Media: versiones abreviadas y


discutibles de la historia
José Luis Corral

263 Recorrido temático de la Semana de Estudios Medievales


de Nájera
Esther López Ojeda

8
Antropología política e
historia: costumbre y
derecho; comunidad
y poder; aristocracia y
parentesco; rituales locales
y espacios simbólicos
JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN
Universidad de Salamanca

El título de este trabajo comienza con un enunciado que parece sostener un


juego de interrelaciones entre dos disciplinas académicas, la historia y la antro-
pología. No parece preciso justificar la apelación a la historia. Con respecto a la
antropología política, es quizá obligado hacerlo en un congreso de historia me-
dieval. Excuso hacer un recorrido historiográfico o epistemológico. Quiero se-
ñalar al menos que la disciplina nació como una derivación tardía de la
antropología social, justo cuando se propuso analizar los sistemas políticos de
las sociedades primitivas, ya fueran sociedades sin estado, con jefaturas caris-
máticas o con una muy tenue organización administrativa o paraestatal. No sin
fundamento se considera que African Political Systems, de 1940, es la obra fun-
dacional de la disciplina1. Las disputas en un mundo sin ley, la circulación del

1. FORTES, M., EVANS-PRITCHARD, E. E., African Political Systems, London: Oxford Univ. Press, 1940. Ese año
aparecía también el célebre libro de Evans-Pritchard sobre los nuer. African Political Systems contenía distintos

José María Monsalvo Antón - Antropología política e historia: costumbre y derecho; comunidad y poder; aristocracia y.... 105
poder entre grupos de edad o de parentesco, la unidad entre lo religioso y lo
político, entre otras cuestiones, fueron abordadas por estudiosos que se veían
enfrentados empírica e intelectualmente a un mundo remoto y profundamente
marcado por la alteridad respecto a las reglas de vida y cultura occidentales.

Durante mucho tiempo la disciplina se apoyó en exploraciones in situ en so-


ciedades tribales, en los métodos inductivos puros, en el observatorio africa-
nista como canónico y en los enfoques funcional-estructuralistas. El paradigma
sería el de Radcliffe-Brown y Evans-Pritchard. Pero cada vez más, desde la des-
colonización y la apertura a nuevas corrientes, se fueron introduciendo en la
antropología política argumentos ligados a los cambios experimentados por los
colectivos observados en los procesos de la modernización, al tiempo que la
disciplina absorbía distintas teorías sociales –escuelas diversas de funcionalis-
mo, marxismo, teoría de la acción…–, que han permitido desarrollar, en claves
no solo empíricas sino cada vez más abstractas y comparativas, líneas de tra-
bajo muy diversas. Los grandes autores han ido marcando pautas y corrientes
interpretativas: las reflexiones sobre las disputas, la coerción y la cohesión so-
cial de M. Gluckman, el sistema político y la toma de decisiones –Easton, más
politólogo que antropólogo–, la continuadora teoría procesual –T. Lewellen, R.
Cohen, J. Middleton–, la antropología estructuralista inspirada por la lingüísti-
ca –Lévi-Strauss–, la antropología de orientación marxista –M. Godelier, E. Te-
rray–, los estudios sobre ritual, lenguaje e ideología –Maurice Bloch–, la
antropología simbólica o del imaginario –C. Geertz–, entre otros muchos. La
disciplina fue pasando también desde la inmutable «estructura» al «proceso» y a
la «teoría de la acción»; del estructuralismo estático a los enfoques diacrónicos;
de las tribus africanas o melanesias aisladas en su mundo, que sedujeron a los
pioneros de la disciplina, a una geografía más amplia, es decir, Asia y Austra-

estudios sobre pueblos africanos (zulu y ngwato de Sudáfrica y Botswana, bemba de Zambia, kede de Nigeria,
ankole de Uganda, nuer de Sudán, bantú kavirondo de Kenia o Uganda y los tallensi de Ghana; los tres últi-
mos desconocedores de forma alguna de estructura estatal), un prefacio de Radcliffe-Brown y una introducción
de M. Fortes y E.E. Evans-Pritchard, pp. 1-23. La interesante introducción se halla traducida en LLOBERA, J.R.
(comp.), Antropología política, Barcelona: Anagrama, 1979, pp. 85-105. African Political Systems se considera se-
minal para la disciplina, si bien la antropología colonial anterior y las aportaciones de Malinowski –que renovó
la metodología antropológica en la segunda y tercera décadas del siglo XX–, Radcliffe-Brown –estudioso de pue-
blos de Oceanía, además de gran académico y fundador de la antropología estructural en el segundo tercio del
siglo– o las obras anteriores de H. Maine (The Ancient Law, 1861), L. H. Morgan (The Ancient Society, 1877) o
R.H. Lowie (The Origin of the State, 1927) habían desbrozado también el camino.

106 Nuevos temas, nuevas perspectivas en Historia Medieval. Logroño, 2015, pp. 105-157, ISBN 978-84-9960-082-6
lia, a las que se fue uniendo América Latina con ímpetu creciente, hasta, de
nuevo una África revisitada desde nuevos planteamientos poscoloniales; del
trabajo de campo como metodología intocable a una multiplicidad de miradas,
uso de fuentes no empíricas y ambición teorética.

Por otra parte, la disciplina ha ido acogiendo tanto estudios sobre pueblos ac-
tuales como trabajos sobre sociedades del pasado y ha ido ofreciendo clasifi-
caciones de los sistemas políticos, desde las iniciales distinciones basadas en
observaciones directas de pueblos nativos, como las que hicieron Fortes y
Evans-Pritchard o I. Schapera, hasta nuevas gradaciones y tipologías de los go-
biernos primitivos de Lucy Mair –gobiernos mínimo, difuso y estatal–, o los
grados de desarrollo de sociedades preindustriales de M. Fried –igualitarias,
de rango, estratificadas y estatales–, o de E. Service –sistemas políticos basa-
dos en bandas, tribus, jefaturas y estados, según el grado de complejidad so-
cial–, entre otras taxonomías sobre formas de gobierno preindustriales,
cuestión siempre polémica a la que se han dedicado bastantes libros, entre
otros los coordinados por R. Cohen y J. Middleton, o por este y D. Tait, o por
H. J. M. Claessen y P. Skalnik2. Obviamente, la ciencia cambia y se renueva. En
realidad, las investigaciones de los citados y otros grandes autores –E. R. Leach,
A. Cohen, G. Balandier, L. de Heusch, J. Goody, P. Clastres, M. Abélès–, han
ido llevado a la disciplina cada vez más a ocuparse de infinidad de campos,
analizados no solo desde las sociedades primitivas o las tradicionales, hasta
que la globalización haga posible este acercamiento, sino también desde la óp-
tica contemporánea, el multiculturalismo, el indigenismo y el problema de la
identidad, la violencia o el consenso en los sistemas postribales, incluyendo
también cierto retorno, candoroso o crítico, a la etnografía pura, o incluso lle-

2. Vid. nota anterior. Y RADCLIFFE-BROWN, A. R., Estructura y función en la sociedad primitiva, Barcelona: Pla-
neta, 1986 (orig. 1952); SCHAPERA, I., Government and politics in tribal societies, Londres: Watts and Company,
1956; Tribes without rulers. Studies in African Segmentary Systems, J. MIDDLETON, D. TAIT (eds.), London: Rou-
tledge and Kegan Paul, 1958; MAIR, L., Primitive Government, Londres: Penguin Books, 1962; COHEN, R., MID-
DLENTON, J. (eds.), Comparative Political Systems. Studies in the politics of pre-industrial societies, Nueva York:
Natural History Press, 1967; FRIED, M. H., The Evolution of Political Society, New York: Random House, 1967;
SERVICE, E. R., Los orígenes del Estado y de la civilización. El proceso de evolución cultural. Madrid: Alianza Edi-
torial, 1984 (orig. 1975); CLAESSEN, H. J. M., SKALNIK, P. (eds.), The Study of the State, La Haya: Mouton, 1981;
COHEN, R., TOLAND, J. D. (eds.), State Formation and Political Legitimacy, New Brunswick, NJ: Transaction Pu-
blishers, 1988; interesantes los tres trabajos teóricos de E. Colson, R. Cohen y A. Cohen incluidos en LLOBERA,
J. R. (comp.), Antropología política, op. cit., pp. 19-82.

José María Monsalvo Antón - Antropología política e historia: costumbre y derecho; comunidad y poder; aristocracia y.... 107
vando la disciplina a la valoración de aspectos ritualizados de la política del
tiempo presente –hasta el punto de que cierta antropología se ve tentada a di-
luirse hoy día en él–, y tantas otras líneas de trabajo diferentes y que lógica-
mente no pueden describirse ahora3.

Lo importante es señalar ahora que los antropólogos políticos, sobre todo hace
décadas, obligaron a otros científicos sociales a tomar conciencia de la importan-
cia de ciertos fenómenos relativos al ejercicio del poder en ámbitos no históri-
cos ni eurocéntricos. Ciertas metodologías, en particular el microanálisis y el
trabajo de campo, el desarrollo de cierto vocabulario –con esa superioridad apa-
rente que deriva de cierta equidistancia entre el léxico de la sociología y el de la
biología– y categorizaciones potentes –la ‘gramática’ del parentesco con sus lina-
jes segmentarios, teorías de la unifiliación y de la alianza, los lenguajes simbóli-
cos ceremoniales, la distinción entre estructura y función...– fueron interiorizados
con naturalidad por sociólogos e historiadores. No es nada anómalo. Ha ocurri-
do lo mismo con otras aportaciones de la psicología, la sociología, la filosofía y
otras ciencias humanas. Hoy hablamos con normalidad de «habitus», de «género»,
de «identidad», de «imaginario», de «discurso» o de «memoria». Hace unas pocas
décadas no era así. Incluso un término que nos parece a los historiadores muy
cercano, como «mentalidad», no deja de ser un préstamo, eso sí ya más añejo,
nacido de otras disciplinas, incluida la psicología. Y así ocurre y ha ocurrido con
tantas categorías y prioridades científicas4. Si los historiadores hemos podido ir
superando las concepciones decimonónicas y positivistas de nuestra disciplina
ha sido gracias a múltiples aportes teóricos y metodológicos de variado origen.

3. Reflexiones pertinentes sobre la disciplina, además de los trabajos citados en notas anteriores, en BALANDIER,
G., Antropología política, Barcelona: Península, 1976 (orig. 1967); ID., Antropo-lógicas, Barcelona: Península,
1975; EASTON, D., Esquema para el análisis político, Buenos Aires: Amorrortu, 1969 (orig. 1965); LEWELLEN, T.
C., Introducción a la antropología política, Barcelona: Bellaterra, 1994; KRADER, L., ROSSI, I., Antropología po-
lítica, Barcelona: Anagrama, 1982; WICKHAM, Ch., “Comprender lo cotidiano: antropología social e historia so-
cial”, en Historia Social (dossier de Historia y Antropología, que interesa en conjunto), 3 (1989), pp. 115-128 (1ª
ed. Quaderni Storici, 1985); ABELES, M., Anthropologie de l’Etat, Paris: Armand Colin, 1990; GONZÁLEZ ALCAN-
TUD, J. A., Antropología (y) política. Sobre la formación cultural del poder, Barcelona: Anthropos, 1998; CLAS-
TRES, P., Investigaciones en antropología política, Barcelona: Gedisa, 2001.
4. Sobre los problemas de identidad de las ciencias humanas, y sus interrelaciones, son muy sugerentes los en-
sayos contenidos en GEERTZ, C., Conocimiento local. Ensayos sobre la interpretación de las culturas, Barcelona:
Paidós, 1994, esp. caps. 1 y 3. Y sobre la confusión entre ciertas categorías de análisis, GUERREAU, A., “Políti-
ca/Derecho /Economía/Religión. ¿Cómo eliminar el obstáculo?”, en R. PASTOR (comp.), Relaciones de poder, de
producción y parentesco en la Edad Media y Moderna, Madrid: CSIC, 1990, pp. 459-465.

108 Nuevos temas, nuevas perspectivas en Historia Medieval. Logroño, 2015, pp. 105-157, ISBN 978-84-9960-082-6
Obviamente, la aplicación concreta y empírica de la antropología no forma
parte de nuestra práctica académica ordinaria. Personalmente, el interés por
incorporar la antropología nació de una necesidad de entender que en el
mundo urbano medieval, cuando estudiábamos este tema, existían unas deter-
minadas formas de poder sin cuya identificación precisa no podía compren-
derse plenamente la organización concejil entendida como un «sistema
político». Habíamos observado grandes deficiencias de fondo –hablo de los
años ochenta– en los habituales estudios que se venían haciendo sobre los fe-
nómenos del poder en los concejos bajomedievales: una preocupante falta de
interrelación entre economía, sociedad y política, que se presentaban escindi-
das; una idea del poder plana y exclusivamente basada en sus formalidades y
no en la toma real de decisiones; un seguidismo ciego respecto de los para-
digmas de la historia del derecho y de las instituciones, únicas referencias que
se seguían para describir la estructura política... Me pareció necesario recurrir
a otras ciencias sociales. Y entre ellas, además de la ciencia política y la me-
todología de sistemas, y aunque en menor medida que ellas, a la antropología
política5. Con este bagaje de enfoques diferentes es cómo pudimos ir perfilan-
do nociones ligadas al poder nacido de relaciones de linaje, solidaridades co-
munitarias, diferencias de status, formas de organización grupal y
desigualdades primarias. Todo eso comprobamos que existía en un concejo
medieval y que presentaba afinidad en algún grado con lo que existía en esas
sociedades arcaicas o tradicionales que se estudian habitualmente desde la an-
tropología política. La cuestión de fondo era que la sociedad medieval, pese a
que no era una sociedad acéfala ni segmentaria, sería también, al fin y al cabo,
«otra» sociedad, bien distinta a las sociedades basadas en el derecho y las ins-
tituciones públicas, o las que permiten distinguir entre estado y sociedad civil;

5. MONSALVO, J. Mª., El sistema político concejil. El ejemplo del señorío medieval de Alba de Tormes y su conce-
jo de villa y tierra, Salamanca: Universidad, 1988, esp. cap. 6º, 12º y 13º. En otro trabajo proponíamos ya abier-
tamente y con sentido general, para el estudio de concejos, señoríos y monarquía, sustituir los clásicos
paradigmas jurídico-institucionalistas por otras categorías elaboradas por los historiadores pero moduladas tam-
bién por las ciencias sociales, entre ellas la antropología política, ID., “Historia de los poderes medievales, del
Derecho a la Antropología (el ejemplo castellano: monarquía, concejos y señoríos en los siglos XII-XV)”, en BA-
RROS, C. (ed.), Historia a Debate. Medieval, Santiago de Compostela, 1995, pp. 81-149. Sobre las ventajas del en-
foque «sistémico» frente al enfoque tradicional en el estudio de los poderes medievales, ID., “Gobierno municipal,
poderes urbanos y toma de decisiones en los concejos castellanos bajomedievales (consideraciones a partir de
concejos salmantinos y abulenses)” en Las sociedades urbanas en la España medieval (Estella, 2002), Pamplona:
Gobierno de Navarra, 2003, pp. 409-488, p. 451 y ss.

José María Monsalvo Antón - Antropología política e historia: costumbre y derecho; comunidad y poder; aristocracia y.... 109
y esa sociedad, en tanto ajena a nuestras reglas sociales, exigía necesariamen-
te miradas diferentes a las convencionales6.

En las culturas primitivas sabemos, gracias a la antropología, que la política –y


la economía– a menudo eran inseparables de la religión, de los ritos o de fi-
liaciones preestablecidas. Lo público y lo privado no se distinguían y tampoco
podemos señalar un corte entre relaciones sociales e instituciones. En las so-
ciedades modernas, en cambio, la política es identificable como tal. ¿Y en la
sociedad medieval? Lo cierto es que encontramos muchas veces escondida la
política fuera de los textos legales, de los tribunales, de los oficios públicos o
de los actos de gobierno. Por eso nos pareció tan saludable hace años sugerir
que los poderes medievales habían de transitar «del derecho a la antropología».
La sociedad medieval no se basaba en tribus, bandas, grupos aislados y jefatu-
ras dispersas. Pero tampoco era una sociedad de derecho y ciudadanía. Es un
estadio del que podríamos destacar la alteridad y arcaísmo de su vida social,
pero al mismo tiempo en el que podemos percibir las arquitecturas de admi-
nistración y de grupos sociales formalmente estructurados. Siempre entendí así
el período. La utilidad de los conceptos y análisis inspirados por la antropolo-

6. Esto y la búsqueda de una metodología científica fue nuestro principal reto. Aprovecho para decir que la idea
de sistema que empleamos no tiene nada que ver con la de Yves Barel, como a veces se ha dicho. Es una meto-
dología y afecta a sobre todo a los agentes y los procesos de decisión. Vid. trabajos citados en nota anterior. La
principal impronta de nuestro empeño en El sistema político concejil, a partir más estrictamente de la citada no-
ción de sistema político, fue hallar que el análisis de la toma de decisiones en un concejo daba resultados inespe-
rados: porque no coincidían los roles auténticos de los grupos y actores sociales con las formalidades y las
apariencias del poder; porque el armazón administrativo era menos rígido de lo que se suponía –el poder supe-
rior, por ejemplo, no necesitaba al corregidor para intervenir en el concejo, pese a toda la literatura académica que
daba a este oficio una importancia estratégica–; porque el ejercicio efectivo del poder rompía la apariencia de uni-
dad de los cargos –por ejemplo, un regidor foráneo y uno local actuaban de forma muy diferente en la práctica,
pese a tener ambos las mismas atribuciones, competencias y prerrogativas, y ser “nombrados” de la misma mane-
ra, formalmente hablando–, de tal modo que hablar de «oficios municipales» era una entelequia, ya que no había
oficios sino “oficiales” (en virtud del fraccionamiento sociopolítico de las plantillas municipales, cfr. “Gobierno mu-
nicipal, poderes urbanos y toma de decisiones”, art. cit., pp. 431-432); porque demostramos que se hacía política
tanto dentro como fuera de las instituciones, y muy a menudo en los aledaños de las mismas; y porque se veía
necesario aplicar, pero redefiniéndolas, categorías clave para nuestro análisis, como los linajes urbanos, el común
de pecheros, la ubicación compleja de los actores en el núcleo o en la periferia del sistema, o su condición ins-
tersticial entre lo social o lo político, o el descubrimiento de formas de participación no institucionalizadas pero
funcionales, o la caracterización de los flujos y circuitos concretos de la toma de decisiones… El nuevo enfoque
que pudimos proponer entonces he de reconocer que debía más a la ciencia política que a la antropología pro-
piamente dicha. Pero las categorías de ésta fueron también valiosas, adaptadas, al igual que las de la politología,
a la realidad histórica de los poderes castellanos del siglo XV. No obstante, fue preciso diseñar metodologías y téc-
nicas de análisis específicas, ya que no valían ni las de la sociología contemporánea ni las de la antropología.

110 Nuevos temas, nuevas perspectivas en Historia Medieval. Logroño, 2015, pp. 105-157, ISBN 978-84-9960-082-6
gía sigue en pie. Precisamente categorías como «costumbre», «comunidad», «li-
naje» o «ritual», todas ellas muy importantes en la Edad Media, se prestan a ser
leídas en clave antropológica y en clave histórica.

Me propongo ahora evaluar, pero a partir de situaciones concretas, algunas de


estas categorías. Tendré en cuenta contextos generales, pero para evitar la dis-
persión me centraré en un ámbito acotado, el de los concejos de la cuenca su-
roccidental del Duero, tierras salmantinas y abulenses básicamente. El hecho
de haber realizado ya investigaciones concretas, me permitirá aligerar aquí mu-
chos detalles y no pocas matizaciones contingentes, pudiendo así subrayar la
dimensión interpretativa y quizás hacer alguna pequeña aportación al diálogo
siempre abierto entre la antropología política y la historia.

1. DERECHO, CONFLICTO Y COSTUMBRE

Varios fenómenos, sobre todo de los primeros siglos de la vida concejil, sugie-
ren que estaban arraigadas ciertas prácticas que parecen remitir a estructuras
ancestrales, a situaciones no disciplinadas por la norma escrita o por el proce-
so judicial formal. Hay que plantearse si reflejan formas relictas de un mundo
ya extinto de anomia total o si responden a exigencias pragmáticas o a nece-
sidades que no derivan necesariamente de un arcaísmo primario.

1.1. VENGANZA PRIVADA Y VIDA DE FRONTERA EN LOS FUEROS


DE LA EXTREMADURA LEONESA

Es bien conocido que algunos diplomas de la documentación monástica de


Oña y la catedralicia de Zamora, en concreto dos diplomas respectivamente de
1217 y 1291, revelan una situación peculiar: varios familiares de una víctima
objeto de muerte violenta, bajo el auspicio de estas dos instituciones eclesiás-
ticas, perdonaban solemnemente y prometían no responder con la misma vio-
lencia a los responsables del homicidio de su pariente. Estos testimonios, que
han llamado la atención de algunos historiadores7, demuestran la existencia de

7. Como existía al norte del Duero el principio de responsabilidad colectiva del homicidium por parte de la aldea
–los buenos fueros quisieron acabar con esta carga–, el perdón y la detención de la cadena de asesinatos tenía

José María Monsalvo Antón - Antropología política e historia: costumbre y derecho; comunidad y poder; aristocracia y.... 111
la venganza privada. Se suele pensar que estas costumbres remiten a tradicio-
nes de enemistad y venganza de sangre de los antiguos germanos –las céle-
bres faida y blutrache–, o a tradiciones gentilicias, igualmente muy antiguas,
que tendieron a desaparecer en la Edad Media. Lo cierto es que algunos tex-
tos forales muestran cierta pervivencia8 de esa costumbre o instinto primario.

El fenómeno, en principio, parecería incidir en los planteamientos de la antro-


pología jurídica y política: ausencia de justicia técnica, ausencia de administra-
ción y ausencia de ley, condiciones propias de sociedades llamadas «salvajes»9.
No obstante, el hecho de que aparezcan huellas de la costumbre en los fueros
medievales10 creo que resulta paradójico, ya que son textos de derecho públi-
co. Pero es que, por otra parte, lo que observamos en la legislación foral re-
sulta bastante complejo: las distintas regulaciones de la intervención de los
parientes en materia penal, en relación con homicidios y delitos contra las per-
sonas, se encuadraban en unas formas muy diversas de solidaridad familiar que
resultaban congruentes con los regímenes jurídicos medievales11 y que tienen
poco que ver con otro tipo de sociedades.

En los territorios del sur del Duero algunos fueros municipales se hacen eco de
esa práctica. Es muy patente en el fuero de Salamanca y no tan ostensible en

como protagonistas a los parientes y a las aldeas afectadas. Vid. ALFONSO, I., “¿Muertes sin venganza? La regu-
lación de la violencia en ámbitos locales (Castilla y León, siglo XIII)”, en A. Rodríguez López (ed.), El lugar del
campesino. En torno a la obra de Reyna Pastor, Madrid: 2006, pp. 261-287; SÁNCHEZ RODRÍGUEZ, M., “La ven-
ganza de la sangre en Zamora (siglo XIII)”, Studia Zamorensia, 8 (1987), pp. 93-104.
8. Vid. referencias en notas 10 y 11.
9. Las referencias son abundantísimas, todo un tema clásico de la antropología. Por poner la atención en un tra-
bajo pionero recordemos el de MALINOWSKI, B., Crimen y costumbre en la sociedad salvaje, Barcelona: Plane-
ta, 1985 (orig. 1926). Interesantes también las propuestas sobre cómo los rituales disipaban y encauzaban las
tensiones de las sociedades tribales contenidas en GLUCKMAN, M., Política, derecho y ritual en la sociedad tri-
bal, Madrid: Akal, 1978; y CLASTRES, P., La sociedad contra el Estado, Barcelona: Virus, 2010 (orig. 1974); TE-
RRADAS i SABORIT, I., Justicia vindicatoria, Madrid: CSIC, 2008.
10. ALVARADO PLANAS, J., “La influencia germánica en el fuero de Cuenca: la venganza de sangre”, Iacobus.
Revista de estudios jacobeos y medievales, 15-16 (2003), pp. 55-74; ID., “Lobos, enemigos y excomulgados: la ven-
ganza de sangre en el derecho medieval” en El Fuero de Laredo en el octavo centenario de su concesión, SERNA,
M., BARÓ, J. (coord.), Santander: Universidad, 2001, pp. 335-366, ID., El problema del gemanismo en el derecho
español, Madrid: Marcial Pons, 1997. Vid. nota anterior.
11. Pueden verse las regulaciones de las implicaciones familiares en materia de penas y delitos de este tipo en
MONTANOS FERRÍN, E., La familia en la Alta Edad Media española, Pamplona: Universidad de Navarra, 1980,
pp. 99-137.

112 Nuevos temas, nuevas perspectivas en Historia Medieval. Logroño, 2015, pp. 105-157, ISBN 978-84-9960-082-6
otros fueros de la Extremadura leonesa12. El fuero de Salamanca indica en su
primer epígrafe “Et onde el omne muerto fuer, los parientes del muerto conom-
bren IIII de los de la lide o de la buelta o de IIII ayuso quantos quisieren e se todos
fueron manifestos que en la buelta o en aquella lide fueron daquella parte onde
lomne mataron prendan ende parientes del muerto dos enemigos quales quisie-
ren”13. Otros epígrafes siguen con ese argumento de la «enemistad» por muerte
de pariente 14. Hay matices que conviene aclarar, y comprobar también cómo
aparece esta costumbre o práctica en otros fueros de la zona. Pero lo cierto es
que la venganza privada, y el desafío asociado a ella, parece que no era una
práctica ajena a aquella sociedad. Ahora bien, ¿cómo interpretarla?

La pregunta en el fondo remite a otra cuestión: ¿por qué está recogida esta cos-
tumbre en el fuero?, ¿era algo que existía realmente?, ¿es un topos jurídico?, ¿era
frecuente? Otras dudas preliminares hay que tener en cuenta: ¿pensamos que
los fueros contienen vestigios de derecho germánico o los entendemos como
reflejo de situaciones genuinas?, ¿era autóctona cada costumbre incluida en al-
gunos fueros o procedía de un ius o usus externo importado e incluido en las
cartas forales? La historiografía iushistórica se ha inclinado tradicionalmente por
las perspectivas difusionistas y por ciertas fantasías germanistas anidadas en el
cliché del sustrato godo, receptivo a unas atávicas costumbres de la sippe –o
los clanes familiares que la formaban– propensas a tomarse la justicia por su
mano, y que conformaría después parte del derecho foral castellano-leonés. In-
sistiríamos, aun aceptando algo de estas premisas, en que este germanismo que
habría nacido con los visigodos y se habría difundido en las repoblaciones
sería, en todo caso, una influencia destilada en términos jurídicos, no étnicos.

12. Vid. los pasajes del fuero y un breve comentario en MARTÍN RODRÍGUEZ, J. L., “Relectura del fuero de Sa-
lamanca. La venganza de sangre”, Príncipe de Viana. Anejo 3 (1986), pp. 531-538. Este autor fue precisamente
el último de los editores del fuero salmantino, Fuero de Salamanca, MARTÍN RODRÍGUEZ, J. L. (ed.), Salaman-
ca: Universidad, 1987. El de Salamanca es también uno de los textos incluidos en la clásica edición de A. Cas-
tro y F. de Onís, Fueros leoneses de Zamora, Salamanca, Ledesma y Alba de Tormes, Madrid: 1916.
13. Fuero de Salamanca, ed. J. L. Martín Rodríguez, op. cit., § 1.
14. “Quien sacar enemigos por muerte de omne escoia quales quisier e quál dé derecho e los otros sean atregua-
dos e quando aquél dará derecho escoia de los otros quales quisier fasta que aya derecho de todos”, Fuero de Sa-
lamanca, op. cit., § 2; “Todo omne que muerte demandar de su pariente e enemigos connombrar, tome IIII de sus
parientes e iure con los dos parientes que más acerca ovier; e se parientes non ovier iure con II veçinos derechos
que non sean iuradiços [los que juran por jurar, sin rigor], que non demanden por otra sanna nen por otra mal-
querencia mas porque era su pariente aquél que mataron et aquellos enemigos que toma que feridores e mata-
dores fueron onde morió su pariente. Et si estos non iuraren sálvense por iura e non por lide”, ibid., § 3.

José María Monsalvo Antón - Antropología política e historia: costumbre y derecho; comunidad y poder; aristocracia y.... 113
El difusionismo existió, no obstante, en las ‘familias’ de fueros municipales.
Pero la duda sigue en pie: ¿arrastraban o hacían aflorar los fueros de los siglos
XI al XIII esas supuestas costumbres germánicas? En concreto, ¿recogía el fuero
salmantino ese sustrato consuetudinario visigodo?

Imposible de rastrear ese posible sustrato en las fuentes, lo cierto es que los
preceptos en cuestión podrían tener sentido también en una sociedad pione-
ra, recién repoblada, aún encuadrada de forma muy tenue en el sistema terri-
torial y jurídico de la monarquía y el concejo. Se correspondería con los
primeros tiempos de la vida concejil. Un horizonte que no necesitaba el ingre-
diente germano y que, por otra parte, en la historia concejil local, estaría más
cercano a 1100 que a 1250, por así decir. Sabemos por otros fueros que la re-
población de la cuenca meridional del Duero supuso un reconocimiento de la
vida de frontera. En ella los habitantes vivieron mucho tiempo una existencia
espontánea, a veces peligrosa, poco controlada desde fuera, muy libre15. No es
que la sociedad salmantina reflejada en la carta foral respondiera exactamente
a un estilo de vida de esa índole. Pero por qué no pensar que acabaran enca-
jadas en el fuero municipal algunas modalidades de resolución directa de con-
flictos y formas elementales de ejercer la “justicia”. Es posible que la población
se hubiese habituado al resarcimiento privado de sus disputas: aún no se había
impuesto un sistema jurídico e institucional completo, acorde con aparatos de
la monarquía y agentes de coerción local, aún no desplegados en su integri-
dad o de reciente implantación. Así se entendería que el fuero mostrase una
tensión entre venganza y justicia, costumbre y ley que, a mi juicio, refleja bien
las contradicciones y transitoriedad de una sociedad pionera e incipiente.

¿Transitoriedad? Sí, porque, por lo observado en las cláusulas penales del fuero,
el objetivo no podía ser otro que cortar el ciclo de violencias entre parientes
al que conducía la venganza de sangre, al no ser todavía esta última una pul-
sión ya erradicada. ¿Cuál era el instrumento? Me parece que precisamente el

15. Los pobladores encontraron acogida en estas tierras, grandes ventajas personales, exenciones y gran laxitud
en la persecución de algunos delitos. El célebre Fuero de Sepúlveda, que refleja una situación histórica propia
del período 1076-1157, es buen ejemplo de esto, como revelan algunos preceptos según los cuales al sur Duero,
aparte de grandes exenciones y libertades, se dejaban de perseguir algunos delitos y los forajidos podían hallar
asilo, Fuero Latino de Sepúlveda, en Alfonso VI. Cancillería, curia e imperio. II. Colección diplomática, GAMBRA,
A. (ed.), León: Universidad, 1998, doc. 40, § 13,17, 18, 20, entre otros.

114 Nuevos temas, nuevas perspectivas en Historia Medieval. Logroño, 2015, pp. 105-157, ISBN 978-84-9960-082-6
fuero, con su carga punitiva, trataba de trasladar el ejercicio de una práctica so-
cial arcaica y parajudicial a ese nuevo espacio reglado de carácter jurídico y
público que se acabaría imponiendo. Por eso se sometía la venganza al con-
trol de los oficiales concejiles y la enemistad hacia el homicida se canalizaba
hacia una declaración formal por los parientes que no impedía actuar –además,
de forma prevalente y controladora–, al concejo16.

Por eso se establecían también regulaciones en relación con la lid, es decir el


duelo judicial, y la ordalía del hierro candente. La primera era una forma de
desafío privado en la que dos contendientes, específicamente vecinos urbanos
y caballeros, resolvían una disputa mediante un combate personal, en la creen-
cia mágico-religiosa de que la divinidad hacía a uno u otro vencedor. Ya de
por sí la lid era una transformación en ritual reglado de un desquite privado,
con lo que ello implica de sublimación y disipación de la violencia bruta. Pero
además tanto el hecho de recurrir a las reglas del combate caballeresco como
la apelación a la justicia divina ubican la costumbre, a mi juicio, en la Edad
Media, y en una Edad Media ya evolucionada –entre otras cosas, porque pare-
ce haber apartado a los campesinos de este recurso al duelo judicial– y no en
un horizonte de sociedad salvaje. La prueba del hierro candente, por su parte,
presenta este mismo componente atávico pero era también otro de los «juicios
de Dios», que por tanto apelaba a unas creencias cristianas y al principio de la
providencia divina, aunque, a diferencia de la lid a caballo, estaba más bien
pensada para gente plebeya y aldeana. Pues bien, lo que prescribe el Fuero de

16. El fuero resulta híbrido entre la justicia privada y la justicia pública, lo que permite comprobar que todavía
se permitía a los parientes la venganza (Fuero de Salamanca, op. cit., § 1, 3, 6, 8), pero se ponían muchas tra-
bas, condiciones y mecanismos de control, con la posibilidad de que la práctica se viera entorpecida o fuera
muy difícil efectuarla: el desafío se debería hacer ante el concejo, lo que abría las posibilidades de otro tipo de
resoluciones (ibid., § 1, 18, 63, 305); se exigía prueba por juramento de que los parientes que pedían venganza
no obraban por mala fe y se abría la posibilidad de defenderse por parte del matador mediante juramento de
testigos o lid (ibid., § 1, 4, 7), lo que podría dar pie a probar la inocencia del acusado, si vencía en lid (ibid.,
§302); o la limitación a dos del número de enemigos declarados, o la prohibición de matar a alguien con armas
como cuchillos, palos, piedras, bajo pena de horca (ibid., § 17); o la posible conmutación por pena pecuniaria
o de destierro, estimulándose que la eventual venganza por la enemistad se efectuase fuera de Salamanca o fuese
quedando en el olvido, incluyendo también la posibilidad de levantar el desafío, entre otras medidas que podían
suavizar el ejercicio de la venganza o sustituirla por penas en dinero o por una ejecución pública (ibid., § 4, 9,
14, 20, 21, 27, 302, entre otras); asimismo, los alcaldes podían imponer treguas (ibid., § 29). En realidad, las dis-
posiciones del fuero de Salamanca son contradictorias, confusas y quizá fruto de un apilamiento atemporal de
preceptos no compatibles. Pero todo indica que la práctica de la venganza privada estaba en entredicho en el
fuero. Lo mismo ocurría en el Fuero de Alba, op. cit., § 5.

José María Monsalvo Antón - Antropología política e historia: costumbre y derecho; comunidad y poder; aristocracia y.... 115
Salamanca –y los otros de la Extremadura leonesa en menor medida– era una
muy fuerte limitación para el ejercicio de ambas prácticas y la prescripción de
que se efectuase “por juicio de alcaldes”, quedando así sometidas al concejo17.

De modo que las ordalías y los procedimientos irracionales de pruebas no se


extirpaban, es cierto, pero se reducía su ámbito de aplicación y se sometía a
la justicia de los alcaldes, como se aprecia también en otras cláusulas forales
sobre el desafío privado, o sobre los juramentos –entre ellos, el juramento so-
lemne o de “manquadra”, que comprometía firmemente la palabra dada–, que
también quedaban limitados y controlados por las justicias concejiles18. Pero,
además, este viejo régimen de pruebas se veía desbordado en los fueros por
el nuevo sistema de testimonios, pesquisas, pruebas escritas, en definitiva, un
nuevo proceso penal, más avanzado19 y que debió ir arrinconando las viejas
costumbres ‘gentilicias’, ‘germánicas’ o ‘fronterizas’.

En definitiva, el derecho se desplegaba para corregir la violencia privada, la ins-


titución judicial concejil se proponía para sustituir al individuo como sujeto ex-
trajudicial. Y las prácticas procesales informales y gentilicias, como la enemistad
entre parientes y el destierro del homicida fuera de la comunidad, aparecen, sí,
pero contenidas y sutilmente desactivadas. El concejo era el gran pacificador20.
Todavía no se solía actuar de oficio en los procesos judiciales, ni se había ex-

17. Se menciona la lid y la prueba del fierro en Fuero de Salamanca, op. cit., § 4, 8, 79, 206, 207, 260, 261, 296,
338 (los clérigos no se someterán a lid ni a fierro); la forma de efectuarse la lid en Ibid. § 86-95. En el Fuero de
Ledesma, op. cit., § 225. El de Alba apenas menciona la lid, que se haría bajo control de los alcaldes, Fuero de
Alba, op. cit., § 61.
18. En relación con Salamanca, vid. supra, nota 16. Según el Fuero de Alba, la justicia privada se sometería a ci-
tación ante alcaldes y en ciertas condiciones (Fuero de Alba, op. cit., § 3, 15, 34, 35) y solo se reconocía en de-
litos de pariente muerto, heridas con armas vedadas, violación o rapto de mujer y extirpación de miembros: “por
estas cosas desafíe e por ál non”, ibid., § 3. El juramento de manquadra, juramento público y solemne, normal-
mente debía tener lugar en presencia de los alcaldes, Fuero de Alba, op. cit., § 6, 23, 131; Fuero de Ledesma, op.
cit., § 40, 54, 278, 225; Fuero de Salamanca, op. cit., § 14, 18, 79, 109, 332, 335.
19. MONSALVO, J. Mª., “La organización concejil en Salamanca, Ledesma y Alba de Tormes (siglo XII-mediados
del s. XIII)”, I Congreso de Historia de Salamanca, Salamanca: Universidad, 1992, pp. 365-395, pp. 385 y ss.; MA-
DERO, M., Las verdades de los hechos. Proceso, juez y testimonio en la Castilla del siglo XIII, Salamanca: Univer-
sidad, 2004. Información sobre los procedimientos jurídicos en ALONSO ROMERO, Mª. P., El proceso penal en
Castilla (siglos XIII-XVIII), Salamanca: Universidad, 1982.
20. Vid. notas anteriores. Hablamos del concejo, pero hay que tener en cuenta que detrás estaba la monarquía.
Los fueros de Salamanca y Ledesma se consideran hechos por el concejo, pero no hay que olvidar que fueron
revisados y confirmados por el poder regio. El Fuero de Salamanca dice, no obstante, en su incipit que fue ela-
borado por los propios vecinos de Salamanca: “Hec est carta quam fecerunt boni homines de Salamanca ad uti-

116 Nuevos temas, nuevas perspectivas en Historia Medieval. Logroño, 2015, pp. 105-157, ISBN 978-84-9960-082-6
tirpado del todo la implicación de la familia en la resolución de delitos de san-
gre. Pero se trataba de un concepto de familia reducida, propia ya de la época,
no parentelas en sentido amplio. Y sobre todo los fueros reflejan que se estaría
sustituyendo la iniciativa particular o privada por la acción de la administración
pública. Se estaba por tanto abandonando una sociedad arcaica, pionera o sin
ley. Y este sería el sentido de las disposiciones forales, que muestran la transi-
ción. Un cambio de gran calado que solo culmina en una evolución de siglos.

Por todo ello deducimos que la antropología no basta como explicación, porque
la sociedad salmantina de los siglos XI-XIII se estaba construyendo ya sobre los
pilares del concejo, la ley y las instituciones regladas. No era, ni mucho menos
quería ser, una sociedad bárbara o primitiva. Aun así, hay que reconocer que la
extinción de la práctica vengativa no había llegado a consumarse en el fuero.
¿No es acaso este insuficiente desarrollo del derecho penal evidencia todavía de
la alteridad de una sociedad capaz de hacer compatibles las costumbres salvajes
de las familias y la sujeción formal a los poderes públicos? La Edad Media con-
tenía aún los ingredientes de esta combinación, ya que no era una sociedad de
derecho pero tampoco una sociedad sin estado. Por eso es útil a los medievalis-
tas cierta mirada antropológica. Pero tamizada desde la óptica del historiador.

1.2. PRÁCTICAS PARAJUDICIALES. JUSTICIA DIRECTA Y POR


AVENENCIA

Los vestigios de venganza privada en los concejos eran reflejo de una realidad
más vasta: la persistencia de unas formas extrajudiciales de resolución de con-
flictos. Muestra el estadio de una justicia poco o nada regida por jueces profe-
sionales y por normativa escrita. Las prácticas extrajudiciales eran formas
arcaizantes por las que la perspectiva procesual antropológica se ha solido inte-
resar, específicamente la antropología jurídica21. Ahora bien, también existieron

litaem civitatis, maiorum etiam et minorum”; Ledesma tiene la misma fórmula. No obstante sabemos que los
fueros eran confirmados por el poder regio. Y que éste hacía añadir o revisar algunas cláusulas.
21. Entre otras, son interesantes las perspectivas de algunos trabajos: ABEL, R. L., “A comparative theory of Dis-
pute Institutions in Society”, Law and Society Review, 8 (1974), pp. 217-347; ROBERTS, S., Order and Dispute.
An Introduction to Legal Anthropology, Harmondsworth: Penguin Books, 1979; BOSSY, J. (ed.), Disputes and
Settlements. Law and Human Relations in the West, Cambridge: University, 1983; ASSIER-ANDRIEU, L., Le droit
dans les sociétés humaines, Paris: Nathan, 1996.

José María Monsalvo Antón - Antropología política e historia: costumbre y derecho; comunidad y poder; aristocracia y.... 117
en las sociedades feudales o rural-tradicionales. Algunos medievalistas han de-
tectado también este tipo de formas no judiciales de resolución de conflictos22.

En la zona de estudio, los propios fueros municipales mencionados reflejan el


avance de la justicia reglada. Y por supuesto la documentación de los siglos
XIII al XV indica que la justicia formal y los tribunales estaban normalizados.
Ahora bien, persistieron durante todo el período medieval vestigios y usos so-
ciales de resolución mediante actos de consenso, acuerdos y arbitrajes. La doc-
trina jurídica medieval reconocía estas prácticas23. Actuaban los avenidores o
jueces árbitros en asuntos menores, en el ámbito de las collaciones o las aldeas.
Los propios fueros de la zona recogían al reconocer los juicios de avenencia
en los que los vecinos se encargaban de vigilar términos, perseguir hurtos o
resolvían litigios de poca monta sin intervención de los jueces y alcaldes24. En
los siglos siguientes se dejaron al acuerdo de la comunidad o a unos hombres
buenos o arbitradores, con o sin preparación especial y escogidos ad hoc, al-
gunas disputas menores sobre pastos, lindes, pequeñas infracciones forestales,
causas civiles menores y asuntos de ese tipo. Las instituciones de los juicios de
paz o avenencia y conciliación son herederas actuales de aquellas costumbres.
La práctica se apoyaba en el prestigio social y rectitud moral de los buenos
hombres puestos por la comunidad, así como en la voluntad colectiva de re-
solución negociada. Hay muchos ejemplos en la documentación abulense y
salmantina de los siglos XIV y XV, si bien la actuación de los árbitros o aveni-

22. La solución no judicial era un recurso fácilmente reconocible en las comunidades rurales altomedievales. Vid.
The Settlement of Disputes in Early Medieval Europe, ed. W. Davies, P. Fouracre, Cambridge: University, 1986; o
en la Inglaterra anglonormanda: HUDSON, J., “La interpretación de disputas y resouciones: el caso inglés, 1066-
1135”, Hispania, 57, 197 (1997), pp. 885-916. Era una característica general: “La société médiévale posséde de
très nombreux moyens de traiter un conflict hors du cadre juridique”, señala en su excelente artículo GEARY, P.
J., “Vivre en conflict dans une France sans Etat: typologie des mécanismes de reglèment des conflicts (1050-
1200)”, Annales. E.S.C., 5 (1986), pp. 1107-1133, p. 1109; ALFONSO, I., “Resolución de disputas y estructuras so-
ciales locales en el Burgos medieval”, III Jornadas burgalesas de Historia. Burgos en la Plena Edad Media,
Burgos: Universidad, 1993, pp. 211-243; ID., “Campesinado y derecho: la vía legal de su lucha (Castilla y León,
siglos X-XIII)”, Noticiario de Historia Agraria, 13 (1997), pp. 15-31; ID., “Lenguaje y prácticas de negociar en la
resolución de conflictos en la sociedad castellano-leonesa medieval” en VV.AA., Negociar en la Edad Media. Né-
gocier au Moyen Âge, Barcelona: CSIC, 2005, pp. 45-64.
23. Por ejemplo, las Partidas distinguían entre jueces avenidores, o jueces de avenencia, y jueces ordinarios, re-
gulando minuciosamente la actividad de aquéllos, Siete Partidas, III, tít. IV, leyes 23-35.
24. Fuero de Alba, op. cit., § 95, 113, 146; Fuero de Ledesma, op. cit., § 75, 103, 116, 259; Fuero de Salamanca,
op. cit., § 135, 175, 176, 190, 240.

118 Nuevos temas, nuevas perspectivas en Historia Medieval. Logroño, 2015, pp. 105-157, ISBN 978-84-9960-082-6
dores por puro albedrío se complementa en la época con el conocimiento de
las leyes y privilegios pertinentes.

Me interesa destacar de estas modalidades varios aspectos: la simple consta-


tación de su existencia, que refleja la débil profesionalización de la justicia en
los niveles más bajos o locales; sobre todo en época medieval avanzada se
destaca también el valor judicial efectivo de tales resoluciones, al sustanciar-
se en resoluciones que había que cumplir obligatoriamente; igualmente el
valor de reflejar una forma muy cercana de ejercer la justicia –o de pedir de
viva voz a reyes o jueces que actuaran en el momento, sin proceso formal–,
que en el fondo era también una fantasía de justicia directa que siempre gustó
en la Edad Media25; asimismo, su valor como cultura de la negociación, del
pacto y los consensos, totalmente contrapuesta al uso de la violencia; y final-
mente, la peculiar morfología social que solía acompañar la acción vecinal im-
plicada en estas fórmulas26.

En relación con este último aspecto hay que destacar que se trataba de asam-
bleas, ayuntamientos, decisiones colectivas -“estando ayuntados a la iglesia
del dicho lugar a canpana rrepicada....”, “por acuerdo e deliberaçión avido del
dicho conçejo a canpana tañida”, “escogemos hombres buenos”, “ponemos jue-

25. Incluso en las cortes de Valladolid de 1351 los procuradores pidieron al rey Pedro I que celebrase él mismo
dos audiencias semanales para oír las quejas de su pueblo e impartir justicia (Cortes de los antiguos reinos de
León y Castilla, ed. RAH, Madrid, 1881-1903, t. II, nº 48, p. 28). No dejaba de ser, máxime a esas alturas, una
evocación populista e irrealizable de una forma de justicia en la que el rey, a modo de Salomón, se implicaba
en persona en la resolución de litigios. Aunque chocaba con una realidad de tribunales y jueces profesionales,
en el imaginario ese ideal de justicia directa siempre tuvo fuerza en la Edad Media.
26. Algunas referencias abulenses en Documentación medieval del Asocio de la Extinguida Universidad y Tierra
de Ávila, LUIS LÓPEZ, C., DEL SER, G. (eds.), Ávila: 1990, doc. 55, 70 (“que llegaron al dicho conde [condesta-
ble López Dávalos, enviado por el rey a la ciudad] pieça de omes buenos de los pueblos, quexándose e pediéndo-
le por merçet, 1414), doc. 128, doc. 150 y 151 (“escojemos por nuestros juezes amigos, árbitros arbitradores”,
1488), doc. 173; Documentación del Archivo Municipal de Ávila, VV. AA. (eds.), 6 vols., Ávila: editorial, 1988 y
ss., doc. 4 (“cuando nuestro señor el rey don Alfonso vino a Ávila, los omes buenos de los pueblos vinieron a él…”,
1273), 7 a 11; Documentación medieval abulense en el Registro General del Sello, 20 vols., VV. AA. (eds.), Ávila:
1995 y ss., vol. IV, doc. 10; Documentación medieval del Archivo Municipal de San Bartolomé de Pinares (Avila),
SER QUIJANO, G. (ed.), Ávila: 1987, docs. 32 a 36, doc. 51 y 52 (los de dos aldeas de Ávila “tomamos e escoje-
mos por nuestros juezes amigos, arbitradores amigables, conponedores arbitradores de avenençia e les damos
poder conplido para que libremente avengan e determinen entre nos las dichas partes, asý conmo juezes amigos,
arbitradores amigables… que su sentençia e determinaçión de los dos dellos quede e finque firme”, 1474); Docu-
mentación medieval en Archivos Municipales Abulenses, DEL SER, G. (ed.), Ávila: 1998, docs. 12 a 14.

José María Monsalvo Antón - Antropología política e historia: costumbre y derecho; comunidad y poder; aristocracia y.... 119
ces árbitros arbitradores”...-, del concejo de aldea muy a menudo, o incluso
del concejo de villa y tierra27. De manera que estas prácticas de justicia infor-
mal se identificaban en la zona con la fuerte impronta comunitaria de estas so-
ciedades. Se alude a ello más adelante, en estas mismas páginas.

1.3. EN TORNO A LA NOCIÓN DE «COSTUMBRE»: PASTOREO Y


COMUNALISMO

Generalmente, se piensa que las costumbres arraigadas en el mundo rural eran


fruto de antiguas tradiciones, que habrían persistido inmutables durante siglos
y que eran conocidas y aceptadas por todos. Cierto sector de la historiografía,
incluido el propio Thompson de Costumbres en Común y los seguidores de la
economía moral, se ha dejado seducir por estas ideas románticas sobre la cul-
tura popular. Las costumbres de pastoreo entrarían en estas consideraciones.
En nuestro caso hemos abordado en varios trabajos estas cuestiones referidas
fundamentalmente a Ávila medieval. Interesa en concreto el ámbito de la ga-
nadería no trashumante en los siglos XIII al XV. Es sabido que muchos espa-
cios de pasto fueron privatizados, fueron objeto de usurpaciones. Gracias a los
pleitos, que analizamos, conocemos muchos testimonios de habitantes de la
zona que, para las averiguaciones, declaraban acerca de lo que muchos cam-
pesinos habían vivido personalmente desde que se acordaban o habían oído.

Así es como podemos entender lo que serían las costumbres del pastoreo co-
munal. Pero voy al caso significativo28: en los pleitos de 1414-1416 hubo 136
testimonios de campesinos, bastante amplios. En relación con los pastos de

27. En un complicado litigio de 1412 sobre usos y términos rurales entre las villas de Valdecorneja –Piedrahíta,
Barco, Horcajada, Mirón, con sus respectivas Tierras– y el señorío episcopal de Bonilla de la Sierra –lugares de
San Bartolomé, Guijo, la villa de Bonilla, Villanueva del Campillo, Vadillo– todos los concejos, con el consenti-
miento de sus señores, acordaron solucionar el pleito escogiendo jueces árbitros. Pusieron para ello a dos per-
sonas independientes y entendidas –un vecino de Salamanca, licenciado en leyes, y un vecino de Ávila, bachiller
en decretos– y para ello fueron avalando esa elección cada localidad “ayuntados en concejo”, en el caso de Val-
decorneja en los ayuntamientos de villa y tierra; y de cada concejo aldeano, en el caso del señorío episcopal.
Vid. actas de estas reuniones y decisión de dejar en manos de los jueces árbitros, Documentación medieval de
Piedrahíta. Estudio, edición crítica e índices. Vol. I (1372-1447), LUIS, C. (ed.), Ávila: 2007, docs. 13 a 24.
28. MONSALVO, J. Mª., “Costumbres y comunales en la Tierra medieval de Ávila. Observaciones sobre los ám-
bitos de pastoreo y los argumentos rurales en los conflictos de términos”, en DE DIOS, S., INFANTE, J., ROBLE-
DO, R. y TORIJANO, E. (eds.), Historia de la Propiedad. Costumbre y Prescripción, Madrid: Colegio de
Registradores, 2006, pp. 13-70.

120 Nuevos temas, nuevas perspectivas en Historia Medieval. Logroño, 2015, pp. 105-157, ISBN 978-84-9960-082-6
una aldea de Ávila, Gallegos de Solmirón, hubo 12 declaraciones. De ellas, 3
defendieron “quel dicho lugar de Gallegos que tiene su término apartado e
amojonado e que lo guardan los vezinos del dicho lugar e prendan por él los
ganados de los comarcanos que dentro fallan”, o algo similar, defendiendo que
los pastos del lugar solo eran de uso de los de la aldea, por ser término apar-
tado. Los 9 testigos restantes dijeron que “se paçía comunmente por los vezi-
nos de Ávila e tierra” y que “nadie prendaba” a otros porque el ámbito de
pastoreo era de toda la ciudad y Tierra, no solo de la aldea. Evidentemente,
detrás de estas posiciones había dos concepciones del territorio: la Tierra como
yuxtaposición de aldeas vs. la Tierra entendida como algo unitario. Pero nos
interesa destacar que los testimonios eran contradictorios, ya que unos y otros
testigos consideraban «costumbres» de pastoreo propias del mismo lugar lo que
en realidad eran modalidades diferentes. Existieron más evidencias de este tipo
de percepciones campesinas.

Pero es que, además, analizando la documentación abulense comprobamos


unas interesantes vías para descodificar la idea de costumbre. No solo que no
era entendida por todos de la misma manera, como acabo de señalar, sino que
no era tan antigua como a veces se piensa. Obviamente, en la zona se ha pas-
toreado desde tiempos muy antiguos y es posible que alguien piense que in-
cluso desde que hay referencias indirectas, desde la época vetona29, las cosas
no habrían cambiado. Pero esto dista mucho de la realidad. Observando la do-
cumentación se comprueba que muchos de los usos que se consideran con-
suetudinarios habían nacido de la repoblación concejil –por ejemplo el espacio
interterminal e intercomunal de villa-y-tierra–, sin que tuvieran sentido antes,
pero también derivaban de los privilegios regios del siglo XIII, de pleitos y sen-
tencias de los siglos XIV y XV, de reclamaciones de los pecheros –de alguna
aldea en concreto o de la Tierra, según los casos–, de ordenanzas del concejo
y de la presión de los grandes propietarios que, siendo residentes urbanos, te-
nían tierras en los pueblos y manipulaban a los labriegos. Todo esto había in-
fluido. Es decir, la costumbre de pasto, aunque fuera objeto de un discurso que
ya en su momento –en una perspectiva emic, diríamos– la presentaba como in-
temporal, tradicional y antigua –también es vista así por los observadores etic

29. Para estos periodos, vid. ÁLVAREZ SÁNCHIS, J., Los señores del ganado. Arqueología de los pueblos prerro-
manos en el occidente de Iberia, Madrid: Akal, 2003.

José María Monsalvo Antón - Antropología política e historia: costumbre y derecho; comunidad y poder; aristocracia y.... 121
achlales-, en realidad no lo era: era contingente, cambiante, histórica3o. Y no
solo eso sino que los .fundamentos de legalidad y legitimidad, de costurnbres
de pastoreo distintas -€n este caso las "aldeanist¿s" y las "intercomunales"- no
diferían cualitativamente. Unas y otras se apoyaban en la normativa concejil,
en los privilegios o cartas regias -por supuesto, cuanto más'antiguos', más in-
vocadoF, y en la memoria iudicial del concejort.

Para decepcián quizá de una antropología rural dispuesa a moverse en un


mundo congelado e inerte de viejas costumbres campesinas compartidas y su-
puestamente inamovibles, las formas del pastoreo fueron, en realidad, percibi-
das de forma diferente por los usuarios. La costumbre, supuestamente .de
siempre" y "de todos,, era, sin embargo, fruto de la historia, de las luchas y con-
flictos --entre caballeros y pecheros; entre campesinos de aldeas concretas y la
comunidad de pecheros integral; entre propietarios urbanos con bienes en los
pueblos y labradores humildes de ellos-i habría sido modelada por la ley, era
resultado de un tiempo a veces muy corto y además, como categoúa, resulta-
ba cambiante, oportunista y social.

2. EL PODER DE LA COMUNIDAD. DEL CONCILIUM A


LOS A YITNTAMIENTOS DE PECHEROS

I¿s comunidades medievales, ya ftteran rurales, vecinales o conceiiles, ¿tenían


poder?, ¿de dónde procedía?, ¿cuáles eran sus límites? Se tiende a poner el peso
de la explicación en la comunidad misma, entendida en términos de estructu-
ra y suieto independiente, y a .ver la adquisición de poder como algo derivado
de su propia personalidad. Pero creo que esta consideración de la comunidad

30. Esta perspectiva de deconstrucción de la costumbre que sugeríamos en ese trafmio (suprunota ?8) ha sido re-
conocida en algunos tÉbaios reciefltes, MICELI, P., 'Del derecho al hecho: uso y costumbre en pleitos y seoten-
cias de la Casülla medieval" en brtre b&bo I derecbo: tenili patee4 usari ffi perrryctiua bistórica, CONTE, 8.,
MADERO, I\4 (eds.), Buenm Airs: 2010, pp.3T52.
31. Em lm mismos fundammtos, pero .«
sÉ orientadc deliberadamente en sus contenidos hacia lo que in-
teresaba a cada parte: se esco$a tal sentencia o al ofden Íza mmicipa.l si favorecla la posición prcpia, omiüen-
do la rcntraria. Me remito a MONSAIVO, J. IvF., 'Costumbres y comunales en la Tiera medieval de ilila", q.
ctt.. El c\ dto de esos fundamentos de legalidad de las costumbrs, donde puede apreciarse el m opütunista
de sentencim y privilegios, en ID., 'Idea¡io sociopolítio y valores estamentales de los pechem abulenses y sal-
mntino§ (§s. )CII-XV)", Hiwnia. Reüsta F&añolo de Histo¡ta, DO(I, nq 238 (2011), pp. 325462, p.357-358.

1ZZ r\uevos femas, nueyas perspect¡vas ea H¡star¡a Med¡evat. loqroño, ?015, pp. 105157, SBN 978-84-9960"082-6
I
política parte de premisas muy contaminadas por tradiciones precisamente an-
tropológicas, pero también sociológicas e históricas, quizá a su vez imbuidas
de un cierto folklorismo etnográfico y evocador de un mundo rural casi desa-
parecido en occidente y que ha perdido ya en el imaginario académico su co-
nexión con el tiempo histórico32.

También han podido condicionar el conocimiento histórico ciertas nociones


que han entendido el mundo campesino como un ente compuesto por comu-
nidades elementales dedicadas a la producción familiar y que ocupaban un es-
pacio acoplado a sus límites naturales, que en rigor les pertenecían. Un
microcosmos campesino que se relacionaba de forma autónoma con el entor-
no y que obtenía sus recursos materiales al margen de las relaciones de poder
históricamente dadas. A este tipo de enfoques les ha interesado el «sustento del
hombre» –Polanyi, parafraseando a Hesíodo– pero no han valorado suficiente-
mente el mercado, el poder y la historicidad de la economía. Estas concepcio-
nes teóricas de la antropología económica33 han sido cuestionadas con
fundamento. Como también, en otra línea de corte más sociologista, una idea
de las jefaturas marcada por una antropología rural que se ha centrado en el
control de las propiedades y patrimonio material de los líderes locales34.

Hay que pensar también que incluso la idea de don y contradon, que regula-
ba en clave no mercantil las relaciones entre grupos e individuos en socieda-
des arcaicas35, aunque existió en la Edad Media, ya que también se dieron las

32. Un botón de muestra de este tipo de perspectivas puede verse en TOULGOAUT, P., Voisinage et solidarité
dans l’Europe du Moyen Age. Lou «besi» de Gascogne, Paris: G.P. Maissonneuve et Larose, 1981.
33. CHAYANOV, A. V., La organización de la unidad económica campesina, Buenos Aires: Nueva Visión, 1974
(orig. Moscú, 1925); POLANYI, K., “The Economy as an Instituted Process” en POLANYI, K., ARENSBERG, C. M.
y PEARSON, H. W., Trade and Market in the Early Empires. Economies in History and Theory, New York: 1957,
pp. 243-270. Es evidente que las tradiciones de la antropología rural han lastrado los enfoques sobre el campe-
sinado ‘deshistorizando’ su identidad colectiva. Vid. WOLF, E. R, “Relaciones de parentesco, de amistad y de pa-
tronazgo en las sociedades complejas”, en BANTON, M. (ed.), Antropología social de las sociedades complejas
Madrid: Alianza, 1980 (1ª. en inglés, 1966), pp. 13-39.
34. EARLE, T., “Property Rights and the Evolution of Chiefdoms” en EARLE, T. (ed.), Chiefdoms: Power, Economy,
Ideology, Cambridge: University, 1991, pp. 71-99.
35. La costumbre del regalo como símbolo de prestigio y abundancia ha dejado vestigios en época contempo-
ránea, como el potlatch de los indios del Pacífico. El fundamento de estas prácticas basadas en intercambios apa-
rentemente ‘inútiles’ en términos económicos remite a la teoría del don. Recuérdese el clásico de MAUSS, M.,
“Essai sur le don. Forme et raison de l’echange dans les sociétés archaïques”, L’Année Sociologique,
nouvelle série, 1 (1923-1924), 1925, pp. 30-186 (en castellano, Buenos Aires: Katz, 2009); GODELIER, M., L’énig-

José María Monsalvo Antón - Antropología política e historia: costumbre y derecho; comunidad y poder; aristocracia y.... 123
prácticas de dar, recibir y devolver, adquiere en esa época sin embargo un sen-
tido diferente36. Mi opinión es que la teoría puede aplicarse tanto a las relacio-
nes feudovasalláticas y con los reyes –«servicio», «merced»– como al mundo
campesino, en este caso en la esfera más material y en un tiempo anterior a
que el mercado impusiera su lógica en la economía agraria. Pero incluso con
un mundo rural todavía marcado por una economía natural acusada, tengo
dudas de que la noción antropológica de reciprocidad, sin la que es imposible
entender a Mauss –y mucho menos a Malinowski–, técnicamente pueda apli-
carse a la Edad Media: las comunidades primarias estaban insertas en relacio-
nes de poder y de propiedad inhibitorias de la función primigenia de tales
tipos de intercambio. Otra cuestión es el juego de dones y generosidades que,
en el plano de la economía y las mentalidades medievales, expuso por ejem-
plo Duby en Guerreros y campesinos y, más tarde, otros muchos. Pero ese re-
corrido de Duby por el occidente altomedieval y sus dones en realidad remite
al mundo de los señores, a la Iglesia y a la dependencia dominial, no al senti-
do agonístico, de sistema total de prestaciones sociales y de sacralidad, que im-
plica la idea de don entre pueblos arcaicos.

Todos estos paradigmas que indicamos –racionalidad autónoma de la economía


de las comunidades, liderazgos de los ricos propietarios, cultura del don– se
pueden rastrear en la época medieval. Pero en ella no tendrían la función es-
tructuradora que desempeñarían entre los pueblos sin estado. Esta es la gran di-
ferencia. En las comunidades medievales se ha demostrado que buena parte de
los derechos campesinos, la gestión de los bienes comunes, la obtención de
franquicias o estatutos jurídicos de reconocimiento colectivo, entre otros, nacían
de la capacidad de relación y negociación con los poderes establecidos. La in-
terrelación con reyes o señores quebraba profundamente cualquier identidad

me du don, Paris: Fayard, 1996 (trad. Paidós, 1998). Este autor hace distinciones según el desarrollo mayor o
menor de funciones estatales en una determinada sociedad, valora los diferentes significados del don –a partir
sobre todo de las costumbres de los baruya de Nueva Guinea– y destaca no ya lo que se daba, sino ‘lo que no
se daba’, lo que se guardaba, es decir, lo sagrado.
36. Vid. nota anterior. La conceptualización del don-contradon, aunque resulte estimulante, presenta dificultades
de aplicación para la Edad Media. Vid. MAGNANI, E., “Les médiévistes et le don. Avant et après la théorie maus-
sienne“, Bulletin du centre d’études médiévales d’Auxerre | BUCEMA [En ligne], Hors-série n° 2 (2008), mis en
ligne le 24 janvier 2008, consulté le 16 mai 2014. En relación con la Edad Media hispánica Reyna Pastor y Ana
Rodríguez hicieren sugerentes consideraciones en PASTOR, R., RODRÍGUEZ, A., “Reciprocidades, intercambio y
jerarquía en las comunidades medievales“, Hispania, vol. 60, 204 (2000), pp. 63-101.

124 Nuevos temas, nuevas perspectivas en Historia Medieval. Logroño, 2015, pp. 105-157, ISBN 978-84-9960-082-6
independiente del campesinado y laminaba igualmente un posible etnicismo
funcional. Por otra parte, la división social y política interna aleja las sociedades
campesinas de la época medieval del típico igualitarismo de los pueblos primi-
tivos, en lo que a morfología social se refiere; y permite inscribir la dinámica
comunitaria en un juego interpretativo donde, según los casos, resultaban deci-
sivos otros tipos de factores: la ocupación desigual del espacio, la movilidad so-
cial, las fuerzas productivas, la formación del feudalismo, el clientelismo rural o
la pugna entre señores y campesinos, aspectos que han sido tradicionalmente
señalados por los medievalistas37.

Pero además la complejidad de la inserción de las comunidades rurales en mar-


cos de poder territorializados, como los de la época, aconsejan subrayar la ac-
ción colectiva y la capacidad de reformularse, de reinventar su propia dinámica

37. Es muy extensa la tradición historiográfica. A título de ejemplo –por no remitirnos a Duby o Fossier– vid.
BOURIN, M. y DURAND, R., Vivre au village au Moyen Âge: les solidarités paysannes du 11e au 13e siècles, París:
1984 (reed. 2000); GENICOT, L., Comunidades rurales en el Occidente medieval, Barcelona: Crítica, 1993. (ed.
orig. 1990); Les communautés villageoises en Europe occidentale du X au XIII siècle aux Temps modernes, Qua-
trièmes journées internationales d’histoire du Centre culturel de l’Abbaye de Flaran, (1982), Auch: 1984; DAVIES,
W., Small Worlds. The Village Community in Early Medieval Brittany, London: 1988; o las contribuciones italia-
nas de CASTAGNETTI, A., Le comunitá rurali dalla sogezzione signorile alla giurisdizione del comune cittadino,
Verona: 1983; WICKHAM, Ch: Comunità e clientele nella Toscana del XII secolo. Le origini del comune rurale
nella Piana di Lucca, Roma: Viella, 1995. Me refiero a estas tradiciones historiográficas sobre la comunidad en
MONSALVO, J.Mª., “«Ayuntados a concejo». Acerca del componente comunitario en los poderes locales castella-
no-leoneses durante la Edad Media”, El poder a l’Edat Mitjana Lleida: Pagès, 2004, pp. 209-291, pp. 210-217. La
tradición hispánica está marcada por trabajos señeros, entre ellos, varios de García de Cortázar, como su contri-
bución clásica al citado libro Les communautés villageoises en Europe occidentale, op. cit., o sus muchos traba-
jos sobre todo centrados en el País Vasco (recopilados en un grueso volumen con edición de Díaz de Durana,
UPV, Bilbao, 2005), La Rioja (una buena recopilación de artículos en GARCÍA DE CORTÁZAR, J. A., Estudios de
Historia Medieval de la Rioja (cols. de trabajos del autor), Logroño: 2009), Cantabria, Castilla la Vieja, o sus es-
tudios de carácter general e interpretativo sobre mundo rural. En cuanto a las comunidades entendidas en un
contexto de luchas y feudalización, es clásico el estudio de PASTOR, R., Resistencias y luchas campesinas en la
época del crecimiento y consolidación de la formación feudal. Castilla y León, siglos X-XIII, Madrid: Siglo XXI,
1980. De alguna forma la estela de esta historiadora ha cruzado temáticas y perspectivas de forma muy amplia,
como se pone de manifiesto en El lugar del campesino. En torno a la obra de Reyna Pastor, A. Rodríguez López
(ed.), Madrid: 2006; ALFONSO ANTÓN, I., “La comunidad campesina”, en PASTOR, R., ALFONSO, I., RODRÍ-
GUEZ LÓPEZ, A., SÁNCHEZ LEÓN, P., Poder monástico y grupos domésticos en la Galicia Foral (siglos XIII-XV).
La Casa, la Comunidad, Madrid: 1991, pp. 302-372. Otro buen ejemplo de perspectivas sobre las comunidades
rurales entendidas desde esta perspectiva ligada al feudalismo y las diversidades regionales puede encontrarse
en los trabajos recopilados en ALVAREZ BORGE, I. (coord.), Comunidades locales y poderes feudales en la Edad
Media, Logroño: Universidad, 2001. Vid. algunas recopilaciones bibliográficas y reflexiones en GARCÍA DE COR-
TÁZAR, J. A., MARTÍNEZ SOPENA, P., “Los estudios sobre historia rural de la sociedad medieval hispanocristia-
na”, en ALFONSO, I. (ed.), La historia rural de las sociedades medievales europeas. Tendencias y perspectivas,
Valencia: Universidad, 2008, pp. 97-143.

José María Monsalvo Antón - Antropología política e historia: costumbre y derecho; comunidad y poder; aristocracia y.... 125
en confrontación con otros actores sociales y con los desafíos de su organiza-
ción38, en buena medida por lo señalado en la argumentación anterior de este
apartado: la adquisición por parte de las comunidades de cuotas de poder no
suele haber nacido en la comunidad misma –como tienden a ver muchos es-
tudiosos–, sino fuera de ella.

2.1. ¿COMUNIDADES ANCESTRALES O VECINDADES POLÍTICAS?

Con esas consideraciones preliminares, lo ideal sería hacer arrancar esta cues-
tión, con finalidad comparativa, desde el concilium altomedieval. Este estadio de
la historia concejil a mi juicio representa una modalidad de organización comu-
nitaria «sin poder» –así lo he defendido–, aunque sí con ingredientes de notable
dinamismo político y que suponía el reconocimiento legal e institucional del
campesinado39 ante los únicos poderes de la época: reyes, condes, Iglesia, auto-
ridades territoriales y señores. Estos poderes eran genuinamente medievales.

En la zona la oscuridad se impone en la vida concejil anterior a los siglos XI-


XII. Desde esta época en adelante los grandes concejos de villa y tierra desple-
garon ya funciones políticas, que ejercían en nombre del poder regio,
capacidad de imponer penas, de recaudar tributos, de gestionar los bienes co-
munes del alfoz, entre otras funciones ya claramente visibles en los siglos XII-
XIII, según documentos y fueros municipales conocidos. Pues bien, buena
parte de esas funciones que acreditan a los concejos como verdaderos «siste-

38. Interesantes algunas observaciones hechas al respecto por SÁNCHEZ LEÓN, P., “El poder de la comunidad”
en RODRÍGUEZ LÓPEZ, A. (ed.), El lugar del campesino, pp. 331-358. El propio dinamismo intrínseco de las co-
munidades rurales permite descubrir en ellas importantes capacidades de negociación –con los poderes señoria-
les, por ejemplo– y de jerarquización interna sin romper la cohesión comunitaria. Vid. al respecto, sobre todo
en relación con la Vieja Castilla, ESCALONA MONGE, J., “Vínculos comunitarios y estrategias de distinción (Cas-
tilla, siglos X-XII)”, en FORONDA, F. y CARRASCO, A. I. (dirs.), El contrato político en la Corona de Castilla. Cul-
tura y sociedad políticas entre los siglos X al XVI, Madrid: Dykinson, 2008, pp. 17-42. Precisamente este autor
–también habría que mencionar a Estepa, Martín Viso y otros autores– ha profundizado con gran acierto en la
relación entre las comunidades y los territorios, sean locales o de mayor radio, ESCALONA MONGE, J., Socie-
dad y territorio en la Alta Edad Media castellana: la formación del alfoz de Lara, Oxford: 2002; ID., “Comunida-
des, territorios y poder condal en la Castilla del Duero en el siglo X”, Studia Historica. Historia Medieval, 18-19,
2000-2001, pp. 85-120; ID., “Mapping scale change: hierarchization and fission in Castilian rural communities du-
ring the tenth and eleventh centuries”, en DAVIES, W., HALSALL, G., REYNOLDS, A. (eds.), People and Space in
the Middle Ages, 300-1300, Turnhout: 2006, pp. 143-166, entre otros.
39. Me remito a las consideraciones sobre el concilium primitivo hechas en “«Ayuntados a concejo». Acerca del
componente comunitario”, art. cit., pp. 217-233.

126 Nuevos temas, nuevas perspectivas en Historia Medieval. Logroño, 2015, pp. 105-157, ISBN 978-84-9960-082-6
mas políticos» –por lo pronto, la elección de jueces y alcaldes y el control de
los mismos– recaían en el concejo de vecinos y otras formas comunitarias de
poder vecinal40. Pero ¿de dónde procedía ese poder?

Aparte de las tradiciones historiográficas que han trasladado las categorías del
feudalismo norteño a las sociedades concejiles del sur del Duero41, hay otras
dos interpretaciones, muy diferentes entre sí, que coinciden en apreciar conti-
nuidad entre el concilium altomedieval y concejo urbano de la plena Edad
Media. Por un lado, la tradición más común de historiadores del derecho –por
poner una referencia clásica, digamos, desde Hinojosa– que han defendido
que el «municipio urbano» surgió del «municipio rural», y este a su vez de es-
tructuras germánicas o del conventus publicus vicinorum. Nos encontraríamos
con el típico recurso al evolucionismo ‘jurídico’42.

Otra interpretación también continuista viene a justificar que no fue apenas re-
levante la aportación regia o de la reconquista en la maduración de los conce-
jos plenomedievales, ya que las comunidades rurales anteriores a las
repoblaciones evolucionaron por sí mismas hasta los concejos de los siglos XII-
XIII. Esta posición representa un cierto encaje en tesis antropológicas –evolucio-
nismo ‘antropológico’, en este caso–, al ver en las comunidades prefeudales,
gentilicias –es decir, el concilium de valle o aldea–, un potencial resorte de au-
toimpulso suficiente para evolucionar hasta convertirse en auténticos poderes43.

40. MONSALVO, J. Mª., “Frontera pionera, monarquía en expansión y formación de los concejos de villa y tie-
rra. Relaciones de poder en el realengo concejil entre el Duero y el Tajo (c. 1072-c. 1222)”, Arqueología y terri-
torio medieval, 10. 2 (2003), pp. 45-126, pp. 108-116; asimismo “«Ayuntados a concejo». Acerca del componente
comunitario”, art. cit., pp. 234-261.
41. En las equivalencias de estos enfoques –A. Barrios, L.M. Villar, Mínguez, entre otros, aunque con matices
entre ellos–, los caballeros villanos fueron vistos como parte de la clase señorial, los pecheros como campesi-
nos-vasallos y el concejo como uno más de los señoríos extractores de renta. Hace tiempo alertamos acerca de
estas concepciones en “Concejos castellano-leoneses y feudalismo (ss. XI-XIII). Reflexiones para un estado de la
cuestión”, Studia Historica. Historia Medieval, X (1992), pp. 203-243. Había otras interpretaciones que no coin-
cidían con esta escuela –R. Pastor, C. Astarita, J. Clemente–, pero que también se centraban en la ‘formación so-
cial’ concejil y no en la ‘comunidad’ como sujeto político.
42. Revisar esta tradición jurídica, teniendo en cuenta la honda estela de la historiografía iushistórica, me resul-
ta ahora imposible. Un botón de muestra de estas concepciones: RODRIGUEZ GIL, M., “Notas para una teoría
general de la vertebración jurídica de los concejos en la Alta Edad Media”, en Concejos y ciudades en la Edad
Media Hispánica (II Congreso Fundación Sánchez-Albornoz), León-Ávila: 1990, pp. 323-345.
43. Esta postura la defendió Mattoso para los concejos portugueses de Ribacôa, situados en latitudes del sur el
Duero y cuyos fueros derivaban del de Ciudad Rodrigo de c. 1210, MATTOSO, J., “Da Comunidade Primitiva ao
Município. O Exemplo de Alfaiates”, Estudos Medievais, nº 8 (1987), pp. 29-44. He hecho una crítica a las posi-

José María Monsalvo Antón - Antropología política e historia: costumbre y derecho; comunidad y poder; aristocracia y.... 127
No lo creo. Podríamos estar de acuerdo en la continuidad entre la comunidad
de aldea altomedieval y los concejos de vecinos plenomedievales en una elemen-
tal morfología como colectividades y en el mantenimiento de ciertos usos, tales
como el comunalismo aldeano o tareas laborales colectivas, por poner un caso,
pero precisamente no estaríamos de acuerdo en la consideración de la comuni-
dad como sujeto de poder. El poder en los concejos plenomedievales no deriva
del concilium altomedieval. Fue fruto de la transferencia desde el poder regio,
del paso del «realengo directo» al «realengo concejil». Fue, entiendo, un proceso
nuevo, diferente y efectuado en un tiempo histórico muy concreto.

De la comunidad aldeana no salió el sistema concejil, esa es la idea. No servi-


ría, por tanto, como esquema interpretativo, el referente antropológico porque
este es capaz de ver solo el movimiento en la inmanencia de una estructura
estable. Hemos de considerar el poder concejil44 como algo cualitativamente
nuevo. Y nunca anterior a finales del siglo XI. Incluyendo, claro está, esa parte
del poder que ejercieron juntas, reuniones abiertas, concejos de vecinos. Histo-
ria, más que antropología.

Ahora bien, ¿quiere esto decir que ese poder nuevo que recayó durante un
tiempo en las comunidades de vecinos –los de las cabeceras concejiles al
menos– fue otorgado de arriba hacia abajo por los reyes por exclusiva volun-

ciones del célebre historiador portugués en “«Ayuntados a concejo». Acerca del componente comunitario”, pp.
258-259. La crítica podría ser semejante a la de aquellas interpretaciones que han visto el mundo concejil como
expresión de formaciones económico-sociales no feudales (comunidad germánica, los pecheros vistos como ex-
presión del modo de producción “tributario”, etc... cfr. ASTARITA, C., Del feudalismo al capitalismo. Cambio so-
cial y político en Castilla y Europa occidental, 1250-1520, Valencia: Universidad, 2005). Me remito a la crítica
hecha a estas concepciones en el trabajo sobre concejos y feudalismo citado en nota 41 y en “Frontera pionera,
monarquía en expansión y formación de los concejos de villa y tierra”, pp. 73-78.
44. Entendiendo «poder» en un sentido mínimamente exigente, que yo definiría como capacidad de influir de
forma vinculante sobre un cuerpo social constituido y en un ámbito determinado. Aquí me remito a lo que serí-
an, a mi juicio, los requisitos mínimos para que fraguase un «sistema concejil»: autoridades propias –jueces, alcal-
des...–; funciones trasferidas desde el realengo en lo judicial, fiscal, etc.; proyección sobre un alfoz; estatuto de
vecindad jurídico-política sin precedente anterior. Todo esto nos ha permitido en varios trabajos establecer con
detalle: las cronologías de su aparición, que para las villas al sur del Duero sería a finales del siglo XI, mientras
que sería a mediados del XII al norte; los factores que impulsaron el proceso, que fueron fundamentalmente,
según los casos, la frontera, los burgenses y la competencia del regalengum con el solariego y con el abadengo;
y las tipologías de concejos en los reinos de Castilla y León, según se tratase de ciudades, concejos de villa-y-tie-
rra, villas nuevas, burgos abaciales. Todo ello fueron formas históricas y variables según las zonas geográficas. Y
fue siempre imprescindible el poder regio y, en menor medida, otros poderes, pero nunca la comunidad misma
generó un «sistema concejil». Para el sur del Duero me remito sobre todo al trabajo citado en nota 40.

128 Nuevos temas, nuevas perspectivas en Historia Medieval. Logroño, 2015, pp. 105-157, ISBN 978-84-9960-082-6
tad de estos? Evidentemente, no fue así cómo se forjaron los sistemas conceji-
les a mi entender. No al menos en la zona de estudio. Los vecinos de las ciu-
dades y villas, que tomaban decisiones en concejo, que ponían y quitaban
alcaldes, jueces y jurados cada año, que refrendaban actos judiciales solemnes,
fueron receptores de soberanía porque se habían convertido en la columna
vertebral de una sociedad de frontera, sin nobleza señorial, porque eran una
potente sociedad de propietarios y defensores que fue la que sostuvo a la mo-
narquía «en expansión» al sur del Duero durante los siglos XI al XIII.

2.2. ASAMBLEAS Y ORGANIZACIÓN DEL COMÚN:


ESTAMENTALIZACIÓN DE LA PARTICIPACIÓN

El concilium altomedieval había sido una comunidad reconocida y con identi-


dad pero sin poder; los concejos de vecinos plenomedievales reflejan otro mo-
mento histórico en el que la población urbana pudo actuar como vecindad
política, con auténtico poder. Lo acabamos de señalar, pero desde mediados
del siglo XIII estas instituciones caminaron hacia la extinción. El régimen fue
sustituido, entre 1345-1370, por el Regimiento, que representaba la exclusión
de las formas abiertas de tomar decisiones. ¿Se extinguió entonces la comuni-
dad política concejil?

En realidad, se reinventó. Pero sobre bases nuevas. En efecto, el tercer esce-


nario del poder comunitario en los concejos lo constituyen los ayuntamien-
tos de pecheros45. Fue una forma de organización política muy diferente de las
anteriores. Los pecheros, extraordinariamente bien organizados, consiguieron
en los siglos XIV y XV ‘hacer política sin estar en el gobierno’, como hemos
sugerido en general pero más específicamente para los casos de Salamanca,
Ávila, Ciudad Rodrigo, Alba y otros concejos de la zona46. Pero los pecheros

45. “«Ayuntados a concejo». Acerca del componente comunitario”, art. cit., pp. 261-287.
46. Me remito a varios trabajos, entre otros, MONSALVO, J. Mª., “La participación política de los pecheros en los
municipios castellanos de la Baja Edad Media. Aspectos organizativos”, Studia Historica. Historia Medieval, VII
(1989), pp. 37-93; ID., “Gobierno municipal, poderes urbanos y toma de decisiones”, art. cit., entre otros. En el
trabajo “«Ayuntados a concejo». Acerca del componente comunitario”, art. cit., p. 290, exponemos sinópticamen-
te, en nueve parámetros, en qué difería, a nuestro juicio, el componente comunitario en el concilium altomedie-
val, en el concejo de vecinos plenomedieval y en los ayuntamientos de pecheros bajomedievales. Aparte de los
concejos salmantinos y abulenses, el poder político de los pecheros fue especialmente relevante en los conce-
jos de villa y tierra del sur del Duero, en aquellos concejos con gran organización de la Tierra, como Soria, Se-

José María Monsalvo Antón - Antropología política e historia: costumbre y derecho; comunidad y poder; aristocracia y.... 129
desarrollaron ese papel acentuando su identidad como colectivo: al quedar
ya constituidos como grupo subalterno de los concejos, tuvieron de activar
una toma de conciencia netamente estamental, de lucha contra los patricios,
de alianzas circunstanciales con los ‘medianos’, articulando asamblearismo y
representación, escalonando una topografía de ayuntamientos y representan-
tes –concejos de aldea, collaciones, jurados, sexmos y sexmeros, ayuntamien-
tos de ciudad y tierra, procuradores generales del común–, conjugando
posiciones de firmeza reivindicativa y presencia institucional en el Regimien-
to, fusionando también negociación y radicalidad, maniobrando hábilmente
entre las minorías de pecheros ricos y el control de la masa de contribuyen-
tes que controlaba los resortes de las elecciones anuales. Incluso fueron ca-
paces de crear un discurso genuino y una cultura política sobre el mundo
rural, sobre fiscalidad, sobre justicia, sobre mercados, sobre el orden social,
sobre el rey y la monarquía.

No me extiendo más en estos argumentos ya tratados en otras partes. Pero sí


quiero remitir lo dicho a la reflexión que sobrevuela en estas páginas acerca
de las relaciones entre antropología política e historia. De nuevo, el mismo
diagnóstico. En efecto, apreciamos un fuerte componente de organización co-
munitaria en el mundo concejil, pero lo percibimos muy cambiante por la in-
cidencia del tiempo histórico –del concilium aldeano del siglo X a las juntas
del común del XV–, lo que aleja la cuestión de la típica estabilidad de los co-
lectivos estudiados por la antropología, las típicas sociedades «frías», en termi-
nología de Lévi-Strauss. Pero además el cambio de las comunidades no derivó
de un desarrollo evolutivo endógeno, como tenderían a pensar los antropólo-
gos, sino de factores ligados al juego de poderes históricamente definidos: los
cuadros regios, territoriales o magnaticios altomedievales; la transferencia de
soberanía del rey a los concejos de vecinos; o la proyección bajomedieval de
los pecheros como estado político.

3. LINAJES Y ESTRUCTURAS DE PODER CONCEJILES

La antropología dio rigor al vocabulario sobre el parentesco, permitió superar


la idea eurocéntrica de familia, extender su campo desde la demografía a las
relaciones de poder y desde el ámbito doméstico a la organización social.
Además, esta ciencia, desde Lévi-Strauss cuando menos, supo desechar una
concepción vulgar del parentesco como resultado de la herencia genética,

130 Nuevos temas, nuevas perspectivas en Historia Medieval. Logroño, 2015, pp. 105-157, ISBN 978-84-9960-082-6
aunque el hecho biológico, como variable, forme parte de la conciencia de la
cohesión47. Nadie duda del carácter central del parentesco en ese tipo de so-
ciedades. Es verdad que se ha puesto ya en duda el carácter tan exclusivista
que tendría para el orden social de muchos pueblos sin estado un patrón
único de genealogías clánicas agnaticias y se destaca, por el contrario, el peso
de las alianzas y enlaces no ligados al linaje segmentario. Hoy también se sabe
que las relaciones de parentesco nunca fueron el único y exclusivo fundamen-
to de las sociedades primitivas, ya que siempre hubo una cierta dosis de te-
rritorialidad y de política circulando en ellas. Pero aún es defendible la idea

govia y otros; vid. entre otros, DIAGO HERNANDO, M., “El ‘común de pecheros’ de Soria en el siglo XV y pri-
mera mitad del siglo XVI”, Hispania, L/1, 174 (1990), pp. 39-91; ASENJO GONZALEZ, Mª, Segovia. La ciudad y
su Tierra a fines del Medievo, Segovia: 1986, ID., “El pueblo urbano: el «común»”, Medievalismo, 13-14 (2004),
pp. 181-194. Asimismo, VAL VALDIVIESO, Mª. I., “Oligarquía versus común (Consecuencias sociopolíticas del
triunfo del regimiento en las ciudades castellanas)”, Medievalismo. nº 4 (1994), pp. 41-58.
47. El parentesco en la antropología estructural y para las sociedades salvajes fue entendido como un sistema con-
gruente y completo que regulaba toda la estructura de la sociedad, condicionaba los papeles sociales y sexuales
–las reglas del matrimonio eran determinantes– y que se traducía, o casi se podría decir que se identificaba, con
un lenguaje, un lenguaje codificado. En los clásicos estudios de Radcliffe-Brown sobre los nativos de Oceanía, o
de Evans-Pritchard sobre los nuer y otros pueblos nilóticos, el parentesco era la relación social fundamental. Y
también era un medio de representaciones que utilizaban los grupos sociales para encontrar sentido a su propia
existencia. Evans-Pritchard definió a propósito de los nuer que la estructura de poder se basaba en los equilibrios
y tensiones generados por los llamados linajes segmentarios, considerados una noción clave en este tipo de es-
tructuras de parentesco: cada tribu se dividía en clanes, estos en linajes –el linaje sería el segmento genealógico
de un clan–, a su vez divididos en pequeños grupos que se consideran parte de otros mayores, en una estructu-
ra en la que estos segmentos podían unirse o subdividirse en unidades más pequeñas; los linajes y sus segmen-
tos suplían la relación territorial y eran los que daban cohesión y determinaban la estructura de poder. La dinámica
de “fusión-fisión” que había entre los diferentes grupos segmentarios se volvía determinante en una sociedad con
ausencia de estado. Tal como indicaba Evans-Pritchard, “a falta de un jefe o un rey, que podría simbolizar a una
tribu, su unidad se expresa en el lenguaje del linaje y de la afiliación de clan”, EVANS-PRITCHARD, E. E., Los Nuer,
Barcelona: 1977 (orig. Oxford: Clarendon Press, 1940), p. 212; en el caso de los nuer el clan era el grupo más am-
plio de agnados con un antepasado común; interesan especialmente al respecto los caps. IV y V. El sistema de li-
najes segmentarios, basado en la filiación agnaticia, era la pieza esencial, pero las relaciones de parentesco
incluían otros componentes y posibilidades, como la parentela propia del agnado, pero que era algo subsidiario.
Además, otras formas de “segmentación” no genealógica, como los grupos de edad, por ejemplo, eran también
importantes en el ejercicio del poder en estas sociedades. Lo cierto es que, aunque siempre se han destacado mo-
delos muy potentes como el citado de los linajes segmentarios, los sistemas de parentesco han sido muy variados
en las sociedades primitivas. En una célebre contribución de 1941 ya Radcliffe-Brown –mucho antes ya se plan-
teó la cuestión Morgan– mostró esta diversidad, si bien el británico apostaba por descubrir las relaciones esencia-
les o patrones comunes que había, RADCLIFFE-BROWN, A. R. Estructura y función en la sociedad primitiva, op.
cit., pp. 63-106. Vid. RADCLIFFE-BROWN, A. R., FORDE, D. (eds.), Sistemas africanos de parentesco y matrimo-
nio, Barcelona: Anagrama, 1982 (orig. 1950); LÉVI-STRAUSS, C., Las estructuras elementales del parentesco, Barce-
lona: Paidós, 1998 (orig. 1948), entre otros; FORTES, M., EVANS-PRITCHARD, E .E., African Political Systems, op.
cit.; MIDDLETON, J., Los Lugbara de Uganda, Barcelona: 1984 (orig. 1965), caps. 3, 4 y 5; BALANDIER, G., An-
tropología política, op. cit., cap. 3; ID., Antropo-lógicas, op. cit., caps. 2 y 3.

José María Monsalvo Antón - Antropología política e historia: costumbre y derecho; comunidad y poder; aristocracia y.... 131
de que en pueblos sin estado o con administración muy diluida el parentes-
co, constituía un engranaje sustancial y determinante.

Se sostiene hace ya tiempo que en los mundos preindustriales del pasado las
relaciones de parentesco habrían cumplido también un gran papel. Aunque mu-
chos rasgos pueden ser coincidentes, sin embargo, el papel del parentesco en
estas sociedades históricas es diferente al de las sociedades simples o segmen-
tarias. Ni tuvo en ellas la misma configuración48 ni fue la única ni la prevalente
relación de poder, ya que –como señalábamos a propósito de la comunidad–
estaba rigurosamente constreñido por otras instancias políticas: monarquía, se-
ñoríos, concejos, noblezas, Iglesia.

El linaje es un buen ejemplo de ello. La noción resulta esencial, pero asociada


específicamente a ciertos grupos sociales, no a la sociedad en su integridad,
como entre los pueblos sin estado. La historicidad es también esencial. Lo de-
mostraron los estudios de G. Duby sobre la nobleza. Este autor supo conectar el
funcionamiento de ciertas reglas de parentesco con la necesidad de la aristocra-
cia francesa de salvaguardar desde los siglos XI-XII el gran patrimonio acumula-
do, evitando los riesgos que hasta entonces suponían los modelos familiares
bilaterales o cognaticios, los sistemas de herencia sin primogenitura o la falta de

48. Las estrategias que impuso en los primeros siglos medievales la Iglesia para conservar su patrimonio a tra-
vés de una determinada idea de familia y herencia, el reflujo o desaparición de las parentelas a medida que avan-
zaban el feudalismo y el estado, el peso de la tradición romana en el nuevo derecho civil, la exogamia no como
prevención de un tabú sino como planificación de las políticas matrimoniales de la aristocracia a partir del siglo
XI, la proliferación de vínculos de parentesco ficticios para reforzar los pactos entre iguales fueron, entre otros,
mecanismos que hoy sabemos reconocer como específicamente históricos en los análisis de sociedades prein-
dustriales; y todo ello al margen de que el vocabulario antropológico pueda aplicarse y más o menos se acomo-
de a estos cambios históricos. Vid. GOODY, J., La evolución de la familia y el matrimonio en Europa, Barcelona:
Herder, 1986; FOX, R., Sistemas de parentesco y matrimonio, Madrid: Alianza, 1985, entre otros. Por eso es tan
importante la precisión conceptual y metodológica. Vid. al respecto GUERREAU-JALABERT, A., “El sistema de
parentesco medieval: sus formas (real/espiritual) y su dependencia con respecto a la organización del espacio”,
en PASTOR, R. (comp.), Relaciones de poder..., op. cit., pp. 85-105; GUERREAU-JALABERT, A., LE JAN, R., MOR-
SEL, J., “De l’histoire de la famille à l’anthropologie de la parenté” en Les Tendances actuelles de l’histoire du
Moyen Âge en France et en Allemagne, OEXLE, O. y SCHMITT, J. C. (dir.), Paris: Sorbonne, 2002, pp. 433-446.
Muy interesantes también las observaciones hechas en su día por GUERREAU, A., El feudalismo. Un horizonte
teórico, Barcelona: Crítica, 1984, pp. 209-217; asimismo LORING GARCÍA, Mª. I., “Sistemas de parentesco y es-
tructuras familiares en la Edad Media”, La familia en la Edad Media. XI Semana de Estudios Medievales, DE LA
IGLESIA, J. I. (coord.), Logroño: IER, 2001, pp. 13-38. Incluso un trabajo de corte jurídico muy tradicional, como
el de Montanos Ferrin, muestra que desde el punto de vista de los trasvases patrimoniales la familia medieval
era fundamentalmente el grupo doméstico reducido (La familia en la Alta Edad Media, op. cit., pp. 161 y ss),
algo que tiene poco que ver con las parentelas ancestrales.

132 Nuevos temas, nuevas perspectivas en Historia Medieval. Logroño, 2015, pp. 105-157, ISBN 978-84-9960-082-6
rigor en la elección de matrimonios. En esa época empezó a cuajar el linaje
noble. El campo abierto por este historiador –y luego seguido por otros mu-
chos49– ha resultado decisivo para entender una de las piezas esenciales del
mundo medieval. El linaje noble sirvió para proteger el patrimonio de señoríos
y títulos del primogénito y para dar proyección y robustez a su familia estricta o
su casa. Se inscribe así en unos sistemas de parentesco cuyos ingredientes siem-
pre tienen un contexto medieval. En primer lugar, la consanguineidad: en el li-
naje noble esta se basaba en un sistema vertical, solo de la descendencia directa
y no de la colateral, la filiación era agnaticia, es decir, de una única línea mascu-
lina o patrilineal, y además se fue imponiendo la primogenitura; en este sentido,
el «linaje» se distingue de las «parentelas», de filiación cognaticia, que se basaban
en un régimen horizontal, bilateral masculino-femenino y que incluían a los pa-
rientes colaterales de ambos cónyuges. El segundo ingrediente del parentesco
era la alianza o afinidad, donde el matrimonio resulta clave. El tercer ingredien-
te es el pseudoparentesco o parentesco “artificial” o “espiritual”, que contempla
relaciones de adopción, padrinazgo, fraternidad, patronazgo y clientelismo.

En los reinos de Castilla y León el linaje noble nació tarde, incluso su origen
se sitúa avanzado el siglo XII y en el siglo XIII, no en el período de los ss. XI-
XII, como en Francia. Los acentos han ido cambiando y desde una historiogra-
fía autóctona sobre los linajes en relación con los títulos, la antigüedad de
origen y los señoríos –S. de Moxó sería la referencia en cualquier caso– se ha
ido pasando a unas preocupaciones nuevas sobre el papel político de los lina-
jes, sobre la conciencia de los antepasados, la mentalidad, el estilo de vida, el
esplendor de las cortes nobiliarias, entre otros aspectos50, dentro de una cate-
gorización antropológica o culturalista.

49. Entre sus muchos trabajos, pueden recomendarse: DUBY, G., “Estructuras de parentesco y nobleza en la Fran-
cia del norte en los siglos XI y XII” en Hombres y estructuras de la Edad Media, Madrid: Siglo XXI, 1977, pp.
162-183; ID., El caballero, la mujer y el cura. El matrimonio en la Francia feudal, Madrid: Taurus, 1982. Al ser
una temática central en la Edad Media, la cuestión de los linajes de la nobleza –o «aristocracia»– ha sido amplia-
mente objeto de reflexión y tratamiento en muchísimas obras y autores europeos: R. Fossier, L. Genicot, S. Rey-
nolds, D. Barthélemy, J. Mattoso, K. F. Werner, J. Morsel, entre otros muchos.
50. La lista de autores que se han ocupado, directa o indirectamente, de los linajes nobles –pero no solo lina-
jes, sino parentelas, casatas, etc.–, es enorme. Baste citar, como botón de muestra, algunos trabajos que han in-
troducido alguna novedad cuantitativa o cualitativa en estos estudios o que aportan amplias bibliografías:
GERBET, Mª Cl., La noblesse dans le royaume de Castille. Étude sur ses structures sociales en Estremadure de 1454
à 1516, Paris: 1979; BECEIRO PITA, I., CORDOBA DE LA LLAVE, R., Parentesco, poder y mentalidad. La noble-
za castellana. Siglos XII-XV, Madrid: CSIC, 1990; MARTINEZ SOPENA, P., “El conde Rodrigo de León y los suyos.

José María Monsalvo Antón - Antropología política e historia: costumbre y derecho; comunidad y poder; aristocracia y.... 133
No obstante, más allá del linaje noble, puesto que interesa el parentesco en
otros ámbitos51, y más allá del énfasis que puede hoy concederse a las relacio-
nes clientelares52, nos preguntamos ¿qué ocurre con los linajes en los medios
urbanos o concejiles?

En las villas y ciudades de la zona, como en otras de Castilla, se reconoce hace


tiempo que uno de los instrumentos y resortes del poder urbano fueron los li-
najes. Desde el punto de vista concejil, esta dimensión no puede negarse53.

Herencia y expectativa de poder entre los siglos X y XII”, en PASTOR, R. (comp.), Relaciones de poder, de pro-
ducción y parentesco, op. cit., pp. 51-84; ID., “La nobleza de León y Castilla en los siglos XI y XII. Un estado de
la cuestión”, Hispania, 185 (1993), pp. 801-822, ID., “La aristocracia hispánica. Castilla y León (siglos X-XIII)”,
Bulletin du centre d’études médiévales d’Auxerre | BUCEMA [En ligne], Hors-série n° 2 (2008), mis en ligne le 24
janvier 2008, consulté le 20 avril 2014; PASCUA ECHEGARAY, E., Guerra y pacto en el siglo XII, Madrid: CSIC,
1996; TORRES, M., Linajes nobiliarios de León y Castilla, siglos IX-XIII: Salamanca, 1999; DIAZ DE DURANA, J.
R. (ed.), La Lucha de Bandos en el País Vasco. De los Parientes Mayores a la Hidalguía Universal. Guipúzcoa, de
los bandos a la Provincia (siglos XIV a XVI), Bilbao: 1998; FRANCO SILVA, A., La fortuna y el poder (col. arts. del
autor), Cádiz: 1996; ÁLVAREZ BORGE, I., “La nobleza castellana en la Edad Media: familia, patrimonio y poder”,
en DE LA IGLESIA, J. I. (coord.), La familia en la Edad Media, Logroño: IER, 2001, pp. 221-252; JULAR, C., “No-
bleza y clientelas: el ejemplo de los Velasco”, en ESTEPA, C., JULAR, C. (coords.), Los señoríos de behetría, Ma-
drid: 2001, pp. 148-186; ESTEPA DÍEZ, C., Las behetrías castellanas, Valladolid: Junta de Castilla y León, 2003;
QUINTANILLA RASO, Mª. C. (ed.), Títulos, grandes del reino y grandeza en la sociedad política. Fundamentos
en la Castilla medieval: Madrid, Silex, 2006; ID., “Reproducción y formas de transmisión patrimonial de los gran-
des linajes y casas nobiliarias en la Castilla tardomedieval”, en LORENZO PINAR, F. J. (ed.), La familia en la his-
toria, Salamanca: Universidad, 2009, pp. 89-120. Vid. asimismo varios trabajos y referencias contenidos en La
nobleza peninsular en la Edad Media, León: Fundación Sánchez Albornoz, 1999; recientemente, DÍAZ DE DU-
RANA, J.R., DACOSTA, A., “La dimensión social del linaje: solidaridad, poder y violencia (País Vasco, siglo XV)”,
Studia Zamorensia, XII (2013), pp. 87-106; DACOSTA, A., PRIETO LASA, J. R., DÍAZ DE DURANA, J.R. (eds.),
La conciencia de los antepasados. La construcción de la memoria de la nobleza en la Baja Edad Media, Madrid:
Marcial Pons, 2014.
51. Medios rurales, monásticos o hidalgos, entre otros. Vid. PASTOR, R. (coord.), Relaciones de poder, de produc-
ción y parentesco, op. cit.; La familia en la Edad Media (XI Semana Nájera), op. cit.. En cuanto a los linajes ur-
banos, aparte de los de las ciudades de las Extremaduras históricas (vid. nota siguiente), hay estudios notables
sobre los linajes urbanos de Valladolid (A. Rucquoi), Vitoria y otras villas vascas (J. R. Díaz de Durana; E. Gar-
cía Fernández, S. Tena), Cuenca (Quintanilla Raso, J. A. Jara, Sánchez Benito), Santander y villas cántabras (J.A.
Solórzano), entre otros, de los que no podemos dar cuenta detallada ahora.
52. Entre otros, JULAR PÉREZ-ALFARO, C., “Nuevas cuestiones sobre el clientelismo medieval”, Hispania, vol.
70, nº 235 (2010), pp. 315-324 (vid. ese número monográfico de la revista); SÁNCHEZ LEÓN, P., “Nobleza, esta-
do y clientelas en el feudalismo. En los límites de la historia social”, en CASTILLO, S. (coord.), La Historia So-
cial en España. Actualidad y perspectivas. Madrid: Siglo XXI, 1991, pp. 197-218.
53. MONSALVO, J. Mª., “La sociedad concejil de los siglos XIV y XV. Caballeros y pecheros (en Salamanca y en
Ciudad Rodrigo)”, en MARTÍN RODRÍGUEZ, J. L. (dir.), Historia de Salamanca. Tomo II. Edad Media, Salaman-
ca: 1997, pp. 389-478, esp. pp. 431-468, dedicadas a bandos y linajes de esas dos ciudades; ID., “Violence bet-
ween Factions in Medieval Salamanca: some Problems of Interpretation”, Imago Temporis. Medium Aevum, nº 3
(2009), pp. 139-170; ID., “Luchas de bandos en Ciudad Rodrigo durante la época Trastámara”, Castilla y el mundo
feudal. Homenaje al profesor Julio Valdeón, DEL VAL, Mª. I., MARTÍNEZ SOPENA, P. (dirs.), Valladolid: Junta de

134 Nuevos temas, nuevas perspectivas en Historia Medieval. Logroño, 2015, pp. 105-157, ISBN 978-84-9960-082-6
Pero ¿son realmente las claves del parentesco, y por tanto esa primacía de la
estructura antropológica, las que explican la aparición y funcionalidad de los
linajes urbanos? Naturalmente, una noción mínima de linaje que puede homo-
logarse a la de la alta nobleza territorial se dio también en la nobleza urbana:
cabeza de linaje que ejercía la autoridad o liderazgo de arriba hacia abajo, pi-
rámide de parientes y clientes, conciencia de linaje, presencia mayor o menor
en la vida política del ámbito específico de actuación. Pero hay rasgos que sin-
gularizan notablemente los linajes urbanos.

Por lo pronto, los linajes aparecen más tarde en los medios concejiles. Entre
1250-1300 aproximadamente se puede detectar la presencia de linajes de caba-
lleros en Ávila, Salamanca, Ledesma, Alba, Ciudad Rodrigo, etc. El proceso se
detecta en otras urbes no solo de la región meridional del Duero –Segovia,
Soria–, sino también en otras latitudes. En la región, en concreto, el factor clave
que encontramos en su momento para explicar la consolidación de linajes no
fue tanto unas estructuras familiares como los privilegios regios de 1256-1264.
Los caballeros urbanos más potentes vendrían ya ejerciendo unas prácticas fa-
miliares en algunos sitios –ciertas familias abulenses en pleno siglo XIII–, pero
los privilegios de Alfonso X fueron un estímulo universal para que lo que po-
dríamos llamar la caballería estatutaria formase linajes. Se exigía ser caballero
para ser alcalde y esta condición caballeresca podía traspasarse a los hijos, es
decir, la noción de linaje. Más tarde, el Regimiento a partir de 1350, favoreció
que los caballeros reforzaran los linajes para repartirse las regidurías54.

Castilla y León, 2009, vol. III, pp. 201-214; ID., “Torres, tierras y linajes. Mentalidad social de los caballeros ur-
banos y de la élite dirigente en la Salamanca medieval (siglos XIII-XV)”, en MONSALVO, J. Mª. (ed.), Socieda-
des urbanas y culturas políticas en la Baja Edad Media castellana, Salamanca: Universidad, 2013, pp. 165-230.
Específicamente para las ciudades de la zona sur del Duero –desde Salamanca a Soria–, aparte de los citados,
hay otros trabajos útiles sobre los linajes urbanos. Entre ellos, ASENJO GONZÁLEZ, Mª., “Acerca de los linajes
urbanos y su conflictividad en las ciudades castellanas a fines de la Edad Media”, Clío & Crimen, 6 (2009), pp.
52-84; DIAGO HERNANDO, M., “Estructuras familiares de la nobleza urbana en la Castilla bajomedieval: los doce
linajes de Soria”, Studia Historica. Historia Medieval, 10 (1992), pp. 47-71; ID., “El papel de los linajes en las es-
tructuras de gobierno urbano en Castilla y en el Imperio alemán durante los siglos bajomedievales”, En la Espa-
ña Medieval, nº 20 (1997), pp. 143-177; LOPEZ BENITO, C. I., Bandos nobiliarios en Salamanca al iniciarse la
Edad Moderna, Salamanca: 1983; VACA LORENZO, A., “Los bandos salmantinos. Aportación documental para su
estudio” en Salamanca y su proyección en el mundo. Estudios históricos en honor de D. Florencio Marcos, Sala-
manca: 1992, pp. 433-458; Vid. también referencias en notas siguientes.
54. Se desarrolla este argumento en MONSALVO, J. Mª., “Parentesco y sistema concejil. Observaciones sobre la
funcionalidad política de los linajes urbanos en Castilla y León (ss. XIII-XV)”, Hispania, 185 (1993), pp. 937-970.

José María Monsalvo Antón - Antropología política e historia: costumbre y derecho; comunidad y poder; aristocracia y.... 135
La reflexión es clara: a diferencia del papel que el parentesco presenta en so-
ciedades acéfalas o segmentaria,s donde funciona como única o principal rela-
ción de poder e incluso como relación social, en los linajes urbanos
bajomedievales recayeron capacidades políticas, sí, pero por los privilegios re-
gios otorgados a las elites concejiles, por los cargos municipales, por las deci-
siones de la monarquía. El parentesco pudo actuar en los concejos como una
relación de poder, es cierto, pero nunca fue autónoma ni dominante, ni tam-
poco eje de las relaciones sociales, como sí lo era en sociedades sin estado. Es
más, si se atiende a la dimensión política de los linajes, se comprueba que las
fórmulas del linaje suprafamiliar como dispositivo de poder urbano no fueron
necesarias en muchas ciudades para acceder a los cargos. En Burgos, Palencia
o Cuenca, por ejemplo, no se desarrollaron bandos-linajes, como fórmulas de
aglutinación de familias de la aristocracia urbana, por ejemplo, y sí lo hicieron
en Salamanca o Segovia. Estas asimetrías descartan patrones técnicamente an-
tropológicos como estructura ineludible en el sistema político urbano, permi-
tiendo sostener que las fuentes del poder no residían necesariamente en el
parentesco.

Pero los linajes urbanos diferían también de los de la nobleza territorial, suje-
tos pronto a reglas definidas y fijas de transmisión de bienes y títulos. En mu-
chas ciudades no llegaron a fraguar apellidos de linaje –apellidos como los
Maldonado, Solís o Anaya salmantinos, por ejemplo–, filiación agnaticia y fun-
dación de mayorazgos, al menos hasta fechas muy tardías del siglo XV, lo que
supone ciertas anomalías si se considera el modelo del típico patrilinaje noble.
El contraste también se dio con respecto a otros rasgos constitutivos de la no-
bleza rural, como el solar de origen, el antepasado de referencia o el castillo
familiar. Algunos de estos elementos a veces se encuentran –las varias ramas
señoriales de los Dávila abulenses–, pero otras veces no.

La falta de universalidad y la elasticidad de las morfologías linajísticas redun-


darían en la misma idea. Se pueden distinguir varias posibilidades de agrega-
ción: «linaje» doméstico o corto, que era la familia próxima de un caballero; el
«linaje» suprafamiliar, que unía varias familias bajo vínculos de un tronco
común; el «bando-linaje», normalmente cuando había dos partes o bandos en
la ciudad –en el caso de Salamanca, San Benito y Santo Tomé, llamados a me-
nudo también “linajes”–; y el «bando-parcialidad», cuando estos bandos tenían
proyección en las disputas del reino. Pero no en todas partes se dispusieron
de igual modo las vías de intervención municipal. Así por ejemplo, en pleno

136 Nuevos temas, nuevas perspectivas en Historia Medieval. Logroño, 2015, pp. 105-157, ISBN 978-84-9960-082-6
siglo XV había dos bandos-linaje en Salamanca –San Benito y Santo Tomé–, en
Ciudad Rodrigo –Garcilópez y Pacheco–, en Segovia –Día Sanz y Fernán Gar-
cía–, en Ávila –San Vicente y San Juan– o Alba de Tormes –San Miguel y Santa
Cruz–; pero en cambio no eran dos bandos o partes, sino cinco, los linajes de
Arévalo, seis los de Medina o doce los linajes de Soria. En esos casos no se re-
partían los cargos por mitad sino en virtud de ese número fijo de agrupamien-
tos legalmente establecidos55.

Pero además estos instrumentos de acción política concejil –los linajes supra-
familiares y/o los bandos-linajes– no eran resultado de vínculos biológicos,
sino que estuvieron sujetos a reglas nacidas de una lógica contractual e insti-
tucional. A veces, hubo pactos internos entre linajes para repartirse los cargos,
como los acuerdos a los que llegaron en 1414 los bandos-linajes de Ciudad Ro-
drigo, cuando firmaron un contrato o «ygualança e abenimiento e conpusiçión,
pleito e postura»56. Pero sobre todo eran fundamentalmente determinadas deci-
siones de la monarquía. Eso hicieron los primeros Trastámara en Ciudad Ro-
drigo: en 1383, se estableció por carta regia un reparto de regidurías entre los
dos bandos-linajes de la ciudad, que tuvo otro hito en una ‘sentencia’ dada por
el condestable Ruy López Dávalos en 1401 en el llamado pleito de los linajes,
que concretaba la fórmula de reparto57; o en Salamanca, cuando fue Juan I
quien reconocía los bandos de la ciudad: en 1390 se regulaban las presencias
de los dos bandos en los oficios municipales, dando ciertas atribuciones a los
miembros de los linajes que no eran regidores58, un reparto que fue confirma-
do en 1394, 1437, 1440, 1483 y 1496. El acuerdo entre los linajes salmantinos
en 1493, con el aval monárquico, fue también un medio de repartirse el
poder59. Es bien conocido este papel de los reyes en la institucionalización de

55. La situación no era homogénea en las ciudades. Quizá lo más frecuente fue la división del patriciado en dos
bandos o partes, pero otras veces la contraposición no era binaria, aunque sí se basaba en un número conven-
cional e institucionalizado. Ver detalles en “La sociedad política en los concejos castellanos de la Meseta duran-
te la época del Regimiento medieval. La distribución social del poder” en Concejos y ciudades en la Edad Media
hispánica, León: Fundación Sánchez Albornoz, 1990, pp. 359-413, p. 400 y ss.
56. Documentación medieval del Archivo Municipal de Ciudad Rodrigo, BARRIOS, Á., MONSALVO, J. Mª. y DEL
SER, G. (eds.), Salamanca: 1988, doc. 77. Pero era preciso el refrendo o consentimiento regios.
57. Las cartas de 1383 en Documentación medieval del Archivo Municipal de Ciudad Rodrigo, docs. 26 y 27. La
resolución de 1401, ibid., doc. 54. Estas disposiciones fueron confirmadas a lo largo del siglo XV.
58. VILLAR Y MACÍAS, M., Historia de Salamanca, Salamanca: Graficesa, 1973-1975, IV, ap. XII, pp. 113-115.
59. AGS, CCA, DIV, 10, 36.

José María Monsalvo Antón - Antropología política e historia: costumbre y derecho; comunidad y poder; aristocracia y.... 137
los bandos urbanos también en otras ciudades –en especial, la actuación de los
Reyes Católicos–, pero ello significa trasladar a la monarquía el protagonismo
de estos procesos de pacificación.

Además, de toda la escala de agregación, con las cuatro posibilidades cita-


das, solo la primera, es decir el linaje corto o familiar, se basaba en el paren-
tesco ‘natural’ propiamente dicho. Las demás eran un constructo ficticio y
artificial. Los documentos hablan de «parientes e amigos». Otra cuestión era el
propio discurso, donde todas las rivalidades, diferentes entre sí, quedaban
ceñidas por el marbete unitario de luchas entre familias y parientes. Así lo
quisieron ver sus protagonistas y también historiadores antiguos o actuales.
Hoy sabemos que muchas de las tensiones que se atribuyeron a linajes y ban-
dos lo fueron en realidad entre individuos y familias particulares, pero no
entre linajes como tales. Y por otra parte muchas violencias derivaban de
compromisos exteriores con las parcialidades del reino, como ocurrió en Sa-
lamanca y Ciudad Rodrigo. Sin embargo, a todo se consideró ‘luchas de ban-
dos’ con un trasfondo de odios entre parientes60. Otra mixtificación fue
considerar que los cargos municipales se repartían entre los linajes, cuando
en realidad –en algunos sitios– el protagonismo fue de los regidores estricta-
mente. Y estos pensaban normalmente en su familia directa, no en el linaje.
Lo hemos comprobado fehacientemente para Salamanca, Alba, Ávila y Ciu-
dad Rodrigo61. También la propia composición de los linajes no en la cúspi-
de, sino en el «estamento caballeresco sin poder»62, era resultado de
adscripciones voluntarias a «cofradías de linaje», «matrículas» de adscritos,

60. Sobre cómo un mismo discurso inclusivo homogeneizó como ‘luchas de linajes’ lo que eran conflictos dife-
rentes, vid. MONSALVO, J. Mª., “Violence between Factions in Medieval Salamanca”, art. cit.; ID., “Luchas de ban-
dos en Ciudad Rodrigo durante la época Trastámara”, Castilla y el mundo feudal, op. cit. Vid. LADERO
QUESADA, M. A., “Linajes, bandos y parcialidades en la vida política de las ciudades castellanas (siglos XIV y
XV)” en Bandos y querellas dinásticas en España al final de la Edad Media, París: 1991, pp. 105-134.
61. El sistema político concejil, caps. 8º y 9º; ID., “El realengo abulense y sus estructuras de poder durante la
Baja Edad Media”, en VV. AA, Historia de Ávila. Tomo III. La Baja Edad Media (Siglos XIV y XV), Ávila: 2006,
pp. 70-172; ID., “Gobierno municipal, poderes urbanos y toma de decisiones”, art. cit., p. 473. El fenómeno
tiene bastante relación con la contraposición entre la elite de gobierno, los regidores y el resto del estamen-
to caballeresco urbano. Unos y otros estaban en los linajes, pero solo los regidores formaban parte del patri-
ciado. Sobre estas relaciones entre elite de gobierno y estamento de privilegiados, vid. MONSALVO, J. Mª.,
“Torres, tierras y linajes”, art. cit., pp. 186-196; para Segovia, vid. ASENJO, Mª., “Acerca de los linajes urbanos”,
art. cit., pp. 81-82.
62. Vid. nota anterior.

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«juntas de linajes», etc., es decir, fórmulas de afiliación que poco o nada tie-
nen que ver con las estructuras del parentesco propiamente dichas.

De manera que, al final, resulta que el grupo amplio de parientes, el linaje ca-
balleresco urbano –a diferencia del papel substancial que tenía el parentesco en
las sociedades sin estado, incluso a diferencia del linaje noble medieval–, nos
acaba pareciendo de menor calado. Hay que tener en cuenta que existía un en-
tramado complejo de «principios vertebradores del sistema concejil»63 y recursos
políticos que condicionaban la acción de la aristocracia concejil. El parentesco
y el vasallaje-clientelismo eran solo parte de estos principios, pero tuvieron que
concurrir con otros, bastante potentes: la conciencia de pertenecer al estamen-
to de privilegiados jurídicos; el interés por la Casa propia, es decir una lógica
‘patricia’ que no coincidía con la colectiva de los ‘linajes’ ni con la del ‘estamen-
to’64; las lealtades exteriores a reyes o alta nobleza titulada, tampoco coinciden-
te con el linaje; los eventuales intereses corporativos o económicos. Lo cierto es
que los patricios tomaban decisiones personales y políticas por encima de los
lazos de parentesco, incluso aunque estos fueran tan forzados o ficticios como
eran los de los linajes 65. Son tendencias que hemos observado y que refuerzan

63. Así lo llamábamos en “Parentesco y sistema concejil”, art. cit., esp. pp. 962-967. La idea la hemos retomado
de nuevo en “Torres, tierras y linajes”, art. cit., pp. 208-211. En particular el principio de exclusivismo patricio
resultaba contrapuesto al principio vertebrador de los linajes y también formaba parte, tanto o más que éste, de
la toma de decisiones. Vid. “Gobierno municipal, poderes urbanos y toma de decisiones”, art. cit., pp. 443-444.
64. Vid. nota anterior.
65. Se entiende así mucho mejor otro de los fenómenos que hemos identificado en la época –más bien en el
siglo XV y en fechas tardías–, en relación con los linajes y bandos. Se trata del fenómeno de desnaturalización
de los bandos y linajes, de ruptura desde dentro de la solidaridad de bando y linaje. Me he referido específica-
mente al caso salmantino. En el último tercio del siglo se comprueban algunos vectores de este cambio: deses-
tabilización de los bandos por parte de la alta nobleza, el duque de Alba en concreto, entre 1465-1479; relevo
de familias hegemónicas y con solera de los bandos, por ejemplo en el bando de San Benito con un cambio en
la hegemonía de ramas tradicionales de Maldonado y Anaya por la nueva estrella de Rodrigo Maldonado de Ta-
lavera y por el progresivo auge de sus rivales, la familia Acevedo-Fonseca, hasta el punto de generar una ten-
sión nueva hacia 1500 sin precedentes en los viejos alineamientos o viejos linajes; progresivo auge de la idea
de valía o entramado familiar específico frente al vínculo banderizo grupal; ahondamiento de la contraposición
entre la oligarquía regimental y el estamento modesto de caballeros con sus cofradías de linaje, muy alejados de
aquella minoría gubernamental; finalmente, aplicación de mecanismos de pacto y cultura contractual que, para-
dójicamente, pretendiendo solventar las luchas de bandos, en el fondo lo que hacían era desactivar estos, disol-
verlos como instancias de poder municipal. En este sentido, la célebre Concordia salmantina de 1476, que
buscaba una gran tregua en las luchas banderizas, al primar la obligación de cumplir por parte de los caballe-
ros firmantes de ambos bandos el acuerdo voluntario y personal alcanzado, era en el fondo una auténtica lami-
nación de la disciplina tradicional de los viejos bandos-linaje: se supeditaba la lealtad al linaje a la lealtad a la
Concordia, rubricada individualmente y con prioridad sobre el linaje. Vid. MONSALVO, J. Mª., “En torno a la cul-

José María Monsalvo Antón - Antropología política e historia: costumbre y derecho; comunidad y poder; aristocracia y.... 139
las ideas de temporalidad histórica concreta, contingencia, sociedad política
concejil, pacto formal, diálogo entre monarquía y ciudad... Variables, todas ellas,
que poco tienen que ver con una supuesta estructura estable de parentesco ur-
bano y mucho menos con una categorización antropológica.

Finalmente, si los nexos de unión basados en el parentesco y entramados lina-


jísticos no eran, como decimos, los únicos o principales fundamentos en las es-
tructuras de poder urbano –al ser concurrentes con otros principios y fuerzas–,
en el plano de la identidad el discurso del parentesco sí resultaba un argumen-
to potente. En el sentido de ideología de cimentación de individuos y familias.
Tampoco era el único elemento de esa naturaleza: existían también espacios de
sociabilidad genuinos, fundaciones de capillas y lugares de enterramiento, igle-
sias ligadas a determinadas familias..., es decir, otras culturas cívicas y religiosas.
Pero los elementos simbólicos de conciencia de los antepasados se desarrolla-
ron también en los medios concejiles, casi siempre a partir de motivos legenda-
rios, a veces como relato para explicar las luchas de bandos: en Ciudad Rodrigo,
una leyenda sobre una tal María Adán, que quiso vengar la muerte de su mari-
do, y otra sobre una supuesta estancia de Alfonso XI en las casas de algunos
ilustres mirobrigenses, que la tradición situaría entre 1327-1335, formaron parte
de la memoria cronística local sobre el origen de los bandos de la ciudad; en
Salamanca son muy célebres las historias sobre otra mujer, María «la Brava»,
María de Monroy, que habría vengado también con sus propias manos en época
de Enrique IV el homicidio de sus hijos en unos episodios que han sido vistos
como posible raíz de sangrientas luchas de bandos de esta ciudad66. Las leyen-
das de Ávila –la Crónica de la población, del siglo XIII, y la Segunda Leyenda,
del XVI– imaginaron por su parte un escenario particular de repoblación de la

tura contractual de las élites urbanas: pactos y compromisos políticos (linajes y bandos de Salamanca, Ciudad
Rodrigo y Alba de Tormes)”, en FORONDA, F. y CARRASCO MANCHADO, A. I. (dirs.), El contrato político en la
Corona de Castilla. Cultura y sociedad política entre los siglos X al XVI, Madrid: Dykinson, 2008, pp. 159-209, úl-
timo apartado; y expresamente sobre esa desnaturalización de los linajes y bandos, “Torres, tierras y linajes”, art.
cit., pp. 200-212.
66. Nos referimos a estas leyendas en “En torno a la cultura contractual de las élites urbanas”, art. cit., pp. 160-
167. También en Salamanca hubo otro tipo de leyendas tardías que remontaban los personajes ilustres de la ciu-
dad a algunas hazañas de sus antepasados en las guerras de reconquista, o a misiones diplomáticas o guerreras
en Francia o en Italia o a otros episodios históricos sobre los que sobrevolaban las justificaciones de armas y
blasones aderezados con específicas narraciones heráldicas sobre los apellidos insignes de la ciudad. Interesan-
te al respecto en Salamanca el llamado Triunfo Raimundino, MONSALVO, J. Mª., “En torno al Triunfo Raimun-
dino. Notas sobre el imaginario nobiliario en la Salamanca de 1500” (en prensa).

140 Nuevos temas, nuevas perspectivas en Historia Medieval. Logroño, 2015, pp. 105-157, ISBN 978-84-9960-082-6
ciudad en época de Alfonso VI que permitió la forja de los héroes abulenses,
agrupados en familias aguerridas y siempre leales a los reyes de Castilla. Por su-
puesto, se veían a sí mismos como nobles, y de acendrado abolengo67.

Todos estos ciclos legendarios sobre linajes y bandos urbanos incluían un ima-
ginario menos desarrollado pero comparable a los discursos genealógicos de la
alta nobleza. Sin embargo, al igual que en el caso de esta última68, la memoria
de los antepasados, las viejas hazañas, las curiosidades heráldicas, que casi siem-
pre estaban rodeadas de un halo de ficción, deben verse en clave de historia de
la cultura y las mentalidades nobiliarias y caballerescas, incluyendo también un
cierto tipo de discurso sociobiológico sobre la alcurnia basada en la herencia de
la sangre. Es un sesgo ideológico que está presente en el pensamiento genealó-
gico de la época, pero que coexistía con otros valores aristocráticos y que como,
explicación de la historia de los linajes, nunca debe aceptarse como registro
veraz de un auténtico pasado de estirpes conectadas genéticamente.

En definitiva, comprobamos que los linajes urbanos, como estructuras urbanas


de poder, han venido siendo una categoría operativa, en esta zona y en otras. Y
así la hemos utilizado y estudiado. Pero, lejos de recurrir a un cuadro explicati-
vo antropológico, sin olvidarlo del todo tampoco, algunos historiadores hemos
preferido acentuar herramientas de análisis de otro tipo: el ‘régimen institucional’
concejil, las decisiones de la ‘monarquía’, los ‘pactos’ y la ‘cultura contractual’ de
las elites, la idea de ‘estamentos’ urbanos, la lógica del ‘patriciado’, las tradicio-
nes culturales y legendarias de los discursos y las ‘mentalidades de las aristocra-
cias’ de la época. Y por encima de todo, un sistema de poder urbano que
convertía en funcionales fórmulas elaboradas de acción política de las elites aris-
tocráticas por encima de los lazos de base. Creo que en este tipo de factores ra-
dican las claves pero no ya solo de los linajes y bandos de las ciudades
castellanas, sino también las de otros ámbitos, como los alberghi genoveses, las
casate venecianas, las consorterie y las partes de las ciudades toscanas, los pa-
raiges de las ciudades del Rhin o los geslacht y geschlecht de otras ciudades de

67. Lo comentamos en “Ávila del rey y de los caballeros. Acerca del ideario social y político de la Crónica de la
Población” en Memoria e Historia. Utilización política en la Corona de Castilla al final de la Edad Media, eds.
FERNÁNDEZ DE LARREA, J. A., DÍAZ DE DURANA, J. R., Madrid: Sílex, 2010, pp. 163-199.
68. Vid. trabajos de I. Beceiro, Quintanilla Raso, Dacosta, Díaz de Durana, Prieto Lasa o L. Krus incluidos en DA-
COSTA, A., PRIETO LASA, J. R., DÍAZ DE DURANA, J.R. (eds.), La conciencia de los antepasados, op. cit.

José María Monsalvo Antón - Antropología política e historia: costumbre y derecho; comunidad y poder; aristocracia y.... 141
lengua alemana. El parentesco era un aglutinante y una fuente de identidad, sin
duda, no pocas veces fabricada o exacerbada a propósito, pero no era la razón
de ser de estas estructuras suprafamiliares de poder. Nuevamente resaltamos fac-
tores, categorías y metodología de la historia, más que de la antropología, aun-
que esta última haya sido también un fuerte aliciente y sobre todo un
imprescindible aliado en el vocabulario científico relativo a esta temática.

4. RITUALES Y ESPACIOS SIMBÓLICOS CON


PARTICIPACIÓN DE LAS POBLACIONES LOCALES

Desde que se pusieron las bases epistemológicas de la antropología política, el


paradigma de la ritualidad ha formado parte insoslayable del bagaje científico en
torno a los llamados ‘pueblos sin historia’. Ritos religiosos y ritos del poder, que
a menudo eran inseparables. El poder en pueblos primitivos o en jefaturas de
un estado mínimo se ha expresado mediante el ritual, la representación pública
ostensible, la exposición física de atributos de superioridad por quienes lo ejer-
cían. Y el componente sagrado se revela como esencial en esa exaltación del
poder en culturas atávicas. El propósito no era tanto la búsqueda de legitimidad
sino una didáctica de supremacía, al invocar y exteriorizar la mediación exclu-
siva ante las fuerzas ocultas o sobrenaturales, las que propician el orden social,
la supervivencia o la prosperidad de las comunidades elementales. Las ceremo-
nias ligadas a los liderazgos irracionales, entre ellas las realezas carismáticas, han
incluido estas escenificaciones de sacralidad características, como es bien cono-
cido en pueblos sin escritura69. Podría decirse que, a través los significados sim-

69. Pioneros de la Antropología, como J. G. Frazer (La rama dorada, México: FCE, 1944, orig. 1890) o B. Mali-
nowski (Magia, ciencia y religión, Barcelona: Planeta, 1993, orig. 1948), con sus estudios sobre la magia o los
mitos, o de la filosofía de las civilizaciones, como G. Dumezil (Mito y epopeya, Barcelona: Seix Barral, 1977, orig.
1968, 1971 y 1973), descubrieron pronto estos registros. Vid., entre otros, IZARD, M., SMITH, P. (eds.), La Fonc-
tion Simbolique, Paris: Gallimard, 1979; GEERTZ, C., La interpretación de las culturas, Barcelona: Gedisa, 1987
(orig. 1973); HEUSCH, L. DE, Essais sur la royauté sacrée, Bruxelles: Université, 1987; BLOCH, M., Rituel, His-
tory and Power, London: L. School of Economics, 1989; TURNER, V. W., Le phénomène rituel. Structure et con-
tre-structure, Paris: PUF, 1990. Sobre el valor político-cultural del ritual a partir de las investigaciones etnográficas,
vid. LUQUE, E., Antropología política. Ensayos críticos, Barcelona: 1996. Las categorizaciones más teóricas tien-
den a ver los rituales con un sentido universal o general, poco sensible a las localizaciones históricas y sociales
concretas; vid. por ejemplo BELL, C., Ritual Theory, Ritual Practice, Oxford, 1992. Es interesante también obser-
var en ciertas derivas ‘historizantes’ de la antropología política cómo se han podido descifrar a partir de inter-
pretaciones analógicas estos lenguajes rituales pero aplicados a sociedades no tribales, como es el propio mundo
contemporáneo. El ejercicio de la política contingente se ha podido interpretar como resultado de puestas en es-

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bólicos y ceremoniales, los antropólogos nos han enseñado a ver el poder como
algo no necesariamente racional o como un recurso para la persuasión, y no
solo como coerción. Es el poder en clave de J. Frazer, no en clave de Aristóte-
les o Hobbes, como estamos acostumbrados a verlo los historiadores.

En rigor, hay que decir que este tipo de planteamientos antropológicos tampo-
co ha sido del todo ajeno a la historia medieval. Sabemos que en la sociedad
medieval los ritos sagrados no eran el eje de la cohesión social ni los que daban
el sentido a la existencia colectiva, como en las tribus africanas. Tenían también,
no obstante, una función importante. Sobre todo el boato y la liturgia en torno
a los reyes medievales se han querido observar desde estas perspectivas. El re-
ferente seminal desde este punto de vista es el de Les rois thaumaturges, de
Marc Bloch. La orientación ritual y ceremonialista ha desplegado ya una honda
tradición. Los estudiosos –sobre todo de la Escuela Francesa– se han centrado
en la sacralización de los reyes, las fuentes doctrinales de legitimidad o los dis-
cursos medievales sobre los atributos y las imágenes de la realeza70. La preocu-
pación por el imaginario, lo simbólico y la larga duración fueron postulados
asumidos por Annales y no es casual que estos énfasis, que son también mar-
chamo de la antropología social y cultural, hayan llevado a los historiadores de
esta escuela a definir su trabajo durante mucho tiempo como «antropología his-
tórica». Otra idea importante, la de representación, la puesta en escena –“el
poder en escenas”, en expresión de Balandier– resulta clave también en estas

cena que han querido encontrar, entre el narcisismo y la propaganda política, la conexión emotiva de los gober-
nantes con el pueblo o los media utilizando la gramática del fetichismo de los gestos simbólicos. Entre otros en-
foques de este tipo, a veces posmoderno, es significativa una de las últimas aportaciones del gran antropólogo
BALANDIER, G., El poder en escenas. De la representación del poder al poder de la representación, Barcelona:
Paidós, 1994. Sobre algunos significados, un tanto dispersos, de ciertos ritos políticos y de “magia social”, BOUR-
DIEU, P., “Les rites comme actes d’institution”, Actes de la recherché en sciences sociales, 43 (1982), pp. 58-63.
70. BLOCH, M., Los reyes taumaturgos, México: FCE, 1988 (ed. orig. 1924). Aunque existen otros hitos destaca-
dísimos –E. Kantorowich y sus «dos cuerpos del rey», 1957–, desde los años setenta y ochenta, sobre todo, se ha
producido un despegue espectacular de estudiosos de ritos y ceremonias monárquicos –J. Le Goff, R. Giesey,
A.W, Lewis, J. L. Nelson, J. Krynen, J. Ph., Genet, A. Boureau, P. Binski, R.Jackson, A. Duggan…–. Vid. como
botón de muestra, entre otros muchos trabajos, VV. AA., Culture et Ideologie dans la Genèse de l’Etat Moderne,
Roma: Bibliotheque de l’Ecole Françáise, 1985. La importancia del lenguaje simbólico, los gestos y los rituales,
más allá de esta temática concreta relacionada con lo «político», ha sido una de las señas de identidad de la Es-
cuela Francesa. Vid. entre otros muchos (menciono tres grandes líneas o ejemplo de estudios) los magníficos
análisis contenidos en LE GOFF, J., Tiempo, trabajo y cultura en el occidente medieval, Madrid: Taurus, 1987 (ed.
francés, 1977), SCHMITT, J. C., La raison des gestes dans l’Occident médiéval, Paris: Gallimard, 1990, PASTOU-
REAU, M., Una historia simbólica de la Edad Media occidental, Madrid: Katz, 2007.

José María Monsalvo Antón - Antropología política e historia: costumbre y derecho; comunidad y poder; aristocracia y.... 143
preocupaciones compartidas con los antropólogos. Y así se han estudiado las
coronaciones, entronizaciones y consagraciones, los funerales, las entradas rea-
les, o los ritos de justicia, entre otros. Quizá se abusa del formalismo ritualista71,
pero, se quiera o no, la cultura medieval presenta una potente tendencia a la fi-
jación de los actos del poder –y otros– en fórmulas y actuaciones teatralizadas,
solemnes, rígidas y estipuladas.

Los aportes de la antropología familiarizan a los historiadores con la gramática


y la semiótica de los rituales. Aun así, prefiero pensar que la realeza medieval
no se anclaba en una nebulosa imaginaria de mitos irracionales, ni que el rey
era mero reflejo o remedo de un poder carismático o primitivo. Por el contra-
rio, creo que fundamentalmente se encuadraría –a mi juicio esto es esencial–,
en unos marcos culturales específicos, que no eran los de las sociedades primi-
tivas. De entrada, un rito no tiene la misma eficacia en un ambiente iletrado que
en un ámbito de cultura escrita. Pienso que los rituales políticos medievales di-
fícilmente pueden interpretarse si no es en clave de la cultura y de las ideolo-
gías de la corte, la Iglesia, la nobleza feudal u otros ámbitos de producción de
ideas y valores, ya que los actos solemnes medievales estaban adheridos direc-
tamente a exigencias derivadas de un contexto y una funcionalidad determina-
dos: legitimar una dinastía, ensalzar el papel de un arzobispo, hacer patente el
vínculo de servicio entre un conde y su vasallo... Lo que sea en cada caso. Esta
combinación de registros culturales diferentes resulta tan importante o más que
la detección de las formalidades visibles de la realeza, que es en lo que suele
recalar únicamente la historiografía al uso. En los reinos hispánicos, específica-
mente en Castilla, desde los ochenta se ha desarrollado una pujante línea refe-
rida a la ideología, los discursos y las ceremonias de los reyes y la monarquía72.

71. Vid. nota anterior. La utilización de la noción de ritual es problemática. Lo plantea BOUREAU, A., “Les céré-
monies royales françaises entre performance juridique et competénce liturgique”, Annales. E.S.C. (1991), pp.
1253-1264. Asimismo cuestiona su uso entre los medievalistas, por ser una construcción tardía, poco concreta y
cambiante, BUC, Ph., Dangereux rituel. De l’histoire médiévale aux sciences sociales, Paris: Puf, 2003.
72. Para los reinos de León y Castilla son varios los autores –P. Bronisch, P. Linehan, T. F. Ruiz, A. Rucquoi, F.
Foronda, J. M. Nieto, A. I. Carrasco Manchado–, que se han ocupado de esta cuestión de la imagen de la rea-
leza, aparte de problemas de legitimidad de corte jurídico. Hago algunas consideraciones sobre estas temáticas,
con algunas indicaciones bibliográficas, en La Baja Edad Media. Política y Cultura, Madrid: Síntesis, 2000, cap.
3º. Vid. NIETO SORIA, J. M., Ceremonias de la Realeza. Propaganda y legitimación en la Castilla Trastámara,
Madrid: Nerea, 1993, ejemplo de otros muchos trabajos de este autor, gran especialista; asimismo, NIETO
SORIA, J. M. (dir.), El conflicto en escenas. La pugna política como representación en la Castilla bajomedieval,
Madrid: Sílex, 2010; incluyen numerosa bibliografía NIETO SORIA, J.M. (dir.), Orígenes de la Monarquía Hispá-

144 Nuevos temas, nuevas perspectivas en Historia Medieval. Logroño, 2015, pp. 105-157, ISBN 978-84-9960-082-6
Existen bastantes polémicas sobre todo en torno a la originalidad de los ritos
de las monarquías hispánicas frente al patrón con el que suele compararse,
la monarquía francesa. A este respecto se han señalado singularidades, como
el acento guerrero de la realeza castellana, o la prevalencia jurídica frente al
imaginario mágico o incluso religioso, o la ausencia frecuente de ceremonias
de unción, o la renuencia hacia las consagraciones y entronizaciones siste-
máticas.

No solo los rituales de la monarquía han sido objeto de un interés historiográ-


fico. Naturalmente, la Iglesia tiene tradicionalmente asignado un papel medu-
lar en cualquier estudio que se haya centrado sobre liturgia, simbolismo y
ceremonial. Otros ambientes resultan en cambio más novedosos. Por ejemplo,
ciertas perspectivas sobre la representación del poder en las ciudades, a me-
nudo ligadas a la cuestión de la identidad de los grupos sociales, o el honor
de la ciudad, han centrado el interés de los estudiosos del mundo urbano73.

nica: propaganda y legitimación (c.1400-1520), Madrid: Dykinson, 1999; ID., “Ideología y poder monárquico
en la península”, en La Historia Medieval en España. Un balance historiográfico (1968-1998), Pamplona, 1999,
pp. 335-381. Las aportaciones recientes de otros autores son numerosas. Vid., entre otros, CARRASCO MAN-
CHADO, A. I., Isabel I de Castilla y la sombra de la ilegitimidad. Propaganda y representación en el conflicto
sucesorio (1474-1482), Madrid: Sílex, 2009; FORONDA, F., GENET, J. Ph., NIETO SORIA, J. M. (dirs.), Coups
d’Etat à la fin du Moyen Age? Aux fondements du pouvoir politique en Europe occidentale, Madrid: 2005. Entre
las últimas aportaciones: CARRASCO MANCHADO, A. I., “Isabel la Católica y las ceremonias de la monarquía”,
e-Spania [En ligne], 1|juin 2006, mis en ligne le 02 juin 2010. URL: http://e-spania.revues.org/308; DOI:
10.4000/e-spania. 308; FORONDA, F., El espanto y el miedo. Golpismo, emociones políticas y constitucionalismo
en la Edad Media, Madrid: Dykinson, 2013. Vid. asimismo, con un enfoque más clásico, FERNÁNDEZ DE CÓR-
DOBA MIRALLES, Á., La corte de Isabel I (1474-1504): ritos y ceremonias de una reina, Madrid: Dykinson, 2002.
Ya para otros ámbitos, interesantes para ciertas prácticas ceremoniales en la ciudad de Valencia, resultan inte-
resantes las apreciaciones de NARBONA VIZCAÍNO, R., “Cortejos ceremoniales, funciones religiosas y simbo-
lismos políticos en las ciudades medievales” en BARRIO BARRIO, J. A. (ed.), Los cimientos del estado en la Baja
Edad Media. Cancillerías, notariado y privilegios reales en la construcción del Estado en la Edad Media, Alican-
te, 2004: pp. 233-247.
73. Por citar solo algunas aportaciones: las contenidas en JARA FUENTE, J. A. (coord.), Ante su identidad. La
ciudad hispánica en la Baja Edad Media, Cuenca: Universidad, 2013, así como la introducción de este autor al
monográfico por él coordinado en la revista Hispania, año, 2011, vol. 71, nº 238, pp. 315-324; vid. también BO-
NACHÍA, J. A. (ed.), La ciudad medieval. Aspectos de la vida urbana en la Castilla bajomedieval, Valladolid: 1996;
asimismo, VAL VALDIVIESO, Mª. I., “La identidad urbana al final de la Edad Media”, Amea, 1 (2006), pp. 6-28.
Específicamente sobre la representación del poder en la ciudad GUERRERO NAVARRETE, Y., “El poder exhibi-
do: la percepción del poder urbano. Apuntes para el caso de Burgos”, Edad Media. Revista de Historia, 14 (2013),
pp. 81-104. Por mi parte, me fijé en su momento en la plasmación urbanística, pero al mismo tiempo simbólica,
de las diferentes formas de poder en las ciudades: poder regio, eclesiástico, vecinal y aristocrático; vid. MON-
SALVO, J. Mª., “Espacios y poderes en la ciudad medieval. Impresiones a partir de cuatro casos: León, Burgos,
Ávila y Salamanca”, DE LA IGLESIA, J. I. (coord.), Los espacios de poder en la España medieval. XII Semana de
Estudios Medievales, Logroño: IER, 2002, pp. 97-147.

José María Monsalvo Antón - Antropología política e historia: costumbre y derecho; comunidad y poder; aristocracia y.... 145
Me interesa destacar ahora, siguiendo con el leitmotiv de este trabajo, la parti-
cipación de la población de los concejos –los de la zona estudiada específica-
mente– en esa dimensión ritual tan característica de las sociedades tribales y
también de las medievales. Son muchos los escenarios y situaciones. Me limi-
taré a ofrecer un cuadro con algunas prácticas. No pretende ser un cuadro
exhaustivo. Significativo, sí. Hemos seleccionado algunos ejemplos: algunas
tomas de posesión por reyes o señores74, que adoptan la solemnidad protoco-
laria colectiva del pleito-homenaje75; actos rituales de restitución in situ de co-
munales, que los concejos recuperaban tras procesos judiciales y que
celebraban y exteriorizaban casi de forma fetichista aprehendiendo objetos o
tocando la tierra76; pactos entre linajes77; derribo simbólico de fortalezas78; ju-

74. Se ha insistido ya en algún trabajo en el significado que tienen estas tomas de posesión de las villas por parte
de los señores. Vid. BECEIRO PITA, I., “La imagen del poder feudal en las tomas de posesión bajomedievales
castellanas”, Studia Historica. Historia Medieval, 2 (1984), pp. 157-163; ID., “Lo escrito, la palabra y el gesto en
las tomas de posesión señoriales”, Studia Historica. Historia Medieval, 12 (1994), pp. 53-82; QUINTANILLA RASO,
Mª. C., “El orden señorial y su representación simbólica: ritualidad y ceremonia en Castilla a fines de la Edad
Media”, AEM, 29 (1999), pp. 843-874; MARTÍN PRIETO, P., “Expresiones de consentimiento e ideología feudal en
las tomas de posesión señoriales de la Castilla Trastámara” en Pacto y consenso en la cultura política peninsu-
lar. Siglos XI al XV, NIETO SORIA, J. M., VILLARROEL, Ó. (coords.), Madrid: Sílex, 2013, pp. 93-125.
75. Aparte de las tomas de posesión, el pleito-homenaje se empleaba mucho también en los medios concejiles
siempre que un miembro de la nobleza, en cualquiera de sus estratos, tuviese que comprometer su palabra en
un juramento solemne. La fórmula venía a ser siempre la misma: “«fago pleito e omenaje commo cavallero e omne
fijodalgo una e dos e tres vezes segund fuero e costunbre de España en manos de...»”, que sería siempre alguien
perteneciente a la nobleza. Aunque en el mundo concejil del siglo XV estaba plenamente vigente, toda esta prác-
tica ritual se remitía, como es sabido, a la cultura feudovasallática surgida al final de la Alta Edad Media. Vid. el
clásico trabajo de LE GOFF, J., “El ritual simbólico del vasallaje” (orig. Spoleto, 1976) en LE GOFF, J., Tiempo,
trabajo y cultura, op. cit., pp. 328-396; para los reinos de Castilla y León, GRASSOTTI, H., Las instituciones feudo-
vasalláticas en León y Castilla, Spoleto: 1969, 2 vols.
76. La restitución era resultado final de las sentencias judiciales. Pero también estos actos eran un componente
de la formación de las ideas y percepciones campesinas sobre el mundo rural, incluso de su ‘dinámica identita-
ria’, MONSALVO, J. Mª., “Raíces sociales de los valores estamentales concejiles: la construcción de las mentalida-
des y culturas rurales de caballeros y pecheros (Ávila y su Tierra, siglos XIII-XV)”, en Comunalismo concejil
abulense. Paisajes agrarios, conflictos y percepciones del espacio rural en la Tierra de Ávila y otros concejos me-
dievales, Ávila: Diputación Provincial, 2010, pp. 359-421, esp. pp. 397-399.
77. Se trata del pacto de 1414 entre los linajes de Ciudad Rodrigo. Pero no fue un hecho único. Se inscribe en
una secuencia histórica de privilegios regios de 1383 y de la decisión regia de 1401 estableciendo un principio
de reparto de oficios entre los dos linajes. Vid. supra, nota 57.
78. Se ha escogido un caso de mediados del siglo XV. Pero en realidad el papel de las fortalezas en las luchas
concejiles era más amplio. Se dieron ‘encastillamientos’ de poderosos, refugios en iglesias, a veces con implica-
ción de eclesiásticos, como se ve 1439 por parte del arcediano Gómez de Anaya (Crónicas de los reyes de Cas-
tilla, Crónica de Juan II, t. 68, cap. XVI, p. 558), o en 1486 en relación con Álvaro de Paz (ARCHV/6.8.1/Registro
de Ejecutorias, Caja 2,39), pero sobre todo las fortalezas en rebeldía se relacionan con los caballeros urbanos;
vid. referencias en MONSALVO, J. Mª., “Torres, tierras y linajes”, art. cit., pp. 182-186.

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ramentos en lugares sagrados, en este caso a propósito del templo abulense de
San Vicente79, que refleja bien la importancia que los lugares sagrados tenían
en el refuerzo de los compromisos cívicos y personales; episodios de violen-
cia privada ejercida desde la prepotencia de caballeros urbanos sobre modes-
tos pecheros, convertida casi en rutinaria y en cierto modo ritualizada a través
del empleo de las mesnadas patricias; también hemos recogido algunas cere-
monias ligadas al poder regio pero vividas desde la perspectiva de los vecinos
urbanos que participaban en ellas o las contemplaban80, como es el caso de las

79. Hemos recogido una función poco conocida de San Vicente de Ávila, uno de los templos con mayor carga
de lugar sagrado de Ávila. Aparte de su espléndido cenotafio y la construcción románica (Rico Camps), se ha
estudiado el papel de esta iglesia en la tradición hagiográfica –santos hermanos mártires San Vicente, Sabina y
Cristeta– y eclesiástica (FERRER GARCÍA, F., Rupturas y continuidades históricas. El ejemplo de la basílica de San
Vicente de Ávila, siglos XII-XVII, Ávila: 2008), pero el papel como iglesia juradera, tal como aparece en el siglo
XV, quizá no ha sido suficientemente resaltado. También la Crónica de Enrique IV de Enríquez del Castillo men-
ciona cómo los grandes nobles del reino en sus confederaciones de ese reinado se comprometieron en hacer ju-
ramentos en el sepulcro de San Vicente, Crónicas de los Reyes de Castilla. Crónica de Enrique IV, Madrid: ed. C.
Rosell, Rivadeneyra, 1878, t. 70, cap. CXLIII, pág. 198. Por supuesto, para los abulenses era un lugar emblemá-
tico. En la tabla adjunta se escogen unos ejemplos desde que se documentan fehacientemente estos juramentos
(Vid. anexo). Pero la tradición se supone más antigua, el propio barrio de la ciudad donde se enclava el templo
se llamaba «Yuradero» y era algo reconocido en toda la diócesis abulense. El papel de esta iglesia como jurade-
ra fue cancelado oficialmente en 1505, cuando las Leyes de Toro establecieron que “ningún juramento, aun-
quel juez lo mande hazer o la parte lo pida, non se faga en San Vicente de Auila”, Cortes de los Antiguos Reinos
de León e Castilla, t. IV, nº 67, p. 214. La prohibición, que afectaba también al cerrojo de hierro de Santa Gadea
de Burgos y al sepulcro de San Isidoro de León, como iglesias igualmente juraderas del reino, tiene quizá su ex-
plicación en la voluntad regia de erradicar prácticas de tipo supersticioso y juramentos simbólicos basados en
una idea primitiva y no reglada de justicia, seguramente por considerarlas antiguallas en esos momentos.
80. Vid. referencias en títulos citados en nota 72, en particular los de Nieto Soria, A. I. Carrasco o F. Foronda. De
ceremonias y rituales regios hemos escogido las honras fúnebres (vid. nota siguiente) y la proclamación de Isa-
bel en Ávila. Pero no la célebre Farsa de Ávila, de junio de 1465, cuando fue depuesto en efigie el rey Enrique
IV en la ciudad. Tiene un gran significado, pero para la nobleza y el régimen político castellano, no tanto desde
el punto de vista de la sociedad local abulense. Vid. en cualquier caso sobre ese episodio MACKAY, A., “Ritual
and propaganda in fifteenth-century Castile”, Past & Present, 107 (1985), pp. 3-43; VAL VALDIVIESO, Mª. I., “La
‘farsa de Ávila’ en las crónicas de la época” en Espacios de poder y formas sociales en la Edad Media. Estudios
dedicados a A. Barrios, ed. MARTÍN VISO, I., DEL SER, G., Salamanca: 2007, pp. 355-367. Otras ceremonias y
eventos regios en la ciudad podrían ser también susceptibles de ser comentados pero son más convencionales:
entradas regias en la ciudad, como las que llevan a cabo los Reyes Católicos en Salamanca. Así, el juramento en
1475 del rey Fernando al entrar en Salamanca, confirmando privilegios, así como otra de Fernando e Isabel, tam-
bién en la Puerta de Zamora, una de las entradas de la ciudad, en 1486 (AMS, R/ 260; AMS, Leg. 2985, nº 23;
AMS, Secretaría, 1230, Inventario Tumbo, fol. 574v); o antes, en los momentos de proclamación de Isabel, reco-
nocimiento por la ciudad de Salamanca y confirmación solemne de privilegios (RAH, Ms 9/7.161, f. 29r, AMS,
R/236). En relación con Ávila, no mucho después de la proclamación de Isabel tras las honras fúnebres de En-
rique IV, la reina confirmaba los privilegios de la ciudad, en 20 de enero de 1475, Documentación del Archivo
Municipal de Ávila, doc. 129; el 7 de febrero de 1475 los Reyes Católicos convocaban a los abulenses para jurar
a Isabel como reina, ibid., doc. 132; y así eran confirmados los privilegios al entrar Isabel solemnemente en la
ciudad el 2 de junio de 1475, Ibid., 160. Pero hay que recordar que ya unos años antes, en 2 de septiembre de

José María Monsalvo Antón - Antropología política e historia: costumbre y derecho; comunidad y poder; aristocracia y.... 147
honras fúnebres de Enrique IV y la proclamación de Isabel, o el entierro del
príncipe don Juan en Ávila81.

Más allá de los casos escogidos como muestra, hay otras dos grandes cuestio-
nes que quiero resaltar de los actos seleccionados. Lo primero es que la ciu-
dad o villa se transformaba en un espacio simbólico en el que determinados
enclaves y lugares adquirían un valor metafórico para la representación del
poder, ya fuera el de los señores, el de los reyes o el de la Iglesia. Pero hoy
se sabe que todas estas ceremonias –el caso de la realeza es el más evidente–,
aunque hacían del espacio público un espacio ritual, no lo convertían en uní-
voco. Por el contrario, los actos solemnes no siempre tenían el mismo signifi-
cado, aun manteniendo la misma formalidad y morfología ceremonial82. De
modo que corresponde al historiador hacer la adecuada y concreta interpreta-
ción política y cultural de tales actos. Aparte de este gran hándicap a la hora
de aceptar los postulados de la antropología estructural-funcionalista, hay otra
segunda cuestión que, a mi juicio, también mina los paradigmas ceremonialis-
tas de la antropología al uso. Y es el hecho de que las solemnidades y peque-
ños rituales se encuadraban en unos determinados patrones ideológicos y
códigos de referencia cultural de hondas raíces genuinamente medievales. Las
influencias son múltiples. De modo que, aunque el lenguaje de los ritos con-
cuerda en parte con ellas, al mismo tiempo difiere de las categorizaciones típi-
cas de la antropología, ya que observo que tales patrones no encajan en
puridad con los exigidos por una sociedad primitiva, arcaica o tradicional,
como las estudiadas por esta disciplina.

1468, en un momento clave del conflicto sucesorio, al ser aceptada como princesa heredera, en la catedral abu-
lense Isabel se había comprometido ya con la ciudad a confirmar sus privilegios, ibid., doc. 91.
81. La muerte de los reyes era algo notable que se hacía muy visible en ceremonias. Vid., entre otros, GUIAN-
CE, A., Los discursos sobre la muerte en la Castilla medieval (siglos VII-XV), Valladolid: 1998, p. 289 y ss. En el
caso del príncipe don Juan en Ávila, es cierto que no era rey, pero iba a serlo. No nos interesa a nosotros tanto
lo que representa la muerte desde el punto de vista de la monarquía (NOGALES RINCÓN, D., “La memoria fu-
neraria regia en el marco de la confrontación política”, en NIETO SORIA, J. M. (dir.), El conflicto en escenas, pp.
323-353) como desde el punto de vista de la recepción y ceremonial local.
82. Un ejemplo, entre otros, puede ser el de las entradas reales bajomedievales. No siempre representaban una
exhibición teatralizada del triunfo de la soberanía incuestionada de los reyes, sino que podían tener otras con-
notaciones y significados. Vid. CARRASCO MANCHADO, A. I., “Las entradas reales en la Corona de Castilla: pacto
y diálogo político en torno a la apropiación simbólica del espacio urbano” en Marquer la ville. Signes, traces,
empreintes du pouvoir (XIII-XVI siècle), BOUCHERON, P., GENET, J-PH. (dir.), Roma: EFR, 2013, pp. 191-217.

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Por eso vemos detrás de las prácticas descritas, como se señala en el cuadro
anexo83, otras referencias netamente medievales: la ‘cultura contractual conce-
jil’, los ‘vínculos feudovasalláticos’, la mentalidad campesina del ‘comunalismo’
unida a la noción de ‘restauración de la justica’, las ‘devociones eclesiásticas
callejeras’, los gestos de desafío de la ‘oligarquía urbana arrogante’ e impune,
o la legitimidad y ‘propaganda de la monarquía’ que se exhibía en público con
ocasión de la muerte de un rey o la proclamación del sucesor. Todos estos son
conceptos que solemos utilizar y descifrar los medievalistas. Y que solo se en-
tienden a partir de un conocimiento de las mentalidades feudales, de los idea-
rios pecheros o patricios, de la liturgia y el culto eclesiástico, de los discursos
regios, todo ello perfectamente concretado y comprensible en las coordenadas
espaciotemporales de nuestra Edad Media.

83. Vid. cuadro adjunto, en concreto en la columna «significado, marco simbólico y cultural».

José María Monsalvo Antón - Antropología política e historia: costumbre y derecho; comunidad y poder; aristocracia y.... 149
Algunas prácticas rituales y ceremonias con significado político y con participación de los habitantes de los concejos
5. A MODO DE CONCLUSIÓN

La antropología política, con su acreditada aptitud en el análisis de sociedades


preestatales o primitivas, con su énfasis en la dimensión política de los símbolos
y ritos, ha desarrollado interesantes categorías sobre el parentesco, la tradición o
la circulación del poder en comunidades elementales. A menudo los antropólo-
gos han sabido precisar en sus análisis empíricos y a escala “micro” –que son las
grandes fortalezas de esta disciplina–, los conceptos de violencia, consenso, co-
operación, roles sociales, control del territorio, segmentariedad, jefaturas o lide-
razgos. Lo han hecho a partir del estudio de ambientes sociales primarios.
Muchas categorías antropológicas resultan útiles para la sociedad medieval en la
medida en que era aún una sociedad solo parcialmente regida por las institucio-
nes regladas y profesionalizadas o por el derecho escrito; en la medida en que
no había desarrollado aún nociones precisas de individuo y ciudadanía; y por-
que, pese a no ser una sociedad estrictamente «fría», pervivían en ella o emergían
organizaciones potentes de base colectiva o agregaciones de parientes con pro-
yección de poder; y también porque en ella el peso de lo consuetudinario y lo
simbólico era todavía muy acusado.

Ahora bien, muchos historiadores hace tiempo aprendieron a enfrentarse al


medievo desde una epistemología adaptada ya a la alteridad sustancial de
aquellas sociedades, de modo que, como el célebre personaje de Molière en
relación con la prosa, sin ser conscientes de ello –es un decir– sabían hablar
el lenguaje de la antropología. Pero no solo eso. En realidad, el acercamiento
que hemos llevado a cabo en las páginas precedentes, modesto en el ámbito
y alcance geográfico, apunta en una dirección que seguramente se podrá sos-
tener con carácter más general. Todo indicaría, en efecto, que las categorías de
la antropología política, más allá de cierto vocabulario y de algunas nociones
compartidas por las ciencias sociales, resultan insuficientes para la compren-
sión de los fenómenos de poder, en los ámbitos locales y en otros.

La primera razón es histórica, en sentido estricto: la sociedad de los siglos XI al


XV había perdido ya muchos rasgos arcaizantes, tenía una dinámica cambiante,
«caliente», y esto en la práctica actúa en detrimento de la eficacia interpretativa
de las categorías de la antropología, en general con menos capacidad para cap-
tar lo diacrónico. Pero la segunda razón es teórica y metodológica: podría decir-
se que en el rozamiento simultáneo con el propio pasado heurístico de nuestra

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disciplina, con el de otras ciencias sociales y con las realidades observadas, los
historiadores hemos ido depurando categorías y forjando cuadros interpretativos
específicos, y creo que a veces originales, cada vez más autónomos, liberados
de un estadio ancilar o impostado que pudieran haber tenido esas categorías en
un cierto momento de nuestra disciplina. Por fin, temas y cuestiones sobre el
poder, que eran inicialmente exóticos para los historiadores y que resultaban en
cambio familiares para los antropólogos, lo han acabado siendo también para los
historiadores de la Edad Media: ausencia de leyes, justicia no reglada, linajes,
jefes carismáticos, ritos y costumbres que no pasaban por la cultura escrita. Al
final, hemos ido cambiando los paradigmas de la historia de los acontecimientos
y de la historia jurídica de las instituciones –únicos referentes anteriormente
cuando el medievalista trataba temas de poder–, por los de la historia social, la
historia estructural y la antropología cultural, que durante décadas han ido im-
pregnando el trabajo de los medievalistas. Todo ello tamizado, eso sí, por unas
premisas no siempre dadas de búsqueda intelectual de unidad de la ciencia so-
cial, de talento individual, de voluntad auténtica de ampliar los registros de la
ciencia histórica y de no conformarse con las viejas explicaciones.

Así lo hemos comprobado aquí en unos pocos casos. Hemos visto cómo el de-
recho o la legalidad regia y concejil habían ido arrinconando formas elementa-
les de resolución de conflictos, como es el caso de la venganza de sangre o la
justicia sin jueces. El fuero municipal, las autoridades del concejo, las normas es-
critas o las formalidades procesales resultaban ya imprescindibles en Plena Edad
Media para entender el ejercicio de la justicia. Todos estos factores, en su con-
texto medieval, son categorías históricas alejadas del bagaje puro antropológico.

Hemos sugerido también que otro tipo de prácticas rurales, lejos de responder
a unos modos ancestrales de aprovechamientos de pastos, por ejemplo, eran
por el contrario un constructo que entonces y ahora llamamos «costumbre», pero
que en realidad era reflejo contingente de las luchas de pastores y aldeanos, de
los conflictos entre propietarios, ciudadanos o campesinos, o del efecto jurídi-
co de los privilegios y la política de la monarquía, o de las resoluciones de los
tribunales sobre bienes o usos comunales, cuestiones habitualmente abordadas
todas ellas por los historiadores y solo inteligibles en clave histórica.

También son categorías muy desarrolladas historiográficamente las que nos ex-
plican el poder que se ejercía y circulaba en las comunidades vecinales, de pe-

José María Monsalvo Antón - Antropología política e historia: costumbre y derecho; comunidad y poder; aristocracia y.... 155
cheros o aldeanos, que sabemos que iba más allá de una noción rígida y ahis-
tórica de comunidad rural elemental.

Y lo mismo ocurre con los linajes de la aristocracia urbana, que solo nos pa-
rece entender relacionados con la monarquía y el sistema concejil, y por tanto
muy diferentes de los rangos primitivos o de grupos de parientes o consanguí-
neos que en los pueblos sin historia se situaban como foco único y vínculo ex-
clusivo o principal de las relaciones de poder. Por el contrario, son categorías
que hemos ido perfilando los historiadores las que permiten interpretar los re-
sortes del poder relacionado con los linajes: estamentos, estratificación nobilia-
ria, cercanía o adaptabilidad de los grupos locales a las instituciones públicas,
proyectos de pacificación regia en las ciudades, agregaciones voluntarias de ca-
balleros o grupos urbanos, conflictos de movilidad ascendente, faccionalismo,
entre otros. Poco que ver, por tanto, con los típicos ejes de vertebración de las
sociedades estudiadas genuinamente por los antropólogos.

Incluso el fuerte peso de la ritualidad, entendida específicamente aquí en el


despliegue visible del poder ante las poblaciones locales, lejos de encuadrarse
en la cosmovisión de la magia, se explica preferentemente por categorías bien
pulidas por los medievalistas en relación con otros sistemas culturales medie-
vales también perfectamente acotados: ideología de la Iglesia o la realeza,
mentalidad feudovasallática, cultura contractual, cultura legal campesina, orden
ciudadano y concejil.

Nos hemos acercado, pues, a la antropología y su logos, pero también nos


hemos distanciado de él. Eso es lo que he pretendido en estas páginas.

En realidad, en el juego hermenéutico entre antropología e historia se repro-


duce el mismo patrón en las cuatro fenomenologías observadas aquí, constitu-
yendo una especie de paradoja primordial. Por un lado, el reconocimiento de
las prioridades y lenguaje científico que la antropología supo proponer en
relación con temáticas que, por la naturaleza del campo genuino de esta dis-
ciplina –sociedades con estados inexistentes o precarios, sin apenas base terri-
torial definida, sin leyes, con jerarquías genealógicas–, podían ser rastreadas
también en la Edad Media, ya fuera en relación con las costumbres comunita-
rias, la resolución no judicial de conflictos, los linajes o ciertas ceremonias.
Pero, por otro lado, se pone en evidencia la necesidad de adaptación de las

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categorías antropológicas a las condiciones medievales. Y ello, como se ha
dicho, es debido a que el poder se desenvolvía en la época medieval en una
gramática de tiempo histórico y de cambio que resulta por tradición hermenéu-
tica extraña a las sociedades estudiadas por los antropólogos –aunque estos
han aprendido la lección y han incrementado su interés por el discurso del
cambio social–, pero también porque el poder y los poderes medievales, su
percepción y su representación, se acoplaban a formatos acordes con unas
pautas imposibles de asimilar a las de las sociedades primitivas. Y era así por-
que tales pautas eran las de la monarquía, las de las noblezas, las de los mu-
nicipios, las de las aldeas, las de los estamentos urbanos. Específicas eran
también las ideas religiosas, pero no tanto por ser evocadoras de un panteís-
mo sobrenatural o supersticioso sino por estar formuladas y gestadas por la
Iglesia. Específicas eran las ceremonias y rituales que promovían los reyes,
pero no apoyadas en el halo mágico o las fuerzas ocultas, sino en principios
culturales católicos, regios, jurídicos y cívicos propiamente medievales.

En definitiva, la interdisciplinariedad queda propuesta como una necesidad


científica. A la antropología política se le reconoce una positiva influencia en
el estímulo hacia ciertos temas y en el aporte de léxico científico. Y de cierta
metodología también, dada su capacidad de armonizar microanálisis sistemáti-
co y formulaciones propias de una ciencia holística. Pero el estudio de una so-
ciedad histórica como la medieval, que no era tribal o estrictamente arcaica,
evidencia los límites de estos enfoques. Y reclama la mirada genuina de los
medievalistas. El medievalista ha ido siendo capaz de compartir una mirada
sobre los fenómenos de poder que puede resultar afín a la del antropólogo, al
comprender la alteridad de la sociedad medieval. Pero esa mirada puede y
debe sostenerse sobre las herramientas propias de su disciplina científica: la
identificación de la constelación de poderes concretos en ámbitos concretos, la
diversidad de las culturas medievales, los efectos del tiempo y del cambio.

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