pulosissima, como que igualaba a Nuremberg y Estrasburgo y sólo le aventajaba Colonia.
Su gobierno y administración estaba en manos de un Consejo municipal casi autónomo, bajo
la alta soberanía del arzobispo de Maguncia (Erfordia obediens filia Sedis Maguntinae se leía en su sello) y bajo el protectorado del príncipe elector de Sajonia. Obispo propio no lo tenía, aunque lo deseaba vivamente; con todo, en Erfurt solía residir un obispo sufragáneo de Maguncia para el territorio de Turingia. Sobre los tejados de sus casas descollaban las altas torres de su grandiosa colegiata de Santa María, llamada «catedral», y de sus múltiples iglesias y conventos. Erfordia turrita, o la bien torreada, la denomina Lutero. Su «catedral» gótica, rica de obras artísticas, y la vecina iglesia de San Severo, de cinco naves y tres agudísimos pináculos, formaban, arquitectónicamente, un maravilloso conjunto. Según T. Kolde, había en Erfurt dos colegiatas (Santa María y San Severo), 22 monasterios con 23 iglesias conventuales (de agustinos, dominicos, franciscanos, etc.), 33 templos menores y seis hospitales; en total cerca de 90 edificios sacros, algunos de los cuales sobresalían por su hermosa arquitectura, por las joyas de arte y por las reliquias que se guardaban bajo sus naves. Un sacerdote de Erfurt, el cronista Conrado Stolle († 1505), nos ha dejado una larga descripción de una procesión de rogativas presenciada por él devotamente el año mismo del nacimiento de Martín Lutero. El pintoresco relato, que refleja la piedad de aquel pueblo, puede resumirse así: «Formaban el cortejo miles de personas, que a las cinco de la mañana se puso en movimiento, y con todas las estaciones y ceremonias sacras no se terminó hasta las doce. Detrás de todas las parroquias iban los estudiantes de la ciudad, en número de 948; luego 312 clérigos; a continuación, la Universidad entera, con un total de 2.141 personas, y los frailes de cinco conventos; detrás del Sacramento, en torno del cual ardían gigantescas antorchas y linternas, seguía el Concejo municipal y toda la población masculina, y, por fin, las muchachas y mujeres. Con particulares detalles describe el cronista la edificante impresión que producía la multitud de doncellas, en número de 2.316, que, con la cabellera suelta, guirnaldas en la cabeza y velas en las manos, avanzaban muy modestamente, fijos los ojos en el suelo, precedidas de dos hermosas muchachas, con estandartes y cuatro linternas encendidas, y de otra bellísima, pero vestida de luto y descalza, llevando un grande y hermoso crucifijo; a su lado iba el presidente del Concejo, tipo gallardo en actitud humilde». En procesiones multitudinarias y devotas como ésta pudo el joven Martín participar muchas veces. La del Corpus Christi, a fines de mayo o principios de junio, por las calles alfombradas de juncia y de flores, entre suaves melodías de voces e instrumentos, solía superar a todas las demás por su esplendor y pompa.
Predicación de cruzada y de indulgencia
Por aquellos días, el novel universitario oyó frecuentemente hablar de una posible cruzada de los príncipes cristianos contra los turcos. Bayaceto II, aunque menos belicoso que otros sultanes, había conquistado en 1499 la ciudad de Lepanto, en el golfo de Corinto, extendiendo su dominio a todo el Peloponeso, mientras 10.000 caballeros turcos se lanzaban desde la Bosnia hacia el norte contra territorios venecianos. Hungría se hallaba en peligro. La bula de Alejandro VI en 1500 exhortando a todos los fieles cristianos a aprontar subsidios para la guerra contra los enemigos de la cruz debía leerse públicamente en todas las diócesis. Legados pontificios fueron enviados por el papa Borja a todas las naciones con objeto de predicar un jubileo, cuyo producto pecuniario había de emplearse en la cruzada. Para Alemania y los reinos septentrionales fue designado el cardenal Raimundo Peraudi, obispo de Gurk, varón prudente, íntegro, celoso y muy práctico en semejantes negocios, que ya en 1487-89 había