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Sueño al despertar
Me vio a besar
Y en el mismo sitio
Veo a mi mamá
LA SEMILLA DEL ROSAL
Trabajase o disfrutase
me llevaba a donde fuera.
¡Qué lindos ratos pasamos!
EL ELEFANTE TITO
EL PEQUEÑO COLIBRÍ
Había una vez un pequeño colibrí que había perdido a toda su familia mientras
volaban lejos huyendo de los días fríos de invierno. Desconsolado y sin fuerzas, el
colibrí decidió guarecerse en una cueva oscura de la montaña. Entre ramas y hojas
secas, el pobre animalito recordaba las palabras de su madre antes de partir: “Debes
permanecer cerca de nosotros y no alejarte, o de lo contrario te perderás”.
Pero nuestro amigo era muy entretenido, y mientras volaba cerca de su familia le
llamaban la atención todo tipo de maravillas, desde el verde de los árboles hasta el
azul del cielo. Sin embargo, aquella mañana mientras volaba en lo alto, el colibrí
descubrió algo que no podía dejar de mirar, era un reflejo de luz, un destello a lo
lejos en la tierra. Lleno de curiosidad, la pequeña ave decidió descender de las
alturas para descubrir qué era aquello tan hermoso.
A medida que se acercaba, el colibrí pudo descubrir que se trataba de un río inmenso
cuya agua era tan cristalina que enamoraba desde el primer instante. “¡Qué aguas
tan hermosas!”, repetía una y otra vez el colibrí mientras observaba el reflejo de sus
alas batiendo en la corriente del río. Sin darse cuenta, nuestro amiguito estuvo por
varias horas revoloteando sobre el río, contemplando el destello del Sol en el agua y
maravillándose con la pureza del lugar.
Fue tanta su emoción que no se le ocurrió más que ir y enseñarle a su familia aquel
rincón tan hermoso que había descubierto.
Desafortunadamente, el tiempo había pasado y por mucho que el colibrí llamó a sus
padres, ya no le podían oír, pues se encontraban muy lejos.
Al ver que se encontraba completamente solo, el colibrí se asustó tanto que un
temblor sacudió su cuerpo, y el arroyo centelleante ya no le parecía tan hermoso.
Para colmo, el pajarillo comenzó a ver sombras oscuras y ruidos extraños. El lugar
mágico se había convertido en un terreno asolado que cada vez se tornaba más
oscuro a medida que el Sol se ocultaba detrás del horizonte.
Fue entonces cuando el colibrí decidió buscar un lugar donde pasar la noche, y al
llegar a la cueva y acomodar las hojas secas en el suelo se tumbó desconsolado con
lágrimas en los ojos. “¿Cómo podré regresar con mi familia? Los extraño tanto”,
sollozaba el triste animalito.
Sin embargo, entre lamento y lamento, el colibrí recordó algo muy importante que
siempre le habían dicho sus padres. “Cuando te pierdas, no te alejes del lugar donde
nos vistes por última vez y busca el punto más alto para que podamos encontrarte”.
¡Así mismo! Por fin hallaba esperanza el colibrí.
“Mis padres me estarán buscando cerca de aquí, sólo debo subir a la copa del árbol
más alto y esperar a que vengan por mí”. El colibrí estaba contento, y sin pensarlo
dos veces, salió a toda velocidad de la cueva para buscar el árbol más grande de
todo el lugar.
Tan alegre estaba el colibrí que revoloteaba con todas las fuerzas de sus alas, y
después de buscar y buscar, finalmente pudo encontrar el arroyo donde se había
quedado extraviado y una vez allí decidió subir a la copa de un árbol desde donde
se veían todos los demás en lo alto. Posado en las ramas, el colibrí comenzó a cantar
alegremente para atraer la atención de sus padres, pero era tan contagiosa su
melodía, que pronto todos los pájaros del lugar también decidieron cantar junto con
el colibrí.
En poco tiempo, la melodía alcanzaba un volumen cada vez más alto, y gracias a
ello, los padres del colibrí lograron reconocer el cántico y retornar al lugar donde el
desafortunado pajarillo se había quedado extraviado.
Desde entonces, el colibrí siempre viaja acompañado de su familia cantando con
alegría, pues comprendió que, aunque sintamos miedo, nunca debemos perder las
esperanzas y lo más importante, siempre debemos confiar en nosotros mismos.
FIN
El Hada de la noche
FIN
LA GRAN CARRERA DE ZAPATILLAS
Había llegado por fin el gran día. Todos los animales del bosque se levantaron temprano
porque ¡era el día de la gran carrera de zapatillas! A las nueve ya estaban todos reunidos
junto al lago.También estaba la jirafa, la más alta y hermosa del bosque. Pero era tan
presumida que no quería ser amiga de los
demás animales.
La jiraba comenzó a burlarse de sus amigos:
- Ja, ja, ja, ja, se reía de la tortuga que era
tan bajita y tan lenta.
- Jo, jo, jo, jo, se reía del rinoceronte que era
tan gordo.
- Je, je, je, je, se reía del elefante por su
trompa tan larga.
Y entonces, llegó la hora de la largada.
El zorro llevaba unas zapatillas a rayas
amarillas y rojas. La cebra, unas rosadas con moños muy grandes. El mono llevaba unas
zapatillas verdes con lunares anaranjados.
La tortuga se puso unas zapatillas blancas como las nubes. Y cuando estaban a punto de
comenzar la carrera, la jirafa se puso a llorar desesperada.
Es que era tan alta, que ¡no podía atarse los cordones de sus zapatillas!
- Ahhh, ahhhh, ¡qué alguien me ayude! - gritó la jirafa.
Y todos los animales se quedaron mirándola. Pero el zorro fue a hablar con ella y le dijo:
- Tú te reías de los demás animales porque eran diferentes. Es cierto, todos somos diferentes,
pero todos tenemos algo bueno y todos podemos ser amigos y ayudarnos cuando lo
necesitamos.
Entonces la jirafa pidió perdón a todos por haberse reído de ellos. Y vinieron las hormigas,
que rápidamente treparon por sus zapatillas para atarle los cordones.
Y por fin se pusieron todos los animales en la línea de partida. En sus marcas, preparados,
listos, ¡YA!
Cuando terminó la carrera, todos festejaron porque habían ganado una nueva amiga que
además había aprendido lo que significaba la amistad.
Colorín, colorón, si quieres tener muchos amigos, acéptalos como son.
FIN
Un hombre tenía un caballo y un asno.
Un día que ambos iban camino a la ciudad, el asno, sintiéndose cansado, le dijo al
caballo:
- Toma una parte de mi carga si te interesa mi vida.
El caballo haciéndose el sordo no dijo nada al asno.
Horas más tarde, el asno cayó víctima de la fatiga, y murió allí mismo.
Entonces el dueño echó toda la carga encima del caballo, incluso la piel del asno.
Y el caballo, suspirando dijo:
- ¡Qué mala suerte tengo! ¡Por no haber querido cargar con un ligero fardo ahora
tengo que cargar con todo, y hasta con la piel del asno encima!
MORALEJA: Cada vez que no tiendes tu mano para ayudar a tu prójimo que
honestamente te lo pide, sin que lo notes en ese momento, en realidad te estás
perjudicando a ti mismo.
JUANA LA LECHERA
Juana la lechera caminaba muy contenta con su cántaro de leche sobre la cabeza.
Imaginaba ya en qué forma gastaría todo el dinero que la venta del cántaro le iba a
proporcionar: «Podré adquirir un cerdo, no me costará mucho cebarlo; con su venta
ganaré dinero. Entonces me compraré una vaca, que tendrá un ternerillo; y más
tarde seré dueña de un rebaño».
Comenzó a dar saltos de alegría ante su idea, cuando de pronto tropezó, y el cántaro
de leche cayó al suelo haciéndose mil pedazos. ¡Adiós al ternero, a la vaca, al cerdo
y al rebaño! Desolada observaba el cántaro roto la lechera, consciente de haber
sufrido la pérdida de su fortuna antes de lograrla.
MORALEJA
Érase una vez una descuidada cigarra, que vivía siempre al día y despreocupada,
riendo y cantando, ajena por completo a los problemas del día a día. Disfrutaba de
lo lindo la cigarra del verano, y reíase de su vecina la hormiga, que durante el
período estival, en lugar de relajarse, trabajaba duro a cada rato, almacenando
comida y yendo de un lado a otro.
Poco a poco fue desapareciendo el calor, según se avecinaba el otoño y sus días
frescos, y con él fueron desapareciendo también todos los bichitos que la primavera
había traído al campo, y de los cuales se había alimentado la cigarra entre juego y
juego. De pronto, la desdichada cigarra se encontró sin nada que comer, y cansada
y desganada, comprendió su falta de previsión:
¿Podrías darme cobijo y algo de comer? – Dijo la cigarra dirigiéndose a la hormiga,
recordando los enseres que esta última había recolectado durante el verano en su
hormiguero.
¿Acaso no viste lo duro que trabajé mientras tú jugabas y cantabas? – Exclamó la
hormiga ofendida, mientras señalaba a la cigarra que no había sitio para ella en su
hormiguero.
Y así, emprendió de nuevo el camino la cigarra en busca de un refugio donde pasar
el invierno, lamentándose terriblemente por la actitud perezosa e infantil que había
llevado en la vida.
Un día una zorra se encontraba con tanta hambre, que al ver colgar de una rama
un tierno, verde, y fresco racimo de uvas, se decidió a atraparlo sin esperar la
llegada de una presa ni manjar mejor.
No pudo la zorra, sin embargo, alcanzar el verde racimo. Y cansada, tras muchos
intentos, exclamó:
– ¡Me voy! ¡Ni que me agradasen las uvas verdes!
MORALEJA
Un error muy común tuvo aquel animal: trasladar nuestra responsabilidad y errores
a los demás.
LA BALLENA PRESUMIDA
Se cuenta que hubo una vez una ballena tan hermosa y perfecta, que todos aquellos
que la observaban quedaban cautivados con sus gráciles movimientos y con el brillo
de su escurridiza piel. Era tal la sensación que provocaba en los demás seres vivos,
que no dudaban en regalarla alabanzas y palabras bonitas, haciendo con ello, y sin
querer, que la ballena fuese cada vez más y más presumida y pagada de sí misma.
Aquella ballena se pasaba medio día frente a su espejo en el fondo del mar, y la
otra media arreglándose las barbas en la superficie, ignorando a cuantos se
acercaban a ella educadamente tan solo para agradarla. Tan coqueta se volvió la
ballena, que fue agriando cada vez más su carácter, adquiriendo una soberbia y un
orgullo poco adecuado para convivir con los demás:
Soy el ser más precioso del mar. ¡La ballena más elegante, bella y refinada que
jamás se ha visto! Soy el ser más precioso del mar- Repetía una y otra vez la ballena
presumida a modo de cancioncilla.
De este modo, la ballena se alejaba cada vez más del resto del mundo, aislándose
en su propio planeta lleno de egoísmo y arrogancia. Y así transcurrían los días
plácidos de la ballena, hasta que un día, tuvo la mala suerte de toparse con unos
pescadores desalmados que no dudaron en tender sus redes sobre ella. Tan grande
era la red y tan fuerte la forma en que la ballena infravaloraba a todo el mundo, que
sin ninguna dificultad consiguieron atraparla en su red. Qué asustada se veía a la
ballena, que a pesar de su gran cuerpo, era incapaz de buscar la forma de zafarse
de ella… Afortunadamente, todos aquellos seres vivos que la admiraban y la
regalaban palabras bonitas cada día, fueron testigos de su captura y, sin dudarlo,
se abalanzaron sobre la red hasta destrozarla y conseguir liberarla.
La ballena quedó muy agradecida con la actitud de todos sus vecinos y aquello le
sirvió para aprender a querer y para respetarlos a todos, olvidándose de los peligros
del egoísmo, del orgullo y del desprecio.
EL SOL Y LAS RANAS
Las ranas de una apacible y pequeña laguna estaban muy alarmadas y casi muertas
de susto. El día antes el astro rey, el Sol, las había alertado que ya todo no seguiría
siendo igual que antes, pues él había decidido variar su rumbo.
En breve comenzaría a iluminar la Tierra solo durante seis meses, por lo que el resto
del año sería una etapa de oscuridad y frialdad.
Las ranas comprendieron de inmediato lo que esto significaría para la vida, tal cual
la conocían.
Los charcos se secarían, los ríos irían perdiendo su cauce hasta desaparecer, ellas
no podrían calentarse como antes y los insectos de los que se alimentaban dejarían
de existir.
Desesperadas comenzaron a quejarse y a pedir a las fuerzas divinas por su
conservación, no sin protestar y demandar por lo que les parecía justo a ellas.
Desde lo alto una voz atendió su llamado y les preguntó:
-¿Piden clemencia sólo para ustedes o para todos los seres vivientes del planeta?
– Pues para nosotros. ¿Por qué habríamos de preocuparnos por otras especies?
Cada cual que cuide y pida por lo suyo.
-Así les irá –replicó la voz, que desde entonces se desentendió de los pedidos de
las ranas por su egoísmo.
Ciertamente el sol no dejó de brillar, pero desde entonces las ranas son animales
con muy pocos amigos, y todo por el egoísmo de aquellas de una pequeña laguna,
capaces solo de preocuparse por su bienestar y desentendidas de todo lo que les
rodeaba.
Leyendas El cuervo y la sed
Cuenta la tradición que el dios Apolo era un dios muy impaciente al que le gustaba
ser servido con rapidez y eficacia. No perdonaba a aquellos que vagueaban o que
dudaban un minuto su quehacer.
Un día de primavera, Apolo envió al cuervo que le hacía las funciones de sirviente
en busca de agua con la que poder calmar la terrible sed que padecía aquel día por
el calor repentino.
– No tardes- Advirtió Apolo al cuervo.
Tras aquellas breves palabras el cuervo partió en busca de agua. Durante el camino,
una gran espiga verde surgió ante el cuervo frenándole la marcha:
– ¡Qué espiga tan tentadora! Pero esperaré a que madure para que sea aún más
sabrosa- Se dijo el pájaro.
De este modo, el cuervo se olvidó de su cometido y tardó mucho tiempo en volver
y en cumplir la tarea que le había encomendado Apolo, el dios impaciente. Y tras
su acción, fue condenado a padecer sed durante todo el estío.
LA RIQUEZA Y LA
POBREZA
Existió, hará un largo tiempo, un humilde hombre que vivía en la más absoluta
pobreza. Este hombre tenía un hijo muy egoísta, que cansado de no recibir de su
pobre padre cuanto le pedía, decidió que era hora de marcharse a iniciar su propia
vida, llena de más caprichos y lujos.
Transcurridos unos cuantos años desde la partida de su hijo, el padre habría logrado
salir adelante con muy buen pie, enriqueciéndose de tal forma gracias a sus
negocios en el mundo del comercio, que se había trasladado de casa y de ciudad,
rodeado de mil y una comodidades. Su hijo, por el contrario, no había conseguido
salir de la pobreza, y caminaba mendigando de pueblo en pueblo y viviendo gracias
a la ayuda de las gentes.
Aquel padre, a pesar de haber abandonado su vida anterior y haberse convertido
en un hombre con tanta suerte, no conseguía olvidarse de su hijo, lamentándose
día a día de su marcha y soñando con su llegada:
¡Dónde estará mi hijo! Yo ya soy viejo, y ¡desearía tanto que pudiese acompañarme
en mis últimos días de vida, y heredara con mi despedida toda mi riqueza!
Y, cosas del destino, ocurrió que su hijo buscando limosna, llegara a la ciudad a la
que se había traslado el padre y que tocara a su misma puerta. Tan cansado de
caminar de allá para acá, el hijo ni siquiera reconoció a su padre, que se encontraba
reposando placenteramente sobre un sillón de buena mimbre en el porche
ajardinado de su gran casa.
Pero el padre sí reconoció a su hijo, y muy emocionado se levantó de su sillón para
darle un gran abrazo, así como la bienvenida a su nuevo hogar. Sin embargo,
aquello no tuvo nunca lugar, porque el hijo, asustado ante tanta riqueza y temeroso
de ser humillado, salió corriendo de allí como alma que lleva el diablo.
LA YELENDA DEL SOL Y LA LUNA
El Sol y la Luna eran dos enamorados, su amor no tenía límites pues era en
esencia puro.
Y fue así como Afrodita, la diosa de la belleza y el amor, sintió celos, deseando
poder sentir tan grande amor.
Y entonces Adrodita se presentó frente al Sol, con toda su belleza, haciendo gala
de su máximo poder de seducción, poder tal que ninguna mujer puede manejar
también como ella.
Pero ante la sorpresa de Afrodita, el Sol le dijo, - mi señora sé que sin duda usted
ha de ser la mujer más bella que existe y su dulzura mayor que la de cualquier ser
mundanal. Pero mi corazón solo es de la Luna, mi amada esposa, pues para mi
ella es la más deseable más que el oro puro. La Luna es para mí como la miel que
destila del panal.
Entonces Afrodita indignada al no poder tentar al Sol y darse cuenta que su amor
superaba incluso a los dioses, ordenó separarles para siempre.
Y así mandó al Sol salir solo de día y a la Luna de noche y de esta manera nunca
se encontrarían y ese amor se agotaría.
Sin embargo, dicho amor nunca se terminó y un buen día llego la bendición de
Zeus, el cual quiso apiadarse y no pudiendo deshacer la orden de Afrodita, le dio
una posibilidad, y le dijo al Sol que cuando quisiere ver a su amada debía
esforzarse al máximo y entonces podría ver el borde del rostro de su amada.
Desde entonces en los días cuando la temperatura es alta, es que el sol brilla con
toda su intensidad y se puede ver la silueta de la Luna en horizonte y el Sol quiere
mirar desde lejos a su
amada Luna.
El pescador y la Diosa: Leyenda