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MI PEQUEÑO ÁNGEL

Todas las mañanas

Sueño al despertar

Que del cielo un ángel

Me vio a besar

Al abrir los ojos

Miro a donde esta

Y en el mismo sitio

Veo a mi mamá
LA SEMILLA DEL ROSAL

Mi mamá apostó por mí


cuando solo era semilla.
Me plantó y cuidó con mimo
en su linda barriguita.

Trabajase o disfrutase
me llevaba a donde fuera.
¡Qué lindos ratos pasamos!

¡Qué feliz que fui con ella!


Ahora que ya he crecido
y mis raíces se trenzan,
al fin puedo tocarla,
al fin he podido verla.

Cuando yo guíe el rosal


haré lo mismo por ella,
y su perfume llevaré
donde me lleve la tierra.
EL ERMITAÑO

Hombre serio y muy callado


o cangrejo colorado,
puede ser el ermitaño.

En busca de concha vacía,


cuatro antenas y dos pinzas,
el cangrejo ermitaño va.

En busca de paz en vida,


con el mundo a la deriva,
camina el eremita humano,
de espaldas a la ciudad.

Hombre serio y muy callado


o cangrejo colorado,
puede ser el ermitaño…
BAILABA LA NIÑA ALEGRE

Bailaba la niña alegre


en una noche estrellada.
Movíase, al son del aire,
bajo la luna de plata.

¡Cómo bailaba la niña!


¡Cómo la niña bailaba!

Con ojos como dos faros


y finas pestañas bordadas.
Con el corazón muy blanco
y mariposas en el alma.

Danzaba la alegre niña


bajo la noche estrellada
Cómo bailaba la niña,
cómo la niña bailaba.
EL MAR
El mar está callado,
el mar está tranquilo,
el mar duerme como nosotros,
sueña y ríe con los niños.

El mar tiene a sus hijos,


sus peces y ballenas,
y también como nosotros,
mira por la noche
la luna llena.

El mar tiene su talento propio,


junto al viento forma
una canción,
y ese canto de armonía
llena de alegría
mi corazón.
CUENTOS

EL ELEFANTE TITO

En tiempos antiguos había un elefante


llamado Tito que nunca pensaba en los
demás. Un día, mientras Tito jugaba con
sus compañeros de la escuela, cogió a
una piedra y la lanzó hacia sus
compañeros.
La piedra golpeó al burro Cándido en su
oreja, de la que salió mucha sangre.
Cuando las maestras vieron lo que había
pasado, inmediatamente se pusieron a
ayudar a Cándido.
Le pusieron un gran curita en su oreja
para curarlo. Mientras Cándido lloraba, Tito se burlaba, escondiéndose de las
maestras.
Al día siguiente, Tito jugaba en el campo cuando, de pronto, le dio mucha sed.
Caminó hacia el río para beber agua. Al llegar al río vio a unos ciervos que jugaban
a la orilla del río.
Sin pensar dos veces, Tito tomó mucha agua con su trompa y se las arrojó a los
ciervos. Gilberto, el ciervo más chiquitito perdió el equilibrio y acabó cayéndose al
río, sin saber nadar.
Afortunadamente, Felipe, un ciervo más grande y que era un buen nadador, se lanzó
al río de inmediato y ayudó a salir del río a Gilberto. Felizmente, a Gilberto no le
pasó nada, pero tenía muchísimo frío porque el agua estaba fría, y acabó por coger
un resfriado. Mientras todo eso ocurría, lo único que hizo el elefante Tito fue reírse
de ellos.
Una mañana de sábado, mientras Tito daba un paseo por el campo y se comía un
poco de pasto, pasó muy cerca de una planta que tenía muchas espinas. Sin percibir
el peligro, Tito acabó hiriéndose en su espalda y patas con las espinas. Intentó
quitárselas, pero sus patas no alcanzaban arrancar las espinas, que les provocaba
mucho dolor.
Se sentó bajo un árbol y lloró desconsoladamente, mientras el dolor seguía.
Cansado de esperar que el dolor se le pasara, Tito decidió caminar para pedir
ayuda. Mientras caminaba, se encontró a los ciervos a los que les había echado
agua. Al verlos, les gritó:
- Por favor, ayúdenme a quitarme esas espinas que me duelen mucho.
Y reconociendo a Tito, los ciervos le dijeron:
- No te vamos a ayudar porque lanzaste a Gilberto al río y él casi se ahogó. Aparte
de eso, Gilberto está enfermo de gripe por el frío que cogió. Tienes que aprender a
no herirte ni burlarte de los demás.
El pobre Tito, entristecido, bajo la cabeza y siguió en el camino en busca de ayuda.
Mientras caminaba se encontró algunos de sus compañeros de la escuela. Les pidió
ayuda pero ellos tampoco quisieron ayudarle porque estaban enojados por lo que
había hecho Tito al burro Cándido.
Y una vez más Tito bajo la cabeza y siguió el camino para buscar ayuda. Las
espinas les provocaban mucho dolor. Mientras todo eso sucedía, había un gran
mono que trepaba por los árboles. Venía saltando de un árbol a otro, persiguiendo
a Tito y viendo todo lo que ocurría. De pronto, el gran y sabio mono que se llamaba
Justino, dio un gran salto y se paró enfrente a Tito. Y le dijo:
- Ya ves gran elefante, siempre has lastimado a los demás y, como si eso fuera
poco, te burlabas de ellos. Por eso, ahora nadie te quiere ayudar. Pero yo, que todo
lo he visto, estoy dispuesto a ayudarte si aprendes y cumples dos grandes reglas
de la vida.
Y le contestó Tito, llorando:
- Sí, haré todo lo que me digas sabio mono, pero por favor, ayúdame a quitar los
espinos.
Y le dijo el mono:
- Bien, las reglas son estas: la primera es que no lastimarás a los demás, y la
segunda es que ayudarás a los demás y los demás te ayudarán cuando lo
necesites.
Dichas las reglas, el mono se puso a quitar las espinas y a curar las heridas a Tito
Y a partir de este día, el elefante Tito cumplió, a rajatabla, las reglas que había
aprendido.
FIN

EL PEQUEÑO COLIBRÍ
Había una vez un pequeño colibrí que había perdido a toda su familia mientras
volaban lejos huyendo de los días fríos de invierno. Desconsolado y sin fuerzas, el
colibrí decidió guarecerse en una cueva oscura de la montaña. Entre ramas y hojas
secas, el pobre animalito recordaba las palabras de su madre antes de partir: “Debes
permanecer cerca de nosotros y no alejarte, o de lo contrario te perderás”.
Pero nuestro amigo era muy entretenido, y mientras volaba cerca de su familia le
llamaban la atención todo tipo de maravillas, desde el verde de los árboles hasta el
azul del cielo. Sin embargo, aquella mañana mientras volaba en lo alto, el colibrí
descubrió algo que no podía dejar de mirar, era un reflejo de luz, un destello a lo
lejos en la tierra. Lleno de curiosidad, la pequeña ave decidió descender de las
alturas para descubrir qué era aquello tan hermoso.
A medida que se acercaba, el colibrí pudo descubrir que se trataba de un río inmenso
cuya agua era tan cristalina que enamoraba desde el primer instante. “¡Qué aguas
tan hermosas!”, repetía una y otra vez el colibrí mientras observaba el reflejo de sus
alas batiendo en la corriente del río. Sin darse cuenta, nuestro amiguito estuvo por
varias horas revoloteando sobre el río, contemplando el destello del Sol en el agua y
maravillándose con la pureza del lugar.
Fue tanta su emoción que no se le ocurrió más que ir y enseñarle a su familia aquel
rincón tan hermoso que había descubierto.

Desafortunadamente, el tiempo había pasado y por mucho que el colibrí llamó a sus
padres, ya no le podían oír, pues se encontraban muy lejos.
Al ver que se encontraba completamente solo, el colibrí se asustó tanto que un
temblor sacudió su cuerpo, y el arroyo centelleante ya no le parecía tan hermoso.
Para colmo, el pajarillo comenzó a ver sombras oscuras y ruidos extraños. El lugar
mágico se había convertido en un terreno asolado que cada vez se tornaba más
oscuro a medida que el Sol se ocultaba detrás del horizonte.
Fue entonces cuando el colibrí decidió buscar un lugar donde pasar la noche, y al
llegar a la cueva y acomodar las hojas secas en el suelo se tumbó desconsolado con
lágrimas en los ojos. “¿Cómo podré regresar con mi familia? Los extraño tanto”,
sollozaba el triste animalito.
Sin embargo, entre lamento y lamento, el colibrí recordó algo muy importante que
siempre le habían dicho sus padres. “Cuando te pierdas, no te alejes del lugar donde
nos vistes por última vez y busca el punto más alto para que podamos encontrarte”.
¡Así mismo! Por fin hallaba esperanza el colibrí.
“Mis padres me estarán buscando cerca de aquí, sólo debo subir a la copa del árbol
más alto y esperar a que vengan por mí”. El colibrí estaba contento, y sin pensarlo
dos veces, salió a toda velocidad de la cueva para buscar el árbol más grande de
todo el lugar.
Tan alegre estaba el colibrí que revoloteaba con todas las fuerzas de sus alas, y
después de buscar y buscar, finalmente pudo encontrar el arroyo donde se había
quedado extraviado y una vez allí decidió subir a la copa de un árbol desde donde
se veían todos los demás en lo alto. Posado en las ramas, el colibrí comenzó a cantar
alegremente para atraer la atención de sus padres, pero era tan contagiosa su
melodía, que pronto todos los pájaros del lugar también decidieron cantar junto con
el colibrí.
En poco tiempo, la melodía alcanzaba un volumen cada vez más alto, y gracias a
ello, los padres del colibrí lograron reconocer el cántico y retornar al lugar donde el
desafortunado pajarillo se había quedado extraviado.
Desde entonces, el colibrí siempre viaja acompañado de su familia cantando con
alegría, pues comprendió que, aunque sintamos miedo, nunca debemos perder las
esperanzas y lo más importante, siempre debemos confiar en nosotros mismos.

FIN
El Hada de la noche

Hace mucho, muchísimo tiempo atrás, cuando en la Tierra comenzaron a habitar


los primeros hombres, ya existían bestias temibles que dominaban la oscuridad y
sembraban el terror a su paso.
Por fortuna, también existían seres buenos y compasivos, como las hadas, que
sirvieron al hombre y le protegieron de todo peligro. Así, para que los primeros
habitantes de la tierra no murieran de frío en el crudo invierno, el Hada de la Luz les
regaló el fuego. Y para que pudieran defenderse de los grandes monstruos, el Hada
de los Metales, les regaló espadas y escudos.
Todas las hadas bondadosas tenían algo que obsequiar a los hombres, todas
menos el Hada de la Noche, que a pesar de ser generosa, no podía encontrar un
regalo que pudiera ser de utilidad.
Un buen día, mientras descansaba en el regazo de un río, el Hada de la Noche se
encontró con un muchacho que temblaba de frío a los pies de un árbol. Cuando le
preguntó, el triste chiquillo solo pudo explicarle que había perdido todo en la vida, y
que un furioso dragón había devorado su casa, su caballo y su gato.
Con el corazón arrugado, el hada buena quiso compensarle con un noble detalle,
agarró un trozo de su vestido, hecho de la noche más oscura, y dibujó con él la
silueta exacta del muchacho. Seguidamente, la colocó sobre el suelo y la llenó de
magia, y el muchacho se llenó de alegría al ver que la silueta imitaba todos sus
movimientos.
Entonces, el Hada de la Noche recorrió el mundo entero, regalándole a cada hombre
su propia sombra, hecha con los retazos de su vestido, para que jamás volvieran a
sentirse solos en el mundo.
LA RATITA
BLANCA

Cuentan que la Reina de todas las


Hadas mágicas del bosque, convocó un
buen día a sus hermanas a un banquete
en su palacio. Sin perder un segundo,
las hadas partieron con sus mejores
atuendos y atravesaron el bosque a toda
velocidad, montadas a bordo de veloces
libélulas.
La menor de todas las hadas tenía por
nombre Alba, y mientras se encontraba
camino al palacio, escuchó unos
sollozos agitados desde una casita en lo profundo del bosque. Al acercarse al lugar,
descubrió dos pequeñines que lloraban desprotegidos y muertos de frío.
Entonces, Alba chasqueó sus dedos y la magia prendió fuego a la estufa para
calentar a los niños, cuyos padres habían ido a la ciudad para trabajar y poder
comprar alimentos. “Pues hasta que no aparezcan vuestros padres, no los dejaré
solos” exclamó el hada bondadosa arropando a los pequeñines.
Tiempo después, cuando le tocó marcharse, el hada iba por el camino pensando en
el terrible castigo que le esperaba por llegar tarde al banquete de la gran Reina. Y
tanto fue su nerviosismo, que olvidó la varita mágica en la casa de los niños. Al
llegar al palacio, la Reina le regañó fuertemente: “Además de llegar tarde a la
ceremonia, también eres capaz de olvidar tu varita mágica. Te castigaré por tu mal
actuar”.
El resto de las hermanas, compasivas, pidieron a la Reina que el castigo no fuera
eterno. “Sé que todo ha sido por una buena causa, así que tu corazón bondadoso
sólo será castigado por cien años, y durante ese tiempo, andarás por el mundo en
forma de ratita blanca”.
De esa manera, queridos amiguitos, cada vez que vemos una ratita blanca, significa
que Alba aún no ha cumplido su castigo, y que anda por mundo cuidando a los niños
que se quedan solos sin sus padres.
Lila Y Rosa
Érase una vez dos niñas muy amigas llamadas Lila y Rosa. Se conocían desde que
eran muy pequeñas y compartían siempre todo la una con la otra.
Un día Lila y Rosa salieron de compras. Lila se probó una camiseta y le pidió a su
amiga rosa su opinión. Rosa, sin dudarlos dos veces, le dijo que no le gustaba cómo
le quedaba y le aconsejó buscar otro modelo.
Entonces Lila se sintió ofendida y se marchó llorando de la tienda, dejando allí a su
amiga.
Rosa se quedó muy triste y apenada por la reacción de su amiga.
No entendía su enfado ya que ella sólo le había dicho la verdad.
Al llegar a casa, lila le contó a su madre lo sucedido y su madre le hizo ver que su
amiga sólo había sido sincera con ella y no tenía que molestarse por ello.
Lila reflexionó y se dio cuenta de que su madre tenía razón.
Al día siguiente fue corriendo a disculparse con Rosa, que la perdonó de inmediato
con una gran sonrisa.
Desde entonces, las dos amigas entendieron que la verdadera amistad se basa en
la sinceridad.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado, y el que se enfade se quedará
sentado.

FIN
LA GRAN CARRERA DE ZAPATILLAS
Había llegado por fin el gran día. Todos los animales del bosque se levantaron temprano
porque ¡era el día de la gran carrera de zapatillas! A las nueve ya estaban todos reunidos
junto al lago.También estaba la jirafa, la más alta y hermosa del bosque. Pero era tan
presumida que no quería ser amiga de los
demás animales.
La jiraba comenzó a burlarse de sus amigos:
- Ja, ja, ja, ja, se reía de la tortuga que era
tan bajita y tan lenta.
- Jo, jo, jo, jo, se reía del rinoceronte que era
tan gordo.
- Je, je, je, je, se reía del elefante por su
trompa tan larga.
Y entonces, llegó la hora de la largada.
El zorro llevaba unas zapatillas a rayas
amarillas y rojas. La cebra, unas rosadas con moños muy grandes. El mono llevaba unas
zapatillas verdes con lunares anaranjados.
La tortuga se puso unas zapatillas blancas como las nubes. Y cuando estaban a punto de
comenzar la carrera, la jirafa se puso a llorar desesperada.
Es que era tan alta, que ¡no podía atarse los cordones de sus zapatillas!
- Ahhh, ahhhh, ¡qué alguien me ayude! - gritó la jirafa.
Y todos los animales se quedaron mirándola. Pero el zorro fue a hablar con ella y le dijo:
- Tú te reías de los demás animales porque eran diferentes. Es cierto, todos somos diferentes,
pero todos tenemos algo bueno y todos podemos ser amigos y ayudarnos cuando lo
necesitamos.
Entonces la jirafa pidió perdón a todos por haberse reído de ellos. Y vinieron las hormigas,
que rápidamente treparon por sus zapatillas para atarle los cordones.
Y por fin se pusieron todos los animales en la línea de partida. En sus marcas, preparados,
listos, ¡YA!
Cuando terminó la carrera, todos festejaron porque habían ganado una nueva amiga que
además había aprendido lo que significaba la amistad.
Colorín, colorón, si quieres tener muchos amigos, acéptalos como son.
FIN
Un hombre tenía un caballo y un asno.
Un día que ambos iban camino a la ciudad, el asno, sintiéndose cansado, le dijo al
caballo:
- Toma una parte de mi carga si te interesa mi vida.
El caballo haciéndose el sordo no dijo nada al asno.
Horas más tarde, el asno cayó víctima de la fatiga, y murió allí mismo.
Entonces el dueño echó toda la carga encima del caballo, incluso la piel del asno.
Y el caballo, suspirando dijo:
- ¡Qué mala suerte tengo! ¡Por no haber querido cargar con un ligero fardo ahora
tengo que cargar con todo, y hasta con la piel del asno encima!

MORALEJA: Cada vez que no tiendes tu mano para ayudar a tu prójimo que
honestamente te lo pide, sin que lo notes en ese momento, en realidad te estás
perjudicando a ti mismo.
JUANA LA LECHERA

Juana la lechera caminaba muy contenta con su cántaro de leche sobre la cabeza.
Imaginaba ya en qué forma gastaría todo el dinero que la venta del cántaro le iba a
proporcionar: «Podré adquirir un cerdo, no me costará mucho cebarlo; con su venta
ganaré dinero. Entonces me compraré una vaca, que tendrá un ternerillo; y más
tarde seré dueña de un rebaño».
Comenzó a dar saltos de alegría ante su idea, cuando de pronto tropezó, y el cántaro
de leche cayó al suelo haciéndose mil pedazos. ¡Adiós al ternero, a la vaca, al cerdo
y al rebaño! Desolada observaba el cántaro roto la lechera, consciente de haber
sufrido la pérdida de su fortuna antes de lograrla.

MORALEJA

Sin embargo, a pesar de los pesares, todos construimos castillos en el aire,


porque no hay nada más humano ni esperanzador.
LA CIGARRA Y LA HORMIGA

Érase una vez una descuidada cigarra, que vivía siempre al día y despreocupada,
riendo y cantando, ajena por completo a los problemas del día a día. Disfrutaba de
lo lindo la cigarra del verano, y reíase de su vecina la hormiga, que durante el
período estival, en lugar de relajarse, trabajaba duro a cada rato, almacenando
comida y yendo de un lado a otro.
Poco a poco fue desapareciendo el calor, según se avecinaba el otoño y sus días
frescos, y con él fueron desapareciendo también todos los bichitos que la primavera
había traído al campo, y de los cuales se había alimentado la cigarra entre juego y
juego. De pronto, la desdichada cigarra se encontró sin nada que comer, y cansada
y desganada, comprendió su falta de previsión:
¿Podrías darme cobijo y algo de comer? – Dijo la cigarra dirigiéndose a la hormiga,
recordando los enseres que esta última había recolectado durante el verano en su
hormiguero.
¿Acaso no viste lo duro que trabajé mientras tú jugabas y cantabas? – Exclamó la
hormiga ofendida, mientras señalaba a la cigarra que no había sitio para ella en su
hormiguero.
Y así, emprendió de nuevo el camino la cigarra en busca de un refugio donde pasar
el invierno, lamentándose terriblemente por la actitud perezosa e infantil que había
llevado en la vida.
Un día una zorra se encontraba con tanta hambre, que al ver colgar de una rama
un tierno, verde, y fresco racimo de uvas, se decidió a atraparlo sin esperar la
llegada de una presa ni manjar mejor.
No pudo la zorra, sin embargo, alcanzar el verde racimo. Y cansada, tras muchos
intentos, exclamó:
– ¡Me voy! ¡Ni que me agradasen las uvas verdes!

MORALEJA

Un error muy común tuvo aquel animal: trasladar nuestra responsabilidad y errores
a los demás.
LA BALLENA PRESUMIDA

Se cuenta que hubo una vez una ballena tan hermosa y perfecta, que todos aquellos
que la observaban quedaban cautivados con sus gráciles movimientos y con el brillo
de su escurridiza piel. Era tal la sensación que provocaba en los demás seres vivos,
que no dudaban en regalarla alabanzas y palabras bonitas, haciendo con ello, y sin
querer, que la ballena fuese cada vez más y más presumida y pagada de sí misma.
Aquella ballena se pasaba medio día frente a su espejo en el fondo del mar, y la
otra media arreglándose las barbas en la superficie, ignorando a cuantos se
acercaban a ella educadamente tan solo para agradarla. Tan coqueta se volvió la
ballena, que fue agriando cada vez más su carácter, adquiriendo una soberbia y un
orgullo poco adecuado para convivir con los demás:
Soy el ser más precioso del mar. ¡La ballena más elegante, bella y refinada que
jamás se ha visto! Soy el ser más precioso del mar- Repetía una y otra vez la ballena
presumida a modo de cancioncilla.
De este modo, la ballena se alejaba cada vez más del resto del mundo, aislándose
en su propio planeta lleno de egoísmo y arrogancia. Y así transcurrían los días
plácidos de la ballena, hasta que un día, tuvo la mala suerte de toparse con unos
pescadores desalmados que no dudaron en tender sus redes sobre ella. Tan grande
era la red y tan fuerte la forma en que la ballena infravaloraba a todo el mundo, que
sin ninguna dificultad consiguieron atraparla en su red. Qué asustada se veía a la
ballena, que a pesar de su gran cuerpo, era incapaz de buscar la forma de zafarse
de ella… Afortunadamente, todos aquellos seres vivos que la admiraban y la
regalaban palabras bonitas cada día, fueron testigos de su captura y, sin dudarlo,
se abalanzaron sobre la red hasta destrozarla y conseguir liberarla.
La ballena quedó muy agradecida con la actitud de todos sus vecinos y aquello le
sirvió para aprender a querer y para respetarlos a todos, olvidándose de los peligros
del egoísmo, del orgullo y del desprecio.
EL SOL Y LAS RANAS

Las ranas de una apacible y pequeña laguna estaban muy alarmadas y casi muertas
de susto. El día antes el astro rey, el Sol, las había alertado que ya todo no seguiría
siendo igual que antes, pues él había decidido variar su rumbo.
En breve comenzaría a iluminar la Tierra solo durante seis meses, por lo que el resto
del año sería una etapa de oscuridad y frialdad.
Las ranas comprendieron de inmediato lo que esto significaría para la vida, tal cual
la conocían.
Los charcos se secarían, los ríos irían perdiendo su cauce hasta desaparecer, ellas
no podrían calentarse como antes y los insectos de los que se alimentaban dejarían
de existir.
Desesperadas comenzaron a quejarse y a pedir a las fuerzas divinas por su
conservación, no sin protestar y demandar por lo que les parecía justo a ellas.
Desde lo alto una voz atendió su llamado y les preguntó:
-¿Piden clemencia sólo para ustedes o para todos los seres vivientes del planeta?
– Pues para nosotros. ¿Por qué habríamos de preocuparnos por otras especies?
Cada cual que cuide y pida por lo suyo.
-Así les irá –replicó la voz, que desde entonces se desentendió de los pedidos de
las ranas por su egoísmo.
Ciertamente el sol no dejó de brillar, pero desde entonces las ranas son animales
con muy pocos amigos, y todo por el egoísmo de aquellas de una pequeña laguna,
capaces solo de preocuparse por su bienestar y desentendidas de todo lo que les
rodeaba.
Leyendas El cuervo y la sed

Cuenta la tradición que el dios Apolo era un dios muy impaciente al que le gustaba
ser servido con rapidez y eficacia. No perdonaba a aquellos que vagueaban o que
dudaban un minuto su quehacer.
Un día de primavera, Apolo envió al cuervo que le hacía las funciones de sirviente
en busca de agua con la que poder calmar la terrible sed que padecía aquel día por
el calor repentino.
– No tardes- Advirtió Apolo al cuervo.
Tras aquellas breves palabras el cuervo partió en busca de agua. Durante el camino,
una gran espiga verde surgió ante el cuervo frenándole la marcha:
– ¡Qué espiga tan tentadora! Pero esperaré a que madure para que sea aún más
sabrosa- Se dijo el pájaro.
De este modo, el cuervo se olvidó de su cometido y tardó mucho tiempo en volver
y en cumplir la tarea que le había encomendado Apolo, el dios impaciente. Y tras
su acción, fue condenado a padecer sed durante todo el estío.
LA RIQUEZA Y LA
POBREZA

Existió, hará un largo tiempo, un humilde hombre que vivía en la más absoluta
pobreza. Este hombre tenía un hijo muy egoísta, que cansado de no recibir de su
pobre padre cuanto le pedía, decidió que era hora de marcharse a iniciar su propia
vida, llena de más caprichos y lujos.
Transcurridos unos cuantos años desde la partida de su hijo, el padre habría logrado
salir adelante con muy buen pie, enriqueciéndose de tal forma gracias a sus
negocios en el mundo del comercio, que se había trasladado de casa y de ciudad,
rodeado de mil y una comodidades. Su hijo, por el contrario, no había conseguido
salir de la pobreza, y caminaba mendigando de pueblo en pueblo y viviendo gracias
a la ayuda de las gentes.
Aquel padre, a pesar de haber abandonado su vida anterior y haberse convertido
en un hombre con tanta suerte, no conseguía olvidarse de su hijo, lamentándose
día a día de su marcha y soñando con su llegada:
¡Dónde estará mi hijo! Yo ya soy viejo, y ¡desearía tanto que pudiese acompañarme
en mis últimos días de vida, y heredara con mi despedida toda mi riqueza!
Y, cosas del destino, ocurrió que su hijo buscando limosna, llegara a la ciudad a la
que se había traslado el padre y que tocara a su misma puerta. Tan cansado de
caminar de allá para acá, el hijo ni siquiera reconoció a su padre, que se encontraba
reposando placenteramente sobre un sillón de buena mimbre en el porche
ajardinado de su gran casa.
Pero el padre sí reconoció a su hijo, y muy emocionado se levantó de su sillón para
darle un gran abrazo, así como la bienvenida a su nuevo hogar. Sin embargo,
aquello no tuvo nunca lugar, porque el hijo, asustado ante tanta riqueza y temeroso
de ser humillado, salió corriendo de allí como alma que lleva el diablo.
LA YELENDA DEL SOL Y LA LUNA

El Sol y la Luna eran dos enamorados, su amor no tenía límites pues era en
esencia puro.

Era tan grande su amor que era absolutamente maravilloso, extraordinario.

Y fue así como Afrodita, la diosa de la belleza y el amor, sintió celos, deseando
poder sentir tan grande amor.

Y entonces Adrodita se presentó frente al Sol, con toda su belleza, haciendo gala
de su máximo poder de seducción, poder tal que ninguna mujer puede manejar
también como ella.

Pero ante la sorpresa de Afrodita, el Sol le dijo, - mi señora sé que sin duda usted
ha de ser la mujer más bella que existe y su dulzura mayor que la de cualquier ser
mundanal. Pero mi corazón solo es de la Luna, mi amada esposa, pues para mi
ella es la más deseable más que el oro puro. La Luna es para mí como la miel que
destila del panal.

Entonces Afrodita indignada al no poder tentar al Sol y darse cuenta que su amor
superaba incluso a los dioses, ordenó separarles para siempre.
Y así mandó al Sol salir solo de día y a la Luna de noche y de esta manera nunca
se encontrarían y ese amor se agotaría.

Sin embargo, dicho amor nunca se terminó y un buen día llego la bendición de
Zeus, el cual quiso apiadarse y no pudiendo deshacer la orden de Afrodita, le dio
una posibilidad, y le dijo al Sol que cuando quisiere ver a su amada debía
esforzarse al máximo y entonces podría ver el borde del rostro de su amada.

Desde entonces en los días cuando la temperatura es alta, es que el sol brilla con
toda su intensidad y se puede ver la silueta de la Luna en horizonte y el Sol quiere
mirar desde lejos a su
amada Luna.
El pescador y la Diosa: Leyenda

Vivía en la isla griega de Lesbos, un muchacho llamado Faón, que se ganaba la


vida transportando viajeros y mercancías en su barca.
Estaba un día Faón junto al embarcadero de la isla, cansado de las faenas de la
jornada, cuando una pobre mendiga, desastrada y con evidentes muestras de no
poder pagarle el viaje, le pidió que la condujese hacia Asia Menor.
– Sube, mujer. Te llevaré de buen grado.
A Faón le había conmovido su aspecto y, olvidándose de su cansancio, hizo
navegar su barca con una ligereza asombrosa. De este modo, poco después
llegaban a la costa de Asia. Una vez allí Faón sacó de su bolsillo la mayor
moneda que tenía y la entregó a la mendiga para que pudiera continuar el viaje.
– Gracias, muchacho. Y para que veas mi agradecimiento, toma este obsequio.
Se trataba de un vaso del perfume más extraordinario que jamás había llegado a
oler. Y con aquel perfume misterioso en las manos, Faón quedó conmovido y
atrapado por una fuerza que parecía embriagarle el corazón. Y tras esto, el
humilde pescador comprendió que había llevado en su barca a la mismísima
Venus, la diosa del amor.
POESIAS

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