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La perfección que habita en la

imperfección
Pedro González Núñez · 15 mayo, 2016
 La escala de ansiedad de Hamilton
 Cómo desarrollar un Yo fuerte según
Sigmund Freud
 El uso de lenguaje para cambiar la
mente: la herencia de Milton Erickson

Curiosamente, una de las mejores frases


sobre la imperfección no surgió de los labios
de un filósofo afamado o de un célebre
psicólogo. Fue un actor italiano, Vittorio
Gassman, quien afirmó que “nuestras
imperfecciones nos ayudan a tener
miedo. Tratar de resolverlas nos ayuda
a tener valor”.
Tal vez resulte irónico y llamativo, pues es
fácil pensar que lo perfecto hubiese sido que
un gran filósofo de talla mundial e histórica
recitase las sentencias más perfectas sobre
la imperfección. Sin embargo, el ser
humano es imperfecto, de ahí
que cualquier persona, por muy
insignificante que se sienta, sea capaz
de llevar a cabo grandes hazañas.
No obstante, es sensato pensar que todo
individuo cometerá errores a lo largo de su
devenir vital. ¿Significa esto que no puede
ser feliz? ¿Hemos de purgar eternamente
nuestra mente por cada fallo realizado? La
respuesta es no, pues en nuestra propia
imperfección habita la perfección. Todos
podemos ser perfectamente
imperfectos.
“No quieres a alguien porque sea perfecto.
A las personas las quieres a pesar de que no
lo son”
-Jodi Picoult-
La terapia de la imperfección
Adam Smith dijo una vez que “si
abordas una situación como un asunto
de vida o muerte, morirás muchas
veces”. Esta sabia sentencia es perfecta
para abordar una teoría psicológica que ha
desarrollado una metodología clínica propia,
la terapia de la imperfección.
Con grandes defensores como su propio
creador, el Doctor Ricardo Peter, profesor de
la UDLAP, investigador y psicoterapeuta,
esta terapia trata de concebir un
tratamiento eficaz para los trastornos
del perfeccionismo, hoy mucho más
integrados en la sociedad de lo que muchos
podamos pensar.
En este caso, la terapia de la
imperfección parte de una base
peculiar, pues su propio nombre podría
resultar erróneo y equívoco, ya que
aquí se habla de ‘encuentros’, en lugar
de la clásica sesión terapéutica.
Al establecer ‘encuentros’, se busca situar
en el mismo plano al terapeuta y a la
persona que recibe la sesión, desvirtuando
así cualquier inclusión de ventaja o
desventaja de ambos actores. La misión
del terapeuta es explorar la auto
comprensión de la persona.
La imperfección del ser humano
La idea de dedicarle un artículo a la teoría
de la imperfección se debe a una
contradicción: a sabiendas de que somos
imperfectos, en muchos casos no nos
cansamos de enfrentarnos a nuestra
propia naturaleza. De hecho, la
incomodidad de algunas personas es tanta
que convierten este duelo en una obsesión.
Sin embargo, la perfección llevada al
límite no ejerce ningún tipo de
influencia positiva sobre la psique
humana, pues ni siquiera somos capaces
de definir con exactitud en qué consiste. ¿Un
círculo, una esfera, un trabajo
perfectamente llevado a cabo…?
En torno a la existencia de la idea de
perfección ha nacido un debate en el que
han participado especialistas de todas las
épocas y ramas de la ciencia. Actualmente,
la polémica sigue abierta ya que no existe
un acuerdo que lo haya cerrado. Pese a las
discrepancias, sí hay una corriente que goza
de un buen respaldo y que defiende que la
perfección no existe y estos son algunos de
sus argumentos:
 Platón buscó a lo largo de su vida la
idea perfecta y definitiva, a la que solo
se puede llegar encontrando la
perfección. ¿Crees que lo consiguió?
 Otras corrientes filosóficas evolutivas
establecen que tras la perfección no hay
nada más. Si el mundo está en
constante movimiento y evolución, y
nosotros somos parte de este mundo, es
evidente que no podría existir tal
perfección.
 Existe también una corriente de
pensamiento que establece que la
perfección no existe, pero sí el
perfeccionismo. La idea de hacer algo
cada vez mejor no significa que un día lo
lleves a cabo de forma perfecta, pero
invita a mejorar.
La perfección de la imperfección
¿Existe alguna conclusión lógica en este
sentido? Lo cierto es que es probable que sí.
Pero no hay una respuesta correcta
únicamente, sino tantas como procesos de
pensamiento y seres humanos habitamos
sobre este planeta.
Lo que para alguien puede parecer perfecto,
para otros tal vez sea profundamente
equivocado. La perfección parece ser
una idea, una imagen, una utopía que
debería convertirse en el motor para hacer
que las personas seamos cada vez mejores
y no un líquido en el que nos hundamos
lentamente sin otra posibilidad que la de
terminar ahogados por el propio anhelo.
“Pero ¿Acaso muchos jardines no son
hermosos porque son imperfectos?”
-Libba Bray-
Sea como fuere, cualquier ser humano
puede ser perfectamente imperfecto.
Dentro de todos nosotros existe la voluntad
de mejorar, la necesidad de ser más felices
o la imagen utópica de nuestro mundo
perfecto. Solo de nosotros depende, no
tanto construir algo perfecto, como sí algo
mejor.
DISFRUTAR LA IMPERFECCIÓN

Me he dado cuenta de que una de las cosas


que más me paraliza es pretender la
perfección.
Siempre me ha gustado hacer las cosas muy
bien y tiendo a exigirme mucho para dar lo
mejor de mí. Pero cuanto más me exijo
para intentar hacerlo perfecto, más me
paralizo.
Y de un tiempo a esta parte por fin me he
dado cuenta de que realmente querer ser
perfectos no conduce a nada bueno.

LA REALIDAD ES QUE NO SE PUEDE SER


PERFECTO
Es cierto que querer mejorar y aprender nos
hace crecer. Pero una cosa es querer
mejorar en relación a lo que hemos hecho o
sido antes y otra pretender hacerlo todo
perfecto, de forma ejemplar, sin fallos ni
pequeñas imperfecciones, y en comparación
con los demás.
Entrar en esta dinámica es agotador.
Quieres hacer, pero como eres incapaz de
hacerlo todo tan bien y bonito como tu
mente quiere, al final te bloqueas y no haces
nada. Al mismo tiempo te exiges porque
debes hacer algo y avanzar, pero no sabes
cómo satisfacer tu perfección. Así que
entras en una espiral incómoda de “quiero
pero no puedo” que te impide avanzar.

ACEPTAR QUE SOMOS IMPERFECTOS


Aunque es obvio que somos imperfectos y
que no podemos hacerlo todo como
queremos, me ha costado lo mío aceptarlo.
Obviamente lo sé (y siempre lo he sabido),
pero cuando te acomodas en una forma ser
y pensar, verlo y salir cuesta lo suyo.
Se trata de aceptarlo y practicar la
imperfección.
Y lleva su tiempo.
Supone hacer las cosas bien, pero olvidando
la perfección. Dar lo que se puede en cada
momento, pero aceptando las
imperfecciones y disfrutando de lo que se
hace aunque el resultado no sea tan
estupendo como nos gustaría.

APRENDER A DISFRUTAR LA
IMPERFECCIÓN
Done is better than perfect.
Hace tiempo que descubrí esta frase y
procuro tenerla siempre presente.
Se trata de ser conscientes de que no será
perfecto, pero aún así superar nuestro
miedo al error y hacerlo. Se trata de
permitirnos ser imperfectos y aún así,
disfrutar de lo que somos y lo que
hacemos. Se trata de hacer y disfrutar del
proceso, sin estar tan centrados en el
resultado. Se trata de hacer sabiendo lo que
quieres y lo que puedas dar, pero sin
exigencias poco realistas. Se trata de
aceptar que somos imperfectos y
hacemos cosas imperfectas, pero aún
así seguimos siendo nosotros y la vida
sigue siendo maravillosa.

Reflexión: la maravillosa imperfección


humana
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OPINIÓN.- Como si las imperfecciones


fueran un pecado, todos en estos días
queremos ser perfectos. A penas saliendo
de la adolescencia, vamos corriendo al
ortodoncista a colocarnos brakets para lucir
una sonrisa digna de anuncio de pasta
dental, nos matamos con dietas y ejercicios
para lucir el cuerpo de una top model (en
mis días del colegio, un regalo de
graduación era una joya o algo así, ahora las
niñas están pidiendo liposucción y
tratamientos con láser), luego empezamos
con las cremas “Anti Age” en los catálogos
de cosméticos… y cuando las cremas no
funcionan, le damos la bienvenida al bisturí,
bótox etc. Así es como de repente te
encuentras con la foto de un conocido en
una revista que en vez de pasar de la vida
adulta a la vejez, pasó de ser adulto a
convertirse en “una cosa” (se han estirado
tanto que parecen “una cosa”). Todo, por
obsesionarse con ser perfectos.

Querido Dios: Ayúdame a aceptar el paso


del tiempo con dignidad… ¡Amén!
En estos días leí una nota que hablaba de
asimetría, trataba el asunto desde el punto
de vista de la moda (cortes de pelo, blusas,
vestidos, peinados… la asimetría está de
moda!) pero terminaba enfocando el tema
desde una perspectiva más humana, somos
seres asimétricos. Los dedos de nuestras
manos, la forma en que nos crece el pelo,
incluso nuestro lado derecho es diferente al
lado izquierdo. La imperfección que viene de
la asimetría nos hace bellos.
Si hace dos fotos de su lado derecho o de su
lado izquierdo y trata de unirlas para formar
un rostro, verá aparecer ante sus ojos un
ser extraño. Se imagina una persona con los
dedos del mismo largo? O el mundo siendo
un lugar tan perfecto que todos pensamos y
actuamos del mismo modo? Mejor ni lo
imaginamos, en los primeros casos sería
una criatura anormal, el ultimo convertiría
la aventura de vivir en una existencia
monótona y aburrida. Prefiero la asimetría;
el encanto, la belleza y las sorpresas que
trae consigo.
Para mí, la asimetría es perfección, pero
para quienes lo perfecto fue, es y siempre
será una línea recta, entonces les diré que
la imperfección es simplemente
maravillosa.
“tanto nadar para morir en la orilla” a veces
es lo que pasa con nosotros y nuestros
razonamientos. Licenciaturas, diplomados,
maestrías, doctorados y no terminamos de
entender que en este mundo nadie vive una
vida perfecta, peor aún, nos empeñamos en
aparentar que la nuestra lo es.
Mentiras, represiones, cirugías, secretos,
sacrificios, hairbrushing, todo para ocultar lo
que somos y/o representar algo que
simplemente no existe. Mentiras repetidas
hasta convertirse en una “verdad” que no
hace más que generar frustración, represión
de lo que la naturaleza grita por no ir en
contra de lo que es “moralmente correcto”,
cirugías para negar la identidad racial o
esconder las consecuencias de nuestros
propios excesos, sacrificios para disfrutar de
un estatus que no podemos mantener,
hairbrushing para vender un sueño de
perfección que ni las modelos más cuidadas
poseen … ¿A eso llamamos perfección?
Lamentablemente así lo concibe un gran
número de personas en nuestros días, algo
a lo que me resisto pero con lo que
inevitablemente tengo que convivir.
A veces no nos toca la vida que deseamos,
pero solo cuando dejemos de obsesionarnos
con ser personas perfectas que viven una
vida perfecta, encontraremos la manera de
hacer algo maravilloso con la realidad
asimétrica que nos ha tocado vivir.
Personajes como Bill Gates y Steve Jobs son
muestra de la magia que puede hacer la
creatividad ante el “fracaso”, estrellas como
Michael Jackson nos muestran en lo que nos
podemos convertir si nos obsesionamos con
una perfección que no existe.
Habrá altas y bajas, buenas y malas, quien
piense igual a ti y quien rechace tus
criterios. Esas diferencias nos hacen
especiales, nos impulsan a crear, a mejorar
y hacen de la vida una maravillosa aventura.
Una colaboración de Fiores
Florentino @fioresita para @Culturizando
Defensa perfecta de la imperfección
Posted on 10 noviembre,
2014 por danieltubau

Agosto de 2004 en Chequia o en Eslovaquia


Me gusta lo imperfecto no porque sea
imperfecto, no porque yo me proponga
apreciar lo imperfecto y alejarme de lo
perfecto. No. Lo que sucede es que descubro
que me gusta lo imperfecto cuando pienso
en las cosas que me gustan y veo que casi
todas son imperfectas.
Pero no exijo ni busco la imperfección. Eso
sería una busqueda artificiosa.
Hay sensaciones perfectas. Es perfecto
caminar por la calle y sentirse feliz. Es
perfecta la vida cuando estás en una
discoteca y bailas y la gente baila y también
parecen felices. Es perfecto leer algo que te
gusta y descubrir una coincidencia tan
hermosa que parece que el autor ha querido
expresar algo que le dijiste ayer, a pesar de
que no le conoces. Estas son sensaciones o
experiencias perfectas.
Pero las cosas no sé si pueden ser perfectas.
¿Son perfectas las puestas de sol cuando
estás cansado de verlas y preferías que
fuese de día? Las cosas de la naturaleza, los
árboles, las montañas, los ríos, no sé si
pueden ser perfectas.
Y no es a ese tipo de cosas a lo que quiero
referirme aquí.
Aquí quiero referirme a las cosas creadas
por el ser humano, al arte y a todas esas
creaciones que todos llamamos bellas,
excepto los profesores de estética que dejan
escapar la belleza entre las mallas perfectas
de sus definiciones.
Pues bien, los cuadros, los diseños, el baile,
el teatro, el cine, cuando son perfectos me
producen a menudo rechazo y casi siempre
me mantienen lejos, apartado,
emocionalmente apartado.

Algún dandy decía que la ropa nueva


endominga: hay que ponerse la ropa nueva
un día o dos en privado, en casa, antes de
salir a la calle. Si un traje es demasiado
perfecto hace que todos se fijen más en el
traje que en quien lo lleva. Yo no quiero que
mi traje importe más que yo. El traje está
para ayudarme a mí, no yo al traje, del
mismo modo que Jesucristo dijo con acierto
indudable que el domingo estaba hecho
para el hombre y no el hombre para el
domingo.
La perfección somete las cosas a la forma en
la que son expresadas de un modo tan
extremo que se hace a menudo insoportable
o insulso. Los bailarines que no se equivocan
en un sólo paso, que mueven brazos,
piernas, pies, dedos y barbillas con precisión
milimétrica, son tan esclavos de su
perfección que a menudo sufren durante
días por un error que sólo puede haber
percibido alguien tan obsesionado como
ellos.
En el siglo XX el ballet se liberó en parte de
la tiranía insoportable de la perfección y
nació la danza contemporánea, que
recuperó lo que era bailar y que había sido
olvidado a partir de la época reglamentista
de Luis XIV. Pero algunas de las nuevas
maneras de danzar también empiezan a
oxidarse en normas y en una obsesiva y
absurda búsqueda de la perfección. De vez
en cuando, es cierto, surge un bailarín que
parece capaz de alcanzar al mismo tiempo
la perfección académica y la expresión
vívida, que traspasa los límites. Estos
bailarines suelen ser controvertidos en sus
inicios, y al final son castigados en cuanto
cometen un pequeño error, en cuanto el
engranaje ya no no se mueve como una
máquina sin fallo. No hay que olvidar que la
crítica de danza parece encargarse a jueces
de gimnasia más que a personas capaces de
apreciar la belleza.
Lo cierto es que yo disfruto más con los
pequeños espectáculos imperfectos que con
esas grandes y virtuosas coreografías en las
que no consigo ver a la persona que se ha
vestido de artista.
También suelen gustarme las películas
imperfectas o que al menos lo parecen.
Shakespeare es imperfecto siempre o casi
siempre y durante muchos años sus
comentadores se han asombrado al
descubrirlo. No han podido ocultar la
imperfección de Shakespeare y sin
embargo, ellos y nosotros, casi todos
nosotros, consideramos que Shakespeare es
el más grande.
La explicación de esta aparente paradoja tal
vez sea sencilla y algunos la han intuido ya,
al menos desde que Samuel Johnson
escribiera su célebre Prefacio a
Shakespeare: la grandeza y la imperfección
no sólo no son cosas opuestas, sino que se
alimentan la una a la otra.
Cuando construimos un disco, una cinta, un
CD o un archivo digital con nuestras
canciones favoritas, nos sorprende
descubrir, al escucharlo, que la suma de
tanta belleza no iguala a lo que cada canción
suponía por separado. Parecería que, por
una vez, el todo es menor que sus partes.
¿Cómo es posible? La razón es sin duda
que las cosas nos aburren cuando son
iguales. Si cuentas siempre lo mismo y de la
misma manera el espectador, el oyente o el
lector se aburrirá, pero eso sucederá tanto
si lo que cuentas es muy lento como si es
extraordinariamente movido.
Cuando todo permanece igual acaba
cansando, porque el cerebro necesita
novedad, al menos un cerebro sano, y si las
cosas no cambian, el cerebro acaba
acostumbrandose y busca cosas nuevas, a
menudo fuera de la narración. Pero si todo
cambia constantemente, el cerebro también
acaba aburriéndose de la monotonía del
cambio continuo. Se puede ser plano,
monótono, tedioso y repetitivo por abajo,
pero también por arriba. Se puede ser
aburrido en lo mediocre y aburrido en lo
sublime.
Escribí este texto en un viaje imperfecto y
delicioso con Ana Aranda, precisamente
cuando nos equivocamos al tomar un tren y,
en vez de ir a Bratislava, en Eslovaquia,
fuimos a Břeclav en Chequia.

Pasamos una noche en Břeclav y al día


siguiente quedó este testimonio de que
habíamos estado allí.
No parece razonable pensar que tantas
imperfecciones en la obra de Shakespeare
sean calculadas, pero tampoco se pueden
atribuir sólo a la inconsciencia o la torpeza.
Creo que, como todo artista, Shakespeare
intentaba hacer las cosas bien, pero que no
se preocupaba tanto de ello que sólo
pensase en hacer las cosas bien. Preferia
seguramente hacerlas, aunque fuera mal,
que no hacerlas.
La imperfección, sencillamente, no tiene por
qué buscarse: sobreviene inevitablemente.
La perfección, por el contrario, sólo puede
existir si la buscas y sólo la puedes
conseguir si te ajustas a unas reglas
trazadas previamente, si sigues unos
cánones diseñados para la visión y la crítica
puntillosa e inmisericorde de los expertos.
Por eso, cuando los dogmas artísticos caen,
suelen morir con ellos las obras que
respiraban tan sólo en ellos: su dependencia
era tan absoluta que apenas les queda nada
propio. Sin embargo, a menudo sobreviven
las obras imperfectas, las que no lograron
ajustarse a esa perfección canónica.
Del mismo modo caen los sistemas
filosóficos que se alzan como edificios
perfectos: cuando ya a nadie le gusta esa
arquitectura mental, tampoco interesan los
muebles, pues estaban tan adaptados a la
forma de las paredes que no pueden usarse
en otra casa. Las ideas, los argumentos y
los conceptos que dependen en exceso de
una metafísica concreta suelen morir con
ella. Por eso, cualquiera puede leer todavía
lo que escribió Montaigne, pero sólo los
profesores o los filósofos profesionales leen
lo que escribieron Hegel o Kant.
Afortunadamente, nadie es perfecto aunque
lo pretenda, y algunas cosas de Kant, Hegel
o Spinoza sobreviven a pesar de sus
sistemas dogmáticos y perfectos.
Porque, como dije antes, el mayor defecto
de lo perfecto es que resulta tan frío, formal
y falto de interés como un traje nuevo: da
igual quien lo lleve porque lo único que
importa es el traje: los artistas perfectos lo
único que hacen es pasear un traje nuevo
ante la vista del público.
Břeclav
*************
[Escrito en Břeclav (Chequia), el domingo 9
de agosto de 2004: “Un error nos ha llevado
a este pequeno pueblo checo en vez de a
Bratislava, la capital de Eslovaquia.
Aprovecho para corregir aqui este texto que
escribi en Barcelona]
La imperfecta perfección
Posted on 16 mayo,
2013 por danieltubau
Estaba chateando hace unos días con una
amiga. Me extrañó que tardase tanto en sus
respuestas y le pregunté si es que corregía
las frases que escribía antes de enviarlas.
Me dijo que sí: “Ya sabes que soy muy
perfeccionista”. Y lo es, sobre todo en lo que
se refiere al lenguaje.
Yo no soy nada perfeccionista, como puede
advertir cualquiera que visite esta página, y
me interesa tan poco la perfección que he
escrito un ensayo titulado Defensa perfecta
de la imperfección.
Ahora bien, lo anterior no significa que no
intente hacer las cosas bien, o que las haga
mal a propósito. Aunque una de las
tendencias del diseño actual es hacer las
cosas mal a propósito, a mí eso casi siempre
me parece pretencioso. Algo muy semejante
a lo que contaba Ortega y Gasset de la
plebeyez o casticismo: el gusto de las clases
altas por lo plebeyo. Cuando todos los
españoles se vestían como el bandido Luis
Candelas.
No sé si era Thorstein Veblen en su Teoría
de la clase ociosa quien contaba que la
plebeyez fue durante mucho tiempo la
afición de la aristocracia, que de este modo
conseguía distinguirse de los burgueses. En
efecto, puesto que la mayor ambición de los
burgueses era imitar a los aristócratas y
distinguirse de los pobres, los aristócratas
se vestían de pobres para no parecer
burgueses, porque, aunque lo hicieran, todo
el mundo sabía que no eran pobres. Pero si
un burgués se vestía de pobre entonces
parecía lo que no quería parecer: un pobre.
Por eso en Francia no era sorprendente ver
hace poco a un conde en un Dos Caballos,
coche que la marca Citroen hizo para que los
campesinos trasportaran las patatas, pero
nunca se habría visto a un ejecutivo
ambicioso en tal vehículo. Por eso en Silicon
Valley los multimillonarios jefes de las
empresas visten jeans gastados y
camisetas, mientras que sus abogados y
altos ejecutivos llevan traje y corbata.
El que para mí es el coche más hermoso del
mundo: el dos caballos
Así que, decía hace un rato, intento hacer
las cosas bien, o al menos no intento
hacerlas mal, pero lo cierto es que no me
preocupa equivocarme, e incluso siento una
cierta satisfacción cuando me doy cuenta de
que me he equivocado en algo y rectifico.
En lo del chat, le dije a mi amiga que no
cometer faltas de ortografía en un chat
quizá estaba bien, pero que la perfección del
chat no era esa, sino contestar con cierta
rapidez para que el otro no se aburra. Y si
hay faltas de ortografía no pasa nada:
cualquier persona sensata será tolerante y
flexible en una situación semejante.
Porque, aún suponiendo que la perfección
fuera deseable, no se puede aplicar de la
misma manera a todas las cosas. La
perfección de un delicioso diálogo en una
obra de teatro de Oscar Wilde, suele resultar
pesada y artificiosa en los diálogos de la vida
real.
Como decía el filósofo Rosenzweig, la
característica fundamental del diálogo,
su perfección o virtud en el sentido clásico,
es la novedad, lo inesperado, lo no
previsible. En un diálogo verdadero suceden
cosas que no podemos prever, y nos
suceden tanto a nosotros como a los demás.
Después puede ocurrir que un diálogo se
congele y quede petrificado en la escritura
(lo escrito permanece, lo hablado vuela) y
que incluso así sea hermoso, pero ya no será
propiamente un diálogo. Los diálogos con
Sócrates sin duda eran una delicia, pero tal
vez sus transcripciones por Platón o
Jenófanes son más interesantes para un
lector, porque el diálogo, como a veces el
chat, no consiste sólo en palabras, sino
también en silencios, en gestos y ritmo y
movimiento. Y por eso el diálogo, el diálogo
real, muere al ser escrito.
No se puede dialogar como quien dicta
conferencias, escribe ensayos demoledores
o da una clase a sus alumnos. No puede uno
decirlo todo bien, no puede emitir frases
redondas, sin ambigüedad y sin errores.
Tiene que expresarse mal de vez en cuando,
no a propósito, sino de manera natural:
tiene que meter la pata y rectificar.
A veces, en una conversación, nos gustaría
decir algo muy interesante y muy ingenioso,
pero a menudo tenemos que renunciar a
ello, porque la conversación ha derivado
hacia otro lado: no podemos imponer
nuestra conversación a los demás, ni
someterlos a un tercer grado, porque eso es
un interrogatorio o un examen oral, no un
diálogo. Thomas De Quincey decía que una
de las grandes virtudes de Kant era que en
las charlas de sobremesa, que solía hacer
con comensales de diversas procedencias,
casi nunca hablaba de filosofía y mucho
menos de sus propios trabajos.
En cada terreno hay que saber aplicar la
idea de perfección, virtud o adecuación. En
lo que se refiere a la expresión precisa de
las ideas, se podría hacer una escala de
menos a más, en la que el diálogo sería el
primer peldaño, el chat tal vez el segundo;
un correo electrónico, el tercero; unas notas
personales en un cuaderno, el cuarto; una
idea desarrollada a modo de borrador, el
quinto; una entrada en una página web, el
sexto; una clase, el séptimo; una
conferencia, el octavo, un ensayo para
publicar, el noveno; un tratado o trabajo de
investigación, el décimo.
Pero seguramente se me olvidan algunas
otras cosas que se pueden hacer con las
ideas, como pensarlas, que no sé si estaría
en el grado más inferior de la escala o en el
tercero.
Y tal vez se puedan encontrar estadios
intermedios. Yo, por ejemplo, considero que
una entrada en un weblog exige menos
precisión, exactitud y cuidado, que un texto
escrito para otros tipos de página web, en
mi caso, digamos que para el Museo de los
Mundos Paralelos o para La página noALT.
Por eso, a veces casi a propósito, escribo
aquí cosas bastante flojas y apresuradas
para no caer en una autoexigencia que me
bloquee. Busco, pues, una manera más
rápida y espontánea de escribir, que
también me gusta. Porque hay que evitar
convertirse en esclavo de nuestra propia
medida de perfección y de las de los demás,
para no perder ese placer que tan bien se
expresa en esa frase de Chesterton que no
me canso de repetir: “Las cosas que vale la
pena hacer, vale la pena hacerlas mal.”
**********
[Publicado en 2006 en Escrito en el agua]
La perfección de la imperfección

La profesora investigadora Brené Brown


dice esto sobre la imperfección: “Las
imperfecciones no son deficiencias; son
recordatorios de que todos estamos juntos
en esto”.
Uno de los significados de la
palabra perfecto es “absoluto e inequívoco”.
Creo que la mayoría de nosotros han
renunciado al intento inútil de tratar de ser
perfecto. Bueno pues, espero que sí. Parece
que sirve de poco tratar de ser perfecto. Y
de todos modos hay una cierta arrogancia
que forma parte de ello—tratar de ser
perfecto supone que ustedes saben lo que
sería perfecto. Así que esto es lo que creo
que podemos hacer: Podemos soltarnos a lo
que es perfecto. Podemos entregarnos a lo
que es perfecto. Y al entregarnos a lo que es
perfecto y celebrar eso y expresarlo,
podemos llevar lo que es perfecto a este
mundo.
La palabra perfecto se refiere a algo que
está presente en esencia, aunque quizás no
se manifiesta todavía. También es algo que
puede resultar bien en el mundo manifiesto.
En el proceso de la Creación, las cosas
pueden resultar en un punto de plenitud y
perfección—por lo general solo por un
momento. En ese momento, ustedes
pueden tocar la perfección. Tan pronto como
lo hacen, las cosas comienzan a cambiar, a
crearse de nuevo en alguna otra perfección
para tener lugar en algún momento en el
futuro. Eso significa que la perfección que
conocemos está disponible constantemente
en lo Invisible y solo fugazmente en
nuestras vidas a medida que las vivimos, de
forma manifiesta.
Otra manera de decir esto es que todo lo
que nos rodea está en proceso. Estamos en
proceso como seres humanos. Y también
todos los demás. ¡Como si no se hubieran
dado cuenta de eso! El arte de vivir se trata
de estar en relación con lo que es perfecto,
y luego incorporarlo a la imperfección de la
vida. Es traer la perfección que está
disponible dentro de nosotros y darle
expresión a todo lo que está en proceso, de
manera que adelante el proceso y permita
que las cosas resulten bien en algún tipo de
perfección fugaz.
Esta misma mañana le escribí a alguien.
Podría haberle escrito básicamente lo
mismo a casi cualquier persona que
conozco, y sin duda alguna podría haberlo
escrito para mí mismo. Así que confío en que
nadie se tome esto demasiado
personalmente.
Digo que el camino para lograr el dominio
personal es aceptar el proceso en el propio
campo creativo de uno, y todo lo que está
en ese campo, tal como es. Luego ayudar a
que tu campo cumpla su destino; a que
cumpla su mayor potencial.
Me parece que casi todo de lo que hablas es
parte del regalo que tienes para tu mundo.
Ese regalo se torna amargo si se convierte
en una crítica a lo que los demás hacen o
no. Se torna dulce para ti y para tu campo
cuando das ese regalo de buen grado y sin
demandas—como una invitación abierta a
los demás. Al mismo tiempo, puede que
haya otros regalos que tienes para dar en
los que no estés pensando en este
momento.
Sí creo que lo acabo de decirle a este amigo
mío representaría un cambio radical para la
mayoría de las personas. Con demasiada
frecuencia podemos estar tan involucrados
en las imperfecciones del proceso de la
vida—y, sobre todo, en la imperfección de
las otras personas—que no damos nuestro
regalo. No llevamos la perfección al proceso.
Buscamos perfección en el proceso cuando
no está ahí. Buscamos perfección en las
otras personas y no está ahí. ¿Qué se pierde
en todo esto? La perfección del potencial
dentro de nosotros que tenemos para llevar.
Todo lo que estábamos buscando está
cargado de potencial en el reino invisible de
la posibilidad. Es la potencialidad de nuestra
expresión, esperando a que la saquemos a
relucir.
Esto es lo que dijo el maestro espiritual
principal, Jesús, que se relacionaba con
estas cosas:
Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro
Padre que está en los cielos es perfecto.
Nosotros, por nosotros mismos, no somos
tan perfectos, pero hay algo dentro de
nosotros que sí lo es. Denle expresión. El
Padre dentro de nosotros es el potencial
dentro de nosotros, el Espíritu que está
dentro de nosotros. Eso es perfecto. Denle
expresión a eso. Nos volvemos perfectos
cuando hacemos eso. Pueden verlo en otra
persona—ustedes miran la perfección
cuando esa persona está expresando el
Padre dentro de ella, la potencialidad que
está dentro de ella. Ustedes podrían
cuestionar la forma como sale. Pero no
pueden cuestionar la perfección.
Jesús también trajo una visión profunda a la
manera en que lidiamos con la imperfección
que nos rodea. Su enseñanza era no
juzgarla.
Porque con el juicio con que juzgáis, seréis
juzgados; y con la medida con que medís,
os volverán á medir.
Nuestro juicio de la imperfección del mundo
que nos rodea es como un bumerán.
Creemos que se lo estamos haciendo a otra
persona, pero nos sucede internamente. Sin
darnos cuenta, estamos juzgándonos a
nosotros mismos cuando juzgamos a otra
persona.
Jesús también dijo esto:
Y perdónanos nuestras deudas, como
también nosotros perdonamos á nuestros
deudores.
Realmente experimentamos el perdón de
nuestra propia imperfección cuando
perdonamos la imperfección de los demás.
La implicación con la imperfección que nos
rodea hace que nos impliquemos con la
imperfección en nosotros mismos de esta
manera profana y espantosa y de juzgarnos
y avergonzarnos a nosotros mismos. Nos lo
hacemos a nosotros mismos cuando
creemos que se lo estamos haciendo a otra
persona.
La simple enseñanza de Jesús fue que nos
liberamos cuando perdonamos a las otras
personas. Esto les ahorrará una gran
cantidad de talleres, ¿verdad? O muchos
buenos libros de auto superación, si es que
realmente es así de simple. Perdónanos
nuestras deudas, como también nosotros
perdonamos á nuestros deudores. No se
necesita mucha oración, mucho
arrepentimiento, ir a la iglesia, meditación,
yoga o cinco encarnaciones
más. Perdónanos nuestras deudas, como
también nosotros perdonamos á nuestros
deudores. El hecho de que estamos en
proceso es perdonado por nosotros cuando
perdonamos a las otras personas por estar
en proceso. Cuando perdonamos sus
imperfecciones. ¡Inténtenlo!
Al hacer eso liberan la perfección que está
dentro de ustedes que podría ser una
bendición para la imperfección de los
demás. No es que se vuelven débiles y
enclenques e ingenuos sobre la
imperfección porque es que la sabiduría no
consiste simplemente en ver la
imperfección. Cualquier tonto puede ver la
imperfección de las otras personas.
Hablamos de esa imperfección como si
fuésemos muy doctos. Ver solamente la
imperfección de las otras personas es el
premio de consolación. Ver su perfección es
sabiduría.
Sin duda, una persona sabia puede ver la
imperfección de las otras personas. Puede
ver lo incompleto de lo que está sucediendo
en el mundo en general. Ustedes no tienen
que ser genios para saber que en nuestro
mundo está presente todo tipo de terribles
amenazas para la humanidad. ¿Debería
mencionarlas? ¿Pero qué desencadena la
perfección en medio de todo eso? ¿Qué
toma el proceso de lo que está sucediendo
para otra persona, o para el mundo, y lo
avanza hacia algún lugar bueno?
Para el mundo en general, creo que se nos
avecina mucha imperfección antes de que
resulte ser perfecto y bueno. Por supuesto,
esa es una de las falsedades del enfoque
humano habitual. Queremos que las cosas
sean perfectas, y tratamos de hacerlas
perfectas. Pero en muchos casos, tienen que
volverse más imperfectas antes de que
puedan ser perfectas. Y evitamos que se
vuelvan perfectas porque tratamos de
hacerlas perfectas ahora. Sin duda alguna
eso pasa con las personas. A veces las
personas necesitan estrellarse y quemarse
antes de que puedan salir a un buen lugar.
Y seguimos tratando de hacerlas perfectas y
apoyarlas y controlarlas. Eso se llama
facilitación. No funciona muy bien.
La clave para enfrentar toda la imperfección
en nuestra vida es saber dónde se encuentra
la perfección. Dejamos de poner nuestra
vida en espera—dejamos de esperar a que
las personas y las circunstancias que nos
rodean sean perfectas—cuando
reconocemos la perfección dentro de
nosotros. Verdaderamente, la perfección
nos espera, no al revés. Espera que la
adoremos, y nosotros adoramos la
perfección que está dentro de nosotros
cuando la dejamos salir; cuando le damos
expresión. Cuando obramos en
consecuencia y la compartimos como
nuestro regalo para el mundo. Cuando lo
hacemos, nos damos cuenta de que el
proceso de la Creación en sí es la perfección.
Vemos la perfección de la imperfección en
todo lo que está en proceso, sabiendo que
en su propia época y a su manera está
resultando bien. Está llegando a un punto en
el que la perfección se manifiesta mientras
el proceso creativo llega a un punto de
cumplimiento total.
David Karchere
dkarchere@emnet.org
August 28th, 201

La imperfección como terapia


Para penetrar a fondo en la problemática
condición del hombre hay que partir de su
deliberada, subrayo, deliberada ambición de
pretender desunirse de su finitud.
De hecho, la historia de la humanidad se
estrena con una preferencia del hombre por
ser perfecto. El relato bíblico, redactado,
cuando aún no existían
los manuales psiquiátricos por sabios en los
tiempos del rey Salomón, documenta de
manera poética pero profunda, el primer
trastorno ontológico-existencial del hombre.
Indudablemente, el hombre no apareció en
la historia con la vocación de quedarse de
brazos cruzados, afanado en poner nombres
a los animales del campo, a las aves del
cielo y a cada ser viviente (Gen. 2, 19) y, él,
por su parte, permanecer en un sueño
profundo.
La vocación del hombre es la de vivir
saltando de un despertar a otro. Y que, en
muchos casos, equivale a vivir cruzando de
infracción en infracción. De hecho, el mismo
relato subraya que fue creado a "imagen y
semejanza de Dios", es decir, con suficiente
chispa como para decidir sujetarse a un
mandato o desatenderlo, como fue en el
presente caso.
Por lo general, el hombre no sintoniza con
ninguna prohibición. Para transgredir sólo
necesita que le impidan algo. El hombre no
ignora que a través de sus decisiones
despabila su mente y alarga
su conocimiento. Si finalmente dio el paso
hacía el "árbol del bien y del mal" es porque
carecía de ese conocimiento y lo requería
para vivir y para sobrevivir.
Pero resulta que el primer paso fue el
equivocado, no por haber incumplido la
orden divina, sino por haber deliberado
desacertadamente, lo cual nos permite
asumir que el errar es
de marca antropológica. Precisemos que
hubiera sido más beneficioso para la
humanidad iniciar probando el Árbol de la
Vida y, seguidamente, degustar el Árbol
de la Ciencia del bien y del mal. Ambos eran
agradables a la vista y buenos para comer.
Pero al hombre todavía le faltaba astucia y
a Dios, en cambio, le sobraba. He aquí que
dijo: "Miren que el hombre ha venido a ser
como uno de nosotros, pues se hizo juez de
lo que es bueno y malo. No vaya ahora
alargar su mano y tome también del árbol
de la Vida. Pues al comer de este árbol vivirá
para siempre" (Gen. 3, 22). Dicho y hecho.
En un abrir y cerrar de ojos lo desalojaron
del jardín.
No sabemos a ciencia cierta si el primer
gesto de afirmación humana, ateniéndonos
a la narración bíblica, fue equivocada o no
desde el punto de vista divino, pues nuestro
punto de vista es muy distante del suyo. La
verdad es que nunca sabremos cuál era la
verdadera intención divina. Pese a que los
filósofos han hablado del mal como si fueran
Dios, todos sus argumentos de teodicea se
van a la basura. Dios no se maneja desde
conceptos humanos. A este propósito, el
salmista arguye que "los pensamientos del
Señor son más altos que
nuestros pensamientos, y sus caminos son
inescrutables". Así que incluso se puede
sostener que la prohibición fue una sutil
sugerencia para que el hombre no se
sometiera ni siquiera a su Palabra.
Transgrediendo el hombre alcanzó su
plena libertad ya sea para adorar o para
blasfemar. Y si desde su primer despertar,
el hombre topó con la serpiente que, por
supuesto, no estaba enrollada en un árbol,
como la pinta Miguel Ángel en la Capilla
Sixtina, sino cobijada en lo más íntimo de su
ser, es porque el hombre está marcado por
la capacidad de autodeterminarse.
El carácter decisional del hombre es de
antes del desacato y así se conservó durante
y después del mismo. La obediencia, igual
que el amor, tiene que ser un acto gratuito
y quien no es libre de desobedecer o de
dejar de amar, tampoco es libre para
obedecer o conservar una relación amorosa.
Sin embargo, nos queda claro que en el
momento en que quebrantó el primer
precepto trascendente, el hombre estaba
interesado en otro asunto. Le atraía más
indagar la naturaleza del bien y el mal que
observar una advertencia divina. Lo cual
prueba que el primer paso fue racional. Pudo
más la curiosidad, el hambre de saber, que
el respeto a la autoridad. El Adán del
Génesis es el más rancio progenitor
de Descartes quien pensando que existía
porque pensaba, llegó a plantear la duda
como método de investigación
A diferencia del Testamento cristiano, el
Testamento hebraico presenta un Dios
partidario del ajusticiamiento. Un Ser divino
que no merece ni siquiera el calificativo de
humano. Que sin decir "agua va", propina
castigos que sólo un paranoico podría
aplicar. La diferencia entre ambos
Testamentos es abismal. En tiempos del
Nuevo, en vez de recibir una túnica
de piel como refiere el Gen. (3, 21) Adán
hubiera obtenido la mejor ropa, le hubieran
colocado un anillo en el dedo, zapatos en los
pies y celebrado con música y baile (Lc. 15,
22-24).
La Biblia hebraica no toma en cuenta que
ese insurrecto, hecho a imagen y semejanza
divina, si bien tenía la pila de conocer bien
cargada, no así su chip neuronal que aún
carecía de un software para el manejo en
situaciones de apuros. Este programa lo
conseguiría un poco después, cuando se
descubrió desnudo y arrojado fuera del
Edén. Mientras tanto, se limitó a esconderse
y a mal cubrirse "cociendo unas hojas de
higuera" (Gen. 3, 7).
Sin embargo, con el asunto de la
transgresión no entró el mal en el mundo
como insistía el obispo de Hipona. Entró
el pecado, la desobediencia a Dios. El
Génesis no explica el mal en el mundo. El
mal, por lo menos en la versión de
la mentira, ya circulaba libremente por el
paraíso. Otros mejor equipados que el
hombre ya habían desobedecido. En efecto,
antes de que el hombre desconociera el
mandato divino, ya existía el Padre de la
mentira (Jn. 8, 44) que fue quien propuso la
farsa más descarada, afirmando, sin pudor
alguno, que de ninguna manera iban a
morir, sino que serían como dioses.
El mal no entró en el mundo por el pecado
sino que - siguiendo
una lógica implacablemente bíblica - el
pecado entró en el mundo por la capacidad
de decidir propia del hombre quien no
siendo una marioneta movida por hilos ni
siquiera divinos, dispone del poder de
instalar en la historia un reino
de violencia como el de Caín o una
civilización de la generosidad, como Abel.
El drama de nuestra imperfección ha sido
utilizado por los adversarios
del despertar como mecanismo
de control de la conciencia. De hecho,
el concepto de Imperfección, por ser un
concepto multidimensional, ha servido para
todos los usos. Para combatir a los infieles
por medio de las Cruzadas, para quemar
herejes que no aceptaban los dogmas
establecidos, para colgar blasfemos o para
prohibir las ideas de librepensadores como
pudo verse con el Tratado sobre la
tolerancia de Voltaire, escrito en 1773 e
incluido por la Jerarquía Católica, apenas
tres años después, en el Índice de
los Libros Prohibidos.
Si me permiten su atención por un par de
minutos, podemos repasar algunos de los
innumerables sinónimos del concepto de
imperfección. Omitiremos, por supuesto,
aquellos sinónimos que podemos
puntualizar en un idioma mal hablado, en un
escrito mal redactado o en un verbo mal
conjugado.
Imperfección puede decir lo peor desde el
punto de vista físico: deformidad,
desfiguración, anormalidad, monstruosidad,
anomalía, aberración,
desproporción, deterioro. Igualmente puede
significar una actitud de cerrazón,
ignorancia, obstinación o
un pensamiento alterado, distorsionado o
una conducta meritoria de castigo.
Efectivamente, desde el punto de
vista moral el concepto de imperfección
corre parejo a daño, deterioro, falta,
perjuicio, inconveniente, ruina, detrimento,
menoscabo, malogro, desgracia. También
puede designar vicio, corrupción,
degeneración, perdición, depravación,
desvío, inmoralidad, insuficiencia, lacra,
sinvergonzonería.
En la teología moral, la imperfección asume
un carácter de pecado leve denominado
"venial", que si bien no rompe la relación
de amistad con Dios, menoscaba esa
relación y, como las drogas encaminan a la
adicción, el pecado venial, tarde o
temprano, arrastra al pecado mortal. En
caso de "pecado venial" se trata de culpa,
yerro, mancha, desliz, infracción,
transgresión, maldad, flaqueza,
perversidad, vileza que amerita expiación.
La palabra expiación suena muy fuerte. Es
preferible el sinónimo de purificación, la cual
requería la institución de un estadio sin
graderías para expiar pecados que sin ser
mortales tampoco pueden considerarse
simples faltas. Y como el asunto era purgar
se le llamó purgatorio. El purgatorio fue
creado, sacado de la reflexión teológica, en
el siglo VI por Gregorio I, el Magno, monje
y Padre de la Iglesia Latina, bisnieto del
Papa Feliz III, nieto del Papa Feliz IV (otros
dicen de Agapito I) y sobrino de dos tías
monjas. Fue un escritor prolífico, pero con
semejante cadena religiosa, es
teológicamente lógico que terminara
ocupándose del purgatorio en vez de escribir
un ameno tratado sobre el Cielo y sus
alrededores.
El purgatorio es un estadio transitorio para
la higiene espiritual, el lugar que
posiblemente nos espera. Su razón de ser
es reunir por un sabático variable de siglos
a milenios a quienes habiendo muerto sin
pecado mortal pero con una sustanciosa
dosis de pecados leves y no perdonados en
vida, deban purificarse en un laguito de
fuego y azufre para poder ser consentidos
a la visión beatífica. Lo del "laguito de fuego
y azufre" no es una burla mordaz de mi
parte. En el Libro de las Revelaciones o
Apocalipsis, cruel manera de cerrar el Nuevo
Testamento, en 21, 8, se lee:
Pero a los cobardes, a los renegados,
corrompidos, asesinos, impuros, hechiceros
e idólatras, en una palabra, a todos los
mentirosos, la herencia que les espera es el
lago de fuego y de azufre, o sea, la
segunda muerte.
Si probablemente no todos calzamos con
estas palabras por cobardes, impuros,
asesinos y hechiceros, ciertamente
podemos hacer olas en el laguito de fuego y
azufre por idólatras (del consumismo) y
mentirosos.
Ahora bien, si esa es la suerte de quienes
concurren en el infierno, por analogía, a
nosotros los buenos, pero no por renegados,
impuros, etc., sino sencillamente por
mentirosos, nos espera un inframundo
menos ingrato. Normalmente, mientras no
se pruebe lo contrario, quien entra al
Purgatorio tiene asegurada la salida del
mismo y la entrada al cielo. El castigo es
"temporal": es cuestión de siglos o
milenios.
La existencia de tantos sinónimos nada
lisonjeros para pormenorizar el sentido de la
palabra imperfección no habla bien de
nuestra pertenencia a la raza humana, sino
que confirma el resentimiento del hombre
hacia su propia falibilidad y, básicamente,
hacia su condición finita.
Entonces, ¿en qué sentido ser imperfectos
puede calificarse como una marca del mal o
del pecado y no como condición propia del
hecho de ser limitados? En ningún sentido.
Si "el límite, afirma Aristóteles en
su Filosofía Prima o Metafísica, V, XVII, es la
substancia o esencia de cada ser", la
imperfección es depositaria o contenedor de
esa sustancia y como tal, envoltura de
mi dignidad.
A pesar de que la finitud problematiza todo
y de consecuencia, el hombre se manifiesta
débil ante el deber y pronto para
correr riesgos como el hijo pródigo, la
condición limitada no lo exenta, en su
facultad de elección,
de responsabilidad ética. La opción o
decisión no acaba con la adopción de algo.
Por ahí empieza. Decidir es generar
consecuencias y éstas están coloreadas por
el bien o por el mal.
La trabada relación del hombre con su
imperfección ontológica lo ha llevado a
complicarlo todo en su intento de querer
arreglarlo todo. Despreciando su natural
contingencia, el hombre ha terminado
creando una cultura despreciativa de la
vida. ¿Sería erróneo entonces pensar que
las catástrofes ocasionadas por el hombre
sean consecuencias lógicas del desprecio de
su finitud?
En realidad, la bondad del hombre
permanece como un misterio. Que el hongo
atómico de Nagasaki e Hiroshima haya
dejado un saldo de más de 275. 000
muertos y miles de afectados es
comprensible si tenemos presente que el
trigésimo tercer presidente de los Estados
Unidos, sin estudios superiores, optó por la
paz levantada sobre un escombro de civiles
inocentes en una nación que estaba por
firmar su rendición.
Por otra parte, que un hombrecillo
increíblemente estúpido, que siempre
estuvo muerto en vida, de mirada delirante
y de gestos que alguien ha definido como de
epiléptico, haya exterminado 6 millones
de judíos es fácil de explicar. Ese hombre
padecía de una aguda ambición de control
y dominio. Es lo que denominamos "ansia de
perfección". Aunque era adicto a
estupefacientes, fue presentado como Dios
en 1934. Y como sentía un dios, "se negaba
a exhibir sus debilidades"[1].
Puede que al día de hoy ya no existan
horrores que nos asombren. Pero que una
mujercita enclenque, de noble familia, haya
abandonado la bonanza de su medio familiar
para dedicar su vida a recoger moribundos
es un jeroglífico humano. Igualmente, que
la madre y los hermanos de un profeta
judío, itinerante, carismático, bondadoso,
de hablar hiperbólico, hayan querido
encerrarlo en un manicomio porque
anunciaba un Reino de amor, es algo de fácil
entendimiento. Pero que ese mismo sujeto
pidiera perdón para quienes lo ejecutaban,
es algo difícil de concebir en todo el
universo. Esto es lo que denomino
el escándalo humano.
El mal sin embargo no está anclado a lo
ontológico. Justamente, antes de que
aconteciera el primer atardecer y amanecer
del primer día sexto de la historia, un día
antes de terminar su trabajo, vio Dios que
todo cuanto había hecho era muy
bueno (Gen. 1,31). La desobediencia no
cambio esta bondad. Si en el hombre existe
mala levadura, como dice Rubén Darío es
por vía de sus decisiones influenciadas por
la necesidad de control, de poder sobre las
cosas y los hombres, como si fuera divino.
El causar daño no es pues un premisa de la
finitud, sino de las elecciones y decisiones
humanas. La finitud simplemente es una
condición de lo creado, pero el mal o el bien
es decisión de cada ser humano.
Mientras el mal puede concebirse como una
decisión moral, la imperfección en si misma
sólo puede concebirse como una
consecuencia de la finitud, la cual comporta
privación o carencia de algo. Desde este
punto de vista, nada de lo que existe en
el universo conocido puede presentarse
cabalmente completo. Hacer el hacer el mal
no es propiamente una imperfección, sino
una elección. El mal no indica carencia de
algo, como decíamos, del concepto de
imperfección, sino que deja al desnudo el
poder de la elección. La posibilidad que se
anida en el ser del hombre de optar y decidir
libremente y con conocimiento de causa, de
dañar en vez de hacer el bien.
La imperfección es demasiado humana. Es
humana a tal punto que el ser humano no
puede alcanzar una forma perfecta ni
siquiera en la estupidez. No existe el
perfecto idiota. Cualquier idiota es
imperfecto aunque lo niegue. Pues, si es
natural que todo lo que existe sea
imperfecto (cualquier teoría,
cualquier planificación, deseo, pensamiento
o sentimiento), el corolario más cercano al
hombre es que su condición no puede
esquivar el calificativo de "un desastre
perfecto".
Por una parte, el hombre se experimenta
libre frente a su destino, pero por otra, su
destino es vivir forzado a ser finito. De esta
encrucijada ontológico-existencial nace
espontáneamente la pretensión de usar su
libertad para arreglarse y zafarse de este
dilema, fuente de una dualidad
intermitente.
Veamos ahora cómo opera la dualidad,
primero en una escala trivial, sin particular
importancia.
Quien hace dieta, por ejemplo, porque
quiere bajar de peso, pero no logra cumplir
con su propósito y hace trampas. Al final
llega a sentirse abatido, aplastado,
aniquilado. Otro templo: un mujer guapa
puede considerarse fea si le sale una
mancha o un grano en la cara. Pero el hecho
es que quien se considera feo, se verá
horrible y quien se ve horrible, se sentirá
incomodo e iniciará una lucha consigo
mismo. Esta persona pierde de vista lo
esencial: que en ese momento su fealdad no
es tanto física como mental. Otro ejemplo:
en China, adolescentitas que se ven gordas
comen parásitos para adelgazar.
El temor que domina en los tres casos
anteriores es el de no ser aceptados o
queridos debido a lo que consideran como
imperfección. Y debido a esta consideración,
muchas personas, particularmente mujeres,
se vuelven sádicas contra sí mismas.
Pero, ¿qué tal si en vez de ocuparnos de la
dieta y de la fealdad física ocasionada por
un grano, una mancha o de unos supuestos
kilos de más, nos embarcamos en otra
escala de problemas y hablamos de la
verdadera vida y no de los
imperativos mediáticos que avasallan
nuestra sociedad?
Así, quienes sobrellevan, por ejemplo,
relaciones rotas, historias
de educación malograda de los hijos,
decisiones descalabradas de sus
padres, eventos de desengaños, alcohólicos
que no se recuperan, personas que
abandonan un estado religioso y se casan o
casados que se divorcian, que divorciados
se vuelven a casar, proyectos fracasados,
esperanzas de vida frustradas, etc., tienden,
en la mayoría de los casos, a tratarse
maquiavélicamente y a culpabilizarse. ¿A
qué se debe que en semejantes casos y
circunstancias dolorosas, nos juzgamos
desde el parámetro de la perfección, que es
un concepto metafísico inútil, insensato,
desatinado, es decir, contrario a todo lo que
tiene sentido? ¿Por qué no podemos
reconciliarnos con nuestra condición falible?
¿A qué se debe que tengamos dificultades a
ser lo que somos y almacenemos
expectativas y deberías irrealizables?
¿Cómo se explica la tendencia a
maltratarnos a causa de nuestros errores,
acusándonos, culpándonos,
desalentándonos, probando vergüenza por
habernos equivocado, fallado o errado?
¿Acaso recurriendo a la culpa nos
enderezamos, corregimos, mejoramos y nos
superamos? ¿El error no significa que
básicamente podemos llegar a ser humanos
a condición de aceptarnos y que aceptarnos
es la primera y, tal vez, única condición para
mejorar y, si queremos plantearlo en otros
términos, tomar conciencia de nuestra
humilde condición de creaturas y no de
Creador?
Un término hebreo que ha sido traducido
como pecado significa en realidad algo así
como "errar el blanco". La pregunta es si
nuestras decisiones y opciones siempre son
capaces de "dar en el blanco". Esto es, ¿si
podemos ser titanes, firmes, constantes en
el cumplimiento ético? Es decir, ¿si la
debilidad moral no está también ligada a
nuestra debilidad mental, cognitiva y
volitiva?
Si nuestra naturaleza está marcada por el
límite, ¿nuestra estrecha unión diaria a Dios
resolvería el asunto de nuestra debilidad
moral? No necesariamente. De hecho, que
la Santa Sede, en un desacostumbrado
comunicado del 1º de mayo del 2010, haya
declarado a Marcial Maciel, –que Dios lo
tenga en su reino (aunque a prudente
distancia), considerado por más de 50 años
como un hombre de Dios perseguido por las
fuerzas del mal, haya sido calificado como
un "criminal sin escrúpulos" fundamenta la
dificultad de "dar en el blanco" aún teniendo
a Dios a nuestra derecha, como Maestro de
Puntería.
El reconocimiento y la aceptación de nuestra
imperfección es la forma de mejorar
éticamente.
El problema del mal está también
enmarañado con el asunto de la finitud. San
Pablo, en su Carta a los Romanos escrita
desde Corinto al filo de los 50 años de edad,
aludiendo a una experiencia propia y
universal del ser humano y desde su
propia interpretación teológica, deja ver las
contradicciones que resultan "de la carne"
pero que en una versión fenomenológica
pudiéramos derivar, sin prejuicio para los
creyentes, de la condición de finitud. Dice:
"Y ni siquiera entiendo lo que me pasa,
porque no hago el bien que quiero, sino, por
el contrario, el mal que detesto… Bien sé
que en mí, o sea, en mi carne, no habita el
bien. Puedo querer el bien, pero no
realizarlo. De hecho, no hago el bien que
quiero, sino el mal que no quiero… Descubro
entonces esta realidad: queriendo hacer el
bien, se me pone delante el mal que está en
mí (7:18-19).
Lo primero que resalta a
una lectura fenomenológica-existencial es la
experiencia de una irreconciliable división
interior. Lo que califico como la extraña y
compleja problemática del mundo interior
del hombre. El autor plantea la escisión en
términos religiosos hebraicos manifestando
la existencia de un conflicto entre el
"espíritu" y la "carne". En el corazón de este
conflicto, podemos decir en términos
fenomenológicos, se sitúa el espacio de la
dialéctica interna de las decisiones. En ese
complejo espacio en que las exigencias de
la conciencia se colisionan con las exigencias
biologicistas, por una contienda de apetitos
entre un deseo de profundidad de tipo
pulsional y un deseo de altura de tipo
existencial.
San Pablo, en cambio, desde su formación
ética de neo-estoico converso
al cristianismo, expone el conflicto en
términos de dos leyes incompatibles:
la Ley de Dios y la ley de la carne que es la
del pecado. El apóstol (que en realidad no lo
fue) concluye con lo que parece el grito de
quien se sentía dañado por su realidad
imperfecta:
"¡Desdichado de mí! ¿Quién me librara de
mi mismo y de la muerte que llevo en
mí?... En resumen: soy esclavo a la vez de
la Ley de Dios, por mi mente, y de la ley del
pecado, por la carne".
Tan solo sus verdugos, que lo decapitaron 8
años más tarde, se dispusieron a liberarlo, a
través de la muerte por decapitación, de
la muerte que deploraba.
La reverencia por la vida como tituló el Dr.
Albert Schweitzer, una de sus primeras
conferencias, permanece como un recóndito
enigma. No sólo eso, sino además, un
enigma oculto en un arcano embalado en un
misterio.
La bondad humana debe ser objeto de fe y
por supuesto de dudas. La búsqueda de
poder en el afán de ser perfectos, acrecienta
la posibilidad de dañar, de estropear, de
menospreciar, de ignorar la indigencia
humana. Paradójicamente, el hombre
recurre ingenuamente al poder y sus
sucedáneos, la riqueza insolente, y
el éxito discriminador y soberbio, para
enmendar su indigencia.
Nuestra finitud es potencialmente
generadora de una mística del mal. La
historia está cuajada de violencia. Un
optimista que no tenga en cuenta el asunto
de su finitud pensara que el mundo no
puede ir peor de lo que ya está. Quien no
cuida de la vida, quien en aras de la
perfección corporal rechaza sus arrugas
físicas, las defectuosidades genéticas,
psicológicas, raciales, propia y de sus
semejantes, cualquiera que busca la manera
de arreglarse sin aceptar humildemente sus
limitaciones y los límites inherentes a la vida
tiene a su alcance notables posibilidades de
despreciar la vida humana y de ser
destructivo.
Evitar las crisis, evitar tomar decisiones por
temor a fallar y a equivocarnos no equivale
a perfeccionarnos, sino a volvernos
indecisos, a sentirnos inadecuados y, por
ende, a volvernos controladores para
ajustarnos de nuestra imperfecciones. De
aquí que la TI ha planteado la aplicación del
concepto de límite, que pertenece en
específico al drama de todos los dramas del
hombre, el de su condición limitada, en el
terreno de la psicoterapia. Se trata de una
reflexión filosófica y de una práctica clinica
finalizada a suscitar la compasión del
hombre por el hombre, pues, "comprender
al hombre desde la realidad del límite
genera una actitud de profunda
compasión"[2]. Es en este metacontexto,
donde se coloca en definitiva la cuestión de
la salud emocional y mental del hombre. En
rigor, en el hombre el límite presenta una
primera función que
definiremos constructiva, seguida de una
función terapeútica y creativa. El hombre
no puede construirse, recrearse y sanarse
en términos humanos si no abraza su ser
limitado como tal.
Es claro que ante la tremenda y singular
problemática que hemos señalado, el
hombre puede desbandarse. No sólo
arriesgar el sentido de su existencia, sino
sucederle algo peor como negarse a
comprender, es decir, aceptar, su
existencia. A mi modo de ver, toda forma de
extravío de sí mismo tiene que ver con la
negación, la evasión o el rechazo del límite.
En todas las situaciones en que los seres
humanos se trastornan y entran en crisis
hay una forma de conducirse que no se
acopla con la propia realidad existenial
limitada, un olvido o traspaso de los propios
confines.
La Terapia de la imperfección se ocupa del
"ansia de perfección" que se manifiesta
como rechazo de la propia condición
limitada, obstaculizando el proceso de
humanización. Sostiene que la búsqueda de
la perfección genera en el hombre
una dinámica que marca el inicio de un
trastorno de auto-descarrilamiento de su
propia realidad falible, defectuosa,
imperfecta, y por consecuencia, suscita la
incompatibilidad con el error, la falla y el
fracaso.
La dinámica de quien se mueve desde la
perspectiva perfeccionista, se caracteriza
por un constante sentimiento de
inadecuación, acompañada de rigidez, tanto
emocional como reflexiva (sobre cómo
deberían suceder las cosas y sobre cómo
deberían ser las personas) y por la
pretensión de querer eliminar las fallas. Si
pudiera el perfeccionista buscaría "una
forma perfecta para cometer un error",
como señala irónicamente Murphy"s Law.
La Terapia de la imperfección define el
"ansia de perfección" o perfeccionismo, con
el nombre de neurosis de
desorientación que se expresa como
intermitente sensación de
inadecuación y necesidad de estructrar la
propia existencia.
Concluyo, ofreciendo un pensamiento
entonado con la teoría de la Terapia de la
imperfección:
"La libertad más difícil de conservar es la de
equivocarse"
(Morris West).

Autor:
Dr. Ricardo Peter[3]

[1] Victoria Robbins, La muerte de Hitler, p.


7, Ed. Promo Libro, Madrid, 2002
[2] Ricardo Peter, Honra tu límite, p. 20,
BUAP, México, 2003.
[3] Doctor en Filosofía, Training en
Psicoanálisis, postgrado en Personal
Counseling. Es el creador de la Terapia de la
Imperfección, método psicoterapéutico de
orientación humanista-existencial para el
tratamiento del trastorno del
perfeccionismo, sobre la cual tiene varios
libros publicados en Italia, España, Brasil,
Argentina y México.

Sobre la perfección y la imperfección


Publicado el 22 de enero de 2015 por André
Baechler
La perfección en sí lo habita todo: cada cosa
y cada ser viviente de este mundo. Por mi
parte, intento percibir en mi vida cotidiana
el sentido de todo lo que me rodea,
asumiendo que incluso lo más
aparentemente absurdo, y hasta
indignante, posee un sentido, un
significado: algo que aportarme y que
aportar al mundo.
A pesar de toda la incomprensión reinante,
estoy persuadido de que un orden perfecto
rige el universo.
Es importante, no obstante, no dejarse
adormecer por la ilusión de haber alcanzado
la perfección, según nuestros criterios
terrestres. Efectivamente, muchos creen
tener todo arreglado (como un ideal
espiritual) y haberse liberado pues de todos
los fardos. ¡Qué bella ilusión! Es importante
reconocer nuestra condición humana,
aceptar nuestras heridas y nuestros miedos,
sin identificarnos con ellos como si fueran
grilletes, sino más bien regalos que nos
invitan a crecer.
Está muy extendida la creencia de que para
enseñar hay que estar totalmente liberado
de toda traba, encarnando de alguna forma
la perfección. Algunos pretenden incluso
haber alcanzado la realización en este plano
terrestre. Es frecuente que a mí se me
acorde esa perfección encarnada. Mi
recorrido despierta a veces dicha creencia
entre las personas con las que me relaciono.
Desengáñate, no estoy ni por delante, ni por
detrás de nadie, estoy simplemente en mi
camino. Me considero un ser que viaja con
su mochila en busca de un ideal al que
quiere aproximarse. Si hubiera alcanzado el
fin último, sin duda, no estaría aquí para
hablar de él.
“Enseñas mejor aquello que más necesitas
aprender”, escribía Richard Bach en
“Ilusiones”. Esta frase tiene para mí un
significado muy elevado. Mi mochila se hace
más ligera cada vez que enseño el Reiki. Es
así como recibo, dando.
Como habrás comprendido, los
participantes de mis cursos me aportan
tanto como yo les aporto a ellos, y esta
fuente de intercambio nos hace crecer a
todos, en nuestros respectivos caminos,
de ahí mi agradecimiento por estar
enseñando Reiki.
No obstante, si alguien afirma que lo tiene
todo superado, y pretende poder enseñarte
lo absoluto, te invito a que huyas corriendo,
lo más aprisa que puedas. Dar crédito a esas
palabras es alimentar el ego del interlocutor
y dejarse atrapar en un juego de poder de
lo más peligroso.
La perfección de nuestra esencia habita
nuestras imperfecciones terrestres, que
son fuentes de crecimiento. No luches
pues contra la parte de ti que obstaculiza tu
camino, ya que no harías sino luchar contra
ti mismo. Alcanzar la perfección en esta
tierra puede ser un objetivo, pero
pretender haberla alcanzado no es sino pura
ilusión, que no tardará en volverse
decepción.
Aceptar y reconocer que no podemos
comprender la perfección de todo cuanto
nos rodea no es cosa fácil. Sin duda, hace
falta mucha humildad y sabiduría para
aceptar lo inaceptable, lo incomprensible, lo
que en apariencia se nos escapa. La mejor
forma de conseguirlo, o de acercarnos,
consiste en contemplar los sucesos
próximos o lejanos con distanciamiento,
para así constatar que cada uno de ellos
ha dado sus frutos, y que se inscriben en
una lógica universal.
Depende únicamente de nosotros elegir
entre nutrirlo todo de un sentimiento de
injusticia y juzgarlo, o por el contrario,
acoger la perfección en cada cosa, cada ser
y cada situación, para hacer de ella una
maravillosa oportunidad de crecimiento.
Tú decides…

Frases de imperfecciones
Parece como si la naturaleza, que tan
sabiamente dispuso los órganos de nuestro
cuerpo para hacernos felices, hubiera
querido darnos también el orgullo para
evitarnos el dolor de conocer nuestras
imperfecciones.
Frases de François de la Rochefoucauld

Hacer un mundo en seis días, para


contemplar sus imperfecciones tantas eras.
Frases de Valeriu Butulescu

Siempre que un hombre cree que ha


recibido la verdad exacta de dios, no hay en
él un espíritu de transigencia. Le falta la
modestia que nace de las imperfecciones de
la naturaleza humana; tiene la arrogancia
de la certidumbre teológica y la tiranía que
nace de la certeza inherente a la ignorancia.
Frases de Robert Ingersoll

Middlemarch, el libro magnífico, el cual con


todas sus imperfecciones, es una de las
pocas novelas inglesas para gente madura.
Frases de Virginia Woolf

Nuestras imperfecciones nos ayudan a tener


miedo. Tratar de resolverlas nos ayuda a
tener valor.
Frases de Vittorio Gassman

Aún más, en la cosa creada es una


perfección que ella exista y que sea causada
por Dios, ya que la mayor de todas las
imperfecciones es el no existir.
Frases de Baruch Spinoza
(...) Tomé algunas fotografías de lo que
hacía, como hago a menudo, porque
considero que si fotografío mi trabajo,
puedo verlo de una manera diferente. Es
como cuando te miras en un espejo, y te das
cuenta de todas las imperfecciones y
asimetrías, que no puedes ver de otra
manera, porque las has mirado durante
demasiado tiempo.
Frases de Ron Mueck

El ojo siempre corrige las imperfecciones.


Frases de Rabih Alameddine

Saber lidiar con las imperfecciones del otro


nos abre las puertas del cielo, pues en las
buenas relaciones se halla una de las
fuentes de gratificación más importantes de
la vida. Si nos obstinamos en ser infantiles
e hipersensibles, sin embargo, pueden
abrirse las puertas del infierno. "Las gafas
de la felicidad" (2014), Rafael
Santandreu
"Las gafas de la felicidad"(2014) Frases de
"Las gafas de la felicidad" (2014) Frases
de Rafael Santandreu

Se produce la ansiedad cuando las personas


se exigen hacerlo todo bien y sienten que no
tienen valor suficiente como seres humanos
si no lo hacen. Deberíamos renunciar a la
ambición de vivir una vida perfecta y darnos
cuenta de que siempre solemos actuar de
forma imperfecta, pues somos falibles como
seres humanos, y podemos aceptarnos con
esas imperfecciones.
Frases de Albert Ellis

Pero ¿Acaso muchos jardines no son


hermosos porque son imperfecto? (...) ¿No
son las flores extrañas y exóticas que brotan
por error o accidente tan placenteras como
las que están bien cuidadas y delineadas?
Frases de Libba Bray
Comprendo tu objeción, he sido demasiado
sintético, está claro que si ganaba el mal ya
no había remedio... Pero quería decir del
bien que... Verás... El bien, pues eso, que el
bien ha vencido al mal, sólo que hay algo de
mal en exceso en ese bien y algo de
imperfección en exceso en esa verdad... La
verdad es imperfecta... "Tristano muere"
(2004), Antonio Tabucchi
Frases de Antonio Tabucchi

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