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No fue Pizarro, sin embargo, sino el fraile Vicente de Valverde el que se adelantó
para saludar al inca y le exhortó a aceptar el cristianismo como religión verdadera
y a someterse a la autoridad del rey Carlos I de España; Atahualpa, sorprendido e
indignado ante la arrogancia de los extranjeros, se negó a ello y, con gesto altivo,
arrojó al suelo la Biblia que se le había ofrecido. Pizarro dio entonces la señal de
ataque: los soldados emboscados empezaron a disparar y la caballería cargó
contra los desconcertados e indefensos indígenas. Al cabo de media hora de
matanza, varios centenares de incas yacían muertos en la plaza y su soberano era
retenido como rehén por los españoles.