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LECTURA BASE
Asignatura: Fundamentos de la Educación
Estimado alumno(a):
El siguiente texto es una lectura esencial para las temáticas de estudio de su
programa de Magíster. Además, se espera que usted logre comprender las
diversas visiones respecto a los contenidos tratados en él, con el fin de abordar los
desafíos que se presenten desde una perspectiva de conocimiento e intervención
integradora.
Unidad 1
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En ese sentido, la Educación, se define como el proceso interior de formación del
hombre, realizado por la acción consciente y creadora del sujeto que se educa y bajo la
influencia exterior o el estímulo del medio sociocultural con el que se relaciona
(Manganiello: 1984).
OBJETIVOS
I. Analizar el concepto de educación, desde la perspectiva de sus fundamentos
epistemológicos y axiológicos.
II. Reflexionar en torno a las complejidades del hecho educativo.
III. Dimensionar el rol que se exige al docente a objeto de dar a la acción pedagógica,
relevancia y proyección.
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1. LOS FUNDAMENTOS FILOSÓFICOS DE LA EDUCACIÓN
No podemos dejar de coincidir con las valoraciones críticas que plantean, que
frecuentemente “la Filosofía de la Educación maneja categorías y conceptos filosóficos sin
el nexo intrínseco entre el cuerpo teórico de la filosofía ... y la educación” (Saviani, 1998,
9), así como que “los filósofos de la educación no nos han dado una cuenta clara de cómo
su disciplina realmente se supone que trabaja: de los tipos de argumentos que ella usa, de
la evidencia que ella toma para ser pertinente, sus pruebas para la verdad y falsedad, sus
criterios para el éxito o el fracaso, el estatus de sus propias proposiciones y declaraciones,
y su lógica interna en general (Wilson, 2003, 282).
Como se conoce, diversas son las maneras de entender la especificidad de este tipo
de saber. Para unos, el mismo es concebido como teoría sobre el ser en general, o sobre el
conocimiento y su proceso, o sobre el pensamiento y sus formas, o sobre la sociedad y el
hombre, o sobre la conducta moral del individuo, o sobre la belleza y sus modos de
existencia, etc. En nuestro criterio, la naturaleza del conocimiento filosófico puede ser
adecuadamente entendida a partir de comprender a la misma como una teoría universal de
la actividad humana, esto es, como una disciplina científica que estudia las regularidades
esenciales universales de la activa interrelación tanto material e ideal como objetiva y
subjetiva del hombre con el mundo natural y social.
El principio de la práctica.
El principio del desarrollo.
El principio de la contradicción.
La correlación del sujeto y el objeto en la actividad educativa.
El valor y la valoración en el proceso docente.
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Las formas lógicas de estructuración del saber científico y la educación investigativa.
Economía y educación.
El enfoque clasista en la actividad pedagógica.
El partidismo político y la cientificidad en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
La ética y la actividad educativa.
La educación como instrumento de hegemonía.
La interrelación entre educación, desenajenación y cultura.
En este sentido, tomando por caso la enajenación, vista como el modo de existencia
social del hombre donde se tergiversa y desnaturaliza su esencia a través de la separación y
contraposición del hombre y su actividad, se puede apreciar el insustituible papel de la
actividad educativa en tanto medio de desenajenación de la vida de los hombres en
sociedad, al transmitir los conocimientos y formar las capacidades necesarias que permitan
tanto el despliegue auténtico de su actividad intelectual plena y multilateral, como el
diseño y la concreción de un tipo de sociedad donde el hombre se realice efectivamente en
y a través de su actividad, dándole el adecuado sentido de su vida tanto en lo personal,
laboral, colectivo como social.
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De este modo, el estudio filosófico sobre la educación se constituirá en una
herramienta efectiva a emplear por el educador en su actividad cotidiana, tanto instructiva
como formativa; la cual tendrá así la oportunidad de fundamentarse en el dominio y
comprensión de rasgos y regularidades que objetivamente se encuentran presentes y
actuantes en el accionar del sujeto en general y en especial en el ámbito educacional,
partiendo desde la labor de motivación y concientización de qué es educación y para qué se
educa por parte del maestro, pasando por la planeación y preparación de sus actividades
docentes y extradocentes, y llegando hasta el momento mismo de la clase, la evaluación y
sus impactos individuales y sociales ulteriores. En todo ese proceso, el educador bien
preparado filosóficamente tendrá a su disposición una óptica reflexiva y crítica que podrá
emplear para elevar la calidad de su desempeño y de los resultados instructivos y
formativos en sus estudiantes.
Con ello la Filosofía para la Educación dejará de ser un simple pasatiempo, una
ocupación erudita sin relevancia práctica, una declaración de principio acerca de las
finalidades de la educación, una enumeración memorística de políticas o deseos en este
campo, para convertirse en medio para comprender mejor, fundamentar más
profundamente y elevar la eficiencia y eficacia de la labor educacional.
2. FUNDAMENTOS AXIOLÓGICOS Y
EPISTEMOLÓGICOS DE LA EDUCACIÓN
La educación se define como la acción que ejerce un adulto sobre el joven que tiene
bajo su responsabilidad, ayudándole, por un lado, a alcanzar su desarrollo cognitivo,
afectivo y motor y, por otro, favoreciendo el desarrollo de competencias que aseguren su
inserción social.
La educación se define así como fenómeno esencialmente humano. Nota ésta que
implica, a su vez, el carácter variable, que se traduce en la forma y método educativo, el
cual cambia en relación con las necesidades y aspiraciones de cada pueblo y época.
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Dicho en otras palabras, la evolución de la educación depende (y esto porque la
educación presente se debate en la dialéctica pasado-futuro) de la situación general
histórica, del carácter de la cultura, de la estructura social, de la orientación política, de
la vida económica, de la concepción estrictamente pedagógica, de la personalidad y
actuación de los grandes educadores, de las reformas de las autoridades políticas y, por
último, de las modificaciones de las instituciones y métodos.
Pero, lo cierto es, que la esencia de la educación permanece siempre a lo largo del
tiempo, constituyéndose así, en un proceso permanente de socialización de las nuevas
generaciones y de personalización.
Conviene recordar que educare evoca la acción de crear, nutrir e instruir, es decir,
ir de fuera hacia dentro, mientras que educere hace referencia al acto de orientar, guiar,
conducir o transportar, lo que delimita una actividad contraria y complementaria a la
anterior; supone, en definitiva, ir de dentro hacia fuera.
Podríamos afirmar que la unión de estos dos términos trae consigo cierta idea de
conflicto y, a la vez, de equilibrio entre aquello que nos viene de dentro y lo que nos
ofrece o nos impone el medio exterior. Constituyen un verdadero bucle de relaciones.
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No cabe duda de que, según esta concepción, la ayuda educativa intervendrá
igualmente a nivel de los medios individuales, mediante los cuales se tiende a alcanzar, de
forma óptima y en dependencia a la personalidad de cada sujeto, esos objetivos que
acabamos de señalar.
Así, la educación viene a formar parte integrante y esencial de la vida del hombre y
de la sociedad. Por ello, podemos precisar que el proceso educativo existe necesariamente
desde los orígenes más remotos del ser humano, y habrá de existir, por tanto, mientras
permanezca el ser racional sobre la tierra.
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se pretende alcanzar y que es distinto al original. La educación supone un ideal, un estado
individual o social que se quiere alcanzar.
La educación exige siempre la actitud creadora y consciente del sujeto mismo que
se educa. El auténtico proceso educativo se lleva a cabo dentro de la interioridad del
sujeto. No existe educación verdadera al margen de una decisión consciente, voluntaria y
libre por parte del educando.
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Educación: como proceso de crecimiento y transformación.
Por una parte, asegura Dewey, la educación se puede definir como la suma total de
los procesos a través de los cuales una comunidad transmite sus poderes y fines, con el
objetivo de asegurar, de esta manera, su propia existencia, permanencia y evolución.
Por otro lado, conlleva, la educación, del mismo modo la idea de crecimiento,
evolución y cambio. Dicho esto, el proceso educativo hace referencia necesariamente al
carácter de crisis interna que constituye la continua reconstrucción de experiencias
personales.
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Educación: como proceso constructivo e integrador.
Así, pues, la consideración continua del fin constituirá la diferencia esencial entre el
proceso de desarrollo espontáneo, característico del ser humano y el proceso educativo
sistemático e intencional.
El fin supremo del hombre es su tendencia a la felicidad, la cual se logra sólo por
medio de las excelencias morales e intelectual. Areté es un término griego que significa
virtud. Esta última significa la actividad excelente de una acción o función. Virtud y
Excelencia es el supremo fin al que debe aspirar todo ser humano, siendo la educación el
camino que prepara para tal realización.
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Hoy, la pedagogía es entendida como la “ciencia y técnica de la Educación”,
compuesta por un tipo de saber científico y otro saber de carácter filosófico. A la vez, se
debe precisar que si la pedagogía es ciencia de la educación, requiere precisiones que la
sitúan más allá de la significación etimológica. En tal sentido:
PEDAGOGÍA
Instituciones Escolares.
Por lo tanto, en el estudio del “hecho educativo” cumplen funciones
complementarias disciplinas que podemos llamar, por su intrínseca naturaleza,
FILOSÓFICAS y CIENTÍFICAS.
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- Las primeras (Filosóficas), son modelos o concepciones del hombre y la sociedad,
construcciones a priori que sirven de fundamento y guía global a todo proceso
educativo y pedagógico.
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Los puntos anteriores implican que existe una honda significación filosófica que
subyace en todo currículo, siendo éste, en esencia, la vehiculización o plasmación
articulada y sintética de enfoques y visiones vinculadas a la antropología y la axiología.
En esa misma dirección, para W.H. Kilpatrick, la educación dice relación con la
formación y desarrollo de excelencias, disposiciones que tienden a un fortalecimiento del
carácter, la voluntad, la imaginación y todas las capacidades que enaltecen la condición
humana.
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Así como ya con Homero, Platón, Aristóteles, Kant, Pestalozzi, y todos los grandes
teóricos de la educación, ésta es concebida, ya sea en forma tácita o explícita, de una
manera normativa, es decir, a partir de un punto de vista que enfatiza un deber ser, un
imperativo, un modelo supremo e ideal, fundador y legitimador de una concepción
pedagógica. En tal contexto normativo, una filosofía normativa de la educación posee los
tres siguientes problemas a dilucidar:
a) ¿Qué disposiciones hay que cultivar?, ¿Cuáles de ellas habremos de considerar como
excelencias?
b) ¿Por qué decimos que esas disposiciones son excelencias y que deben cultivarse?
c) ¿Cuáles serán las metas o principios pedagógicos que imponen ese cultivo?
d) ¿De qué manera o según qué métodos habrán de cultivarse?
“¿Qué es el hombre y qué aspira ser? Tal es, en esencia, el problema capital de la
educación.
Esta es, pues, una de las notas más propias que caracterizan al ser humano: su
capacidad de relación, de comunicación, de convivencia. Lo cual no debe aparecer en
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términos antagónicos con el carácter íntimo que acompaña al decurso del pensamiento
humano en su reflexión.
Al respecto:
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- La persona tiene ideales. Con ellos aspira a su autorrealización. Entre éstos se
encuentra el ideal de perfección.
- Es el único ser que tiene conciencia de sí mismo. Si se forma una imagen personal
positiva, le ayudará a emprender acciones con la confianza en que puede lograrlo.
- Posee voluntad.
- Desarrolla su identidad en el tiempo, y esto se expresa en las necesidades de
conocer, de comunicarse y de afectos.
- Desarrolla la necesidad de relacionarse.
- La persona es educable. La educabilidad confiere a la persona un inmenso poder para
su desarrollo. Las personas encuentran en sí mismas un “poder ser”. Todas pueden
acercarse a un “deber ser”, mediante una autoexigencia de perfeccionamiento y la
búsqueda constante de un sí mismo mejor.
Pero la educación requiere, por otra parte, en la base misma de su acción efectiva,
sociabilidad. Dicho en otros términos más precisos, la educación es comunicación, ya que la
apertura del hombre mediante su inteligencia y su libertad es la fuente de la comunicación,
al permitirle participar en el continuo trasvase de la verdad. La comunicación es la base de
la educación, educador-educando, docente-discente. Y es que la educación permite al
hombre realizarse en un doble sentido: personal y socialmente.
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La educación debe ser entendida, más bien, como el lugar de intersección y
encuentro de una pluralidad de vertientes y trayectorias, cada una de las cuales
proporciona a los hombres una contribución original al conocimiento y modalidades de
obtención de un objetivo, cuya determinación última, como indica Avanzini, en su
concreción se les escapa.
“La moderna sociedad industrial está caracterizada sobre todo por el hecho de que,
ante la cuestión del hombre y del sentido de su existencia, no sabe dar una respuesta
unitaria y que se imponga generalmente. Pero la pedagogía ha de preguntar por el destino
del hombre y el sentido de la vida para poder pronunciarse con validez sobre educación y
formación” (Dienelt, 1979).
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En tal marco, el hombre existe tensamente, entre la conservación y el cambio,
entre la estabilidad y la transformación, pues la cultura en tanto mito, arte, religión y
lenguaje, consiste en un proceso deificador, esto es, en un constante y recurrente empeño
por expresión, necesidad de un mundo propio que se enfrenta permanentemente con el
“mundo objetivo” sobre el cual recae el símbolo e incluso la ciencia.
El hombre, requiere algo más que las técnicas mecánicas y morales, que exigen un
adiestramiento mucho más dilatado, por lo que el ejercicio del lenguaje y la necesidad de
asociación implican procesos más complejos y más culturales.
A este respecto, desde la antigüedad clásica estas dos tareas, conservar y renovar la
cultura, fueron abordadas en forma racional y consciente por la filosofía. Y es que la
filosofía no es otra cosa que la toma de conciencia, por parte del ser, de las mani-
festaciones, fines y valores de la realidad universal y del hombre, insertos en una ordenada
concepción del universo, o en una, si se prefiere, visión de la vida.
Desde esa perspectiva, tal cual lo señala Roberto Munizaga, la Educación aparece
bajo distintas acepciones, tales como:
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- Socialización de las nuevas generaciones.
- Proceso de adaptación al ambiente.
- Desenvolvimiento de la personalidad a través de la cultura.
- Reconstrucción de la experiencia.
Es inconcebible así una pedagogía como teoría de la educación sin una filosofía del
hombre. Por eso el primer planteamiento de fondo de toda pedagogía se sintetiza en estos
interrogantes: ¿Qué es el hombre?; ¿Cómo debe ser?; ¿Cuál es su meta o destino?...
Preguntas que constituyen el subsuelo de una teoría de la educación.
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De ahí que la contribución de la filosofía al proceso educativo, posea un
considerable valor. De hecho, y en relación con otras disciplinas próximas, desempeña una
labor distinta respecto a la actividad del pensar, elemento clave en la comprensión del
proceso educativo.
Ciertamente, resulta obvio señalar que el pensar es el cimiento mismo del proceso
educativo, ya que una educación construida sobre cualquier otra base será superficial y
efímera. La filosofía es la disciplina cuyo objetivo es fomentar el pensar en las demás
materias, según afirma, entre otros, Lipmann.
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A partir de ese concepto, surge la idea de un hombre sociable, histórico, perfectible
y educable. Pues bien, entre las categorías humanas, la educabilidad ocupa un lugar de
privilegio; y, desde otra perspectiva, no cabe duda que la educabilidad es la condición
primordial del proceso educativo, tal cual lo señala Castillejo (...) al hablar de ésta como
una categoría antropológica.
Educabilidad y aprendizaje son así conceptos para expresar el hecho clave de que el
hombre es un ser plástico y abierto al mundo, que puede mejorar sus capacidades de
educación, partiendo de sus experiencias.
De hecho, la acción educadora adquiere firme sentido si se apoya sobre una manera
de entender el mundo y la vida. El hombre en formación necesita alcanzar una idea acerca
del universo para orientarse y situarse en él.
«Allí van los hombres y miran con asombro las cumbres de las montañas, las
enormes mareas, el vasto curso de los ríos, la inmensidad del océano y el curso de las
estrellas, pero no se ven a sí mismos ni meditan sobre sí mismos».
Y es que los puntos de inflexión del pensamiento, como señala Dienelt (1979),
suelen, también la mayor parte de las veces, emerger de situaciones de crisis. Por ello, no
ha de extrañar que la autorreflexión del hombre vaya a la par de importantes desvelos
pedagógicos para obtener nuevos fundamentos que dirijan la vida en el mismo sentido.
Más tarde, entre los pensadores de la Ilustración, tan preocupados por la vertiente
social y política, también el tema de la educación alcanza especial relieve. Recuérdese v.
gr. El Emilio de Rousseau y la clara interdependencia que es fácil encontrar entre sus ideas
pedagógicas, políticas y filosóficas, sin necesitar extendernos en sus planteamientos
morales, tan caros para él a lo largo de sus obras y correspondencia.
No ha de extrañar por ello, que uno de los pedagogos más eminentes, ya citado, J.
Dewey, afirme explícitamente, en su estudio Democracia y educación (1971), que si
estamos dispuestos a concebir la educación como el proceso de tomar decisiones fun-
damentales, intelectuales y emocionales, respecto a la naturaleza y los hombres, la
filosofía puede, incluso, definirse como la teoría general de la educación.
Es obvio que, detrás de cada práctica educativa y teoría, se encuentra alguna de las
tendencias filosóficas, como empirismo, idealismo, racionalismo, positivismo,
personalismo, marxismo, etc. En definitiva, y dicho en términos precisos, la educación es
un proceso subordinado al principio de formación. Y es que el estudio filosófico del hombre
en formación, es decir, en su tránsito del ser al deber ser conforme a una imagen humana,
conduce a un concepto ideal de la educación, y éste, a su vez, a la doctrina de la
pedagogía, de donde proceden y se derivan a continuación aspectos prácticos.
De esta forma, los datos aportados por las diferentes vertientes podrían interpretar
y conformar una visión más completa del ser humano. De ahí que debamos tenerlo en
cuenta para poder reflexionar sobre ellos después.
La exigencia antropológica debe ser integral, holística, dando cuenta de una de las
características esenciales del hombre: Unidad Indivisible. Por tanto, si sólo nos centramos
en la vertiente biológica de la antropología, desde una perspectiva pedagógica sería
claramente insuficiente, y algo similar sucedería si nos limitáramos únicamente a las
vertientes pedagógicas o sociológicas.
b. Axiología y Educación.
Así, pues, parece un principio admitido por todos que educar es esencialmente una
tarea perfectiva. Y es que la calidad de la educación viene en buena medida determinada
por la dignidad, profundidad y extensión de los valores que hayamos sido capaces de
transmitir y suscitar.
Para ser más precisos, podemos señalar que, desde la perspectiva educativa, los
valores son simultáneamente motivos y criterio de conducta. Criterio para juzgar la vida y
motivos en cuanto ideales que refuerzan el carácter dinámico.
Por otra parte, y desde una consideración ontológica, los valores, en cuanto bienes
objetivos, son fijos e inmutables, pero en cuanto valiosos para el hombre, atractivos e
interesantes en mayor o menor grado, preferibles y preferidos en lugar de otros, son
cambiantes y tienen que ver con la evolución del individuo y la sociedad, sobre todo con
ésta.
En relación al valor, surgen los fines educativos los cuales son definidos de acuerdo
con la escala de valores aceptada. Esto es debido a que los fines educativos comparten su
consistencia ontológica con la propia del sistema filosófico-axiológico que les sustenta. Y en
definitiva, no conviene perder de vista que los fines educativos están determinados, por la
idea que se tenga acerca del hombre, ya que en toda teoría educativa la idea del hombre,
constituye el referente de toda actividad educativa.
Cabe recordar, en este sentido, cómo Max Scheler distinguía entre valores sensibles,
que podían ser gratos e ingratos; valores vitales, que a su vez se subdividen en valores
lógicos (verdadero-falso), estéticos (bello-feo), éticos (justo-injusto) y, finalmente, valores
religiosos.
Surge así la convicción de que sin la antropología filosófica, todas las expresiones
teleológicas que fijan a la educación la tarea de formar hombres completos están vacías
porque no podrían responder en qué consiste la humanidad y la hominidad.
Por todo lo cual, es preciso considerar que entre las tareas más significativas del
proceso educativo está la de suscitar en el sujeto el conocimiento de hábitos y actitudes
hacia el máximo número y rango de valores, de acuerdo con sus capacidades e intereses,
profundizando en las áreas de su particular preferencia, teniendo en cuenta que las actitu-
des no son otra cosa que las disposiciones favorables o desfavorables hacia determinados
valores. Hay que cultivar pues las actitudes positivas hacia los valores positivos, y desviar
las actitudes negativas hacia los valores de este carácter.
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En definitiva, la educación ha de tender, en base a lo expuesto, a desarrollar en
todos los educandos actitudes, hábitos y saberes que, trascendiendo la realidad deficiente,
hagan y consigan que la vida individual y colectiva sea más humana, más valiosa.
La educación, como proceso que conduce al niño hacia su total plenitud, implica
necesariamente el encuentro vivencial del educando y los valores, a la vez que procura
guiar al alumno en la realización de los mismos. Tal punto en común, y el reconocimiento
de los valores en acción frente al ser en crecimiento, producen la formación de la
personalidad en el estudiante, quien, inspirando sus vivencias y conducta en valores que lo
atraen y motivan, tiende a autorrealizarse en comunión con su maestro.
La relación educativa supone así, por una parte, un sentido de comunicación del
valor, ante el cual tanto el maestro como el discípulo se encuentran sujetos; por otro lado,
tal dependencia hacia el valor conlleva un sentimiento de connivencia entre iguales que se
ayudan, guiándose de forma permanente hacia la adquisición y cultivo de su carácter
personal. Pero no olvidemos la clara relación existente entre el desarrollo de la
personalidad y el ambiente socio-cultural en que se realiza. Por ello podemos afirmar que
la relación axiológica en la pedagogía de los valores existe en dependencia a la realización
de valores de la colectividad o sistema en donde se integra. Las relaciones de
complementariedad y dependencia entre la axiología y la cultura son expuestas de manera
gráfica por la representación del triángulo didáctico que defiende el pedagogo F. Huber,
para quien la pedagogía de los valores consiste en la relación dinámica entre un sujeto en
formación; un sujeto formado y una experiencia que se comunica.
Así, la interacción humana, puede ser definida como el conjunto de acción recíproca
que surge entre los seres, personas o grupos sociales. Por consiguiente, el proceso
educativo estará fundamentado necesariamente sobre las bases de intercambios continuos
que se producen en el encuentro interpersonal entre maestro-alumno. Este intercambio,
que supone admitir una correspondencia y una acción recíproca entre los seres en
interdependencia, implica, a su vez, una apertura real de convivencia entre los seres en
encuentro.
La axiología es una disciplina filosófica cuyo objeto de estudio son los valores. Por
esto mismo es que “…la existencia de un orden jerárquico es una incitación permanente a
la acción creadora y a la elevación moral. El sentido creador y ascendente de la vida se
basa, fundamentalmente, en la afirmación del valor positivo frente al negativo, y el valor
superior frente al inferior”.
- Es algo deseable que favorece el desarrollo y la realización del hombre como persona.
- Es algo deseable y estimable para una persona o para un grupo.
- Es una cualidad o calidad que percibimos en un objeto o en una persona y que nos
puede perfeccionar.
- Es una creencia reforzada por una actitud y una inclinación a la acción.
- Desde el punto de vista objetivo, es la cualidad positiva, la utilidad o la importancia
que supone un objeto, y en sentido subjetivo, es el interés, el aprecio, la aceptación
que tiene para la persona dicho objeto.
Estos dos términos implican de forma intrínseca la esencia de todo acto de acción
educativa, y por ello es imposible concebir el proceso de la educación prescindiendo de uno
de sus miembros. Y es que, aún en el caso de definir el acto pedagógico como el medio a
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través del cual la persona hace uso de la heteroeducación, proveniente del exterior o del
maestro, para así poder alcanzar, finalmente, su verdadera y última meta, la
autoeducación, siempre el sujeto habrá de ser él mismo, educando y educador de sus
potencialidades educativas.
Ahora bien, las personas libres sólo pueden auto-conocerse como tales, si son
dueñas de la suficiente madurez como para discernir entre lo que se les propone, y elegir
aquello que les parece más conveniente.
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Como bien lo explica el pedagogo alemán Kerschensteiner, el maestro se distingue
de los demás educadores, en que el primero delimita su actividad de influencia formativa
transfiriéndola en una acción estrictamente escolar o didáctica, mientras que el segundo,
el educador, es todo aquél que cumple, a lo largo de su vida, con deberes de índole
educativo-formativa; tal es el caso de los educadores primarios: padres, madres, tutores,
etc.
Pero, como nos recuerda Brembeck (1976), en los últimos años se viene subrayando
la misión del maestro educador como animador y colaborador del proceso de apertura
mental del alumno, para lo cual resulta imprescindible que el profesor conozca la situación
existente entre las clases sociales que envuelven el desarrollo de cada uno de sus educan-
dos, y cómo éstos pueden afectar al proceso de enseñanza-aprendizaje de los mismos.
Y es que la tarea de educar implica saber partir y llegar al niño en el sentido más
amplio posible. Por una parte, el maestro-educador deberá volverse niño y ponerse al nivel
de sus alumnos, comprendiéndoles y mostrándoles, en cierta medida, afecto y simpatía;
pero, por otro lado, el verdadero maestro-educador debe ser un experto, conocedor de sus
funciones y capaz de desarrollar un pensamiento crítico, apoyado en un continuo reciclaje
de investigación científica.
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Al mismo tiempo, el pedagogo deberá saber discernir entre la teoría del «saber
pedagógico», como lo denomina G. Jean en su obra “El profesor, su cultura personal y su
acción pedagógica” (1982), y la realidad sobre las relaciones docente-discente en activi-
dades de autenticidad y cooperación entre ambos agentes educativos.
El encuentro pedagógico.
Dado que la asistencia educativa requiere una toma de conciencia inicial por parte
de sus miembros, del esfuerzo que conlleva la entrega o donación mutua, es conveniente
reconocer los factores que responden a ciertos criterios ya establecidos. Tal sería el caso
de la determinación de pautas metodológicas fundadas en la observación sistemática y
cuidadosa del grupo, el estudio de las características psico-evolutivas de los niños que la
conforman y, sobre todo, la aceptación de responsabilidades propias de cada uno frente a
la programación educativa.
Como bien lo demuestra Baxter (1972), lo fundamental para establecer una relación
educativa adecuada consiste en desarrollar, por parte del profesor, un alto grado de
adaptabilidad, flexibilidad y sensibilidad. Y es que, en definitiva, sobre el maestro recae
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una gran responsabilidad de hacer resurgir en cada individuo sus posibilidades de acción y
autodesarrollo. Tal misión viene a ser compartida con los educadores familiares primarios,
los padres, que tienen la obligación de extender al campo extra-institucional educativo del
hogar una relación de entendimiento productivo ante la personalidad única del niño.
a. La interacción educativa.
Como ya hemos tenido ocasión de ver, el acto pedagógico es definido como una
acción tendiente a la obtención de la finalidad educativa, lograda mediante una relación de
persona a persona. Esta relación interpersonal infiere un acto social que se basa en la
naturaleza comunicativa del ser humano.
Este ejercicio mental, que enriquece y fecunda las fuerzas de nuestra personalidad,
debe establecerse bajo valores tan importantes como el respeto, la aceptación recíproca y
la cooperación no competitiva. De lo cual surgirá una relación interpersonal que acontece
en un marco social, y que entraña, a su vez, una nueva forma de descubrir, mediante la
interrogación individualizada, el sentido y dirección de la praxis educativa.
- Enseñar al individuo a ver, escuchar y, sobre todo, a reflexionar y a ser autor de sus
propios juicios.
- Preparar a los jóvenes para la vida; preparar al niño a vivir dentro de un mundo
complejo, móvil, en parte desconocido por él.
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3. LA PSICOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN:
UNA DISCIPLINA APLICADA
Las características del sujeto que aprende se acercan a una concepción del
procesamiento cercana a las modernas corrientes conexionistas, que sustituyen la metáfora
del ordenador por la metáfora del cerebro. Ésta, es decir, la metáfora del cerebro, incorpora
una nueva noción de computación más dinámica, en la línea del Procesamiento Distribuido y
del Procesamiento en Paralelo, que trata de integrar aspectos tanto cognitivos, conativos
como afectivos y tiende a complementarse con la importante contribución de las
neurociencias, las cuales ayudan a clarificar el funcionamiento de algunos de estos procesos
(De Vega, 1998).
Por otro lado, este modelo ha de ser muy sensible al contexto real de aprendizaje,
puesto que el conocimiento se alcanza a través de la acción activa y constructiva del sujeto
sobre la realidad. Dicha acción, cuando se produce en el ámbito escolar, ha de concretarse a
través de propuestas educativas flexibles que se puedan adaptar al estilo de aprendizaje de
los alumnos, con el fin de que puedan desarrollar mejor su competencia.
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MODELO CONSTRUCTIVISTA - INTERACCIONISTA
Este carácter aplicado es aceptado, hoy en día, por la mayoría de los psicólogos de
la educación y se interpreta dentro de lo que Coll (1983) denomina Modalidad 2 que,
como ya se ha indicado, consiste en elaborar e incrementar el conocimiento específico de
la Psicología de la Educación a partir del Análisis de las Situaciones Educativas. Dicho
conocimiento no puede reducirse exclusivamente al cuerpo de conocimientos psicológicos,
como sucede en la Modalidad 1, sino que surge de la consideración tanto de los
conocimientos psicológicos como de las características del ámbito de aplicación. Por este
motivo, son necesarios procedimientos de ajuste que mejoren permanentemente la
interacción entre la teoría y la práctica educativa.
En este sentido, los modelos adaptativos van a ser más exigentes que otros modelos
y van a tener influencias notables en el campo de la investigación e intervención
psicoeducativas.
Por otro lado, entre los nuevos métodos para evaluar el sesgo de los instrumentos
de medida habría que señalar el "Funcionamiento Diferencial de los ítemes" que permite
evaluar los sesgos de los instrumentos utilizados.
A esta forma de evaluación cuantitativa, hay que añadir lo que se ha dado en llamar
"Evaluación Auténtica" que defiende un mayor realismo al acercar la evaluación lo más
posible a la situación real que se pretende medir. Dicha evaluación presenta dos formas:
evaluación de rendimientos y portafolio. La evaluación de rendimientos o "performance
assessment" no u tiliz a "Pruebas Estandarizadas", evalúa a través de ejecuciones
concretas. El portafolio, por su parte, contiene el conjunto de trabajos que el alumno
considera oportunos para demostrar su preparación en un campo concreto.
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Ahora bien, la intervención psicoeducativa, propia del Psicólogo de la Educación,
abarca un marco más amplio que la del Psicólogo Escolar, la cual está más centrada en
dificultades y necesidades más concretas. Por este motivo, el Psicólogo de la Educación
precisa una formación más amplia (Coll, 1996a, 1996b) puesto que sus funciones son
complejas, al estar relacionadas no sólo con aspectos psicológicos (capacidades,
habilidades, estrategias y estilo de aprendizaje), sino también educativos (formales y no
formales).
(Psicología de la Educación)
En este contexto, el Psicólogo de la Educación (COP, 1998, pág. 83) tiene como
objetivo de su trabajo la reflexión e intervención sobre el comportamiento humano, en
situaciones educativas, mediante el desarrollo de las capacidades de las personas, grupos e
instituciones. De ahí que su actividad profesional se desarrolle en el marco de los sistemas
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sociales dedicados a la educación en todos sus niveles y modalidades (sistemas reglados y
no reglados, formales e informales) y durante todo el Ciclo Vital de la persona. Interviene
en todos los procesos psicológicos que afectan al aprendizaje, responsabilizándose de las
implicaciones educativas de su intervención, coordinándose (si fuese necesario) con otros
profesionales. Por este motivo, el campo de actuación de la Psicología de la Educación va a
ser más vasto y complejo que el de la Psicología de la Instrucción, ya que ésta centra
exclusivamente su interés en los cambios comportamentales que se producen en
situaciones escolares de enseñanza-aprendizaje. De ahí, que la Psicología de la Instrucción
sea más bien una parcela de la Psicología de la Educación, por lo que nunca se debe
confundir con ella (Coll et al., 1998).
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Gráficamente, dicho modelo, adaptado de Coll (1989) se representa a
continuación:
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Como se puede comprobar, podemos identificar dos grandes ámbitos de los que
habrá de ocuparse la Psicología de la Educación; por un lado, los relativos a los procesos de
cambio comportamental que se producen en las personas como resultado de su
participación en situaciones educativas; por otro, los factores que facilitan o inhiben
dichos procesos. De ahí que sea necesario abordar dos grandes grupos de contenidos: los
intrapersonales y los situacionales. Entre los primeros, podemos mencionar los
relacionados con el ámbito cognitivo, conativo y afectivo y, entre los segundos, los
relacionados con el contexto de enseñanza-aprendizaje con todos sus componentes
(alumno como constructor, profesor como mediador y ambiente como modulador).
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