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1. Nociones Generales
"En el proceso de Klein, por lo tanto, ‘no debe haber tardanzas inútiles', ya sea
porque el Estado tiene interés en deshacerse lo más rápido posible de la
pretensión dirigida en su contra', como ‘porque el atasco de las causas que se
reenvían distrae inútilmente su actividad'(3). De aquí, un último corolario: en
el proceso de Klein las partes no tienen ningún derecho a pedir reenvíos,
teniendo en cuenta que sólo es el juez quien los dispone ‘si y cuando lo
crea'(4), ‘pero sólo en caso de absoluta necesidad'(5).
"Se puede deducir que la posición kleiniana del proceso civil, al margen de
argumentos previsibles como la sencillez, la rapidez y el bajo costo, que son
perseguidos por todo legislador, presenta perfiles de indudable originalidad.
Más aun ella, en la medida en que hace hincapié en el bien común, en la
colaboración y en los altos valores sociales en relación a los cuales no se
puede no dejar de ser sensibles, se manifiesta muy sugestiva y, como lo
demuestra el gran éxito alcanzado especialmente en Italia durante todo este
siglo, provoca seguramente una gran fascinación. Mi impresión es, por el
contrario, que ella es hija de su tiempo y que tal vez haya tenido, al menos en
Italia, más fortuna de la que merecía y, además, de cualquier forma, que en la
Italia de hoy día, vigente la Constitución de 1948, no sea posible seguirla"(6).
2. Aspectos de la regla
Eisner, quien en nuestro país más se ocupó del tema, sostiene que [...]: "El
principio de economía procesal debe ser estudiado a través de las soluciones
normativas y de los arbitrios judiciales en cuya virtud se procura asegurar:
Con este emplazamiento habrá que cotejar si el costo que se impone para ser
oído es aceptable en términos de justicia y equidad; si es lógico que se tenga
que pagar para tener jueces que escuchen las pretensiones de las partes y
resuelvan las controversias; o si se puede tolerar que el beneficio de litigar sin
gastos sea el único sustituto creado para evitar que las situaciones de pobreza
impidan llegar a los jueces.
Por eso, solamente paga el que pide, porque es quien pone en marcha la
actividad de un sistema. Es tan puntual el requisito, que las excepciones están
expresamente indicadas, y ni el Estado se exime de pagar. Se afirma así que,
en los procesos en los que es parte el Poder Judicial, la cancelación de la tasa
de justicia debe efectuarse mediante la pertinente imputación contable que
efectuará la Administración General de la Corte, a cuyos efectos el juzgado
interviniente deberá comunicar el importe adeudado y los autos a los que
corresponde el gravamen (20).
Empero, no se puede generar una obligación tributaria sin que exista un hecho
que fundamente la necesidad de su establecimiento. Es éste un presupuesto
de todo tributo, y en cualquiera de sus modalidades (impuestos, tasas y
contribuciones).
"Consid. 62) [...] Por una parte, existen normas internas en la Argentina que
ordenan liquidar y pagar por concepto de tasa de justicia y de honorarios de
abogados y peritos sumas exorbitantes, que van mucho más allá de los límites
que corresponderían al cubrimiento razonable de los costos y costas
generados por la administración de justicia y a la equitativa remuneración de
un trabajo profesional calificado. Por otra parte, también existen disposiciones
que facultan a los jueces para reducir el cálculo de la tasa y de los honorarios
aludidos a límites que los hagan razonables y equitativos.
La doctrina suele dividir la regla en dos campos. Por un lado transitan los
cánones para el desenvolvimiento de las actuaciones, ordenando el régimen
hasta llegar a la sentencia; y por otro se presenta la cuestión de política
procesal consistente en disponer quien o quienes son los obligados a cumplir
con el mandato de la economía y aceleración de los tiempos del litigio.
Esta regla solo funciona en los modelos de procedimiento por etapas regidas
por el principio de preclusión. Por eso, quedan al margen aquellos mecanismos
sustanciados con el régimen de "unidad de vista", llamado también de
"indivisibilidad", donde los distintos actos que integran el proceso no se hallan
sujetos a un orden consecutivo riguroso, de manera tal que las partes pueden,
hasta el momento en que el tribunal declara el asunto en condiciones de ser
fallado, formular peticiones, oponer defensas y proponer elementos
probatorios que no se hicieron valer en un período anterior (30).
Por eso decía Alsina que [...]: "El concepto de concentración expresa el hecho
de que toda la actividad procesal, o por lo menos la recepción de la prueba, se
realice en una o en pocas audiencias próximas, a fin de que el juez pueda
adquirir una visión de conjunto y se encuentre en condiciones de dictar
enseguida su sentencia; desde este punto de vista, la concentración es un
complemento de la inmediación, porque supone la presencia en la audiencia de
las partes, el juez, los testigos, peritos, etc."(36).
También fue Alsina quien le dio al principio una extensión diferente, al señalar
que en el proceso de aceleración del trámite era posible eliminar actuaciones
que no fueran indispensables, y adoptar otras medidas destinadas a suplir
omisiones de las partes o más convenientes para regularizar el procedimiento
(37).
La concentración como regla para la "unidad de vista" parece importante para
la economía de esfuerzos en el proceso civil, pero la eficacia de ella va a
depender, antes que de la simplificación por unificación de actos, de la
inmediación que concrete el juez con la concentración dispuesta.
Por otro lado, para lograr una justicia oportuna depende del sistema dónde y
cómo se orquesta el procedimiento; y de medidas concretas de política
económica. Las primeras responden a la crisis manifiesta que proyecta la
transformación de las sociedades industriales y post industriales modernas
que generan una nueva demanda de justicia, con un sentido de real y efectiva
igualación, por encima de la sola igualdad formal, para posibilitar el desarrollo
de la personalidad humana. Es a la luz de esta nueva demanda de justicia que
debe interpretarse la filosofía política del "Estado Social" o "promocional" o
"Welfare state" que se ha traducido en un enorme aparato de legislación
económico social, consecuencia de la promoción y actuación de los "nuevos
derechos sociales". Empero, esta cada vez más vasta y compleja función
promocional del Estado moderno ha comportado, obviamente, formas de
gigantismo gubernamental a menudo peligrosas y potencialmente agresivas.
De ahí la constante búsqueda de nuevos instrumentos y métodos alternativos,
para la racionalización y el control de tal aparato y, por consiguiente, para la
protección contra los abusos que el mismo puede originar (40).
La sentencia, para adquirir firmeza, necesita que el tiempo para consentir esté
cumplido. Son, por tanto, sentencias firmes, aquellas contra las cuales no cabe
recurso alguno, ordinario ni extraordinario, ya por su naturaleza, ya por haber
sido consentidas por las partes. En el régimen procesal el principio se presenta
en el art. 36 inciso 1º vinculado con la regla del impulso procesal. Como una
derivación de ambos llegan la caducidad y la negligencia como presupuestos
de control a la celeridad del proceso.
Finalmente cuadra recordar la diferencia que trae Alsina cuando explica que
[...]: "No debe confundirse la preclusión con la cosa juzgada, aunque
aparentemente sus efectos sean los mismos. La cosa juzgada no es sino la res
judicata, que a su vez no es sino la res in iudicium deducta, es decir, el
fundamento de la acción, después que el juez lo ha reconocido o negado en la
sentencia. Por consiguiente, la sentencia que produce cosa juzgada es la que
admite o rechaza la demanda, destinada a producir sus efectos fuera del
proceso, protegiendo al vencedor contra cualquiera nueva pretensión respecto
de la misma cosa (exceptio rei iudicata) o acordándole el derecho de solicitar
su ejecución (actio iudicati). Ahora bien: la incontestabilidad de la sentencia
definitiva supone la preclusión del derecho a impugnarla tanto en su efecto
como en su contenido, es decir, que no se admite contra ella recurso alguno ni
puede renovarse la discusión de las cuestiones que ella resuelve. Desde este
punto de vista, la preclusión tiene una función diferente: es el medio del cual
se vale el legislador para hacer progresar el procedimiento impidiendo el
retroceso de los actos procesales. Así, tiene de común con la cosa juzgada que
impide una nueva discusión; por ejemplo, la cuestión decidida en una
sentencia interlocutoria, cuando no es impugnada, queda preclusa y no puede
ser renovada en el mismo proceso. Pero, en cambio, tienen una diferencia
fundamental: en tanto que la cosa juzgada produce efecto fuera del proceso, la
preclusión sólo produce efecto dentro del proceso y para ese proceso; la cosa
juzgada supone entonces un proceso terminado, mientras la preclusión supone
un proceso en marcha. Por eso es un error afirmar que las sentencias
interlocutorias producen cosa juzgada, cuando sólo tiene efecto
preclusivo"(42).
Del primer supuesto se ocupa el art. 34 inciso 5º ap. b) del código federal que
impone a los jueces el deber de "señalar, antes de dar trámite a cualquier
petición, los defectos u omisiones de que adolezca, ordenando que se
subsanen dentro del plazo que fije, y disponer de oficio toda diligencia que
fuere necesaria para evitar nulidades".
Esta regla sostiene que todo el producto de la actividad que las partes
desenvuelven se adquiere para el proceso sin medir los resultados
conseguidos. Es decir que, más allá de las cargas referentes a los modos de
realizar afirmaciones y confirmar las posiciones e intereses que en el proceso
se tengan, los beneficios y utilidades se toman para el esclarecimiento de la
relación jurídica procesal, sin atender el origen que lo trae.
Siendo así, también esta regla muestra la asimetría de enfoques con quienes
aceptan que el proceso se mueve y desarrolla a impulso de las partes, de
manera que la adquisición de la prueba solo podrá ser resuelta desde el
interés de la actividad; nunca de la iniciativa oficial.
No obstante, parece mejor la opinión que lidera Eisner cuando apunta que una
corriente así [...] "produce un conflicto entre la garantía liberal e individualista
que se consagra en el principio ‘Nemo tenetur edere contra se' y la tendencia
cada vez más acentuada de sacrificar la solución privatística en beneficio de
una recta y eficaz administración de justicia que reclama la comunidad".
"Por otra parte si pensamos en los distintos modos de introducir las pruebas al
proceso, también nos cabe considerar diversas soluciones inspiradas en los
variados métodos de conjugación entre las pautas directrices arriba
examinadas"(47).
5. El impulso procesal
Esta es una regla muy relacionada con la política procesal dispuesta para el
trámite. Así como en los llamados procesos sociales rige el impulso oficial, que
supone el deber jurisdiccional de actuar el trámite en forma consecutiva sin
necesidad de que las partes lo pidan; no es tan rotunda la afirmación cuando
se trata de procesos civiles o comerciales (de interés privado) que se
consideran administrados por el principio dispositivo, por el cual, el proceso se
promueve y avanza conforme sea el interés de los litigantes. Este principio
interpretado a ultranza, considera que solamente las partes son quienes
disponen del trámite, y el juez debe esperar las reacciones de ellos para
realizar los actos que se le exponen. Por lógica se entiende que la sentencia se
podrá dictar únicamente si las partes lo piden.
Sin embargo, este principio no puede estar en manos de quien acciona, porque
de otro modo, el proceso serviría únicamente a intereses privados que podrían
manipular el curso de la instancia y aplicarla a sus exclusivos designios,
aprovechándose así de la disposición procesal que cuenta. Bastaría con instar
en los tiempos previos a la perención, para mantener viva la instancia. Lo que
tampoco es oficioso, porque no se trata solamente de mantener el litigio en
estado permanente de conflicto, sino de llevarlo a satisfacer con justicia el
destino para el cual fue el proceso previsto.
"Hay que agregar que nunca nadie ha pensado, ni piensa, que las partes deban
dirigir el proceso, tanto es así que, con nuestro viejo código, la dirección
correspondía al juez y no ciertamente a las partes (51). Pero, parece evidente
que, una cosa es dar al juez los poderes estrictamente necesarios, y no por
ello poco vastos (52), para dirigir el proceso y otra muy distinta es establecer
que el juez pueda hacer todo aquello que considere oportuno (53) o, peor aún,
que en el proceso civil no se pueda mover un dedo sin el permiso del juez
(54). Y, en efecto, confirmando el equívoco que se encuentra en la base del
pensamiento de Klein y de sus secuaces, puede observarse que es al menos
forzado sostener que el juez, en los ordenamientos liberales, sea un ‘rey
madero' o, como también se ha llegado a decir, una ‘marioneta', un ‘títere'
(55), una ‘grabadora automática'(56), un sujeto -en suma- que dicta sentencia
sin siquiera saber por qué lo hace, ‘como un autómata que, activado por el
peso de la moneda que cae, emite un dulce o un boleto de entrada' (57). El
juez, siendo aquél a quien le corresponde juzgar, es la persona más
importante y más temida del proceso, aquél frente al cual las partes -y sobre
todo los abogados- se han siempre inclinado y siempre se inclinarán, por lo
que no se ve cómo se pueda seriamente compararlo con los fantoches (58) y
con las maquinillas automáticas(59). Por otro lado, el que, el juez civil pueda
(y deba) juzgar sólo a instancia de parte es otro —civilizadísmo e insuprimible-
discurso (60)" [...].
"Por lo tanto, debiéndose excluir que, desde cuando existe el Estado moderno,
hayan alguna vez existido legisladores o estudiosos con una concepción
privatista o agnóstica del proceso civil, es evidente que la contraposición debe
hacerse entre aquellos que prefieren el garantismo y aquellos que aman el
autoritarismo, o bien, como agudamente se ha dicho, entre una concepción
‘liberal y realista' y una concepción ‘autoritaria y moralista' (61). La
concepción de Klein, luego, no puede razonablemente ser considerara
(solamente) publicista (62), sino que debe ser considerada como ‘antiliberal y,
en cierto sentido, autoritaria' (63), más bien ‘fuertemente autoritaria' (64) y,
agregaría, moralista: cuando se les quitan derechos a las partes y se otorgan
poderes discrecionales al juez se hace autoritarismo procesal (65); y cuando
se ve en el proceso un ‘mal social' y una ‘herida en el cuerpo de la sociedad',
se hace moralismo"(66).
(6) Cfr. Cipriani, Franco, Batallas por la justicia civil, Cultural Cuzco, Lima,
2003, p. 63.
(7) Chiovenda, José, Principios de derecho procesal civil, Tomo II, Reus,
Madrid, 1977, p. 237.
(9) Eisner, Isidoro, Planteos Procesales, La Ley, Buenos Aires, 1984, ps.
119/120. Cfr. del mismo autor La Ley, 146-879 y ss.
(10) Palacio, Lino E., Derecho Procesal Civil, Tomo I, Abeledo Perrot, Buenos
Aires, 1979 (2ª ed. 1ª reimpresión), p. 285.
(15) Hazard, Jr., Geoffrey - Taruffo, Michele, La Justicia Civil en los Estados
Unidos, trad. de Fernando Gascón Inchausti, Thomson — Aranzadi, Navarra,
2006, p. 112.
(19) Alcalá Zamora y Castillo, ob. cit., p. 30. Cfr. Gozaíni, Osvaldo A., Costas
Procesales, Tomo I, Ediar (3ª ed.), Buenos Aires, 2007, p. 5
(23) Germán J. Bidart Campos, ¿Hay que pagarle al Estado para que
administre justicia? (Repensando la tasa de justicia), Columna de opinión del
diario La Ley del 13 de marzo de 2003.
(25) Caso Hilaire, Constantine y Benjamin y otros, supra nota 5, párr. 151;
Excepciones al agotamiento de los recursos internos (arts. 46.1, 46.2.a y
46.2.b Convención Americana sobre Derechos Humanos). Opinión Consultiva
OC-11/90 del 10 de agosto de 1990. Serie A No. 11, párr. 34.
(27) Cfr. Caso del Caracazo, Reparaciones, supra nota 5, párr. 77; Caso Hilaire,
Constantine y Benjamin y otros, supra nota 5, párr. 203 y Caso Trujillo Oroza,
Reparaciones, supra nota 6, párr. 61. En igual sentido, vid. Caso de las
Comunidades Greco-Búlgaras (1930), Serie B, No. 17, pág. 32; Caso de
Nacionales Polacos de Danzig (1931), Series A/B, No. 44, pág. 24; Caso de las
Zonas Libres (1932), Series A/B, No. 46, pág. 167 y Aplicabilidad de la
obligación a arbitrar bajo el Convenio de Sede de las Naciones Unidas (Caso de
la Misión del PLO) (1988) 12, a 31-2, párr. 47.
(28) Consid. 55: Este Tribunal estima que para satisfacer el derecho de acceso
a la justicia no basta que en el respectivo proceso se produzca una decisión
judicial definitiva. También se requiere que quienes participan en el proceso
puedan hacerlo sin el temor de verse obligados a pagar sumas
desproporcionadas o excesivas a causa de haber recurrido a los tribunales.
Esta última situación se agrava en la medida en que para forzar el pago
procedan las autoridades a embargar los bienes del deudor o a quitarle la
posibilidad de ejercer el comercio.
(33) Peyrano, Jorge Walter, El proceso civil, Astrea, Buenos Aires, 1979, ps.
275/6. Allí cita a Calamandrei cuando sostiene que: "El sistema de la
preclusión puede presentar el grave inconveniente de hacer indispensable la
adopción del principio de eventualidad, en fuerza del cual las partes, para no
perder la facultad de hacer las deducciones de mérito y de rito que puedan
aparecer antes o después como útiles a su defensa, deben proponerlas todas
ellas acumulativamente en el término preclusivo señalado a tal objeto, aun
cuando alguna de las mismas, destinada a ser hecha valer sólo en vía
subordinada, esto es, sólo en la eventualidad de que las otras deducciones
propuestas en vía principal no sean aceptadas, no presente interés actual en el
momento en que es propuesta" (Calamandrei, Piero, Instituciones de derecho
procesal civil, volumen 1, Ejea, Buenos Aires, 1986, p. 391)
(38) Podetti, J. Ramiro, Teoría y técnica del proceso civil, Ediar, Buenos Aires,
1963, p. 135.
(39) Cfr. Gimeno Sendra, José Vicente, Constitución y Proceso, Tecnos, Madrid,
1988, p. 141.
(41) Gozaíni, Osvaldo A., Respuestas Procesales, 2ª parte, Ediar, Buenos Aires,
1999, ps. 199 y ss.
(49) Cfr. Colombo, Carlos J., Código Procesal Civil y Comercial de la Nación,
tomo II, Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1969, p. 663.
(51) Ver, en efecto, Diana, Le funzioni del presidente nel processo civile, Milán
1911, I, p. 13 y ss. Es cierto que aquí se confunde la dirección con el impulso
de las partes. Por ejemplo. Hazard y Taruffo, La giustizia civile negli Stati
Uniti, Bologna 1993, pp. 101 y 105, al relevar que el juez americano
normalmente ‘se limita a responder los argumentos de las partes', afirman que
el juez, en los países del common law, sería sólo un árbitro en posición neutral
y esencialmente pasiva y tendría un papel de segundo plano en la conducción
del proceso. No creo que sea así: también en esos países el proceso está
dirigido por el juez; es el impulso del proceso lo que queda en manos de las
partes.
(52) Cfr., Raselli, Il potere discrezionale del giudice, II Padova 1935, p. 190, el
cual, con el viejo código, llegó a notar que nuestro juez, contrariamente a lo
que se sostenía, tenía una miríada de poderes directivos discrecionales.
(53) Se piense, por ejemplo, en el art. 118 del C.P.C., en virtud del cual el juez
puede ordenar la inspección corporal de un tercero. Vale decir, por si
eventualmente no quedare claro, que en un proceso civil entre Ticio y Caio, ¡el
juez puede ordenar la inspección corporal de Sempronio! La norma, por suerte
y naturalmente, no se ha usado nunca, pero nos hace estremecer. Pese a ello,
hay quienes la consideran insuficiente pues si el tercero rehusare ser
inspeccionado, sólo puede ser condenado a una multa no superior a las diez
mil liras (Cappelletti, Libertà individuale e giustizia sociale nel processo civile
italiano, (1972), en Giustizia e società, Milán 1972, p. 34, que escribía cuando
la multa no podía superar las ocho mil liras, pero que no considera que en
1940 el techo de la multa fue fijado en dos mil liras, que en esa época era un
patrimonio).
(54) Para dar sólo un ejemplo, los arts. 169 C.P.C. y 77 de las Disposiciones de
Actuación, quieren que las partes, para retirar el propio expediente de la
secretaría [cancelleria], deban pedir permiso (con papel timbrado) al juez. En
esta línea, se sostiene que nuestro código, lejos de ser antiliberal y autoritario,
estaría inspirado en una concepción privatista del derecho y del proceso civil
(así, Cappelletti, Libertà individuale, cit., p. 33 y ss), más precisamente en la
ideología liberal que gusta a los abogados (así, Denti, Processo civile e
giustizia sociale, Milán, 1971, p. 19).
(60) Es significativo que el mismo Cappelletti, que años atrás había dicho
estar complacido de que en los países comunistas hubieran ‘dejado de lado el
principio de la demanda' (Ver, Ideologie nel diritto processuale, cit., p. 18),
haya ahora cambiado de opinión (Ver , Dimensione della giustizia, cit., p. 162).