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Patricio Carrera-Arenas

Antropología e imaginarios sociales: reflexiones


teóricas para una perspectiva profunda de la
realidad social

Patricio Carrera-Arenas
Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades,
Universidad Católica de Temuco, Chile
Patriciocarrera.a@gmail.com

Resumen

Estudiar los socioimaginarios significa estudiar lo social y sus estructuras


metaempíricas que se imbrican en un fin último: los constructos socioculturales,
que se sostienen por símbolos, significaciones y arquetipos de imágenes
transhistóricas que funcionan como primun mobile de los hechos empíricos.
Así, esta ponencia se ha articulado teórico-epistemológicamente para dar cuenta
de un problema; lo socioimaginario en antropología y ciencias sociales, que
merece comprenderse más acabadamente.

Un primer apartado problematizó la relación entre imaginarios y conocimiento


científico-social, donde hemos de considerar que el conocimiento no es un
constructo independiente de imaginarios instituidos, a la vez que instituyentes,
por lo que el estudio social de la ciencia no es sino, en principio, el estudio de
los imaginarios sociales de una materialización retórico-discursiva, mediante
por ejemplo la conceptualización de verdad y objetividad, como un silogismo
que conlleva a representar la realidad. Un segundo apartado analizó lo
imaginario en las estructuras metaempíricas de lo socio-individual, a decir; el
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sistema sociocognitivo, las emociones, la conciencia y las formas


metacomunicativas que funcionar como base de los hechos empírico-sociales.
Todo esto pretende dar cuenta de un trayecto imaginario-antropológico que
nace desde las complejidades del sistema cognitivo-estructural y culmina en la
agencia socio-individual, impulsándome a encontrar las posibilidades de una
antropología de lo socioimaginario, muy necesaria para una sociedad no puede
constituirse a sí misma sin interpretarse y significarse colectivamente.

Síntesis de exposición

I Parte. Sobre los imaginarios y el conocimiento social

¿Por qué he titulado antropología e imaginarios sociales a esta ponencia?, pues


bien, cuando pretendo hacer una relación entre la antropología y los
imaginarios, no busco, por lo menos en este caso, delimitar la antropología
como una ciencia social teóricamente particular, es decir, configura, para mí,
una inextricable relación dialéctica entre un universo de perspectivas
disciplinarias e históricamente hibridas que nos orientan en la comprensión y/o
explicación de los fenómenos sociales. Con esto último, quizá, marco una
intencionalidad respecto de un objeto fundamental de esta disciplina; que más
allá de sus estadios históricos que establecen la diferencia cultural como el
objeto por excelencia, y en algún sentido lo es, considero igualmente esa
perspectiva lévi-straussiana que concibe la experiencia humana como ese objeto
nuclear. Y, por otro lado, no puedo concebir los imaginarios sólo desde una
perspectiva operativa, por ejemplo, desde los hechos representacionales, por
cuanto los imaginarios no sólo nos muestran ideas preconcebidas del mundo,

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sino que influyen en las formas en cómo los individuos representan, se auto-
representan y actúan en el mundo, es decir; es parte del el ser y el hacer humano.
Por lo que la relación entre las ideas y las acciones en los individuos y los grupos
socioculturales constituye un problema socioantropológico que marca su raíz
en la experiencia social. La antropología, desde este punto de vista, no sólo es
una disciplina científico-cultural que se enfoca en el descubrimiento desde la
mirada pragmática, desde la observación, aunque haga apología de la
etnografía, sino que se establece también como una filosofía primera, es
ontológica y existencial, en tanto nunca se puede dejar de considerar que la
experiencia social no es sino la búsqueda del sentido de la existencia y tampoco
podemos negar que finalmente siempre ponemos en cuestión la naturaleza
humana, aunque fuere desde una cuestión social. Por tanto, quiero decir que es
fundamental considerar los “hechos sociales” desde una consustancialidad; lo
empírico y lo meta-empírico, dado que toda experiencia significada implica
considerar, en tanto objeto analítico, el “hecho significacional”, y entendiendo
que este hecho se expresa como un conjunto de sentidos diversos que organizan
la vida social en un contexto que implica dimensiones valóricas, políticas,
religiosas, mitológicas, etc. Y que se transforma en un continuum que se va
modificando a través de referencias imaginarias que actúan cíclica y
concatenadamente en las expresiones de la realidad social. Es desde esta
perspectiva es que voy a la sustancialidad del tema, donde la perspectiva
profunda de la realidad social se bosqueja como la consideración de una
realidad que no se sustenta sólo desde lo empírico, desde la experiencia
observable, sino que se nutre de elementos sociocognitivos, significacionales,
emotivos, etc., y donde lo imaginario figura una base que soporta todos los
constructos socioculturales, por ejemplo, desde la construcción del

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conocimiento social hasta las prácticas políticas, rituales, espirituales o


cotidianas en la vida social.

Entonces, para organizar esta idea, soy de los que piensan que las ciencias
sociales no deben construir un conocimiento marginado del contexto histórico-
social, eso no significa que no sea un conocimiento sui generis, pero
fundamentalmente el problema radica en esa materialización retórico-
discursiva, a través, por ejemplo, de la conceptualización de verdad y
objetividad, como un silogismo que conlleva a representar la realidad, que,
muchas veces, nace desde una lógica de la exterioridad, del objeto, y no como
una representación de la realidad, como puede concebirse desde una óptica algo
más subjetiva. El conocimiento representa una visión histórica y singular del
mundo, son constructos que se determinan por dimensiones simbólicas,
materiales, políticas, etc., y cuyo contenido es producto del tiempo-espacio
sociocultural, y confieren el poder de distinguir, comprender y explicar las
abstracciones que entrega la experiencia de y en el mundo, pero también las
dirigen, por ejemplo, mediante la cognición social.

En este caso, entonces, la ciencia socio-cultural funcionaría como un sistema de


conocimientos para construir conocimientos, que se nutren de sí mismos, como
un sistema que está mediado por diversas variables socioculturales y que actúan
temporalmente en el tejido social, simbólico y las apreciaciones del mundo en
sus particularidades contextuales, como dice Vessuri, “la efectiva constitución
de un campo científico responde a la articulación de un complejo conjunto de
elementos que se van organizando en un espacio que se «autosustenta» y
reproduce a través de las nuevas generaciones, es decir, a través de la
conformación de nuevas tradiciones” (Vessuri y Canino 2007:88). Por lo que el
conocimiento de la realidad se instituye imaginario-socialmente mediante

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formas de consenso social que validan nociones pre-teóricas y teóricas respecto


de símbolos y referencias semánticas que interaccionan en un mismo campo
social.

Entonces, cuando hablamos de conocimiento nos referimos a todo un constructo


sociocultural que es en sí mismo un complejo entramado de enunciados,
representaciones teóricas y sociales de y en el mundo, subyacentes al tiempo y
espacio histórico mediante formas simbólicas, ideológicas o materiales, que se
manifiestan en la relación entre diversos agentes del mundo social en constante
interacción, pues, el conocimiento social emerge, en principio, debido a un acto
sociocognitivo: el comprender e interpretar elementos abstractos para hacerlos
inteligibles y validarlos e instituirlos mediante el consenso social y el conjunto
de prácticas culturales que organizan, y describen, la vida social. De modo que
el conocimiento es producto de la estrecha relación entre el individuo y el
mundo; el self, cuya característica primera en su cualidad cognoscente es la
comprensividad, que en términos efectivos es resultado de aquella aventura
semiológica y cognitiva que produce todo el cuerpo de significaciones de
existencia en los sujetos. Por lo tanto, el individuo ha de experimentar
socialmente la producción de sentidos, en principio, desde una dimensión
sociocognitiva, la cual provee respuestas comprensibles del mundo y sus
temporalidades, donde, como diría Manuel Baeza (2015), se requiere que ese
mismo mundo significado sea, además, instituido o validado socialmente.
Asimismo, el conocimiento, en tanto se tiende a dicotomizar entre lo objetivo y
lo subjetivo, no debe concebirse desde una exterioridad de los individuos, por
el contrario, es producto de la intersubjetividad. Dirá Gilbert Durand (2007) que
los individuos viven en una suerte de estructuras perpetuas de símbolos
interpretables, que en sentido amplio constituyen la matriz del pensamiento

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simbólico, promoviendo la intersubjetividad y su objetivación, y que en


términos simples refiere a lo que colectivamente asumimos como lo que es. Es
decir, problematizar el conocimiento desde esta perspectiva, entonces, es
comprenderlo como resultado de la interiorización de un mundo simbolizado y
en principio subjetivado, desde una realidad que emerge desde redes
significacionales, representaciones y prácticas sociales, a diferencia de una
perspectiva realista que considera la relación entre el individuo y un mundo
exterior a él, el cual debe conocer. Esto no es algo que simplemente pueda
desdeñarse en esa búsqueda de la experiencia humana, pues los individuos
deben interpretar aquellos signos que hacen inteligible esas relaciones,
encontrándose el sujeto en una inextricable relación simbólica, y semiósica, con
todo lo que le rodea.

II parte.

Sobre la relación imaginarios y estructuras metaempíricas de lo social.

Ahora bien, estudiar los imaginarios sociales desde una perspectiva


antropológica nos invita a sumergirnos en visualizar la realidad social desde una
perspectiva que involucre un acercamiento metasocial, concibiendo que la
experiencia social tiene raíces simbólicas y significacionales y se nutren de un
conjunto arquetípico de imágenes transhistóricas que proporcionan insumos
para ese trayecto antropológico que rige las formas de conducta sociocultural.
Es decir, la realidad social no debe concebirse como un conjunto de relaciones
fácticas externas a estímulos abstractos, sino que debemos comprender que nace
también desde una función alegórica; en tanto se constituye por una
multiplicidad de significaciones que se aferran a la experiencia simbólica y la
intersubjetividad. La realidad se practica pero también se significa, pues, como

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dice Sartre, si despojamos al hecho de su significación lo despojamos a su vez


de su naturaleza de hecho humano.

De este modo, buscar una perspectiva antropológica de lo socioimaginario


requiere una perspectiva de lo cultural que no se restringa a estructuras trans-
generacionales de hábitos, costumbres, ritos, etc., donde los individuos actúan
pasivamente y no agencialmente, sino que podemos comprenderla, siguiendo a
Raymond Williams (1994), como un sistema significante, es decir, objetiva y
subjetiva a la vez, o bien, una cultura que existe tanto en las prácticas como en
la mentalidad, una cultura que contiene la conducta de acuerdo al tiempo-
espacio particular, influenciada por flujos semánticos mediante un proceso
social que, en tanto red de significados, está sujeto a una trama simbólica donde
lo real depende de un diálogo intersubjetivo, esto siguiendo a Geertz (1992).

Así, los fenómenos socioculturales son dinámicas situadas, son formas de


concebir, representar y practicar el mundo, por lo que lo imaginario y lo real,
en tanto vieja dicotomía, suponen un complemento indisociable, pues, el
individuo utiliza el sistema simbólico como un medio para un fin; acoplarse a
un mundo de significaciones en un tiempo y espacio estructurado para sentirse
parte de un mismo sistema social, donde la emoción, los sentidos o la conciencia
constituyen una forma organizada de existencia. Es decir, la experiencia intima
de los individuos no está aislada de lo social, o bien, lo imaginario existe para
lo social mediante la mentalidad en un universo compartido funcionalmente.
Es, si se quiere, la representación del self, que se configura desde una totalidad
en la relación entre los individuos y el mundo mediante el aparato psico-
neurocognitivo y cultural, esto siguiendo el modelo cultural de la mente de la
antropología cognitiva (Strauss y Quinn, 1997) que explica modelos de
pensamiento que hacen relación a los vínculos entre los individuos y el medio

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que les rodea, mediante elementos psíquicos, normativos y cotidianos, para


establecer sistemas de conocimiento que hablan, fundamentalmente, del cambio
cultural de la mente. También, es importante considerar las formas
comunicativas en este proceso que puede suscitarse como una regulación de la
conducta, donde las formas lingüísticas se presentan como un cifrado humano
donde los individuos de-codifican la realidad estableciendo un puente entre el
mundo objetivo y subjetivo a través del lenguaje y que funcionan como una
puesta en escena del movimiento imaginario-antropológico, constituyendo
realidades mediante la significación. De esta forma, los individuos configuran
su conducta mediante elementos simbólicos consensuados socialmente, algo así
como una auto-coacción en términos de Norbert Elias (2010), para instituirse,
posteriormente, mediante el ethos (entendiéndolo laxamente como esa
institucionalización de lo imaginario mediante significaciones compartidas),
finalizando, entonces, en una agencia que emerge desde toda esta complejidad
meta-empírica.

Palabras finales

Con todo esto, diremos, que lo imaginario actúa fundamentalmente en la


construcción de referencias posibles para un mundo diverso, mediante
esquemas de conducta que se valen de la experiencia compartida en ese mismo
mundo, y esta intersubjetividad, que se nutre de representaciones arquetípicas,
será la que legitime socialmente estos imaginarios, hará que se instituyan y
renuevan mediante la vida social y su organización práctica, discursivo-
semántica, socio-cognitiva, expresándose desde diversos mecanismos, por
ejemplo, el hecho significacional. Los imaginarios son producto de la cualidad
fenomenológica de los individuos, y que mediante un consenso que emerge
desde las relaciones intersubjetivas objetivamos elementos para validar la

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cotidianidad. Por lo tanto, elementos como la mentalidad, la conciencia o las


emociones no solo deben verse como categorías teóricas sino que deben
comprenderse como elementos agnados a lo imaginario, son las cualidades
primeras para que los individuos se expresen en un mundo diversamente
representado, pues, la conducta no sólo constituye una función psicológica o
psicosocial, sino que al constituirse desde la experiencia colectiva se transforma
en un objeto sociológico, pero, además, al interrelacionar los elementos
sociológicos con los psicológicos y convergir estos en ideas y representaciones
compartidas de una realidad en forma de ethos se transforma en antropológico,
por lo que es importante considerar esa inherencia para comprender los
imaginarios, partiendo desde las complejidades de las estructuras culturales de
la mente, de las relaciones entre la estructura cognitiva y las estructuras
simbólicas, del universo de significados que hace de la cultura una cultura no
sólo practicada, sino también representada, semiótica, o bien, y con esto
termino, entender que en todo proceso identitario, o en todo fenómenos social,
existe el germen imaginario que se transforma finalmente—para bien o para
mal—en la herencia simbólica y cultural de una sociedad.

Referencias

Baeza, M. A. (2015). Hacer mundo significaciones imaginario-sociales para constituir


sociedad. Santiago de Chile: RIL editores.
Durand, G. (2007). La Imaginación Simbólica (2.a ed.). Buenos Aires: Amorrortu.
Elias, N. (2010). El proceso de la civilización investigaciones sociogenéticas y
psicogenéticas. Madrid: Fondo de Cultura Económica.
Lévi-Strauss, C. (2008). Elogio dell’antropologia: lezione inaugurale al Collège de
France. Torino: Einaudi.
Strauss, C., Quinn, N. (1997). A Cognitive Theory of Cultural Meaning. Cambridge
University Press.
Vessuri, H., & Canino, M. V. (2007). Los estudios sociales de la ciencia y la tecnología:
Algunos aportes recientes de la sociología en Venezuela. Revista Venezolana de
Economía y Ciencias Sociales, 13(1), 87-90.

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Williams, R. (1994). Sociología de la cultura. Barcelona: Paidós.

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