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Presencia árabe en la literatura hispanoamericana:

el caso de Chile

María Olga Samamé B.

Se puede afirmar que un primer contacto entre María Olga Samamé,


doctora en Literatura, es
lo árabe y el Nuevo Mundo se produjo a través de la profesora e investigadora
del Centro de Estudios
conquista y la colonización, en el siglo XVI. Así, los Árabes de la Facultad de
Filosofía y Humanidades
descubridores en tierras americanas reactualizaron — de la Universidad de
Chile. Es experta en la
aunque debilitados— algunos contenidos arabigoan- producción literaria de
los emigrados árabes en
daluces, en la onomástica, la arquitectura, las artes las Américas y sus des-
cendientes.
culinarias, modos de vida, entre otros. Sin embargo, msamame@uchile.cl

la realización de un encuentro más fuerte, verdadero, El presente texto es


una ponencia presentada
permanente y fecundo se efectuó a través de un se- en la mesa redonda De
la Bekaa al Maipo: huella
gundo contacto que tuvo lugar con la inmigración árabe en la literatura
latinoamericana, organi-
árabe a las Américas, a mediados del siglo XIX y du- zada por Casa Árabe en
la Feria del Libro de
rante las primeras décadas del siglo XX, el cual con- Madrid el 9 de junio de
2008.
tribuyó al progreso material y participó en la forma-
ción pluriétnica y pluricultural de las naciones de acogida.
La inmigración árabe en las Américas —unas veces inducida, otras es-
pontánea— fue motivada por una concepción utópica del Nuevo Mundo. Los
árabes, que eran mayoritariamente de religión cristiana, encontraron mejores
condiciones políticas, económicas y sociales en su búsqueda de la estabilidad
material y espiritual. Una vez instalados, y pese a las dificultades y experien-
cias dolorosas en su tránsito hacia la integración, se propusieron contribuir al
desarrollo y consolidación de los países receptores.
En este contexto se sitúa la inmigración árabe en Chile,1 iniciada hacia
1885, incrementada en 1930, disminuida a mediados de siglo y reactivada en
la actualidad, a medida que se ha acentuado la inestabilidad en el Medio
Oriente. En general, en este desplazamiento de levantinos hacia Chile se

1
Véase Lorenzo Agar, «La inmigración árabe en Chile: los caminos de la integración», en El
mundo árabe y América Latina, Madrid, UNESCO/Libertarias Prodhufi, 1997, págs. 283-309.
Del mismo autor, El comportamiento urbano de los migrantes árabes en Chile y Santiago,
Santiago de Chile, Pontificia Universidad Católica de Chile-Instituto de Estudios Urbanos,
1982.

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1
pueden distinguir cinco periodos, comunes al resto de las Américas: el prime-
ro comprende desde sus inicios hasta comienzos del siglo XX; el segundo, al
iniciarse la Primera Guerra Mundial hasta 1930; el tercero corresponde al pe-
ríodo previo a la Segunda Guerra Mundial; el cuarto contempla la reanuda-
ción del flujo una vez terminado el conflicto y, el quinto, constituido por co-
rrientes migratorias que huyen de la guerra del Líbano, de la guerra de los
Seis Días, de los territorios ocupados de Palestina y, actualmente, de la gue-
rra de Irak.
De esta manera, principalmente palestinos, sirios y libaneses iniciaron
una diáspora voluntaria y dirigida a esta tierra de promisión. Sus territorios
se encontraban entonces bajo el dominio turco y el colonialismo europeo.
Cuando entraron al país portaban la identificación del alicaído Imperio Oto-
mano, por lo cual fueron conocidos como «los turcos». La mayoría eran cris-
tianos ortodoxos y provenían de pueblos y aldeas como Beit Yala, Beit Sahur,
Belén, Taibe en Palestina; Homs, Alepo, Trípoli en Siria, etc. En sus lugares
de origen se dedicaban al tallado en nácar y concha de perlas, la orfebrería,
la agricultura, la ganadería, el tejido y el comercio. Muchos se habían educa-
do en escuelas religiosas cristianas y hablaban, además del árabe local, algo
de turco, inglés, francés, ruso.
La llegada de los levantinos a Chile2 planteó un dilema a la inmigración
selectiva que operaba a la sazón en el país, la cual favorecía la entrada de
europeos para colonizar el centro y sur del territorio nacional, a fin de que
contribuyeran al desarrollo de la industria y el comercio. Sin embargo, el Es-
tado chileno mantuvo una política de puertas abiertas con los árabes y éstos,
que carecían de la calificación laboral exigida, optaron por distribuirse libre-
mente a lo largo del país, ejerciendo el comercio ambulante, una actividad
que no tenía grandes competidores, puesto que estaba orientada a atraer
clientes en forma permanente. Por lo demás, las «llamadas en cadena» diri-
gidas por parientes de una misma etnia, poblado y credo religioso, les permi-
tió a los árabes volver a encontrarse y a estructurar el clan familiar, ese nú-
cleo fundamental que les proporcionaba cohesión, sentido de identidad y
solidaridad económica, laboral y social.

2
Myriam Olguín y Patricia Peña, La inmigración árabe en Chile, Santiago de Chile, Instituto
Chileno-Árabe de Cultura, 1990.

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2
El proceso de integración de los árabes en Chile
Los árabes iniciaron una odisea navegando por el océano Atlántico, en
dirección al sur, arribaron a São Paulo y continuaron viaje a Buenos Aires,
donde ejercieron el comercio ambulante con gran dificultad. Otros se aventu-
raron hasta llegar a los lugares fronterizos con Chile,3 tomando conocimiento
de una tierra allende la cordillera, más acogedora y con mejores posibilidades
de prosperar. Iniciaron entonces otra odisea: cruzaron los pasos andinos,
hasta llegar a San Felipe, los Andes y, desde allí, se desplazaron al Puerto de
Valparaíso o a Santiago, o a las demás ciudades y pueblos del territorio na-
cional. Desde un comienzo la llegada de los árabes suscitó en la sociedad chi-
lena desconfianza, suspicacia y segregación. Su presencia no correspondía a
la imagen idealizada del europeo. Por el contrario, diferían por su aspecto
físico, su vestimenta extraña y su lengua de sonidos inarmónicos. Esta condi-
ción repercutió en su lento proceso de inserción, adaptación, asimilación e
integración. Los árabes experimentaron el desarraigo y la discriminación, lo
que les indujo a dedicarse a una actividad independiente, sin exigencias in-
mediatas. Debido a que desconocían el idioma español, tenían un capital mí-
nimo y escasa infraestructura, eligieron el comercio ambulante, actividad
practicada anteriormente en su patria añorada. Así, cargando canastos llenos
de cosas, se convirtieron en los buhoneros o «faltes» (esto es, «traían lo que
falte» [en la casa]) y pregonaban «cosa tenda» («vendo cosas de tienda»),
por los barrios de las ciudades y pueblos del norte, centro y sur del país.
Lentamente construyeron un itinerario, conquistaron sus clientelas,
usaron libretas de anotaciones para la venta con facilidades de pago, o al fia-
do, hasta que se instalaron con el baratillo, la tienda, la paquetería o el bazar
del «turco», un comercio establecido que era, además, la casa-habitación y
local de trabajo de los inmigrantes. En este espacio pleno de incomodidades
convocaron, mediante la «llamada en cadenas», a sus parientes y amigos, y
con esfuerzo, perseverancia y tenacidad volvieron a reestructurar el hamule,
el clan familiar. También hubo árabes con mayores ingresos que conocían la
confección en tejidos de algodón, seda y lana; establecieron ellos alianzas

3
Vías marítimas y fluviales son testigos del desplazamiento inédito del pionero Magdalani
que lo lleva a Chile: desembarca en Buenos Aires, se interna por los ríos del Paraguay; más
tarde se asienta en Cochabamba, en Bolivia; luego reinicia otro viaje por el desierto altipláni-
co hasta llegar a Iquique, en Chile, donde se consolida.

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económicas y familiares a través de los matrimonios endogámicos, crearon
industrias textiles, cooperaron con fuentes laborales para los chilenos y con-
tribuyeron con el desarrollo tecnológico e industrial del país. Así es que, en la
medida en que los árabes preservaron una parte de sus pertenencias identi-
tarias y, al mismo tiempo, consolidaron este rubro económico, permitieron
que sus descendientes lograran lentamente ascender en la sociedad chilena.
Esta última se percataba de que esta comunidad de levantinos les demostra-
ba un carácter definido: poseían gran capacidad emprendedora, un espíritu
de superación a pesar de las adversidades, un deseo permanente de no cejar
en el logro de objetivos, de llevar a buen término sus proyectos iniciados.
La integración de los árabes fue una tarea compleja.4 Estaban cons-
cientes de que constituían una identidad cultural definida: eran árabes de
lengua y cultura, la mayoría de rito cristiano ortodoxo, con tradiciones y cos-
tumbres ancestrales, rasgos esenciales, respetados, compartidos y preserva-
dos desde antiguo. Al insertarse en la sociedad chilena los árabes asumieron
que esa era una realidad otra y distinta y que no les pertenecía. Fue inevita-
ble el desencuentro de identidades. Tuvieron que soportar el rechazo, las
acusaciones infundadas, el prejuicio que se percibía constantemente con el
apelativo peyorativo y hasta injurioso de «turcos». Percibieron que no se los
reconocía como sujetos, ya que una parte de la sociedad chilena se sentía
amenazada por sus rasgos acendrados en el pasado y reaccionaba marginán-
dolos. Una parte de la población chilena dirigirá un sentimiento xenófobo so-
terrado que lentamente se aminorará cuando ese «turco» logre integrarse en
este espacio.
Para lograr la integración los árabes debieron transar paulatinamente
una parte de su identidad cultural heredada y, por ello, comenzó el desuso de
la lengua árabe en los hijos de inmigrantes. En rigor, se fomentó este aban-
dono para facilitar la interrelación social, comercial y educacional. También se
produjo una apertura hacia los matrimonios exogámicos y la opción, a veces,
por el credo católico. Todo esto para favorecer la integración y la convivencia

4
Antonia Rebolledo, «La "turcofobia": discriminación antiárabe en Chile, 1900-1950», Histo-
ria (Santiago), núm. 28, 1994, págs. 249-272. Véase, de la misma autora, La integración de
los inmigrantes árabes en la vida nacional: los sirios en Santiago, tesis de licenciatura en
Historia, PUC, 1991.

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social y espiritual y, al mismo tiempo, preservar en lo posible algunos rasgos
identitarios.
Se podría concluir que la integración plena de los árabes en Chile se
realizó hacia 1950. La mayoría levantina había obtenido un fundamento eco-
nómico tal que le permitía afianzarse en sus negocios establecidos o consoli-
darse en sus industrias; se concentraban en sectores determinados de la ciu-
dad; poseían variados periódicos y revistas bilingües o en español y accedían
a otras actividades laborales. En el presente, los descendientes árabes han
logrado una integración plena. Participan en todos los ámbitos sociales, polí-
ticos, religiosos, científicos, humanísticos y culturales de la nación, pero, al
mismo tiempo, su sentido de pertenencia y solidaridad permanece vigente,
porque continúan amparando a nuevos inmigrantes árabes que abandonan
sus terruños debido a la situación de inestabilidad del Medio Oriente.
La narrativa de la inmigración árabe en Chile
La experiencia de la odisea del inmigrante en tierras chilenas y, por
extensión, la cultura milenaria heredada de los ancestros se ha constituido en
temática cultivada por varios escritores de origen árabe y sus descendientes.
Preferentemente, a través de la narrativa y la lírica tributan un homenaje a
sus antepasados y recrean ciertos rasgos definitorios que determinan al des-
arraigado, esto es, cultivan un tópico que revela un problema de carácter
universal y que afecta a otros pueblos: la condición de ser un extraño en tie-
rra ajena.
Esta escritura despliega globalmente, entre varias problemáticas, una
relacionada con un contacto permanente entre individuos de culturas diferen-
tes que implica, por un lado, ruptura, continuidad y conservación de las raí-
ces identitarias y, por otro, la dialéctica de la discriminación y la aceptación.5
Entre los narradores de origen árabe que recrean la inmigración en
Chile6 cabe señalar a: Benedicto Chuaqui (Memorias de un emigrante, 1942);
Ema Cabar (El valor de vivir, 1985); José Auil Hanna (Aldea blanca, 1977) y,
entre los narradores descendientes, a: Roberto Sarah (Los turcos, 1961);

5
Tzvetan Todorov, Nosotros y los otros. Reflexión sobre la diversidad humana. México, Siglo
XXI, 1991. Véase, además, La conquista de América. El problema del otro, México, Siglo XXI,
1987.
6
Matías Rafide, Escritores chilenos de origen árabe, Santiago de Chile, Instituto Chileno-
Árabe de Cultura/Editorial Universitaria, 1989. También Sergio Macías, Presencia árabe en la
literatura latinoamericana, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1995.

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5
Miguel Littín (El viajero de las cuatro estaciones, 1990); Walter Garib (El via-
jero de la alfombra mágica, 1991); Jaime Hales (Peregrino de ojos brillantes,
1995); Edih Chahín (Nahima, 2001).
El pionero en representar la inmigración fue Benedicto Chuaqui, en cu-
yas Memorias7 reconstruye parte de su vida al elegir algunos episodios de su
niñez en Homs y otros acaecidos durante su juventud en Santiago de Chile.
De su tierra natal evoca su infancia, el amor hacia sus padres, la vida coti-
diana, las tradiciones y acontecimientos dramáticos, la venida a Chile y la
inserción en esta sociedad. De Santiago recuerda la actividad comercial y cul-
tural, las amistades y las anécdotas que conoció en un medio social emer-
gente y no exento de intolerancia. Concluye las Memorias reafirmando su
pertenencia espiritual y emocional a la cultura ancestral árabe pero, al mismo
tiempo, reconociendo que los chilenos han dejado una huella imborrable en
su vida y que ha experimentado una profunda asimilación que limita con el
principio de igualdad con el otro. En rigor, esta obra no sólo es un testimonio
de vivencia personal, sino que también es un panegírico de la tierra de adop-
ción.
Complejos sentimientos en los que residen el peso de la tradición, el
dolor y la separación, ilustrativos de la inmigración en tierras americanas, se
recrean en la voz femenina de Ema Cabar en su novela El valor de vivir,8
donde narra la penosa vida de una mujer palestina en Caram, en zonas pe-
ruanas, en Santiago y en Chillán, ciudad situada a 400 km al sur de la capi-
tal. La tradición ancestral somete a una viuda y a su hija y las expone a la
codicia y venganza de los parientes. La novela se centra en la hija Nora
quien, junto a su madre, decide emigrar a Chile. La joven se casa, enviuda y
vuelve a casarse. Sin embargo, la desgracia, la persecución familiar, las pa-
siones, las tristezas, el dolor y la desilusión agobian su existencia. Finalmen-
te, ya viviendo con su familia en Chillán, le sorprende el gran terremoto ocu-
rrido en 1939. Este acontecimiento dramático de la historia de Chile sirve de
marco analéptico para toda esta narración, y concluye con el reencuentro
amoroso y el descanso espiritual de la protagonista.

7
Benedicto Chuaqui, Memorias de un emigrante, Santiago de Chile, Editorial Nascimento,
1957.
8
Ema Cabar. El valor de vivir, Chillán, Sociedad de Escritores de Ñuble, 1985.

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La reafirmación de una identidad y pertenencia a una realidad, otra y
diferente, y el profundo deseo de que éstas perduren en los descendientes,
subyace en la escritura de José Auil Hanna, Aldea blanca,9 donde las escenas
costumbristas y tradicionales de una localidad siria, algunos hechos cotidia-
nos, anecdóticos y didácticos, en fin una intrahistoria, se convierten en es-
tampas narrativas de una memoria colectiva reactualizada en el presente.
La representación extrema de los efectos de la «turcofobia» en Chile
se despliega en la novela de Roberto Sarah Los turcos,10 escritura que pone
en evidencia la discriminación e intolerancia sufrida por unos jóvenes palesti-
nos. Éstos, atraídos por las tierras auríferas y de promisión, optaron por in-
sertarse en esta lejana realidad. Desde un comienzo, los incipientes buhone-
ros percibieron que representaban una identidad diferente. Vivieron una
atmósfera de rechazo y de hostilidad que pudo ser vencida con la tenacidad y
perseverancia laboral y con el resguardo y preservación de sus tradiciones,
ritos y costumbres ancestrales. Sin embargo, también la novela revela que la
intolerancia se manifestó a través de la oposición identidad-diferencia entre
algunos árabes enriquecidos: es decir, eran árabes por su lengua y cultura,
pero el poder económico los hacía diferentes. En rigor, Los turcos evidencia
una sociedad chilena jerarquizada que considera a los árabes desiguales, in-
feriores y extraños y cuya inserción será lenta y penosa.
El cineasta chileno Miguel Littín escribió la novela El viajero de las cua-
tro estaciones11 en homenaje a su abuelo materno griego que sufrió la opre-
sión turca y emigró desde Esmirna hasta el pueblo de Palmilla, en Chile. Indi-
rectamente, también recrea la difícil situación de treinta y nueve mujeres
árabes, enviadas por sus padres y familiares, casadas por contratos matri-
moniales. Este joven griego se convierte en el héroe que salva el honor de
estas mujeres, acompañándolas luego por el centro y sur del país, para que
pudieran reunirse con sus desconocidos esposos. Así, la novela ofrece algu-
nos pormenores del destino de estas mujeres árabes que se insertaron a una
realidad diferente y cómo fueron recibidas y aceptadas en sus nuevas vidas.
9
José Auil Hanna, Aldea blanca, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1977.
10
Roberto Sarah, Los turcos, Santiago de Chile, Orbe, [1961]. Una novela satírica y crítica
referida al éxito de los inmigrantes árabes y sus descendientes fue publicada por el escritor
César Bunsters, con el título Un ángel para Chile, Santiago de Chile, Editorial del Pacífico,
1960.
11
Miguel Littín, El viajero de las cuatro estaciones, Santiago de Chile, Editorial Antártica,
1990.

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Convergencias de elementos oníricos, fantástico-maravillosos, intertex-
tualidades históricas, políticas y sociales se presentan en El viajero de la al-
fombra mágica,12 de Walter Garib, una novela de compleja estructura témpo-
ro-espacial que recrea un acontecimiento social que afectó, en la década de
1960, a una acaudalada familia árabe. En efecto, la novela presenta la odisea
de un esforzado palestino que se desplaza por vía marítima, luego fluvial en
Paraguay, se asienta en Cochabamba, en Bolivia, reinicia otro viaje por el
desierto altiplánico hasta llegar a Iquique, en Chile, donde consolida la dinas-
tía Magdalani. Un descendiente de la tercera generación abjura de su ances-
tro, pretende emparentarse con la realeza medieval europea, tiene necesidad
de ser otro y se degrada en una identidad ajena. La aristocracia chilena lo
sanciona cruelmente. La novela se convierte así en una crítica social para
quienes desvalorizan la tradición y anhelan obtener una posición social que
no les pertenece. Es un problema de identidad y alienación que se percibe en
algunos árabes descendientes.
La integración de un inmigrante palestino en tierras chilenas es re-
creada, desde una perspectiva más lúdica e imaginativa, en la novela Pere-
grino de ojos brillantes,13 de Jaime Hales. Los veintiún capítulos de la novela
están precedidos por breves epígrafes explicativos del tarot. Este rasgo su-
giere que una atmósfera predictiva y ensoñadora enmarca la historia del per-
sonaje Yusef, quien, motivado por extraños recuerdos, voces indescifrables e
imágenes oníricas transidas de tradición ancestral, ha viajado desde Palestina
hasta las tierras sureñas de Chillán, para la realización mística de una prome-
sa incumplida de dos seres que se habían amado desde la preteridad.
El exilio de Edith Chahín la estimuló para novelar la biografía de su an-
ciana madre siria, inmigrante en Chile desde 1913. Así nació Nahima,14 una
obra que consta de dos partes: la primera comprende doce capítulos con una
variada temática, que abarca la historia de una mujer educada bajo el siste-
ma patriarcal, el ritual del casamiento, el sometimiento turco, la complicada
travesía marítima y transandina, la adaptación a un nuevo espacio, la nostal-
gia del terruño añorado; la segunda parte contiene quince capítulos, y relata
el reencuentro con los parientes, los problemas de la protagonista para en-

12
Walter Garib, El viajero de la alfombra mágica, Santiago de Chile, Fértil Provincia, 1991.
13
Jaime Hales, Peregrino de ojos brillantes, Santiago de Chile, Editora de las Casas, 1995.
14
Edith Chahín, Nahima. La larga historia de mi madre, Madrid, Debate, 2001.

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gendrar hijos varones, el trabajo familiar, la viudez de Nahima y su tenacidad
para educar a los hijos y mantener el hogar. Su longevidad la convierte en
testigo de algunos acontecimientos políticos, sociales y económicos de la na-
ción, durante el siglo XX, pero también padece, con profunda desazón, la pér-
dida irremediable de gran parte de la identidad que la diferenciaba.

La lírica de la inmigración árabe en Chile


Esta escritura surgió de un lento y sostenido proceso de reflexión que
cada poeta realizó al observar a sus progenitores y parientes emigrados. El
vate se convirtió en testigo silente de aquellos expatriados que cargaban so-
bre su cuerpo y alma el sentimiento de haber sido extraños en tierras leja-
nas. Sin duda, escuchó nostalgias de la patria añorada, lejana y, a veces,
invadida; en otro momento, quedó extasiado al oír o leer el abigarrado ima-
ginario oriental de Las mil y una noches.
La poesía de estos escritores se caracteriza porque mantiene cierto
equilibrio entre objetividad y subjetividad, al trasuntar el sentir social y colec-
tivo de la época en que se produce, sea nacional o internacional. Asimismo,
posee varias directrices temáticas, las cuales coinciden, en general, con los
principios orgánicos de la llamada «poesía del Mahyar» cultivada en las Amé-
ricas. Estas directrices son: 1) la nostalgia por la patria añorada, el recuerdo
de los seres queridos, el deseo de retornar a ese «paraíso perdido»; 2) el
pensamiento relacionado con el cristianismo, o con búsquedas metafísicas y
existenciales, o con panegíricos a los vestigios de la cultura ancestral; 3) el
hecho palestino y, por extensión, el anhelo libertario para las zonas en con-
flicto del Medio Oriente y de otras latitudes. Así, en esta poesía sobrevive lo
que Amin Maalouf ha denominado herencia «vertical», es decir, la heredad, el
folclor, las leyendas y usanzas de cada pueblo y comunidad religiosa15.
Entre los poetas chileno-árabes que han cultivado estas temáticas cabe
señalar a:
Andrés Sabella (1912-1990). Reconocido escritor y cultor de casi todos
los géneros literarios, candidato al Premio Nacional de Literatura, padre de la
denominación del Norte Grande, zona geográfica a la que dirige gran parte
de su producción —y a quien Pablo Neruda solía decir: «mientras yo ensurez-

15
Amin Maalouf, Identidades asesinas, Madrid, Alianza, 1999.

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9
co, Sabella nortiniza; por eso mi amigo no es Andrés, sino Andrefagasta»—,
tributa un reconocimiento a su ancestro árabe a través de la dimensión reli-
gioso-cristiana y con impronta social. En efecto, su padre palestino, oriundo
de Jerusalén, estimuló a Sabella desde pequeño el amor a la tierra de la Sa-
grada Familia. La Virgen y un Cristo dolidos por la miseria y la deshumaniza-
ción del mundo se convierten en tópicos recurrentes de la poesía y prosa sa-
bellana. En esta dimensión, el poeta le atribuye semánticamente a Jerusalén
el anhelo de justicia social y una búsqueda metafísica y existencial que de-
viene en la consigna del propio poeta: Paz y Poesía.
16
El Cristo de los mendrugos

El Cristo de los mendrugos


tiene el cuerpo de pan duro.
Cristo vestido de fuego,
con nimbos de frutos secos.

El Cristo de los mendrugos


llora en los platos desnudos.
Cristo en los filos del Verbo,
cuyo Gólgota es el viento.

El Cristo de los mendrugos


construye con Su madero
la mesa de los hambrientos.

Matías Rafide (1929- ), catedrático universitario y miembro de número


de la Academia Chilena de la Lengua, es tal vez el poeta, hijo de palestinos,
más cercano al sentido metafísico y existencial que posee la literatura del
neomahyar chileno. Trazos perceptibles de su arabismo original, en conjun-
ción con la naturaleza idílica o la geografía interior y espiritual del poeta,
constituyen la base de algunos poemas dedicados a sus ancestros. Así, en su
primera obra, La noria (1950), los objetos con reminiscencias orientales se
convierten en símbolo de la nostalgia de sus padres:
17
El laúd

16
Andrés Sabella, Tú no tienes fin, Santiago de Chile, Academia de Humanismo Cristiano,
1981; «El Cristo de los mendrugos» en pág. [40].
17
Matías Rafide, La noria, Santiago de Chile, s. n., 1950; «El laúd» en pág. 21.

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10
En tus cuerdas tendidas
se columpia la tarde:
tus notas son ecos
del teclado del aire.
Tú floreces como el mar
en canciones distantes
y en tus fibras arrullas
la tristeza inefable.

La oralidad del folclore árabe, heredado del registro familiar y evocada


en los versos, potencia el quehacer poético de Rafide, quien asume la triste-
za, el desencanto, la prematura desesperación de quienes lo precedieron en
la tierra de acogida.
18
Cabalgan por la ruta

Cabalgan por la ruta de mi sangre


cien generaciones de invisibles camelleros.
Y siento que el Oriente gravita en mis entrañas,
y se asoma a mis ojos la angustia del desierto.
Me hieren sus arenas desnudas y salobres
y un ritmo misterioso acompasa mis sueños.
El laúd se despierta sollozando por mis venas
y diluye en el río de mi vida, su lamento.
Las palmeras alargan sus umbelas de sombra
como estandartes puros sobre mi campo yermo.

Mahfud Massís (1916-1990). Hijo de palestino y libanesa, yerno del


poeta chileno Pablo de Rokha, fue un destacado y polémico escritor tanto en
Chile como en Venezuela. La identidad poética de raigambre árabe es rubri-
cada por Massís al final de su polémico ensayo Los 3, cuando señaló: «Yo
tengo una deuda secular con mis viejas razas, y dentro de mí, brillan los ojos
del toro egipcio y el potro árabe, y el tranco curvo y largo del camello encima
de los desiertos [...]». Asimismo, la presencia del ancestro se percibe en su
primer poemario Las bestias del duelo, dedicado a su padre «[...] que viajó
desde Palestina y cuyos viejos zapatos de emigrante, ensangrientan, para
siempre, estos poemas [...]». En este sentido, una de sus directrices temáti-
cas es el tema de la muerte, desgarrada, atormentada y visceral y con im-

18
Ibídem, pág. 37.

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11
pronta simbólica y existencial, con el cual construye un mundo fatalista y de-
solado. Paradigma del ancestro es el siguiente soneto:
19
Ancestro

Duerme en mi alma un mercader fenicio.


Mi madre es verde en sus ojos verde.
Y si me miras bien, guardo despojos
del Toro de Apis en su altar egipcio.

La vida, empero, me hizo un orificio


cerca del corazón. Viví de hinojos.
Herida el alma por enormes piojos.
Mendicante, feroz y sin oficio.

A veces, pobre tigre entristecido,


suelto bajo la noche mi alarido
y escarbo como un loco en el osario.

Dura sombra que al final se ha ido,


llevo adentro un dolor mal escondido:
nací para león y fui canario.

En el poemario Llanto del exiliado Massís construye la expresión del


doble exilio: el de su padre transplantado a tierras lejanas y extrañas y el
suyo propio, cuando prefirió el autoexilio en Venezuela, en 1973. He aquí el
poema «XXII»20 de Llanto del exiliado:

Padre: me arrojaron en este pozo.


¡No hay ámbar ni Dios que pueda salvarme! ¡Sólo hiedra!
[…]
Yo
que salí de tu primer
hueso en esta pobre América,
no supe comprender,
preguntabas, apenas,
por qué estamos aquí. ¡Qué lejos está Palestina! Y yo sólo
quería llorar.

Quisiera si es posible,
cancelar esta deuda cortándome
los brazos,

19
Mahfud Massís, Antología. Poemas (1942-1988), Venezuela, Dialit, 1990. El poema «An-
cestro» está en la pág. 181 y pertenece al poemario Este modo de morir.
20
Ibídem, pág. 152.

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12
esta lengua desmesurada cubierta de carbón
y dejando para siempre de dormir.
Poder decir: marchemos juntos a Palestina.
Pero ella ya no está, y tú y yo andamos perdidos.

También, y aunque en menor número, las poetisas descendientes de-


dican en sus creaciones un poema, o una estrofa, a sus ancestros. Las matri-
ces de sentido de estas obras conllevan la impronta de las huellas de Al-
Andalus, la gratitud y la nostalgia, la temporalidad en eterno movimiento, el
clamor de Palestina. La carga semántica potencia la emigración a través del
acentuado lirismo, el neobarroquismo oriental, la abundancia de imágenes
sinestésicas.
La voz de Olga Lolas ilustra en parte de su poema «La postrera som-
bra» la nostalgia y la melancolía de un acaecer pretérito, que dejó sus huellas
y latencias en las tierras de Al-Andalus:

[...] Mi padre y mi madre


son toda
la tierra
anduve por las manos
de mi padre
y en los ojos de mi madre
creció la lejanía:
estuvo mi sombra
en los miradores de Granada
el Cristo de los Faroles
me encontró en su noche [...]

[...] Ya no distingo la nostalgia


mora de esta voz de Castilla
despidiendo
los desgarrados sones
de un laúd
y «la postrera
21
sombra».

Otra poetisa, compañera generacional de la anterior, es Eliana Elsaca,


cuya poesía y prosa poética, de variada temática, está impregnada de opti-

21
En Matías Rafide, op. cit.; «La postrera sombra» en pág. 184. Véase este poema en árabe
en Matías Rafide, Doce poetas chilenos de origen árabe, El Cairo, Colección Dos Mundos,
1999, págs. 48-55.

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mismo, sensibilidad, vitalidad y gratitud por sus padres levantinos. Espiga-
mos la última estrofa del poema «Raíces profundas»:22

[...] No olvidar los que viven en la eternidad viéndonos,


que vigilan los pasos de los que van y estamos;
tener el compromiso de los que ya partieron,
de conservar intacto su cariño y recuerdo.

La poetisa Eliana Rabié pertenece al grupo no canónico editado de la


poesía de los noventa. Emplea el lirismo sugerente, las acusadas imágenes
sensoriales y la plasticidad oriental, para desplegar, entre otras, una matriz
de sentido témporo-espacial, donde radica la nostalgia del ancestro, cuya
presencia sutil permite la interrogación de una hablante lírica que se autoper-
cibe traspasada de caminos místicos determinantes de su estar dialéctico:
23
Resonancia

¿Desde cuándo camino


superficies fértiles
escarpados montes
orillas de mar?
Eco milenario anidado
en burbujas elementales
incrustadas en mí
dice de senderos infinitos.
Confundo luz y tinieblas
Semilla, tierra
Ángel, demonio
Principio, fin.

Finalmente, otra poetisa de la promoción de los noventa es Jessica Atal


quien, inmersa en una temática de inquietudes existenciales y realizaciones
amorosas, transidas de melancolía y desasosiego, dedica un poema interpre-
tando el clamor de su ancestro ante la herida tierra jerosolimitana:
24
Canto a Palestina

22
Eliana Elsaca, Tatuajes del camino, Santiago de Chile, Mar del Plata, 1999. El poema «Raí-
ces profundas» está en las págs. 81-82.
23
Eliana Rabié, Música del silencio, Santiago de Chile, Red Internacional del Libro, 1994. El
poema «Resonancia» en pág. 21.
24
Jessica Atal, Variaciones en azul profundo, Santiago de Chile, Unicornio, 1991; «Canto a
Palestina», pág. 28.

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De ti, de tu agonía
déjame descansar tan solo un instante,
Palestina.

Entre gritos y piedras te deshaces,


violan tus fieles olivos y tímidos parajes.

Los ojos me duelen al mirarte,


las manos me arden de libre no tocarte.

Del color que te vistan, tierra amada,


te veo
Palestina ensangrentada.

En conclusión, se puede señalar que los escritores árabes y descen-


dientes en general han recreado la inmigración desde sus particulares pers-
pectivas, como los temas de la identidad y la alteridad, la nostalgia y la me-
lancolía ancestral, contribuyendo, de esta manera, al conocimiento de la
misma durante el proceso de integración en la sociedad de acogida. También
han representado a una comunidad de cultura diferente, que ha debido tran-
sitar por muchos obstáculos; sin embargo, su perseverancia laboral y el uso
de su libertad lograron superar el rechazo, la exclusión y la desvalorización
cultural. Finalmente, han demostrado que los árabes y sus hijos desearon
pertenecer a la nación chilena, lo cual lo han conseguido plenamente, preser-
vando —eso sí— una parte de su identidad, durante el proceso histórico de la
integración.

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