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el caso de Chile
1
Véase Lorenzo Agar, «La inmigración árabe en Chile: los caminos de la integración», en El
mundo árabe y América Latina, Madrid, UNESCO/Libertarias Prodhufi, 1997, págs. 283-309.
Del mismo autor, El comportamiento urbano de los migrantes árabes en Chile y Santiago,
Santiago de Chile, Pontificia Universidad Católica de Chile-Instituto de Estudios Urbanos,
1982.
1
pueden distinguir cinco periodos, comunes al resto de las Américas: el prime-
ro comprende desde sus inicios hasta comienzos del siglo XX; el segundo, al
iniciarse la Primera Guerra Mundial hasta 1930; el tercero corresponde al pe-
ríodo previo a la Segunda Guerra Mundial; el cuarto contempla la reanuda-
ción del flujo una vez terminado el conflicto y, el quinto, constituido por co-
rrientes migratorias que huyen de la guerra del Líbano, de la guerra de los
Seis Días, de los territorios ocupados de Palestina y, actualmente, de la gue-
rra de Irak.
De esta manera, principalmente palestinos, sirios y libaneses iniciaron
una diáspora voluntaria y dirigida a esta tierra de promisión. Sus territorios
se encontraban entonces bajo el dominio turco y el colonialismo europeo.
Cuando entraron al país portaban la identificación del alicaído Imperio Oto-
mano, por lo cual fueron conocidos como «los turcos». La mayoría eran cris-
tianos ortodoxos y provenían de pueblos y aldeas como Beit Yala, Beit Sahur,
Belén, Taibe en Palestina; Homs, Alepo, Trípoli en Siria, etc. En sus lugares
de origen se dedicaban al tallado en nácar y concha de perlas, la orfebrería,
la agricultura, la ganadería, el tejido y el comercio. Muchos se habían educa-
do en escuelas religiosas cristianas y hablaban, además del árabe local, algo
de turco, inglés, francés, ruso.
La llegada de los levantinos a Chile2 planteó un dilema a la inmigración
selectiva que operaba a la sazón en el país, la cual favorecía la entrada de
europeos para colonizar el centro y sur del territorio nacional, a fin de que
contribuyeran al desarrollo de la industria y el comercio. Sin embargo, el Es-
tado chileno mantuvo una política de puertas abiertas con los árabes y éstos,
que carecían de la calificación laboral exigida, optaron por distribuirse libre-
mente a lo largo del país, ejerciendo el comercio ambulante, una actividad
que no tenía grandes competidores, puesto que estaba orientada a atraer
clientes en forma permanente. Por lo demás, las «llamadas en cadena» diri-
gidas por parientes de una misma etnia, poblado y credo religioso, les permi-
tió a los árabes volver a encontrarse y a estructurar el clan familiar, ese nú-
cleo fundamental que les proporcionaba cohesión, sentido de identidad y
solidaridad económica, laboral y social.
2
Myriam Olguín y Patricia Peña, La inmigración árabe en Chile, Santiago de Chile, Instituto
Chileno-Árabe de Cultura, 1990.
2
El proceso de integración de los árabes en Chile
Los árabes iniciaron una odisea navegando por el océano Atlántico, en
dirección al sur, arribaron a São Paulo y continuaron viaje a Buenos Aires,
donde ejercieron el comercio ambulante con gran dificultad. Otros se aventu-
raron hasta llegar a los lugares fronterizos con Chile,3 tomando conocimiento
de una tierra allende la cordillera, más acogedora y con mejores posibilidades
de prosperar. Iniciaron entonces otra odisea: cruzaron los pasos andinos,
hasta llegar a San Felipe, los Andes y, desde allí, se desplazaron al Puerto de
Valparaíso o a Santiago, o a las demás ciudades y pueblos del territorio na-
cional. Desde un comienzo la llegada de los árabes suscitó en la sociedad chi-
lena desconfianza, suspicacia y segregación. Su presencia no correspondía a
la imagen idealizada del europeo. Por el contrario, diferían por su aspecto
físico, su vestimenta extraña y su lengua de sonidos inarmónicos. Esta condi-
ción repercutió en su lento proceso de inserción, adaptación, asimilación e
integración. Los árabes experimentaron el desarraigo y la discriminación, lo
que les indujo a dedicarse a una actividad independiente, sin exigencias in-
mediatas. Debido a que desconocían el idioma español, tenían un capital mí-
nimo y escasa infraestructura, eligieron el comercio ambulante, actividad
practicada anteriormente en su patria añorada. Así, cargando canastos llenos
de cosas, se convirtieron en los buhoneros o «faltes» (esto es, «traían lo que
falte» [en la casa]) y pregonaban «cosa tenda» («vendo cosas de tienda»),
por los barrios de las ciudades y pueblos del norte, centro y sur del país.
Lentamente construyeron un itinerario, conquistaron sus clientelas,
usaron libretas de anotaciones para la venta con facilidades de pago, o al fia-
do, hasta que se instalaron con el baratillo, la tienda, la paquetería o el bazar
del «turco», un comercio establecido que era, además, la casa-habitación y
local de trabajo de los inmigrantes. En este espacio pleno de incomodidades
convocaron, mediante la «llamada en cadenas», a sus parientes y amigos, y
con esfuerzo, perseverancia y tenacidad volvieron a reestructurar el hamule,
el clan familiar. También hubo árabes con mayores ingresos que conocían la
confección en tejidos de algodón, seda y lana; establecieron ellos alianzas
3
Vías marítimas y fluviales son testigos del desplazamiento inédito del pionero Magdalani
que lo lleva a Chile: desembarca en Buenos Aires, se interna por los ríos del Paraguay; más
tarde se asienta en Cochabamba, en Bolivia; luego reinicia otro viaje por el desierto altipláni-
co hasta llegar a Iquique, en Chile, donde se consolida.
3
económicas y familiares a través de los matrimonios endogámicos, crearon
industrias textiles, cooperaron con fuentes laborales para los chilenos y con-
tribuyeron con el desarrollo tecnológico e industrial del país. Así es que, en la
medida en que los árabes preservaron una parte de sus pertenencias identi-
tarias y, al mismo tiempo, consolidaron este rubro económico, permitieron
que sus descendientes lograran lentamente ascender en la sociedad chilena.
Esta última se percataba de que esta comunidad de levantinos les demostra-
ba un carácter definido: poseían gran capacidad emprendedora, un espíritu
de superación a pesar de las adversidades, un deseo permanente de no cejar
en el logro de objetivos, de llevar a buen término sus proyectos iniciados.
La integración de los árabes fue una tarea compleja.4 Estaban cons-
cientes de que constituían una identidad cultural definida: eran árabes de
lengua y cultura, la mayoría de rito cristiano ortodoxo, con tradiciones y cos-
tumbres ancestrales, rasgos esenciales, respetados, compartidos y preserva-
dos desde antiguo. Al insertarse en la sociedad chilena los árabes asumieron
que esa era una realidad otra y distinta y que no les pertenecía. Fue inevita-
ble el desencuentro de identidades. Tuvieron que soportar el rechazo, las
acusaciones infundadas, el prejuicio que se percibía constantemente con el
apelativo peyorativo y hasta injurioso de «turcos». Percibieron que no se los
reconocía como sujetos, ya que una parte de la sociedad chilena se sentía
amenazada por sus rasgos acendrados en el pasado y reaccionaba marginán-
dolos. Una parte de la población chilena dirigirá un sentimiento xenófobo so-
terrado que lentamente se aminorará cuando ese «turco» logre integrarse en
este espacio.
Para lograr la integración los árabes debieron transar paulatinamente
una parte de su identidad cultural heredada y, por ello, comenzó el desuso de
la lengua árabe en los hijos de inmigrantes. En rigor, se fomentó este aban-
dono para facilitar la interrelación social, comercial y educacional. También se
produjo una apertura hacia los matrimonios exogámicos y la opción, a veces,
por el credo católico. Todo esto para favorecer la integración y la convivencia
4
Antonia Rebolledo, «La "turcofobia": discriminación antiárabe en Chile, 1900-1950», Histo-
ria (Santiago), núm. 28, 1994, págs. 249-272. Véase, de la misma autora, La integración de
los inmigrantes árabes en la vida nacional: los sirios en Santiago, tesis de licenciatura en
Historia, PUC, 1991.
4
social y espiritual y, al mismo tiempo, preservar en lo posible algunos rasgos
identitarios.
Se podría concluir que la integración plena de los árabes en Chile se
realizó hacia 1950. La mayoría levantina había obtenido un fundamento eco-
nómico tal que le permitía afianzarse en sus negocios establecidos o consoli-
darse en sus industrias; se concentraban en sectores determinados de la ciu-
dad; poseían variados periódicos y revistas bilingües o en español y accedían
a otras actividades laborales. En el presente, los descendientes árabes han
logrado una integración plena. Participan en todos los ámbitos sociales, polí-
ticos, religiosos, científicos, humanísticos y culturales de la nación, pero, al
mismo tiempo, su sentido de pertenencia y solidaridad permanece vigente,
porque continúan amparando a nuevos inmigrantes árabes que abandonan
sus terruños debido a la situación de inestabilidad del Medio Oriente.
La narrativa de la inmigración árabe en Chile
La experiencia de la odisea del inmigrante en tierras chilenas y, por
extensión, la cultura milenaria heredada de los ancestros se ha constituido en
temática cultivada por varios escritores de origen árabe y sus descendientes.
Preferentemente, a través de la narrativa y la lírica tributan un homenaje a
sus antepasados y recrean ciertos rasgos definitorios que determinan al des-
arraigado, esto es, cultivan un tópico que revela un problema de carácter
universal y que afecta a otros pueblos: la condición de ser un extraño en tie-
rra ajena.
Esta escritura despliega globalmente, entre varias problemáticas, una
relacionada con un contacto permanente entre individuos de culturas diferen-
tes que implica, por un lado, ruptura, continuidad y conservación de las raí-
ces identitarias y, por otro, la dialéctica de la discriminación y la aceptación.5
Entre los narradores de origen árabe que recrean la inmigración en
Chile6 cabe señalar a: Benedicto Chuaqui (Memorias de un emigrante, 1942);
Ema Cabar (El valor de vivir, 1985); José Auil Hanna (Aldea blanca, 1977) y,
entre los narradores descendientes, a: Roberto Sarah (Los turcos, 1961);
5
Tzvetan Todorov, Nosotros y los otros. Reflexión sobre la diversidad humana. México, Siglo
XXI, 1991. Véase, además, La conquista de América. El problema del otro, México, Siglo XXI,
1987.
6
Matías Rafide, Escritores chilenos de origen árabe, Santiago de Chile, Instituto Chileno-
Árabe de Cultura/Editorial Universitaria, 1989. También Sergio Macías, Presencia árabe en la
literatura latinoamericana, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1995.
5
Miguel Littín (El viajero de las cuatro estaciones, 1990); Walter Garib (El via-
jero de la alfombra mágica, 1991); Jaime Hales (Peregrino de ojos brillantes,
1995); Edih Chahín (Nahima, 2001).
El pionero en representar la inmigración fue Benedicto Chuaqui, en cu-
yas Memorias7 reconstruye parte de su vida al elegir algunos episodios de su
niñez en Homs y otros acaecidos durante su juventud en Santiago de Chile.
De su tierra natal evoca su infancia, el amor hacia sus padres, la vida coti-
diana, las tradiciones y acontecimientos dramáticos, la venida a Chile y la
inserción en esta sociedad. De Santiago recuerda la actividad comercial y cul-
tural, las amistades y las anécdotas que conoció en un medio social emer-
gente y no exento de intolerancia. Concluye las Memorias reafirmando su
pertenencia espiritual y emocional a la cultura ancestral árabe pero, al mismo
tiempo, reconociendo que los chilenos han dejado una huella imborrable en
su vida y que ha experimentado una profunda asimilación que limita con el
principio de igualdad con el otro. En rigor, esta obra no sólo es un testimonio
de vivencia personal, sino que también es un panegírico de la tierra de adop-
ción.
Complejos sentimientos en los que residen el peso de la tradición, el
dolor y la separación, ilustrativos de la inmigración en tierras americanas, se
recrean en la voz femenina de Ema Cabar en su novela El valor de vivir,8
donde narra la penosa vida de una mujer palestina en Caram, en zonas pe-
ruanas, en Santiago y en Chillán, ciudad situada a 400 km al sur de la capi-
tal. La tradición ancestral somete a una viuda y a su hija y las expone a la
codicia y venganza de los parientes. La novela se centra en la hija Nora
quien, junto a su madre, decide emigrar a Chile. La joven se casa, enviuda y
vuelve a casarse. Sin embargo, la desgracia, la persecución familiar, las pa-
siones, las tristezas, el dolor y la desilusión agobian su existencia. Finalmen-
te, ya viviendo con su familia en Chillán, le sorprende el gran terremoto ocu-
rrido en 1939. Este acontecimiento dramático de la historia de Chile sirve de
marco analéptico para toda esta narración, y concluye con el reencuentro
amoroso y el descanso espiritual de la protagonista.
7
Benedicto Chuaqui, Memorias de un emigrante, Santiago de Chile, Editorial Nascimento,
1957.
8
Ema Cabar. El valor de vivir, Chillán, Sociedad de Escritores de Ñuble, 1985.
6
La reafirmación de una identidad y pertenencia a una realidad, otra y
diferente, y el profundo deseo de que éstas perduren en los descendientes,
subyace en la escritura de José Auil Hanna, Aldea blanca,9 donde las escenas
costumbristas y tradicionales de una localidad siria, algunos hechos cotidia-
nos, anecdóticos y didácticos, en fin una intrahistoria, se convierten en es-
tampas narrativas de una memoria colectiva reactualizada en el presente.
La representación extrema de los efectos de la «turcofobia» en Chile
se despliega en la novela de Roberto Sarah Los turcos,10 escritura que pone
en evidencia la discriminación e intolerancia sufrida por unos jóvenes palesti-
nos. Éstos, atraídos por las tierras auríferas y de promisión, optaron por in-
sertarse en esta lejana realidad. Desde un comienzo, los incipientes buhone-
ros percibieron que representaban una identidad diferente. Vivieron una
atmósfera de rechazo y de hostilidad que pudo ser vencida con la tenacidad y
perseverancia laboral y con el resguardo y preservación de sus tradiciones,
ritos y costumbres ancestrales. Sin embargo, también la novela revela que la
intolerancia se manifestó a través de la oposición identidad-diferencia entre
algunos árabes enriquecidos: es decir, eran árabes por su lengua y cultura,
pero el poder económico los hacía diferentes. En rigor, Los turcos evidencia
una sociedad chilena jerarquizada que considera a los árabes desiguales, in-
feriores y extraños y cuya inserción será lenta y penosa.
El cineasta chileno Miguel Littín escribió la novela El viajero de las cua-
tro estaciones11 en homenaje a su abuelo materno griego que sufrió la opre-
sión turca y emigró desde Esmirna hasta el pueblo de Palmilla, en Chile. Indi-
rectamente, también recrea la difícil situación de treinta y nueve mujeres
árabes, enviadas por sus padres y familiares, casadas por contratos matri-
moniales. Este joven griego se convierte en el héroe que salva el honor de
estas mujeres, acompañándolas luego por el centro y sur del país, para que
pudieran reunirse con sus desconocidos esposos. Así, la novela ofrece algu-
nos pormenores del destino de estas mujeres árabes que se insertaron a una
realidad diferente y cómo fueron recibidas y aceptadas en sus nuevas vidas.
9
José Auil Hanna, Aldea blanca, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1977.
10
Roberto Sarah, Los turcos, Santiago de Chile, Orbe, [1961]. Una novela satírica y crítica
referida al éxito de los inmigrantes árabes y sus descendientes fue publicada por el escritor
César Bunsters, con el título Un ángel para Chile, Santiago de Chile, Editorial del Pacífico,
1960.
11
Miguel Littín, El viajero de las cuatro estaciones, Santiago de Chile, Editorial Antártica,
1990.
7
Convergencias de elementos oníricos, fantástico-maravillosos, intertex-
tualidades históricas, políticas y sociales se presentan en El viajero de la al-
fombra mágica,12 de Walter Garib, una novela de compleja estructura témpo-
ro-espacial que recrea un acontecimiento social que afectó, en la década de
1960, a una acaudalada familia árabe. En efecto, la novela presenta la odisea
de un esforzado palestino que se desplaza por vía marítima, luego fluvial en
Paraguay, se asienta en Cochabamba, en Bolivia, reinicia otro viaje por el
desierto altiplánico hasta llegar a Iquique, en Chile, donde consolida la dinas-
tía Magdalani. Un descendiente de la tercera generación abjura de su ances-
tro, pretende emparentarse con la realeza medieval europea, tiene necesidad
de ser otro y se degrada en una identidad ajena. La aristocracia chilena lo
sanciona cruelmente. La novela se convierte así en una crítica social para
quienes desvalorizan la tradición y anhelan obtener una posición social que
no les pertenece. Es un problema de identidad y alienación que se percibe en
algunos árabes descendientes.
La integración de un inmigrante palestino en tierras chilenas es re-
creada, desde una perspectiva más lúdica e imaginativa, en la novela Pere-
grino de ojos brillantes,13 de Jaime Hales. Los veintiún capítulos de la novela
están precedidos por breves epígrafes explicativos del tarot. Este rasgo su-
giere que una atmósfera predictiva y ensoñadora enmarca la historia del per-
sonaje Yusef, quien, motivado por extraños recuerdos, voces indescifrables e
imágenes oníricas transidas de tradición ancestral, ha viajado desde Palestina
hasta las tierras sureñas de Chillán, para la realización mística de una prome-
sa incumplida de dos seres que se habían amado desde la preteridad.
El exilio de Edith Chahín la estimuló para novelar la biografía de su an-
ciana madre siria, inmigrante en Chile desde 1913. Así nació Nahima,14 una
obra que consta de dos partes: la primera comprende doce capítulos con una
variada temática, que abarca la historia de una mujer educada bajo el siste-
ma patriarcal, el ritual del casamiento, el sometimiento turco, la complicada
travesía marítima y transandina, la adaptación a un nuevo espacio, la nostal-
gia del terruño añorado; la segunda parte contiene quince capítulos, y relata
el reencuentro con los parientes, los problemas de la protagonista para en-
12
Walter Garib, El viajero de la alfombra mágica, Santiago de Chile, Fértil Provincia, 1991.
13
Jaime Hales, Peregrino de ojos brillantes, Santiago de Chile, Editora de las Casas, 1995.
14
Edith Chahín, Nahima. La larga historia de mi madre, Madrid, Debate, 2001.
8
gendrar hijos varones, el trabajo familiar, la viudez de Nahima y su tenacidad
para educar a los hijos y mantener el hogar. Su longevidad la convierte en
testigo de algunos acontecimientos políticos, sociales y económicos de la na-
ción, durante el siglo XX, pero también padece, con profunda desazón, la pér-
dida irremediable de gran parte de la identidad que la diferenciaba.
15
Amin Maalouf, Identidades asesinas, Madrid, Alianza, 1999.
9
co, Sabella nortiniza; por eso mi amigo no es Andrés, sino Andrefagasta»—,
tributa un reconocimiento a su ancestro árabe a través de la dimensión reli-
gioso-cristiana y con impronta social. En efecto, su padre palestino, oriundo
de Jerusalén, estimuló a Sabella desde pequeño el amor a la tierra de la Sa-
grada Familia. La Virgen y un Cristo dolidos por la miseria y la deshumaniza-
ción del mundo se convierten en tópicos recurrentes de la poesía y prosa sa-
bellana. En esta dimensión, el poeta le atribuye semánticamente a Jerusalén
el anhelo de justicia social y una búsqueda metafísica y existencial que de-
viene en la consigna del propio poeta: Paz y Poesía.
16
El Cristo de los mendrugos
16
Andrés Sabella, Tú no tienes fin, Santiago de Chile, Academia de Humanismo Cristiano,
1981; «El Cristo de los mendrugos» en pág. [40].
17
Matías Rafide, La noria, Santiago de Chile, s. n., 1950; «El laúd» en pág. 21.
10
En tus cuerdas tendidas
se columpia la tarde:
tus notas son ecos
del teclado del aire.
Tú floreces como el mar
en canciones distantes
y en tus fibras arrullas
la tristeza inefable.
18
Ibídem, pág. 37.
11
pronta simbólica y existencial, con el cual construye un mundo fatalista y de-
solado. Paradigma del ancestro es el siguiente soneto:
19
Ancestro
Quisiera si es posible,
cancelar esta deuda cortándome
los brazos,
19
Mahfud Massís, Antología. Poemas (1942-1988), Venezuela, Dialit, 1990. El poema «An-
cestro» está en la pág. 181 y pertenece al poemario Este modo de morir.
20
Ibídem, pág. 152.
12
esta lengua desmesurada cubierta de carbón
y dejando para siempre de dormir.
Poder decir: marchemos juntos a Palestina.
Pero ella ya no está, y tú y yo andamos perdidos.
21
En Matías Rafide, op. cit.; «La postrera sombra» en pág. 184. Véase este poema en árabe
en Matías Rafide, Doce poetas chilenos de origen árabe, El Cairo, Colección Dos Mundos,
1999, págs. 48-55.
13
mismo, sensibilidad, vitalidad y gratitud por sus padres levantinos. Espiga-
mos la última estrofa del poema «Raíces profundas»:22
22
Eliana Elsaca, Tatuajes del camino, Santiago de Chile, Mar del Plata, 1999. El poema «Raí-
ces profundas» está en las págs. 81-82.
23
Eliana Rabié, Música del silencio, Santiago de Chile, Red Internacional del Libro, 1994. El
poema «Resonancia» en pág. 21.
24
Jessica Atal, Variaciones en azul profundo, Santiago de Chile, Unicornio, 1991; «Canto a
Palestina», pág. 28.
14
De ti, de tu agonía
déjame descansar tan solo un instante,
Palestina.
15