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Lección 1ª
I. Las obligaciones mercantiles
Los contratos mercantiles generan obligaciones mercantiles que en defecto de un sistema
peculiar y completo de normas propias aparecen sometidas a las disposiciones generales del
Código Civil. Pero el Código de Comercio establece también para ellas algunas reglas que
ofrecen diferencias concretas frente a la regulación civil. Estas divergencias, no obstante, no
son suficientes en relación con el significado especialmente objetivo y económico de las
obligaciones mercantiles, obligaciones propias de un tráfico en masa en el que lo que
prevalece no es el carácter personal de la obligación, sino la garantía que ofrece su
cumplimiento.
A diferencia de lo que sucedió con otros Códigos que le precedieron (el italiano y el alemán),
en nuestro Código de Comercio vigente de 1885 no se ha consagrado la solidaridad como un
principio propio de las obligaciones mercantiles. No puede ignorarse, sin embargo, que en la
práctica es frecuente que las deudas mercantiles se concierten con carácter solidario, que por
vía legal se van aumentando los supuestos de responsabilidad solidaria en el tráfico mercantil,
y que la propia jurisprudencia aplica el principio de solidaridad a supuestos en los que, sin
haberse pactado expresamente la responsabilidad solidaria, puede deducirse que de hecho las
partes la han tenido en cuenta.
b) También en relación con la mora del deudor la disciplina del Código de Comercio (art. 63)
difiere de la disciplina civil. Frente a lo que dispone el Código Civil (art. 1100), el Código de
Comercio establece que en los contratos que tuvieren señalado un plazo para su cumplimiento
los efectos de la morosidad comenzarán al día siguiente de su vencimiento sin necesidad de
interpelación alguna; mientras que si la obligación no tiene término, ni legal ni convencional,
exige que la interpelación o reclamación previa se realice necesariamente ante un juez, notario
u otro oficial público (art. 63).
c)En tercer lugar , existen supuestos especiales de perfección de los contratos mercantiles.
Pueden considerarse como tales los relativos a la contratación por medio de agente o corredor
y la contratación en pública subasta.
En el primer supuesto, el Código establece en su art.55 que cuando intervenga agente o
corredor los contratos quedarán perfeccionados cuando los contratantes acepten sus
propuestas.
En el segundo supuesto se viene entendiendo que el proceso de formación del contrato es el
siguiente: 1º el anuncio de subasta no es una mera invitación para que se realicen ofertas, sino
una verdadera oferta pública e irrevocable a favor de quien ofrezca el precio más alto en las
condiciones establecidas. 2º la declaración de los licitadores o postores es una declaración de
voluntad contractual 3º el remate o adjudicación al mejor postor es normalmente un acto de
ratificación del contrato perfeccionado ya cuando se hizo valer la mejor postura.
-La forma en los contratos mercantiles
El sistema de contratación mercantil se inspira, al igual que el civil, en el principio de libertad de
forma. De acuerdo con lo dispuesto en el CComercio, los contratos mercantiles serán válidos y
producirán obligación y acción en juicio , cualquiera que sea la forma y el idioma en que se
celebren, con tal de que conste su existencia por alguno de los medios que el Dº Civil tiene
establecidos. (art.51)
Exceptuados de lo dispuesto en el art. anterior los contratos que con arreglo a este Código o a
Leyes especiales estén sometidos a una determinada forma o solemnidad
Entre las normas generales sobre los contratos con consumidores tiene una importancia
especial la consagración en el texto refundido del llamado derecho de desistimiento, como
facultad del consumidor o usuario de dejar sin efecto el contrato por él celebrado,
notificándoselo así a la otra parte en el plazo establecido, sin necesidad de justificar la decisión
y sin penalización alguna. Este derecho de desistimiento es objeto de una regulación general,
que ha sido objeto de modificaciones importantes por la nueva ley, y que funciona como marco
general regulatorio, sin perjuicio de las disposiciones especiales, legales o contractuales, en
este último supuesto más favorables al consumidor, que lo establezcan en cada caso en
concreto.
Hay que decir, no obstante, que del régimen previsto para estos contratos quedan exceptuados
determinados supuestos, fundamentalmente: a) las ventas automatizadas, b) las realizadas en
subasta, salvo las celebradas por vía electrónica, c) los contratos sobre servicios financieros, d)
los contratos realizados con operadores de telecomunicaciones, debido a la utilización de
teléfonos públicos, e) los celebrados para la construcción de bienes inmuebles... y una lista
larga de excepciones establecidas en el artículo 93 del texto refundido en función de la forma
del contrato o del objeto contratado.
Los contratos celebrados fuera del establecimiento mercantil, a través de la modificación por la
Ley antes mencionada, aparecen regulados conjuntamente con los contratos a distancia en el
nuevo Título III del texto refundido de la Ley General de Defensa de los Consumidores y
Usuarios, sometiéndose su regulación a las mismas normas con algunas diferencias.
La determinación de estos supuestos hay que ponerla en relación con el concepto que sobre el
establecimiento mercantil establece el nuevo artículo 59 bis del texto refundido y que se refiere
a toda instalación inmueble de venta al por menor en la que el empresario ejerce su actividad
de forma permanente, así como también toda instalación móvil de venta al por menor en la que
el empresario ejerza su actividad de forma habitual. Por otro lado se ha tratado de lograr que
en el contrato celebrado fuera del establecimiento mercantil se incluyan todos aquellos
supuestos en los que la celebración del contrato esté vinculada a un contacto personal e
individual entre el empresario y el consumidor y usuario que, realizado fuera del
establecimiento habitual de aquel, puede suponer que la celebración del contrato es sorpresiva
para estos o fruto de una presión psicológica sobre ellos.
Sometidos estos contratos a las mismas normas que los contratos a distancia, tienen como
peculiaridades propias fundamentalmente las que sobre requisitos formales de los contratos
celebrados fuera del establecimiento prevé el artículo 99 del texto refundido y la que en el
artículo 113 establece que del cumplimiento de las obligaciones establecidas en el Titulo III
para los contratos celebrados fuera del establecimiento, responderán solidariamente el
empresario por cuya cuenta se actúe y el mandatario, comisionista o agente que haya actuado
en nombre propio.
El régimen de los llamados contratos celebrados fuera del establecimiento es aplicable a todos
los contratos y ofertas de contrato que tengan lugar fuera del establecimiento del empresario,
bien sea en un medio de transporte público, en la vivienda de un consumidor o en su lugar de
trabajo, siempre que la visita del empresario no responda a un requerimiento previo del
consumidor (art. 107). Se excluyen, sin embargo, de su ámbito de aplicación determinados
supuestos que, si bien inicialmente pudieran estar incluidos en él, quedan fuera de su
normativa por razones diversas: el importe de la operación inferior a 48,08 euros o la
naturaleza de su objeto (contratos de construcción, venta y arrendamiento de inmuebles).
A diferencia de lo que sucedió con otros Códigos, en nuestro Código de Comercio vigente de
1885 no se ha consagrado la solidaridad como un principio propio de las obligaciones
mercantiles. Sin embargo, en la práctica es frecuente que las deudas mercantiles se concierten
con carácter solidario, por vía legal se van aumentando los supuestos de responsabilidad
solidaria en el tráfico mercantil, y la propia jurisprudencia aplica el principio de solidaridad a
supuestos en los que, sin haberse pactado expresamente la responsabilidad solidaria, puede
deducirse que de hecho las partes la han tenido en cuenta.
En cualquier caso, las peculiaridades propias de las obligaciones mercantiles consagradas en
el Código de Comercio son las siguientes:
a) En relación con el cumplimiento de las obligaciones, el Código establece, por un lado, que
no se reconocerán términos de gracia, cortesía u otros que bajo cualquier denominación
difieran el cumplimiento de las obligaciones mercantiles, a no ser los que las partes hayan
establecido o se apoyen en una disposición terminante de derecho (art. 61). Esta norma,
implica una derogación del artículo 1124.3 del Código Civil y la facultad que en él se concede al
juez. Por otro lado, el Código dispone asimismo que las obligaciones que no tuvieren término
prefijado por las partes o por las disposiciones del propio Código serán exigibles a los diez días
después de contraídas si sólo producen acción ordinaria y al día siguiente si llevan aparejada
ejecución (art. 62); contrasta así esta disposición con la exigibilidad de las obligaciones puras
consagrada por el Código Civil (art. 1113) y excluye también la facultad concedida a los
tribunales para fijar plazo a las obligaciones que no lo señalaren (art. 1128).
b) También en relación con la mora del deudor la disciplina del Código de Comercio (art. 63)
difiere de la disciplina civil. Frente a lo que dispone el Código Civil (art. 1100), el Código de
Comercio establece que en los contratos que tuvieren señalado un plazo para su cumplimiento
los efectos de la morosidad comenzarán al día siguiente de su vencimiento sin necesidad de
interpelación alguna; mientras que si la obligación no tiene término, ni legal ni convencional,
exige que la interpelación o reclamación previa se realice necesariamente ante un juez, notario
u otro oficial público (art. 63). Conviene recordar además las normas que sobre pago a los
acreedores se establecen en la Ley de Ordenación del Comercio Minorista, y por el Real
Decreto Ley 4/2013 de 22 de febrero, de medidas de apoyo al emprendedor y de estímulo del
crecimiento y de la creación de empleo.
La Ley mencionada, de 29 de diciembre de 2004, tuvo por objeto incorporar al Derecho interno
la Directiva 2000/35/(CE), del Parlamento y del Consejo, de 29 de junio de 2000, por la que se
prevén medidas de lucha contra la morosidad en las operaciones comerciales y establecer un
conjunto de disposiciones para impedir que plazos excesivamente dilatados sean utilizados
para proporcionar al deudor una liquidez adicional a expensas del acreedor, así como también
disuadir de los retrasos en los pagos eliminando de raíz las causas por las que en la actualidad
la morosidad puede resultar ventajosa para los deudores.
En cuanto al ámbito de aplicación de esta Ley, establecido en su artículo 3.1, se refiere a todos
los pagos efectuados como contraprestaciones en las operaciones comerciales realizadas
entre empresas, o entre empresas y la administración, así como las realizadas entre los
contratistas principales y sus proveedores y subcontratistas. Puede decirse que las medidas
sustantivas contra la morosidad, previstas en la Ley consisten en: establecer con carácter
general un plazo de pago (art. 4), determinar el devengo automático del interés (art.
5), señalar el tipo de interés (art. 7) y otorgar al acreedor el derecho de reclamar al deudor una
indemnización razonable por los costes de cobro (art. 8). Aparte de estas medidas, se añade la
posibilidad de pactar cláusulas de reserva de dominio para que el vendedor conserve la
propiedad de los bienes hasta el pago total de la deuda (art. 10).
Esta Ley vino a desplazar a aquellos usos de comercio que venían consagrando plazos de
pago excesivamente dilatados, los cuales fueron sustituidos por las disposiciones de la Ley.
También debe destacarse que en la Ley de 2004 el plazo establecido para la exigibilidad de la
deuda y la determinación del tipo de interés sólo se aplicaban en defecto de pacto entre las
partes, aunque tratando de evitar, en todo caso, que la libertad de las partes amparara
prácticas abusivas al imponer plazos más amplios o tipos de interés inferiores a lo previsto en
ella (art. 9). Pero alguno de estos aspectos como ya se ha señalado ha sido modificado.
La reforma realizada por la Ley de 5 de julio de 2010, tuvo como objeto eliminar los efectos de
las crisis económicas que se habían traducido en un aumento de impagos, retrasos y prórrogas
en la liquidación de las facturas vencidas y que estaban afectando fundamentalmente a las
pequeñas y medianas empresas.
De acuerdo con la última modificación los aspectos regulados son los siguientes: 1) el plazo de
pago que debe cumplir el deudor si no se ha fijado plazo de pago en el contrato y que será de
treinta días naturales contados después de la fecha de entrega de las mercancías o de la
prestación de servicios. Si en el contrato se ha establecido un procedimiento para verificar la
conformidad de los bienes o servicios el plazo será de treinta días contados desde la fecha de
la verificación, pero el plazo de la verificación no puede ser superior a treinta días naturales a
contar desde la recepción de los bienes o servicios. Estos plazos podrán ser ampliados por las
partes siempre que no se superen los sesenta días naturales.
2) Se incorpora la previsión relativa a los calendarios de pago y cómo se calculan los intereses
en caso de que algún plazo no se abone en la fecha pactada.
3) El tipo legal de interés de demora al que el deudor estará obligado, y que será la suma del
tipo de interés aplicado por el Banco Central Europea a su más reciente operación de
financiación, efectuada antes del primer día del semestre natural de que se trate, más ocho
puntos porcentuales.
4) En el caso de mora el acreedor tendrá derecho a cobrar del deudor una cantidad fija de
cuarenta euros que se añadirá en todo caso y sin necesidad de reclamación expresa a la
deuda principal. Además tendrá derecho a una indemnización por todos los costes de cobro
debidamente acreditados que haya sufrido a causa de la demora y que superen la cuantía
antes señalada.
5) Se realiza una regulación expresa de lo que se consideran clausulas y prácticas abusivas
contrarias a la regulación establecida y se declaran nulas.
Por otra parte, la propia práctica del comercio internacional ha favorecido, como lex
mercatoria , la formación de los principios UNIDROIT sobre contratación internacional
elaborados en el seno del Instituto Internacional para la Unificación del Derecho Privado, y los
usos y prácticas uniformes elaborados por los propios operadores económicos consignando
una serie de cláusulas contractuales y términos que facilitan la negociación. En relación con
esta materia, la Cámara de Comercio Internacional ha desarrollado una importante labor de
recopilación y difusión de estos usos y reglas uniformes, cuya manifestación más relevante son
los llamados INCOTERMS (International Commercial Terms) . Por otro lado, la Cámara de
Comercio Internacional ha elaborado también otros textos, siendo especialmente significativas
las «Reglas y usos uniformes sobre créditos documentarios» , a los que será necesario
referirse más adelante.
Lección 2ª
I. La compraventa mercantil: 1. Relevancia económica y concepto positivo.- 2. La
mercancía y el precio.- 3. Entrega de la mercancía y saneamiento.- 4. Obligaciones del
comprador.- 5. La carga del riesgo.- 6. El incumplimiento del contrato.
El contenido de los preceptos que acabamos de citar, y el silencio del Código de Comercio
vigente, a diferencia de lo que sucedía en el Código de 1829, sobre la mercantilidad de la
reventa, han conducido a que en las últimas aportaciones doctrinales sobre el tema, algunos
autores y la propia jurisprudencia estimen que nuestro Código no admite la mercantilidad de la
reventa. La idea no es tan clara, sin embargo, si se tiene en cuenta que el propio Código regula
la compraventa de mercaderías en establecimiento abierto al público (art. 85), con todo lo que
esto supone como expresión de su mercantilidad (recordamos que son actos de comercio
todos los «comprendidos» en este código y cualesquiera otros de naturaleza análoga: art. 2 C.
de C.), y si se advierte también el hecho mismo de que la venta al público ha integrado siempre
el contenido mismo y la razón de ser del tráfico mercantil. Es curioso que la propia Exposición
de Motivos del Código, al referirse a las ferias y mercados como centros de contratación
mercantil, dice que a ellas acuden para satisfacer sus necesidades los negociantes y
losconsumidores . Es igualmente expresivo, aunque tenga un sentido especial, que incluso
partiendo de las posiciones extrañas a la mercantilidad de la reventa se señale que los
preceptos citados del Código de Comercio (arts. 325 y 326.1) no pueden ser interpretados de
forma tan restrictiva como para excluir del campo mercantil todas las operaciones en las que el
comprador actúa para consumir si el uso o consumo es para la propia empresa. En cualquier
caso ha de tenerse en cuenta que en nuestro Código determinadas compraventas no
adquieren carácter mercantil aunque el comprador tenga propósito de reventa lucrativa; tal es
el caso de las ventas recogidas en otros apartados de aquel precepto (art. 326.2 y 3) que
excluyen del ámbito mercantil de la compraventa las ventas que en determinadas
circunstancias hagan de sus productos los artesanos, agricultores y ganaderos.
En cuanto se refiere a su regulación, la compraventa mercantil no sólo está regulada por las
normas de carácter dispositivo establecidas en el Código de Comercio y en el Código Civil, sino
que han de tenerse a la vista también aquellas normas que, orientadas a la protección de
determinados intereses en el mercado, se proyectan en muchas ocasiones sobre la reventa y
tienen carácter imperativo; ése es el supuesto de las normas establecidas en el Texto
Refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios y en la Ley de
Ordenación del Comercio Minorista.
C)Elementos reales
Los elementos reales de la compraventa mercantil como de toda compraventa son la cosa
objeto del contrato y el precio que se paga por ella.
Por lo que se refiere a la cosa , el objeto ordinario de las ventas mercantiles son las cosas
muebles, las denominadas mercaderías. Mas al lado de ellas existen otras cosas muebles,
corporales o no, como el dinero, los metales preciosos, los títulos de crédito, e incluso ciertos
derechos, como son, por ejemplo, los de propiedad industrial, que con frecuencia son objeto de
compraventas mercantiles. Pero también los inmuebles pueden constituir objeto del tráfico
mercantil; aunque el Código de Comercio en la definición de la mercantilidad de la
compraventa (art. 325) se refiera únicamente a los bienes muebles, el hecho de que a
diferencia de lo que sucedía con el Código anterior no haya excluido explícitamente los
inmuebles, que las propias palabras de la Exposición de Motivos prevean que los tribunales
califiquen como mercantil las ventas de bienes raíces según las circunstancias de cada caso, y
que desde hace algún tiempo estemos asistiendo a una cierta «comercialización» de los
inmuebles, permite estimar que no es de esencia a la compraventa mercantil que haya de
recaer sobre bienes muebles, aunque sus disposiciones van referidas a este tipo de bienes.
En cuanto a lo que toca al precio , rigen todavía las disposiciones del Código Civil en el sentido
de que ha de ser cierto y expresado en dinero o signo que lo represente, así como que su
señalamiento no puede quedar al arbitrio de uno de los contratantes. Pero el cumplimiento de
estos requisitos no excluye que puedan darse ciertas notas propias del precio de la
compraventa en el tráfico mercantil. Por ejemplo, es posible y cada día más frecuente que en
ese tráfico sea una de las partes quien determine el precio: «ventas a precio fijo» en las que el
comprador no puede discutir el precio, sino tan sólo decidir si compra o no al precio ya
establecido por el vendedor. Por otra parte, las ventas pueden ser a precio firme, no sometido a
variación, o a precio variable, fundamentalmente para el caso de venta con entregas periódicas
o sucesivas; mas en cualquier caso, una vez fijado el precio o su sistema de variación, las
partes quedan sometidas a él y no pueden discutir la justicia intrínseca del mismo, toda vez que
la venta mercantil no es rescindible por causa de lesión, sin perjuicio ciertamente de la
responsabilidad del contratante que hubiera procedido con malicia o fraude en el contrato o en
su cumplimiento (art. 344 del C. de C.).
Interés especial tiene también conocer estos otros datos: 1º. El régimen especial de la
determinación del precio, y el de las cláusulas abusivas sobre la determinación del precio
aplicables a las compraventas celebradas con consumidores y previstos en los artículos
60.2. b) y 85.10 del texto refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y
Usuarios. 2º. Las limitaciones que pueden restringir o anular por disposición legal o por
injerencia del poder público la fijación convencional de los precios (v. los arts. 13, 14 y 15
LOCM). Y 3º. La posición mantenida expresamente en relación con la compraventa
internacional de mercancías en la que, en aras de facilitar la celebración del contrato, se
considera que en aquellos casos en los que exista un contrato válidamente celebrado y no se
haya determinado el precio se entenderá, salvo indicación en contrario, que las partes han
querido referirse al que generalmente se está percibiendo en el momento de la celebración del
contrato para ese tipo de mercancías (art. 55 de la Convención de Viena).
La obligación de entrega, como obligación principal del vendedor, determina las demás
obligaciones del mismo, a saber: a) La obligación de conservar la cosa vendida antes de su
entrega, aplicándose el principio general del Código Civil que obliga a conservar las cosas con
la diligencia normal de quien está obligado a darlas (art. 1094 CC). b) Y la obligación del
vendedor de responder del saneamiento de la cosa vendida. El vendedor, lógicamente,
responde frente al comprador de la posesión legal y pacífica de la cosa vendida (art. 345) y de
los vicios y defectos ocultos que tuviere esa cosa (art. 342).
El saneamiento por evicción se produce en los términos en que está previsto en el Código Civil
(arts. 1475 y ss.); pero no estará de más señalar que la evicción es poco frecuente en las
ventas mercantiles realizadas en los establecimientos o tiendas abiertos al público, pues en
esas ventas, como ya sabemos, se produce una prescripción de derecho a favor del comprador
respecto de las mercancías adquiridas, cerrando el paso a la evicción en el más amplio sector
de las ventas mercantiles, y consagrando un sistema de protección de la seguridad jurídica
más amplio que el previsto en el ámbito del Código Civil (arts. 464 CC y 85 C. de C.).
Mayor interés tiene en este sentido la obligación de saneamiento por vicios o defectos ocultos,
obligación cuya finalidad consiste en garantizar que el vendedor entregue al comprador la
posesión de una cosa útil. Regulada esta obligación en el Código Civil, se quiere significar que,
salvo pacto en contrario, el vendedor responde de los vicios o defectos que tenga el objeto
vendido aunque los ignore, pero no de los que estén a la vista ni de los que no lo estén si el
comprador es un perito que por razón de su profesión debía conocerlos fácilmente. En toda
esta materia, la peculiaridad de la compraventa mercantil se refiere al establecimiento de un
plazo breve de treinta días, a contar desde la entrega para que el comprador denuncie la
existencia del vicio o defecto (art. 342 C. de C.). Se trata de un plazo de denuncia previa para
poder ejercitar las acciones que el Código Civil establece en estos casos (arts. 1486 y 1490) y
que la doctrina y la jurisprudencia vienen considerando como un plazo de caducidad y no de
prescripción, transcurrido el cual, por tanto, el comprador perderá todo derecho contra el
vendedor. Por otro lado, en los supuestos que contemplamos, el comprador podrá optar entre
desistir del contrato abonándosele los gastos que pagó o rebajar una cantidad del precio a
juicio de peritos (art. 1486 CC).
Los vicios ocultos son distintos de los vicios o defectos aparentes de calidad o cantidad
regulados en el Código de Comercio (art. 336 C. de C.). Y de los cuales, además de por los
vicios ocultos, responde también el vendedor frente al comprador, sin que su responsabilidad
por unos excluya su responsabilidad por los otros cuando se den las circunstancias requeridas
para cada uno de ellos. El artículo 336 antes mencionado establece, en efecto, que si la
mercancía se recibe embalada o enfardada, la denuncia del vicio aparente debe hacerse
dentro de los cuatro días siguientes a su recibo; en otro caso, la denuncia deberá hacerse al
tiempo de recibir las cosas o de rehusar su recibo. Estos defectos facultan al comprador para
optar por la rescisión del contrato o por su cumplimiento, en ambos casos con la indemnización
de los perjuicios, aunque el vendedor, para evitar estas reclamaciones, puede exigir en el acto
de entrega que se haga el reconocimiento de las mercancías a contento del comprador.
El régimen de responsabilidad del vendedor por vicios o defectos de los bienes vendidos
recibió una regulación especial, con peculiaridades propias en los casos de ventas de bienes
de consumo entre personas que venden en el marco de su actividad profesional y los
consumidores, a través de la Ley, de 10 de julio de 2003, de Garantías en las Ventas de Bienes
de Consumo, con la cual se trató de incorporar a nuestro Derecho la Directiva 1999/44/(CE) del
Parlamento y del Consejo de 1999, sobre determinados aspectos de la venta y garantías de los
bienes de consumo. Esta Ley, cuyos preceptos imperativos han sido incorporados al texto
refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios en los artículos
115 y siguientes, ha consagrado la obligación del vendedor de entregar al consumidor un bien
que sea conforme con el contrato de compraventa en los términos que en ella se establecen
(arts. 114 y 116). Puede decirse que de esta forma, en una línea semejante al Convenio de
Viena, se ha unificado el tratamiento de todos los supuestos de entrega defectuosa, en los que
existiendo un aparente cumplimiento de la obligación de entrega, ésta no satisface el interés
del comprador; y ha concedido al comprador consumidor una serie de derechos y acciones que
racionalizan en buena medida el tratamiento que los vicios ocultos, los defectos de calidad o
cantidad, o la prestación distinta tienen en el Código Civil o en el Código de Comercio. En
efecto, en caso de falta de conformidad se conceden al consumidor en cascada primero un
derecho de reparación o de sustitución del bien, que a través de modificación realizada por la
Ley 29/2009, de 30 de diciembre, se han sometido en su ejecución a determinados requisitos
de constancia escrita, y segundo un derecho a la rebaja del precio y a la resolución del
contrato. Se establecen asimismo unos plazos dentro de los cuales han de manifestarse las
faltas de conformidad y de prescripción de las acciones correspondientes, que son más
razonables que los propios de los regímenes generales de la compraventa (arts. 123 y ss.). Se
regula también en el texto refundido, como ya se ha dicho anteriormente, la garantía comercial
en los artículos 125 a 127, en los que se ha armonizado el régimen previsto en la Ley de
Garantías hoy derogada con los que establecía la anterior Ley General para la Defensa de los
Consumidores y Usuarios.
El artículo 334 del Código de Comercio regula finalmente tres supuestos especiales de
transmisión del riesgo en los cuales los daños y menoscabos que sufran las mercaderías, por
caso fortuito, serán de cuenta del vendedor, dadas las especiales características de los
supuestos en él considerados (venta hecha por número, peso o medida o en la que la cosa
vendida no fuese cierta y determinada con marcas y señales que la identifiquen; venta en la
que el comprador tuviese la facultad de reconocer y examinar previamente la cosa vendida; y
venta con condición de no hacer la entrega hasta que la cosa vendida adquiera las condiciones
estipuladas).
En relación con el tema de la transferencia del riesgo también la Ley 3/2014, de 27 de marzo,
ha establecido una serie de normas para la venta a consumidores y usuarios, previstas en el
nuevo artículo 66 del texto refundido. Dichas normas que, con carácter general, establecen que
el riesgo de pérdida o deterioro de los objetos vendidos solo se transmite cuando el consumidor
o usuario haya adquirido la posesión material del bien ya sea personalmente o a través de un
tercero indicado por él, precisan, en relación con las ventas con expedición, supuesto no
considerado especialmente en nuestro Código de Comercio, que la entrega del bien por el
vendedor al transportista no supone transferencia del riesgo al consumidor, a menos que sea el
consumidor el que se encargue del transporte de los bienes, o el transportista elegido por el
consumidor para hacer el transporte de los bienes no esté dentro de los propuestos por el
empresario.
En el ámbito internacional, las ventas de plaza a plaza pueden quedar sometidas a las normas
de la Convención de Viena que regulan las ventas con expedición, así como también las
relativas a las ventas de mercaderías en tránsito (arts. 31, 67 y 68). El carácter dispositivo de
estas normas determina, no obstante, el interés fundamental que en las ventas de plaza a
plaza ha de concederse a los pactos entre las partes y la importancia que ha de darse a las
Reglas Uniformes que para la interpretación de los términos contractuales más usados en el
tráfico internacional ha elaborado la Cámara de Comercio Internacional, y que se refieren a los
aspectos ya indicados relativos al cumplimiento por el vendedor de la obligación de entrega y a
la transferencia del riesgo, así como a la imputación de los costes y la obligación de contratar el
transporte y el seguro de las mercancías e, incluso, la obligación de realizar los trámites
aduaneros. Se trata de reglas de interpretación recogidas en los llamados INCOTERMS, cuya
más reciente edición es de enero de 2000, que no son exclusivos del transporte marítimo y que
tienen un claro valor contractual, dependiendo su aplicación de la voluntad de las partes.
En relación con las ventas de plaza a plaza, es preciso señalar asimismo que si bien van
normalmente acompañadas de la realización de un contrato de transporte y de un contrato de
seguro sobre las mercancías, el funcionamiento de estos contratos no interfiere en las
relaciones entre comprador y vendedor, manteniendo cada contrato sus efectos propios entre
las partes. Así lo establece la jurisprudencia en las ventas Free on board (FOB) y «sobre vagón
y así se mantiene también en relación con el caso más complejo de la venta Cost, Insurance
and Freight (CIF), en la que el vendedor no sólo ha de iniciar el transporte situando la carga en
el buque, sino que se obliga, además, a concertar el flete y el seguro de la mercancía, teniendo
la venta un precio comprensivo del costo o valor de la mercancía más el seguro y el flete. En
estos casos, no obstante, la venta se considera ya consumada en el puerto de embarque.
Son dos distintos los supuestos contemplados en este precepto: por un lado, aquellos casos en
los que la indeterminación del objeto es tal que el comprador queda en total libertad para
liberarse del contrato; es el caso de las llamadas ventasad gustum; por otro lado, están
aquellos otros supuestos en los que el ensayo que se reserva al comprador supone la
comprobación de si se dan en el objeto determinadas circunstancias, y sólo si no las reúne
puede rescindir el contrato. Es de advertir, no obstante, que en estos casos, si bien el Código
se refiere a la posibilidad de rescindir el contrato, se trata más bien de contratos sometidos a
una condición suspensiva tal como se desprende del régimen que sobre la transferencia del
riesgo en estos contratos prevé el artículo 334.2. Es más, en la venta ad gustum, la total
libertad que se concede al comprador para desistir del contrato permite entender que nos
encontramos ante una compraventa que no se perfecciona mientras el comprador no examine
el objeto y pueda decidir si adquirirlo o no.
En todo caso, en relación con estas ventas ha de tenerse en cuenta la regulación que sobre el
derecho de desistimiento se hace en la Ley de Ordenación del Comercio Minorista (art. 10), al
disponer que cuando en el ejercicio de un derecho previamente reconocido se proceda a la
devolución de un producto, el comprador no tendrá obligación de indemnizar al vendedor por el
desgaste o deterioro del mismo debido exclusivamente a su prueba para tomar una decisión
sobre su adquisición definitiva sin alterar las condiciones del producto en el momento de la
entrega.
- Venta a distancia
Reguladas las ventas a distancia en la Ley de Ordenación del Comercio Minorista. Sin la
presencia simultánea del comprador y del vendedor, por cualquier medio de comunicación a
distancia. El texto refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios
ha tenido una incidencia importante sobre la regulación de la Ley de Ordenación del Comercio
Minorista al ofrecer una regulación propia de los contratos a distancia celebrados con
consumidores, no sólo derogó los preceptos de la Ley que hacían referencia expresa a los
consumidores, si no que al excluir de ella las ventas a distancia celebradas con consumidores
eliminó en buena medida el sentido de la regulación protectora que en ella se establecía. En
estas circunstancias, la Ley 3/2014, de 27 de marzo, dando un paso más, ha derogado los
artículos 39 a 48 de la Ley de Ordenación del Comercio Minorista, relativos al régimen jurídico
de las ventas a distancia, que quedan regulados en los términos previstos para los contratos a
distancia por el texto refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y
Usuarios. La regulación de las ventas a distancia en la Ley de Ordenación del Comercio
Minorista ha quedado reducida al contenido del artículo 38 de dicha Ley que lo que prevé es la
obligación de las empresas de ventas a distancia de comunicar en el plazo de tres meses el
inicio de su actividad al Registro de ventas a distancia, que recogerá los datos que
reglamentariamente se establezcan. Las empresas de terceros países que practiquen ventas a
distancia en territorio español, harán la comunicación al Registro de ventas a distancia del
Ministerio de Economía y Competitividad, previéndose un intercambio de datos entre dicho
Registro y el que para las entidades españolas llevan las comunidades autónomas
- Venta automática
De acuerdo con la Ley de Ordenación del Comercio Minorista, entendemos por venta
automática la forma de distribución detallista en la que se pone a disposición del consumidor el
producto o servicio para que éste lo adquiera mediante el accionamiento de cualquier tipo de
mecanismo y previo pago de su importe (art. 49.1). Estas ventas no sólo plantean problemas
sobre la forma en que se realiza la manifestación de la voluntad contractual, sino también sobre
la necesidad de evitar abusos a los que este procedimiento puede dar lugar. De ahí el control
técnico, a que se somete la instalación de las máquinas (art. 49.2) y otra serie de normas
importantes sobre la necesidad de que en las máquinas de venta figuren con claridad por un
lado, la información relativa al producto que se expende y al comerciante, indicando el tipo de
producto, su precio, identidad del oferente, así como dirección y teléfono donde se atienden las
reclamaciones, y por otro, información sobre la máquina, el tipo de monedas que admite,
instrucciones para la obtención del producto y acreditación del cumplimiento de la normativa
técnica aplicable (art. 50 modificado por Ley 1/2010, de 1 de marzo). Todas las máquinas
deben permitir la recuperación automática del importe introducido cuando no se facilite el
artículo solicitado (art. 51); y cuando las máquinas estén instaladas en un local destinado al
desarrollo de una empresa o actividad privada, los titulares de la misma responderán
solidariamente con el titular de la máquina frente al comprador del cumplimiento de
las obligaciones específicas derivadas de la venta automática(art. 52).
-Venta a plazos
Se trata de ventas en las que, aun realizándose la entrega del objeto vendido por el vendedor,
el pago del precio por el comprador queda diferido por fracciones generalmente iguales y
periódicas. Son contratos de gran difusión en el comercio moderno, en los que se ha acudido a
distintas cláusulas, como el «pacto de reserva de la propiedad», cuya validez no ha dejado de
plantear problemas.
Para evitar los abusos que pueden producirse en este tipo de ventas, sobre todo en relación
con la resolución del contrato en los supuestos en que se trata de que el vendedor recupere los
objetos vendidos, las ventas a plazos de bienes muebles corporales y no consumibles fueron
reguladas por primera vez en nuestro Derecho por la Ley, de 17 de julio de 1965. Esta
protección ha sido ampliada posteriormente con la Ley, de 23 de marzo de 1995, de Crédito al
Consumo, modificada para su adaptación a la nueva legislación europea por la Ley 16/2011, de
24 de junio, de Contratos de Crédito al Consumo, produciéndose de esta forma una doble
regulación cuya armonización constituye uno de los objetivos de la nueva Ley de Ventas a
Plazos, de 13 de julio de 1998, que modifica la anterior, estableciendo normas que tienen
carácter imperativo.
La Ley tiene por objeto la regulación de los contratos de ventas a plazos de bienes muebles
corporales no consumibles e identificables, los contratos de préstamo destinados a facilitar su
adquisición (préstamos de financiación a vendedor y préstamos de financiación a comprador) y
las garantías que se constituyan para asegurar el cumplimiento de las obligaciones nacidas de
los mismos. Quedan, no obstante, excluidas de la Ley las compraventas a plazos de bienes
que con o sin ulterior manipulación se destinen a la reventa al público y los préstamos cuya
finalidad sea la de financiar esas operaciones; las ventas o préstamos ocasionales sin finalidad
de lucro; los préstamos y ventas garantizados con hipoteca o prenda sin desplazamiento sobre
los bienes objeto del contrato; aquellos contratos cuya cuantía sea inferior a la que se fije
reglamentariamente, y los contratos de arrendamiento financiero.
En lo que toca al concepto de venta a plazos, dos son los aspectos que se tienen en cuenta
para su configuración: el objeto de la venta y la forma de establecerse el aplazamiento del
precio. En cuanto al objeto, se exige por la Ley que se trate de bienes muebles no consumibles
e identificables. Y en cuanto al aplazamiento del precio, no es necesario un desembolso inicial,
ni tampoco que el pago del precio se difiera en varios plazos, pudiendo serlo sólo en uno,
siempre y cuando su duración sea superior a tres meses. Se trata, además, de un contrato
formal de contenido parcialmente obligatorio (art. 7).
En lo relativo a su régimen jurídico, la venta a plazos ofrece ahora ciertas peculiaridades que
evidencian una mayor preocupación por la protección del comprador. Estas normas, no todas
ellas nuevas, son las siguientes:
1.º Las que vinculan la eficacia de la venta a la obtención del crédito correspondiente (arts. 62 y
63).
2.º Las que regulan la llamada facultad de desistimiento del contrato, sometido a un régimen
especial, pero sin necesidad de que se alegue causa alguna (art. 9).
3.º Las que prevén el pago anticipado total o parcial del precio aplazado sin que se le puedan
exigir los intereses no devengados (art. 9.3).
4.º Las normas que regulan el incumplimiento del comprador y que, sustituyendo el régimen
general de resolución de los contratos previsto en el artículo 1124 del Código Civil, pretende
armonizar el justo equilibrio de los intereses en juego. Se prevé en este sentido que si el
comprador demorase el pago de dos plazos o el último de ellos, el vendedor puede optar por
exigir el pago de todos los plazos pendientes o la resolución del contrato. En este último caso,
la peculiaridad viene dada porque si bien las partes deberán restituirse recíprocamente las
prestaciones realizadas, el vendedor puede deducir el 10 por 100 del importe de los plazos
pagados en concepto de indemnización por la tenencia de la cosa por el comprador, y una
cantidad igual al desembolso inicial, si existiere, como depreciación de la cosa vendida, todo
ello sin perjuicio, por supuesto, de la indemnización que proceda en caso de deterioro del
objeto vendido (art. 10).
En caso de que el vendedor opte por exigir judicialmente el cumplimiento de los plazos, se le
concede al juez una facultad moderadora para que con carácter excepcional y por justas
causas apreciadas discrecionalmente señale nuevos plazos o altere los convenidos,
determinando, en su caso, los recargos correspondientes (art. 11 de la Ley).
Por otro lado, y para el caso de incumplimiento del deudor, la Ley ofrece un sistema de
garantías al acreedor (vendedor o financiador), que se hace efectivo frente a terceros a través
del Registro de Venta a Plazos de Bienes Muebles, y el establecimiento de un procedimiento
especial para la venta en subasta a través de fedatario público de los bienes adquiridos a
plazos, en el supuesto de contratos inscritos en dicho Registro (art. 16).
En el caso de procedimientos concursales, el acreedor goza además de una posición de
privilegio sobre los bienes comprados si el contrato consta en documento público o está inscrito
en el Registro de Venta a Plazos de Bienes Muebles (art. 16.5).
La disciplina del Código (arts. 347 y 348) recoge los requisitos fundamentales de dicha cesión,
que no está sometida a formalidad alguna, ni necesita del consentimiento del deudor; es
suficiente con poner en su conocimiento la transferencia para que el deudor quede obligado
con el nuevo acreedor y sólo pueda reputarse legítimo el pago que se haga a éste. El cedente
responderá de la legitimidad del crédito y de la personalidad con que hizo la cesión, pero no de
la solvencia del deudor a no mediar pacto en contrario que así lo establezca (art. 348). La
cesión de créditos mercantiles no endosables ni al portador queda así sometida a un régimen
paralelo a la de los créditos civiles, salvo en lo que se refiere a la responsabilidad sobre la
solvencia del deudor (v. art. 1529.1 CC).
En el contrato estimatorio, sin embargo, hay que destacar que la entrega de la cosa no produce
la transmisión de la propiedad, sino la atribución al accipiens de un poder exclusivo de
disposición sobre el objeto. El funcionamiento de este poder exclusivo de disposición es el que
permite diferenciar el contrato estimatorio de los contratos anteriormente y citados, y el que
fundamenta una de las peculiaridades de la posición jurídica del accipiens , que sin adquirir con
la entrega la propiedad de las mercancías recibidas debe soportar su pérdida o deterioro
mientras permanezcan en su poder. Debiendo, además, el accipiens , una vez cumplido el
plazo, devolver los productos recibidos o bien el valor en que hubieren sido estimados.
La Convención establece el carácter dispositivo de sus normas, pudiendo las partes excluir su
aplicación de forma expresa o tácita pero real y consciente, o introducir excepciones o
modificaciones. El régimen de la compraventa está regulado en la Convención de forma muy
detallada, fundamentalmente por lo que se refiere a la formación del contrato, a las
obligaciones asumidas por las partes y a la transferencia del riesgo, quedando fuera de su
regulación los aspectos relativos a la validez del contrato o de sus estipulaciones; así como los
efectos que el contrato puede producir sobre la propiedad de las mercaderías vendidas y la
responsabilidad del vendedor por la muerte o lesiones corporales que las mercancías causen a
una persona. Sus normas responden a la idea de facilitar la finalidad económica del contrato a
través de una satisfacción razonable de los intereses de las partes, de acuerdo con la buena fe,
sin que se vean afectadas, ni la seguridad, ni la rapidez del tráfico económico; de ahí su
extraordinario interés en nuestro ordenamiento como criterio inspirador del régimen del
contrato.
Lección 3ª
I. La venta a plazos.
-Cláusula de exclusividad.
Si se pacta a favor del suministrador, el suministrado se obliga a no obtener de terceros
prestaciones de la misma naturaleza de las que son objeto de suministro, ni tampoco proveerse
de los mismas mediante medios propios.
Si se pacta a favor del suministrado, el suministrador se compromete a no ofrecer esos mismos
productos objeto de contrato o a otros consumidores, es decir, se establece un derecho de
suministro en exclusiva para una determina zona geográfica a favor del suministrado.
-Cláusula de preferencia.
Una de las partes se obliga frente a la otra a que, en el supuesto de que decida celebrar un
nuevo contrato de suministro en el futuro, esta tendrá preferencia sobre el resto de candidatos.
En el supuesto de que el beneficiado del pacto decida no hacer uso de este derecho, la otra
parte quedará liberada del pacto, pudiendo contratar a quién quiera.
-Por transcurso del plazo de duración pactado, pudiéndose resolver anticipadamente por justa
causa.
-En caso de ser de duración indeterminada, cualquiera de las partes podrá desistir
unilateralmente mediante el oportuno preaviso a la otra parte con la anticipación pactada o, en
su defecto, la establecida por la costumbre.
-Rescisión por incumplimiento: Solo procederá su resolución en caso de que el incumplimiento
hubiese provocado perjuicios graves o hubiese generado una inseguridad sobre el
cumplimiento por la otra parte de las sucesivas prestaciones.
En el contrato estimatorio, sin embargo, hay que destacar que la entrega de la cosa no produce
la transmisión de la propiedad, sino la atribución al accipiens de un poder exclusivo de
disposición sobre el objeto. El funcionamiento de este poder exclusivo de disposición es el que
permite diferenciar el contrato estimatorio de los contratos anteriormente y citados, y el que
fundamenta una de las peculiaridades de la posición jurídica del accipiens , que sin adquirir con
la entrega la propiedad de las mercancías recibidas debe soportar su pérdida o deterioro
mientras permanezcan en su poder. Debiendo, además, el accipiens , una vez cumplido el
plazo, devolver los productos recibidos o bien el valor en que hubieren sido estimados.
IV. El contrato de leasing. (regulación parcial y dispersa) Ley Fomento empresarial 2015,
Ley de Venta a plazos, DA primera y tercera, ley 10/2014, Ley IS
-Concepto, clases y naturaleza jurídica
La operación de leasing requiere, en su conjunto, el concurso de tres partes: el empresario ,
usuario o arrendatario que precisa determinados bienes para su actividad (generalmente
bienes de equipo, plantas o instalaciones industriales), pero que no dispone o no quiere
arriesgar los capitales necesarios para comprarlos; el fabricante o vendedor de los bienes en
cuestión, y la sociedad de arrendamiento financiero o arrendadora (una entidad o
establecimiento financiero de crédito) que intermedia en la operación prestando la oportuna
financiación al empresario. A estos efectos, la sociedad de arrendamiento financiero adquiere
en nombre propio el bien en cuestión, siguiendo las especificaciones del empresario o usuario,
para cederle posteriormente su uso a cambio de una contraprestación consistente en el pago
de cuotas periódicas. El contrato se completa además con una opción de compra en favor del
usuario, ejercitable al término del plazo (plazo que suele coincidir con el período de vida útil del
objeto), y a cambio del pago de un precio, que suele conocerse como «valor residual». El
empresario usuario puede optar así entre la adquisición del bien, su devolución a la sociedad
de arrendamiento financiero o, en su caso, la celebración de un nuevo contrato
de leasing (sobre los diversos elementos que integran este concepto, v. disp. adic. 3ª Ley
10/2014).
El leasing presenta en la práctica distintas modalidades. Según la naturaleza del bien que la
entidad especializada adquiera a instancias del usuario que lo precisa, puede ser mobiliario o
de «equipo» e inmobiliario . Cabe asimismo diferenciar el leasing de amortización total y
parcial . En el primero, las cuotas que periódicamente satisface el usuario cubren la totalidad
de los costes de la inversión realizada, de manera que el precio asignado al bien para el
supuesto de ejercicio de la opción de compra es residual o simbólico; en el segundo, por el
contrario, las cuotas son más bajas, y no alcanzan a satisfacer la totalidad de los costes, de
modo que la entidad aún debe recuperar una parte sustancial de éstos al término del contrato,
lo que llevará a efecto sea enajenando el bien por un precio significativo al mismo usuario de la
inversión o a un tercero, sea volviéndolo a explotar en régimen deleasing o arrendamiento.
Distinto del leasing propiamente dicho es el llamado leasing operativo o renting , que en
realidad no se diferencia sustancialmente de un negocio normal de arrendamiento; en este
caso, en efecto, la sociedad de renting corre con el riesgo de la inversión, al adquirir
determinados bienes por iniciativa propia que luego cede a empresarios por cortos períodos de
tiempo.
En nuestra opinión, no cabe calificarlo como un arrendamiento, pues la función del contrato no
es tanto ceder el uso del bien cuanto financiar la posibilidad de explotarlo o disfrutarlo, como
bien muestra que en la práctica el leasing se configure, en realidad, como una alternativa al
préstamo de dinero o a otros contratos de financiación, frente a los que proporciona, sin
embargo, la garantía adicional representada por la titularidad que la entidad deleasing adquiere
y mantiene sobre los bienes adquiridos durante toda la vida del contrato (a diferencia de lo que
ocurre, v.gr ., en el mutuo. V. arts. 1740 y 1753 CC). Menos aún cabe considerarlo, como a
veces se ha sostenido, una compraventa a plazos, pues la adquisición del bien por el usuario
es meramente eventual y no se produce en todos los casos, aunque ciertamente no cabe negar
que en los leasings de amortización total acaban produciéndose efectos económicamente muy
similares, en especial cuando la vida útil del bien coincide, como suele ser habitual, con el fin
del plazo de duración del contrato. Tampoco, en fin, puede reputarse un comodato o préstamo
de uso, pues este tipo negocial es legalmente incompatible con la percepción de emolumento
alguno (art. 1741 CC). Por ello, estimamos que el contrato de leasingconstituye, en rigor, un
contrato sui generis (STS de 10 de abril de 1981), de carácter, como decíamos, ciertamente,
financiero, pero cuya especificidad radica en que la financiación, en lugar
de prestarsedirectamente al cliente, se le facilita indirectamente , mediante la previa adquisición
y cesión del bien que precisa; es decir, en puridad, mediante la realización de la inversión por
un tercero y su explotación por el interesado, que ha de satisfacer tanto el coste de adquisición
cuanto el financiero correspondiente.
Por lo que se refiere al contenido obligacional del contrato, conviene indicar que la primera
obligación de la entidad de leasing es la de concluir el contrato de compraventa de acuerdo con
las instrucciones del usuario (v. STS de 1 de marzo de 2011). La entidad compra, en efecto,
por cuenta e interés del cliente, por lo que, aunque conserva la titularidad del bien, no responde
de los vicios que puedan aquejarlo, debiendo tan sólo cederlo, en los términos convenidos, al
cliente, quien, por su parte, queda subrogado en los derechos y acciones que correspondan a
aquélla frente al vendedor. Además, durante la vigencia del contrato, el cliente debe satisfacer
lógicamente las cuotas pactadas, destinar el bien cedido al uso previsto y cuidarlo y
conservarlo diligentemente, corriendo en todo caso con el riesgo de su pérdida o deterioro. En
garantía del cumplimiento de esta obligación, los contratos suelen reservar un derecho de
inspección en favor de la sociedad deleasing e imponen a cargo del usuario la obligación de
asegurar los bienes.
Por otra parte, frente al incumplimiento del cliente, la entidad de leasing, además de las
acciones declarativas o ejecutivas (si cuenta con un título de esta naturaleza para acreditar su
derecho) que le correspondan, podrá declarar resuelto el contrato e instar al juez, a través de
un breve procedimiento especial, la recuperación de los bienes cedidos, sin perjuicio del
derecho del cliente a plantear otras pretensiones relativas al contrato de arrendamiento
financiero en el procedimiento declarativo que corresponda (v. disp. adic. primera citada y art.
16.2 LVPBM, modificados por la disp. final séptima LEC).
En punto, finalmente, a la extinción propiamente dicha del contrato por terminación del plazo
pactado, ha de recordarse que el usuario puede optar por la adquisición del bien pagando el
precio previamente establecido. Si no ejercita esa opción, cabe que las partes concluyan un
nuevo contrato de leasing o, simplemente, que el cesionario restituya el bien a la entidad
financiera, que podrá, a su vez, cederlo nuevamente a un tercero.
Lección 4ª
I. El contrato de comisión:
1. Concepto legal y contenido.
Prototipo de lo que llaman los economistas relaciones de agencia , por los conflictos de
intereses que pueden surgir entre quien encomienda a otro una gestión (principal) y el
encargado de ejecutarla (agente), la comisión es jurídicamente la forma mercantil de mandato.
Se trata de un mandato cualificado por la naturaleza comercial del acto u operación que
constituye su objeto; y, en el plano subjetivo, también por ser comerciante el comitente o el
comisionista (art. 244 C. de C.).
-Comisión y representación
El Código autoriza a superponer a la relación de comisión o mandato mercantil otra de
apoderamiento, pudiendo contratar el comisionista «en nombre propio o en el de su comitente»
(art. 245). En plazas alejadas entre sí, la seguridad de las contrapartes locales exige reforzar la
certidumbre de las relaciones de responsabilidad y representación. A estos efectos, no es en
absoluto irrelevante que el comisionista quede obligado directamente con su cocontratante; y,
por esa razón, para excluir el compromiso propio y generar la vinculación directa de su
representado, el comisionista que actúa en nombre ajeno «deberá manifestarlo»; y, además, si
«el contrato fuera por escrito, expresarlo en el mismo o en la antefirma, declarando el nombre,
apellido y domicilio de dicho comitente». Actuando de esa forma, el contrato y las acciones
«producirán su efecto entre el comitente y la persona o personas que contrataron con el
comisionista» (art. 247). Pero ni siquiera de ese modo queda completamente eliminada la
responsabilidad del comisionista; porque, siendo la existencia del poder una cuestión de hecho,
quedará el comisionista «obligado con la persona con quien contrató, mientras no pruebe la
comisión, si el comitente la negare, sin perjuicio de la obligación y acciones respectivas entre el
comitente y el comisionista» (art. 247 in fine ); solución tanto más justa cuanto que dicho
comisionista siempre es libre de contratar en su propio nombre (aunque la representación
exista), conformándose el Código, al no poder impedir tal hecho, con su responsabilidad directa
sin imponerle la «necesidad de declarar quién sea el comitente» (art. 246).
-Objeto y formación del contrato
La comisión puede tener por objeto cualquier acto de comercio (art. 244), aunque sus reglas
están pensadas principalmente para la realización de operaciones de compraventa y transporte
de mercancías. Ese origen explica que, aun siendo –como el mandato– un contrato
consensual, en la esfera mercantil se entienda la comisión tácitamente aceptada «siempre que
el comisionista ejecute alguna gestión en el desempeño del encargo que le hizo el comitente»
(art. 249). Tal consentimiento de facto prácticamente se da por supuesto entre ausentes;
porque, de otro modo, el comisionista que quiera rehusar un encargo «estará obligado a
comunicarlo al comitente por el modo más rápido posible, debiendo confirmarlo, en todo caso,
por el correo más próximo al día que recibió la comisión» (art. 248).
-Contenido del contrato
Cumplir el encargo, rendir cuentas y abstenerse de dar contrapartida son las obligaciones
principales del comisionista, que tiene correlativamente el derecho a percibir la remuneración
pactada y el de quedar indemne en sus propios intereses por el desempeño del encargo.
A)Cumplimiento del encargo
Desde que acepta el desempeño del encargo (art. 1718 CC), el comisionista está obligado a
cumplirlo, salvo que la comisión exija provisión de fondos y el comitente no ponga a su
disposición la suma necesaria (art. 250). Las reglas que regulan el cumplimiento son estrictas:
1º Quien acepta la gestión deberá desempeñar la comisión por sí mismo, aunque se entiende
que la subcontratación de todo o parte del encargo es posible porque el nuevo contrato
(subcomisión) no afecta al original, manteniendo el comisionista que subcontrató con el tercero
su completa vinculación jurídica frente al comitente. Cosa distinta es que el comisionista
sustituya al tercero en su propia posición jurídica, lo que el Código de Comercio impide, salvo
consentimiento del comitente (art. 261), mientras que el Código Civil lo permite salvo
prohibición expresa (art. 1721), acentuando así en el mundo comercial el carácter intuitu
personae de la comisión.
2º El comisionista deberá seguir las instrucciones del principal (art. 254) sin proceder en ningún
caso contra su disposición expresa (art. 256), consultando, si es posible, todo lo no previsto y
actuando, de no serlo, según le dicte «la prudencia y sea más conforme al uso del comercio»
(art. 255); pero aun así deberá comunicar siempre al comitente con la frecuencia necesaria las
noticias que interesan al buen éxito de la negociación (art. 260), observando lo que las leyes y
reglamentos establezcan respecto de la operación que se le hubiere confiado (art. 259).
3º El patrón de diligencia propio de este contrato obliga al comisionista a dar preferencia a los
intereses del principal, cuyo negocio debe cuidar precisamente «como propio» (arts. 251, 255,
264, 268, 269 y 273). El respeto a las condiciones de mercado cierra el diseño de ese modelo o
patrón de actuación, al prohibir al comisionista contratar operaciones a precios o en términos
más onerosos que los corrientes en la plaza (art. 268).
D)Pacto de garantía
En la comisión de compraventa, el agente no responde de la solvencia del comprador ni de su
retraso en el pago del precio. Puede afirmarse que la obligación del comisionista es una
obligación de medios. Pero puede transformarse en una obligación de resultado, respondiendo
del buen fin de la operación, cuando se añade al contrato el pacto de garantía que, con
remotos antecedentes medievales (cláusula star del credere ), reconoce todavía el artículo 272,
al decir que «si el comisionista percibiere sobre una venta además de la comisión ordinaria,
otra, llamada de garantía, correrán de su cuenta los riesgos de la cobranza, quedando obligado
a satisfacer al comitente el producto de la venta en los mismos plazos pactados por el
comprador». Esta cláusula añadida no es plenamente autónoma respecto de la comisión
simple, no transforma ésta en un contrato de seguro ni tampoco en una fianza. Pero es un
pacto útil, ya que amplía el sistema de responsabilidad del comisionista y, a la vista de los
amplios términos en que se admite por el Código, puede pensarse incluso que el suplemento
del premio sobre la ordinaria retribución comercial de ese tipo de encargos ha de ser entendido
normalmente como un indicio de la voluntad de las partes de convenir la garantía mencionada,
aunque ésta no se haya formulado expresamente.
b) La muerte o inhabilitación del comisionista (art. 280). No sucede así en el caso de muerte o
inhabilitación del comitente; diferencia que, frente a la regla del artículo 1732 del Código Civil,
muestra una tendencia mayor en el ámbito comercial a la conservación del contrato, aunque
naturalmente podrán revocarlo siempre los herederos del comitente. A la muerte del
comisionista, empresario individual, se equipara la extinción de la sociedad designada para el
desempeño del encargo, pero no así su transformación, que no altera la personalidad jurídica
aunque en sectores regulados (empresas de Bolsa) la solución puede ser distinta si la
transformada carece de licencia. Por lo que se refiere a la inhabilitación del comisionista, podrá
venir por cualquiera de los motivos previstos en los artículos 13 y 14 del Código de Comercio.
Para resolver la cuestión es necesario distinguir según que el comisionista actúe en nombre del
comitente o en nombre propio. Si actúa con poder de representación, esto es, si contrata en
nombre de su comitente, los efectos reales surgen directamente entre el comitente y el tercero
contratante. La cuestión es mucho más compleja cuando el comisionista actúa en nombre
propio, ocultando la existencia e identidad del comitente, porque aunque compre o venda para
éste, externamente manifiesta ante terceros que compra para sí o que vende lo que es suyo. Y
el problema fundamental es el relativo a la cuestión de si al operar de esta manera será
necesaria una doble transmisión de la propiedad (del comitente al comisionista y de éste al
tercero, en caso de venta, y del tercero al comisionista y de éste al comitente, en caso de
compra) o si, por el contrario sería bastante con una sola transmisión. La solución consistente
en reputar necesaria una doble transmisión parece avalada por el tenor literal del artículo 246
del Código de Comercio y es la posición mayoritaria de la doctrina clásica.
Pero parece claro que tal posición, por poco ágil, resulta contradictoria con las exigencias
propias del tráfico negocial mercantil, cuando además es claro que el comisionista no adquiere
(o vende) para sí sino para el comitente. Por ello la más moderna doctrina entiende que se
produce una única transmisión del comitente al tercero (en caso de venta) o del tercero al
comitente (en caso de compra), lo cual se puede explicar fácilmente por las siguientes razones.
En la comisión de venta, las mercancías pasan del comitente al comisionista sin que éste deba
adquirir previamente la propiedad de los bienes de que se trate, sino que las recibe en
consignación con un poder de disposición expreso que legítima su transmisión directa al
tercero adquirente. Por su parte, en el ámbito de la comisión de compra, aunque el
comisionista compre en su nombre, y de modo aparente para sí, desde que recibe las
mercancías del tercero vendedor, pueden entenderse adquiridas por el comitente, toda vez que
el comisionista las ha adquirido para su comitente y así lo convino expresamente con él. Si el
comisionista ostenta la posesión de los bienes, lo hace en todo caso en interés de su
comitente, que es el verdadero adquirente (el derogado artículo 909.4 del Código de
Comercio incluía como bienes separables de la masa activa del quebrado, Las mercaderías
que el mismo tuviere en su poder por comisión de compra, venta, tránsito o entrega. El
actual artículo 80 de la Ley Concursal 2003, sustitutivo de aquel, no contiene lista expresa de
bienes separables).
El carácter mercantil del contrato de mediación se deriva de la naturaleza de los contratos que
promueve o facilita el mediador.
La mediación no debe identificarse con la comisión, aunque tenga con ella ciertas afinidades,
pues, si bien el mediador se obliga a realizar un encargo recibido de otra persona, su actividad,
a diferencia de la del comisionista, no es propiamente jurídica, sino material (aproximación de
los dos futuros contratantes), aunque es posible que junto a la mediación concurra un mandato
expreso. Por otra parte, se diferencia del contrato de agencia en que el encargo que se recibe
no es continuado y estable sino esporádico y también en que el mediador no actúa en interés
exclusivo de la parte que le encomendó la mediación, a diferencia de lo que sucede con el
agente. Tampoco puede confundirse con el arrendamiento o contrato de obra, porque el
mediador no se compromete u obliga, al menos normalmente, a conseguir un resultado u obra
determinada, sino sencillamente a desplegar su actividad en la búsqueda de posibles
contratantes.
En cuanto al contenido y efectos del contrato, a falta de una regulación legal, habrá que estar a
lo estipulado por las partes y, en su defecto, a lo que establezcan los usos de comercio y las
normas del contrato de comisión que puedan ser aplicadas por analogía.
-Concepto y caracteres
El contrato de agencia puede definirse como aquel contrato por el que una persona natural o
jurídica (denominada agente) se obliga frente a otra (generalmente denominada principal) de
forma continuada o estable y a cambio de una remuneración, a promover exclusivamente actos
u operaciones de comercio por cuenta ajena, o a promoverlos y concluirlos por cuenta y en
nombre ajenos, como intermediario independiente, sin asumir el riesgo de tales operaciones,
salvo pacto en contrario (art. 1).
Entre las obligaciones del principal destacan las siguientes que tienen también carácter
esencial:
1) Poner a disposición del agente, con antelación suficiente y en cantidad apropiada, los
muestrarios, catálogos, tarifas y demás documentos necesarios para el ejercicio de su actividad
profesional. Esta obligación se corresponde con el deber que incumbe al agente de
promocionar la actividad del principal.
2) Procurar al agente todas las informaciones necesarias para la ejecución del contrato de
agencia y, en particular, advertirle, desde que tenga noticia o previsión de ello, de que el
volumen de los actos u operaciones va a ser sensiblemente inferior al que el agente hubiera
podido esperar.
3) Satisfacer al agente la remuneración pactada conforme al sistema escogido, que podrá
consistir en una cantidad fija, una comisión (normalmente pactada en función del volumen de
ventas) o una combinación de ambas. La remuneración es un elemento esencial del contrato,
de ahí que, en defecto de pacto, no se imponga la gratuidad, sino que la retribución será fijada
de acuerdo con los usos de la plaza donde el agente desempeñe su actividad y, a falta de
éstos, por el juez en la forma y cuantía que estime razonable. El precio fijado en el contrato es
global e incluye, salvo pacto en contrario, todos los gastos efectuados por el agente en el
desempeño de su actividad (art. 18).
4) El conjunto de obligaciones del principal se completa con la de comunicar al agente, en un
breve plazo, la aceptación o el rechazo de la operación notificada, así como, en su caso, la
ejecución total o parcial o la falta de ejecución de la operación (art. 10.3).
C)Extinción el contrato
El contrato de agencia se extingue por las causas generales aplicables a todos los contratos,
destacando entre ellas el cumplimiento del término pactado.
Si el contrato se hubiera acordado por tiempo indefinido, las partes podrán denunciar
unilateralmente el contrato en cualquier momento (art. 25). Ahora bien, la facultad de denuncia
del contrato ha de ejercitarse de conformidad con el postulado general de la buena fe, lo que se
traduce en la exigencia de dar un aviso por escrito con una antelación mínima de un mes por
cada año de vigencia del contrato y máxima de seis meses; no obstante, si el contrato hubiera
tenido una vigencia inferior al año, el preaviso se limitará a un mes (art. 25). Las partes podrán
acordar plazos más amplios de preaviso con el único límite de que el plazo para el agente no
tenga una duración inferior al establecido para el principal. El preaviso no será necesario en
caso de incumplimiento por la otra parte de alguna de las obligaciones legal o contractualmente
estipuladas ni tampoco cuando la contraparte hubiere sido declarada en concurso de
acreedores (art. 26). Como causa general de extinción del contrato figura también la muerte o
declaración de fallecimiento del agente; la Ley no otorga, sin embargo, el mismo tratamiento al
fallecimiento del principal, ya que, en este caso, la extinción no se producirá de modo
automático, sino que será preciso que sus sucesores en la empresa denuncien el contrato con
el oportuno preaviso (art. 27).
La indemnización por clientela requiere que el agente haya aportado nuevos clientes al
principal o incrementado sensiblemente las operaciones con la clientela preexistente y,
además, que su actividad anterior continúe produciendo ventajas sustanciales para el
empresario en cuestión y resulte equitativamente procedente debido a la pérdida de
comisiones, a la existencia de un pacto de prohibición de competencia o a cualquier otra
circunstancia. Este régimen se aplica tanto a los contratos de duración determinada como a los
de duración indefinida. La cuantía de esta indemnización no podrá exceder, en ningún caso,
del importe medio anual de las remuneraciones percibidas por el agente durante los últimos
cinco años o durante toda la vigencia del contrato si su duración fuera inferior (art. 28).
Sin perjuicio de la indemnización por clientela, el agente tendrá derecho a exigir una
indemnización por los daños y perjuicios causados por la resolución unilateral del contrato de
agencia de duración indefinida por parte del principal, siempre que la misma no permita al
agente amortizar los gastos que, a instancia del principal, haya realizado para la ejecución del
contrato (art. 29). Así pues, esta indemnización se configura como una compensación por las
inversiones no amortizadas impuestas por el principal al agente y puede reclamarse de forma
independiente e incluso conjuntamente con la anterior.
Por último, cuando el contrato se hubiese extinguido por causa del incumplimiento por el
agente de las obligaciones establecidas legal o contractualmente; cuando se hubiese cedido el
contrato a un tercero, con consentimiento del principal; o cuando sea el propio agente el que
resuelva unilateralmente el contrato, salvo que la denuncia tuviera como causa circunstancias
imputables al principal o se fundara en la edad, la invalidez o la enfermedad del agente y, en
consecuencia, no pudiera exigírsele razonablemente la continuidad de sus actividades (art. 30).
La acción del agente para reclamar cualquiera de las indemnizaciones citadas prescribirá en el
plazo de un año a contar desde el momento de la extinción del contrato (art. 31).
Estos contratos tienen una estructura común y se caracterizan fundamentalmente por las
siguientes notas:
1) Son contratos de colaboración celebrados entre empresarios independientes, generalmente
un fabricante y varios comerciantes, para la implantación de una red de venta o distribución de
los productos o servicios de aquél. En estos contratos el distribuidor actúa por cuenta propia y,
por lo tanto, asume el riesgo empresarial de las operaciones en que interviene. Esta
característica permite su diferenciación del contrato de agencia.
2) Son contratos mercantiles, de duración continuada y habitualmente de adhesión, por lo que
resultará también aplicable a los mismos la Ley de Condiciones Generales de la Contratación
de 1998.
3) Son contratos intuitu personae o basados en la confianza, aunque no puede decirse que
sean personalísimos, ya que los factores que conforman esta característica son, en este caso,
esencialmente instrumentales y se refieren a la capacidad técnica, profesional o financiera del
distribuidor.
4) Son contratos que conllevan la mayor parte de las veces una cesión de derechos sobre
bienes inmateriales (marcas, rótulos, logotipos, know how , etc.).
5) Finalmente, se trata de fórmulas contractuales nuevas y carentes de regulación legal, si bien
su frecuente utilización en la práctica les ha permitido alcanzar una tipificación social que
justifica su tratamiento diferenciado.
La nota esencial que permite agrupar estos contratos dentro de una categoría y diferenciarlos
de otros negocios jurídicos estriba en su común causa negocial, ya que todos ellos cumplen en
el tráfico una idéntica función económica, como es el favorecer la comercialización de
productos o servicios mediante la creación de estructuras económicas integradas y duraderas a
través de empresarios jurídicamente independientes. La finalidad esencialmente perseguida
por estos contratos no es sólo favorecer un intercambio planificado de prestaciones entre dos
empresarios, sino integrar al distribuidor en el seno de una estructura organizada denominada
canal o red de distribución, dentro de la cual actuarán con independencia, aunque sometidos a
unos mismos criterios y restricciones impuestos por el productor o fabricante, que, de este
modo, consigue mantener el control de la distribución de sus productos sin emplear recursos
propios; a su vez, los distribuidores ven holgadamente compensadas las restricciones que
sufren a la hora de organizar su negocio al participar del renombre y de la clientela del titular de
la red.
Principales modalidades
a) El contrato de compra en exclusiva , por el cual el distribuidor, a cambio de
contraprestaciones especiales, se obliga a adquirir los bienes o servicios que va a
comercializar solamente al proveedor o a la persona que éste designe.
c) El contrato de distribución selectiva , por el cual el proveedor se obliga a vender los bienes o
servicios objeto del contrato únicamente a distribuidores seleccionados por él que no gozan de
exclusividad territorial, mientras que el distribuidor se obliga a revender dichos bienes o
servicios en su establecimiento o también on line solamente a consumidores finales,
respetando las instrucciones del proveedor y prestando en su caso asistencia técnica a los
compradores.
d) El contrato de distribución exclusiva , por el cual el proveedor se obliga a vender los bienes o
servicios especificados en el contrato únicamente a un distribuidor dentro de una zona
geográfica determinada para que éste los revenda en dicha zona.
La exclusiva estipulada a favor del proveedor impedirá al distribuidor adquirir las mercancías
objeto del contrato a otro proveedor distinto del estipulado. Aunque, a primera vista, parece
beneficiar al proveedor, pues le permite racionalizar la producción y asegurar la venta de sus
productos, sin embargo, no resulta exclusivamente favorable para éste, ya que también
garantiza al comprador el abastecimiento permanente en mejores condiciones de compra. El
contenido fundamental de este contrato radicará en la obligación del distribuidor de no comprar
a otros proveedores. A cambio de la asunción de esta obligación, el distribuidor recibirá
diversas compensaciones como un mejor precio, asistencia técnica o la posibilidad de utilizar
los signos distintivos del proveedor. La exclusiva en favor del distribuidor consiste en que el
proveedor se compromete a no vender las mercancías o servicios objeto del contrato a otro
distribuidor dentro del territorio delimitado en el contrato. Entre las particularidades de esta
modalidad de exclusiva se encuentra la necesidad de determinar la zona asignada al
distribuidor, ya que éste únicamente podrá desarrollar su actividad dentro de la citada zona. La
exclusiva en favor de ambas partes supone la asunción conjunta y recíproca de las
obligaciones anteriormente enumeradas.
El pacto de exclusiva despliega sus efectos solamente entre las partes contratantes y sus
herederos, de modo que será ineficaz frente a terceros. Así pues, ni el proveedor ni el
distribuidor podrán impedir que un tercero no integrado en la red de distribución comercialice,
dentro de la zona de exclusiva, el mismo producto objeto del pacto de exclusiva pero que ha
sido adquirido en otro territorio distinto (comercio paralelo). Sin embargo, si el tercero, al
comercializar un producto en el territorio delimitado en el pacto de exclusiva, tratara de
aprovecharse de la reputación o el prestigio adquirido por el distribuidor, incurriría en un acto
de competencia desleal (art. 12 LCD).
Con respecto a la indemnización por clientela, hay que señalar que, en un primer momento,
nuestra jurisprudencia estableció que el distribuidor no precisaba de una tutela específica
diferente de la general ofrecida por el Derecho común en materia de terminación de los
contratos y, por tanto, negó al distribuidor el derecho a ser indemnizado por la clientela
obtenida, a menos que hubiese un pacto expreso en contrario. Tras la promulgación de la Ley
sobre el Contrato de Agencia, gran parte de la jurisprudencia se decantó por la conveniencia de
aplicar por analogía a los contratos de distribución lo estipulado en el artículo 28 de la citada
Ley. En la actualidad, sin embargo, la jurisprudencia del Tribunal Supremo parece haber
tomado un nuevo rumbo, al incidir en la necesidad de diferenciar el contrato de agencia de los
contratos de distribución, dada su diferente naturaleza jurídica, negando, en consecuencia, la
viabilidad de la interpretación analógica, y estableciendo taxativamente que, en esta modalidad
contractual, se aplicará lo pactado por las partes, y, en defecto de pacto, no existirá, con
carácter general, un derecho a la indemnización por la pérdida de clientela porque
precisamente su obtención constituye el objeto del contrato, no obstante cuando se dé la
circunstancia de que la clientela ha sido debida exclusivamente al esfuerzo del distribuidor y no
a la influencia de la marca y el proveedor esté en condiciones de aprovecharse de la misma,
procederá la citada indemnización, pudiendo utilizarse en estos casos, como criterio de
referencia para calcular el importe de la misma, el establecido en la Ley de Contrato de
Agencia, que situaría su importe máximo en la media anual del beneficio neto del distribuidor
en los últimos cinco años o durante toda la vigencia del contrato si su duración fuera inferior.
En cuanto al preaviso, diremos que, si bien en los contratos pactados por tiempo indefinido es
posible su resolución por cualquiera de las partes, sin embargo, el deber de buena fe que
preside la ejecución de los contratos de distribución exige un preaviso o notificación con una
antelación razonable de la intención de poner fin a la relación contractual.
V. El contrato de factoring.
El contrato de factoring es un contrato en virtud del cual un empresario (por lo general, una
pequeña o mediana empresa) asigna los créditos comerciales que ostenta frente a su clientela
a otro empresario especializado ( la sociedad de factoring , que legalmente ha de ser una
entidad o un establecimiento financiero de crédito), y que se compromete, a cambio de una
comisión o precio, a prestar un conjunto de diversos servicios relacionados con ellos.
La entidad de factoring se encarga, en primer lugar, de gestionar el cobro de los créditos que le
son asignados y de llevar su contabilidad (servicio administrativo o de gestión) , descargando al
empresario de estas labores administrativas y permitiéndole concentrarse en la actividad de
producción de bienes y servicios que caracteriza su actuación en el mercado. Además, y previa
solicitud del empresario, es habitual que la sociedad de factoring financie los créditos que le
son transmitidos, anticipando su importe antes del vencimiento con deducción de los
correspondientes intereses ( servicio de financiación ). Por último, las entidades
de factoring suelen cubrir también el riesgo de insolvencia de los clientes del empresario,
abonando a éste el importe de los créditos cedidos que resulten impagados (servicio de
garantía) .
La relación de factoring está gobernada por el llamado principio de globalidad, por el cual el
empresario se obliga a ceder la totalidad o categorías previamente determinadas de los
créditos que se originen en su actividad profesional. Pero ello no implica que todos los créditos
se beneficien por igual de todas las funciones desarrolladas por la sociedad de factoring , pues
los servicios pueden adaptarse a las concretas necesidades de cada empresario y combinarse
de distinta forma en relación a cada uno de los créditos que vengan cedidos. Además, los
servicios más cualificados de financiación y de garantía suelen limitarse a los créditos que sean
aprobados por la propia sociedad de factoring , de forma singular o –como suele ser habitual–
mediante la previa concesión de «líneas de riesgo» en relación con los distintos clientes del
empresario.
- El contrato de publicidad
El contrato de publicidad es la modalidad-prototipo de los contratos publicitarios, prevista por
los artículos 15 a 18 de la Ley General de la Publicidad, a través de la cual un anunciante
encarga a una agencia de publicidad, mediante contraprestación, tanto la ejecución de la
publicidad, como la creación, preparación o programación de la misma.
El contrato de publicidad se trata, por tanto, de una modalidad contractual con un contenido tan
amplio que permite abarcar cualquier posible prestación de índole publicitaria que un
anunciante Solicite de la agencia, incluida—por supuesto— la creación publicitaria; en
consecuencia, en lo posible se aplicarán las normas propias de este último tipo contractual.
Lo más llamativo del contrato de publicidad es, sin duda, la previsión de un régimen peculiar
para el caso de incumplimiento de la agencia de publicidad, del que conocen los tribunales
ordinarios de Justicia; régimen que variará según que: 1) ese incumplimiento se traduzca en un
claro desajuste entre la publicidad y los términos del contrato o las instrucciones expresas del
anunciante (artículo 17 de la Ley General Presupuestaria); 2) ese incumplimiento derive de la
no realización o de la realización intempestiva de la prestación comprometida artículo 18,
párrafo 1º de la Ley General de la Publicidad).
Estas creaciones se presumen iuris tantum cedidas en exclusiva al anunciante o agencia, para
los fines previstos en el contrato; y pueden quedar incluidas en el marco de un genérico
contrato de publicidad, modalidad examinada con anterioridad.
- El contrato de patrocinio
Aparece definido por el artículo 24 de la Ley General de la Publicidad como aquel contrato por
el que el patrocinado, a cambio de una ayuda económica para la realización de su actividad
deportiva, benéfica, cultural, científica o de otra índole, se compromete a colaborar en la
publicidad del patrocinador o sponsor. En este tipo contractual, de indudable relevancia actual,
se declaran expresamente aplicables —en lo posible— los preceptos del contrato de difusión
publicitaria.
Destáquese además que, en consonancia con la figura genérica apenas mencionada, existen
ya algunas modalidades específicas expresamente previstas en nuestro Derecho positivo: así,
la Ley 25/1994, de 12 de julio, dictada para regular el ejercicio de actividades de radiodifusión
televisiva, va a regular la específica figura del patrocinio televisivo (v. artículos 3 y 15); y, de
otra parte, la Ley 30/1994, de 24 de noviembre, de Fundaciones y de Incentivos Fiscales a la
Participación Privada en Actividades de interés General, contempla la colaboración empresarial
en actividades de ese género, en cuyo caso se habrá de estipular por escrito el compromiso de
difundir, a cambio de una ayuda económica, la mencionada condición de colaborador (artículo
68).
Lección 5ª
I. El depósito mercantil: (303 y 310CCOm. Regulación dispositiva. No hay definición legal
de depósito)
Art. 303
No obstante lo dispuesto en los artículos anteriores, los depósitos verificados en los Banco,
en los almacenes generales, en las Sociedades de crédito o en otras cualesquiera compañías,
se regirán en primer lugar por los Estatutos de las mismas; en segundo, por las prescripciones
de este Código, y últimamente por las reglas del Derecho común que son aplicables a todos los
depósitos.
El carácter real aparece recogido en el artículo 305 del Código de Comercio, que confirma lo
establecido en el artículo 1758 del Código Civil.
Por lo que al depósito concierne, la cosa ha de ser un bien mueble de consumo no inmediato,
como ya destacara al definir la figura el artículo 1759 del Código Civil. Si se trata de cosa
fructífera, el depositario cuidará del percibo de los frutos en el momento de su sazón, como
concreta el artículo 308 del Código de Comercio para los depósitos susceptibles de producir
frutos civiles: los de títulos, valores, efectos o documentos que devenguen interés. A esta figura
se le llama también depósito administrado y presenta un contenido más rico que el depósito
ordinario , por cuanto la prestación del depositario no se limita a la mera custodia.
Debería el depositante, igualmente, en defecto de norma, y por aplicación del artículo 1779 del
Código Civil, asumir la obligación de reembolsar al depositario los gastos efectuados para la
conservación de la cosa, con la indemnización, en su caso, de los eventuales perjuicios que
como consecuencia haya sufrido. La cuestión, no obstante, no es pacífica. Hay quienes
consideran que se encuentran incluidos en la retribución del depositario; quienes entienden
aplicable un criterio de proporcionalidad en función de la finalidad del depósito y del valor de la
cosa depositada; y quienes mantienen que dicho reembolso solo procede cuando los gastos
sean imprevistos y extraordinarios o el depósito sea gratuito.
La pérdida o destrucción de la cosa pone también fin al contrato, sin perjuicio de las
responsabilidades que puedan derivar del acontecimiento.
3. Los depósitos bancarios (remisión).
-Concepto y naturaleza jurídica
Los depósitos bancarios de uso son depósitos abiertos de dinerario (v. art. 307.3 C. de C.) que
permiten a la entidad de crédito el uso o disponibilidad del objeto del depósito, con la
consecuencia de que el dinero entregado pasa a ser propiedad de la entidad de crédito,
surgiendo para ésta la obligación de devolver otro tanto, cuando lo solicite el depositante o
cuando se cumpla el plazo pactado. Su naturaleza jurídica es, pues, la del depósito irregular (v.
Lec. 35). Por un lado, en todo depósito bancario de uso está más presente que en los demás
depósitos irregulares la finalidad de custodia, pues el deber de custodia se mantiene vivo a
través de la inexcusable obligación de administrar su propio patrimonio en forma que los
depositantes puedan disponer del tantumdem , lo que, unido a las medidas legales de defensa
del ahorro, atribuyen al depósito de uso bancario una fisonomía peculiar que le distancia, con
nitidez, del préstamo mutuo. Pero, por otro lado, no puede desconocerse que el uso o
disponibilidad que concede al depositario, lejos de ser un elemento accidental, es un elemento
esencial del contrato que sólo así cumple la función de obtención de capital productivo (fondos
disponibles) que precisan las entidades de crédito para desarrollar su actividad típica, hasta el
punto de que es esta circunstancia la que explica, en oposición a lo que sucede en el contrato
de depósito (art. 304 C. de C.), que sean las entidades de crédito las que satisfagan una
remuneración al cliente por la entrega de sus fondos, cantidad que, económicamente, no es
sino un interés o precio del dinero recibido.
Debe, por último, advertirse que la restitución del depósito puede resultar condicionada por el
llamado pacto de compensación entre cuentas , muy frecuente en la práctica, en cuya virtud la
entidad de crédito puede compensar los saldos deudores que el cliente mantenga en algunas
cuentas o relaciones con la entidad, con los saldos acreedores de que disponga en otras.
b) A diferencia de los depósitos a la vista, en los depósitos o imposiciones a plazo fijo (IPF) la
restitución de la suma depositada sólo procede al vencimiento del plazo pactado. Esto los
acerca en mayor medida al mutuo, pues, en realidad, no son sino una forma de inversión de
fondos o tesorería por parte de los clientes. Estas circunstancias determinan también que la
entidad de crédito abone en estos casos un interés más elevado que en los depósitos a la vista
o que se habiliten fórmulas que permiten obtener una rentabilidad superior. Al mismo tiempo,
con la finalidad de dar liquidez a las imposiciones, las entidades de crédito pueden emitir unos
resguardos o certificados que incorporan el derecho a la devolución o restitución del capital o
dinero depositado. Se denominan certificados de depósito , y son títulos valores, a la orden,
transmisibles por endoso, de modo que el titular puede enajenarlos recuperando los fondos
invertidos o depositados a plazo sin que se cancele o ponga fin al contrato con la entidad de
crédito (OM de 17 de enero de 1981). La liquidez de estos documentos es, empero, reducida,
dada la inexistencia de mercados secundarios organizados en los que se negocien.
4. Hospedaje (remisión)
II. El contrato de aparcamiento de vehículos.
-Concepto
El contrato de aparcamiento de vehículos ha sido considerado tradicionalmente un contrato
atípico y mixto, emparentado de manera más o menos cercana con una pluralidad de figuras
jurídicas y, señaladamente, con el contrato de garaje.
En defecto de la norma, los contratos se regirán, según establece su propio artículo 7, por la
voluntad de las partes y, supletoriamente, por las disposiciones generales de las obligaciones y
contratos y por los usos y costumbres del lugar.
Como principales obligaciones del titular del aparcamiento señala el artículo 3 de la norma las
siguientes:
-Responsabilidades
La Ley 40/2002 dispone, en primer lugar, que el titular del aparcamiento responderá, tanto
frente al usuario como frente al propietario del vehículo, “por los daños y perjuicios que
respectivamente les ocasione el incumplimiento, total o parcial, de las obligaciones previstas en
la Ley”, y que, correlativamente, “el usuario será responsable frente al empresario y los demás
usuarios, de los daños y perjuicios que les cause por incumplimiento de sus deberes o
impericia en la conducción del vehículo dentro del recinto”.
Además el propietario del vehículo que no fuere su usuario responderá solidariamente de los
daños y perjuicios causados por aquél, salvo cuando el aparcamiento se hubiere hecho con la
entrega de las llaves del vehículo al responsable del aparcamiento.
El titular del aparcamiento tendrá, frente a cualquiera, derecho de retención sobre el vehículo
en garantía del pago del precio del aparcamiento.
Finalmente la norma dispone que el titular del aparcamiento podrá utilizar el procedimiento
previsto en el artículo 71 de la Ley de Tráfico, Circulación de vehículos a motor y Seguridad vial
(Real Decreto Legislativo 339/1990, de 2 de marzo) cuando permanezca un vehículo
estacionado de forma continuada en el mismo lugar del aparcamiento por un período de tiempo
superior a seis meses de forma que se presuma racionalmente su abandono, correspondiendo
a dicho titular la prueba del abandono del vehículo y del transcurso del período de seis meses.
Otro criterio clasificatorio es el que, conforme al artículo 314 del Código de Comercio permite
distinguir el préstamo mercantil bien gratuito bien oneroso, supuesto este último ordinario en el
comercio, y bien entendido que debería presumirse por ende el carácter oneroso del préstamo
mercantil si bien el Código (artículo 314) viene a exigir para ello la forma escrita. El préstamo
puede ser, además, por tiempo determinado o aun indeterminado (artículo 313 del Código de
Comercio).
Conclusión que suscita ciertas críticas, pues trasciende la literalidad del precepto legal y, lo que
es más importante, somete a la lógica empresarial préstamos destinados, por el contrario, a la
satisfacción de necesidades personales o familiares. En la actualidad, la cuestión puede
plantearse tal vez en términos distintos, pues la existencia de la legislación protectora de la
clientela y del «consumidor» de crédito viene a remediar o, al menos, a paliar el problema
denunciado de tutela y protección, que era, en realidad, el que se planteaba en la discusión
sobre el carácter civil o mercantil de ciertos préstamos.
El préstamo mercantil ofrece, en general, los siguientes caracteres: a)es un contrato real , que
exige para la perfección la entrega de la cosa prestada, aunque parte de la doctrina entiende
que puede perfeccionarse con el mero consentimiento de las partes, respondiendo así al sentir
del tráfico mercantil, para el que la entrega es ya el primer efecto del contrato consensual de
préstamo; b)unilateral , porque sólo genera obligaciones para el prestatario, aunque su
consideración como consensual conlleva su caracterización como contrato bilateral, ya que el
prestamista está, entonces, obligado a entregar la cosa al prestatario; c)traslativo de dominio ,
porque las cosas prestadas salen de la propiedad del prestamista para ser adquiridas por el
prestatario; el prestamista pierde la propiedad de lo prestado, para adquirir, en cambio, un
derecho de crédito al tantumdem; y d)no formal , si bien la forma escrita será necesaria en los
préstamos con interés (art. 314 C. de C.).
En el caso del préstamo bancario, los anteriores caracteres se acomodan a las exigencias de la
moderna financiación crediticia. Por un lado, el contrato se configura de hecho por las partes
como un contrato consensual y bilateral, no siendo, en absoluto, habitual que la entidad de
crédito entregue previa o coetáneamente el objeto del préstamo (normalmente, dinero), sino,
más bien, que lo ponga a disposición del cliente mediante la acreditación a su favor del importe
de que se trate en la correspondiente cuenta bancaria. Por otro lado, por cuanto se refiere a la
forma, debe indicarse que en el caso del tráfico bancario esta operación se documenta
siempre por escrito , y que, además, con el fin de asegurar una más fácil y segura ejecución,
casi sin excepción, al igual que ocurre en las restantes operaciones crediticias activas, se
documenta en póliza o en escritura pública autorizada por notario.
C) Otras obligaciones derivadas del contrato . Con el fin de asegurarse frente al riesgo de
insolvencia sobrevenida del prestatario, es muy frecuente que el crédito se
garantice personal o realmente. Además de ello, en los préstamos bancarios de cierta entidad
suelen imponerse determinadas obligaciones al prestatario mediante las que se regula su
conducta y trata de controlarse su situación económica y financiera, cuyo incumplimiento
determina en algunos casos una revisión al alza de la obligación de pago de intereses (por
aumento del riesgo) y en otros faculta incluso para la resolución anticipada del contrato.
-Intereses de demora
A ellos se refiere el artículo 316 del Código de Comercio cuando establece que los deudores
que demoren el pago de sus deudas después de vencidas, deberán satisfacer desde el día
siguiente al vencimiento el interés pactado para este caso o, en su defecto, el legal.
Frente a esto, el artículo 317 del Código dispone que «los intereses vencidos y no pagados no
devengarán intereses», prohibiendo de esta manera el anatocismo o devengo de intereses
moratorios por impago de intereses remuneratorios. El precepto autoriza, sin embargo, a los
contratantes para «capitalizar los intereses líquidos y no satisfechos, que, como aumento del
capital, devengarán nuevos réditos» siempre que se pacte de forma expresa. La regla tiene
como límite la interposición de una demanda, tras la que no podrán hacerse nuevas
acumulaciones de intereses al capital para exigir mayores réditos. A diferencia del sistema del
Código de Comercio, en el préstamo civil los intereses no se capitalizan y tan sólo devengan
los intereses legales desde que son judicialmente reclamados.
A nuestro juicio, el régimen legal de los intereses de demora debe considerarse Derecho
dispositivo siempre que se respeten los límites especiales que el licitum agere encuentra en
este campo.
-Préstamos especiales
A) Préstamo con garantía de valores .
B) Préstamo sindicado . Junto a los préstamos donde la posición del prestamista es asumida
por una sola entidad, existen otros supuestos, normalmente referidos a operaciones bancarias
de importante volumen, en que aquella posición es compartida por varias entidades de crédito
que prestan, en la proporción que convengan, los fondos entregados al cliente, que
normalmente es una empresa o entidad de gran dimensión.
De estos préstamos, deben destacarse los siguientes aspectos: a) en primer término, la
importancia que en muchos casos asume la estructuración y preparación de la operación. Esta
labor es desarrollada por el banco llamado «director» de la operación que normalmente es
también uno de los más importantes partícipes en la misma, y que obtiene por esa labor de
preparación una específica contraprestación o compensación; b) en los clausulados de los
contratos, asume particular importancia la delimitación de la posición contractual de cada una
de las entidades partícipes, que no se obligan solidariamente frente al prestatario, se reservan
la titularidad y el ejercicio individualizado de ciertas facultades contractuales, y que sin
embargo, también articulan en el contrato la adopción y el ejercicio conjunto de algunas
decisiones (por ej., la resolución «total» del contrato). Además de ello, resulta característico de
estas operaciones el establecimiento de numerosas y detalladas obligaciones complementarias
que regulan ciertos aspectos del comportamiento económico del deudor durante la vida del
préstamo, e intentan preservar las bases que se tuvieron presentes en la concesión del
préstamo («covenants») , y, en fin, c) es también de relieve la labor del banco agente ,
coincidente o no con el «director», y que, igualmente, mediante la obtención de una
determinada remuneración (comisión de «agencia») desarrolla, por mandato o encargo de las
entidades participantes, la tarea de procurar la correcta ejecución del contrato y, en general,
efectuar el seguimiento de la relación con el cliente hasta su terminación.
La operación de préstamo deberá ser comunicada tanto al organismo rector como al sistema
de compensación de que se trate, y naturalmente inscrita en el correspondiente registro de
anotaciones, requisito imprescindible a los efectos de la ulterior disposición de los valores
prestados, finalidad típica o eventual (caso de que se utilice para garantía de una operación
financiera) de esta singular operación.
Se plantea, qué tipología de créditos son incluibles. Es opinión generalizada, en este sentido,
que solo son anotables los créditos derivados de prestaciones dinerarias o valorables en
dinero, susceptibles de compensación y efectuados a título de contrapartida. Algunos autores,
minoritarios, defienden la diferenciación entre adscripción y compensación, afirmando que la
primera implica solo el sometimiento a efectos de inclusión en la cuenta, sin que se exija la
necesidad de compensación inmediata o en la primera ocasión, permitiéndose con ello que
pudieran anotarse en la cuenta corriente, por ejemplo, aquellos créditos que tienen un plazo de
vencimiento superior al de la cuenta, o los sometidos a condiciones suspensivas o resolutorias.
La causa del contrato posee una doble dimensión. La primera, se encuentra en la recíproca
concesión de crédito entre las partes, que unas veces activará la posición del cuentacorrentista
como acreedor y otras como deudor. Dichos créditos serán inexigibles hasta el momento
pactado y determinado en el contrato que significará el cierre y liquidación del saldo de la
cuenta corriente. La segunda, se fundamenta en la adopción de un sistema de pagos por saldo
diferenciador cómodo, que evita el traspaso monetario, las liquidaciones y pagos repetidos con
la oportuna y necesaria búsqueda de financiación y que proporciona seguridad, agilidad y
solvencia a las continuas relaciones económicas entre los cuentacorrentistas.
La llamada cuenta corriente bancaria sí es, en cambio, figura contractual, cuya diferencia
esencial con la cuenta corriente ordinaria o comercial reside en que en aquella no está previsto
que los contratantes puedan ser, según los movimientos de pagos y remesas, acreedores o
deudores recíprocos. En la cuenta corriente bancaria el preconizado acreedor es solo uno: el
cliente, si se trata de las llamadas cuentas de pasivo, o el Banco, si lo son de activo. Lo que, en
cambio, fluctúa es el saldo, que en la cuenta de pasivo va siendo mayor –sin límite
cuantitativo– si el cliente efectúa más ingresos que disposiciones o menor –pudiendo llegar a
desaparecer– si su actitud es la opuesta. En las de activo, el deudor siempre es el cliente; pero
lo será en mayor o menor medida, según se haya servido, total o parcialmente, de la suma que
el Banco ha puesto a su disposición. Tan anómala es la situación en que el titular de una
cuenta de pasivo quede deudor (descubierto), como que el de una de activo disponga de más
recursos de los que le fueron concedidos (excedidos), que tanto la legislación bancaria como
las estipulaciones contractuales contienen disposiciones para poner rápido fin a estas
situaciones que, sin embargo, en la cuenta corriente ordinaria constituyen prácticamente la
razón misma de su existencia.
El punto crucial estriba en determinar qué efecto produce sobre el crédito que pasa a integrarse
en la cuenta y sobre la relación jurídica que lo genera el hecho de que en ejecución de las
previsiones contractuales tengan reflejo en aquella.
El negocio jurídico del que dimana la remesa no se ve afectado por la existencia de la cuenta
corriente, ni por el hecho de que en ella pase a asentarse el crédito derivado de la misma. La
anotación, incluso confirmada, del crédito en la cuenta, no equivale a aquiescencia o
conformidad con la prestación de que deriva.
Por lo que se refiere al crédito, su reflejo en la cuenta no representa, una extinción novatoria
del mismo. El crédito derivado de la remesa y la consiguiente obligación de atenderlo subsisten
en su pura y genuina naturaleza; lo único que se ha alterado es su exigibilidad, que queda
sujeta a la condición (más que al término) de que, desde la fecha de su inclusión en la cuenta
hasta la próxima liquidación de la misma no se produzca una relación crediticia de signo
opuesto entre los mismos protagonistas que los cancele en ese momento, por compensación.
Novación y compensación son dos medios de extinción de las obligaciones que no deben
confundirse.
Si se admite como correcta esta construcción del fenómeno, habremos de concluir que el
supuesto de insolvencia declarada de cualquiera de los contratantes solo puede representar un
anticipo del momento de liquidación de la cuenta, con la consiguiente exigibilidad del saldo si
es a favor del concurso, o su inclusión en la masa pasiva si, al momento de declaración de la
insolvencia, era a favor de la partein bonis . La actual Ley Concursal 22/2003, de 9 de julio,
establece en su artículo 58 la prohibición de compensar créditos y deudas del concursado a
partir de la declaración de concurso.
Sin embargo, en nuestra opinión los créditos que se insertan en un contrato de cuenta corriente
no son exigibles ( ergo no se cumple el requisito de la exigibilidad) sino hasta el momento de
liquidación de la cuenta, momento en el que se compensan entre sí y se produce la novación
por el saldo de liquidación. No habiéndose producido la compensación preconcursal no cabe
concluir que la liquidación se producirá y que acrecerá la masa activa o pasiva, sino que podrá
verse afectado por la prohibición concursal de la compensación
Estos contratos pueden clasificarse según la función económica que cumplen. Se diferencian
en ellos tres categorías:
2- Fuentes normativas
Nuestra legislación carece de una regulación general de los diferentes contratos bancarios, por
lo que la autonomía de la voluntad y el acuerdo entre las partes ocupan un lugar central en la
labor de composición de los intereses en presencia. Ahora bien, obvias exigencias prácticas
hacen que la contratación bancaria se realice, casi siempre, utilizando condiciones generales
predispuestas por las entidades de crédito. Al mismo tiempo, en numerosas ocasiones, el
cliente puede ser considerado, como consumidor y beneficiario, en consecuencia, de la
especial protección que el ordenamiento presta a quien participa desde esa posición
subordinada en el tráfico de bienes y servicios. La regulación convencional de los contratos
bancarios debe, pues, respetar las disposiciones tanto de la Ley de Condiciones Generales de
la Contratación cuanto de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios,
cuya aplicación se extiende también, en efecto, con carácter general, a las relaciones de las
entidades de crédito con sus clientes. Junto a esas normas generales de protección, el
legislador ha establecido otras específicas que con carácter básico, se establecen en el artículo
5 de la Ley 10/2014 para mayor protección del cliente de entidades de crédito:
A) La preocupación por la transparencia del mercado ha conducido, en primer término, a la
promulgación de los denominados deberes de información y publicidad de las entidades de
crédito que, previa habilitación legislativa, regula en la actualidad la Orden de 28 de octubre de
2011, de transparencia y protección del cliente de servicios bancarios. El contenido de esta
disciplina puede resumirse en los siguientes puntos:
1. En lo que se refiere a la información precontractual, se establece que las entidades de
crédito deberán facilitar gratuitamente y con la suficiente claridad toda la que sea necesaria
para que sus clientes puedan adoptar una decisión debidamente informada.
2. Por lo que respecta a la información contractual, se prevé que las entidades de crédito
deberán hacer entrega al cliente de un ejemplar del documento en que se formalice la
prestación o servicio recibido. En caso de ser duraderas deberán recoger el contenido adicional
prescrito en la Orden que pone un especial hincapié en que se reflejen los extremos más
importantes como los relativos al devengo y liquidación de intereses, comisiones, reembolso
anticipado de la operación, etc. También harán constar la equivalencia entre la suma de todos
los intereses, comisiones y gastos pagados por el cliente y un tipo de interés efectivo anual,
expresando, en definitiva, la denominada tasa anual equivalente (TAE), esto es, el precio
efectivamente satisfecho por la financiación obtenida.
6. En materia de servicios bancarios vinculados, se exige que las entidades de crédito que
comercialicen servicios bancarios vinculados a la contratación de otros, financieros o no,
informen expresa y claramente al cliente sobre la posibilidad de contratarlos o no de manera
separada y de los costes correspondientes.
B) Por otro lado, profundizando en la política legislativa de defensa del consumidor o usuario,
en este caso, de crédito , se han establecido distintas regulaciones específicas que, en
síntesis, exponemos a continuación:
1. En primer término, cabe citar la Ley 16/2011, de 24 de junio, de Contratos de Crédito al
Consumo, que se aplica a los contratos en que una persona física o jurídica en el ejercicio de
su actividad o profesión conceda o se comprometa a conceder a persona física un crédito bajo
la forma de pago aplazado, préstamo, apertura de crédito o cualquier medio equivalente de
financiación, para satisfacer exclusivamente necesidades personales, salvo que sean gratuitos,
su importe sea inferior a 200 euros, la cantidad prestada sea devuelta antes de tres meses,
estén garantizados con hipoteca, se concierte para la compra de inmuebles o se trate de
operaciones realizadas por entidades de crédito o empresas de servicios de inversión
orientadas a la adquisición de activos financieros.
El contenido, en fin, de la Ley incluye una serie de medidas protectoras del consumidor.
No cabe confundir la cuenta corriente bancaria con el contrato de cuenta corriente mercantil,
pues falta en ella tanto la recíproca concesión de crédito, cuanto la suspensión de la
exigibilidad de las obligaciones de las partes hasta la fecha de liquidación que caracterizan a
esta última figura amén, sobre todo, de que su causa o función económica es, como se ha
señalado, diferente. Tampoco se confunde, en rigor, con el depósito a la vista en cuenta
corriente, pues ni en éste son de esencia los servicios de caja, ni en la cuenta corriente la
entrega o depósito de fondos por el cliente representa más que la provisión o cobertura
necesaria para realizarlos, amén de que, en la práctica, la disposición mediante cheques y la
autorización de descubiertos o anticipos crediticios son privativos de la cuenta corriente
bancaria.
La entidad de crédito, por su parte, además de realizar, siguiendo las instrucciones del cliente,
los pagos ordenados y de recibir los cobros previstos en el contrato deberá, a petición del
cliente, entregarle los libros-talonarios de cheques que precise, anotar los movimientos
producidos en la cuenta e informarle sobre la situación de la misma cuando lo solicite y,
periódicamente, mediante el envío de resúmenes o extractos, cuya corrección se presume
salvo que el cliente manifieste su disconformidad en el plazo pactado. La entidad de crédito, en
el desempeño de su servicio de caja, deberá actuar con la diligencia exigible a una
organización empresarial especializada, respondiendo en caso contrario de los daños y
perjuicios que se causen.
-Tarjetas bancarias
Las tarjetas emitidas por las entidades de crédito para uso de sus clientes pueden ser de
distintas clases y funciones. La primera clase de tarjeta o función que puede cumplir una tarjeta
bancaria es la de permitir el acceso y operar en los cajeros automáticos de la entidad con la
que se mantiene relación bancaria o en los de otras entidades que estén, sin embargo,
interconectadas mediante una red de transmisión de datos. La tarjeta de cajero
automático cumple la función de extender y permitir un funcionamiento automatizado del
servicio de caja, obteniendo entregas o reembolsos de dinero, depositando efectivo o cheques,
u obteniendo información sobre la cuenta misma o realizando, en fin, otras operaciones.
Cuando la tarjeta se reduce a este uso se comporta, en la práctica, como un documento de
legitimación real , aunque sea sui generis. Esta tarjeta también puede usarse en ventanilla
recuperando entonces su funcionamiento como título de legitimación nominal propiamente
dicho, y exigiendo para su empleo, en tal caso, la identificación del portador como el titular
mencionado en el documento.
Distintas son las tarjetas bancarias de pago que, con independencia de permitir, como es
habitual, el acceso a cajeros automáticos, pueden ser utilizadas como medios de pago , esto
es, como sustitutivos del dinero no sólo en las transacciones que se realicen con un concreto
sujeto o empresa, sino también en las que se convengan con una pluralidad de ellos en el
tráfico general de pagos de bienes y servicios.
III. La transferencia
-Concepto y naturaleza jurídica. El giro
La transferencia es una orden de traspasar una determinada cantidad de dinero de una cuenta
bancaria a otra, normalmente de diferente titular, perteneciente a la misma o diferente entidad
de crédito, que sustituye y evita el trasiego físico del dinero, su retirada, primero, de una cuenta
y su ingreso, después, en otra. En el caso de la transferencia interna o realizada entre cuentas
mantenidas en una misma entidad, la operación se reduce a cargar o adeudar la suma en la
cuenta del cliente ordenador y abonarla o acreditarla en la del cliente beneficiario. Cuando la
transferencia ha de realizarse, por el contrario, entre cuentas de entidades
distintas(transferencia externa) , puede ocurrir que las dos tengan o no relaciones de cuentas
entre sí; en el primer caso, la orden de transferencia se transmite de entidad a entidad, y luego
éstas liquidarán entre sí en la forma que esté establecida(transferencia directa); en el segundo,
las entidades entrarán en relación por medio de una tercera que normalmente será el banco
central del país de que se trate(transferencia indirecta) . En la actualidad, la liquidación de las
transferencias se realiza por lo general en el seno de los modernos sistemas de compensación
e interconexión bancaria que hemos analizado.
Para traspasar títulos entre los distintos DVs que podamos tener en distintas entidades basta,
por ejemplo, con firmar por detrás el último extracto que tengamos y entregárselo a la
entidad de destino. Ella se encargará de traspasar todos los títulos. Por último, conviene
recordar que, en el caso de los bancos, por ejemplo, estos suelen eximir del cobro de
custodia y administración a sus propias acciones. Además suelen primar, de algún modo,
la cuenta corriente asociada al DV donde se abonan los dividendos, especialmente si uno se
acoge a los planes de reinversión de los mismos.
La naturaleza jurídica del contrato por el que se adquiere el uso de la caja es discutida.
Predomina la tesis del arrendamiento de cosa o del alquiler de cajas; pero la jurisprudencia es
contradictoria: estimó primeramente que se trataba de un arrendamiento de cosa y no de un
depósito, y posteriormente sostuvo que, teniendo el contrato como fin principal y decisivo la
custodia, debería prevalecer el carácter de depósito sobre el de arriendo. A nuestro juicio, lo
más acertado sería ver en esa figura jurídica un contrato mixto de arrendamiento de cosa
(cesión de uso de la caja) y de depósito (vigilancia o custodia del local en que se hallen
instaladas las cajas), o, mejor aún, un contrato atípico y sui generis , porque ha de reconocerse
que ni la cesión del uso de la caja de seguridad, ni la custodia que sobre la misma ejercita la
entidad de crédito, coinciden en rigor con las prestaciones típicas del contrato de
arrendamiento y de depósito, respectivamente, pues, por un lado, se trata de un uso
condicionado por la constante intervención del arrendador, y, por otro, de una custodia ejercida
paradójicamente sobre sus propias instalaciones.
Dada su atipicidad, el contrato se regirá por lo acordado por las partes y, en su defecto,
analógicamente, por las normas reguladoras del tipo de contrato (depósito o arrendamiento)
que más se asemeje a la cuestión o extremo precisado de regulación. El contrato debe
considerarse consensual , no siendo preciso para su perfección la entrega o introducción en la
caja de cosa o efecto alguno. Tampoco es precisa, en rigor, la existencia de forma especial
alguna, aunque en la práctica se documenta por escrito.
En cuanto a su contenido, cabe indicar que la entidad de crédito se obliga a custodiar o vigilar
las cajas, velando por su integridad física y debe responder de la idoneidad de los locales en
que estén instaladas para el fin a que se las destina. La entidad de crédito responde del
cumplimiento de estas obligaciones (v. arts. 1568 CC y 307 C. de C.), pero en cualquier caso el
cliente soporta siempre la carga de una doble prueba, sobre el contenido y sobre el valor de los
objetos introducidos en la caja. La entidad de crédito deberá además facilitar al cliente el uso
de la caja fuerte en el tiempo y forma determinada en el contrato. El cliente, aparte de pagar el
precio convenido por este servicio, debe utilizar la caja de forma diligente, y destinarla al uso
pactado. La apertura de las cajas se hace previa firma del usuario en un libro registro especial,
en presencia de un encargado de la entidad, y con el concurso de dos llaves distintas, una en
posesión del usuario y otra de la entidad de crédito.
Lección 8:
I. Los préstamos bancarios (remisión)
II. La apertura de crédito
-Concepto, función económica y naturaleza jurídica
La apertura de crédito, (v. arts. 175 y 177), es un contrato por el que la entidad de crédito se
obliga, durante un cierto plazo y hasta una cantidad determinada, a poner a disposición del
cliente la suma o sumas de dinero que le demande y a realizar otras prestaciones pactadas en
el contrato.
La función económica del contrato es asegurar al cliente o acreditado no la disposición, sino
la disponibilidad de una cierta suma o crédito, de la que podrá hacer uso, durante el tiempo
pactado, en el modo y cuantía que precise. Le caracteriza una mayor flexibilidad y elasticidad
que el préstamo, estando especialmente indicada esta figura crediticia para profesionales y
empresarios.
Goza de una propia naturaleza jurídica, sin confundirse con el préstamo. Se trata también de
un contrato definitivo , en la medida en que vincula a las partes desde su conclusión al
cumplimiento recíproco de sus obligaciones, sin que sea precisa ninguna ulterior manifestación
de voluntad. Los actos de utilización de la disponibilidad o de disposición del crédito son meros
actos, o, en su caso, negocios de ejecución o de cumplimiento de la obligación de financiación
ya asumida en el contrato por parte de la entidad de crédito.
-Clases
La apertura de crédito puede ser simple o en cuenta corriente . Es simple cuando se concede
al acreditado el derecho de disponer por una sola vez, en un acto o en varios, de la
disponibilidad o crédito. Es en cuenta corriente cuando, además de disponer, el cliente puede,
durante el plazo de vigencia del contrato, realizar reintegros o reembolsos, de manera que se
recree o reitere en el tiempo la disponibilidad que la entidad de crédito le ha concedido,
justificando así la denominación de cuenta de crédito que en la práctica recibe este contrato.
En estos casos, la entidad de crédito carga en la cuenta del cliente las sumas de que vaya
disponiendo, y, por el contrario, le abona las entregas que efectúe.
Desde otro punto de vista, suele diferenciarse entre aperturas de crédito propias o a favor del
contratante e impropias o a favor de un tercero. En rigor, la apertura de crédito impropia es,
como tal, poco frecuente en la práctica.
Como ocurre en el caso del préstamo, la apertura de crédito suele garantizarse, con garantías
personales o reales. En los supuestos de mayor riesgo o cuantía, suele recurrirse también a la
sindicación (créditos sindicados) , valiendo en este punto las indicaciones efectuadas
anteriormente sobre el préstamo sindicado. En la práctica no es infrecuente que a la
sindicación se una el llamado «crédito-subasta» . En estos casos, el acreditado no dispone
directa e inmediatamente de las sumas que precise, sino que debe dirigir una solicitud de
disposición al banco agente encargado de ofrecer y subastar entre las entidades participantes
la demanda de financiación o crédito realizada por el cliente. En el caso de que la subasta
quede desierta, el cliente puede recurrir subsidiariamente al crédito que a tal efecto se prevé en
el contrato.
Nuestro ordenamiento jurídico, al igual que otros muchos, carece de una reglamentación
positiva del crédito documentario. Por ello, se han ido formulando por los mismos interesados
(especialmente, los bancos) distintas normas privadas reguladoras de la operación. Su
unificación se produjo en el VII congreso de la Cámara de Comercio Internacional, celebrado
en Viena en 1933, que las recogió bajo el título de «Reglas y usos uniformes relativas a los
créditos documentados» y han sido modificadas en distintas ocasiones.
En nuestro caso, esa finalidad no es, en puridad, sino sólo en sentido amplio de garantía. El
banco no garantiza, en efecto, ni subsidiaria ni solidariamente, el cumplimiento del comprador u
obligado por la relación subyacente; ni tampoco asume la obligación del cliente como propia.
Contrae frente al beneficiario una obligación distinta que desempeña la función de caución,
presupuesto o condición sine qua non de la operación o transacción comercial que está en la
base; o, lo que es lo mismo, dicho en otros términos, el compromiso del banco o entidad
crediticia que interviene en la operación es un elemento que se integra en el supuesto de
hecho de la existencia o, al menos, de la exigibilidad de la obligación del beneficiario que, en
otro caso, sin la previa entrega del importe de la transacción, no accedería a realizarla.
Los efectos del crédito documentario deben ser examinados desde ese punto de vista,
examinando separadamente las dos relaciones anteriormente expuestas:
a) En la relación del banco con el cliente que le da la orden, los efectos del crédito irrevocable
están teñidos del carácter del mandato o comisión que informa esa relación. El banco se obliga
a poner a disposición del beneficiario el importe del crédito o a realizar la prestación
correspondiente; así como a retirar y recoger en cada acto de disposición del crédito los
documentos correspondientes (letra, factura, póliza, conocimiento), verificando
su conformidad , debiendo destacarse la importancia de esta labor del banco, pues de su
satisfactoria ejecución dependen, en buena medida, la salvaguarda y satisfacción de los
intereses del comprador «contra documentos». Por ello, las Reglas cuidan especialmente esta
materia, empezando por declarar que los bancos deben examinar todos los documentos
estipulados en el crédito con un cuidado razonable, para comprobar que, aparentemente, están
de acuerdo con los términos y condiciones del crédito. En definitiva, el banco debe comprobar,
de acuerdo con las instrucciones recibidas, que la documentación está completa, que los
documentos reúnen, externa y objetivamente, los requisitos o exigencias necesarios para la
función representativa que realizan, y que concuerdan entre sí. Conviene insistir en que la
comprobación del banco no sólo es estrictamente documental , sino también de alcance
limitado: si los documentos están en regla y son conformes con los términos y condiciones del
crédito, el banco no asume responsabilidad alguna en cuanto a su exactitud, autenticidad o
validez, ni en cuanto a la descripción de las mercancías que representan. También quedan
exentos los bancos de responsabilidad por los retrasos o pérdidas que puedan sufrir en su
tramitación cualesquiera despachos, cartas o documentos.
Por su parte, el cliente se obliga frente al banco a darle las instrucciones necesarias para
realizar la operación y, claro está, a satisfacerle la comisión pactada y a reintegrarle los gastos
suplidos. Si el banco realizó una apertura de crédito, el cliente deberá reintegrarle, además de
las cantidades satisfechas al beneficiario, los intereses correspondientes.
Para la seguridad del cumplimiento de estas obligaciones puede exigir el banco una garantía
especial (personal o real), pero en todo caso cuenta con la que le proporciona la tenencia de
los documentos representativos de las mercancías, que, al conferirle la disponibilidad de éstas,
no permite al cliente retirarlas sin liquidar previamente con el banco, además de que el artículo
276 del Código de Comercio le confiere, como comisionista, un derecho de retención sobre la
mercancía mientras no se le hayan satisfecho sus derechos.
Así concebido el descuento no cabe asimilarlo, como a veces se ha hecho, con la compraventa
o cesión de créditos, pues aunque se produce una transmisión del crédito en favor de la
entidad crediticia, la misma tan sólo puede comprenderse como una medida instrumental para
la finalidad principalmente buscada por las partes, que es la obtención y concesión de
financiación. Desde este punto de vista, el descuento también se ha aproximado al préstamo,
con el que comparte su finalidad crediticia, pero del que se distingue jurídicamente con nitidez,
como comprobaremos al estudiar sus caracteres y efectos. Se trata, en realidad, de un contrato
autónomo , con fisonomía propia y distinta, que no permite su identificación con ninguna otra
figura jurídica, como reiteradamente ha señalado nuestra jurisprudencia.
-Clases de descuento
Tradicionalmente, el descuento se ha referido a créditos incorporados a títulos, especialmente
cambiarios (pagaré y, sobre todo, letra de cambio). En la actualidad, el descuento cambiario ha
perdido parte de su importancia, no sólo porque la han perdido los títulos cambiarios, sino
también porque se han ido generalizando los descuentos de créditos que, si bien carecen de la
protección cambiaria, gozan, en cambio, de la económica proporcionada por la indubitada
solvencia del deudor o por las específicas garantías que presta el cliente.
La acción de la entidad de crédito contra el deudor por razón del crédito descontado estará
sometida, en orden a la prescripción, a las normas inherentes a la naturaleza del crédito
mismo. En el descuento de efectos cambiarios regirán los plazos de prescripción de la Ley
Cambiaria. La acción de la entidad de crédito contra el cliente descontatario, como fundada en
el contrato de descuento, está sometida a la prescripción ordinaria de quince años.
Como en los demás contratos de crédito, pueden preverse causas de vencimiento anticipado
del contrato que, en principio, conceden a la entidad de crédito la facultad de exigir la
restitución inmediata de los importes anticipados, valiendo en este punto las consideraciones
que sobre el particular se han realizado con ocasión del estudio del préstamo y de la apertura
de crédito. (En relación con los efectos de la declaración del concurso, vid. SSTS de 31 de
octubre, de 19 de diciembre de 2011 y de 26 de mayo de 2014).
El pacto o estipulación de garantía, es, pues, aquel cuya causa típica se identifica y agota en
dicha finalidad: su razón de ser es sólo el servicio al derecho que garantiza. Desde esta
perspectiva, resulta de esencia al contrato de garantía la idea de accesoriedad, debiendo
distinguirse de otros negocios típicos que pueden utilizarse con motivo o finalidad de garantía.
Por idénticas razones, tampoco deben considerarse contratos de garantía aquellos otros en los
que el efecto de garantía, aunque se produzca directamente y en todos los casos como
consecuencia típica del negocio, se fundamenta en una causa más compleja o distinta, como
ocurre con ciertas modalidades del contrato de seguro, en particular el seguro de crédito y el de
caución.
En el ámbito del Derecho patrimonial, existe una gran diversidad de derechos de garantía de
distinto contenido y alcance, regulados en muy distintas fuentes legales. Cabe señalar que
todos ellos pueden agruparse en la summa divisio de las garantías personales , cuyo
paradigma es la fianza, y de las garantías reales , que encuentran en la prenda y en la hipoteca
sus manifestaciones más destacadas. En el primer caso, el derecho de garantía es un
derecho relativo o personal por el que resulta obligado o responsabilizado un tercero que, de
forma gratuita o remunerada, vincula su patrimonio a la satisfacción del interés del acreedor.
En el segundo, el derecho de garantía, también constituido por un tercero o incluso por el
mismo deudor, es, por el contrario, un derecho absoluto o real que, como tal, confiere al
acreedor no ya la vinculación de un nuevo patrimonio, sino la afección o gravamen de una cosa
o bien determinado, otorgando al acreedor un poder o señorío directo e inmediato sobre la
misma que, entre otras facultades, confiere al acreedor el ius distrahendi o derecho de
realización del valor de la cosa dada en garantía para así, en su caso, conseguir el pago.
Las garantías son muy frecuentes en el tráfico empresarial que descansa, en gran medida, en
el crédito, y llegan a constituir un elemento habitual, casi connatural, de algunas transacciones
financieras. Por ello, aunque no quepa hablar de un específico derecho o régimen de las
garantías mercantiles o de que éstas sean sustancialmente diferentes de las civiles, pueden
destacarse algunas singularidades o particularidades que sí cabe denominar «mercantiles»,
pues son la respuesta práctica o legislativa a especiales necesidades o condiciones del tráfico
empresarial; y que son las que justifican precisamente su tratamiento por nuestra parte,
remitiéndonos en todo lo demás a las aportaciones de la doctrina civil o especializada en esta
materia.
Por último, ha de recordarse que en los contratos de garantía se reproducen, por otra parte,
algunos de los problemas de protección de la «parte débil» del contrato que ya han sido
analizados en esta obra. El papel protagonista que en su contratación asumen las entidades de
crédito, sobre todo en su condición de acreedores profesionales beneficiarios de las garantías,
determina que, en numerosas ocasiones, estos contratos se realicen utilizando condiciones
generales predispuestas por la entidad, afecten a contrapartes sin el suficiente poder
contractual o que, incluso, puedan considerarse consumidores, por lo que también en este
campo el viejo aserto qui dit contractuel, dit juste debe ser atemperado, en su caso, con la
aplicación de las normas tuitivas que correspondan.
-Garantías personales
En el campo de las garantías personales, el Código de Comercio dedicó algunos preceptos a
los «afianzamientos mercantiles» (arts. 439 y ss.), pero más importante que tal circunstancia es
el hecho de que la práctica mercantil viene modelando y adoptando la figura básica de la fianza
a muy distintas exigencias. En unas ocasiones, se procede a alterar sus rasgos para
proporcionar al derecho del acreedor una garantía más enérgica. Se constituyen así garantías
que, por comparación a la configuración legal del tipo básico de la fianza, pueden denominarse
garantías fuertes o cualificadas como el aval cambiario (v. Lec. 46), la misma fianza solidaria o
las modernas garantías a «primera demanda» o «requerimiento», figuras que, en unión de
otros supuestos diversos como el crédito documentario o el seguro de caución, cierta
jurisprudencia ha pretendido englobar en ocasiones bajo un nuevo tipo o concepto de aval tan
lato, en efecto, como heterogéneo y carente de precisión. Otras veces se asiste, por el
contrario, al fenómeno inverso, pues quien constituye la garantía trata de limitar o disminuir su
compromiso y responsabilidad, creándose garantías, como ocurre en el caso de las
denominadas confort letters o «cartas de patrocinio», que cabe calificar comodébiles también
en relación con la fianza.
Aunque la fianza puede ser espontánea y prestarse sin consentimiento y aun sin conocimiento
del deudor, lo habitual, al menos en el tráfico mercantil, es que la intervención del fiador se
produzca a requerimiento o solicitud del deudor, que atiende así, a su vez, una exigencia o
condición previamente impuesta por el acreedor. Es en este contexto donde debe situarse el
artículo 441 del Código de Comercio que, de manera acaso paradójica desde la perspectiva
actual y al igual que en el caso del préstamo (art. 319), establece que el afianzamiento
mercantil será gratuito, salvo pacto en contrario.
Interesa, por otra parte, destacar que en los afianzamientos mercantiles es muy frecuente la
existencia de una pluralidad de fiadores para reforzar aún más el derecho del acreedor. Esta
configuración plural de la fianza puede responder, sin embargo, a distintos principios. Puede
ocurrir que distintos fiadores garanticen independientemente , sin que exista ninguna relación
entre ellos, la obligación del deudor frente al acreedor. En tal caso, cada fiador responde frente
a este último como si fuera un fiador único, y no podrá repetir contra los otros fiadores. Es, sin
embargo, más frecuente que la pluralidad de fiadores se organice como una cofianza , es decir,
con el establecimiento de una única obligación de garantía asumida por una pluralidad de
personas. En este supuesto, cabrá, por el contrario, la repetición del que haya pagado más de
la parte que proporcionalmente le corresponda satisfacer (art. 1844 CC). Distinta de las
hipótesis anteriores es la subfianza , es decir, la fianza que garantiza el cumplimiento no ya del
deudor principal, sino del propio fiador (art. 1846 CC).
-Objeto de la fianza
Es el mismo que el de la obligación principal garantizada. No puede ser distinto, ni más
extenso. Como señala el Código Civil en el artículo 1826. No obstante, si la fianza fuera simple
o indefinida, comprenderá no sólo la obligación principal, sino también todas sus accesorias
(art. 1827 CC).
Pueden afianzarse toda clase de obligaciones, pecuniarias o no, siempre que sean válidas (art.
1824 CC), tanto si son de presente como futuras, aunque en este caso no puede reclamarse
contra el fiador hasta que la deuda sea líquida (art. 1825 CC). Más aún, la jurisprudencia ha
sancionado la admisibilidad de las denominadas fianzas omnibus o fianzas generales o
flotantes extensibles a cualquier obligación que exista o pueda existir entre el deudor y el
acreedor siempre que puedan subsumirse en la categoría o categorías previamente definidas
en el contrato, y no se supere la duración y el máximo de responsabilidad, en su caso,
pactados.
-Extinción de la fianza
Por su carácter accesorio, «la obligación del fiador se extingue al mismo tiempo que la del
deudor», así como «por las mismas causas que las demás obligaciones» (art. 1847 CC).
Quiere esto decir que, junto al supuesto más común de extinción de la fianza representada por
la extinción de la obligación del deudor ( v.gr ., por su pago), caben otros, menos frecuentes, en
que puede producirse la liberación del fiador sin que se haya producido la del deudor principal,
y ello puede ocurrir cuando la causa extintiva afecte por alguna particular razón a la fianza pero
no a la obligación principal (por ej., por condonación de la obligación de afianzar o por
confusión entre acreedor y fiador).
La distinción efectuada presenta un particular interés, habida cuenta del carácter normalmente
duradero tanto de la obligación principal cuanto de la fianza, pues nada impide que sea distinto
el plazo de cumplimiento y de vigencia de una y otra, respectivamente. Así, en los casos en
que la fianza se haya pactado por un plazo determinado, se extinguirá por su transcurso,
subsistiendo, empero, la obligación principal. Si no se hubiese fijado plazo y fuese retribuida, la
fianza despliega sus efectos hasta la completa extinción de las obligaciones que deriven del
contrato afianzado. Si fuese gratuita, por el contrario, el fiador podrá al cabo de diez años
ejercitar la acción de relevación de fianza de conformidad con el artículo 1843.5.º del Código
Civil (art. 442 C. de C.).
En este sentido, debe ante todo pensarse que la cláusula «a primer requerimiento» o «a
primera demanda» es una declaración o estipulación que puede insertarse en cualquier
contrato (por ej., en un arrendamiento o en una compraventa), y que tan sólo persigue un pago
o cumplimiento inmediato tan pronto como el beneficiario lo reclame en los términos y
condiciones previstos en el contrato (que pueden consistir en la mera presentación de un
requerimiento escrito o en la exigencia de adicionales requisitos, como aportación de
documentos, certificados u otros), dejándolo a salvo de cualquier discusión o excepción por
parte del deudor. La cláusula y sus objetivos no difieren, en esencia, desde este punto de vista,
del tradicional solve et repete .
Como cualquier otro contrato, también el de garantía o fianza puede ser «a primer
requerimiento», con la consecuencia entonces de que el pago cuya seguridad y celeridad se
persigue es justamente el del garante , siendo discutido si la inclusión de la cláusula en el
contrato origina una nueva modalidad de aquélla o, por el contrario, un tipo distinto de garantía
personal que vendría a identificarse con el denominado contrato abstracto o autónomo de
garantía y cuya característica esencial sería la superación de la accesoriedad de la fianza.
A nuestro juicio, esta construcción debe ser matizada. En efecto, con independencia de que,
como ha señalado alguna doctrina, el análisis de la jurisprudencia citada no resulta
enteramente concluyente, y de que la amplitud que a veces se otorga a laexceptio doli acaba
suponiendo también en ocasiones la plena restauración del principio de accesoriedad, debe
tenerse en cuenta en todo caso que la abstracción y autonomía de las obligaciones han de
entenderse, de acuerdo con los principios generales de nuestro Derecho y con la propia lógica
de las cosas, de manera másfuncional que sustancial: lo que se pretende es que el garante
pague a primer requerimiento, sin que el pago se vea impedido o demorado por pretextos
relativos a la relación existente entre acreedor y deudor , siendo, sin embargo, indiscutible que
el ordenamiento jurídico no puede sancionar ni admitir, en perjuicio del garante, un cobro que
se demuestre a la postre, por vicisitudes de la relación entre acreedor y deudor, como indebido
o sin causa , circunstancia cuya prueba, no obstante, le corresponderá realizar (v. SSTS de 15
de abril de 1991 y 17 de febrero de 2000).
Pero, vistas las cosas desde este ángulo, manteniéndose, pues, en última instancia
la dependencia y vinculación entre la obligación del garante y el derecho del acreedor
garantizado, y delimitado el alcance de la abstracción, parece puede convenirse en que las
denominadas garantías a primera demanda siguen siendogenuinas garantías , inclinándonos,
entonces, a considerarla, de acuerdo con la segunda línea de pensamiento existente en la
materia, como una modalidad de la fianza, de la que vendría a suponer una suerte de variante
cualificada o reforzadapor la circunstancia de que la accesoriedad opera con posterioridad al
pago, no por vía de excepción, sino sólo por la de acción .
-Cartas de patrocinio
Con esta denominación u otras parecidas (cartas de acreditación o apoyo, confort letters , en la
terminología anglosajona) se alude a documentos usados en el moderno tráfico mercantil que
asumen precisamente la forma de misivas o cartas, mediante los que su emisor (normalmente,
aunque no necesariamente, la sociedad dominante de un grupo de compañías, o el socio de
control de una sociedad) tiende a facilitar la concesión de crédito por parte del destinatario (que
habitualmente es una entidad de crédito) en favor de un tercero o «patrocinado» que suele ser
una sociedad dependiente o controlada por el autor de la carta.
Sobre esta base, cabe añadir que la determinación del alcance de las concretas obligaciones
accesorias o instrumentales que contrae el emisor de la carta frente a su destinatario debe
hacerse, necesariamente, caso por caso. Con carácter general puede señalarse, sin embargo,
que, por un lado, salvo supuestos excepcionales de declaraciones claramente expresivas de la
voluntad o compromiso de cumplir la obligación del deudor en el supuesto de que éste no lo
haga, no llegan a implicar la vinculación del emisor como fiador (cfr. art. 1827 CC); y que, por
otro, no constituye óbice al carácter vinculante y obligatorio de las cartas que su contenido se
expreseen forma de declaración de ciencia o de hechos, si realmente puede llegarse a la
conclusión, como normalmente sucede, de que las partes no redactan la carta a efectos
informativos sino a los más incisivos e importantes de disciplinar el comportamiento del
redactor de la carta en cuanto afecta al desenvolvimiento de la relación de crédito a la que
apoya y refuerza (en este sentido, STS de 13 de febrero de 2007).