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21/5/2018 Elías, El Humilde “En Dios he confiado.

” | Estudios SUD

Elías, El Humilde “En Dios he confiado.”


“Seré sincero
Por los que en mí confían;
He de ser puro:
Su estimación ganar;
He de ser fuerte:
Es mucho el sufrimiento;
Seré valiente:
Hay cumbres que escalar.”

Howard Arnold Waters.

El Relato: (I Reyes 16:28-34; 17)

28 Y Omri durmió con sus padres y fue sepultado en Samaria; y reinó en su lugar Acab, su hijo.

29 Y comenzó a reinar Acab hijo de Omri sobre Israel el año treinta y ocho de Asa, rey de Judá. Y
reinó Acab hijo de Omri sobre Israel en Samaria veintidós años.

30 Y Acab hijo de Omri hizo lo malo ante los ojos de Jehová, más que todos los que reinaron antes
de él.

31 Y sucedió que como si le fuera cosa ligera andar en los pecados de Jeroboam hijo de Nabat, tomó
por esposa a Jezabel hija de Et-baal, rey de los sidonios, y fue, y sirvió a Baal y lo adoró.

32 E hizo altar a Baal en el templo de Baal que él edificó en Samaria.

33 Hizo también Acab una imagen de Asera; y Acab hizo más para provocar a ira a Jehová, Dios de
Israel, más que todos los reyes de Israel que reinaron antes de él.

34 En su tiempo, Hiel de Bet-el reedificó Jericó. A costa de Abiram, su primogénito, echó el


cimiento, y a costa de Segub, su hijo postrero, puso sus puertas, conforme a la palabra de Jehová
que él había hablado por Josué hijo de Nun.

17 Y subió Omri de Gibetón, y con él todo Israel, y sitiaron a Tirsa.

Elías fué uno de los hombres más notables de todo el mundo; tanto así; que se le ha permitido
volver a la tierra en dos ocasiones diferentes, que sepamos. Una de las ocasiones vino con Moisés y
habló con Jesús. La otra vez fué hace ya poco más de cien años, cuando vino para dar al profeta
José Smith el poder y el conocimiento que necesitaba para dar principio a nuestra obra en los tem-
plos.

Moisés sacó a los hijos de Israel de Egipto. Josué los estableció en la Tierra Prometida, en Canaán.
Vivieron algunos siglos bajo sus jueces, algunos de los cuales fueron Débora, Gedeón, Sansón, Eli y
Samuel. Por motivo de la insistencia del pueblo, Samuel ungió a Saúl para que fuera el primer rey
de Israel. A Saúl lo siguieron David y Salomón. Este último edificó el templo en Jerusalén, y
convirtió a la nación israelita en una de mucha potencia entre los pueblos. Después de la muerte de
Salomón, el país se dividió en dos reinos. El del norte fué conocido como el Reino de Israel; el del
sur llevó el nombre del Reino de Judá. En ambos reinos se generalizó la adoración de ídolos,- e ini-
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quidades de todas clases habían desviado al pueblo de la adoración de Jehová. Consideraremos un


poco las condiciones en el Reino de Israel. Nuestras próximas siete lecciones hablarán de este
pueblo.

Todos los reyes que habían ocupado el trono después de Jeroboam habían sido tan inicuos como él,
unos más, oíros menos. Por último Acab llegó al trono,- este hombre no era digno de ser rey. Una
de las iniquidades que impulsó más fué la adoración de becerros de oro,- pero más grave aún que
esto fué su matrimonio con una princesa inicua que se llamaba Jezabel, quien trajo a Israel su
religión idólatra. Jezabel quería que cesara la adoración de Jehová, por lo que Acab edificó templos
para sus dioses,- ella entonces mandó llamar a muchos sacerdotes de Baal (un ídolo) que vivía en la
tierra de ella, y dió órdenes de matar a todos los profetas del Señor.

Acab no estaba muy deseoso de matar a estos buenos hombres. Temía que sobreviniera una gran
calamidad si lo hacía; sus temores aumentaron cuando un día Elías se presentó delante de él.

“Vive Jehová Dios de Israel, delante del cual estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino
por mi palabra.”

Elías era un extranjero. Nadie parecía saber de dónde venía. En la mano llevaba un báculo,- en sus
ojos brillaba una luz que infundió el miedo en el corazón de Acab,- y cuando habló, Acab tembló.
En cuanto comunicó su mensaje, Elías se alejó rápidamente. No tardó en perderse de vista, y
aunque Acab envió mensajeros por todos lados a buscarlo, en ninguna parte lo pudieron encontrar.

Dejó de caer la lluvia sobre la tierra y desapareció el rocío, porque el profeta Elías no había hecho
más que repetir a Acab lo que Jehová le había revelado. El Señor quería que el pueblo se volviera a
él, y que no adorara los ídolos de Jezabel.

Cuando Elías se retiró del palacio de Acab, el Señor lo condujo a un escondite junto al Arroyo de
Carit. Allí Elías esperó pacientemente, porque tenía agua que beber y iodos los días unos cuervos le
llevaban alimentos-pan y carne-como el Señor dijo. Pero al pasar los días, y como no llovía, se
empezó a secar el arroyo. Elías sin duda se preguntaba qué iba a hacer; entonces un día el Señor le
dijo que fuera a una ciudad pagana que se llamaba Sarefta. En esa ciudad Elías encontraría a una
mujer viuda que lo atendería. Iba a ser un viaje muy dilatado, ya que tendría que atravesar todo el
reino de Israel; pero’ Elías fué gustoso porque sabía que el Señor lo había mandado.

Al llegar a la puerta de la ciudad, Elías vió a una mujer vestida de negro que andaba recogiendo
leña. Por su manera de vestir entendió que la mujer era viuda. Se acercó a ella y le pidió un poco de
agua y un bocado de pan.

La mujer alzó la vista y llena de sorpresa se quedó mirando a aquel desconocido. Vió que era un
israelita, y algo le decía que debería ayudarlo,- pero, pensando en lo futuro, le respondió en voz
temblorosa que no tenía pan para él; que en su casa no había sino un puñado de harina y un poco
de aceite en la botija. Le dijo a Elías que estaba recogiendo leña para cocer su última torta, después
de lo cual ella y su hijo morirían, porque no podían conseguir más harina.

“No hayas temor – le respondió el profeta- ve, haz como has dicho: pero hazme a mí primero de
ello una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela,- y después harás para ti y para tu
hijo. Porque Jehová Dios de Israel ha dicho así: La tinaja de la harina no escaseará, ni se
disminuirá la botija del aceite, hasta aquel día que Jehová dará lluvia sobre la haz de la tierra.”

Con tanta seguridad habló Elías que la mujer entendió que podía confiar en él y en la promesa que
le traía del Señor. Al amasar la harina vió que tenía lo suficiente para tres tortas en lugar de una;
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también había bastante aceite que generalmente se usaba en esos días en vez de mantequilla. Dió el
primer panecillo a Elías, entonces ella y su hijo comieron y quedaron satisfechos. Elías se quedó en
la casa de la viuda, y siempre hubo harina y aceite como el Señor había prometido.

Unos meses después se enfermó el hijo de la viuda, y aunque se le atendió con toda diligencia, el
niño murió. En aquellos días casi todos creían que el morir en semejantes circunstancias era un
castigo por haber hecho mal. En su agonía la mujer acudió a Elías.

-¿Qué te he hecho, oh varón de Dios? ¿Has entrado en mi casa para renovar la memoria de mis
pecados, Y hacer morir a mi hijo?

Con mucha solicitud Elías buscó la manera de ayudar a la mujer que había sido tan buena con él.
Quería enseñarle que aquellas cosas no eran castigos,- que Dios es un amante y bondadoso Padre
Celestial que desea bendecirnos, no lastimarnos.

-Dame tu hijo-le dijo tiernamente.

Entonces llevó en sus brazos el cuerpo inerte al cuarto que le habían apartado. Puso su cuerpo
sobre su cama, entonces oró sincera y humildemente al Señor:

“Jehová Dios mío, ruego que vuelva el alma de este niño a sus entrañas.”

El Señor oyó y contestó la humilde oración de Elías. El espíritu volvió al cuerpo del niño,- el calor
volvió a su carne una vez más,- entonces se abrieron los ojos y el niño se sonrió con el profeta que
estaba cerca de él.

Levantándolo en sus brazos, Elías lo llevó a su madre angustiada.

– Mira – le dijo en voz muy quieta – tu hijo vive.

La madre apenas podía creer lo que estaba viendo y oyendo, pero al estrechar a su hijo una vez más
en sus brazos, exclamó:

“Ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que la palabra de Jehová es verdad en tu boca.”

Caudillos de las Escrituras por Marión G. Merkley y Gordon B. Hinckley

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