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21/5/2018 Nehemías, El Constructor | Estudios SUD

Nehemías, El Constructor
“Yo hago una grande obra.”
Aprovecha bien el momento, pues en tu mano Está lo que la hora te tiene reservado; Y lo que
imposible comprender te ha sido Es aquello que has tenido a tu lado.”
-Goethe.

El Relato: (Nehemías, caps. 1-6)

El gran profeta Jeremías había dicho que los judíos permanecerían desterrados setenta años.
Durante ese tiempo los judíos aprendieron muchas lecciones muy importantes. Quizá la más
importante fué que la adoración de los ídolos no convenía. Nunca más volvió a introducirse entre
ellos la adoración de los ídolos.

Durante su destierro, habían estudiado los escritos de sus profetas antiguos. Este estudio hizo que
los corazones de los judíos se volvieran hacia su patria,- anhelaban ver a Jerusalén otra vez.

Cuando Ciro el Persa conquistó a Babilonia, sus corazones se llenaron de esperanza, porque Ciro
era un príncipe justo y generoso. No le agradaba la adoración de ídolos. Por tanto, una de las
primeras cosas que hizo fué proclamar un edicto que los judíos podían regresar a Jerusalén para
reconstruir el templo. Además, juntó todos los vasos de oro y plata del templo que Nabucodonosor
se había llevado de Jerusalén, y los entregó a un príncipe de Judá llamado Sarabasar.

Después de setenta años de destierro, un inmenso grupo de judíos Jlenos de entusiasmo partió
rumbo a su patria. Se tardaron cuatro meses en llegar. ¡Cuán ansiosamente esperaban los ancianos
ver las señas particulares del país!

Jerusalén, la ciudad que en un tiempo fué tan hermosa, estaba completamente en ruinas y casi
abandonada/ pero el lugar estaba aún allí, y se pusieron a recoger materiales de construcción para
reedificarla. Los judíos que se habían quedado allí vinieron junto con sus hijos para ayudar en la
obra. Hicieron arreglos con los habitantes de Tiro y de Sidón para que éstos les proveyeran árboles
de cedro y carpinteros y albañiles, así como lo había hecho Salomón siglos antes.

Pasó un año. Ya estaban listos para poner los cimientos. Con himnos de gozo y cantos de alabanza
se dió principio a la obra. Fué un día de mucha alegría, pero en medio de aquel gozo se derramaban
algunas lágrimas cuando se acordaban de la belleza de su primer templo.

Mientras trabajaban, llegaron los samaritanos del norte para ofrecerles su ayuda. Los judíos no
aceptaron la oferta, diciendo que los samaritanos eran de sangre mixta, parte de Israel y parte de
los idólatras asirios,- por este motivo no se aceptó su oferta.

Los samaritanos se ofendieron por haber sido tratados tan ásperamente. Surgió una enemistad que
a veces llegaba hasta el derrame de sangre, y cesó la construcción del templo por el espacio de
quince años. Por último, Darío, el siguiente rey de Persia, les mandó ayuda a los judíos y se terminó
el templo, aunque todavía no se reparaban los muros de la ciudad.

No todos los judíos habían regresado a Jerusalén. En el palacio del rey de Persia se hallaba un
joven judío llamado Nehemías. Era el copero del rey Artajerjes, quien reinaba en lugar de Darío,
después de la muerte de este noble príncipe.

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Un día mientras Nehemías le pasaba la copa al rey, éste vió que la cara de su siervo estaba muy
triste.

-¿Por qué está triste tu rostro? -le preguntó el rey- pues no estás enfermo. No es esto sino
quebranto de corazón.

-¿Cómo no estará triste mi rostro -respondió Nehemías- cuando la ciudad, casa de los sepulcros de
mis padres, está desierta, y sus puertas consumidas del fuego?

Le habían llegado noticias a Nehemías de las tristes condiciones en Jerusalén. Habló francamente
con el rey acerca de esto. Entonces le pidió permiso de ir a Jerusalén para construir los muros. El
rey se lo concedió, y mandó cartas por conducto de Nehemías a los gobernadores de todos los
países circunvecinos para que le dieran cuanta ayuda les fuera posible. También llevaba órdenes
del rey a sus guardabosques para que le dieran toda la madera que necesitara,; y órdenes a oíros
para que le dieran la piedra que quisiera.

Habiendo llegado Nehemías a Jerusalén, no tardó en descubrir la razón porqué no se habían


construido los muros. El gobernador de Samaría, un hombre que se llamaba Sanbalat, y su amigo
Tobías, habían dilatado la obra de cuanta manera les había sido posible. Habían incitado a los
amonitas y otros pueblos vecinos a la guerra contra los judíos para que tuvieran que parar la obra.

Nehemías también descubrió que algunos de los príncipes de Judá habían empezado a maltratar a
los de su propio pueblo. Les imponían pesadas contribuciones; les cobraban un interés exagerado
por el dinero que les prestaban, y aquellos que no les podían pagar en el acto, los tomaban por
esclavos.

Nehemías mandó llamar a todos los príncipes. Les reprendió sus iniquidades y les presentó un
nuevo plan. A cada familia se le impuso la obligación de construir parte del ‘muro. Con todo ánimo
y disposición se pusieron a trabajar. Todos los días competían amistosamente entre sí para ver
quién alcanzaba el mayor progreso.

La ciudad de Jerusalén parecía un enjambre de abejas. ¡Con cuánto afán trabajaron! Pero
trabajaban con cantos en sus labios y la alegría en sus corazones, porque cada uno estaba
cumpliendo con su parte, cada cual aceptaba su responsabilidad,- y la obra progresaba.

Cuando Sanbalat vió lo que estaba sucediendo, fué a ver en qué manera podría detener la obra.
Nehemías estaba bien preparado. Armó a sus hombres con espadas y lanzas,- los colocó a lo largo
del muro. Unos trabajaban un rato mientras otros los cuidaban, entonces los que estaban cuidando
tomaban el lugar de los primeros mientras que éstos se ponían a vigilar. De este modo siguió
adelante la obra.

Sanbalat entonces mandó llamar a Nehemías, invitándolo a un pueblito cercano. Nehemías


comprendió que era una trampa, y le mandó decir: “Yo hago una grande obra y no puedo ir; porque
cesaría la obra, dejándola yo para ir a vosotros.”

Cuatro veces intentó Sanbalat sacar a Nehemías de la ciudad. Con la quinta comunicación Sanbalat
acusó a Nehemías de estar edificando la ciudad para hacerse rey en ella. Y Nehemías le respondió:

-No hay nada de eso que tú dices; sino que son cosas que tú te forjas de tu propia cabeza.

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Pasaron cincuenta y dos días, y se terminaron los muros. También se reedificaron las puertas.
Ahora Jerusalén quedó protegida por un fuerte muro de piedra contra sus enemigos de afuera.
Entonces Nehemías se dedicó a corregir los males que había dentro de la ciudad.

Enseñó a los jueces a juzgar rectamente. Enseñó a todo el pueblo a prestar atención a las leyes de
Dios, y estudiar la palabra de Dios. Jerusalén una vez más llegó a ser la casa de los levitas, quienes
vinieron a hacerse cargo de los servicios del templo.

Cuando los enemigos de los judíos vieron lo que Nehemías había realizado, se avergonzaron,
porque comprendieron que aquella obra tan grande se había efectuado con la ayuda de Dios.
Entonces los judíos empezaron a buscar las señales de la venida de un Mesías que nacería para
librarlos de sus enemigos y hacerlos amos de todo el mundo. Jesucristo nació unos cuatrocientos
años después.

Caudillos de las Escrituras por Marión G. Merkley y Gordon B. Hinckley

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