tantos linajes de penas
como cobardes me asaltan,
como atrevidos me cercan.‘
«Reducir sélo a un discurso», «medir con sola una
idea»; criterio deductivo que anticipa una certidum-
bre cuasi matematica, intencién que ya presupone un
error de método desde la perspectiva de un Descartes.
E] autor del Discurso del método advirtié que el error
nace de la voluntad humana, ya que abarca mas que
el entendimiento, y al no poder contenerse dentro de
los limites de la razén se extiende a cosas que no com-
prende, extravidndose con facilidad y confundiendo
lo falso con lo verdadero, el bien y el mal, por todo lo
cual sucede que «me engafio y peco». Sélo una sus-
pension del juicio ante un objeto sobre el que no pue-
do obtener una «inteligencia clara y distinta» evita el
error.’ El fundador del racionalismo moderno Ilamé
la atencién sobre los peligros de la légica aplicada a
objetos mas all4 o mas acd de su jurisdiccién. Calde-
r6n entendié que un error de juicio puede llevar a tra-
vés de un proceso silogistico a un ultimo enunciado y
proposicién que se confirme sélo en el asesinato, en
la muerte del otro.
En términos cartesianos don Gutierre busca un
fundamentum absolutum et inconcussum, mensura-
ble y reducible a un primer principio distinto, claro y
evidente. En términos pascalianos aplica el espiritu
geométrico, «l'esprit de géométrie», a una realidad va-
riable y fluida perteneciente a otro ambito, al «esprit
de finesse». Esta aparente coincidencia con Pascal y
Descartes corresponde a un principio enunciado en
la Etica a Nicémaco de Aristételes que informa el
punto de partida del probabilismo. Aristételes distin-
guid entre dos objetos del alma racional, invariable
6. Dramas, pag. 334.
7. Véase Meditaciones metafisicas, «Meditacién cuarta. De lo
verdadero y lo falso».
301uno y variable el otro; el primero esta sujeto a un co-
nocimiento matemiatico, el segundo a un saber que se
mueve sélo dentro de un Ambito de probabilidades
irreducibles a una certidumbre cientffica. El compor-
tamiento perteneciente al Ambito de lo variable no se
deja reducir por criterios cientfficos, en conformidad
s6lo con un objeto invariable.* La visién barroca iden-
tifica el mundo profano con esa realidad variable su-
jeta a la deliberacién y no a la ciencia, 4mbito de pro-
babilidades que no de certidumbres, accesible al
silogismo hipotético y no al silogismo cientffico. Aris-
tételes, Descartes y los probabilistas vienen a decir lo
mismo: que el juicio del entendimiento prdctico no es
independiente de un estado de dnimo, porque el en-
tendimiento se complica con la voluntad y las pasio-
nes a este respecto.
Calderén se acerca a Descartes via el Aristételes de
la Etica a Nicémaco, obra que merece tanta atencién
como la Poérica para entender el teatro barroco. Se ha
leido la Poética tergiversada por las interpretaciones
neoclasicas y roménticas sin atender a su visién es-
tructural del fenémeno teatral. Si nos proponemos
penetrar dentro de la dialéctica y retérica del Barroco
habria que releer la Poética tanto en funcién de la
doctrina hermenéutica presente en la Etica, como de
la intrinseca relacidn entre los tropos y las pasiones
del alma establecida en la Retérica. Las consecuen-
cias de esta conjuncién estan presentes en el arte dra-
m§atico de Calderén en el que la retérica, la herme-
néutica y la teorfa de las pasiones se dan la mano con
una originalidad y precisién desconocida hasta en-
tonces al servicio de una excavacién de la subjetivi-
dad, libre de la camisa de fuerza de las reglas y de la
preceptiva neoaristotélica o neoclasica.?
8. Véase el libro VI de la Etica a Nicémaco.
9. Entre las muchas dimensiones de la obra de Calderén que
han permanecido inéditas para la critica literaria esta la teoria de
las pasiones en el contexto histérico del pensamiento de los siglos
302Volvamos a don Gutierre, al que hemos dejado con
la palabra en la boca, determinado a reducir y medir
sus vivencias, afan que stibitamente cede ante la ne-
cesidad de desahogarse, de abandonarse al senti-
miento. E] segundo movimiento del mondlogo se
contrapone al primero, pues ahora el hablante se ani-
ma a si mismo a tener el valor de poder sentir sin de-
jar de hacerlo por vergtienza:
jAhora, ahora, valor,
salga repetido en quejas,
salga en l4grimas envuelto
el corazén a las puertas
del alma, que son los ojos!
Y en ocasi6n como ésta,
bien podéis, ojos, lorar:
no lo dejéis de vergiienza.
Mas el horror ante la vergiienza le enfrenta con el di-
lema que don Lope de Almeida expresa al pregun-
tarse: «pudiera sentir el pecho / sin que la voz lo di-
jese». Abruptamente surgen en los labios del «médico
de su honra» las palabras: «pero cese el sentimiento»;
la logica vence a las lagrimas, la vergiienza a la au-
toconmiseraci6n, ya no habra otro consuelo para el
razonador que el que le dé la venganza. En ese instan-
te el discurso se torna latebroso, haciéndose imper-
meable al sentimiento que queda desamparado,
arrinconado en la trastienda de la conciencia hasta
que irrumpa vengativamente sorprendiendo a ambos
actor y espectador. Se inicia asf el tercer movimiento
del soliloquio («Pero vengamos al caso, / quizé halla-
remos respuesta. / {Oh, ruego a Dios que la haya! /
iOh, plegue a Dios que la tenga!») como una investi-
XVI y XVII y su posterior evolucién. Desde la filosoffa Carlos Gur-
méndez ha rozado con finura la problematica de las pasiones en A
secreto agravio, secreta venganza y El médico de su honra, atentoala
relaci6n entre cdlculo racional y venganza. Véase Tratado de las pa-
siones (Madrid, 1985), pags. 93-94, 143-44.
303