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Un buen científico es aquel que posee el sentido del juego científico, y que puede anticipar la

critica y adaptarse, de antemano, a los criterios que definen los argumentos admisibles,
estimulando de ese modo el proceso de reconocimiento y de legitimación; que deja de
experimentar cuando estima que la experimentación ya cubre las normas socialmente definidas
de su ciencia y cuando se siente lo bastante seguro para comparecer ante sus iguales. El
conocimiento científico es el resultado de las proposiciones que han sobrevivido a las objeciones.

Contra esa resistencia multiforme a las ciencias sociales Le métier desociologue (Bourdieu,
Chamboredon y Passeron, 1968) afirmaba que las ciencias sociales son ciencias como las demás,
pero que tienen una dificultad especial para ser ciencias como las demás.

Y, en realidad, todo el mundo se siente con derecho a intervenir en la sociología y a meterse en


la lucha a propósito de la visión legítima del mundo social, en la que también interviene el
sociólogo, pero con una ambición muy especial, que se concede sin problemas a todos los
restantes científicos, pero que, en su caso, tiende a parecer monstruosa: decir la verdad, o, peor
aún, definir las condiciones en las que puede ser dicha.

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