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El futuro de la seguridad alimentaria en

la política para evitar el desperdicio en


Australia
Tomando en cuenta la cantidad de personas que podrían alimentarse con los productos
desechados y el nocivo impacto ambiental de los restos de comida en los vertederos, el
gobierno australiano, a través de una campaña, pretende crear una "sabiduría
alimentaria" que asegure buenas prácticas en el uso y consumo.

POLITICAS PUBLICAS ASIA PACIFICO 10 Noviembre 2016


La Política de Desperdicio de Alimentos, llevada a cabo por el Departamento de
Sustentabilidad, Medioambiente, Agua, Población y Comunidades, es la responsable de
reducir el desperdicio de alimentos en Australia. Para ello, a través de la campaña Haz
algo por el desperdicio de alimentos instruyen a los ciudadanos para que identifiquen
sus errores de consumo y utilicen racionalmente los productos. Más información de esta
experiencia, en la siguiente nota.

Una problema global que incomoda al gobierno australiano

El desperdicio de alimentos es un fenómeno que se produce en todo el mundo, sin


distinción de ingreso ni ubicación geográfica. Según la Organización de las Naciones
Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), hasta una tercera parte de todos
los alimentos adquiridos por las personas se estropea o desperdicia antes de ser
consumido. Para dicho organismo es necesario erradicar esta situación. “Es un exceso
en una época en la que casi mil millones de personas pasan hambre y representa una
pérdida de mano de obra, agua, energía y tierra”.

Pero ¿qué es el desperdicio de alimentos?. Por lo general se alude a este fenómeno


cuando se produce una pérdida en todas las etapas de la producción y suministro de
comida. Para la FAO esta disminución puede ser accidental o intencional, sin embargo,
sea cual sea la causa siempre implica una menor disponibilidad de alimentos.

Para Matti Kummu, investigador del Water & Development Research Group de la
Universidad de Aalto de Finlandia, en un artículo publicado el 2012, el problema del
desperdicio de alimentos es tal, que en la actualidad la reducción de las pérdidas es
considerada como una de las soluciones más promisorias para mejorar la
seguridad alimentaria en el futuro. “En la medida que aumenta el consumo, aumenta
la explotación de recursos naturales como el agua, que explica el 70 por ciento de la
utilización de agua limpia en la agricultura”, señala.

Esta situación manifestada a nivel global que lleva, por lo tanto, a una pérdida de
recursos útiles, sumado a la necesidad de garantizar la seguridad alimentaria a futuro, ha
sido advertida por el gobierno australiano, quien a través de su Departamento de
Sustentabilidad, Medioambiente, Agua, Población y Comunidades, llevan a cabo la
Política Nacional de Desperdicio: Menos gasto, Más Recursos, que a través del
programa Haz algo por el desperdicio de alimentos se orienta a la ciudadanía con el fin
de reducir la pérdida de comida, pero también a las compañías productoras para que
sean consciente de su impacto en el medioambiente.

De esta manera, a través del concepto de “sabiduría alimentaria” el programa pretende


educar y orientar a las personas sobre la forma cómo consumen los alimentos, además
de hacer de Australia un país “alimentariamente sabio”. En síntesis, este término
significa el logro de una conexión entre el consumo y el futuro de la disponibilidad
de alimentos, pero también su negativo impacto ambiental. Es decir, esta política se
orienta en el logro de una mayor racionalidad en las decisiones a la hora de comprar
alimentos.

Los hechos que motivaron la creación del programa


Si bien la Política de Desperdicio de Alimentos comenzó a funcionar en noviembre del
año 2009 luego de ser aprobada por el Parlamento, el gobierno australiano tenía una
larga historia de acciones sobre el desperdicio de alimentos, principalmente en la
Estrategia Nacional de Desarrollo Estratégico y Ecológico de 1992. No obstante, la
pérdida de comida continuó creciendo pese a los esfuerzos por reutilizar y reciclar
alimentos.

Hasta el 2007 el desperdicio llegaba a 43.8 millones de toneladas. Al 2016, la realidad


en la pérdida de alimentos sigue siendo un gran problema a considerar por el gobierno.
Según el propio organismo, los australianos desperdician aproximadamente un 20
por ciento de la comida, esto equivale a una de cada cinco bolsas de productos que
compran en el mercado. En términos monetarios equivale a poco más de mil dólares
cada año.

Si desglosáramos el desperdicio de alimentos por producto, un 33 por ciento pertenece a


alimentos frescos que se pudren y un 27 por ciento corresponde a sobras. Un 15 por
ciento se concentra en productos envasados vencidos, mientras que las bebidas y
congelados alcanzan un nueve por ciento respectivamente.

Las razones por las que se desperdician alimentos

Según el reporte Evaluación del Desperdicio Nacional de Alimentos, elaborado por el


Instituto de Futuro Sustentable (UTS) el año 2011, la principal razón de pérdida se debe
a que se cocina más comida de la que realmente se consume. Asimismo, el informe
sostiene que por lo general la gente no sabe cómo usar las sobras ni chequean el
refrigerador antes de hacer las compras.

De igual manera, el documento señala que las personas cometen un error al momento
de botar comida que se cree mala, antes de la fecha de vencimiento. A este error se
suma la compra de comida rápida en vez de cocinar la existente en casa. Esto último
explicaría que los consumidores entre 18 y 24 son el segmento de la población que más
comida pierde, alcanzando los 100 mil dólares al año.

De esta forma, la campaña “Haz algo por el desperdicio de alimentos” se enfoca,


principalmente, en las personas que son vistas como consumidores de alimentos, a
diferencia de las empresas que, por más que expliquen 1.388 toneladas de las cuatro mil
de alimentos desperdiciados -21,5 por ciento- la toma de conciencia por parte de la
ciudadanía es un proceso que tomaría más tiempo.

Tres simples medidas para la mitigación del desperdicio

Si bien la medida principal de esta política es la toma de conciencia a través de la


campaña, existen otras tres acciones que, de manera simultánea, pretenden ser
implementadas para el año 2020 con el fin de garantizar la seguridad alimentaria en el
futuro, reducir el desperdicio y su impacto negativo en el ambiente y la sociedad, cuya
implementación se realiza en conjunto con el Departamento Australiano de Cambio
Climático, Gobiernos Locales y Municipales. Ellas son:
1. - Guía para que personas, negocios y mercados puedan donar los alimentos: a
través de la entrega de información actualizada acerca de los lugares donde
hacer donaciones, es una medida útil y sencilla.
2. - Posibilitar el acceso a la tecnología del compostaje: debido a que los productos
orgánicos en descomposición, en contacto con otros productos químicos en los
vertederos producen gases tóxicos, la accesibilidad a aparatos tecnológicos que
permitan el compostaje y reutilización de los residuos.
3. - Fomentar la creación de empresas de reciclaje: ya que el Estado no puede
asumir la totalidad de esta responsabilidad, el gobierno genera las condiciones
para que más emprendedores puedan ingresar en los negocios verdes y
contribuyan al reciclaje.

El desperdicio de alimentos en la realidad chilena

La realidad del desperdicio de alimentos en nuestro país no se distancia del resto del
mundo. A diferencia de las economías desarrolladas, la cantidad de personas con mala
alimentación y falta de acceso a productos saludables es mayor, pese a que Chile es un
país agroalimentario y agroexportador.

Esta realidad nacional ha sido ampliamente relevada por el informe Pérdida y


Desperdicio de Alimentos de la fundación Idea País. Allí se reconoce que el desperdicio
se inserta en un contexto donde los costos de los alimentos de calidad son caros y los
hábitos son poco saludables, pero además donde el crecimiento de la clase media ha
llevado a que el consumo sea en grandes cantidades.

En este contexto social consumista –que ocurre, en mayor o menor medida, también en
los países desarrollados o en camino al desarrollo económico- la oferta disponible en
supermercados y otros lugares de comercialización puede, en algunos casos, alcanzar
un volumen muy superior a la demanda efectiva por el producto, dentro del tiempo
acotado en que está “fresco”. La consecuencia de ello es el desperdicio de grandes
volúmenes de productos desde los establecimientos comerciales, incluso que aún no
alcanzaban su fecha de vencimiento”, señala el informe.

Esta realidad ha llevado a diversas iniciativas legislativas, una de ellas es la aprobación


de la Resolución 660 el jueves 4 de agosto de 2016, que solicita al Ejecutivo la
adopción de medidas para impulsar una política que contrarreste las altas cifras de
desperdicio de alimentos.

La iniciativa fue presentada por un grupo de parlamentarios entre los que está la
diputada Marcela Hernando, quien viene estudiando el fenómeno del despilfarro de
comida desde el 2014. “He hecho algunos oficios y consultas aquí en la Cámara, porque
no solo a nivel de Congreso, sino a nivel país desperdiciamos alimentos. Desde esa
época me he informado y una de las razones es que muchas veces existe la voluntad de
donar alimentos, pero hay impedimentos de tipo sanitario. He tenido conversaciones
con autoridades de la salud y en efecto el vencimiento de los productos es una
limitante”, señaló.

Para la parlamentaria, este es un problema no solo ambiental, sino también un


imperativo ético. “Con los pronunciamientos que ha tenido la FAO y viendo lo que está
sucediendo en otros países del mundo donde la gente se está muriendo de hambre, no
podemos estar tranquilos. Pero también tiene que ver con los temas de sustentabilidad
medioambiental. Sin duda que desperdiciar todo ello contribuye a la contaminación
como desperdicio de recursos y energía. Todas estas cosas son fundamentos suficientes
para estar involucrados con esto. Así nació este proyecto, esas fueron las motivaciones”,
sostuvo.

En relación a la experiencia australiana y su política para evitar el desperdicio de


alimentos, la parlamentaria se mostró favorable y coincidió en la necesidad de
complementar los mensajes con medidas concretas. “Algo así sería muy bueno, pero no
solamente campañas porque cuando se sensibiliza a través de eso la gente piensa que es
un gasto en sí, por lo que yo haría un esfuerzo por tratar de identificar el ahorro para el
país. Coincido con la creación de economías de escala que se podrían alcanzar con esto,
cuantificarlo y a través de eso hacerlo atractivo, aportando nuevas oportunidades”,
afirmó.
a FAO pide coordinar a nivel mundial
una bioeconomía que no deje a nadie
marginado
Los productos biológicos pueden mejorar el acceso a los alimentos y, producidos de manera
sostenible, ayudar a mitigar el cambio climático

Piñas. La piel de la fruta se puede transformar en envases biodegradables.

20 de abril de 2018, Berlín – La bioeconomía puede ser de gran ayuda en los esfuerzos frente a
problemas mundiales apremiantes como el hambre, la pobreza y el cambio climático “si se
hace bien y sobre todo con y para los agricultores familiares” aseguró hoy la Directora General
Adjunta de la FAO para Clima y Recursos Naturales, Maria Helena Semedo, al intervenir en la
Cumbre Mundial de Bioeconomía que se celebra en Berlín.

Una bioeconomía sostenible, según Semedo, “se basa ante todo en la naturaleza y las
personas que cuidan y producen biomasa”. Esto significa los agricultores familiares, los
habitantes de los bosques y los pescadores, que a la vez son “poseedores de valiosos
conocimientos sobre cómo gestionar los recursos naturales de manera sostenible”.
“Debemos fomentar los esfuerzos coordinados a nivel internacional y garantizar la
participación de las múltiples partes interesadas a nivel local, nacional y mundial”, añadió,
señalando que esto requiere objetivos cuantificables, medios para cumplirlos y formas de
medir el progreso que resulten rentables.

“Juntos, aprovechemos el desarrollo de una bioeconomía sostenible para todos y no dejemos a


nadie marginado”, dijo Semedo, haciendo hincapié en cómo la FAO trabaja con los Estados
miembros y otros socios en los sectores convencionales de la bioeconomía: agricultura,
silvicultura y pesca, pero también tecnologías relevantes como la biotecnología y la tecnología
de la información al servicio de los sectores agrícolas.

La innovación: un papel clave

La bioeconomía alude a una economía que usa biomasa en lugar de recursos fósiles para
producir alimentos y bienes no alimentarios, como bioplásticos y productos biofarmacéuticos.

Semedo explicó que la innovación desempeña un papel clave en estos sectores “bio”, por lo
que debemos asegurarnos de que todo el conocimiento -tradicional y nuevo-, se comparte y
respalda por igual,

Seguridad alimentaria y cambio climático

Los estudios más recientes muestran que alrededor de 815 millones de personas en el mundo
todavía padecen subalimentacion crónica, pero produciéndose suficientes alimentos para las
necesidades del planeta, el problema suele ser la falta de acceso. “La bioeconomía puede
mejorar el acceso a los alimentos, por ejemplo, mediante los ingresos adicionales derivados de
la venta de productos biológicos”, indicó Semedo.

También subrayó la contribución potencial de la bioeconomía a los esfuerzos mundiales para


abordar el cambio climático, aunque advirtió en contra de una excesiva simplificación. “El
hecho de que un producto sea bio –dijo- no significa que sea bueno para el cambio climático,
depende de cómo se produce, y en particular de cuanta y qué tipo de energía se usa en el
proceso”.

La FAO y la bioeconomía

La Directora General Adjunta recordó que la FAO cuenta con una larga y amplia experiencia en
el apoyo a los agricultores familiares y otros pequeños productores y empresas de biomasa.

Semedo, quien se reunió con ocasión de la Cumbre con la nueva ministra alemana de
Alimentación y Agricultura, Julia Kloeckner, explicó cómo con el apoyo de Alemania, la FAO, -
junto con un grupo de trabajo multisectorial internacional sobre bioeconomía sostenible- se
encuentra desarrollando actualmente directrices para una bioeconomía sostenible.

Como aportación a este proceso, ya se han identificado alrededor de 25 casos de todo el


mundo que sirven como ejemplos exitosos de bioeconomía para desarrollar buenas prácticas.
Entre estos ejemplos figura un grupo de mujeres pescadoras en Zanzíbar que produce
cosméticos a partir de algas, abriendo un mercado completamente nuevo con productos de
nicho de gran demanda. O Malasia, donde un programa gubernamental apoya la bioeconomía
de tipo comunitario, o también Colombia, donde una comunidad ha participado en un
proyecto que transforma pieles de piña en envases biodegradables y miel en jalea real.

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