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La Catedral Fantasma dentro del Bosque

Hace tiempo que un joven hombre paseaba despreocupado y solitario por el “Bosque de
Los Arrayanes.” Llevaba consigo una botella de whiskey de la cual iba tomando unos
sorbitos.
Tanto le impresionó la belleza de este bosque en aquella hora de la tarde, que quiso
recostarse un momento en la hojarasca para detenerse a pensar, a imaginar si de pronto
otros seres astrales estuvieren mirándole.
Y no era por nada que se imaginaba tales cosas, pues en realidad, espíritus que rondaban
en el bosque, furtivamente se escurrían por entre la arboleda y la vegetación baja;
observándole, deleitándose pensando en jugarle una broma macabra, quizá para quitarle
esa aura de borracho.
En medio de su delirio y ya con algunos tragos encima, nuestro amigo se quedó dormido
en la suavidad del piso a la sombra de los altos arrayanes. Así, pasaron varias horas hasta
que sobrevino la fría y oscuridad de la noche envolviéndolo todo.
Cuando el hombre despertó, se vio rodeado de una luminiscencia astral de raros tonos
verdeoscuros, sonidos espectrales quizá creados por el resoplar del viento o quién sabe
qué cosas. Se incorporó y siguió tomando otros tragos de su whiskey hasta que comenzó
a andar tambaleándose.
Asomaron los espíritus que horas antes murmuraban travesuras, tomando formas de
pequeños niños bulliciosos y risueños que corrían rápidamente los senderos boscosos,
mismos por donde el hombre se encontraba. A este, le llamó la atención ver cómo estos
niños jugueteaban en medio de esa oscura tiniebla; mas sin embargo se unió al grupo que
se dirigió posteriormente hacia más adentro en la espesura de aquella arboleda.
Sería cerca de la media noche cuando llegaron donde una extraña mujer de bonito cuerpo
que despedía una fragancia inefable, como si su perfume fuese elaborado con la esencia
de las más exóticas flores, envuelta en unas flotantes ropas negras, apenas tocando el
suelo y con un encanto especial que hechizó al borracho. Éste cayose cubierto con un
sentimiento de amor a las rodillas de la extraña dama para rogarle sus favores; a lo que la
insólita mujer reaccionó con una positiva respuesta, pero con la condición de casarse
primero en la Catedral de su ciudad.
Sin nada más que esperar, el borracho agarró la suave y perfumada mano de la enlutada
dama, para que ella lo conduzca hacia aquella estancia donde serían desposados y así la
lujuria que lo consumía quede saciada.
Al llegar, una inmensa construcción gótica se alzaba por entre la enramada espesura del
bosque, tan negra como el alma del diablo, tan fría como el más lejano rincón del espacio.
Al fondo estaban los niños bulliciosos, cuales querubines oscuros esperando la gloria de
la muerte. Y, en el altar se alzaba una figura alta, de buen porte, con ropaje negro, sin
brillo, de sus ojos irradiaba una espectral luminiscencia amarillo rojiza y con su boca
dibujaba una sonrisa macabra que conforme se acercaba la pareja se convertía en
carcajadas. El borracho, al tomar querer tomar conciencia de su situación, se dio cuenta
que caminaba acompañado de la misma muerte, que no sostenía la dulce y fragante mano
de una delicada y hermosa dama, sino los huesos de una mano blanquesina.
Los niños eran unos diablillos rojos, que con sus alaridos y gritos desesperados
abarrotaban el lúgubre lugar.
Quien oficiaba en el altar era el propio Lucifer.
Intempestivamente aquel hombre sintió un sacudón por sus hombros, era un lugareño que
pasaba por el sector donde estaba dormido.
¿Había sido todo, una pesadilla?

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