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INDICE

EL ÁRBOL DE NAVIDAD................................................ 1

LA NAVIDAD DE ROMINA ............................................ 2

LA VENTANA ................................................................ 3

HOCHI EL RENO ........................................................... 5

SANTA SECRETO .......................................................... 6

LOS DUENDES DE LA NAVIDAD.................................... 8

ALICIA ....................................................................... 10

NAVIDADES A LA FUERZA .......................................... 12

EL ÁRBOL DE NAVIDAD.............................................. 13
EL ÁRBOL DE NAVIDAD
Lía miraba el árbol anonadada. Siempre le habían gustado los abetos
pero nunca se había parado tan cerca de uno. Estaba feliz porque
finalmente su padre se había decidido a sembrar uno en el jardín. El
árbol extendía sus brazos como queriendo abrazar el mundo y ella sentía
que a su lado siempre podría estar a salvo, y soñaba con que crecerían
juntos y serían amigos para siempre.
Una tarde cuando Lía regresó del colegio el árbol había sido talado. Junto
al hogar del salón se hallaba un trozo de él, su verde copa enterrada en
un cajón de madera y llena de adornos y luces. Su padre la recibió con
una gran sonrisa y le dijo. ‘Este año tendremos el mejor árbol de navidad
del lugar, hijita’. Lía salió corriendo y se encerró en su habitación.
Durante días su padre intentó comprender qué le ocurría; ella no sabía
cómo expresarlo. Finalmente le dijo que no le gustaba cómo se veía con
las luces, que lo prefería en el jardín, con sus ramas llenas de pajaritos.
Su padre le dijo que los abetos se compraban para ser talados en
navidad y armar el árbol pero Lía que era una niña muy inteligente le
respondió que le daba igual lo que él y el mundo pensara que ella sabía
que los abetos eran criaturas maravillosas y que no era justo que se las
considerara meros objetos navideños.
La tristeza de la niña se calmó cuando unos meses más tarde comprobó
que el tronco talado tenía nuevos y verdes brotes. Durante un largo
tiempo estuvo mimándolo y ocupándose de que las hormigas no lo
convirtieran en su sustento para el invierno. Llegó nuevamente la
navidad y el abeto estaba rebosante de vida. Esta vez Lía se movió más
deprisa que su padre y llevó los adornos y las luces al jardín. Cuando su
padre vio lo que su hija había hecho: un precioso árbol vivo y navideño,
se sintió orgulloso de ella y le prometió que nunca más talaría el abeto.
A partir de ese año, el árbol fue el gran protagonista de las navidades
familiares; en torno a él bailaban y cantaban todos los humanos,
uniéndose al coro de pajaritos y lombrices que vivían en su enorme copa.

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LA NAVIDAD DE ROMINA
Romina era una niña muy simpática que vivía con su padre en una
cabaña alejada de la gran ciudad. Su padre era leñador y ella solía
ayudarlo muchísimo. Pero la niña deseaba tener una vida distinta.
A su escuela iban niñas de todas las clases y muchas de ellas pertenecían
a familias acomodadas. Iban al colegio con sus mejores galas y cuando
se estaba acercando la época de la Navidad no se aburrían de contar
todas las cosas que le pedirían a Santa Claus, convencidas de que él se
las dejaría junto a la chimenea de sus fabulosas casas.
Romina nunca había tenido un regalo de navidad. Su padre le había
explicado que ésta era una fiesta creada para demostrar cuánto se podía
comprar y que él no estaba de acuerdo con eso; además, no tenía dinero
para comprar regalos. Romina lo entendía, pero en el fondo sufría
muchísimo su situación porque también le habría gustado contar lo que
pensaba pedir para Navidad.
Cuando llegó el día de la Nochebuena Romina preparó como siempre
algo para comer y estaba por irse a dormir cuando oyó un ruido en la
puerta de la casa. Salió con una linterna y encontró metido en una lata
vieja un gatito que chillaba sin césar. La niña se le acercó, logró cogerlo
y lo llevó junto al fuego para que se calentara.
Cuando pasaron las vacaciones de Navidad y le tocó regresar al colegio
su alegría era tan grande que no cabía en sí de la emoción. Y cuando
todas sus compañeras hablaron de las muchas cosas que le había traído
Santa Claus sintió pena por ellas. Se pasó todo el día pensando en qué
estaría haciendo Michón, que así le había puesto a su nuevo amigo, y
comprendió con total certeza a qué se refería su padre cuando decía que
esas eran fiestas para personas que no tuvieran un objetivo claro en la
vida . Ella sabía que quería a Michón y a su padre y que vivir en el
bosque era una de las grandes suertes de su vida.

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LA VENTANA
La Navidad había llegado al pequeño pueblo. Allí, donde apenas vivían
unas diez familias, los días de las fiestas eran sumamente especiales.
Incluso parecía como si mucha más gente habitara en las pocas casas
que conformaban el casco.
Gustavo vivía en una casita que estaba al final de la urbanización, si se
le puede llamar así. Compartía su casa con su madre viuda y una abuela
cascarrabias que no quería a nadie, ni siquiera a su propia hija, con la
que siempre estaba discutiendo y peleando.
Cuando se se acercaba la Navidad Gustavo se ponía muy contento
porque durante esos días lo dejaban deambular solo por el pueblo; lo
que no le gustaba de estas fechas era que su abuela siempre se ponía
más insoportable porque no le gustaba que la gente festejara y
derrochara el tiempo en comidas grupales y esas cosas. Ella prefería
quedarse con su máquina de coser, mirando por la ventana hacia alguna
parte que Gustavo no sabía qué era.
Ese año la Navidad se presentaba algo más especial porque unos reyes
vendrían a visitarlos. Eran unos viajeros que iban de pueblo en pueblo
emulando el viaje de los reyes magos. Gustavo se puso tan contento y
tanto se entusiasmó que durante días no pudo pensar en otra cosa.
Pocos días antes de la fecha en la que llegarían estos extraños visitantes
comenzó a llover tanto que se inundaron todos los caminos. El pueblo
quedó completamente aislado y se suspendieron la mayoría de las
fiestas. Gustavo estaba muy triste sobre todo por haberse perdido la
oportunidad de conocer a esos reyes que venían de otro sitio.
Una tarde mientras estaba tomando la merienda absolutamente absorto
en la pared de la cocina de su casa, su abuela dejó la máquina de coser
y se le sentó al lado. ‘¿Por qué estás tan triste, Gustavo?’ El niño se
sorprendió mucho; jamás su abuela se había preocupado por cómo
estaba él. ‘Es que me gustaría saber cómo es afuera y ellos podrían
habérmelo dicho’. ‘No te preocupes, lo sabrás. Algún día podrás dejar
este lugar y viajar a donde quieras pero mientras tanto en vez de
quedarte mirando hacia esa pared podrías hacer como yo, a través de
esa ventana verás el campo: ahí afuera es donde se cuece la vida’.

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El niño se quedó sorprendido por la sabiduría de su abuela y le hizo caso.
Desde ese día pasaba muchas tardes sentado frente a la ventana,
observando la línea del horizonte que cada vez se acercaba más y
soñando con que un día él también podría ser un rey mago para pasear
de pueblo en pueblo llevando la alegría a los niños que soñaban con vivir
en otra parte.

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HOCHI EL RENO
Después de años de fiel servicio, el padre de Hochi fue retirado del trineo
de Papa Noel, dada su avanzada edad. Un puesto hereditario, que
pasaba desde tiempos inmemorables de padres a hijo y que muy pronto
debía asumir el joven Hochi.
Una gran responsabilidad, para la que no se sentía preparado y cuyo
peso le causaba tal zozobra, que sin que nadie se diera cuenta, se
escapó de su cruel destino. Sin ningún sitio a donde ir, voló y voló, hasta
encontrar una pequeña cueva en la que poder descansar un rato.
Cuando sus padres se dieron cuenta de la locura que había hecho su
hijo, comenzaron a buscarle desesperadamente por todo el Polo, con la
ayuda del resto de los renos y Papa Noel. A punto de darse por vencidos,
encontraron al pequeño, durmiendo plácidamente en la caverna.
-Hochi, hijo mío. ¿Por qué nos has hecho esto? –Dijo la madre con
lágrimas en los ojos-
-Siento que sufras mamá, pero es que no quiero tirar de ese pesado
trineo.
-Es una tradición familia-dijo su padre muy enfadado- de la que debes
hacerte cargo, como hicieron todos nuestros ancestros. Comprendo que
estés asustado, pues todos lo estuvimos la primera vez al llevar el trineo,
pero debes pensar que sin nosotros, miles de niños se quedarían sin sus
regalos.
Tras un largo silencio, Hori dijo:
-Tienes razón papá, he sido un egoísta al pensar únicamente en mi
beneficio. Cuando tenga miedo o me parezca imposible continuar,
siempre recordaré tus palabras.

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SANTA SECRETO
Luigi era un joven a quien le encantaba la época navideña, como a todos
sus amigos, le gustaba la comida, las decoraciones, la nieve, pero por
sobre todas las cosas, le encantaba recibir regalos.
Todos los años sus amigos y el organizaban el juego “Santa secreto”
que consistía en, por 10 días, obsequiar pequeños regalos a quien te
tocaba en el sorteo. El último día, todos se reunían, llevando consigo un
regalo de mayor valor y trataban de adivinar quien era su Santa Secreto.
Este año, Luigi tenia planeado hacer lo que hacia todos los años: Dar 4
tarjetas navideñas compradas en el supermercado, 5 paletas de
caramelo y un prenda de vestir como regalo final. Rápido y simple. Todo
esto era básicamente porque no le gustaba romperse la cabeza
pensando en regalos que le podrían gustar a la otra persona, lo único
que le importaba era lo que el iba a recibir.
El día del sorteo, estaba emocionado, no tanto por saber a quien le daría
los obsequios, eso no le importaba, su emoción era por saber que una
de las personas que estaban ahí, le daría 10 regalos y se ilusionaba
pensando en lo que podrían ser. Así es que, como todos los años, cuando
metió la mano en la tómbola y descubrió que le tocaba ser el Santa
Secreto de Jimmy, un compañero de su clase, no le dio mucha
importancia.
Al día siguiente se despertó emocionado por lo que encontraría en su
casillero. Su mente pensaba en mini bicicletas, una caja llena de dulces,
dinero en efectivo, el juguete de moda… pero se desilusionó mucho
cuando vio en su casillero una tarjeta que solo decía “Feliz Navidad”. Los
días siguientes no fueron diferentes, se desilusionó porque de hecho
todo lo que recibía era muy similar a lo que él ponía en el casillero de
Jimmy.
Cuando llego el día del regalo final, todos estaban reunidos en el salón
de clases, todos tenían cara de felicidad por los regalos anteriores,
excepto dos personas: Luigi y Jimmy. El primero en adivinar fue Jimmy
quien dijo:

6
– Mi Santa Secreto es Luigi – lo dijo desmotivado y triste, pues los
regalos que había recibido eran muy superficiales y para nada pensados
en el.
– Si soy yo, que bueno que adivinaste – dijo Luigi – Bueno, me toca
adivinar a mí, y en verdad no tengo idea de quien sea mi Santa Secreto,
ya que fue el peor de todos los años. Los regalos no me gustaron para
nada, fueron simples y aburridos.
Lisa, quien era una chica lista, se levanto de su lugar y le dijo:
– Yo fui tu Santa Secreto de este año Luigi, y el motivo por el cual
escogí esos regalos para ti es porque yo recibí lo mismo de ti el año
pasado, y me puso muy triste y desilusionada- Lisa sacó un gran regalo
de su mochila, y se lo dio – solo quería que aprendieras que tienes que
pensar en los demás y no solo en lo que vas a recibir.
Luigi se emocionó mucho porque cuando abrió el regalo resulto que era
el juguete que todos los de su clase quería, pero al ver la cara de
desilusión de Jimmy, fue hasta el y le dijo:
– Creo que tu te mereces esto, ya que nunca me detuve a pensar
en lo que te gustaría recibir
La cara de Jimmy se iluminó de inmediato, y Luigi tuvo una sensación
de bienestar que lo puso muy feliz. Fue entonces que descubrió que te
sientes mucho mejor cuando regalas algo en vez de recibirlo.

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LOS DUENDES DE LA NAVIDAD
Eglantina estaba cansada de que cada navidad la enviaran a ese
orfanato. Cuando al día siguiente se reunían los duendes en la cueva de
Raedself, donde vivían como una gran familia, todos contaban divertidas
y disparatadas historias que les habían ocurrido en las casas que les
había tocado visitar. Pero Egladina era invadida por una tristeza
profunda y se quedaba en silencio.
Así había sido año tras año. Todos los duendes volvían satisfechos por
haber cumplido, una vez más, con su misión. Todos, menos Eglantina.
Para ella las navidades eran siempre iguales: llegaba al orfanato y
decenas de chiquillas y chiquillos la rodeaban. Entonces, como lo exigía
la tradición, ella les preguntaba cómo había sido el año. Y ellos pasaban
a narrarle con lujo de detalle toda clase de historias sobrecogedoras.
Después, Eglantina les entregaba regalos especiales para cada uno de
ellos, teniendo en cuenta lo que a cada uno le gustaba. Y concluía
marchándose con una pena muy onda abrazando su diminuto corazón.
El día después de la navidad los niños del orfanato lo pasaban
jugueteando y riendo como nunca, apreciando con estremecimiento
todos los regalos. Para Eglantina el día siguiente era una verdadera
tortura; no podía explicarse cómo había gente que sufría tanto y que,
aún así, era capaz de poner una sonrisa en su rostro y seguir adelante.
Pero posiblemente lo que más daño le causaba era pensar que al año
siguiente nuevamente tendría que ir a ese lugar, encontrarse con esas
suaves vocecitas y no poder hacer nada por ellos, más que entregarles
unos cuantos regalos que no terminarían, sin embargo, con su
desamparo.
Ese año consiguió llegar a un acuerdo con Laila: Eglantina iría a la casa
que siempre había visitado Laila (de una familia normal y corriente) y
Laila visitaría a los niños del orfanato.
Eglantina estaba muy contenta. ¡Finalmente podría regresar con una
historia divertida y pasaría una preciosa navidad junto a sus amigos los
duendes!

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Al día siguiente de la noche buena todos los duendes contaron sus
andanzas. Cuando le llegó su turno, Eglantina dijo que había sido la
navidad más triste de su vida. Primero: los niños no habían sido capaces
de dedicarle más que unos pocos minutos, solo querían saber qué había
dentro de los envoltorios. Segundo: sus padres habían comprado cientos
de regalos y, a su lado, los de Eglantina eran insignificantes. Y tercero:
se sintió terriblemente sola porque ninguno de esos niños se parecía a
sus amiguitos del orfanato, y echó de menos a todos y cada uno de
ellos.
Laila, por su parte, dijo que la suya había sido una hermosa navidad.
Los niños del orfanato la habían recibido con enormes sonrisas y la
habían escuchado con suma atención.
Eglantina se quedó mirándola estupefacta y le preguntó cómo podía
sentirse bien si todos esos niños tenían historias terribles. Le preguntó:
—¿No te hace daño pensar que no puedes nacer nada por cambiar
aquello?
Laila la observó fijamente y le dijo:
—Sí, pero ya lo has dicho: no hay nada que podamos hacer por
cambiarles el pasado. Nuestro deber es ofrecerles una navidad
agradable y divertida. Debemos sentirnos felices de tener esta
oportunidad.
Entonces, Eglantina lo comprendió todo. Y a partir de ese año esperó
con ansiedad el día de nochebuena para visitar a sus amiguitos del
orfanato y sazonar con caricias y risas sus tristes realidades.

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ALICIA
Después de su medio almuerzo, Alicia guardó el resto de pan en uno de
sus bolsillos. Entonces, pensó en aquel cuento que su madre le contara
cuando era una niña, el de una chiquilla que vendía cerillas en navidad.
La imagen de la pequeña con sus pies desnudos, el frío y la tristeza de
esa noche navideña, la sobrecogió. Pero, con una inmensa sonrisa, se
sobrepuso a ese sentimiento.
Habían pasado unos años de aquellas tardes de cuentos. Ahora tenía
once y ya era grande para esas tonterías; tenía que ganarse la vida.
A lo lejos vio a un joven que vendía golosinas en un parque; ella no
podía comerlas porque era demasiado grande y tampoco tenía dinero
para comprarlas. Tocó su bolsillo, confirmando que el pan permanecía
allí, y contuvo el impulso de devorarlo en un santiamén: no querría
quedarse sin desayuno para el día siguiente.
A medida que pasaban las horas, más frío sentía y la soledad de las
calles la estremecía con mayor agudeza.
Miró el cielo: unas terribles nubes anunciaban una noche de tormenta.
En ese mismo instante cientos de personas alzaban su vista al
firmamento, y anhelaban la llegada de la noche vieja: una noche de
tormenta a resguardo del viento y el agua, compartiendo una agradable
cena familiar y abriendo toneladas de regalos. Alicia lo miraba con
aflicción.
Por mucho que pisoteó durante horas las calles de esa ciudad, de la que
ni siquiera sabía el nombre, no vendió nada. Tampoco comió, aunque sí
se enfrió: sus huesos se helaron hasta el núcleo y comenzaron a dolerle.
A las diez de la noche, las calles estaban absolutamente oscuras y
desiertas y las primeras gotas empapaban el asfalto. Buscó con su
infantil vista un sitio donde cobijarse y encontró un hueco en la punta
de un edificio abandonado. Se arrebujó como pudo con sus débiles
piernitas e intentó calentarse con las imágenes de la niña encendiendo
las cerillas. ¡Lo consiguió! De pronto se sintió a gusto, cálida, incluso
acompañada. Y se durmió con una enorme sonrisa en los labios.

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Al despertar, el calor todavía entibiaba su cuerpito de pocas pulgadas;
estiró las manos y se extrañó al chocar con otro cuerpo tan frágil y débil
como el suyo, y unos enormes ojos pardos que la miraban con
entusiasmo. La niña se prendió al cuello de ese perrito flacucho y
quebradizo y se dispuso a compartir con él el medio pan que le quedaba,
para sellar esa amistad que sobreviviría al frío, al hambre, a la desolación
y a muchas futuras navidades.

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NAVIDADES A LA FUERZA
Hace muchos años, un hombre llamado Casimiro, estaba tan cansado
de ver cada día noticias malas, que deseo tener una Navidad en la que
todo el mundo fuera verdaderamente bueno y generoso.

Al salir a la calle, descubrió a todo el mundo haciendo cosas totalmente


increíbles: los conductores no insultaban a nadie si se cruzaba por un
sitio inadecuado, los gamberros trataban correctamente a los animales
e incluso, una mujer con pinta de poseer mucho dinero, donó todo lo
que llevaba encima a un mendigo que pedía unas monedas para seguir
sobreviviendo.

Tan complacido estaba con lo que veía, que decidió al supermercado en


el que solía hacer sus compras normalmente, para dejarle a una
pequeña propina, a esa cajera con tan poca suerte en la vida. Lo que no
se esperaba, es que en lugar de la propina, una fuerza invisible le obligó
a entregarle casi todo el dinero que tenía en la cartera. Confundido ante
aquel ataque de generosidad tan repentino, se alejó de allí con la
intención de ir al gimnasio. Un lugar al que no consiguió llegar, ya que
se confundió de bus y acabó en la galería más peligrosa de la cárcel,
compartiendo la tarde con los presos.

Muy enfadado consigo mismo, por hacer ese tipo de cosas en contra de
su voluntad, cayó en la cuenta de que eran situaciones provocadas por
su deseo. Unas situaciones, que no fueron todo lo agradables que a él
le hubieran gustado y gracias a las cuales descubrió, que no era el más
indicado para dar lecciones de espíritu navideño, puesto que su justicia
y generosidad eran iguales que las demás.

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EL ÁRBOL DE NAVIDAD
Esa mañana Paula se despertó más contenta que nunca. Por la tarde,
iría con su padre a buscar el árbol de navidad para colocarlo en el salón
de la casa y adornarlo con muchos objetos que ella misma había pintado
y decorado. Era la primera vez que su padre accedía a que lo
acompañara a recogerlo en la tienda, y eso significaba que ya era mayor.
Paula estaba realmente entusiasmada.
Al llegar al vivero el frío se hizo más intenso: cientos de arbolitos
colocados en hileras esperaban por una familia que viniera a buscarlos.
La mano de su padre la mantenía a salvo del frío de esa tarde de
diciembre, pero dentro sentía un ávido temblor.
Vino a atenderlos un señor muy amable que, después de buscar una
pala, les pidió que lo siguieran. Cuando Paula vio cómo el hombre
arrancaba aquel pequeño pino de su espacio se sintió muy triste y
comenzó a llorar desconsoladamente. Por mucho que su padre intentó
calmarla no lo consiguió. A tal punto llegó su exasperación que tuvieron
que abandonar el lugar sin el árbol de navidad.
Nada calmaba a Paula. Se pasó el resto de la mañana y toda la tarde
llorando y gritando, y preguntándole a su padre por qué le hacían eso a
los arbolitos. Su padre intentó explicarle que se trataba de una tradición
y que ellos habían sido sembrados con ese objetivo, que esa era su
misión en la tierra. Al escuchar eso, la tristeza de Paula se convirtió en
ira y le dijo:
—¿Su misión? ¿Y cuándo esos arbolitos decidieron que esa sería su
misión?
No hubo nada que su padre pudiera decir para convencerla. La
decepción que invadió a la niña la llevó a encerrarse en su dormitorio.
Solamente salía para comer, porque su padre la obligaba, y se pasaba
el resto del día aislada e inaccesible.
Una tarde, cuando su padre ya no sabía qué hacer con ella, Paula lo
llamó desde su habitación. Al entrar en ella descubrió que la niña había
armado un arbolito navideño precioso; y lo había hecho con objetos que
estaban en su habitación.

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—¿Ves cómo podemos tener un precioso arbolito sin dañar a otros seres
vivos?— le dijo con una hermosa sonrisa. Su padre la abrazó con ternura
y comprendió cuán equivocado había estado.
La lección de su hija no se quedó en esa experiencia. A partir de ese año
y cada navidad, padre e hija brindan un taller de manualidades para que
todos los niños del barrio armen su propio arbolito de navidad sin talar
un árbol. Su barrio es el más verde de toda la ciudad.

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