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INTRODUCCIÓN

La cultura occidental cree que ha generado, gracias al correcto uso de la razón,


el más grande progreso que la humanidad jamás conoció. Para conseguirlo fue
necesario pasar del mito al logos, olvidarse del saber narrativo y sustituirlo por
la lógica y la explicación. Sólo así parecía posible acceder a la Verdad, a la
Justicia, al Bien Universal. Pero este conocimiento con pretensiones de
universalidad y necesidad chocaba frontalmente con aquello que la convivencia
histórica, la finitud de la vida y los datos de los sentidos nos ofrecían: todo
fluye, todo cambia, nada permanece, nuestra experiencia inmediata lo es de
aquel mundo sensible, distinto a cada instante, despreciado por Platón. Por
eso, occidente necesita desprestigiar el movimiento, negar la diferencia radical
de lo que acontece, y para ello nada mejor que renegar de los sentidos y
construir realidades ultramundanas donde todo funciona como la Razón quiere
que funcione. Los valores eternos se encuentran tras velos más o menos
opacos, en algún sitio no aprehensible por los sentidos, y sólo la Razón será
capaz de descubrirlos.

Atendiendo a esto último, el sentido de la filosofía de Nietzsche será someter a


crítica la autosatisfacción de Occidente por creerse la única cultura conocedora
de la verdad, creadora de ciencia, en progreso continuo y fundamentada en
leyes racionalmente universales.

Para realizar esta crítica a Occidente, Nietzsche utilizará un método peculiar: el


método genealógico. Nietzsche rastreará los orígenes de la cultura occidental
para saber cómo surgen sus formas de valorar el mundo.

La Genealogía mostrará que nuestro linaje proviene del miedo y no del amor
por la verdad. Es un problema de valor, un problema de supervivencia
psicológica: nuestra fragilidad mental que no nos permite convivir con el caos,
es la que pone en funcionamiento a la Razón para que genere un mundo irreal
que nos permita sobrevivir. Y es el miedo a perder este mundo seguro el que
provoca el interés filosófico y moral por justificar y fundamentar, es decir, por
ocultar, tan mísero comienzo de la civilización.Y es el miedo a perder este
mundo seguro el que provoca el interés filosófico y moral por justificar y
fundamentar, es decir, por ocultar, tan mísero comienzo de la civilización. La
Razón es, pues, la causante de la enfermedad de Occidente al generar un
tumor maligno y extraño a la vida y al cuerpo. Un tumor que tiene por objeto
anular, si fuera posible, lo impulsos y crear un ultramundo. Una realidad
imaginaria que consuela. Los cimientos de esta construcción interesada, ese
mundo irreal producto del miedo, son rápidamente cubiertos bajo un manto de
racionalidad que permite convertir lo que es sólo una necesidad vital, en una
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verdad supuestamente objetiva, neutral, que responde a parámetros


universales y no a una sociedad que empieza a mostrar síntomas de
decadencia. Pero verdaderamente, la filosofía, la religión y la moral occidental
son síntomas de decadencia. Esto se demuestra rastreando la historia de la
filosofía: ya Parménides había negado el movimiento, lo sensible. Luego
Sócrates buscó afanosamente la definición universal que eliminara la
singularidad de las cosas. Platón dio un salto más e inventó un mundo
inteligible donde pudo afirmar todo aquello que la experiencia le negaba.
Aristóteles fue más comedido pero siguió sosteniendo la existencia de esencias
universales que sólo la razón descubre. Con el cristianismo la cosa fue a
mayores, elaboró un mundo teológico que no sólo negaba la singuralidad
mostrada por la experiencia, también la propia razón, condena por unos
cuantos siglos a ser subsidiaria de la fe. Tampoco Descartes fue capaz de
demostrar que el mundo de la razón era sólo un decorado teatral; cuando
observó que su duda metódica le llevaba a un callejón sin salida recuperó el
discurso de lo ultramundano, volvió a sacar del sombrero mágico a Dios, se
inventó la glándula pineal, y sólo así pudo mantener lo supuesto sin negar lo
obvio. Kant, aunque intentó acercar los dos mundos, tuvo también que recurrir
a lo racional (las categorías del entendimiento y a los a priori espacio-
temporales del sujeto), para darle sentido y lógica a lo meramente sensible
que, en tanto sensible, carece de ella. Sólo el empirismo y su discípulo el
positivismo devolvieron a los sentidos su dignidad; aunque también erraron al
considerarlos neutrales, es decir, descargados de toda valoración. Así, toda la
historia de la filosofía es una especie de furia secreta contra los presupuestos
de la vida, contra los sentimientos de valor de la vida, contra el tomar partido a
favor de la vida.

La Genealogía removerá aquello que se tenía por fundado y definitivamente


establecido; permitirá reconocer que somos producto de luchas entre fuerzas
encontradas, de intentos por imponer cada uno la suya (voluntad de poder), de
una historia azarosa que nos ha llevado hasta aquí, pero que nos podría
mandar a cualquier otra parte. Lo que nos parece hoy maravillosamente
abigarrado, profundo, lleno de sentido, se debe a que una multitud de errores y
de fantasmas lo han hecho nacer y lo habitan todavía en secreto.

EL PRIMER PERÍODO DE LA OBRA DE NIETZSCHE

Este primer período abarcará hasta 1883, y se caracteriza por una labor crítica
de la cultura muy influida por Schopenhauer y por Wagner. La obra más
representativa de este período es El Nacimiento de la tragedia en el espíritu de
la música. En esta obra examina Nietzsche no sólo el origen de la tragedia,
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sino los aspectos generales que han dado lugar al nacimiento de la cultura
occidental, que analiza a partir de dos categorías estéticas: lo apolíneo y lo
dionisiaco.

Lo apolíneo (que toma como modelo el dios Apolo) representaría el ideal de la


belleza y de las formas acabadas; lo dionisiaco (que toma como modelo el dios
Dionisio) representaría la desmesura, el arte inacabado que se expresa
fundamentalmente en la música. Pero más allá de esta primera oposición, se
revelan otros caracteres de lo apolíneo y lo dionisiaco. Lo apolíneo, además de
la medida y el orden, representa también el principio de individuación que
tiende a limitar al individuo encerrándolo en sí mismo. Lo dionisiaco representa
la superación de estos propios límites para pasar a la fusión con la naturaleza,
y Dionisio es la encarnación de los procesos siempre renovadores, es el dios
de la desmesura: la medida y la desmesura son la esencia no sólo del arte
griego, sino de todo verdadero arte. En la pugna entre ambos, los dos salen
victoriosos, y su expresión más acabada es la tragedia griega de Esquilo. El
mito trágico simboliza la sabiduría dionisiaca expresada con los medios
apolíneos.

Pero, según Nietzsche, esta unidad que simboliza la tragedia se verá truncada
por el desarrollo de la palabra. El logos vence al pathos de la tragedia, y con el
ocaso de la tragedia la conciencia y el ser dejan de coincidir. La conciencia se
cierra frente al ser, se hace plana. Con la decadencia de la antigua tragedia de
la pasión comienza para Nietzsche la nueva tragedia del logos. Y, según,
Nietzsche, nosotros estamos todavía en medio de esta tragedia.

Nietzsche critica la alta estima de la conciencia, considera fatal el despliegue


de aquel pensamiento socrático según el cual “todo ha de ser consciente para
ser bueno”. Sócrates constituye una fatalidad, pues con él comienza un
racionalismo que ya nada quiere saber de la profundidad del ser. Nietzsche
considera a Sócrates como síntoma de un profundo cambio cultural, cuyas
consecuencias perduran hasta hoy. Con Sócrates la voluntad de saber se
sobrepone a los poderes vitales del mito, de la religión y del arte,
despertándose la esperanza optimista de que la vida puede corregirse, dirigirse
y calcularse desde la conciencia. Si el ser puede corregirse, en consecuencia el
sufrimiento, la angustia, el dolor y la injusticia ya no han de tolerarse
trágicamente. Según la interpretación de Nietzsche, con Sócrates se introduce
el genio de una exigencia que vive de la fe en la posibilidad de explorar la
naturaleza y en la universal fuerza salvífica del saber. De ahí surge la base
degradada de la cultura occidental y de la metafísica, que pone el mundo real
del devenir en función de un falso mundo estático y suprasensible; que pone la
vida en función de la razón, en lugar de poner la razón al servicio de la vida, y
convierte lo real en aquella copia de una pretendida realidad “más verdadera”.
Para nuestro autor, fue Platón el que inventó el mayor error, el más peligroso
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para el hombre, aquél que sostiene que existe un bien en sí, o un mundo puro,
con lo que divide la realidad en dos mitades: el mundo sensible y el mundo
racional o ideal, que supuestamente sería un mundo puro y absoluto.

Frente a esta situación reivindica Nietzsche en su libro sobre la tragedia el


papel del arte, y sobretodo de la música. La vida necesita una atmósfera
protectora de no saber, de ilusión, de sueños, en la que se entreteja para poder
vivir. La vida necesita ante todo música, y necesita la mejor música de todas, la
de Richard Wagner

El drama musical de Wagner despierta en el joven Nietzsche la esperanza de


una restauración de la vida espiritual. Pero Wagner ve el mundo con los ojos de
Schopenhauer, apoyándose en este último es como formula Wagner sus ideas
sobre la redención a través del arte. La influencia de ambos sobre Nietzsche
marca todo este primer período.

Nietzsche cree que con Wagner el arte vuelve a su origen en la antigüedad


griega, convirtiéndose de nuevo en un acontecimiento sagrado de la sociedad
en el que se celebra la significación mítica de la vida.

En El nacimiento de la tragedia, Nietzsche piensa todavía en el consuelo


metafísico, en el sentido de una revivificación del mito y de una activación de la
potencia formadora de mitos, y alaba la fuerza creadora de mitos de la obra de
Wagner. Pero una experiencia decisiva le hará alejarse de esta actitud. En el
verano de 1876 la actitud endiosada de Wagner durante los festivales de
Bayreuth, y sobretodo el estreno de la obra Parsifal, que Nietzsche considera
como una recaída en el cristianismo, le harán alejarse definitivamente de la
metafísica artística. Verdaderamente lo que separará a Nietzsche y Wagner,
después de la coincidencia inicial, es la oposición entre una creación de mitos
que pretende una validez religiosa (Wagner), y un juego estético con el mito
que esté al servicio del arte de la vida (Nietzsche).

A la vez que el distanciamiento de Wagner ocurre la formación de un


pensamiento decisivo que dará a la filosofía de Nietzsche un nuevo giro: a
partir de ahora Nietzsche no quiere permitirse derogar la razón con medios
refinados, a saber, entregándose al sueño de un mito estético. Las obras de
Nietzsche más características de este período son: “Humano, demasiado
humano (1878) –en que comienzan a aparecer los temas que desarrollará
posteriormente-, “Aurora” (1881) y “La gaya ciencia” (1882).

La tarea que se propone ahora Nietzsche es la de destruir el edificio de la


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metafísica, la religión y la moral, invirtiéndolos, es decir, intenta considerarlos


como fenómenos que no llevan inherente el acceso privilegiado a la verdad que
les ha otorgado la historia.

EL SEGUNDO PERÍODO DE LA OBRA DE NIETZSCHE

El segundo período está marcado por la aparición de “Así habló Zaratrusta”, en


la que emprende la crítica de la metafísica, la moral y la cultura de occidente, y
formula sus grandes tesis: el nihilismo, la transmutación de los valores, la
doctrina de la voluntad de poder, del eterno retorno y la del superhombre.

La muerte de Dios

Esta frase, aunque fue utilizada por primera vez por Hegel, la populariza
Nietzsche como metáfora de la decadencia total de los valores morales de
occidente, y con la que da a entender que la fe en el Dios cristiano carece ya
de todo crédito, y que la metafísica, viciada desde el comienzo por su
orientación platónica, ha llegado a su fin.

La frase Dios ha muerto, representa para Nietzsche la negación de todos los


trasmundos inventados por la religión, gran mentira que convierte la vida en
una mera sombra. La idea de Dios, entendida como el fundamento del mundo
verdadero, es la gran enemiga. El espíritu libre es aquél que es capaz de
asumir que se debe acabar con el mundo verdadero y con la metafísica y
aceptar que nada debe ponerse en su lugar. Para Nietzsche de nada serviría
sustituir la idea de Dios por las de humanidad (Comte), ciencia, racionalidad
(ilustrados), técnica u otros sustitutos.

Con la muerte de Dios, con el agotamiento del sentido de todo lo que se


relaciona con el mundo de las ideas, empieza la hora del nihilismo, esto es, la
hora de la subversión de los valores hecha posible por la voluntad de poder.

El nihilismo y la voluntad de poder

Nietzsche no es el generador del nihilismo; se lo encuentra ya instalado en la


cultura europea, y él se limita a elaborar un diagnóstico. Pero no significa que
esté al lado de la enfermedad. Si intenta precipitar el proceso de degradación
es porque para sanar es necesario acelerar el proceso de infección. Frente al
nihilismo pasivo quiere reaccionar con un nihilismo activo. Nihilismo activo
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porque, en su propuesta, los viejos valores no se hunden por sí mismos sino


que son hundidos antes directamente por la voluntad de poder, que dice no a
esos valores. Una vez hundidos, la voluntad de poder ha de crear nuevos
valores, aunque sean personales e intransferibles de cada propio creador.

Destruir los viejos valores pasa por matar a Dios. Como antes apuntábamos,
Dios aquí, no es sólo el ente metafísico creado por los hombres para vencer el
miedo ante lo experimentado; es también la Verdad, la Razón, el Conocimiento,
la Moral Cristiana y el Deber. La muerte de Dios es la muerte de una cultura.

Una vez hemos matado a Dios es el momento de la nueva valoración sobre la


vida, la esperanza, la gran aurora. Ahora ya podemos convertirnos nosotros
mismos en dioses y construir mundos a nuestra imagen y semejanza. Esta
creación no estará hecha por la reflexión de la razón –puesto que entonces
resucitaríamos los viejos valores que hemos dejado atrás- sino por el instinto
que Nietzche llama voluntad de poder. Voluntad de poder es en gran medida,
voluntad creadora de valores, voluntad de ser más, de superarse, de demostrar
una fuerza siempre creciente.

Hay, pues, en Nietzche, un camino de liberación, un camino para que el ser


humano pueda orientarse en un mundo distinto al que ha habitado hasta ahora.
Se trata, por supuesto, de una liberación individual, nada que ver con un
cambio social. La liberación consiste en la recuperación del sentimiento de
potencia. Liberarse de la mala conciencia y de la culpa y conseguir, así, gozar
de nuevo de nuestra voluntad creadora de valores. La liberación es propuesta
como una opción, como una decisión que ha de tomar cada cual según sus
fuerzas; en ningún caso aparece como un modelo de verdad a imitar por todos
los hombres, al estilo de la salida de la caverna platónica. El mundo no es
caverna, sino teatro donde cada cual representa el papel que puede; y el
liberado representa, en cambio, el papel que quiere. Este creador de valores
será el superhombre.

El superhombre

Superhombre no es ningún concepto biológico, no se refiere a ninguna clase de


hombre de una raza superior o más evolucionado, sino que se trata más bien
de un concepto ético. El superhombre es el creador de valores que superará el
nihilismo pasivo. Es aquel llamado a superar al hombre moderno, ya que
encarna nuevos valores distintos a los de la tradición humanista cristiana de
Occidente. El superhombre es capaz de romper con la petrificación de los
conceptos y sabe convivir con el caos y la diversidad. Es el que engendra
sentidos y transvalora sin quedarse sin valores. No es un narciso enamorado
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sólo de sí mismo; tampoco es un revolucionario que dote de sentido ejemplar a


la historia: es el ser humano que se libera y crea su propia valoración del
mundo dentro de un entramado de micro poderes. Es su propio Dios en tanto
crea con total libertad sin ninguna imposición de tipo metafísico.

Para explicar el tránsito del hombre al superhombre, Nietzsche recurre a la


metáfora de la triple metamorfosis: el camello, que toma sobre sí la pesada
carga de la moral invertida, se convierte en león, que critica la moral del deber
ser, para transformarse a su vez en un niño, creador espontáneo de su propio
juego. Los nuevos valores no son conmensurables con los establecidos ni con
ningún criterio externo a ellos mismos, pues ellos son precisamente la nueva
norma.

El eterno retorno

La capacidad de asumir plenamente el nihilismo es lo que caracteriza al


superhombre, y la prueba que éste debe pasar es la del eterno retorno de lo
mismo.

El tema del eterno retorno lo desarrolla Nietzsche en el capítulo del Zaratustra


titulado “De la visión y el enigma”. Según él mismo, se trata de su pensamiento
más profundo, y también del más difícil de captar, ya que el tratamiento que da
Nietzche de este tema es bastante ambiguo. No obstante, parece claro, según
los textos de la Gaya Ciencia y del Zaratustra, que debe entenderse como
doctrina moral: es el sí trágico y dionisiaco a la vida pronunciado por el propio
mundo, unido a la noción del amor fati, expresión latina que significa amor al
destino, y que Nietzsche utiliza para significar la actitud del superhombre ante
la vida y el suceder cósmico.

Esta doctrina moral o, mejor, prueba selectiva moral, supone una importante
reflexión sobre el tiempo que Nietzsche expone de forma metafórica. Con sus
metáforas, Nietzsche reivindica la destrucción del sentido trascendente del
tiempo lineal judeo-cristiano: un tiempo orientado a un fin que trasciende cada
uno de sus momentos inmanentes. Pero esto tampoco supone afirmar la
circularidad del tiempo, pues no se trata de que el tiempo gire incesantemente
sobre sí mismo, trayendo tras el invierno la primavera y tras el nacimiento la
vejez y la muerte, hasta renacer de nuevo. Ésta es una visión apresurada y
superficial del caso, y si Nietzsche se hubiera atenido exclusivamente a ella
hubiese ido poco más allá de la mitología tradicional de numerosos pueblos
primitivos. Lo importante aquí es que el eterno retorno es el fin de toda finalidad
trascendente, es el fin de la subversión del tiempo por la eternidad. Y esto es
fundamental porque para Nietzsche la crítica ilustrada de la divinidad perpetúa
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el sentido trascendente del tiempo a otro nivel. Ciertamente ésta recusó la


trascendencia religiosa del más allá de la muerte, pero en cambio mantuvo la
condena contra la inmanencia: la individualidad finita, como enseñó Hegel,
debe pagar perpetuamente a lo infinito y universal el tributo de su muerte. Así,
el papel de la trascendencia lo ocuparon otros absolutos: la Razón y su Lógica,
el Estado, la Historia. Como siempre, la eternidad vigila al tiempo desde fuera
del tiempo.

La apuesta de Nietzsche, en cambio, consiste en plantear un simulacro de


doctrina que derrote la desvalorización de la inmanencia y exprese la plena
afirmación sin reservas de ésta. El eterno retorno es la representación de
afrontar valientemente lo vital. Por ello significa que cada instante es único,
pero eterno, ya que en él se encuentra todo el sentido de la existencia, dado
que ésta ya no puede remitirse más allá de ella misma para encontrar un
sentido. Es por esto que la doctrina del eterno retorno no es descriptiva, sino
prescriptiva: el eterno retorno debe instituirse por medio de una decisión
humana para que realmente cada momento posea todo su sentido. El
resentimiento contra la vida nace de la incapacidad de asumirla plenamente, y
asumirla plenamente es aceptar que todo lo que fue, fue porque así lo hemos
querido. Por eso afirma Nietzsche que es un pensamiento que da miedo, pavor.
Sólo aquellos que han aprendido que para poder decir sí a algo hay que decir
sí a todo, todo lo pasado y lo futuro, pueden pasar la prueba selectiva del
eterno retorno. En definitiva, sólo el superhombre, el que ha de venir, puede
soportar las consecuencias que se derivan de aceptar el devenir caótico y
absurdo, sin logos, del mundo.

EL TERCER PERÍODO DE LA OBRA DE NIETZSCHE

El tercer período de la filosofía de Nietzsche es el que se corresponde a la


etapa posterior al Zaratrusta, en el que se prosigue con las mismas líneas, pero
con un carácter más amargo, más centrado en la crítica de la moral y la
necesidad de la transvaloración de todos los valores. Las obras representativas
de este período son: Más allá de bien y del mal, La genealogía de la moral y El
crepúsculo de los ídolos.

La genealogía de la moral

La genealogía de la moral se inicia con el estudio etimológico e histórico de los


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conceptos bueno y malo. ¿Qué es lo bueno? En todas las lenguas contesta


Nietzche, “bueno” significa originariamente noble y aristocrático (no en el
sentido de una clase social concreta, sino en el sentido elevado, superior en
méritos a los demás), contrapuesto a “malo” que es lo vulgar, plebeyo, simple.
Estas denominaciones han sido creadas por los nobles y poderosos, ya que
son ellos los que tienen el poder de dar nombres a las cosas.

Posteriormente, aquellos considerados “malos” realizan una revuelta y se


llaman a sí mismos “buenos”. Los “malos” pasan, así, a ser los nobles y
superiores en mérito. Ahora el rebaño es el que impone su voluntad de poder.
Esta transmutación de los valores permite pasar de la “moral de los señores” a
la nueva “moral de los esclavos”.

La moral surge como resultado de la rebelión de los esclavos y es producto de


una actividad reactiva, del “resentimiento”. El resentimiento es el que produce
los valores morales de Occidente y es el responsable de la aparición de una
civilización enemiga de la vida y de un ser humano incurablemente mediocre.
Con su triunfo el rebaño coarta la actividad del espíritu libre, pues crea un
sentimiento de culpa cuando éste trata de superar los límites impuestos por la
nueva moral colectiva.

Las dos manifestaciones de esta rebelión en Occidente son el cristianismo, por


una parte, y el socialismo y la democracia, por otra.

a) El cristianismo es el enemigo de la vida, en tanto que es represor de la


vitalidad: castidad, ayuno, sacrificio, resignación, humildad, etc. El cristiano
está lleno de sentimiento de culpa por todo lo que hace, persigue todo lo que
es instinto vital con la idea de pecado. El cristianismo ha hecho de la Tierra una
terrible morada.

b) El socialismo y la democracia, según Nietzsche, matan a Dios, pero


mantienen la gramática. Es decir, mantienen los mismos valores del
cristianismo, pero secularizados, sin necesidad de justificarlos en la idea de
Dios. Sigue siendo una moral de los débiles, de la decadencia, de seres
humanos domesticados. A Nietzche le molesta sobretodo el concepto de
igualdad de los seres humanos; concepto contranatura, pues no hay nada en la
naturaleza que sea idéntico a otra cosa. La igualdad es contraria a la
individualidad, a la voluntad de poder.

Pero, según Nietzsche, este triunfo de la revolución de los esclavos está


llegando a su fin.
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La transvaloración de todos los valores

“La transvaloración de todos los valores” es una expresión acuñada por


Nietzsche para referirse a la necesidad de cambiar los falsos valores que han
dominado toda la cultura occidental desde el momento en que la filosofía
socrática, proseguida por el platonismo y el triunfo del cristianismo, puso la
vida, lo terrenal, lo inmanente y el devenir en función de la muerte, lo
suprasensible, lo trascendente y el ser eterno.

Pero la culminación de este proceso es la muerte de Dios efectuada a partir de


la Ilustración. Esta situación engendra, por una parte, la aparición de una moral
de la peor ralea, que tiene en el “último hombre” a su máximo representante:
aquél “pulgón inextinguible” que es más despreciable. Pero, por otra parte,
engendra también la posibilidad de la aparición de la superación del hombre
con el advenimiento del superhombre. El desenmascaramiento de los falsos
valores es el aspecto positivo del nihilismo, y el superhombre, verdadero
detentador de una moral de señores, permite la transvaloración de todos los
valores. El “superhombre” se apoya en nuevos valores, contrarios a los que la
cultura occidental ha mantenido durante milenios, y que suponen una vuelta a
la realidad, a la fidelidad al sentido de la tierra, a la finitud, a la irracionalidad, al
instinto de la vida, a la voluntad de poder, etc.

CONCLUSIÓN

El conjunto de la filosofía de Nietzsche es, como hemos visto, una crítica


radical a los fundamentos de la cultura occidental basada en una metafísica,
una religión y una moral que han suplantado e invertido los valores vitales.
Pero, por otra parte, es también una “una filosofía de la sospecha”, según la
afortunada expresión acuñada por Paul Ricoeur para referirse a las filosofías
de Marx, Nietzsche y Freud. Estos tres autores expresan, desde diferentes
perspectivas e intenciones, que la filosofía de la subjetividad característica de
la Modernidad ha entrando en crisis, al mostrar la insuficiencia de la noción de
“sujeto”.

Estos tres pensadores han puesto en entredicho todo el ideal de la Ilustración,


con su afán de progreso, su búsqueda de la felicidad y la justicia. De tal modo
que aparece un nuevo problema filosófico: la insuficiencia de la noción
fundante de “sujeto” o de la “conciencia”, que era el punto arquimédico desde
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donde se quiso edificar el edificio del conocimiento tras el Cogito de Descartes.


Los tres ha hecho sospechosa la noción de conciencia y, por ende, han
mostrado que más al fondo de la noción de sujeto se encuentran múltiples
mecanismos (económicos, psicológicos, de miedo, etc.) que permiten
sospechar que la noción de sujeto es insuficiente para construir el edificio del
saber.

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