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Este libro acerca de la justificación por la fe habla en térmi·

nos prácticos. El Dr. Wallenkampf podría marearnos con alta


teología. Pero prefiere usar ilustraciones de la vida diaria y con
símbolos bíblicos para expresar claramente cómo se puede res·
tablecer una relación perfecta entre los hombres y Dios.
El autor tiene otro objetivo en vista. Quiere dar a los lecto·
res un cuadro completo. Muchos trabajos sobre la justificación
enfocan uno u otro aspecto de la doctrina~ El Dr. Wallenkampf
intenta estudiar todos los aspectos implicados. No quiere dejar
ninguna laguna en la comprensión del lector.
Responde preguntas difíciles como: "¿Basta una actitud men·
tal -la fe- para salvarnos?" "Si la justificación nos hace to·
talmente aceptables ante Dios, ¿es opcional la santificación?"
y "Si somos justificados ahora, ¿por qué es necesario un juicio
posterior?"
Wallenkampf también analiza puntos que pocas veces se to·
man en cuenta. Por ejemplo: El significado moderno de santi·
ficación es diferente del uso de la misma palabra en el Nuevo
Testamento.
Cuando termine de leer el libro, tendrá una mejor compren·
sión de la justificación. Ycon esa comprensión tendrá el gozo
de saber cuánto ha hecho Dios para llevarnos de vuelta a casa.
El Dr. Wallenkampf ha sido profesor de religión en el Cole·
gio Unión de Nebraska y en la Universidad de Loma Linda, Ca·
lifornia, y ha escrito varios libros sobre temas afines.

aOOs
Lo que todo cristiano debería saber
sobre ser

Justificados
Lo que todo cristiano debería saber
sobre ser

Justificados
Arnold Valentin Wallenkampf

ASOCIACION CASA EDITORA SUDAMERICANA


Avda. San Martín 4555, 1602 Florida,
Buenos Aires, Argentina
Título del original: What Every Christian Should Know About Being Justified,
Review and Herald Pub!. Assn., Hagerstown, MD, E.U.A., 1988. ISBN 0-
8280-0416-1

Traducción: Adriana I. de Femopase, Rolando A. Itin

IMPRESO EN LA ARGENTINA
Printed in Argentina

Primera edición
Primera reimpresión
MCMXCVII - 2M

Es propiedad. © R&H Pub!. Assn. (1988).


© ACES (1989).
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 950-573-174-4

230 Wallenkampf, Arnold Valentin


WAL Lo que todo cristiano debería saber sobre ser justificados -
1a. ed., 1a. reirnp. - Florida (Buenos Aires): Asociación Casa
Editora Sudamericana, 1997.
153 p.; 20x14 cm.

Traducción: Adriana l. de Femopase, Rolando A. ltin

ISBN 950-573-174-4

l. Título - 1. Teología dogmática

Impreso, mediante el sistema offset, en talleres propios.


140497

-36511-
Indice

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
l. La batalla por la voluntad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
2. Tipos de pecado ................................... 21
3. La destructividad del pecado ........................ 28
4. La justificación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34
5. La justificación temporaria universal ................. 38
6. Compromiso personal a través de la justificación
por la fe .......................................... 45
7. Seguridad en Cristo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
8. Una nueva criatura ................................. 65
9. El fruto de la justificación .......................... 72
10. La insuficiencia de las buenas obras . . . . . . . . . . . . . . . . . . 80
11. Caín y Abel ....................................... 88
12. Contemplemos a Jesús .............................. 94
13. Justificación y santificación: distintas, pero nunca
separadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1O1
14. Entre Escila y Caribdis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 110
15. La justificación y el juicio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117
16. La salvación y las recompensas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 130
17. La perfección cristiana ............................. 137
18. El gozo y la gloria de la justificación por la fe . . . . . . . 148
Introducción
Como profesor en instituciones universitarias he visto desa-
rrollarse muchas amistades entre jóvenes y señoritas. También
noté lo que a menudo ocurre cuando una amistad se rompe. Los
dos jóvenes que antes se habían buscado y que gustaban de su
compañía mutua, ahora comienzan a evitarse. Si uno de ellos nota
que el otro viene por un sendero que los llevaría a encontrarse,
él o ella toma por un sendero lateral para evitar el encuentro.
Después que se rompe su relación amistosa, se sienten incómo-
dos en la presencia del otro.
Los seres humanos en pecado sufren de una relación rota o
fracturada con Dios. Como resultado, a menudo huyen de El.
Adán y Eva, en el propio jardín de Dios, fueron los primeros
en hacerlo. Desde entonces, los hombres han estado huyendo de
Dios, porque se sienten incómodos en su presencia.
El mensaje de la Biblia apunta a sanar la relación rota entre
Dios y el hombre. Nos referimos a ello como a "hacer que una
persona sea justa delante de Dios" o a justificar, o sencillamen-
te, como la redención por medio de Jesucristo.
El Antiguo Testamento anticipa la primera venida de Cristo
y su muerte como sacrificio en el Calvario por toda la humani-
dad, a fin de que el abismo entre Dios y el hombre pudiera ser
cruzado y se restaurara la amistad entre ellos. El Nuevo Testa-
mento presenta el cumplimiento de las profecías del Antiguo Tes-
tamento acerca de que Cristo salvaría el abismo entre Dios y el
hombre al morir en el Calvario. También lo presenta como nuestro
intercesor, sentado ahora en gloria a la diestra de Dios. Pronto
regresará a esta tierra, acompafi.ado por sus ángeles, para reunir
a todos los que hayan elegido restablecer una relación perma-
nente con El. Ellos han experimentado la expiación, y son los
redimidos.
La Biblia no tiene un concepto o modelo único de la expia-
ción, ni presenta de una sola manera el comienzo de la vida cris-
tiana en Cristo y la permanencia en El. Presenta ambas con
7
8 JUSTIFICADOS

diferentes modelos o símbolos. Cada una de las diferentes teo-


rías, tanto de la expiación como del comienzo de la vida cristia-
na, generalmente emplea sólo un símbolo o ilustración y toma
ese símbolo o ilustración como definitivos. Pero la teología bí-
blica usa muchos símbolos. Estos diferentes símbolos son nece-
sarios para presentar "la multiforme sabiduría de Dios"(Efe. 3:
10) exhibida en el multifacético plan de restauración y salvación.
Jesús generalmente presenta el camino de salvación por me-
dio de parábolas: la moneda perdida, la oveja perdida, el hijo
pródigo, el vestido de bodas, las ramas que están unidas a la vid,
la condición del creyente como la de un niño inocente y el nuevo
nacimiento, para mencionar sólo unas pocas. Juan enseña que
mediante la fe los pecadores se vuelven hijos de Dios. Pablo usa
el símbolo del injerto y de la adopción, entre otros.
Pero el método mejor conocido de Pablo para presentar có-
mo el pecador llega a ser hijo de Dios es el uso del modelo de
la justificación y la justificación por la fe. Más específicamente,
la justificación es el modelo que usa en sus epístolas a los Gála-
tas y a los Romanos para explicar cómo un pecador recibe un
plazo para ponerse en relación armoniosa con Dios. Pablo ob-
tuvo la ilustración de la justificación de los tribunales. Como tal,
es una ilustración forense. Pero ésta, por sí misma, no puede re-
presentar adecuadamente el espectro total de las enseñanzas del
Nuevo Testamento acerca del comienzo de la vida cristiana y del
plan de salvación, como tampoco lo puede hacer ninguna otra
ilustración o metáfora.
Desde que Martín Lutero llamó la atención de los hombres
y las mujeres a la enseñanza de la justificación por la fe, sus im-
plicaciones han sido discutidas ansiosamente y aun debatidas aca-
loradamente. Esto ha sido cierto aun durante la comparativamente
breve historia de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.
Este corto libro reexamina algunas de las facetas de la justi-
ficación para que, como creyentes en la múltiple misericordia de
Dios, podamos entrar en una relación amistosa con Dios y per-
manecer en ella, y finalmente estar con El en su reino. Pero para
comprender cómo un pecador -y todos lo somos- puede lle-
gar a estar en armonía con Dios, o ser justificado, primero de-
bemos comprender qué es el pecado. También debemos tener un
concepto claro de la perfección cristiana. Con este objetivo, el
INTRODUCCION 9

libro comienza por analizar el pecado y termina con el estudio


de la perfección cristiana.
Es el deseo y la oración del autor que las palabras de este li-
bro no sólo sean intelectualmente iluminadoras, sino que tam-
bién puedan ayudar a los hombres y las mujeres a conocer mejor
a Jesús, a amarlo con mayor devoción, y a seguirlo con más ale-
gría. De este modo podrán experimentar tanto la salvación tem-
poral como la eterna.
La batalla
por la voluntad
1

U na declaración desafortunada que escuché cuando era


adolescente aún resuena en mis oídos. Una adolescen-
te soltera en nuestro vecindario había quedado emba-
razada y había dado a luz un niño. El padre de la niña, más su-
miso que sabio, comentó: "El camino de Dios siempre es el
mejor".
Mediante esa observación el padre dio la impresión errónea
de que Dios había querido ese embarazo. Pero el embarazo y el
nacimiento no fueron el resultado de la voluntad de Dios. Más
bien fueron el resultado de la elección imprudente de la joven
pareja. Aunque equivocado, el padre todavía tomaba en cuenta
a Dios. Hoy, por otro lado, la mayor parte de la gente cree que
no hay ninguna relación entre las desgracias personales o las ca-
lamidades naturales y la maldad moral o pecado. La razón de
esto es que la nuestra es una era poscristiana en la que el ''peca-
do es un concepto que pertenece enteramente al ámbito re-
ligioso" . 1
La orientación vertical o religiosa del hombre prácticamente
ha desaparecido. En vez de hablar del pecado, con sus implica-
ciones de responsabilidad moral, usamos expresiones tales co-
mo alienación, separación, aislamiento, falta de ajuste, falta de
significación, quebranto, estar perdido. Tendemos a echar la culpa
de la delincuencia personal y el crimen a la herencia, las condi-
ciones sociales, la ignorancia y, en forma particular, a las condi-
ciones económicas. Los modernos rara vez interpretan sus
condiciones teniendo en cuenta a un Creador y Sustentador per-
sonal de un universo moral. Para el hombre, el culpable rara vez
11
12 JUSTIFICADOS

es él mismo. Pero John R. W. Stott dice: "El problema del mal


está localizado en el hombre mismo, no meramente en su so-
ciedad" .2
El apóstol Pablo y Lutero, entre otros, tenían una clara per-
cepción de un Dios personal y de su responsabilidad ante El. Cuan-
do Pablo cayó ciego en el camino a Damasco, sus pensamientos
se volvieron instantáneamente a Dios y exclamó: "¿Qué haré,
Señor?" (Hech. 22: 10). Aun después de su conversión, Pablo
se. llamó "el primero" "de los pecadores" (1 Tim. 1: 15).
Mientras Lutero estuvo en el monasterio agustino de Erfurt,
su clamor constante fue: "¿Cómo puedo encontrar a un Dios
bondadoso?" Los reformadores y teólogos hasta nuestros días
hablaron del pecado. Pero hoy, el zeitgeist o espíritu de la época
es muy diferente; estamos viviendo en un clima intelectual y es-
piritual nuevo del cual Dios está mayormente ausente.
Pablo, el primero de los pecadores, encontró a Jesús y la sal-
vación en el camino a Damasco. El desesperado monje agustino
Lutero descubrió a un Dios amoroso en la enseñanza paulina de
la justificación por la fe.
Cuando usamos el término justificación, lo aplicamos a los
pecadores. La justificación presupone la criminalidad, o el pe-
cado. No hay necesidad de justificación o salvación cuando no
hay maldad. Ni tampoco puede apreciarse a un Dios amante sin
la percepción de la maldad y el pecado personales. Un concepto
defectuoso del pecado inevitablemente conduce a una falta de
aprecio de la justificación y la salvación. Para comprender y apre-
ciar la justificación, o el perdón de los pecados, primero debe-
mos entender qué es el pecado. Después de todo, ¿qué es el pecado
y cómo llegamos a ser pecadores?
Debemos retroceder al Edén. Cuando Dios creó a Adán y Eva,
los dotó con la libertad para hacer elecciones morales. Poseían
la capacidad de obedecer o de desobedecer a su Hacedor. Esto
es evidente por la instrucción que les dio con relación al fruto
del árbol del conocimiento: "De todo árbol del huerto podrás
comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no come-
rás" (Gén. 2: 16, 17). Adán y Eva conocían la voluntad de Dios,
pero no eran esclavos de ella. Podían apartarse de ella. Y apar-
tarse de la voluntad de Dios es pecado.
La capacidad de hacer una elección independiente es parte
SEGURIDAD EN CRISTO 13

de la propia naturaleza de Dios. Y El dio esta notable facultad


a Adán y Eva, sabiendo plenamente cuál sería el costo final: la
vida de su propio Hijo en la cruz del Calvario. Pero lo hizo por-
que ansiaba el compañerismo con seres que en cierta forma fue-
ran como El. No quería robots que automáticamente hicieran lo
que El quería, sino seres inteligentes y con voluntad libre, capa-
ces de pensar, de decidir, de actuar por su voluntad, que lo ama-
ran y eligieran su compañía y forma de conducirse.
Satanás sabía que la hermosa pareja que estaba en el jardín
de Dios poseía la libertad para hacer elecciones morales. Este,
pensó, podría ser el punto clave para desviar sus afectos y leal-
tad de Dios hacia él. Y "Adán había de ser probado para ver
si iba a ser obediente, como los ángeles leales, o desobediente.
Si hubiese soportado la prueba, hubiera instruido a sus hijos tan
solamente en un sendero de lealtad" .3 La relación de confianza
de Adán y de sus descendientes en Dios hubiera dado como re-
sultado un desarrollo más elevado, puesto que "el ideal que Dios
tiene para sus hijos está por encima del alcance del más elevado
pensamiento humano. La meta a alcanzar es la piedad, la seme-
janza a Dios" .4 La rebelión, por otra parte, produciría el desas-
tre y finalmente la muerte definitiva. Para alcanzar esta meta,
Satanás cortejó sutilmente a Eva para que fuera contra la volun-
tad de Dios y escogiera comer la fruta prohibida.
La decisión de Adán de seguir el ejemplo de Eva, de actuar
en forma deliberada contra la voluntad de Dios y obedecer aSa-
tanás, fue definidamente fatal (véase 1 Tim. 2: 14). "Cuando el
hombre [Adán] quebrantó la ley divina, su naturaleza se hizo mala
y llegó a estar en armonía y no en divergencia con Satanás. No
puede decirse que haya enemistad natural entre el hombre peca-
dor y el autor del pecado. Ambos se volvieron malos a conse-
cuencia de la apostasía" .5
Mediante el mal uso de la posibilidad de la libre elección mo-
ral que Dios le había dado, Adán llegó a tener una naturaleza
carnal y afianzó a la humanidad en la esclavitud de Satanás. "Los
designios de la carne son enemistad contra Dios" (Rom. 8: 7),
o "la aspiración de la carne es enemistad con Dios" (versión
Bóver-Cantera).
Al servicio de Dios, Adán había sido libre para elegir su leal-
tad. Al obedecer a Satanás saltó, por así decirlo, junto a toda
14 JUSTIFICADOS

su descendencia, de la libertad bajo Dios a la esclavitud deSata-


nás (véase Rom. 6: 16; 2 Ped. 2: 19). El pecado de Adán afectó
a toda la humanidad.
La posición en el pecado es algo así como la de las naciones
bajo la doctrina de Brezhnev: las naciones democráticas o inde-
pendientes están libres para elegir convertirse al comunismo, pe-
ro una vez que eligieron adoptar el sistema de gobierno comunista
pierden el derecho de abandonar la familia comunista y volver
a un sistema democrático de gobierno.
Al violar la voluntad de Dios, Adán y Eva pasaron de la in-
mortalidad potencial a la mortalidad pecadora. Engendraron hijos
como ellos: mortales, con naturalezas carnales y malvadas, ene-
migos de Dios. Su primer hijo, Caín, permitió que su naturaleza
carnal lo gobernara; acarició sentimientos de rebeldía contra Dios
y se molestó porque la maldición que resultó del pecado de Adán
cayó sobre él y la raza humana. Abel, por su parte, escogió na-
cer de nuevo. Seguía las insinuaciones del Espíritu de Dios y ma-
nifestaba un "espíritu de lealtad hacia Dios; veía justicia y
misericordia en el trato del Creador hacia la raza caída, y acep-
taba agradecido la esperanza de la redención" .6 Caín, un escla-
vo de Satanás; Abel, un hombre bajo la conducción del Espíritu
Santo.
Por el solo hecho de haber nacido, el hombre ha sido desde
entonces "el esclavo de Satanás y de sus propios malos deseos
y apetitos". 7 En Efesios 2 Pablo analiza la servil impotencia del
hombre que está en el pecado. Dice que todos los no regenera-
dos, como los efesios antes de que se acercaran a Jesús, estaban
"muertos ... siguiendo nuestros propios deseos y cumpliendo
los caprichos de nuestra naturaleza pecadora y de nuestros pen-
samientos ... merecíamos el terrible castigo de Dios, igual que
los demás" (Efe. 2: 1-3, versión Dios habla hoy).
La esclavitud de la humanidad a Satanás no implica que ca-
da persona esté continuamente en visible rebelión contra Dios.
"La naturaleza permanecerá sepultada mucho tiempo -dice
Francis Bacon-, y sin embargo, revivirá cuando se presente la
ocasión o la tentación". Pero la enemistad contra Dios y su vo-
luntad permanece siempre latente dentro de cada persona no con-
vertida. Cuando repentinamente surgió la violencia entre los
partidarios de un equipo inglés de fútbol y otro italiano en el par-
SEGURIDAD EN CRISTO 15

tido final de la Copa Europea en Bruselas, el29 de mayo de 1985,


en el que hubo varios muertos, Roger Rosenblatt comentó: "La
gente está llena de ciclones listos para desencadenarse con
furia" .8
Sin el nuevo nacimiento, cada persona que llega al mundo
está irremediablemente perdida para la eternidad, puesto que por
temperamento es enemiga de Dios. Esta es la razón por la que
Jesús ordenó: "El que no naciere de agua y del Espíritu, no pue-
de entrar en el reino de Dios"(Juan 3: 5).
Todos nosotros debemos "nacer de nuevo" (vers. 7), como
Abel, no "de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de
varón, sino de Dios"(Juan 1: 13), "no de simiente corruptible,
sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y perma-
nece para siempre" (1 Ped. 1: 23). Cada cristiano genuino ha
experimentado este nuevo nacimiento. Mediante esta regenera-
ción o conversión, el pecador ha llegado a ser "participante de
la naturaleza divina" (2 Ped. 1: 4). "El que está unido a Cristo
es una nueva persona. Las cosas viejas pasaron; lo que ahora
hay, es nuevo" (2 Cor. 5: 17, versión Dios habla hoy). Por pri-
mera vez en su vida, la persona convertida tiene "este sentir [ma-
nera de pensar] que hubo también en Cristo Jesús" (Fil. 2: 5).
Esta actitud impulsaba a Jesús a decir siempre: 'El hacer tuvo-
luntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi
corazón" (Sal. 40: 8).
A diferencia de todos los demás seres humanos, Jesús tuvo
esta actitud desde su nacimiento en Belén, puesto que en su naci-
miento físico en este mundo nació por el Espíritu (véase Luc. 1:
35). Jesús nació físicamente "nacido de nuevo", mientras uste-
des y yo debemos "nacer otra vez" (Juan 3: 7).
El hombre natural se rebela contra Dios en actitud, pensa-
miento, palabras y actos. Y esto es pecado. El pecado, entonces,
no siempre es un acto. Demasiado a menudo limitamos el peca-
do, o la oposición a Dios, sólo a las palabras o a los actos ma-
los. Pero en la parábola de la gran separación (Mat. 25: 31-46)
Jesús no enumeró ningún acto visible de los que llamó cabritos.
No fueron rechazados por haber realizado actos malos o habla-
do palabras impropias. No habían hecho nada malo, pero ha-
bían pecado porque habían diferido de Dios en motivos y
actitudes.
16 JUSTIFICADOS

Una razón de la confusión de lo que constituye pecado o de


lo que convierte a uno en pecador surge del concepto demasiado
extendido de que sólo los actos pecaminosos son pecados. Pero
los actos y las palabras son síntomas del pecado más bien que
pecados en sí mismos. Son expresiones de una actitud de separa-
ción mental o espiritual de la voluntad de Dios. Este es el mal
interior, o la esencia del pecado.
El pecado es básicamente un problema de relación. "Pecado
es cualquier cosa que rompa el compañerismo de un hombre con
Dios y produzca una separación entre el hombre y Dios" .9 Pe-
camos cuando rompemos nuestro compañerismo íntimo propues-
to por Dios. Y el compañerismo con Dios, como observa
Watchman Nee con perspicacia, existe sólo cuando la voluntad
de una persona está "unida con la de Dios" . 10
El pecado no es un asunto meramente ético, una violación
de un código legal. Es más bien religioso, un apartamiento de
Dios. Norman H. Snaith dice que el pecado es "teófugo", 11 una
huida de Dios. Por lo tanto es correcto, como alguien ha dicho,
que el pecado es más que quebrantar la ley de Dios; es quebran-
tar el corazón de Dios. Adán y Eva hicieron precisamente eso
cuando comieron de la fruta del árbol de la ciencia, y luego hu-
yeron y se escondieron en la espesura del antiguo jardín; el pró-
digo hizo lo mismo cuando se fue de su casa.
El pecado reside en la mente y se manifiesta en las elecciones
que uno hace. Así, "no es la magnitud del acto de desobediencia
lo que constituye el pecado, sino el desacuerdo con la voluntad
expresa de Dios en el detalle más mínimo" Y Cuando damos
nuestra lealtad a algún otro que no sea Dios, pecamos. Pode-
mos ser leales al yo si nos exaltamos a nosotros y nuestros cami-
nos por sobre la voluntad de Dios y sus caminos. En el huerto,
Adán y Eva eligieron su propio camino en lugar del de Dios cuan-
do comieron la fruta prohibida (véase Gén. 3: 1-7). De ese mo-
do, pecaron.
Podemos pecar simplemente por acariciar sentimientos que
no están en armonía con la voluntad de Dios. "La ley de Dios
toma en cuenta los celos, la envidia, el odio, la malignidad, la
venganza, la concupiscencia y la ambición que agitan el al-
ma" . 13 Mientras nos apartamos de la voluntad de Dios en cual-
SEGURIDAD EN CRISTO 17

quier aspecto, estamos pecando. "Cada cual se apartó por su ca-


mino" (Isa. 53: 6). En otras palabras, todos somos pecadores.
El pecado, o la separación de Dios y de su voluntad, no se
originó en esta tierra. Comenzó en el cielo, en la misma presen-
cia de Dios. El más encumbrado de los ángeles, Lucifer, el luce-
ro, un ser moral, inteligente y sin pecado, usó mal su libertad
de elección moral y urdió el pecado. El profeta lsaías habla de
él, bajo el símbolo del rey de Babilonia, cuando dijo: "Subiré
al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mitro-
no, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del nor-
te; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al
Altísimo" (lsa. 14: 13, 14). Al aspirar a la igualdad con Dios,
Lucifer hizo su propia elección apartándose de la voluntad de
Dios.
Ninguno puede hacer nuestra elección moral por nosotros.
Dios nunca nos obligará a escoger su camino, como no obligó
a Lucifer ni a Adán ni a Eva. El respetará la elección de cada
uno, aunque sea contraria a su voluntad. El restringe su omni-
potencia a fin de conceder a los seres morales -inteligentes y
con voluntad libre, como somos ustedes y yo- un ámbito en el
que podemos operar. Jesús expuso su vida y finalmente la entre-
gó a fin de garantizar el derecho inalienable de cada persona de
hacer su libre elección moral.
La grandeza que Dios quería dar al hombre en su creación
resulta evidente por la libertad moral que le dio. Y el hombre
manifiesta su virtud y su nobleza al rehusar apartarse de la vo-
luntad de Dios. Sólo de esa manera una persona llegará a ser ver-
daderamente grande. A esa grandeza llegarán los redimidos con
virtud y nobleza. La tentación, por lo tanto, no es un castigo por
ser seres morales, sino más bien la insignia de la gloria y el ho-
nor de ser seres morales libres.
Hoy no estamos ante el árbol de la ciencia del bien y del mal
como estuvieron Adán y Eva. Pero la batalla por la voluntad se
repite continuamente, y la misma pregunta nos ataca a cada uno:
¿Obedeceremos los mandatos de Dios, o cederemos nuestra vo-
luntad al archienemigo, como lo hicieron Adán y Eva?
La respuesta es totalmente de ustedes; totalmente mía. Al ceder
su voluntad a Satanás, Adán y Eva llegaron a estar asociados
en la rebelde separación de su Creador y Dios.
18 JUSTIFICADOS

La voluntad es la cabeza de playa para el control de la perso-


na entera. Quien controla la voluntad, controla a la persona. "Este
es el poder que gobierna en la naturaleza del hombre: el poder
de decidir o de elegir. Todas las cosas dependen de la correcta
acción de la voluntad" Y
Todo el que nace en el mundo -desde los genios hasta los
imbéciles, y todas las personas intermedias- viven bajo la im-
periosa demanda que la facultad de la libre elección les impone:
la de decidir hacia dónde dirigirán su voluntad. No hay tregua
en esta demanda constante. La exigencia de hacer decisiones nos
asalta continuamente. Dios mismo puso esta majestuosa respon-
sabilidad sobre nuestros primeros padres, Adán y Eva, y, por
medio de ellos, sobre nosotros.
La batalla entre el bien y el mal es la batalla por el alma de
cada uno. Esto involucra la voluntad, ya sea que uno esté dis-
puesto a ponerla del lado de Dios, bajo la conducción de su Pa-
labra y su Espíritu Santo, o sea que uno la mantenga bajo el
control no santificado de uno mismo.
Tanto la justicia como el pecado dependen del uso de la vo-
luntad de cada uno y de su elección personal. El pecado, o la
separación de Dios, no es otra cosa que el mal uso de nuestra
libertad moral de elegir, el mayor don que Dios dio a Adán y
Eva en su inocencia. La mayoría de los pecados surgen por la
demanda de hacer la voluntad propia, y por apartarse de la con-
fianza en Dios y en sus caminos. El pecado no es un virus que
satura el cuerpo, aunque a menudo caemos en él por la sumisión
de la mente a las demandas del cuerpo que está bajo una volun-
tad pervertida.
Osear F. Blackwelder escribe en The Interpreter's Bible [La
Biblia del intérprete]: "Pensemos en qué ocurre con la vida mo-
ral si la carne es considerada mala o la fuente del mal. El verda-
dero problema es quién ejerce el control. ¿Quién está en los
controles, el Espíritu o la carne? El asiento del mal y del bien
no es la carne, sino la voluntad" . 15 "La carne no es el asiento
o el centro del pecado; el control está en la voluntad del hom-
bre. La carne llega a ser pecaminosa cuando se le da el domi-
nio ... El problema es: ¿Quién está en el comando? Cuando la
carne o el <;uerpo material está bajo la dirección de la mente, y
esa mente está saturada con la mente de Cristo, estamos sem-
SEGURIDAD EN CRISTO 19

brando para el Espíritu, y del Espíritu cosecharemos vida eter-


na. Cuando no existe esta relación, estamos sembrando para la
carne, y la cosecha será la corrupción" . 16
La batalla por la voluntad se extiende desde el Edén, en lo
pasado, hasta el fin del tiempo. El primer Adán, bajo la atrac-
ción fascinante de su encantadora esposa, Eva, fue seducido y
cedió su voluntad a la oferta de Satanás. En el desierto de la ten-
tación Satanás trató de atraer a Jesús, el segundo Adán, a apar-
tarse de la voluntad de su Padre. Pero Jesús nunca vaciló en su
lealtad hacia su Padre. Cerca del fin de su vida Jesús pudo afir-
mar su unidad con el Padre al decir: "Viene el príncipe de este
mundo, y él nada tiene en mí" (Juan 14: 30). En el huerto de
Getsemaní, precisamente antes de su muerte, Jesús mostró otra
vez su unión con el Padre cuando oró: "No se haga mi volun-
tad, sino la tuya" (Luc. 22: 42). Aunque a Jesús no le resultaba
grata la perspectiva de morir a los 33 años, prefería morir antes
que cortar su compañerismo con el Padre.
Hoy, ustedes y yo no estamos frente al árbol de la ciencia,
como estuvieron Adán y Eva en el huerto de Edén. Sin embar-
go, la batalla por la voluntad se repite en nosotros. Hoy y cada
nuevo día, la misma pregunta nos confronta: ¿Seguiré el ejem-
plo de Jesús y obedeceré la palabra de Dios para mí, o seguiré
el ejemplo de Adán y seré desleal a mi Dios, y con ello pecaré?
Cada uno de nosotros tiene en su mano el notable don que
Dios mismo dio a nuestros primeros padres, libres de pecado,
en la mañana de la creación: la libertad para hacer elecciones mo-
rales. Y sobre esto aún ruge la batalla.

Referencias
1 Gustav Aulen, The Faith of the Christian Church [La fe de la iglesia cristiana], traducido
por Eric H. Wahlstrom (Filadelfia, The Muhlenberg Press, 1960), pág. 231.
2 John R. W. Stott, Basic Christianity [Cristianismo básico] (Londres, lnterVarsity Press,
1958), pág. 62.
3 Comentario bíblico adventista (Boise, ID, Pacific Press Publ. Assn., 1978), Comentarios
de Elena G. de Whitc, t. 1, pág. 1096.
4 Elena G. de White, La educación (Buenos Aires, Asociación Casa Editora Sudamericana,
1978), pág. 18.
5 - - - - - - , El gran conflicto (Buenos Aires, Asociación Casa Editora Sudamericana,
1980), pág. 559.
6 - - - - - - , Patriarcas y profetas (Buenos Aires, Asociación Casa Editora Sudamerica-
na, 1985), pág. 58.
20 JUSTIFICADOS

7 The SDA Bible Commentary, t. 6, pág. 542.


8 Time, 10 de junio de 1985, pág. 37.
9 Harry Johnson, The Humanity of the Saviour [La humanidad del Salvador] (Londres, Ep-
worth Press, 1962), pág. 26.
lO Watchman Nee, The Spiritual Man [El hombre espiritual] (Nueva York, Christian Fellowship
Publishers, Inc., 1968), t. III, pág. 75.
11 Norman H. Snaith, The Distinctive Ideas of the Old Testament [Las ideas distintivas del
Antiguo Testamento] (Nueva York, Schocken Books, 1973), pág. 60.
12 White, El discurso maestro de Jesucristo (Buenos Aires, Asociación Casa Editora Sudame-
ricana, 1975), pág. 48.
13 - - - - - - , Mensajes selectos (Mountain View, CA, Publicaciones 1nteramericanas,
1966), t. 1, pág. 254. Véase también Elena G. de White, Testimonies for the Church [Testimo-
nios para la iglesia] (Mountain View, CA, Pacific Press Pub!. Assn., 1948), t. 5, pág. 310.
14 - - - - - - , El camino a Cristo (Buenos Aires, Asociación Casa Editora Sudamericana,
1985), pág. 47.
15 The lnterpreter's Bible [La Biblia del intérprete] (Nueva York/Nashville, Abingdon Press,
1953), t. 10, págs. 563, 564.
16 !bid., pág. 581.
Tipos de pecado
2

B ásicamente, hay varias razones para apartarse de la vo-


luntad de Dios. Una es la actitud rebelde, reflejada en
pensamientos, en sentimientos, en palabras y acciones.
Otra razón para apartarse de la voluntad de Dios incluye igno-
rarla, o carecer de madurez espiritual o ser débil. Un pecado así
puede llamarse "no alcanzar la marca". Todas las formas de no
vivir de acuerdo con el plan de Dios para nosotros son pecado.
Sin embargo, cuando la Biblia habla de pecado, se ocupa princi-
palmente de la rebelión y el mal hacer que son resultado de la
inmadurez espiritual o de la debilidad, más bien que de los peca-
dos de ignorancia.
El apóstol Juan habla acerca del pecado de rebelión cuando
escribe: "Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley;
pues el pecado es infracción de la ley" (1 Juan 3: 4). Decir que
alguien es infractor de la ley implica que conoce la ley pero elige
no tomarla en cuenta. Ese es el significado de este versículo.
La desobediencia, dice Westcott, "es la afirmación de lavo-
luntad egoísta contra la autoridad suprema. El que peca infrin-
ge, no sólo por accidente o en un detalle aislado, sino
esencialmente, la 'ley' que fue creada para que él cumpliera" .1
Viola el comportamiento correcto o el correcto gobierno del yo;
también olvida su preocupación por su hermano. En ambos ca-
sos es desleal a Dios. Una traducción libre de 1 Juan 3: 4 dice:
"Por lo tanto, el que comete pecado está en rebelión contra Dios;
ciertamente, el pecado no es otra cosa que rebelión contra
Dios" .2 La esencia de la desobediencia es resistencia a la volun-
tad conocida de Dios, rebelión contra ella, o alejamiento de esa
voluntad. Esto rompe la relación entre Dios y el hombre.
La maldad deliberada, a su vez, puede llevar a la perversidad
cultivada o habitual. Mediante la repetición de la maldad deli-
21
22 JUSTIFICADOS

berada, una persona puede llegar al punto donde le es casi im-


posible resistir al mal. Puede llegar a ser como una persona que
cae del techo de un edificio de 10 pisos. Luego de haber dado
deliberadamente un paso hacia el vacío, la persona no puede ha-
cer nada para detener su caída.
Dejando la transgresión* (véase Rom. 4: 15), la desobedien-
cia, la rebelión, y el pecado deliberado, llegamos ahora al peca-
do no intencional, el no alcanzar el plan de Dios para nosotros.
Este tipo de pecado no es motivado por la rebelión, sino que es
causado por la ignorancia o la fragilidad humana (véase Lev. 4:
2, 13, 22, 27). En el momento en que comete el pecado, el peca-
dor no sabe que lo que está haciendo está mal. No ha elegido
deliberadamente ir en contra de la voluntad de Dios o serle des-
leal, sin embargo, se aparta del plan de Dios.
Cuando entregué mi vida a Cristo, traté de hacer todas las
cosas bien. Hice confesiones, tanto cara a cara como por carta;
restituí cuando fue posible. Luego de haberme ocupado de todo
lo que pude pensar, le pedí a Dios que me recordara cualquier
otro mal que hubiera cometido para que pudiera confesarlo y
hacer restitución. En mi oración agregué: "Dios, si he hecho al-
go mal y no me lo has recordado para que lo pueda confesar y
rectificar, entonces Tú eres responsable por ello y no yo''. Lue-
go de este acuerdo con Dios, quedé en paz y durante 10 u 11 años
no recordé nada más de los años previos a mi conversión que
todavía necesitara rectificar. Pero entonces vinieron a mi mente
vívidamente algunas experiencias de mis años de adolescente que
clamaban por una confesión. El recuerdo de mis errores pasa-
dos me volvían especialmente cuando oraba.
Crecí en una parte de Suecia donde las familias plantaban unos
pocos manzanos y perales al lado de sus casas. En el otoño, cuan-
do la fruta maduraba, los jovencitos formaban pandillas e in-
cursionaban entre esos árboles. Era una práctica común; todas
las personas que poseían árboles frutales sabían que los jóvenes
andarían por allí robando manzanas y peras durante las oscuras
noches otoñales. Junto a otros muchachos, yo había robado man-
zanas en dos lugares, en particular.
El recuerdo de esas correrías para robar manzanas me volvió
luego de muchos años. Sentí la impresión de que debía confesar
ese mal y arreglar las cosas. Pero en esa época estaba a miles de
TIPOS DE PECADO 23

kilómetros de distancia. Ni siquiera recordaba los nombres de


las personas a quienes había robado. Así que le dije a Dios: "Tú
sabes que no puedo hacer nada con esto". Pero, a pesar de que
le había dicho eso a Dios, cada vez que me arrodillaba para orar,
las manzanas venían a mi mente.
Pero aunque había olvidado los nombres de las personas a
quienes les había robado fruta, recordaba los lugares claramen-
te. Así que finalmente me senté y le escribí una carta a mi padre,
que aún vivía. Dibujé mapas mostrando las casas y los manza-
nos de donde había robado. Luego le pedí que fuera a ver a es-
tas personas a quienes había robado hacía 15 años o más y que
confesara por mí y ofreciera pagar la fruta robada.
Algún tiempo más tarde recibí una carta de mi padre en la
cual me contaba que había ido a los diferentes dueños y les ha-
bía dicho lo que yo decía. Los dueños de la fruta le dijeron que
me escribiera y me dijera que lo olvidar·a. Ellos en verdad no se
preocupaban por ello.
Aunque las manzanas robadas no hacían ninguna diferencia
para los dueños, yo había sentido profundamente que debía con-
fesar lo que había hecho mal para poder limpiar mi conciencia
y tener libertad ante Dios. Esta es una ilustración de un pecado
de ignorancia, o posiblemente una transgresión de las que se ha-
bla en Levítico 6: 1-7. Cuando el Espíritu Santo, aún después
de muchos años, me recordó esta infracción, se convirtió en una
ofensa moral que debía confesar y rectificar.
Pablo ilustra la comisión de un pecado de ignorancia. En su
carta a Timoteo admite francamente que antes de su conversión
había sido "blasfemo, perseguidor e injuriador" de Cristo. Aun-
que no había cometido un pecado conocido, él sin embargo, ha-
bía ido en contra de la voluntad de Dios y había pecado
ciertamente. Pero agregó: "Mas fui recibido a misericordia por-
que lo hice por ignorancia, en incredulidad" (1 Tim. 1: 13). Dios
aún juzgaba a Pablo "fiel" en su pecaminosa ignorancia por-
que no había sido desleal a Dios intencionalmente. Había sido
fiel, y a causa de su fidelidad Dios mismo lo colocó en su servi-
cio (véase 1 Tim. 1: 12).
Aun cuando era blasfemo y perseguidor, Pablo sólo había
hecho lo que creía era correcto. Por lo tanto podía decir, de pie
ante Félix, que siempre había procurado "tener siempre una con-
24 JUSTIFICADOS

ciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres" (Hech. 24: 16).
Pablo había pecado en ignorancia y por lo tanto había sido ino-
cente, o no culpable -aunque no sin pecado- ante Dios.
Como pecadores podemos estar sin culpa ante Dios, como
Pablo en su pecadora ignorancia. En el juicio, Dios no nos con-
denará por pecados de ignorancia. Dios borrará esos pecados ine-
vitables con la sangre derramada por Cristo, si lo aceptamos como
nuestro Salvador. En sus palabras a los fariseos, Jesús mismo
mostró claramente que no somos responsables por esos pecados.
El dijo: "Si fuerais ciegos, no tendríais pecado" (Juan 9: 41).
Pero los fariseos se habían opuesto a un conocimiento mejor.
Por lo tanto, Jesús les dijo: "Mas ahora, porque decís: Vemos,
vuestro pecado permanece". En consecuencia, estaban con-
denados.
De la misma manera, la desobediencia voluntaria se volverá
en contra de nosotros. Santiago dice: "Y al que sabe hacer lo
bueno, y no lo hace, le es pecado" (San t. 4: 17). Elena G. de
White escribió: "Jesús, en sus sufrimientos y muerte, ha hecho
expiación para todos los pecados de ignorancia; pero no se ha
preparado remedio para la ceguera voluntaria" .3 "No se puede
gustar de pecados que una vez fueron pecados de ignorancia a
causa de la ceguera de la mente [luego que se ha recibido luz]
sin incurrir en la culpa. . . A medida que aumenta la luz, los hom-
bres deben reformarse, elevarse y refinarse por ella, o serán más
perversos y obstinados que antes de que llegara la luz" .4
Una persona que ignora voluntariamente no está sin culpa
por su falta. Tuvo la oportunidad de aprender pero rehusó me-
jorar. Puede haber razonado que si no sabía, no sería responsa-
ble. En una ocasión, una persona me dijo: 'No me diga más, así
JlO soy responsable". Pero con una actitud así la persona ya es
condenada porque no quiere aprender, aun cuando tiene la opor-
tunidad de hacerlo.
Años atrás, mientras cruzaba los Estados Unidos en auto, un
patrullero me detuvo una noche por conducir a velocidad exce-
siva. Me declaré inocente, afirmando que había mantenido la mis-
ma velocidad permitida a la cual había venido manj¡!jando en el
mismo Estado antes del anochecer. Su respuesta fue que el lími-
te de velocidad era menor durante la noche y que había sido mi
TIPOS DE PECADO 25

responsabilidad informarme de ello al entrar en ese Estado. Mi


argumento de ignorancia no me sirvió de nada.
Como cristianos no somos responsables solamente de lo que
sabemos. Somos responsables también del conocimiento que tu-
vimos oportunidad de adquirir pero que rehusamos obtener.
"Dios no condenará a nadie en el juicio porque honradamente
haya creído una mentira, o concienzudamente haya albergado
el error; sino porque descuidó las oportunidades de familiarizarse
con la verdad" .5 "Nuestra situación delante de Dios depende,
no de la cantidad de luz que hemos recibido, sino del empleo que
damos a la que tenemos" .6
En el juicio el pecador voluntariamente ignorante estará an-
te Dios en la misma situación en la que yo estuve ante el patru-
llero. La persona que ha dejado de aprovechar sus oportunidades
de conocer la verdad será contado como un siervo infiel. Y no
habrá siervos infieles en el reino de Dios.
Además de los pecados de ignorancia que no son motivados
por la rebelión ni por la deslealtad a Dios pero en los que se tro-
pieza por falta de conocimiento, existen también pecados oca-
sionados por no alcanzar las metas deseadas por uno y los motivos
puros. Los niños que están aprendiendo a caminar tropiezan y
caen involuntariamente. Así también ocurre con los hijos de Dios
sinceros pero inmaduros. En esos casos, a los niños y a los cris-
tianos inmaduros no les falta voluntad para hacer mejor las co-
sas; son sólo producto de su inmadurez o debilidad.
El primer año que asistí a una escuela adventista conocí a un
muchacho de unos veinte años que acababa de unirse a la iglesia
adventista mediante el bautismo. Provenía de un ambiente no
religioso, y ocasionalmente cuando se lo provocaba perdía los
estribos y comenzaba a maldecir utilizando palabras no habituales
en su nuevo ambiente. Pero tan pronto como se percataba de lo
que estaba haciendo, instantáneamente nos pedía que lo perdo-
náramos por su arranque. También le pedía a Dios que lo per-
donara y que lo ayudara a vencer este hábito. Con el transcurso
de los meses, era interesante ver cómo esos arranques eran cada
vez menos frecuentes, hasta que al final del año habían desapa-
recido completamente.
Habiendo tropezado y caído, naturalmente le pediremos a Dios
que nos perdone y luego le pediremos ayuda para vencer nues-
26 JUSTIFICADOS

tras debilidades, corno lo hizo mi compañero. Jesús no nos des-


hereda por dejar de vivir en armonía con su voluntad así corno
los padres no rechazan o reprenden violentamente a sus hijos pe-
queños porque tropiezan y caen. "Cuando está en el corazón el
deseo de obedecer a Dios, cuando se hacen esfuerzos con ese fin,
Jesús acepta esa disposición y ese esfuerzo corno el mejor servi-
cio del hombre, y suple la deficiencia con sus propios méritos
divinos" .7 No tuvimos la intención de hacer el mal, pero lo hi-
cimos. "Cristo mira el espíritu, y cuando nos ve llevando nues-
tra carga con fe, su perfecta santidad hace expiación por nuestras
faltas. Cuando hacernos lo mejor que podernos, él llega a ser nues-
tra justicia". 8 '

Dios nos reconoce corno suyos, aunque cometemos pecados


inadvertidos y tropezarnos a causa de nuestra inmadurez espiri-
tual. A Elle agrada nuestra actitud de fidelidad y lealtad, aun-
que nuestro desempeño esté lejos de ser perfecto.
Todos nosotros somos pecadores, "pues no hay hombre que
no peque" (2 Crón. 6: 36), observó correctamente Salomón en
su oración de dedicación del templo. Hemos cometido tanto pe-
cados de ignorancia corno pecados de tropiezo y caída inadverti-
dos a causa de nuestra inmadurez espiritual. Ocasionalmente
también hemos escogido ir en contra de la voluntad de Dios, co-
rno lo hizo Adán cuando comió de la fruta del árbol del conoci-
miento del bien y del mal. Isaías, el profeta evangélico, diagnosticó
nuestra enfermedad cuando dijo: "Todos nosotros nos descarria-
rnos corno ovejas, cada cual se apartó por su camino" (lsa. 53:
6). Asimismo, en el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo afirma
que todos los hombres son pecadores: "Por cuanto todos peca-
ron, y están destituidos de la gloria de Dios" (Rorn. 3: 23). To-
dos nos parecernos en que nos hemos apartado de la voluntad
de Dios para nosotros, ya sea por rebelión, deslealtad o terque-
dad, que son pecados deliberados o conocidos, o por ignorancia
a causa de nuestra inmadurez espiritual, o por tropezar y caer
en pecado por nuestra debilidad.
Uno casi podría hablar de pecados morales y amorales. El
pecado deliberado es pecado moral, ya que involucra la elección
del pecador. Pero la moral no está conectada con el pecado de
ignorancia o el pecado al tropezar por causa de inmadurez o de-
bilidad. Estos son accidentes, y la moral no tiene nada que hacer
TIPOS DE PECADO 27

con los accidentes. Uno no elige los accidentes. Son contratiem-


pos no deseados. "Podremos cometer errores, pero odiaremos
el pecado que causó el sufrimiento del Hijo de Dios" .9 Pero aun
los pecados amorales causarán nuestra muerte eterna a menos
que aceptemos a Jesús como nuestro Salvador. Cuando lo hace-
mos, inmediatamente son borrados por su sangre derramada.
El apóstol Pablo presenta la definición definitiva de pecado
cuando dice que "todo lo que no proviene de fe, es pecado" (Rom.
14: 23). En otras palabras, pecamos cuando rehusamos asirnos
de Dios y confiar en su voluntad y su camino para nosotros. Por
otro lado, mientras confiemos alegremente en El colocando nues-
tra voluntad al lado de la suya y le obedezcamos en la medida
de nuestro conocimiento, El generosamente nos absuelve de la
sentencia de muerte; nos cuenta como no culpables, independien-
temente de cualquier error que hayamos cometido, y nos reco-
noce como justos. Como dijo G. Campbell Morgan: "El pecado
es alienación de Dios por elección. El infierno es la completa rea-
lización de escoger esa alienación''. 10 Ampliaremos esto en nues-
tro próximo capítulo.

Referencias
1 Citado en "The First Epistle General of John" [La primera epístola general de Juan], The
Pulpit Commentary {El comentario del púlpito} (Grand Rapids, Wm. B. Eerdmans Pub. Co.,
1975), pág. 79.
2 W. Gutbrod, en Gerhard Kittel, ed., Theological Dictionary of the New Testament [Dic-
cionario teológico del Nuevo Testamento] (Grand Rapids, Wm. B. Eerdmans Pub. Co., 1967)
t. 4, pág. 1086.
3 Comentario bíblico adventista, t. 5, Comentarios de Elena G. de White, pág. 1118.
4 White, Review and Herald [Revista y Heraido], 3 de septiembre de 1889.
5 ------,Testimonios para los ministros (Buenos Aires, Asoc. Casa Editora Sudame-
ricana, 1977), pág. 437.
6 ------,El Deseado de todas las gentes (Buenos Aires, Asoc. Casa Editora Sudame-
ricana, 1979), pág. 206.
1 ------,Mensajes selectos, t. 1, pag. 448.
8 Ibíd., págs. 431, 432.
9 - - - - - - , Mensajes para los jóvenes (Buenos Aires, Asoc. Casa Editora Sudamerica-
na, 1967), pág. 336. ·
10 G. C. Morgan, The Crises of the Christ [Las crisis del Cristo] (Nueva York, Fleming H.
Revell Co., 1903), pág. 298.

• La palabra griega que se usa aquí es parábasis, y se refiere a la violación de una ley conoci-
da. Hay pecado en su sentido absoluto, sin una ley conocida, pero no hay transgresión o rebe-
lión sin el conocimiento de la ley.
La destructividad
del pecado
3

D
ios es vida. Sólo El tiene vida en sí mismo (véase 1 Tim.
6: 16; Juan 5: 26). La vida está está basada en su pro-
pia naturaleza y es natural sólo en El.
La creación entera fue traída a la existencia por Dios. Todos
sus múltiples elementos recibieron vida del gran Dador de la vi-
da. Todo es sostenido aún por El. El apóstol Pablo expresa muy
bien este pensamiento cuando dice: "En él vivimos, y nos move-
mos, y somos" (Hech. 17: 28). De esta fuente de toda vida, la
vida está fluyendo constantemente a todos las criaturas y los or-
ganismos vivientes.
En un sentido somos corno larnparitas eléctricas. Dan luz en
tanto la electricidad fluya por sus filamentos. Pero cuando la co-
rriente se interrumpe, no hay luz. Poseernos vida en tanto la vi-
da fluya de Dios hacia nosotros. Cuando este flujo cesa, morirnos.
Tanto los ángeles corno los hombres son sustentados por la
vida que fluye de nuestro gran Dios. Cuando Lucifer y sus se-
guidores decidieron rebelarse contra la voluntad de Dios en el
cielo, se separaron a sí mismos de El y cortaron la comunicación
con la vida. "Si se hubiese dejado a Satanás y su hueste cose-
char el·pleno resultado de su pecado, habrían perecido" . 1 Pero
Dios escogió no permitir que cosecharan inmediatamente el ple-
no resultado de su alejamiento de El. Otorgó a los rebeldes una
suspensión de la ejecución al colocar su mano sustentadora so-
bre ellos. Dios mismo otorgó a Satanás y sus seguidores "exis-
tencia por un tiempo para que desarrollen su carácter y revelen
sus principios" ,2 y para poder demostrar ante todo el universo
la pretendida viabilidad de su plan de gobierno. Por lo tanto,
28
LA DESTRUCTIVIDAD DEL PECADO 29

los seres humanos que siguen a Satanás apartándose de Dios en


rebeldía y pecado se separan de la vida. El resultado final de su
elección de apartarse de Dios es la muerte eterna.
Una linda tarde, mientras usted trabaja en su jardín ve pasar
a su vecino. Al detenerse a conversar con usted por unos mo-
mentos, usted nota que su ropa de trabajo está empapada. Al
preguntar sobre lo sucedido, él le explica que unos pocos minu-
tos antes, mientras limpiaba su garaje, al bajar una lata de gaso-
lina de cinco litros, ésta se abrió y su contenido se derramó sobre
él.
Inmediatamente usted le aconseja a su vecino que vaya y se
cambie de ropa tan rápidamente como pueda. Le explica que es
extremadamente peligroso andar por ahí con la ropa empapada
en gasolina. Si por casualidad se acercara a un fuego, su ropa
podría incendiarse, y él se quemaría vivo.
Su vecino respetuosamente escucha su advertencia. Luego le
explica que ciertamente piensa cambiarse de ropa, pero que pri-
mero tiene la intención de quemar un poco de basura en una fo-
gata en su patio trasero. Usted se pone más insistente en su
apelación a que se cambie de ropa inmediatamente. No debe acer-
carse al fuego con su ropa saturada de gasolina.
Pero todos sus consejos bien intencionados no dan resulta-
do. Su vecino levanta un montón de hojas y otros deshechos y
comienza a quemarlos. Pero al acercarse al fuego, un viento ca-
prichoso hace volar una llama en dirección a él. En el siguiente
momento, su vecino está envuelto en llamas de pies a cabeza.
Nada puede salvarlo. El se halla en un infierno alimentado por
gasolina.
Esta es sólo una parábola; estamos contentos de que sea así.
Estamos más contentos todavía porque nadie en su sano juicio
es tan necio.
¡Pero espere un momento! La mayoría de nosotros somos,
en otro aspecto, tan necios como este hombre. Andamos por allí,
indiferentes, en ropas empapadas por la gasolina del pecado.
El pecado, o el alejamiento de la voluntad de Dios, contiene
el virus de la muerte eterna. En el universo de Dios, el pecado
por su misma naturaleza es tan inflamable como la gasolina. Todo
lo que está contaminado o manchado por el pecado, se convier-
te en inflamable, o combustible, en la presencia de Dios. A la
30 JUSTIFICADOS

luz de la eternidad, es tan desastroso caminar indiferentemente


con un carácter manchado por el pecado como es deambular por
ahí con ropa empapada de gasolina. Verdaderamente, el hom-
bre con la ropa llena de gasolina estaba cortejando la muerte.
Pero, ¿no lo estamos todos, si nuestras vidas están manchadas
con pecado del cual no nos hemos arrepentido ni ha sido perdo-
nado? La chispa que eventualmente encenderá el pecado y a los
pecadores es la presencia de un Dios santo, "porque nuestro Dios
es fuego consumidor" (Heb. 12: 29). Como pecadores, todos so-
mos como flores cortadas -no muertos todavía, sino
muriendo-, y finalmente moriremos eternamente en la presen-
cia de un Dios amante a menos que seamos salvados del pecado
por Jesús.
Lutero dijo, pintorescamente, que Dios es "un horno abra-
sador, iluminado por el amor". En las Escrituras, Dios aparece
repetidamente como fuego. En Madián, Dios se le apareció a Moi-
sés como una zarza ardiente (véase Exo. 3: 2). En el monte Sinaí
se le apareció a todos los hijos de Israel como un fuego abrasa-
dor (véase Exo. 24: 17). Por causa de que Dios es un fuego abra-
sador los hijos de Israel rogaron a Moisés: "Habla tú con
nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros,
para que no muramos" (Exo. 20: 19).
El profeta lsaías señala repetidamente el carácter inflamable
del pecado. "Pero los rebeldes y pecadores a una serán quebran-
tados, y los que dejan a Jehová serán consumidos" (Isa. 1: 28).
''Y el fuerte será como estopa, y lo que hizo como centella; y
ambos serán encendidos juntamente y no habrá quien apague"
(vers. 31). "Porque la maldad se encendió como fuego, cardos
y espinos devorará; y se encenderá en lo espeso del bosque, y se-
rán alzados como remolinos de humo" (Isa. 9: 18). "Porque Tofet
ya de tiempo está dispuesto y preparado para el rey, profundo
y ancho, cuya pira es de fuego, y mucha leña; el soplo de Jeho-
vá, como torrente de azufre, lo enciende" (Isa. 30: 33). "Conce-
bisteis hojarascas, rastrojo daréis a luz; el soplo de vuestro fuego
os consumirá. Y los pueblos serán como cal quemada; como es-
pinos cortados serán quemados con fuego" (Isa. 33: 11, 12). Una
conocida comentadora bíblica dice: "Dondequiera que esté el pe-
cado, Dios es para él un fuego devorador. Si elegís el pecado y
LA DESTRUCTIVIDAD DEL PECADO 31

rehusáis separaros de él, la presencia de Dios que consume el pe-


cado también os consumirá a vosotros" .3
La presencia misma de Dios es muerte para los pecadores.
Pero también lo es el alejamiento o la separación de Dios. Fue
la santidad de Dios, que es un fuego consumidor del pecado, lo
que hizo que Adán y Eva huyeran de la presencia de Dios en el
Edén. Luego de haber pecado, ya no se sentían cómodos en su
presencia, sino que se escondieron entre los arbustos del jardín.
Como niños, no nos sentíamos cómodos en la presencia de nues-
tros padres luego de haberlos desobedecido. Tampoco estaremos
cómodos con Dios luego de haberlo desobedecido, en tanto no
hayamos pedido perdón.
Siendo que todos los hombres son pecadores, "a Dios nadie
le vio jamás" (Juan 1: 18). Cuando Jesús vino a esta tierra co-
mo nuestro Salvador, no se atrevió a aparecer con su gloria divi-
na para que los hombres pecadores no murieran en su presencia.
Por lo tanto, El se vistió de forma humana para velar su gloria
divina (véase Fil. 2: 6-8). Sólo de esta manera podría habitar en-
tre los hombres sin destruirlos con su presencia.
Pronto, este mismo Jesús volverá a la tierra. Pero no estará
entonces velado en forma humana. Vendrá con su gloria divina,
rodeado por miríadas de ángeles (véase Mat. 25: 31). Ninguna
persona que aún conserve pecados no perdonados podrá vivir en-
tonces en la presencia de Dios. Su misma presencia será un fue-
go devorador para los pecadores. Acerca de este suceso el apóstol
Pablo dijo: "Cuando se manifieste el_ Señor Jesús desde el cielo
con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribu-
ción a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio
de nuestro Señor Jesucristo" (2 Tes. 1: 7, 8). De allí que Isaías
pregunte en relación con la venida de Cristo como Rey: ''¿Quién
de nosotros morará con el fuego consumidor? ¿Quién de noso-
tros habitará con las llamas eternas?" (Isa. 33: 14).
Los que rehusaron aceptar la salvación del pecado por me-
dio de la sangre derramada por Cristo, se encontrarán, en su ve-
nida en gloria, en el centro mismo del "fuego devorador". Serán
destruidos entonces por lo inflamable de sus pecados luego de
haber suplicado en vano a las rocas y a los montes que caigan
sobre ellos para esconderlos "del rostro de aquel que está senta-
32 JUSTIFICADOS

do sobre el trono, y de la ira del Cordero" (Apoc. 6: 16) en su


glorioso regreso.
Pero ni siquiera en su segunda venida Dios destruirá "del to-
do" al pecado (Jer. 4: 27). No será sino hasta después del mile-
nio que Dios permitirá que el pecado y los pecadores sean
consumidos completamente en el lago de fuego (véase Apoc. 20:
9, 10).
Es el deseo de Dios que ninguna persona, a pesar de sus pe-
cados, sea destruida cuando Jesús aparezca en su gloria. Cristo
vino la primera vez como Salvador, "a buscar y a salvar lo que
se había perdido" (Luc. 19: 10). Vino para que todos "tengan
vida, y para que la tengan en abundancia" (Juan 10: 10). El pro-
pósito de su segunda venida es el mismo que el de la primera:
que los hombres puedan vivir. Viene a conferir inmortalidad e
incorrupción a los hombres mortales que se han preparado para
ello permitiendo que Ellos salvara del pecado (véase 1 Cor. 15:
51-53; Mat. 1: 21).
Dios nos advierte solemnemente en contra del pecado: "Mas
el que peca contra mí, defrauda su alma; todos los que me abo-
rrecen aman la muerte" (Prov. 8: 36). Si deseamos vida -vída
eterna- nuestros caracteres deben ser purificados del pecado por
medio de la sangre de Cristo derramada, y modelados de acuer-
do con la voluntad de Dios. Entonces se nos conferirá la vida
eterna como un don de Dios (véase Rom. 6: 23). Si, por otra parte,
permanecemos rebeldes a Dios y nos apartamos de El y de su
voluntad, rompemos nuestra conexión con Dios, que es la vida.
Como criaturas no tenemos vida en nosotros mismos. Como
pecadores, todos nos hemos separado de Dios; dejaremos de existir
cuando Dios suspenda su aplazamiento de la ejecución de los pe-
cadores. A menos que aceptemos la salvación por medio deJe-
sús, moriremos finalmente con el diablo y sus ángeles en el
infierno, aunque sólo fue pensado para ellos (véase Mat. 25: 41).
Dios nos creó a todos para vivir, no para morir. Si elegimos mal-
gastar el don de la vida que Dios ideó para que durara eterna-
mente, somos siervos infieles, y como tales perderemos la vida
eterna.
Hoy, por medio de su Palabra y de su Santo Espíritu, la san-
tidad de Dios puede ser una influencia purificadora del pecado
en nuestras vidas. Si rehusamos y no permitimos que el Espíritu
LA DESTRUCTIVIDAD DEL PECADO 33

queme nuestros pecados ahora, entonces en la tercera venida de


Cristo a esta tierra, luego del milenio, aun su santidad se con-
vertirá para nosotros en fuego consumidor. Cualquier forma de
pecado -el pecado de rebelión, o de desobediencia, el pecado
de ignorancia, y el pecado de inmadurez espiritual- nos priva-
rán de la vida eterna a menos que hayamos sido salvados por
medio de Jesús nuestro Señor.
Es imposible enfatizar demasiado la gravedad del alejamien-
to de la voluntad de Dios. Los profetas del Antiguo Testamento
y los escritores del Nuevo Testamento subrayaron la destructivi-
dad del pecado. El pecado es letal; es mortal; es como gasolina
en el universo de Dios. Es separación de Dios y por lo tanto de
la vida. Pablo dice que ''la paga del pecado es muerte'' (Ro m.
6: 23). En la muerte eterna, los pecadores cosecharán lo que han
escogido: la separación de Dios. El destino eterno de cada per-
sona gira en torno a su propia elección. Cada uno experimenta-
rá finalmente lo que ha escogido. De esta forma, la eternidad
mostrará que Dios respeta la elección de cada persona.
Pero Dios no desea que nadie muera eternamente. Aunque
todos estamos frente a El empapados de muerte, El quiere que
vivamos. Los próximos tres capítulos explicarán su plan de có-
mo podemos escapar de la muerte eterna.

Referencias
1 White, El Deseado de todas las gentes, pág. 713.
2 lbid.
3 ------,El Discurso maestro de Jesucristo, págs. 55, 56.
La justificación
4

D
e acuerdo con el plan de Dios, los padres deberían traer
hijos al mundo como resultado de su amor mutuo.
Desafortunadamente, en un mundo de pecado, a menudo
los hijos nacen como desgraciados accidentes de la lujuria. Con
frecuencia, son rechazados más bien que esperados con gozo y
felicidad. Ya sea como consecuencia del amor o de la lujuria,
todos hemos llegado a este mundo sin que hayamos elegido ha-
cerlo. Las acciones -aunque no siempre las elecciones- de otros
nos colocaron aquí.
Adán y Eva llegaron a este mundo a causa del amor y la elec-
ción de Dios, pero no por elección propia. Era el propósito de
Dios que ellos y sus descendientes se elevaran cada vez más en
su desarrollo moral, y que ''después de pasar por la prueba y
la aflicción la familia humana pudiera llegar a ser una con la fa-
milia celestial". 1 A fin de capacitarlos para alcanzar esa meta,
Dios los equipó con el libre albedrío moral, medio para el desa-
rrollo moral ilimitado.
Desafortunadamente, Adán y Eva tornaron este maravilloso
don -esta enorme capacidad para desarrollar virtudes o para
aceptar y perpetuar el pecado- contra la expresa voluntad de
Dios comiendo del fruto prohibido en el Jardín del Edén. De es-
ta manera el libre albedrío abrió la compuerta al desastre en lu-
gar de ser un paso hacia la excelencia moral. Llevó a la alienación
y a la separación de Dios y se convirtió en puerta hacia la muerte
y la extinción eterna.
Toda persona nacida en este mundo desde Adán ha recibido
la carga de la naturaleza de Adán. Y cada sucesivo descendiente
de Adán -con excepción de Jesucristo- ha poseído menos fuerza
que Adán y Eva para resistir la tentación. Por medio del peca-
do, el hombre se ha convertido en "cautivo de Satanás ... co-
34
LA JUSTIFICACION 35

mo siervo siempre dispuesto a sus órdenes" y "en armonía ...


con Satanás ". 2 El hombre, creado para gloria de Dios (véase
Isa. 43: 7), tropezó y cayó en la catástrofe del pecado con su de-
gradación y consiguiente muerte final.
Pero Dios aún amaba al hombre. Y tenía una responsabili-
dad moral para con sus hijos terrenales. Ellos había creado y
los había dotado con libertad de elección, la capacidad fatal que
podía llevar al bienestar o a la calamidad. Dios no eludió esta
responsabilidad moral. Ella asumió a través de su plan de salva-
ción.
El plan de salvación fue ideado para evitar la perdición de
cualquier persona. Por medio de él, Adán y Eva y todos sus des-
cendientes podrían salvarse del pecado y sus estragos. Hacía po-
sible el plan original de Dios: que cada persona pueda vivir en
feliz comunión con Dios y los ángeles santos por la eternidad.
Dios ideó su plan de rescate antes de crear al mundo y al hom-
bre. Dios "nos escogió en él [Jesús] antes de la fundación del
mundo" (Efe. 1: 4; véase 2 Tim. 1: 9). Así como el comprador
asegura su auto nuevo antes de sacarlo de la agencia, así tam-
bién Dios aseguró su creación con el seguro de la redención en
caso de accidente, antes de comenzar su obra creadora. ''El plan
de nuestra redención no fue una reflexión ulterior, formulada
después de la caída de Adán. Fue una revelación 'del misterio
que por tiempos eternos fue guardado en silencio' (Rom. 16: 25,
VM)" .3
Inmediatamente después de la caída, Dios familiarizó a Adán
y Eva con su plan de rescate. La· primera revelación se encuentra
en Génesis 3: 15. Por medio de este pacto de gracia, Adán y Eva
siguieron disfrutando de la vida, a pesar de su pecado que mere-
cía la muerte. A través de él, también se les dio la oportunidad
de eliminar los efectos adversos eternos de su pecado. Haría lo
mismo, también, por todos sus descendientes capacitándolos para
vencer tanto su propensión heredada hacia la desobediencia y el
pecado, como también al pecado mismo. Dios implementó este
plan de rescate mediante el método de la justificación.
El apóstol Pablo es el gran exponente de la doctrina de la jus-
tificación. Abordó por primera vez el tema cuando necesitó co-
rregir la visión legalista de los gálatas. Más tarde se extendió con
más detalles sobre él en su epistola a los Romanos.
36 JUSTIFICADOS

En sus epístolas a los gálatas y a los romanos, Pablo refuta


la enseñanza de que un pecador puede ser justificado, o quedar
bien con Dios, por la observancia de su ley. En sus argumentos,
Pablo presenta al pecador como un criminal que está condena-
do a muerte ante la ley. En Romanos 8: 33, 34 él pregunta:
"¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifi-
ca. ¿Quién es el que condenará?" En este marco legal, o foren-
se, la justificación es lo opuesto a la condenación.
Es difícil encontrar palabras en castellano que cubran ade-
cuadamente todo lo que la palabra justificar -en griego,
dikaióo- y sus derivados abarcan. En el Nuevo Testamento grie-
go, el verbo dikaióo ("justificar", o alguna de sus formas) se
utiliza sólo con personas y se repite 39 veces. Pablo solo la utili-
za 27 veces. En los escritos de Pablo, "justificar" generalmente
"indica el acto o proceso mediante el cual el pecador es puesto
otra vez en una situación correcta con Dios" .4 Así que la justi-
ficación es la manera en la que Dios pone al pecador en la situa-
ción correcta, colocándolo en una relación sustentadora de la vida
o dadora de la vida consigo mismo.
De acuerdo con la regla de una justicia estricta, el pecador
debería morir instantáneamente como resultado de su alejamiento
de la voluntad expresa de Dios. Dios les dijo a Adán y Eva de
las lamentables consecuencias de su transgresión frente al árbol
del conocimiento en el Edén. El veredicto inmutable de Dios fue:
"Mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; por-
que el día que de él comieres, ciertamente morirás" (Gén. 2: 17).
Sin embargo, mediante su método de justificación, Dios pro-
tege al pecador del efecto instantáneo de su pecado. Dios lo tra-
ta no como merece, sino como si fuera justo; bondadosamente
le prolonga la vida, aunque no merece nada más que la muerte.
La justificación descansa solamente en el amor y la preocu-
pación de Dios por el bienestar de sus hijos terrenales. Dice: "No
quiero la muerte del que muere" (Eze. 18: 32); Ellos creó para
vivir. Por lo tanto, "ha rodeado al mundo entero de una atmós-
fera de gracia tan real como el aire que circula en derredor del
globo" .5
Por su gracia Dios quiere darle a los pecadores una oportu-
nidad de elegir venir a El, de apropiarse de su poder y de vivir
LA JUSTIFICACION 37

en íntima comunión con El. La vida eterna es posible sólo en unión


con Dios, puesto que El es la única fuente de vida en el universo.
Por medio de la justificación, Dios salda su responsabilidad
moral con toda la raza humana. Vindica su equidad. Proporcio-
na a cada persona una oportunidad para considerar su situación
de pecado. Capacita al pecador para escapar del resultado final
del pecado -la extinción eterna- al aceptar el don de la vida
eterna mediante la restauración de la comunión amistosa con su
Creador y Dador de la vida.
Hay dos modos de justificación: la justificación temporaria
universal (o forense), y la justificación por la fe. La justifica-
ción temporaria universal permite la existencia humana en la tie-
rra. No confiere la salvación ni el don de la vida eterna. La
justificación por la fe, por otro lado, otorga no sólo vida tem-
poral con la salvación del pecado, sino que también confiere vi-
da eterna. En los próximos dos capítulos examinaremos con más
detalles estos dos modos de justificación.

Referencias
1 Comentario biblico adventista, t. 1, Comentarios de Elena G. de White, pág. 1096.
2 Elena G. de White, A fin de conocerle (Buenos Aires, Asoc. Casa Editora Sudamericana,
1964), pág. 18.
3 - - - - - - , . E l Deseado de todas las gentes, pág. 13.
4 Marvin Vincent, Word Studies in che New Tescament [Estudio de palabras en el Nuevo Tes-
tamento] (Grand Rapids, Mich., Wm. B. Eerdmans Pub. Co., 1957), t. 3, pág. 39.
5 White, El camino a Cristo, pág. 67.
La justificación
temporaria universal
5

M
ientras Moisés y Josué estaban en el monte hablando
con Dios, en la llanura el pueblo de Israel se puso
inquieto. En su ociosidad, prevalecieron sobre Aarón
para hacer un becerro de oro. Y adoraron esto como su dios y
su libertador de Egipto. Dios decidió destruirlos por su idolatría.
Moisés, viendo con sus propios ojos su desenfrenada idola-
tría, percibió que les aguardaba la muerte. Intercedió por ellos.
Amaba al pueblo y no quería que muriera, pero también estaba
preocupado por el honor de Dios. Temía que si Dios no lograba
llevarlos hasta Canaán, la Tierra Prometida, como lo había pro-
metido, los paganos tendrían la impresión que era incapaz de ha-
cerlo. Moisés no quería que hubiese una sola mancha en el nombre
y en la reputación de Dios. Así que le dijo a Dios que prefería
que su propio nombre fuera borrado de su libro antes que ver
que el pueblo de Dios pereciera en el desierto. Al ponerse así Moi-
sés en la brecha, Dios cedió y decidió perdonar a su pueblo y
dejarlos vivir (véase Exo. 32; Sal. 106: 23).
Cuando Adán y Eva, en el inmaculado Jardín del Edén, hi-
cieron lo que Dios les había dicho que no hicieran -comer la
fruta prohibida- Jesús se colocó en la brecha. "Cristo, el Hijo
de Dios, se colocó entre los vivos y los muertos diciendo: 'Caiga
el castigo sobre mí. Estaré en el lugar del hombre. El tendrá otra
oportunidad' ". 1 En esta forma, Jesús, la segunda persona de
la Divinidad, se convirtió en nuestro Salvador, "el Cordero que
fue inmolado desde el principio del mundo" (Apoc. 13: 8). Así,
"Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, noto-
38
LA JUSTIFICACION TEMPORARIA UNIVERSAL 39

mándoles en cuenta a los hombres sus pecados" (2 Cor. 5: 19).


"Siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte
de su Hijo" (Rom. 5: 10). Al dar su vida en la cruz, Jesús "por
todos murió" (2 Cor. 5: 15). Todos han sido redimidos, pero no
todos están salvados.
Elena G. de White comenta: "Tan pronto como hubo peca-
do, hubo un Salvador" .2 "Cristo se convirtió en nuestro susti-
tuto y en nuestra certeza. El tomó sobre sí el caso del hombre
caído. Se convirtió en el Redentor, el Intercesor. Cuando se pro-
clamó la muerte como la pena del pecado, El ofreció dar su vida
por la vida del mundo, para que el hombre pudiera tener una
segunda oportunidad" .3 Los hombres y las mujeres vivieron en
esta tierra desde la misma entrada del pecado hasta que Jesús
hizo su sacrificio en la cruz mediante el ofrecimiento de Cristo
de ocupar el lugar del pecador y morir en el madero del Calvario
cuando viniera "el cumplimiento del tiempo" (Gál. 4: 4).
Sólo mediante su sacrificio es que nosotros y toda la gente
del mundo entero está viva aún hoy. Por la muerte de Cristo en
la cruz, Dios nos trata temporariamente como si todos fuéramos
· justos. Por virtud de la cruz, todos disfrutan de la vida a través
de la justificación temporaria universal (temporal y forense). To-
dos son puestos en una relación inmerecida de vida con Dios.
Todos los pecados son cubiertos temporalmente por la san-
gre de Jesús. "Mas Dios muestra su amor para con nosotros,
en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros" (Rom.
5: 8). Esta misericordia divina se manifiesta a las criaturas in-
dignas porque Jesús "es la propiaciación por nuestros pecados;
y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo
el mundo" (1 Juan 2: 2). Dios envió a su Hijo "en propiciación
por nuestros pecados" (1 Juan 4: 10) porque ama a la humani-
dad. La justificación temporaria universal, además de ser llamada
forense, también puede llamarse justificación legal, técnica, ob-
jetiva o impersonal. Está basada solamente en la bondad de Dios
para con todos, sin tener en cuenta la actitud del individuo hacia
El.
En el antiguo servicio del santuario, el sumo sacerdote lleva-
ba los nombres de todas las tribus en su pectoral. Simbólicamente
llevaba el nombre de cada individuo sobre su corazón ante la mis-
ma presencia de Dios. De la misma manera, Jesús lleva en suco-
40 JUSTIFICADOS

razón a cada persona nacida en este mundo, lo haya aceptado


o no como su Salvador.
Al dar su vida en la cruz, Jesús nos aseguró a todos la vida
física e hizo provisión para la vida eterna. En la cruz, El expió
temporariamente todos nuestros pecados conocidos y descono-
cidos, confesados y no confesados. Y "como nuestro Mediador,
Cristo trabaja incesantemente. Sea que los hombres lo reciban
o lo rechacen, El trabaja diligentemente por ellos. Les otorga vi-
da y luz, esforzándose mediante su Espíritu por ganarlos del ser-
vicio de Satanás". 4 En la cruz, El quitó todas las barreras para
la salvación de todos y hace la invitación: "Venid, que ya todo
está preparado" (Luc. 14: 17).
Todas las personas nacidas en este mundo, junto a nuestros
primeros padres, somos culpables de rebeldía ante Dios. Todos
hemos perdido el derecho a la vida y merecemos la muerte. Pero
Dios no creó al hombre para que pereciera; lo creó para estar
en comunión con El y con sus santos ángeles. De acuerdo con
el plan del Creador, cada persona nacida en este mundo viviría
para siempre en su misma presencia. A fin de cumplir este pro-
pósito, Jesús se ofreció voluntariamente para morir, y El murió
para que los pecadores pudieran vivir tanto temporalmente co-
mo por la eternidad, si eligen estar a disposición de la bondado-
sa provisión de Dios para la vida eterna.
El propósito de la justificación temporaria universal -o
temporal- es dar tiempo a los rebeldes contra Dios y su gobier-
no -que todos hemos sido y podemos serlo todavía- para que
cambien sus actitudes hacia Dios y su gobierno. Ello hace para
darnos la oportunidad de escoger ser ciudadanos leales de su rei-
no. De esta forma, la justificación temporaria universal no im-
plica un cambio ético o un cambio en la actitud de la persona
hacia Dios. Sólo significa que Dios trata temporariamente con
los pecadores como si fueran justos, a pesar de su actitud de re-
belión hacia El.
En su justificación temporaria universal, Dios manifiesta tier-
na compasión hacia todos. Otorga a todos una suspensión de la
sentencia de muerte no ejecutándolos inmediatamente a pesar de
sus pecados. Esta suspensión está ideada para romper el obsti-
nado corazón del pecador y acercarlo a su Salvador en arrepen-
timiento.
LA JUSTIFICACION TEMPORARIA UNIVERSAL 41

Jesús le dijo a la mujer tomada en adulterio: "Ni yo te con-


deno; vete, y no peques más" (Juan 8: 11). O parafraseándolo:
"Ven ahora y abandona tu vida de pecado". Cuando la mujer
temblorosa escuchó estas palabras bondadosas, "su corazón se
enterneció, y se arrojó a los pies de Jesús, expresando con sollo-
zos su amor agradecido, confesando sus pecados con amargas
lágrimas" .5 Jesús no la condenó aunque era pecadora. Dios tra-
ta en la misma forma bondadosa a todos los pecadores. El no
condena a nadie hoy. Hoy todavía es "el día de salvación" (2
Cor. 6: 2), no del juicio y de la condenación (véase Juan 3: 17).
Por virtud de la justificación temporaria universal, Dios común-
mente elige no exigir la paga del pecado durante la vida de una
persona en la tierra. Más bien, Ella trata -y recibe a toda per-
sona nacida en este mundo- como si mereciera la vida. Si no
lo hiciera, ninguna persona estaría viva hoy. Cada uno de noso-
tros estaría muerto, porque todos somos pecadores.
Si no fuera por la sangre derramada de Cristo -tanto antici-
patoria para las generaciones anteriores a la cruz como histórica
para nosotros- no habría vivido ni siquiera una persona en esta
tierra. Todos hubieran muerto a causa del pecado. Es sólo por
el sacrificio de Cristo y por su intercesión que estamos vivos. "A
. la muerte de Cristo debemos aun esta vida terrenal. El pan que
comemos ha sido comprado por su cuerpo quebrantado. El agua
que bebemos ha sido comprada por su sangre derramada. Na-
die, santo o pecador, come su alimento diario sin ser nutrido por
el cuerpo y la sangre de Cristo" .6
El salmista testifica: "Bueno es Jehová para con todos, y sus
misericordias sobre todas sus obras" (Sal. 145: 9). "Hace salir
su sol sobre malos y buenos, y... hace llover sobre justos e in-
justos" (Mat. 5: 45). Dios no priva a los impíos de su dadivosi-
dad, reservándolas sólo para los que le aman y le sirven. El
derrama sus bendiciones tanto sobre justos como injustos. En
verdad, "el amor del Señor no tiene fin, ni se han agotado sus
bondades. Cada mañana se renuevan" (Lam. 3: 22, 23, versión
Dios habla hoy). Jesús mismo enfatizó esta verdad cuando dijo
que su Padre ''es benigno para con los ingratos y malos'' (Luc.
6: 35).
En esta vida no hay una diferencia clara entre cómo trata Dios
42 JUSTIFICADOS

a los santos y a los pecadores. Ambos están bajo la protección


de la gracia de Dios; ambos se benefician con la sangre derrama-
da por Jesús para todos.
El salmista notó esta imparcialidad temporaria por parte de
Dios. En un momento de miopía espiritual, se sintió lleno de en-
vidia por la prosperidad de los impíos. Retrospectivamente, con-
fesó: "En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; por poco
resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes, vien-
do la prosperidad de los impíos" (Sal. 73: 2, 3). El venció su "ma-
reo" espiritual cuando entró al santuario (véase Sal. 73: 17). Allí
percibió que habría un juicio o una rendición de cuentas final,
en la cual cada uno cosecharía lo que había sembrado en lacar-
ne (véase Gál. 6: 7).
He pasado la mayor parte de mi vida en las aulas, estudian-
do o enseñando. Algunos de mis alumnos eran buenos, otros no
tanto. Pero durante las semanas o los meses del curso lectivo,
no había diferencia en mi trato con ellos. Todos eran aceptados
igualmente. La diferencia no aparecía hasta el examen final. Al-
gunos pasaban los exámenes, algunos fracasaban. La diferencia
clara entre los justos y los impíos, entre los salvados y los no sal-
vados, entre los que sólo son justificados en un sentido forense
y los que son justificados por fe, no será evidente hasta que el
curso de la vida haya terminado, es decir, en el juicio final.
Dios no tiene hijastros. Todos los seres humanos son los hi-
jos de Dios por naturaleza puesto que El los creó. Pero Dios de-
sea que nosotros seamos más que sus hijos por naturaleza. El
desea que seamos sus hijos e hijas espirituales; El quiere que en-
tremos en una relación de padre-hijo y padre-hija con El. El hi-
jo pródigo era el hijo carnal de su padre, aun cuando estaba en
una tierra lejana, y no disfrutaba de una relación padre-hijo con
él. Pero "volviendo en sí" (Luc. 15: 17), regresó a su padre, y
se convirtió en un verdadero hijo. Esto es más que ser un hijo
según la carne.
Misericordiosamente Dios nos otorga vida, a pesar de nues-
tros pecados, para que podamos entrar en una genuina relación
padre-hijo con El y estar preparados para vivir con El en com-
pleta comunión y gozo por la eternidad. La diferencia entre ser
sólo un hijo carnal o terrenal y ser un verdadero hijo de Dios
LA JUSTIFICACION TEMPORARIA UNIVERSAL 43

se hará evidente al final de la vida temporal. Ni siquiera el peca-


dor no arrepentido es condenado durante su vida temporal. Su
condenación fatal no llegará sino en el juicio final.
Entre los antiguos hebreos nadie era condenado o cortado del
pueblo sino hasta el Día de la Expiación anual. De la misma ma-
nera, por virtud de la muerte de Cristo, todas las personas están
en una relación vivificadora con Dios. Comúnmente, Dios no
acorta la vida temporal de una persona por causa de sus pecados
(aunque la persona misma puede terminarla). Dios exonera ato-
dos del juicio de muerte que merecen durante su vida. Pero aque-
Ilos en quienes el amor de Dios no evoca una respuesta de amor
"están guardados para ... el día del juicio y de la perdición de
los hombres impíos" (2 Ped. 3: 7).
Dios otorga esta suspensión de la ejecución a todos los peca-
dores porque desea su salvación. Si no la quisiera, sería el go-
bernante sólo de personas muertas. Pero Dios no elige vindicarse
a sí mismo a expensas de la vida de sus criaturas humanas. "El
no tiene la intención de disfrutar su propia vida a expensas de
incontables multitudes de hombres miserables y muertos ... No
quiere gobernar sobre un tremendo vacío. Por lo tanto, ha deci-
dido desde la eternidad no tratar a las naciones y a su pueblo
escogido de acuerdo con lo que merecen, sino de acuerdo con
la medida de lo que es necesario para ellos" .7
Dos días antes de Navidad mi esposa y yo nos acercamos a
un mostrador en el aeropuerto de Cebu, Filipinas, con la inten-
ción de volver a Manila. Presenté nuestros pasajes y le dije al
empleado que teníamos dos reservas para ese vuelo específico.
Luego de hacer algunas averiguaciones, nos informó cortésmen-
te que nuestras reservas no habían sido confirmadas; en conse-
cuencia, no había reservas para mi esposa y para mí en ese vuelo.
Suavemente traté de señalarle que había más de una hora antes
de la partida del vuelo y que ese era ciertamente suficiente tiem-
po como para arreglar nuestro pasaje. Me dijo que lo sentía, pe-
ro que al no confirmar mis reservas, las había perdido.
Jesús ha preparado una mansión para cada uno de los naci-
dos en este mundo; ha hecho reservas para nosotros. Dios "quiere
que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de
la verdad" (1 Tim. 2: 4). El infierno no fue preparado para los
seres humanos, sino sólo para el diablo y sus ángeles (véase Mat.
44 JUSTIFICADOS

25: 41). Pero aunque Dios desea que seamos salvos y ha hecho
provisión y reservas para nuestra salvación, esas reservas no se-
rán válidas a menos que personalmente como individuos elija-
mos y confirmemos nuestra salvación procurando "hacer firme
[nuestra] ... vocación y elección" (2 Ped. 1: 10), al ser justifica-
dos por la fe. Si no, el que Dios nos otorgue una suspensión de
la ejecución por su justificación temporaria universal, no nos ser-
virá de nada. Perderemos la salvación planeada por Dios, así como
me ocurrió con mis reservas de avión en las Filipinas.
Cuando finalice el segundo juicio del hombre, Dios dirá acerca
de los perdidos lo que dijo en la antigüedad de la viña que repre-
sentaba a su pueblo del Antiguo Testamento: "¿Qué más se po-
día hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella?" (lsa. 5: 4).
No podría haber hecho más. Se dio a sí mismo. "Dios estaba
en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuen-
ta a los hombres sus pecados" (2 Cor. 5: 19). "¡Gracias a Dios
por su don inefable!" (2 Cor. 9: 15).

Referencias
1 Comentaría bíblico adventista, t. 1, Comentarios de Elena G. de White, pág. 1099.
2 Elena G. de White, Review and Herald, 12 de marzo de 1901.
3 - - - - - - , Sígns of the Times [Señales de los Tiempos], 13 de febrero de 1896.
4 - - - - - - , Revíew and Herald, 12 de marzo de 1901.
5 - - - - - - , El Deseado de todas las gentes, pág. 426.
6 !bid., pág. 615.
7 Markus Barth, Justificarían [Justifkación](Grand Rapids, Wm. B. Eerdmans, 1972), pág.
35.
Compromiso personal
a través de la
justificación por la fe
6

H
ay sólo una puerta para la salvación eterna. Esa puerta
es Jesús. Así como la nieve cubre todo el paisaje du-
rante el invierno en muchos lugares, así Cristo murió
por todos los hombres. Sin embargo, la muerte de Cristo en el
Calvario no garantiza la salvación de cada pecador. Ninguna per-
sona será salvada eternamente sólo como resultado de la muerte
de Cristo por todos, ni por la justificación temporaria universal
de Dios.
Cuando el carcelero de Filipos preguntó qué debía hacer pa-
ra ser salvo, Pablo y Silas le dijeron: "Cree en el Señor Jesucris-
to, y serás salvo" (Hech. 16: 31). Pablo escribió más tarde a los
creyentes efesios: "Porque por gracia sois salvos por medio de
la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios" (Efe. 2: 8).
El pecador no puede aferrarse de la justificación y de la salva-
ción eterna por otro medio que no sea la fe en Jesús y su muerte
expiatoria por él en la cruz. Dios puede salvar a los pecadores
sólo mediante la fe en Jesús.
En el plan de salvación, la fe es el medio que conecta al peca-
dor con Jesús, la única puerta a la salvación. Es la mano levan-
tada que pone al pecador en conexión vital con Jesús. Por medio
de ella se recibe el don del perdón y se restaura la comunión con
Dios. "Para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas
tenga vida eterna" (Juan 3: 16). La base de la salvación es Je-
45
46 JUSTIFICADOS

sús, no la fe, pero nos asimos de la salvación por la fe. A través


de la fe el pecador se apropia del don de la salvación.
Para hacer posible la salvación a cada persona, Dios le da
a cada individuo una "medida de fe" (Rom. 12: 3). Pero él, in-
dividualmente, decide lo que hará con ese don. Algunos eligen
utilizarlo y desarrollarlo; otros no. Como resultado, la fe de una
persona crece o se atrofia. Esa es la razón por la cual algunos
tienen mucha fe mientras que otros tienen poca fe o están total-
mente desprovistos de ella.
No hay salvación aparte de nuestra conexión, o unión, con
Jesús. Y la fe es el único conector. Es como la soga con el salva-
vidas que colgaba del helicóptero de la policía sobre las aguas
heladas del río Potomac luego del accidente del vuelo 90 de Air
Florida el 13 de enero de 1982. La soga no fue la salvadora de
los pasajeros que estaban en el agua. Fueron el piloto y el heli-
cóptero quienes los salvaron. Pero la soga era necesaria para co-
nectarlos con la voluntad y el poder que revoloteaba arriba. Así,
por medio de la fe, debe establecerse una conexión vital entre
el pecador y Jesús. Jesús salva al pecador arrepentido por medio
de la fe, así como el piloto y el helicóptero salvaron, por medio
de la soga, a los sobrevivientes del accidente.
Existe un concepto erróneo muy común entre los cristianos
y es que el mero asentimiento mental a la verdad constituye fe
salvadora. Piensan que porque creen que Jesús es Dios, y que
murió por ellos en el Calvario, serán salvados. Pero este no es
el caso. Aun los demonios creen que Jesús es Dios (véase Mar.
5: 7). Por cierto, "los demonios creen, y tiemblan" (Sant. 2: 19).
"Una fe nominal en Cristo, que le acepta simplemente como Sal-
vador del mundo, no puede traer sanidad al alma ... La única
fe que nos beneficiará es la que le acepta a él como Salvador per-
sonal: que nos pone en posesión de sus méritos" . 1
El manzano en el patio de una casa de familia estaba dando
su primer fruto: una manzana. La mamá le dijo a Carlitos que
fuera cuidadoso al jugar a la pelota con sus amigos en el patio
para no tirarla en dirección al manzano. No quería que le pega-
ran a la manzana. Pero ocurrió lo desafortunado. La pelota le
pegó a la manzana y ésta cayó al suelo. Carlitos entró a la casa
y encontró el costurero de su mamá. Tomó un hilo y con él ató
COMPROMISO PERSONAL. .. 47

el tallo de la manzana verde a la rama donde había estado cre-


ciendo. La manzana nuevamente colgaba del árbol.
Día tras día la mamá de Carlitos observaba la manzana des-
de la distancia, anticipando el momento cuando estuviera ma-
dura para poder recogerla y comerla. Pero antes de mucho, le
pareció que la manzana no se veía tan fresca y lozana como an-
tes. Así que se acercó al árbol y descubrió que la manzana esta-
ba unida a la rama sólo por un hil9. La manzana no tenía una
conexión vital con el árbol.
Hay muchos cristianos que creen la verdad pero que no sos-
tienen una unión vital con Jesús -la Vid viviente- por medio
de una fe viva, productora de frutos, y salvadora.
En griego y en hebreo, los idiomas originales de la Biblia, las
mismas palabras denotan tanto fe como creencia. Ambas son tra-
ducidas de las mismas palabras. Lo mismo ocurre con las for-
mas verbales. La única razón por la cual el castellano tiene dos
palabras diferentes -fe y creencia, con dos verbos diferentes que
les corresponden- es para satisfacer su tendencia hacia la riqueza
de significado al extraer dos sinónimos de dos fuentes idiomáti-
cas diferentes.
Pero en el uso común de los términos fe y creencia, encaste-
llano, puede haber una diferencia. La creencia es el mapa cami-
nero; muestra el camino, o la ruta por la cual se puede transitar.
La creencia conoce la voluntad de Dios. En cambio, la fe no des-
cansa satisfecha con el mero conocimiento del camino o de la
voluntad de Dios. Al transitar realmente el camino, o al hacer
el viaje, la persona con fe se diferencia de la persona que cree
solamente. La fe es confianza; lleva a la obediencia, o al hacer,
a la acción en conformidad con la creencia de uno.
Estaba parado con un amigo, un día del invierno pasado en
el borde de una de las pequeñas lagunas del cementerio George
Washington en las afueras de Washington, D.C. Las últimas no-
ches habían sido bastante frías, y el hielo en la laguna ya tenía
un espesor de unos 4 cm. Mientras observábamos el hielo, le dije:
-El hielo es lo suficientemente fuerte como para sostenerte.
-Lo creo -contestó mi amigo, pero permaneció firmemen-
te pegado al suelo, a mi lado.
Mi amigo creía, pero no tenía fe. La creencia es el mero asen-
timiento mental; es inactivo. Si mi amigo hubiera tenido fe en
48 JUSTIFICADOS

lo que yo había dicho, hubiera caminado sobre el hielo; hubiera


confiado su vida a la resistencia del hielo.
De la misma manera, la fe salvadora es una actitud de con-
fianza completa y de lealtad a Jesús. Lleva a una entrega a Dios,
a sus caminos y a sus planes, y a la acción de su voluntad. La
fe salvadora no descansa satisfecha con un mero conocimiento
teórico de la voluntad de Dios; es experiencia!. "La fe significa
confiar en Dios, creer que nos ama y sabe mejor qué es lo que
nos conviene. Por eso nos induce a escoger su camino en lugar
del nuestro". 2
Pero el valor aun de la fe experimental depende de qué o en
quién se la deposita. La fe es como la visión. Aparte de su obje-
to, la visión no tiene valor. Eva poseía una fe sólida, viva, pero
la depositó en la serpiente. La fe viva de Eva -no una fe
salvadora- la llevó a aceptar la proposición de Satanás y a ac-
tuar en armonía con ella. Hubiera sido mejor que su fe en la ser-
piente hubiera estado muerta. Entonces podría haber escuchado
su proposición sin acceder a su sugerencia. Pero desafortunada-
mente su fe era una fe viva, sólida, que la llevó a la acción.
Las novias en perspectiva tienen fe viva. Pero algunas novias
colocan su fe en los hombres equivocados. Para ellas el matri-
monio, en lugar de llegar a ser un anticipo del cielo, se convierte
en la puerta al infierno. La fe salvadora está anclada en Jesús.
Sólo la fe cristocéntrica lleva a la salvación, porque "en ningún
otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado
a los hombres, en que podamos ser salvos" (Hech. 4: 12).
Un nadador se confía al agua, porque sabe que lo sostendrá;
el que vadea, sin embargo, prudente y astuto, mantiene por lo
menos un pie en el fondo del lago. Pero el que vadea no conoce
y nunca conocerá la emoción de nadar y ser sostenido por el agua.
Para hacerlo, debe dejar todo el apoyo del fondo del lago y con-
fiarse a sí mismo por fe al agua. Sin hacer esto no hay posibili-
dad de nadar.
Para el incrédulo, el riesgo de la fe parece demasiado gran-
de. Es como la persona con su dedo gordo en el fondo del lago.
Pero para la persona que ha aprendido a nadar, aún 30 metros
o más de agua debajo de él le imparten puro gozo. Cuanto más
profundidad tenga el agua debajo de él más emocionante será
la sensación de dominio que tendrá.
COMPROMISO PERSONAL. .. 49

El nadador se entrega al poder sustentador del agua. La per-


sona con fe salvadora se entrega a Jesús y gozosamente pone sus
elecciones en línea con la voluntad de Dios. Una esposa no tiene
temor de entregarse a su esposo, a quien ama y en quien confía.
Y su entrega no es pasiva. Más grande que la entrega pasiva es
ser activo en el amor. Una entrega tal produce el gozo y el placer
más emocionante. Así también la fe salvadora en Dios lleva a
la entrega activa -no pasiva- con gozo indecible.
Con relación a Dios y a su voluntad, la fe involucra la libre
elección moral de la persona. Depende de una acción de lavo-
luntad. Nadie confía en cualquiera o cree algo a menos que elija
hacerlo; uno confía o tiene fe en una persona o cosa por elec-
ción. Algunas personas nunca viajan en avión, porque eligen creer
que no es un medio de transporte seguro. Millones de otras per-
sonas eligen creer que es seguro. La fe salvadora es la decisión
de la persona de confiar en Jesús; es la respuesta personal vo-
luntaria a las súplicas del Espíritu Santo, basada en las prome-
sas que Dios hace en su Palabra.
Jesús dijo: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno
oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él con-
migo" (Apoc. 3: 20). Está llamando a la puerta del corazón de
cada persona. Pero su llamado no significa necesariamente que
se lo admita con su don de la salvación. Es verdad lo que dice
el himno: debes abrir el corazón.
Si todos se salvaran automáticamente por la muerte de Jesús
por los pecadores, entonces nadie se perdería. Pero la Biblia en
ninguna parte enseña el universalismo, o que todos serán salvos
por virtud de la justificación temporaria universal de Dios. Más
bien dice que todo aquel que en El [Jesús] cree, no se pierde, mas
tiene vida eterna (Juan 3: 16). Los que no eligen definidamente
creer, o tener fe en Jesús, los que no se entregan a sí mismos pa-
ra seguirle en obediencia a su voluntad, se perderán: algunos,
por elección deliberada; y otros, por negligencia. Para poder ser
salvo, el rebelde debe detener su insurrección y responder a la
invitación de salvación eterna de Dios, aceptando y viviendo go-
zosamente de acuerdo con las leyes del reino de Dios.
El 10 de marzo de 1974, mientras vivíamos en las Filipinas,
el teniente extraviado del ejército japonés, Hirco Onoda emer-
gió de la selva de la isla de Lubang, al sur de la bahía de Manila,
50 JUSTIFICADOS

y se rindió. 3 La guerra entre Filipinas y Japón había terminado


el2 de septiembre de 1945, pero Onoda no había obtenido nin-
gún beneficio de la paz. Para obtener alguna ganancia de esa paz,
él mismo debía creer que la guerra había concluido y debía acep-
tarlo personalmente.
Durante casi tres décadas Onoda había rehusado creer los in-
formes de paz que había recibido repetidamente mediante emi-
siones públicas hechas en japonés en la isla y a través de periódicos
japoneses que se le habían dejado en la playa. El pensaba que
todo esto eran sólo tretas norteamericanas para inducirlo a ren-
dirse. Así que había continuado su guerra de un solo hombre.
Durante esos largos años había sido acosado constantemen-
te por soldados filipinos y por otros que habían tratado de en-
contrar su escondite. El había estado esperando todos los días
que viniera la aviación y la armada japonesas a ayudarle a re-
capturar las Filipinas.
La situación de Onoda en la isla de Lubang puede comparar-
se con el estado del pecador inconverso ante Dios. La muerte de
Cristo por él en la cruz no le trae paz ni salvación. El anuncio
de reconciliación de Dios como resultado de la muerte de Cristo
no le reporta ningún beneficio. No trae paz al pecador ni lo sal-
va automáticamente, así como la paz concertada entre Japón y
Filipinas no le trajo paz a Onoda. El debía creer personalmente
que se había concertado la paz, y debía aceptar esa paz. Así tam-
bién nosotros personalmente debemos aceptar la paz que Dios
ya ha concertado y nos ha provisto por medio de Jesús. La paz
con Dios y la salvación sólo vienen al confiar en la promesa de
Dios. La salvación por la fe presupone una participación perso-
nal por medio de la elección, con una entrega personal de la vida
y de los planes a Dios.
Onoda mismo no produjo la paz entre el Japón y las Filipi-
nas. El aceptó que ya había sido hecha. "El creyente no es ex-
hortado a que haga paz con Dios. Nunca lo ha hecho ni jamás
podrá hacerlo. Ha de aceptar a Cristo como su paz, pues con
Cristo están Dios y la paz" .4 Todo lo que el hombre tiene posi-
bilidad de hacer para su propia salvación es aceptar la invitación:
"El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente". 5
Como pecadores ante Dios, debemos hacer como Onoda: ren-
dirnos. La entrega del corazón a Jesús transforma al rebelde y
COMPROMISO PERSONAL. .. 51

lo transforma en penitente, y entonces el lenguaje del alma obe-


diente es: "Las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas
nuevas" .6
Todo lo que Dios requiere para restaurar nuestra paz con El
ha sido hecho por El, actuando en la persona de su Hijo. Sus
logros son acreditados a cualquiera que, por más vil que sea, es-
té dispuesto a cambiar de enemigo a leal seguidor de Dios acep-
tando su don de paz y salvación y siguiendo su camino y haciendo
sus obras. Pero como Onoda, el pecador debe confiar primero
en el ofrecimiento de paz y elegir aceptarlo.
La justificación por la fe descansa en nuestra aceptación de
lo que Cristo ya ha hecho, no en lo que usted o yo hemos hecho
o podemos hacer. La respuesta del pecador al amor de Dios se-
ría completamente inútil si Jesús no hubiera obtenido nuestra re-
dención en el Calvario.
La ley, aunque perfecta, no tiene poder para traernos a la re-
lación correcta con Dios. Pero el Evangelio nos habla de Uno
que representó a toda la raza, Uno a quien se le imputaron nues-
tros pecados para que su justicia nos pueda ser imputada. "Al
que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que
nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él" (2 Cor. 5: 21).
"Fue condenado por nuestros pecados, en los que no había par-
ticipado, a fin de que nosotros pudiésemos ser justificados por
su justicia, en la cual no habíamos participado" .7
Por medio de su justificación temporaria universal, Dios ab-
suelve al pecador de una merecida muerte instantánea por el pe-
cado y la culpa, y lo trata durante su vida terrenal como si fuera
justo. Por medio de la justificación por la fe, el pecador acepta
la reconciliación de Dios y recibe su perdón y paz mientras Cristo
lo viste con el manto de su propia justicia y lo sella con el Espíri-
tu Santo. En tanto el pecador convertido -ahora creyente- more
en Cristo, disfrutará de una escapatoria de la esclavitud del pe-
cado y tendrá la seguridad de la salvación y de la vida eterna.
En un culto religioso al cual asistí hace algunos años, el pas-
tor sostuvo en alto un billete de un dólar y lo ofreció a cualquie-
ra que viniera hasta el frente y lo reclamara. Yo estaba sentado
en el fondo de la iglesia, que tenía una capacidad como para 800
personas. Nadie delante de mí se movió para recibir el regalo ofre-
52 JUSTIFICADOS

cido. Tuve bastante tiempo para levantarme de mi asiento e ir


hasta el frente para reclamarlo.
Pablo escribe: "Fuimos reconciliados con Dios por la muer-
te de su Hijo" (Rom. 5: 10). Pero la reconciliación con Dios no
nos salvará aparte de nuestra elección de reclamarla. Así como
yo tuve que ponerme de pie e ir al frente para reclamar el ofreci-
miento del pastor, así también nosotros debemos reclamar el ofre-
cimiento de Dios para poder ser salvos.
La reconciliación lograda por Cristo en la cruz puede com-
pararse con el cordero sacrificado durante la Pascua en el éxo-
do. Cada hogar israelita degolló al cordero pascual, pero nadie
fue protegido de la muerte meramente por derramar su sangre.
La sangre del cordero muerto debía ser aplicada en los postes
y en el dintel de cada hogar. Sólo entonces el ángel de la muerte
pasaría por alto a los miembros de esa familia en particular. De
la misma manera, la reconciliación provista por Dios debe ser
reclamada personalmente por cada pecador para poder asegurar
la salvación eterna.
La sangre de la reconciliación que Cristo derramó por todos
los hombres en la cruz, resulta valiosa para el pecador sólo cuando
el pecador acepta personalmente por fe a Jesús como su Salva-
dor y confía en el ofrecimiento de perdón de Dios. Todos son
llamados y reciben la invitación, pero no todos la aceptan.
Un muchacho le pide a una señorita que se case con él. Pero
su matrimonio nunca ocurrirá si la joven no acepta su proposi-
ción de matrimonio. De la misma manera Dios le pide a cada
persona que acepte la salvación por la fe en la sangre derramada
de Jesús. Algunos la aceptan y son salvados; otros desprecian
la invitación de Dios; aún hay otros que la pierden por su negli-
gencia al no beneficiarse con el sacrificio de Cristo. Estos, final-
mente se pierden eternamente, aun cuando Cristo realmente murió
también por su salvación. "Porque muchos son llamados, y po-
cos escogidos" (Mat. 22: 14). Sólo los que positivamente acep-
tan el don de la salvación estarán con Dios en su reino.
Por medio de la fe personal en Dios, o por una actitud de
confianza y lealtad hacia El, la justificación universal forjada
en la cruz para todos los hombres se convierte en justificación
personal por fe. Por medio de ella Dios mismo justifica, o tiene
por justo al pecador. "Cristo se ha convertido en nuestro sacri-
COMPROMISO PERSONAL. .. 53

ficio y en nuestra certeza. El fue pecado por nosotros, para que


podamos llegar a ser la justicia de Dios en El. Por medio de la
fe en su nombre, El nos imputa su justicia, y llega a ser el princi-
pio viviente en nuestra vida" .8 Esta renovación de espíritu y
mente implica la restauración de la comunión.
El regreso del hijo pródigo al hogar ilustra este aspecto posi-
tivo del perdón, seguido por la obediencia y el servicio devoto.
Gustaf Aulen observó acertadamente que "el peligro principal
es que se interprete negativamente el perdón como simplemente
la remisión del castigo. Una interpretación tal no es satisfactoria
y no agota el rico contenido de esta idea. El elemento esencial
es el restablecimiento positivo de la relación rota". El observa
que Lutero lo utiliza con su significado más amplio, de tal ma-
nera que "donde hay perdón de pecados, también hay vida y ben-
diciones" .9
Esta comunión renovada elimina la rebelión. Jesús no colgó
y murió en la cruz para dar licencia a los rebeldes para permane-
cer como tales y aún así heredar la vida eterna. El plan de salva-
ción fue ideado para terminar con la rebelión y el pecado, no
para perpetuarlos. Jesús murió para pagar nuestro castigo por
el pecado. El padre que esperaba probablemente había perdona-
do a su hijo mientras éste aún se encontraba en el país lejano.
Esa fue justificación forense, u objetiva. Legalmente, el hijo ha-
bía sido puesto en armonía con el padre, aún cuando estaba en
el país lejano. Pero la relación, con la bendita "justicia, paz y
gozo en el Espíritu Santo'' (Ro m. 14: 17), fue restaurada y expe-
rimentada sólo cuando el hijo descarriado voluntariamente aban-
donó su rebeldía y gozosamente volvió al hogar.
Y no regresó al hogar para seguir siendo un rebelde. Cuando
el pródigo abandonó su hogar, era un rebelde tanto en sentimiento
como en acción; cuando volvió, su espíritu rebelde se había de-
rretido. Volvió con ansias, dispuesto a vivir de acuerdo con las
reglas de su padre. De la misma manera, la persona justificada
por la fe ha experimentado un cambio de actitud. Este ha sido
efectuado por el Espíritu Santo, a quien ha respondido el peca-
dor por fe divinamente inspirada, que implica confianza y en-
trega a Dios y a su voluntad. "Con fe, un hombre se conecta
a sí mismo en un circuito paralelo con Cristo''. 10
Como el pródigo que vuelve, el pecador arrepentido no tiene
54 JUSTIFICADOS

justicia propia por la cual recomendarse a Dios. Pero nuevamente,


al igual que el pródigo, coloca su confianza en la bondad de su
Padre, y "en él [Jesús] es justificado todo aquel que cree" (Hech.
13: 39). Dios "justifica [para salvación] al que es de la fe deJe-
sús (Rom. 3: 26). "Siendo justificados gratuitamente por su gra-
cia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios
puso como propiciación por medio de la fe en su sangre" (Rom.
3: 24, 25).
"El pecador es justificado mediante los méritos de Jesús, y
este es el reconocimiento de Dios de la perfección del rescate pa-
gado,:·POr el hombre. Que Cristo fuera obediente aún hasta la
mue'rie de cruz es una señal de la aceptación del pecador arre-
pentido con el Padre" . 11 "La justificación es el pleno y comple-
to perdón de los pecados" 12 y "ser perdonados en la manera en
que ;Cristo perdona es no sólo ser perdonados, sino ser renova-
dos en el espíritu de nuestra mente". 13 "En el momento en que
un pecador acepta a Cristo por fe, en ese momento es perdona-
do. La justicia de Cristo le es imputada a él" . 14 "Llega a ser
miembro de la fami_lia real, hijo del Rey celestial, heredero de
Dios y coheredero con Cristo" . 15
En la justificación por la fe, se acredita al pecador la perfec-
ta justicia de Cristo. "Es la justicia de Cristo lo que hace acepta-
ble al pecador penitente ante Dios y obra su justificación. No
importa cuan pecadora haya sido su vida, si cree en Jesús como
su Salvador personal, está delante de Dios en el manto inmacu-
lado de la justicia imputada de Cristo" . 16 La justificación por
la fe es un regalo de Dios; atribuye al pecador arrepentido la jus-
ticia de Cristo. Esta justicia la obtiene el pecador solamente por
la fe mediante el Espíritu Santo.
La muerte de Cristo sola no puede impartir vida eterna al pe-
cador arrepentido. Cristo necesita ser "resucitado para nuestra
justificación" (Rom. 4: 25). La versión Dios habla hoy dice "que
[Cristo] fue entregado a la muerte por nuestros pecados y resu-
citado para librarnos de culpa". La palabra justificación que Pa-
blo utiliza aquí y también en Romanos 5: 18, es dikáiosis, y denota
"tanto un proceso como un resultado". Es una "liberación [de
la condenación] que trae vida" . 17 Para Pablo, la justificación
COMPROMISO PERSONAL. .. 55

por fe de un pecador y la resurrección de Jesús están unidas in-


disolublemente.
"Lo que Pablo llama justificación, redención, o reconcilia-
ción es el mismo suceso poderoso descrito como 'perdón' en otros
libros del Nuevo Testamento. En Hechos 13: 38-39, Lucas pre-
senta un discurso de Pablo de manera tal que Pablo mismo iden-
tifica al perdón con la justificación. 'Por medio de él se os anun-
cia perdón de pecados ... en él es justificac,lo todo aquel que
cree' '' . 18
En una ocasión Jesús estaba caminando con Jairo hacia su
casa, pero una gran multitud los apretaba. En esta multitud ha-
bía una mujer que hacía doce años que sufría de un flujo de san-
gre. Había oído hablar de Jesús y creía que su única esperanza
era verlo y tocarlo. En su debilidad se colocó en un lugar entre
la multidud donde pensó que se le acercaría. Fue afortunada. El
se acercó a ella. Ahora sólo había dos persona~ entre ella y el
gran Sanador. Alargó su brazo entre los dos y apenas alcanzó
a tocar el borde del manto de Jesús. Instantáneamente sintió una
ola de salud, posiblemente como un choque eléctrico, que pasó
por todo su cuerpo. Supo que había sido sanada.
En este momento Jesús se detuvo y preguntó: "¿Quién ha
tocado mis vestidos?" (Mar. 5: 30). Los discípulos estaban cer-
ca de El, y Pedro, siempre el vocero del grupo, casi con una risi-
ta ahogada en su voz, preguntó: "Maestro, preguntaste quién
te tocó. Puedes ver que la gente te está apretando por todos la-
dos ¿y preguntas quién me tocó?" Jesús dijo que no se refería
a los empujones descuidados de la multitud sino a un toque de
fe, porque había sentido "poder que había salido de él" (vers.
30). La mujer sabía que había sido descubierta; de rodillas le con-
fesó: "Yo te toqué". Tiernamente Jesús la miró y le dijo: "Hi-
ja, por tu fe has sido sanada" (Mar. 5: 34, versión Dios habla
hoy).
¿Qué clase de fe poseemos tú y yo? ¿Es como la fe de la mul-
titud que empujaba a Jesús? ¿O es como la de la mujer que fue
sanada por su fe vital? La fe impartida por Dios nos sanará de
la destrucción del pecado y nos hará completos para vida eter-
na. Seremos aptos para la sociedad celestial al escoger aceptar
a Jesús como nuestro Salvador y ser justificados por fe.
56 JUSTIFICADOS

Referencias
1 White, El Deseado de todas las gentes, pág. 312.
z ------,La educación, pág. 253.
3 Para conocer la interesante historia del desaparecido Hiroo Onoda del ejército japonés en
la isla de Lubang en las Filipinas, véase su libro: No Surrender: My Thirty Year War [No me
rindo: Mi guerra de treinta años], Charles S. Terry, trad. (Japón, Lin Kou Book, Sound, and
Gift Co., Imperial Books and Records Co., 1974).
4 White, Mensajes selectos, t. 1, pág. 295.
5 SDA Bible Commencary [Comentario bíblico adventista], t. 6, Comentarios de Elena G.
de White, pág. 1071.
6 White, Testimonies for the Church (Mountain Vicw, Calif., Pacific Press Pub. Assn., 1948)
t. 4, pág. 625.
7 - - - - - - - , E l Deseado de todas las gentes, pág. 17.
8 - - - - - - - , Review and Herald, 12 de julio de 1892.
9 Gustaf Aulen, The Faith of the Christian Church [La fe de la iglesia cristiana], pág. 258.
10 Hans Küng, Justification [Justificación] (Nueva York, Thomas Nelson Publishers, 1964),
pág. 84.
11 White, Signs of the Times, 4 de julio de 1892.
1Z SDA Bible Commentary, t. 6, Comentarios de Elena G. de White, pág. 1071.
13 White, en Review and Herald, 19 de agosto de 1890.
14 SDA Bible Commencary t. 6, Comentarios de Elena G. de White, pág. 1071.
15 White, Mensajes selectos, t. 1, pág. 252.
16 - - - - - - , Signs of the Times, 4 de julio de 1892.
17 William F. Arndt y F. Wilbur Gingrich, A Greek-English Lexicon of the New Testament
{Un léxico griego-inglés del Nuevo Testamento] (Chicago, University of Chicago Press, 1957),
pág. 197.
18 Markus Barth y Vernc Fletcher, Acquittal by Resurrectíon [Absolución por resurrección]
(Nueva York, Holt, Rinehart, y Winston, 1963), pág. 85.
Seguridad en Cristo
7

A l confiar el control de su voluntad a Jesús, y al haber


sido colocado en una correcta relación con El por me-
dio de la justificación por la fe, el creyente se "casa"
con Cristo; ha entrado en un pacto, o una relación de contrato,
con Dios sobre la base del amor. En 2 Corintios 11: 2, Pablo
utiliza el matrimonio como ilustración de la relación de una per-
sona con su Salvador. Dice: "Os he desposado con un solo es-
poso, para presentaros como una virgen pura a Cristo". Isaías,
el profeta evangélico, utiliza la misma figura de lenguaje para
describir la relación existente entre el creyente y su Dios. Dice:
"Porque tu marido es tu Hacedor" (lsa. 54: 5). Como un espo-
so fiel ama a su esposa, así Jesús ama al creyente y a su iglesia
(véase Efe. 5: 25, 29).
En Romanos 7: 1-3, Pablo utiliza nuevamente el matrimo-
nio para ilustrar la relación de una persona, primero con el pe-
cado y luego con Cristo. La persona inconversa, que no ha sido
justificada por fe o puesta en la correcta relación con Dios, está
bajo el dominio de la ley y del pecado. Está casada con el peca-
do, así como el creyente está casado con Cristo. Para él es impo-
sible obedecer a Dios. Para él, la ley y el pecado son inseparables
y casi pueden ser utilizados como sinónimos. Pero la persona que
está casada con Cristo, mora en Cristo y es guiada constante-
mente por el Espíritu Santo. Ya no está casada con el pecado
y por lo tanto bajo su dominio, ni está bajo la condenación de
la ley. Justificado por fe, casado con Cristo y permaneciendo en
El, está en una correcta relación vital con Dios.
El creyente y Cristo están unidos en un pacto de amor, y el
amor es una decisión de considerar siempre los mejores intereses
de la otra persona. Exige que uno piense, sienta, y actúe en fa-
vor del bienestar del otro bajo toda condición y circunstancia.
57
58 JUSTIFICADOS

La relación entre Dios y el creyente está definida por este acuer-


do. El creyente fue impulsado a entrar en esta relación con Dios
por los actos bondadosos de Dios realizados previamente en fa-
vor del pecador. Como su superior, Dios ha definido las obliga-
ciones del creyente en esta relación de pacto, así como las definía
el señor medieval o el soberano para sus vasallos o siervos.
Utilizando otra metáfora, Dios es como un novio que le ha
propuesto matrimonio repetidamente a su amada. Durante mu-
cho tiempo ha querido casarse con ella, pero ella ha rechazado
sus propuestas matrimoniales. Un día ella acepta, y se convierte
en su novia. Su matrimonio dependía de la decisión de ella, no
de la de él.
De la misma manera, la justificación por la fe no depende
principalmente de la decisión de Dios. Al igual que el novio, du-
rante mucho tiempo ha querido justificar y redimir a cada peca-
dor. Pero también se necesita la aceptación de la propuesta de
Dios por parte del pecador. Como el novio, Dios hace mucho
tiempo que hubiera aceptado al pecador como su novia si éste
hubiera estado dispuesto a responder a sus proposiciones con
amor, fe y confianza. La base de la justificaión por la fe es el
amor de Dios hacia el pecador, manifestado en la muerte de Cristo
por su salvación. Pero el pecador es justificado para salvación
sólo cuando acepta el don de amor de Dios y elige creer en El
y reconocerlo como su Salvador.
Al igual que el matrimonio, la justificación por la fe es una
unión de dos partes sobre la base de su libre elección. Los que
estamos casados, nos casamos por nuestra propia voluntad. Y
antes de casarnos, le dimos a nuestros futuros cónyuges nuestro
corazón. Lo mismo es verdad en nuestro casamiento con Dios:
la justificación por la fe. De allí que la súplica genérica de Dios
a cada persona sea: "Dame, hijo mío, tu corazón" (Prov. 23:
26). "Dios requiere la entrega completa del corazón antes de que
pueda efectuarse la justificación" . 1 La justificación personal es
la justificación por la fe en contraste con la justificación univer-
sal temporaria (o forense), que es impersonal.
Al aceptar el arrepentimiento otorgado por Dios (véase Rom.
2: 4) y al creer en Jesús como nuestro Salvador personal, usted
y yo, como pecadores, participamos activamenté en la justifica-
ción por la fe. Debemos participar personalmente para que la
SEGURIDAD EN CRISTO 59

salvación pueda ser nuestra. Respondemos a Jesús confiándo-


nos a El y aceptando personal y voluntariamente su amor hacia
nosotros por medio del Espíritu Santo. Al hacerlo, aceptamos
personalmente su justicia como un don gratuito. Por nuestra pro-
pia elección, invitamos al Espíritu Santo a nuestros corazones
y tomamos la decisión de que ya no seguiremos los impulsos ca-
prichosos, pecaminosos o los deseos pasajeros. Antes bien, pen-
saremos y actuaremos de acuerdo con la voluntad de Dios en todo
momento.
De esta manera, estamos vestidos con el manto de justicia de
Cristo. Muchos pretendientes han comprado y le han regalado
vestidos a sus enamoradas, especialmente después que han acep-
tado su propuesta de matrimonio. Los pretendientes generalmente
no le regalan vestidos a las jóvenes que han rechazado su pro-
puesta de matrimonio. Así también Jesús, el pretendiente celes~
tial, no viste con la vestidura de su justicia a los que han
despreciado su propuesta de matrimonio, sino sólo a quienes lo
aceptaron como su Salvador. El no da su manto de justicia a los
rebeldes y a los enemigos.
En la fiesta de la Pascua, Jesús dijo a sus discípulos: "Voso-
tros limpios estáis" (Juan 13: 10). Y todo aquel que acepta aJe-
sús está limpio. "Si te entregas a El y lo aceptas como tu Salvador,
por pecaminosa que haya sido tu vida, serás contado entre los
justos, por consideración a El. El carácter de Cristo toma el lu-
gar del tuyo, y eres aceptado por Dios como si no hubieras
pecado" .2
Mediante la justificación por la fe, el pecador es tenido por
justo y hecho justo. Es como si una persona pobre se casara con
una rica. Después del matrimonio ambos son ricos. Por el ma-
trimonio las riquezas de uno llegan a ser las riquezas del otro.
Esta riqueza perdura durante su matrimonio.
Por medio de la justificación por la fe -nuestro matrimonio
con Jesús-, la justicia de Cristo llega. a ser nuestra justicia. Sus
riquezas son ahora nuestras riquezas. Nuestra pobreza pecami-
nosa queda atrás. Como cristianos somos ricos por medio de las
riquezas de Cristo; somos justos por medio de su justicia. "En
el momento en que nos rendimos a Dios, creyendo en El, tene-
mos su justicia" .3
Mediante el matrimonio las dos partes llegan a ser una sola car-
60 JUSTIFICADOS

ne. Tan íntima como es la unión de dos personas en el matrimo-


nio, así también por medio de nuestro matrimonio con Cristo
somos uno con El. Cuando el Padre nos mira a ti y a mí, ve a
través de nosotros a su Hijo y nos acepta como lo acepta a El.
"La relación de Cristo con su Padre abarca a todos los que lo
reciben por fe como su Salvador personal" .4 "Sólo en esta
unión debe descansar la esperanza del hombre". 5 Lutero escri-
bió: "La fe ... une al alma con Cristo, como una novia con su
novio, y desde este matrimonio, Cristo y él alma llegan a ser un
solo cuerpo, como dice San Pablo (Efe. 5: 30). Entonces las po-
sesiones de ambos son comunes, ya sea fortuna, o infortunio,
o cualquier otra cosa; así que lo que Cristo tiene, también perte-
nece al alma creyente, y lo que el alma tiene pertenecerá a Cris-
to. Si Cristo tiene todas las cosas buenas, incluyendo la santidad,
éstas también pertenecerán al alma ... El toma posesión de los
pecados del alma creyente por virtud de su anillo de casamiento,
es decir la fe, y actúa tal como si El mismo hubiera cometido
esos pecados ... Así el alma es limpiada de todos sus pecados
por virtud de su dote, es decir, por razón de su fe. Es liberada
y desencadenada, y se le otorga la eterna justicia de Cristo, su
novio. ¿No es acaso un hogar feliz, cuando Cristo, el rico, noble
y buen novio, toma en matrimonio a la pobre ramera, despre-
ciada, y malvada, y la libera de toda maldad, y la adorna con
todas las cosas buenas? Sus pecados no la pueden condenar, por-
que ahora descansan sobre Cristo y son absorbidos por El. En
esta forma ella tiene una justicia tan rica en su novio que siem-
pre puede resistir los pecados, aunque estos realmente estén al
acecho esperándola" .6
Por nuestro nacimiento físico somos carnales y pertenecemos
a la familia de Satanás. Pero mediante nuestro casamiento con
Jesús, mediante la justificación por la fe, llegamos a ser miem-
bros de la familia de Dios. Ya no somos huérfanos; ahora perte-
necemos a Dios.
La justificación se fundamenta en la gracia gratuita de Dios.
He aquí nuevamente las palabras de Pablo: "Siendo justifica-
dos gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es
en Cristo Jesús" (Rom. 3: 24). O traducido de otra manera: "Pero
Dios, en su bondad y gratuitamente, los ha librado de culpa, me-
SEGURIDAD EN CRISTO 61

diante la liberación que se alcanza por Cristo Jesús" (versión Dios


habla hoy).
Un conocido mío tenía una prima que vivió, sin el beneficio
del matrimonio, con un amigo durante varios años. Durante el
tiempo que vivió con él, estaba constantemente temerosa de que
algún día él la dejara. No disfrutaba de ninguna seguridad ni de
paz mental porque no había una relación verdadera que los liga-
ra, como la que existe en el matrimonio. Ella sabía que los unía
muy poco fuera de su magnética atracción femenina y su seduc-
ción constante. También sabía que cuando tenía puestos los ru-
leros, su atractivo se reducía grandemente; cuando estaba
enferma, desaparecía casi por completo.
Mae, mi esposa, y yo no vivimos en tal estado de temor cons-
tante. Sabemos que aun cuando a veces nos decepcionamos mu-
tuamente, ninguno de los dos abandonará al otro. Mediante el
matrimonio hemos establecido una relación que nos permite vi-
vir en un estado de seguridad mutua y de paz mental. No vivi-
mos con temor constante al abandono.
Una mujer me dijo una vez que cuando recién se casó se sen-
tía temerosa cuando ocasionalmente decepcionaba a su esposo.
Ella sabía que él la amaba; él prontamente la perdonaba y le ase-
guraba su amor cuando ella decía que pensaba haberlo molesta-
do. Sin embargo, durante los primeros meses de su matrimonio
todavía tenía temor. Pero al ir conociéndose más en el matrimo-
nio, este temor desapareció. Ella tenía confianza en el perdón
de su esposo, en su aceptación completa, y en su amor constante
hacia ella.
Posiblemente, un cristiano joven puede sentir a veces hacia
Dios lo mismo que sentía esta joven esposa hacia su esposo. Pe-
ro al llegar a conocer mejor a Dios, su compasión y su amor,
el temor a su desaprobación debiera desaparecer, como ocurrió
en el caso de esta joven esposa. Recuerde que está casado con
Jesús mediante la justificación por la fe. Jesús lo escogió a usted
para que entrara en esta relación especial con El porque lo ama.
Lo ama aun cuando usted tropieza con el pecado y lo decepcio-
na. Luego de haber pecado o cometido errores y haberlo decep-
cionado, dígale, como lo hizo esta joven esposa, que se siente
triste por lo que ha hecho. Al hacer esto, El "será amplio en per-
donar" (lsa. 55: 7). En algunos momentos todos podemos de-
62 JUSTIFICADOS

cepcionarlo. Pero "si en nuestra ignorancia damos pasos equi-


vocados, el Salvador no nos abandona" .7 El promete: "No te
desampararé, ni te dejaré" (Heb. 13: 5).
¿Nos damos cuenta de que estamos casados con Jesús por
medio de la justificación por la fe? Dios nos acepta, no porque
somos buenos, sino porque Jesús es bueno y digno. Nos coloca-
mos confiadamente en sus manos y sabemos que El nos sosten-
drá con seguridad (véase Juan 10: 27-29). El conoce y llama a
todos por su nombre. Dice: "Yo te redimí". (lsa. 44: 22). Esto
es algo por lo cual podemos alegrarnos y gritar de gozo.
Conozco una familia en la que la esposa y madre se alejó de
la unidad familiar. Intimó con otro hombre, quedó embarazada
de él y tuvo un hijo. A pesar de esta herida al amor, de esta bre-
cha en su lealtad, el esposo la perdonó y estuvo dispuesto a adoptar
al bebé de su esposa. Los hijos más grandes asimismo estuvie-
ron dispuestos a acompañar a su padre en su amor y perdón ha-
cia la madre. Así es el amor de Dios por nosotros, a pesar de
nuestra infidelidad.
Mediante la justificación por la fe, se ha reestablecido entre
Dios y nosotros una relación de paz y seguridad, que había sido
quebrantada por el pecado (véase Rom. 5: 1). El divorcio causa-
do por la rebelión ha terminado. Hemos entrado en una relación
vital con Dios, por medio de la fe, que provee seguridad en su
amor. Es por ello que no vivimos en constante temor de queJe-
sús nos abandone, aunque a veces inadvertidamente tropezamos
y caemos, como lo hacen los niños que están aprendiendo a ca-
minar. Estamos casados con El. Esta relación durará tanto tiempo
como escojamos mantenerla por medio de nuestro amor y nues-
tra obediencia a El.
"El hombre pecaminoso puede hallar esperanza y justicia so-
lamente en Dios; ningún ser humano sigue siendo justo cuando
deja de tener fe en Dios y no mantienen una conexión vital con
él" .8
Nuestra esperanza de ser admitidos en la sociedad celestial
descansa en nuestro matrimonio con Cristo. Por nosotros mis-
mos no tenemos nada que nos admita o nos haga aptos para la
sociedad celestial. Jesús provee el vestido de bodas. En la pa-
rábola de la fiesta de bodas (Mat. 22: 1-14), el rey ofreció un
SEGURIDAD EN CRISTO 63

vestido de bodas a todos los invitados. Los que lo aceptaron y


lo vistieron fueron bienvenidos a la fiesta de bodas de su hijo.
Somos totalmente incapaces de proveer nuestro propio vesti-
do de bodas. Pero Jesús es rico. Ello ofrece a todos. Nuestra
salvación depende de que lo aceptemos. En la parábola de la fiesta
de bodas, los que desdeñaron y despreciaron el regalo del rey y
rehusaron usarlo fueron echados fuera. Nuestra única esperan-
za de salvación descansa en el don de la salvación: el vestido de
la justicia de Cristo, que sólo puede proveer el Novio celestial.
Habiéndonos aceptado y habiéndose casado con nosotros, Je-
sús nunca se divorciará de nosotros. El promete: "Al que a mí
viene, no le echo fuera" (Juan 6: 37). Para que haya un divorcio
entre nosotros y Dios, tú y yo debemos iniciarlo. Dios nunca lo
hará. Jesús dio su vida para que podamos ser suyos por la eter-
nidad. La relación de paz y armonía restaurada entre Dios y el
pecador justificado será retenida mediante nuestra lealtad y obe-
diencia constante. "A fin de que el hombre retenga la justifica-
ción, debe haber una obediencia continua mediante una fe activa
y viviente que obre por el amor y purifique el alma" .9
La joven que vivía con su amigo sufría del temor constante
de que su compañero la abandonara si ella no estaba atractiva
y seductora todo el tiempo. Así también cada profeso cristiano
que basa su esperanza de salvación en la perfección de su propio
comportamiento vivirá en constante temor ante Dios. Cada vez
que cae en pecado, la base de la aceptación y aprobación de Dios
que él mismo ha concebido desaparece. En consecuencia, su pro-
fesión de la vida cristiana se torna un camino de temor sin fin,
y a menudo de lastimosa desesperación.
La seguridad y la certeza de la salvación del cristiano nunca
debe descansar sobre sus propios logros morales o éticos, sin im-
portar cuán avanzado esté en su desarrollo de la madurez cris-
tiana. La única base verdadera para la paz mental y la seguridad
de la salvación siempre descansará en su aceptación por parte
de Dios. Aun para un siervo voluntario de Dios, no hay una cu-
bierta de justicia propia bajo sus pies. Nuestra disposición leal
y los motivos correctos no siempre aseguran un desempeño pro-
porcionado. "La obediencia del hombre sólo puede ser perfecta
gracias al incienso de la justicia de Cristo'' .10
El apóstol Pablo había avanzado mucho en el camino de la
64 JUSTIFICADOS

madurez cristiana. Sin embargo, su esperanza de eterna salva-


ción se centraba no en sus logros cristianos, sino en la redención
comprada para él por Cristo en la cruz. Es por ello que exclama:
"Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Se-
ñor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo
al mundo" (Gál. 6: 14). Nuestra única esperanza de salvación
y de seguridad descansa en Jesús, la Roca eterna quebrantada
por ti y por mí. Con El estamos casados mediante la justifica-
ción por la fe.

Referencias
l Whitc, Mensajes selectos, t. 1, pág. 429.
2 - - - - - - - , El camino a Cristo, pág. 62.
J - - - - - - , Review and Herald, 25 de julio de 1899.
4 - - - - - - , Signs of the Times, 16 de agosto de 1899.
5 - - - - - - , Review and Herald, 22 de noviembre de 1892.
6 Citado por William M. Landeen en Martin Luther's Religious Thought [Pensamiento reli-
gioso de Martín Lutero] (Mountain Vicw, Ca1if., Pacific Press Pub. Assn., !971), págs. 142, 143.
7 White, El ministerio de curación (Mountain View, Calif., Pacific Press Pub. Assn., 1959),
pág. 192.
8 - - - - - - , Testimonios para los ministros, pág. 367.
9 - - - - - - , Mensajes selectos, t. 1, pág. 429.
10 - - - - - - , Los hechos de los apóstoles (Buenos Aires, Asoc. Casa Editora Sudameri-
cana, 1977), pág. 439.
Una nueva criatura
8

E
n casi todas partes de la sociedad occidental se acostum-
bra que cuando una mujer se casa, cambia de nombre.
En cierto sentido ella llega a ser una nueva persona.
Cuando un pecador se casa con Cristo, él también se transforma
en una nueva persona. "De modo que si alguno está en Cristo,
nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son he-
chas nuevas" (2 Cor. 5: 17). Esta es la base sobre la cual Dios
puede aceptar y contar como justo al pecador, y tratarlo como
tal, aunque ha prometido solemnemente: "Yo no justificaré al ·
impío" (Exo. 23: 7), y ''el que justifica al impío, y el que conde-
na al justo, ambos son igualmente abominables a Jehová" (Prov.
17: 15).
La justificación no está basada en el trato de Dios con el "viejo
pecador". El viejo pecador ha muerto. En el servicio del santua-
rio del Antiguo Testamento, la muerte figurada del pecador se
simbolizaba por el animal sacrificial muerto. Así como el ani-
mal del sacrificio moría simbólicamente por el pecador del Anti-
guo Testamento, así también Cristo murió literalmente por ti y
por mí. "Cristo ha padecido por nosotros en la carne" (1 Ped.
4: 1). Y el pecador, justificado por fe, ha muerto al pecado (véa-
se Rom. 6: 2).
Pablo dice que ''la ley se enseñorea del hombre entre tanto
que éste vive" (Rom. 7: 1). Su jurisdicción cesa con la muerte
de la persona ''porque el que ha muerto, ha sido justificado del
pecado" (Rom. 6: 7), y por lo tanto, de la ley que exigía su vida.
Las exigencias de la ley violada han sido satisfechas por la muer-
te de Cristo por el pecador arrepentido y la crucifixión del viejo
yo carnal.
Después de la muerte del viejo hombre de pecado, nace una
nueva persona en respuesta a los esfuerzos del Espíritu Santo me-
65
66 JUSTIFICADOS

diante la justificación por la fe. Esta muerte, sepultura y resu-


rrección a novedad de vida se simboliza mediante el bautismo
por inmersión. Pablo dice: "¿O no sabéis que todos los que he-
mos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en
su muerte? Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucifi-
cado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea des-
truido, a fin de que no sirvamos más al pecado" (Rom. 6: 3, 6).
Cuando una persona se levanta del sepulcro bautismal, es como
si fuera una nueva persona. "Cuando el Espíritu de Dios toca
el alma, los poderes del alma son vivificados, y el hombre llega
a ser una nueva criatura en Cristo Jesús" . 1
La ley quebrantada condena a muerte. La muerte es causada
por el "mandamiento que era para vida" (Rom. 7: 10; compá-
rese con Deut. 6: 24). No hay ninguna obediencia posible pre-
sente o futura que pueda expiar la desobediencia pasada. Un
asesino perdonado depende constantemente del indulto para vi-
vir. Aparte de él, no posee ningún derecho a la vida.
La ley, el pecado, y la muerte son inseparables del hombre
carnal. La relación entre ellos es tan cercana que las palabras ley,
pecado, y muerte pueden ser utilizadas indistintamente. En sí mis-
mo y aparte de Dios no hay esperanza para el hombre. Por el
mismo hecho de ser un ser humano, está muerto por la eterni-
dad, separado de Cristo. O morirá él la muerte eterna, o acepta-
rá a Jesús y lo dejará morir a El en su lugar. Esto es lo que hizo
Jesús en el Calvario.
"Cuando el pecador contempla la ley, le resulta clara su cul-
pabilidad, y queda expuesta ante su conciencia, y es condenado.
Su único consuelo y esperanza se encuentran en acudir a la cruz
del Calvario. Al confiar en las promesas, aceptando lo que Dios
dice, recibe alivio y paz en su alma. Clama: 'Señor, tú has pro-
metido salvar al que acude a ti en el nombre de tu Hijo. Soy un
alma perdida, impotente y sin esperanza. Señor, sálvame, o pe-
rezco'. Su fe se aferra de Cristo, y es justificado delante de
Dios" .2
Cuando el pecador se aferra de Cristo por fe, el viejo hom-
bre de pecado muere; ahora se levanta un nuevo hombre ante
Cristo. Al ser una nueva persona con un corazón nuevo y una
nueva actitud hacia Dios y hacia su voluntad, el cristiano acepta
la ley de Dios con amor y elige vivir de acuerdo con ella, así co-
UNA NUEVA CRIATURA 67

mo el asesino perdonado con agradecimiento elige vivir de acuerdo


con la ley del país.
Pablo dice: "Porque yo por la ley soy muerto para la ley,
a fin de vivir para Dios" (Gál. 2: 19). Esto no significa que la
ley murió. Sigue en plena vigencia luego de hacer morir espiri-
tualmente al viejo Pablo carnal. Es sólo en virtud de que está
viva que la ley puede condenar y hacer morir a los pecadores.
Continuará condenando a muerte a otros infractores de la ley,
como usted y yo. Pero al igual que Saúl en el Antiguo Testamento
y Pablo en el Nuevo Testamento, cada pecador que acepta a Cristo
es transformado en una persona nueva (véase 1 Sam. 10: 6). A
causa de nuestra naturaleza caída natural, nos identificamos con
el pecado; no se nos puede quitar o sacar sin quitarnos la vida.
Pero Jesús murió en nuestro lugar; El llevó nuestras pecados en
su propio cuerpo (véase 1 Ped. 2: 24) y llegó a ser "por nosotros
maldición" (Gál. 3: 13).
"Al que no conoció pecado [Jesús], por nosotros lo hizo pe-
cado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él"
(2 Cor. 5: 21). Este texto destaca la doble solidaridad de Jesús con
el pecador. El escogió estar de nuestro lado contra el acusador de
los hermanos (Apoc. 12: 10). Como nuestro Creador, El prefi-
rió morir por sus criaturas antes que verlas perdidas en el sufri-
miento, el pecado y la muerte eterna. Al morir por nosotros, Jesús
murió la segunda muerte. Tomó nuestra paga del pecado para
que ningún pecador arrepentido necesite sufrir la muerte eterna.
Por sus heridas somos sanados. "El herido fue por nuestras rebe-
liones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz
fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados" (lsa. 53: 5).
Por medio del poder recreador del Salvador aceptado, el pe-
cador arrepentido es transformado en una nueva criatura. El po-
der de la redención es el poder de la creación. La salvación nos
revela el poder que fue utilizado en la creación para traer a la
existencia a los mundos y al hombre .. Jesús ejercita ahora este
mismo poder para nuestra salvación. Dios puede tomar a un ser
humano, quebrantado y arruinado por el pecado -sí, aun muerto
en pecado (véase Efe. 2: 1)-, y transformarlo en una nueva cria-
tura que finalmente sobrepasará aun a los ángeles en belleza mo-
ral. Sólo Jesús, quien en sí mismo es Dios y Creador, puede
hacerlo.
68 JUSTIFICADO S

Esta transformación de la pecaminosidad a la justicia se ilus-


tra con el incidente en el cual Eliseo cura la olla con el potaje
envenenado en su visita a los hijos de los profetas en Gilgal. "EH-
seo volvió a Gilgal cuando había una grande hambre en la tie-
rra. Y los hijos de los profetas estaban con él, por lo que dijo
a su criado: Pon una olla grande, y haz potaje para los hijos de
los profetas. Y salió uno al campo a recoger hierbas, y halló una
como parra montés, y de ella llenó su falda de calabazas silves-
tres; y volvió, y las cortó en la olla del potaje, pues no sabía lo
que era. Después sirvió para que comieran los hombres; pero su-
cedió que comiendo ellos de aquel guisado, gritaron diciendo:
Varón de Dios, hay muerte en esa olla! Y no lo pudieron comer.
El entonces dijo: Traed harina. Y la esparció en la olla, y dijo:
Da de comer a la gente. Y no hubo más mal en la olla'' (2 Rey.
4: 38-41).
El efecto ponzoñoso del potaje se debió posiblemente a la co-
loquíntida, parecida a las calabazas silvestres que los hijos de los
profetas recogieron en el campo. Esta es una fruta amarilla del
tamaño de una naranja. La fruta es amarga y produce cólicos;
afecta los nervios así como también produce dolor de estómago
y náuseas. Si se la come en grandes cantidades, la coloquíntida
puede llegar a producir la muerte.
Para curar el potaje de su efecto mortal, Eliseo puso un po-
co de harina en la olla. Aunque había "muerte en la olla", Eli-
seo no hizo que su siervo la descartara. Antes bien, él transformó
el potaje letal en un comida saludable.
Así como la coloquíntida (o lo que haya sido lo que los hom-
bres recogieron) era un veneno mortal en el potaje, así también
el pecado es un veneno para muerte eterna en las vidas huma-
nas. Eliseo puso harina en el potaje. Jesús es la harina, el "pan
de vida", de acuerdo con Juan 6: 35, para nosotros, quienes es-
tamos envenenados mortalmente. Hay poder en el evangelio de
Jesucristo para sanar a cada uno de nosotros de nuestros peca-
dos más viles.
En su discurso de despedida a los dirigentes de la iglesia de
Efeso, Pablo dijo: "Y ahora ... os encomiendo a Dios, y a la
palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y da-
ros herencia con todos los santificados" (Hech. 20: 32). El Espí-
ritu Santo tiene poder, por medio de la Palabra, para deshacer
UNA NUEVA CRIATURA 69

el mal que el pecado ha traído sobre nosotros. La Palabra es ca-


paz de edificamos y de capacitarnos para su reino. "Nuestro Sal-
vador es el pan de vida; cuando miramos su amor y lo recibimos
en el alma, comemos el pan que desciende del cielo". 3
"Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que
por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por
ellos" (Heb. 7: 25). "Mediante la fe se suple cada deficiencia de
carácter, se lo purifica de toda contaminación, se corrige toda
falta, se desarrolla toda excelencia". 4
Jesús, el pan de vida, posee poder para transformarnos. Quiere
poner su harina, ese pan de vida, en nosotros por medio de su
Palabra, así como Eliseo puso la harina en el potaje envenena-
do. Con la harina, la naturaleza del potaje cambió. Así también
es el plan de Dios que usted y yo seamos transformados al per-
mitir que Jesús entre en nosotros por medio de su Palabra. Pero
esto sólo pu~de Iiacerse cuando escogemos llenar nuestra mente
con su Palabra.
También se ilustra el poder transformador de la Palabra me-
diante varias parábolas. En la del sembrador (Mat. 13: 1-9) la
semilla es esparcida sobre el suelo, y brota la nueva vida, y cre-
ce. Así también el viejo hombre de pecado muere y se levanta
un nuevo hombre en Cristo por la enseñanza de la Palabra.
También se ilustra el comienzo de la nueva vida espiritual,
del nuevo nacimiento, con la parábola de la levadura (Mat. 13:
33). Se coloca la levadura en un bollo de masa. El propósito de
la levadura es cambiar la naturaleza de la masa. Jesús nos acep-
ta tal como somos en el momento en que nos entregamos a El
y somos justificados por fe. Pero así como la harina quitó el ve-
neno del potaje de Eliseo, y así como la levadura cambia la ma-
sa, así también Jesús nos cambia mediante su Palabra.
"Cuando el pecador, atraído por el poder de Cristo, se acer-
ca a la cruz levantada y se postra delante de ella, se realiza una
nueva creación. Se le da un nuevo corazón; llega a ser una nueva
criatura en Cristo Jesús. La santidad encuentra que no hay nada
más que requerir. Dios mismo es 'el que justifica al que es de
la fe de Jesús' (Rom. 3: 26)" .5
No hay justificación por la fe o salvación separada de la re-
generación. Jesús mostró claramente esto en su conversacióB noc-
turna con Nicodemo cuando dijo que "el que no naciere de agua
70 JUSTIFICADOS

y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios" (Juan 3: 5).


"El espíritu es el que da vida" (Juan 6: 63). No puede haber una
vida cristiana verdadera sin el poder dador de vida del Espíritu
Santo. Y el Espíritu exalta y glorifica a Cristo (véase Juan 16:
14) al guiar a los hombres y a las mujeres a que gozosamente
cumplan su voluntad.
El pecador transformado -ahora un santo-, como una nue-
va criatura en Cristo Jesús, ha sido capacitado para guardar la
ley de Dios, tal como está expresada en los Diez Mandamientos.
"Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil
por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne
de pecado ... para que la justicia de la ley se cumpliese en noso-
tros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Es-
píritu" (Rom. 8: 3, 4).
F. F. Bruce comenta que "para Pablo no había una diferen-
cia sustancial en contenido entre 'la justicia de la ley', que no
puede ser guardada por quienes viven 'conforme a la carne', y
el requerimiento justo cumplido en quienes viven 'conforme al
Espíritu'. La diferencia radica en el hecho de que ahora se ha
impartido un nuevo poder interior, que capacita al creyente pa-
ra cumplir lo que no podía cumplir antes. La voluntad de Dios
no ha cambiado; pero mientras que antes estaba registrada en
tablas de piedra, ahora está grabada en los corazones humanos,
y el impulso interior logró lo que la compulsión exterior no pu-
do" .6 "La circuncisión nada es, y la incircuncisión nada es, si-
no el guardar los mandamientos de Dios" (1 Cor. 7: 19).
En el pecador justificado por fe se cumple el sine qua non
presentado por Jesús a Nicodemo en Juan 3: 7: para entrar en
el reino "debes nacer de nuevo". Y nacer de nuevo significa "co-
menzar una vida nueva en relación con Dios; su forma de pen-
sar, de sentir, y de actuar, en relación con las cosas espirituales,
sufre una revolución fundamental y permanente" .7
Como una nueva criatura en Cristo, la persona convertida
tiene una nueva posición delante de Dios. "Por medio de la fe,
el creyente pasa de la posición de rebelde, hijo de pecado y de
Satanás, a la posición de un súbdito leal de Cristo Jesús". 8
El pecador justificado por la fe es una nueva criatura en Cristo
Jesús, porque "ningún hombre es justificado sin ser renovado,
UNA NUEVA CRIATURA 71

ni tampoco un hombre es renovado sin ser también justi-


ficado" .9
Aunque su posición ha cambiado, para los observadores su
estado puede parecer el mismo ya que pueden no percibir nin-
gún cambio ético inmediato. Pero su estado, o su condición, tam-
bién ha cambiado. Ya no es más un rebelde contra Dios y sus
caminos, como lo era antes, aunque todavía puede no haber si-
do liberado completamente de las trampas de los hábitos peca-
minosos.
Una persona justificada por la fe puede parecer todavía un
pecador. Cuando el hijo pródigo volvió a la casa de su padre,
parecía un pecador. Pero ya no era un rebelde. Así también la
persona justificada por la fe ya no elige pecar.

Referencias
1 White, Review and Herald, 22 de noviembre de 1892.
2 ------,Mensajes selectos, t. 1, págs. 428, 429.
3 - - - - - - , El discurso maestro de Jesucristo, pág. 96.
4 - - - - - - , Los hechos de Jos apóstoles, pág. 465.
5 - - - - - - , Palabras de vida del gran Maestro (Buenos Aires, Asoc. Casa Editora Su-
dameriana, 1977), pág. 112; (ed. PP, pág. 127).
6 F. F. Bruce, Paul: Apostle ofthe Heart Set Free [Pablo: apóstol del corazón liberado] (Grand
Rapids, Wm. B. Eerdmans Pub. Co., 1977), págs. 199, 200.
7 R. Jamieson, A. Fausset, y D. Brown, Commentary on the Whole Bible [Comentario de
toda la Biblia] (Grand Rapids, Zondervan Pub. House), sobre Juan 3: 3.
8 SDA Bible Commentary, t. 6, Comentarios de Elena G. de Whitc, pág. 1070.
9 James Buchanan, The Doctrine of Justification [La doctrina de la justificación] (Grand
Rapids, Baker Book House, 1978; primera publicación en 1867), pág. 402.
El fruto
de la justificación
9

e ierta mujer asistía regularmente a nuestra iglesia. Venía


no sólo al sermón, sino también al período de estudio
de la Biblia previo al sermón sabático. Parecía apreciar
las discusiones grupales y participaba en ellas. Pero no era miem-
bro de la iglesia. Un día el pastor, que la había saludado y con-
versado con ella en varias ocasiones, la invitó a unirse a la iglesia
mediante el bautismo. Ella contestó: "Lo he pensado, pero mi
vecina es adventista, y ella le grita a sus hijos tal como yo lo ha-
go. Así que pienso que no me uniré a su iglesia".
Esta persona no adventista no había encontrado las virtudes
del dominio propio y la paciencia en su vecina adventista. Evi-
dentemente había esperado que su vecina adventista poseyera algo
que ella misma no tenía. Llegó a la conclusión de que la entrega
de su vecina al Salvador y a Dios no la había ayudado a contro-
lar su genio, por lo que decidió que no estaba interesada en unir-
se a su iglesia.
Jesús espera que usted y yo, como miembros de su familia,
estemos subiendo la escalera de Jacob y que lleguemos a poseer
y a manifestar las diferentes facetas del fruto del Espíritu (véase
2 Ped. 1: 5-7; Gál. 5: 22, 23).
Jesús espera que sus seguidores lleven fruto. En Juan 15: 8
El dice: "En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho
fruto, y seáis así mis discípulos". Así como un buen árbol frutal
o una viña lleva fruto, así también sus genuinos seguidores lle-
van frutos. El llevar abundantes frutos agrada a Jesús.
Por medio de la justificación por la fe, el Labrador celestial
injerta al pecador que vuelve a la viña y le infunde el Espíritu
72
EL FRUTO DE LA JUSTIFICACION 73

Santo. El creyente se convierte en una rama o en un pámpano


de la Vid verdadera, que es Cristo. Como tal comparte la vida
misma de Cristo, así como la rama comparte la savia y la vida
del árbol. La conexión del creyente con Jesús no es casual, es
vital. No es un zarcillo aislado; es parte de la Vid verdadera.
Habiendo sido injertado en la Vid, no puede evitar producir
frutos de justicia. La "justicia exterior testifica" 1 de la nueva vi-
da interior. "Cuando aceptamos a Cristo, las obras buenas apa-
recerán como frutos evidentes de que estamos en el camino de
la vida, de que Cristo es nuestro camino, y de que estamos tran-
sitando el sendero verdadero que lleva al cielo" .2
El fruto que lleva el creyente no es suyo propio; debe su exis-
tencia a la alimentación que provee la Vid. Es por lo tanto fruto
de la Vid antes que fruto de una rama en particular. La savia
dadora de vida sube por el tronco de la vid y fluye a las ramas.
Sólo por medio de esta conexión pueden las ramas producir uvas.
Aunque la fruta crece en las ramas, no son las ramas las que pro-
veen los nutrientes que producen frutos. Es el tronco de la vid.
Si las ramas no están conectadas al tronco dador de la vida, no
producen fruto. Así, "todas nuestras buenas obras dependen de
un poder que está fuera de nosotros" .3 "El corazón renovado
por el Espíritu Santo producirá los frutos del Espíritu" .4
Pero los frutos pueden no aparecer inmediatamente después
que una persona ha entregado su vida a Dios. Jesús mismo dijo:
"Primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espi-
ga" (Mar. 4: 28). La levadura en la masa no cambia instantá-
neamente la consistencia de todo el bollo de masa. Pero si la
levadura está viva, gradualmente afectará toda la masa.
Si un árbol frondoso está vivo, sus hojas brotarán en la pri-
mavera. Así también a su debido tiempo el cristiano vivo llevará
el fruto de justicia. Las "obras de la carne" (Gál. 5: 19-21) rea-
lizadas por los hombres mientras estaban ''muertos en ... deli-
tos y pecados" (Efe. 2: 1), desaparecerán gradualmente.
Al lado de la entrada de nuestra casa tenemos un pequeño
roble que obstinadamente se aferra a sus hojas, muertas como
están, cuando la mayoría de los árboles dejan caer sus hojas en
el otoño. Este árbol retiene la mayor parte de sus hojas durante
todo el invierno. Pero cuando llega la primavera y la savia co-
mienza a fluir por su tronco hacia las ramas, las hojas que han
74 JUSTIFICADOS

colgado tenazmente durante todo el invierno se caen. De la mis-


ma manera, las "obras de la carne" comenzarán a caer cuando
la nueva vida del Espíritu brote desde adentro. Si una persona
dice haber sido justificada por la fe y no experimenta gradual-
mente un cambio ético y comienza a producir buenas obras, en-
tonces algo está radicalmente mal, porque la salvación es por
gracia por medio de la fe "para buenas obras" (Efe. 2: 10). El
llevar frutos es precisamente el producto final que Dios tenía en
mente desde el mismo comienzo para cada cristiano genuino.
En las bondadosas palabras de Jesús a la avergonzada mujer
sorprendida en adulterio había una promesa de victoria sobre el
pecado, con frutos de justicia. La victoria estaba implícita en las
palabras: "Vete, y no peques más" (Juan 8: 11). Jesús le dice
las mismas palabras e imparte el poder vencedor para la victoria
al pecador que recibe el perdón.
Cuando aceptamos el don de la salvación por la fe, la rela-
ción resultante de la amistad con Jesús llevará fruto en buenas
obras. "La verdadera fe confí_a plenamente en Cristo para sal-
vación ... La fe se manifiesta por las obras" .5
En tiempos del Antiguo Testamento descansaba sobre Me-
roz una amarga maldición porque sus hombres no hicieron nada
por Israel en la guerra contra sus enemigos (véase Jue. 5: 23).
En la parábola de la gran separación (Mat. 25: 41-43), nueva-
mente se nos dice que los que no hacen nada estarán entre los
condenados. Jesús condenó a la higuera estéril (véase Mat. 21:
18-20). Y el apóstol Santiago dijo que "la fe, si no tiene obras,
es muerta en sí misma ... Porque como el cuerpo sin espíritu
está muerto, así también la fe sin obras está muerta" (Sant. 2:
17, 26).
No hay compulsión para que una persona justificada lleve
fruto. Jesús no dice: "Deben llevar fruto". Antes bien, El dice
que poda la vid para que lleve más fruto (Juan 15: 2). En el ser-
món del Monte El no dijo: "Hagan brillar su luz". Dijo: "Así
alumbre vuestra luz" (Mat. 5: 16). El llevar fruto, así como dar
luz, es espontáneo, no forzado. Es el resultado del amor cristia-
no impartido, una parte integral de la nueva vida. Y el amor cris-
tiano es acción, así como el cristianismo genuino es amor en
acción. Las buenas obras son nuestra respuesta al amor de Dios
manifestado a nosotros en la cruz. Por ello ''las vidas de quie-
BL FRUTO DE LA JUSTIFICACION 75

nes están conectados con Dios son fragantes con acciones de amor
y de bondad" .6
Dios nos acepta bondadosamente, coloca a cada creyente en
la relación correcta, vital, con El, y esto produce una respuesta
de amor en el pecador salvado. La aceptación de Cristo estimula
los poderes de la mente y del cuerpo del creyente, y da como re-
sultado el cumplimiento de la voluntad de Dios en la vida diaria.
Genera en la mente y en el corazón de la persona convertida un
deseo de creer lo que Dios dice, de aceptar lo que Dios ofrece,
y de hacer cualquier cosa que Dios desee, en gozosa obediencia.
Natanael Emmons dice: "La obediencia a Dios es la evidencia
más infalible del amor sincero y supremo hacia El" .7
Cuando la mente comprende más y más la profundidad del
amor de Dios, crece también en el conocimiento y la compren-
sión. Por lo tanto la persona convertida gradualmente pondrá
su vida en conformidad con la voluntad de Dios de acuerdo con
su conocimiento. Pero en su disposición para ejemplificar elEvan-
gelio, el cristiano depende constantemente de la gracia y del po-
der sustentador de Cristo. El apóstol Pablo lo expresó bien cuando
dijo: "Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús pa-
ra buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que
anduviésemos en ellas" (Efe. 2: 10). Y una comentadora inspi-
rada dice que la "comprensión [de la persona justificada] está
bajo el dominio del Espíritu Santo y su carácter se modela de
acuerdo con la semejanza divina" .8
Pensemos en un hogar con hijos. Los padres están ansiosos
de que crezcan física, espiritual, social y mentalmente. En con-
cordancia con esto, quieren que les vaya bien en la escuela y que
tengan buenas notas. Al final de un período lectivo, un hijo trae
a casa un boletín de calificaciones que no es tan bueno como es-
peraban sus padres. Estos muestran su insatisfacción. Durante
todo el período siguiente, los padres ponen a prueba a este hijo.
Tiene que irle bien, o por lo menos mejor que el período ante-
rior para merecer la aprobación y la aceptación de sus padres.
Una postura tal de los padres podría ser desastrosa. Al vivir
en tales condiciones, los niños tienden a ponerse irritables y a
experimentar temor y estrés constantes. En tales circunstancias,
aun los niños mentalmente alertas, plenamente capaces de tra-
bajar como para obtener buenas notas, a menudo fracasan y no
76 JUSTIFICADOS

alcanzan sus metas. En consecuencia, sus logros serán inferiores


a lo normal o estarán muy por debajo de lo que podrían haber
logrado con la aceptación y el amor incondicional de sus padres.
Otros padres, más sabios, aceptan a sus hijos tales como son,
no importa que sus notas no sean tan buenas. En este ambiente
más tranquilo de aceptación paterna, estos niños pueden hacer to-
do lo que esté de su parte y traerán mejores boletines de califica-
ciones a su hogar. La aceptación de sus padres les provee un cli-
ma favorable para sus logros escolares. Los niños alcanzaron su
potencial en sus trabajos y en sus estudios cuando sus padres los
amaron y los aceptaron. La aceptación precede a la fructificación.
Dios hace lo que impulsa a los padres sabios a hacer. Me-
diante la justificación por la fe, mediante el sacrificio de Jesús,
El nos acepta como suyos. En la seguridad de su aceptación in-
condicional, crecemos. Libres de ansiedad, produciremos frutos
inevitablemente en forma de obras de justicia, para gloria de Dios.
Lutero dijo que si un creyente "está vivo y es justo y es salvo
por la fe ... no necesita nada más que probar su fe por las obras.
Verdaderamente, si la fe está presente, no puede frenarse; se prue-
ba a sí misma, se abre en buenas obras ... Porque donde no apa-
recen las obras y el amor, allí la fe no está bien, el Evangelio
no ha tomado posesión, y no se conoce correctamente a Cris-
to". "Es imposible separar las obras de la fe, así como es impo-
sible separar el calor y la luz del fuego''. 9 Calvino tenía la
misma postura: ''Porque no soñamos con una fe desprovista de
buenas obras o con una justificación que se levanta sin ellas. Só-
lo esto es importante: habiendo admitido que la fe y las buenas
obras deben ir juntas, nosotros aún sostenemos la justificación
por la fe, no por las obras" . 10
No somos justificados por las obras, y nuestra salvación fi-
nal no dependerá de ellas. Nuestra salvación siempre descansará
en la gracia gratuita de Dios por medio de la fe en la sangre de-
rramada y en la justicia de Jesús. Por otro lado, la ausencia de
obras, o frutos de la justificación por la fe, puede hacer que per-
damos la vida eterna. Ilustra esto el rechazo del siervo con un
talento en la parábola de los talentos (Mat. 25: 14-30); también
lo ilustra la condenación de los cabritos en la parábola de la gran
separación (Mat. 25: 31-46), y la parábola de los dos hijos (Mat.
21: 28-31).
EL FRUTO DE LA JUSTIFICACION 77

El hijo que inicialmente prometió ir a trabajar en la viña de


su padre pero no lo hizo, fue rechazado, mientras que el hijo que
al principio rehusó ir, pero más tarde se arrepintió y fue y traba-
jó, fue aceptado y elogiado. La justificación por la fe, en con-
traposición con la mera justificación temporaria universal,
producirá frutos de justicia. Pero nuestras buenas obras, los frutos
de justicia, aun cuando son realizados por amor a nuestro Hace-
dor y Redentor, nunca nos ganarán la salvación. Es sólo mediante
Jesús, quien tomó nuestro lugar cuando todos fuimos condena-
dos a la muerte eterna, que recibimos el regalo de la vida eterna.
Por ello Juan dice: "El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que
no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida" (1 Juan 5: 12).
Así como la velocidad permite al esquiador acuático deslizarse
sobre el agua, así la fe salvadora capacita al cristiano para pro-
ducir obras de justicia. Fue por la fe que Noé construyó el arca
(véase Heb. 11: 7). Todos los otros héroes de la galería de la fe
de Hebreos 11 produjeron frutos. Ellos "hicieron justicia" (Heb.
11: 33). Los que vivan en el tiempo del fin serán como la gente
del tiempo de Noé (véase Mat. 24: 37). Aun cuando los justos
hayan hecho elecciones equivocadas, como las hizo Sansón, fi-
nalmente ellos elegirán servir a Dios, al igual que Sansón, y pro-
ducirán obras de justicia (véase Heb. 11: 32; compárese con Jue.
16: 28). Es impensable que una persona que ha sido justificada
y transformada por la gracia de Dios por medio de la fe -puesta
en una relación correcta y amigable con Dios al aceptarlo a El
como a su Señor y Salvador- salga e ignore la voluntad de Dios
u obre maldad quebrantando deliberamente su ley. Esto sería tan
imposible como que un manzano no produzca manzanas sino uvas
silvestres.
Para poder estar con Dios en su reino, debemos estar vivos
en Cristo. Y donde hay vida, hay crecimiento. El crecimiento es
la evidencia de la vida. Así, las obras de justicia son el fruto,
o la evidencia de nuestra nueva vida en Cristo. Aquellos que pro-
duzcan fruto, se encontrarán en el reino de Dios.
Probablemente la mayoría de nosotros ha visto los viejos ci-
mientos de una casa sobre los cuales nunca se edificó una casa.
Cuando veo cimientos así, siento una sensación de tristeza por-
que sé que nunca se cumplieron las esperanzas y los sueños de
alguien. Los cimientos de una casa no son un fin en sí mismos.
78 JUSTIFICADOS

El único propósito de los cimientos es construir una casa sobre


ellos. Asimismo, la justificación por la fe no es un fin en sí mis-
ma. Por medio de ella, el creyente es perdonado de sus pecados
pasados y es aceptado por Dios como su hijo de modo que pue-
da crecer en gracia y llevar frutos.
''¿Cómo podemos venir a Dios con la completa certeza de
la fe si no llevamos frutos que testifiquen de un cambio produci-
do en nosotros por la gracia de Dios, sin frutos que muestren
que estamos en comunión con Cristo? ¿Cómo podemos acercar-
nos a Dios por fe y estar morando en Cristo y El en nosotros
cuando por nuestras obras mostramos que no estamos llevando
fruto?" 11
Toda madre humana, natural, estuvo embarazada alguna vez.
Pero si no ocurren cambios en su apariencia durante su preten-
dido embarazo, la gente sabrá que no está diciendo la verdad a
pesar de todas sus afirmaciones. Tampoco es la meta final el na-
cimiento del niño; queremos verlo vivir y crecer normalmente des-
pués del nacimiento. Pero el embarazo debe precipitar cambios,
y produce cambios en la apariencia. Lo mismo es cierto en la vi-
da en Cristo. No habrá transformación de vida a menos que la
persona se convierta y sea justificada por fe. Así, la justifica-
ción por la fe, o la regeneración, que es la contraparte divina de
la conversión, es de suma importancia. Es como el Atlas de la
mitología, que llevaba sobre sus hombros todo el cielo. El cono-
cimiento evangélico completo de la gracia salvadora descansa en
la justificación por la fe, basada en la expiación de Cristo. De
ahí que nunca debemos minimizar la importancia de la justifica-
ción por la fe ni aun subordinarla a la santificación.
Hace algún tiempo construí un pequeño galpón para depósi-
to cerca del bosque en nuestro patio trasero. Parecía un auténtico
granero sueco: rojo con los bordes blancos, con tablas como fa-
jas en ambos costados, con remates triangulares y con terminacio-
nes alrededor de la puerta. Aunque era pequeño, el diseño era, se-
gún puedo recordar de mis años juveniles en Suecia, genuina-
mente sueco. Tanto mi esposa Mae como yo, y todos nuestros
vecinos y amigos que nos visitan lo miramos con agrado. Pero
mi gozo no comenzó recién cuando lo terminé. Cada momento
que encontraba para trabajar en su construcción fue puro deleite.
Como cristianos responderemos gozosamente a las súplicas
EL FRUTO DE LA JUSTIFICACION 79

del Espíritu Santo trabajando de acuerdo con la voluntad de Dios.


Las buenas obras, realizadas con gozosa gratitud a Dios por el
sacrificio infinito que hizo en favor nuestro, aparecerá entonces
en nuestras vidas como el fruto de la fe viva. Al recordar la bon-
dad de Dios al colocarnos en correcta relación con El mediante
la justificación por la fe, el cristiano entregará su vida con ma-
yor devoción en servicio agradecido a El que murió para hacer
posible esta nueva vida.
En la fiesta de Simón de Betania, María ungió a Jesús con
un ungüento costoso (véase Mat. 26: 6-13). Lo hizo no porque
tenía que hacerlo, sino porque amaba a Jesús y quería hacer al-
go por El. Cuando Judas la acusó entre dientes por su extrava-
gancia, Jesús solamente dijo: "¿Por qué molestáis a esta mujer?
pues ha hecho conmigo una buena obra" (Mat. 26: 10).
Las obras de justicia, hechas por amor por lo que Dios hizo
por nosotros, son hermosas a su vista. Ojalá haya muchas zonas
de hermosura en nuestras vidas redimidas.

Referencias
1 White, Review and Herald, 4 de junio de 1895.
2 Ibíd., 4 de noviembre de 1890.
3 ------,Palabras de vida del gran Maestro, ed. ACES, pág. 110; ed. PP, pág. 124.
4 - - - - - - , Patriarcas y profetas, pág. 389.
5 SDA Bible Commentary, t. 6, Comentarios de Elena G. de White, pág. 1073.
6 White, Review and Herald, 2 de enero de 1879.
7 Frank S. Meade, The Encyclopedia of Religious Quotations, [Enciclopedia de citas religio-
sas] (Westwood, N. J., Fleming H. Revell Co., 1965), pág. 320.
8 White, Mensajes selectos, t. 1, pág. 459.
9 Lucher's Works [Obras de Lutero] (Filadelfia, Fortress Press, 1958), t. 35, pág. 367, 371.
10 John Calvin, Institutes [Instituciones], Libro Ill, cap. XVI, sec. l.
11 Manuscrito de Elena G. de White, No. 8a, 1888, en A. V. Olson, Through Crisis to Vic-
tory [A través de las crisis hacia la victoria) (Washington, D. C., Review and Herald Pub. Assn.,
1966), pág. 272.
La insuficiencia
de las buenas obras
10

L os judíos del tiempo de Jesús eran ciudadanos respeta-


bles socialmente como lo habían sido sus antepasados.
El joven rico era uno de ellos, y había guardado la ley
exteriormente. Pero tenía la sospecha que su observancia de la
ley no era apropiada para la salvación. La pregunta que le hizo
a Jesús reveló este temor. Al igual que sus compatriotas, apoya-
ba su esperanza de salvación en sus propias acciones. De allí, la
pregunta: "Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eter-
na?" (Mat. 19: 16).
Al basar su esperanza de salvación en su propio hacer, los
judíos no alcanzaron la salvación. El apóstol Pablo escribe: "Mas
Israel, que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó. ¿Por qué?
Porque iban tras ella no por fe, sino como por obras de la ley"
(Rom. 9: 31, 32). Desafortunadamente, los celosos judíos, "ig-
norando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya pro-
pia, no se han sujetado a la justicia de Dios" (Rom. 10: 3), o
como dice la versión Dios habla hoy: "No reconocen que es Dios
quien libra de culpa a los hombres, y por eso buscan ser librados
por sus propios medios, sin someterse a lo que Dios ha esta-
blecido".
Aun era necesario recordarles a los primeros cristianos que
la salvación no estaba basada en sus propias obras, sino sola-
mente en el amor de Dios y en su misericordia. Pablo nuevamente
escribe: "Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hu-
biéramos hecho, sino por su misericordia ... y por ... el Espíri-
tu Santo" (Tito 3: 5).
Pero, gradualmente, el cristianismo volvió a la postura judía
80
LA INSUFICIENCIA DE LAS BUENAS OBRAS 81

y comenzó a confiar en las obras para la salvación. Con la Re-


forma, la insuficiencia de la justicia del hombre y su incapaci-
dad para alcanzar la salvación por las obras ganó reconocimiento.
Por lo menos fue aceptada en teoría. Pero en el corazón huma-
no -y aun en el corazón del cristiano genuino- la incapacidad
del hombre para ganar la salvación no ha obtenido, bajo ningún
concepto, un reconocimiento claro e indiscutido. La naturaleza
humana instintivamente ansía la salvación por sí mismo.
El enemigo de Dios y de nuestra salvación está tratando cons-
tantemente de oscurecer la tremenda necesidad de nuestra plena
dependencia de Cristo. Pero el categórico anuncio de Pedro an-
te los dirigentes judíos en Jerusalén sigue siendo cierto: "Y en
ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el
cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Hech.
4: 12). Una perceptiva escritora cristiana dice que "si Satanás
pudiera tener éxito en guiar al hombre a dar valor a sus propias
obras como obras meritorias y de justicia, sabe que puede ven-
cerlo mediante sus tentaciones, y hacerlo su víctima y presa. Eleven
a Jesús ante la gente. Pinten los postes de la puerta con la sangre
del Cordero del Calvario y estarán seguros" . 1
Los norteamericanos se destacan por su afición al "hágalo-
usted-mismo". Pero no sólo los norteamericanos, sino la mayo-
ría de las personas en todas partes se sienten tentadas a creer que
pueden ganar la salvación. Todas las religiones paganas están ba-
sadas en la salvación por sí mismo. "El principio de que el hom-
bre puede salvarse por sus obras, que es fundamento de toda
religión pagana ... doquiera se lo adopte, los hombres no tie-
nen defensa contra el pecado" .2
Sólo Cristo puede salvar. Es serio darse cuenta, de que no im-
porta cuánto logremos en la vida, no habrá ningún cristiano ''há-
galo-usted-mismo" en el cielo. Se encontrarán allá sólo quienes
por fe aceptaron la salvación mediante la gracia gratuita de Cristo.
El peligro de la justificación propia nos asalta tan fácilmente
como a los fariseos de la antigüedad. "El testigo fiel y verdade-
ro" (Apoc. 3: 14) nos recuerda que nosotros, representados por
los laodicenses, somos igualmente desventurados, miserables, po-
bres, ciegos y desnudos (Apoc. 3: 17). "¿Qué es lo que constitu-
ye la desventura, la desnudez de aquellos que se sienten ricos y
enriquecidos en obras? Es la carencia de la justicia de Cristo. En
82 JUSTIFICADOS

su propia justicia están representados como vestidos con hara-


pos, y, sin embargo, en esta condición se ilusionan a sí mismos
pensando que están vestidos con la justicia de Cristo. ¿Podría
ser mayor el engaño?" .3
Aunque la mayoría de los cristianos saben intelectualmente
que son salvados por la gracia gratuita de Dios y que reciben la
salvación como un don, es muy fácil deslizarse hacia el concepto
de que podemos ser salvos mediante nuestras propias obras. El
hombre en pecado instintivamente desea ser independiente de
Dios. El pecado nos aparta de Dios, como lo hizo con Adán y
Eva luego de que comieran el fruto prohibido (véase Gén. 3: 8).
Y nuestra propia independencia de Dios es pecado.
Puesto que estamos más cerca del yo que de Dios, nuestros
ojos tienden a volverse más a menudo al yo que a Dios. Y cuan-
do aparece alguna virtud en nuestra vida, como fruto de la sal-
vación por la gracia de Cristo, nos sentimos inclinados a mirar
a esta bondad como la base de nuestra salvación. Nos sentimos
inclinados a creer que la salvación final depende por lo menos
parcialmente del yo antes que completamente del don gratuito
de la gracia de Dios.
Algunos así llamados cristianos pueden gloriarse en sus lo-
gros cristianos. Pero "el hombre que más se sienta a los pies de
Jesús, y es enseñado por el espíritu del Salvador, estará listo pa-
ra decir: 'Soy débil e indigno, pero Cristo es mi fortaleza y mi
justicia' ". 4
"Podemos sentirnos siempre indignados y alarmados cuan-
do escuchamos a un pobre mortal caído exclamar: '¡Soy santo;
no tengo pecado!' Ningún alma a quien Dios le ha otorgado una
visión maravillosa de su grandeza y majestad ha pronunciado una
palabra como ésta. Por el contrario, se han sentido como hun-
diéndose en la más profunda humillación del alma al ver la pu-
reza de Dios en contraste con su propia imperfección de vida y
de carácter. Un rayo de la gloria de Dios, una vislumbre de la
pureza de Cristo que penetre el alma, hacen que cada mancha
de contaminación se haga dolorosamente clara, y desnuda la de-
formidad y los defectos del carácter humano. ¿Cómo puede jac-
tarse de santidad alguien, cuando es traído ante la santa norma
de la ley de Dios, que hace aparecer los motivos impíos, los de-
seos inexpresados, la infidelidad del corazón, la impureza de los
LA INSUFICIENCIA DE LAS BUENAS OBRAS 83

labios, y la desnudez de la vida? Sus actos de deslealtad al inva-


lidar la ley de Dios son expuestos a su vista, y su espíritu es afli-
gido y golpeado bajo las influencias escrutadoras del Espíritu de
Dios. El se detesta a sí mismo al ver la grandeza, la majestad,
y el carácter puro e inmaculado de Jesucristo" .5
"Mientras más nos acerquemos a Jesús, y más claramente
apreciemos la pureza de su carácter, más claramente discerniremos
la excesiva pecaminosidad del pecado, y menos nos sentiremos in-
clinados a ensalzamos a nosotros mismos. Aquellos a quienes el
cielo reconoce como santos son los últimos en alardear de su bon-
dad" .6 Los verdaderos creyentes "están dispuestos a cambiar su
justicia, que es injusticia, por la justicia de Cristo" .7
El ansia insidiosa de la salvación por sí mismo se levanta aún
en la mente y en el corazón de la persona que comenzó arroján-
dose completamente a la misericordia de Dios. Luego de haber
aceptado el perdón completo y gratuito de Cristo por sus peca-
dos pasados, puede llegar pronto al punto en que es tentado a
creer que su propio desempeño de buenas obras le ganará la sal-
vación. Pero esto es imposible.
Ninguna persona puede cambiar su naturaleza para bien así
como el leopardo no puede cambiar sus manchas (véase Jer. 13:
23). Pero Dios puede, y lo hará, cuando nos entreguemos a El
y escojamos que todas nuestras decisiones estén en armonía con
su voluntad. Esto le permite transformarnos y cumplir su pro-
pósito eterno en nosotros. "Porque somos hechura suya, crea-
dos en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó
de antemano para que anduviésemos en ellas" (Efe. 2: 10). Nos
entregamos a El, nosotros mismos junto a nuestra voluntad y
nuestra vida y elegimos vivir de acuerdo con su voluntad. Al ha-
cerlo, El nos recrea.
Cuando Karen, nuestra hija mayor, tenía un año y medio,
se encontraba un día en el patio a comienzos de la primavera.
El césped aún no estaba verde, pero los dientes de león estaban
florecidos. Karen recogió algunos, pero junto a ellos recogió unas
cuantas briznas de pasto seco en sus pequeñas manitas. Con este
ramo de dientes de león y pasto seco caminó hasta la puerta de
entrada y tocó el timbre. Cuando su mamá abrió la puerta, Ka-
ren alargó su mano llena de malezas y pasto y dijo: "Fores, ma-
mi, fores".
84 JUSTIFICADOS

Para la mente fría y lógica, Karen le ofrecía a su mamá nada


más que malezas, apropiadas sólo para el cesto de basura. Pero
el amor maternal ve más allá del regalo sin valor a la motivación
que lo impulsó. Por ello no despreció ni desdeñó las "flores",
sino que las recibió con alegría y con agradecimiento hacia su
hijita. Las llevó adentro y puso las flores amarilJas en un peque-
ño florero. Eran un regalo de amor de Karen para su mamá.
El regalo de amor de Karen no tenía valor en términos mo-
netarios; realmente no era más que malezas, así como nuestras
buenas obras no valen nada a la vista de Dios. Sin embargo, a
El le agradan, así como le agradaron a la mamá de Karen las
flores que le trajo. Ellas acepta como nuestro regalo de amor
a El. Y al hacer buenas obras estamos cumpliendo el deseo y la
amonestación de Pablo de que los que creen en Dios procuren
ocuparse en buenas obras (Tito 3: 8).
La persona que ha captado la doctrina de la justificación por
la fe ha perdido permanentemente la falsa seguridad de salva-
ción basada en sus propio esfuerzos. Se da cuenta que sólo la
muerte de Jesús puede satisfacer la justicia divina y que la salva-
ción es un regalo de Dios. "Mientras más completa y rica sea
vuestra experiencia en el conocimiento de Jesús, más humilde será
vuestro concepto del yo" .8 El cristiano responde a este don de
la salvación con amor, gratitud y devoción.
C. S. Lewis observó con perspicacia que cuando un hombre
mejora, comprende más y más claramente el mal que aún tiene
en él. Cuando un hombre empeora, comprende cada vez menos
su propia maldad. 9
Poco después de mudarnos a Takoma Park, Maryland, ve-
nía manejando por la calle Powder Mili desde la avenida Nueva
Hampshire hacia la calle Riggs. No puse atención en el velocí-
metro. En una pequeña curva antes de llegar a la calle Riggs, ví
tres autos estacionados en la banquina de la derecha. Estaba por
pasarlos cuando se asomó a la calle un policía caminero y me
hizo señas de que me detuviera detrás del último auto. Para mi
disgusto, descubrí ahora que el auto al frente de la hilera era un
patrullero; los otros dos autos habían sido detenidos por el poli-
cía. Cuando éste terminó con los otros conductores, vino y me
dijo que venía a 46 millas por hora en una zona donde la máxi-
ma era de 30.
LA INSUFICIENCIA DE LAS BUENAS OBRAS 85

Yo estaba condenado por la ley que había infringido. Afor-


tunadamente podía arreglar mi violación de la ley de velocidad
pagando una multa de treinta y seis dólares. Todos hemos in-
fringido la ley de Dios. El castigo por quebrantar la ley de Dios
no es una multa de treinta y seis dólares, sino la muerte. No hay
ninguna posibilidad de que el que viola la ley de Dios pueda ex-
piar su transgresión o hacer algún arreglo por su equivocación.
El hombre ·es completamente incapaz de pagar por su violación
de la ley de Dios, que le impide heredar la vida eterna. El hom-
bre no puede justificarse ni salvarse a sí mismo. Sólo la muerte
-la muerte eterna- espera al pecador que depende de sus pro-
pios esfuerzos. Y todos nosotros somos pecadores.
No tomemos la postura limitada y reducida de que alguna
de las obras del hombre lo puede ayudar en alguna manera para
liquidar la deuda de su transgresión. Este es un engaño fatal. 10
Todos somos conscientes de nuestros defectos y pecados per-
sonales al ir en contra de la voluntad conocida de Dios. La ley
perfecta y santa de Dios no puede justificarnos ni ponernos en
correcta relación con Dios. El propósito de la ley no es ponernos
bien con Dios; su propósito es señalar el pecado (véase Rom. 3:
20). Después de que la ley nos ha hecho conscientes de nuestra
pecaminosidad, sólo nos condena a muerte (véase 2 Cor. 3: 7).
"No dependemos de lo que el hombre puede hacer, sino de
lo que Dios puede hacer por el hombre mediante Cristo. Cuan-
do nos entregamos enteramente a Dios, y creemos con plenitud,
la sangre de Cristo nos limpia de todo pecado. La conciencia puede
ser liberada de condenación. Mediante la fe en su sangre, todos
pueden encontrar la perfección en Cristo Jesús. Gracias a Dios
porque no estamos tratando con imposibilidades" .11
"Por fe [el pecador] puede traerle a Dios los méritos de Cris-
to, y el Señor coloca la obediencia de su Hijo en la cuenta del
pecador. La justicia de Cristo es aceptada en lugar del fracaso
humano'' . 12
Esta manera sencilla y hermosa de obtener la justicia parece
difícil de aceptar completamente aun para la persona converti-
da. Los judíos de antaño la perdieron. Por otro lado, los genti-
les, que no la buscaron mediante sus propias obras, han alcanzado
la justicia, es decir, la justicia que es por fe (Rom. 9: 30).
86 JUSTIFICADOS

En su himno Roca de la eternidad, Augusto M. Toplady nos


dice la verdad:
Roca de la eternidad,
fuiste abierta para mí;
sé mi escondedero fiel;
sólo encuentro paz en ti,
rico, limpio manantial
en el cual lavado fui.

Aunque fuese siempre fiel,


aunque llore sin cesar,
del pecado no podré
justificación lograr;
sólo en ti teniendo fe,
deuda tal podré pagar.

Nuestra única esperanza de salvación, de aceptación por parte


de Dios, descansa en Jesús y en su muerte por nosotros en la cruz.
"Sin la cruz el hombre no podría relacionarse con el Padre. De
ella pende toda nuestra esperanza" . 13
La salvación no es obra del hombre sino de Dios. Es sola-
mente iniciativa de Dios, no del hombre. La Biblia ilustra esto
reiteradamente. Adán y Eva huyeron de Dios, y El fue a buscar-
los. Fue el amor del padre que esperaba e invitaba lo que impul-
só al pródigo a comenzar su camino a casa. En las dos parábolas
que hablan de la oveja perdida y de la moneda perdida, son el
pastor y la dueña -ambos representan a Dios- quienes van en
busca de lo perdido.
Nadie puede ganar la salvación. Somos justificados por fe así
como también salvados por gracia por medio de la fe. Por lo tanto
decimos con Pablo: "¡Gracias a Dios por su don inefable!" (2
Cor. 9: 15).

Referencias
1 White, Review and Herald, 3 de septiembre de 1889.
2 ____ __.:_, El Deseado de todas las gentes, pág. 26.
3 - - - - - - , Review and Herald, 7 de agosto de 1894 (La cursiva es de los editores).
4 Manuscrito de Elena G. de White No. 15, 1886, en Olson, Through Crisis to Victory, pág.
162.
LA INSUFICIENCIA DE LAS BUENAS OBRAS 87

5 White, Review and herald, 16 de octubre de 1888.


6 ------,Palabras de vida del gran Maestro, ed. ACES, pág. 110; ed. PP, pág. 124.
7 - - - - - - , Testimonios para los ministros, pág. 65.
8 - - - - - - , Hijos e hijas de Dios (Buenos Aires, Asoc. Casa Editora Sudamericana,
1955), pág. 336.
9 Citado por Nathan Hatch en "Purging the Poisoned Well Within"[Purificando el envene-
nado pozo interior], Christianity Today, 2 de marzo de 1979, pág. 14.
JO SDA Bible Commentary, t. 6, Comentarios de Elena G. de White, pág. 1071.
11 White, Mensajes selectos, t. 2, pág. 37.
12 - - - - - - , Review and Herald, 4 de noviembre de 1890 (La cursiva es de los editores).
13 Comentario bíblico adventista, t. 5, Comentarios de Elena G. de White, pág. 1107.
Caín y Abel
11

e uando pensamos en Caín, nuestros pensamientos casi


inmediatamente se centran en el asesinato de su herma-
no Abel. En un sentido, esto es desafortunado. Aparte
de esto, Caín debe haber sido una persona muy respetable, en-
comiable y admirable por su industriosidad. Era "labrador de
la tierra" (Gén. 4: 2). Había elegido la agobiante ocupación de
labrar la tierra. No retrocedía ante el trabajo duro para ganarse
la vida. Una persona con las cualidades que él tenía en el mo-
mento de matar a su hermano probablemente podría ser acepta-
da como miembro en cualquier iglesia de nuestro tiempo.
Tanto Caín como Abel se habían criado en un hogar temero-
so de Dios. Ambos habían participado en los cultos familiares
y habían visto a Adán, su padre, ofrecer corderos a Dios. Cuan-
do los muchachos crecieron y comenzaron a traer sus propios
sacrificios, Abel trajo corderos como lo había hecho su padre.
"En la sangre derramada [Abel] contempló el futuro sacrificio,
a Cristo muriendo en la cruz del Calvario; y al confiar en la ex-
piación que iba a realizarse allí, obtuvo testimonio de que era
justo, y de que su ofrenda había sido aceptada" . 1 Caín, con or-
gullo de justificación propia, trajo productos de la tierra, razo-
nando que esos frutos, producidos mediante el arduo trabajo,
eran tan buena ofrenda como los corderos de su hermano. Pero
"su ofrenda [la de Caín] no expresó arrepentimiento del peca-
do. Creía, como muchos creen ahora, que seguir exactamente el
plan indicado por Dios y confiar enteramente en el sacrificio del
Salvador prometido para obtener salvación, sería una muestra
de debilidad" .2
Pero el registro dice: "Y miró Jehová con agrado a Abel y
a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda
suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante.
88
·CAIN Y ABEL 89

Entonces Jehová dijo a Caín: ¿Por qué te has ensañado, y por.


qué ha decaído tu semblante? Si bien hicieres, ¿no serás enalte-
cido?" (Gén. 4: 4-7). Caín pudo haber respondido: "¿Qué quie-
res decir con hacer bien? ¿No he trabajado acaso día tras día con
el sudor de mi frente para producir estos frutos y estos granos?
¿No he luchado dolorosamente con las espinas y los cardos y el
obstinado suelo? Cuando colocaste a mis padres en el jardín, ¿no
les dijiste acaso que lo cuidaran y lo labrasen? He seguido fiel-
mente las indicaciones que les diste aun cuando no estamos más
en el Edén. Además, Señor, no es mi culpa ser pecador. Es por
culpa de mi padre que estoy en esta situación. Y no te voy a pre-
sentar un cordero, te traeré un regalo de mi arduo trabajo. Si
no te gusta, mala suerte. Además, ¿acaso no produje yo estos
frutos y granos con tu ayuda y por la bondad y la habilidad que
tú me impartiste? ¡Estos son tus frutos y tus granos, Señor! Aun
los que me pediste".
De manera similar, muchos cristianos a veces pueden sentir-
se inclinados a recomendarse a sí mismos ante Dios haciendo re-
ferencia a los caracteres semejantes al de Cristo que están
desarrollando. Pueden decir: "¿Acaso no nos pide el Señor que
llevemos mucho fruto mediante la transformación del carácter
y así glorifiquemos a nuestro Padre en el cielo? ¿No se revela
la justicia de Dios en los que caminan tras su Espíritu?" Parece-
ría que Dios realmente debería respetar esta ofrenda de desarro-
llo de la semejanza a Cristo y aceptarla con alegría.
Caín debe haber razonado de esta manera: "Ese vago her-
mano mío. El ha estado sentado, mirando las ovejas, sin ningu-
na preocupación en el mundo, mientras yo he estado trabajando
fuerte para producir estos granos y frutos. El sencillamente.to-
mó un cordero de su rebaño y se lo presentó a Dios; mientras
que yo he trabajado para tener mi ofrenda". La respuesta de Dios
a esta actitud de justificación propia puede encontrarse en las
palabras de Pablo: ''Mas al que no obra, sino cree en aquel que
justifica al impío, su fe le es contada por justicia" (Rom. 4: 5).
Abrahán se contaba a sí mismo como impío. Pablo pregun-
tó: "¿Qué, pues, diremos que halló Abrahán ... ? Porque si Abra-
hán fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no
para con Dios" (Rom. 4: 1, 2).
En contraste con Abrahán, Caín se pensaba justo y vino a
90 JUSTIFICADOS

Dios sólo con una ofrenda de agradecimiento. "No hizo ningu-


na confesión de pecado, y no reconoció ninguna necesidad de
misericordia. Abel, en cambio, se presentó con la sangre que sim-
bolizaba al Cordero de Dios. Lo hizo en calidad de pecador, con-
fesando que estaba perdido; su única esperanza era el amor
inmerecido de Dios" .3 Caín se negó a aceptar el plan de salva-
ción por la gracia de Dios y dependió de sus buenas obras para
la salvación. Caín genuinamente deseaba que Dios se agradara
con lo que había hecho en lugar de buscar hacer lo que le agra-
daría a Dios. El puso las condiciones bajo las cuales le gustaría
honrar y adorar a Dios.
Dios no consideró las obras de bondad de Caín como base
para la aceptación; observamos con tristeza lo que dice el regis-
tro: "Salió, pues, Caín de delante de Jehová" (Gén.4: 16). Nos
llenaría de gozo a nosotros y a Dios si dijera: "Y Caín siguió
con gozo el plan de Dios y salió y volvió con un cordero como
ofrenda". El cordero hubiera sido un reconocimiento de que su
aceptación ante Dios dependía solamente de la bondad y la gra-
cia de Dios por medio de la muerte de Cristo por él antes que
de sus propias buenas obras. Entonces, además del cordero, Caín
podría haber traído sus frutos del campo como una ofrenda de
agradecimiento a Dios por su bondadosa salvación mediante Cris-
to, simbolizada por la sangre del Cordero.
"[Caín] prefirió depender de sí mismo. Se presentó confian-
do en sus propios méritos. No traería el cordero para mezclar
su sangre con su ofrenda, sino que presentaría sus frutos, el pro-
ducto de su trabajo. Presentó su ofrenda como un favor que ha-
cía a Dios, para conseguir la aprobación divina. Caín obedeció
al construir el altar, obedeció al traer una ofrenda; pero rindió
una obediencia sólo parcial. Omitió lo esencial, el reconocimiento
de que necesitaba un Salvador". 4 Por lo tanto, todos sus esfuer-
zos fueron vanos. Al igual que Abel, Caín debiera haberse pre-
sentado ante Dios a través de la sangre de Cristo, simbolizada
por el cordero sacrificado. Entonces podría haber agregado el
fruto de su tierra y de su huerta como una ofrenda de agradeci-
miento a Dios, así como nosotros presentamos el fruto del Espí-
ritu en nuestras vidas como una ofrenda de agradecimiento. Abel
estaba decidido a adorar a Dios de acuerdo con las indicaciones
CAIN Y ABEL 91

que Dios había dado. Caín insistió en hacerlo a su manera, y pro-


vocó el desagrado de Dios.
"El [Caín] pensó que sus propios planes eran mejores, y que
el Señor se avendría a su procedimiento. Caín en su ofrenda no
reconoció su dependencia de Cristo. Pensó que su padre Adán
había sido tratado duramente al ser expulsado del Edén. La idea
de conservar ese pecado siempre presente y ofrecer la sangre del
cordero inmolado como confesión de entera dependencia de un
poder ajeno a sí mismo, era un tortura para el soberbio espíritu
de Caín" .5
Sólo podemos acercarnos a Dios mediante la sangre de Je-
sús. Mediante la fe en el Cordero de Dios que vendría, Abel en-
contró favor con Dios. Usted y yo no debemos venir ante Dios
dependiendo ni aún parcialmente de nuestros propios logros mo-
rales o éticos de bondad para nuestra salvación, sino que debe-
mos acercarnos a Dios por virtud de la sangre derramada por
Jesús en favor de nuestros pecados. Debemos recordar constan-
temente que la salvación es un don de Dios. No hay otro camino
posible o aceptable para que el pecador se acerque al Dios justo.
Entonces, como ofrenda de agradecimiento, debemos traer el fruto
de una vida transformada al dedicar diariamente nuestras vidas
a Dios y vivir para El.
Tanto Jesús, nuestro Salvador, como el fruto del Espíritu ma-
nifestado en una vida transformada, son dones de Dios para no-
sotros. Uno es el modelo, el otro la semejanza. Uno es la sustancia;
el otro es la sombra. Uno es la justicia infinita, porque "la vida
de Cristo revela un carácter infinitamente perfecto"; 6 el otro es
finito. Hablando de Jesús, Pablo dice en Colosenses 1: 14: "En
quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados".
Nuestra redención descansa en la obra que Cristo hizo por noso-
tros. "Hay gran necesidad de que Cristo sea predicado como la
única esperanza y salvación" .7
Deberíamos recordar constantemente que sólo por medio de
los méritos de Jesús pueden ser perdonadas nuestras transgre-
siones y nuestra vida transformada a su semejanza. "Los que
creen que no necesitan la sangre de Cristo, y que pueden obtener
el favor de Dios por sus propias obras sin que medie la divina
gracia, están cometiendo el mismo error que Caín". 8 Caín tra-
92 JUSTIFICADOS

jo el fruto de sus propios esfuerzos, esperando que Dios lo acep-


tara por sus buenas obras. Pero todo esto fue en vano.
Nunca, ni por un momento, debiéramos pensar que nuestra
esperanza de salvación radica en nuestra propia perfección, no
importa cuán refinada o pulida sea. El fariseo en el templo juz-
gó su carácter comparándolo con el carácter de otros hombres
(véase Luc. 18: 11) y, por lo tanto, no sintió convicción de peca-
do. El publicano, por otro lado, no se comparó a sí mismo con
otros, sino que miró solamente a Jesús buscando misericordia
salvadora (véase Luc. 18: 13). Sabía que no había nada que pu-
diera hacer para expiar sus pecados. De la misma manera, sólo
la sangre de Cristo puede pagar por nuestros pecados.
"Caín y Abel representan dos clases de personas que existi-
rán en el mundo hasta el fin del tiempo. Una clase se acoge al
sacrificio indicado; la otra se aventura a depender de sus pro-
pios mér.itos; el sacrificio de éstos no posee la virtud de la divina
intervención y, por lo tanto, no puede llevar al hombre al favor
de Dios. Sólo por los méritos de Jesús son perdonadas nuestras
transgresiones. Los que creen que no necesitan la sangre de Cristo,
y que pueden obtener el favor de Dios por sus propias obras sin
que medie la divina gracia, están cometiendo el mismo error que
Caín. Si no aceptan la sangre purificadora, están bajo condena-
ción. No hay otro medio por el cual puedan ser librados del do-
minio del pecado" .9
La esperanza del verdadero cristiano está centrada sólo en Cris-
to, como lo expresa Pablo en Gálatas 6: 14: "Pero lejos esté de
mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por
quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo". "La
sensación de la necesidad, el reconocimiento de nuestra pobreza
y pecado, es la primera condición para que Dios nos acepte" . 10
En Hebreos 11: 4, el escritor inspirado dice: "Por la fe Abel
ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín". "Abel com-
prendía los grandes principios de la redención. Veía que era pe-
cador, y que el pecado y su pena de muerte se interponían entre
su alma y la comunión con Dios. Trajo la víctima inmolada, la
vida sacrificada, y así reconoció las demandas de la ley que ha-
bía sido quebrantada. En la sangre derramada contempló el fu-
turo sacrificio, a Cristo muriendo en la cruz del Calvario; y al
confiar en la expiación que iba a realizarse allí, obtuvo testimo-
CAIN Y ABEL 93

nio de que era justo, y de que su ofrenda había sido acepta-


da" .11
Si caminamos en las pisadas de Abcl y miramos a Jesús co-
mo la única expiación para nuestros pecados, nosotros también
recibiremos el testimonio de Dios de que somos justos.

Referencias
1 White, Patriarcas y profetas, pág. 60.
2Ibíd., pág. 59.
3 ------,Palabras de vida del gran Maestro, ed. ACES, pág. 104; ed. PP, pág. 117,
118.
4 - - - - - - , Patriarcas y profetas, pág. 59.
5 - - - - - - , Testimonios para los ministros, págs. 77, 78.
6 - - - - - - , Testimonies, t. 6, pág. 60.
7 ------,Mensajes selectos, t. 1, pág. 422.
8 - - - - - - , Patriarcas y profetas, pág. 60.
9 Ibíd., pág. 60.
10 ------,Palabras de vida del gran Maestro, ed. ACES, pág. 104; ed. PP, pág. 118.
11 - - - - - - , Patriarcas y profetas, págs. 59, 60.
Contemplemos
a Jesús
12

D
urante el viaje desde el Mar Rojo a Edom, en una oca-
sión serpientes venenosas molestaron a los israelitas
(véase Núm. 21: 4-9). Las serpientes mordieron a nu-
merosas personas, y muchos murieron. En su dificultad, clama-
ron a Moisés pidiendo ayuda. Moisés habló con Dios, y Dios le
dijo que hiciera una serpiente de bronce y la pusiera sobre un
asta en el medio del campamento. Luego le dijo a Moisés que
instruyera a las personas que habían sido mordidas por las ser-
pientes que miraran a la serpiente de bronce. Al mirarla serían
sanados.
Moisés transmitió la orden de Dios al pueblo, y cuando las
víctimas de las mordeduras de serpiente miraban a la serpiente
de bronce, se sanaban realmente. Los que rehusaron mirar mu-
rieron por su incredulidad y por su negativa a seguir las instruc-
ciones de Dios.
Todos hemos sido mordidos por la serpiente antigua (véase
Apoc. 12: 9; 20: 2). Estamos infectados con el veneno que nos
causará la muerte eterna a menos que miremos a Jesús para ser
sanados. Jesús le dijo a Nicodemo en su visita nocturna: "Y co-
mo Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que
el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en
él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3: 14, 15).
El apóstol dice: "Puestos los ojos en Jesús, el autor y consuma-
dor de la fe" (Heb. 12: 2).
Como cristianos escogemos centrar nuestra mirada en Jesús,
así como lo hicieron con la serpiente de bronce los israelitas mor-
didos por las serpientes ardientes. No les hubiera hecho ningún
94
CONTEMPLEMOS A JESUS 95

bien a los israelitas mirarse a sí mismos para ver cuán bien esta-
ban resistiendo los efectos del veneno. Así también, no nos hará
ningún bien ni a usted ni a mí mirarnos a nosotros mismos para
ver cuán bien estamos resistiendo y venciendo la tentación a pe-
car. Además de cosechar finalmente la muerte eterna, los segui-
dores de Jesús que se miran a sí mismos en lugar de mirar a su
Salvador enfrentan dos posibles consecuencias: o se tornan fari-
saicos o están constantemente desanimados al observar cuán le-
jos están de asemejarse a su Maestro.
Los fariseos en los días de Jesús sabían que eran moralmente
respetables. Presuntuosamente creían que su respetabilidad éti-
ca los salvaría. En relación con esto sería bueno recordar que
el único mal que aqueja a la iglesia de Laodicea es el engaño de
sí misma. Los miembros piensan: "Soy rico, y me he enriqueci-
do, y de ninguna cosa tengo necesidad"; pero el Testigo fiel y
verdadero dice: "No sabes que tú eres un desventurado, misera-
ble, pobre, ciego y desnudo"(Apoc. 3: 17).
En el templo, los ojos del fariseo estaban centrados en sí mis-
mo; los del publicano en Dios (véase Luc. 18: 9-14). El fariseo
veía el cielo como una corporación donde su vida buena y respe-
table le había ganado considerables dividendos. Estaba esperan-
do recoger lo que había ganado. El publicano, por el otro lado,
veía a Dios como lo que realmente es: "fuego consumidor" (Heb.
12: 29) para el pecado y para los pecadores. El sabía que sólo
la gracia de Dios podía perdonarlo, purificarlo y hacerlo apto
para vivir con Dios, quien es "llamas eternas" (lsa. 33: 14). De
esta forma el publicano "descendió a su casa justificado antes
que el otro" (Luc. 18: 14).
Los que se miran constantemente a sí mismos perderán su es-
peranza cristiana y terminarán renunciando a su fe. Hay muchos
cristianos profesos que temen no ser salvados nunca. Algunos
de ellos se encuentran en nuestra propia iglesia. Elena G. de White
dijo: "Muchos de los que buscan sinceramente la santidad de co-
razón y la pureza de vida, parecen perplejos y desanimados. Es-
tán constantemente observándose y lamentando su falta de fe;
y como no tienen fe, creen que no pueden reclamar la bendición
de Dios ... Miran por encima de la sencillez de la verdadera fe
y así acarrean gran oscuridad a sus almas. Deberían apartar la
mente de sí mismos, espaciarse en la misericordia y la bondad
96 JUSTIFICADOS

de Dios y hacer un recuento de sus promesas, y luego creer sim-


plemente que El cumplirá su palabra" . 1
Quien piense que debe ganar su aceptación por Dios median-
te un comportamiento sin tacha centrará su vista y pensamien-
tos en sí mismo. Pero la introspección continua ocasionará
profundo desánimo a toda alma honesta, ya que constantemen-
te sólo verá defectos. Para liberarse de esta trampa debe centrar
su vista en Jesús y asir la gloriosa verdad de la justificación y
la salvación por la fe.
Cuando una persona se mira a sí misma para encontrar al-
gún mérito para el cielo, está absolutamente en lo cierto cuando
llega a la conclusión de que el cielo nunca será suyo. Todos he-
mos quebrantado la ley de Dios, y por lo tanto sólo merecemos
la muerte. Pero puesto que hemos entregado nuestras vidas aJe-
sús, y permanecemos en esa entrega, "no debemos inquietarnos
por lo que Cristo y Dios piensan de nosotros, sino que debe inte-
resarnos lo que Dios piensa de Cristo, nuestro Sustituto". 2
Sin embargo, Jesús es nuestro modelo, y aunque "no pode-
mos igualar el modelo ... no seremos aprobados por Dios si no
lo copiamos, y si no nos asemejamos a él de acuerdo con la ha-
bilidad que Dios nos ha dado" .3 Jesús es el modelo para todo
cristiano comprometido, al hacer con alegría sólo lo que agra-
daba a su Padre. Eso mismo escogerán hacer hoy sus amigos y
seguidores. Pero aún más importante que ser mi Modelo, El es
y siempre será mi Salvador.
Jesús quitó la carga del pecado de usted y de mí. El hará eso
con todos los que acuden a El como pecadores arrepentidos y
lo proclamen su Salvador. Algunos de ustedes recuerdan lo que
ocurrió cuando Cristiano, en El progreso de Peregrino de Bun-
yan, llegó a la cruz. Allí la carga rodó de los hombros de Cristia-
no. Tus cargas y las mías también debieran caer de nuestros
hombros cuando nos encontremos con Jesús en el Calvario, siem-
pre que lo hayamos aceptado como nuestro Salvador del pecado
y como nuestro Sustituto. Ni tú ni yo necesitamos ya llevar las
cargas del pecado y de la culpa. Jesús las tomó todas y las clavó
en su cruz. ¡Tú y yo podemos ser libres!
Sin la cruz de Jesús nunca hubiera existido alguna esperanza
de salvación para alguien. "Sin la cruz, el hombre no podría unirse
con el Padre. De ella depende toda nuestra esperanza. De ella
CONTEMPLEMOS A JESUS 97

emana la luz del amor del Salvador; y cuando al pie de la cruz


el pecador mira al que murió para salvarlo, puede regocijarse con
pleno gozo, porque sus pecados son perdonados" .4
"Nuestra fe debe ser inteligente; debemos mirar a Jesús con
perfecta confianza, con fe plena y entera en el Sacrificio expia-
torio. Esto es esencial para que el alma no sea rodeada de ti-
nieblas''. 5
Con una fe inteligente depositaremos constantemente nues-
tra esperanza de salvación en Cristo. Si no, seremos rodeados
de oscuridad y completa desesperación. Para evitar esto acepta-
remos la expiación que Jesús hizo en el Calvario. Pero si persis-
timos en basar nuestra salvación en nuestros propios logros, el
día de ajuste de cuentas revelará que nuestra esperanza se basa
en arena movediza y no en la Roca sólida. Aun si fuera posible
vivir sin pecar desde este momento en adelante, todavía tenemos
el problema de nuestro pecado en el pasado. Eso sólo causaría
nuestra condenación por la eternidad. En relación con esto so-
mos completamente incapaces de hacer algo. Sólo Jesús puede
ocuparse de ese pecado. Y esto hizo en la cruz. Así como Cris-
tiano en El Progreso de Peregrino, en la cruz usted y yo también
somos librados de las cargas del pecado y de la culpa. Esta libe-
ración es nuestra si estamos dispuestos a pasarle nuestro pecado
y nuestra culpa a Jesús.
Me gusta el mar. Me gustan el agua y los grandes trasatlánti-
cos. Así que un día voy a uno de los muelles del puerto de Nueva
York. Camino muy cerca del borde del muelle, y mientras lo ha-
go, tropiezo y caigo al agua. Para comenzar, no soy muy buen
nadador, y como estoy completamente vestido, mi lucha para per-
manecer a flote no es muy exitosa. Me estoy por hundir. Enton-
ces un hombre que está sobre el muelle ve mi problema; salta
al agua y me rescata.
Tres semanas más tarde me encuentro en el mismo muelle,
mirando los barcos. Y me encuentro con el hombre que me sal-
vó de ahogarme. ¿Qué piensan que le digo cuando lo veo? ¿Pien-
san que voy y le digo: "Estoy muy contento porque hoy he sido
capaz de mantenerme fuera del agua; mire mi traje bien plan-
chado"? ¿Piensan que es eso lo que le digo? ¡Qué absurdo! Cuan-
do descubro al hombre que me salvó de ahogarme, no pienso para
nada en mi buena apariencia o en mi traje bien planchado. ¡Só-
98 JUSTIFICADOS

lo puedo pensar que me salvó de ahogarme! Mis ojos y mis pen-


samientos no están sobre mí mismo. Están fijos en el hombre
que me salvó; me rescató de ahogarme. Si no hubiera sido por
él, estaría muerto.
Como pecador justificado y salvado por la fe, tendré la mis-
ma relación con Jesús como con mi hipotético salvador. Mis pen-
samientos no estarán centrados en cuán bien estoy viviendo una
vida que le agrada a Dios. Mi mente estará llena continuamente
con gratitud hacia Jesús. El me salvó. En la persona que com-
prende que ha sido salvada de la muerte eterna por Jesús "pre-
valecerá un interés, un tema absorberá a todos los demás: Cristo
nuestra justicia" .6
Con nuestros ojos y nuestros pensamientos centrados en Je-
sús, por la gracia de Dios podemos vivir victoriosamente y aún
ser salvados de hundirnos en el pecado. Podemos hacer lo impo-
sible. Pedro lo hizo. Caminó sobre el agua mientras sus ojos es-
taban fijos en Jesús. Pero su atención se volvió sobre sí mismo;
orgullosamente miró hacia atrás a sus amigos que todavía esta-
ban en el bote y pensó: "Miren lo que estoy haciendo. Estoy ca-
minando sobre el agua mientras ustedes todavía están en el bote.
No pueden hacer lo que yo estoy haciendo". Mientras estos pen-
samientos de felicitación propia invadían su mente, comenzó a
hundirse.
Lo mismo será cierto con usted y yo. Cuando apartemos nues-
tros ojos de Jesús y los centremos en nuestro yo, inevitablemen-
te nos hundiremos en el pecado. Pero con nuestros ojos puestos
en Jesús, al igual que Pedro, lograremos lo imposible: podremos
evitar caer en el pecado.
"Dios puede y, si se lo permitimos, evitará que caigamos en
el pecado, así como cualquiera de nosotros puede hacer que un
lápiz se mantenga parado sobre su punta afilada, sosteniéndolo
del otro extremo. El lápiz verdaderamente está parado, pero no
por sí mismo. Dios no espera que tú y yo nos paremos por nues-
tra propia fuerza o poder. Pero El está dispuesto y ansioso de
sostenernos mediante su gracia sustentadora y de evitar que cai-
gamos. Una persona que se sostiene por la gracia de Dios no se
jactará de impecabilidad. No tomará la gloria o el crédito sobre
sí mismo, sino que constantemente alabará a Dios por su gracia
y su bondad". 7
CONTEMPLEMOS A JESUS 99

El apóstol Judas nos asegura que Jesús, mediante su Espíri-


tu, se propone evitar que caigamos, siempre y cuando estemos
dispuestos a ser sostenidos por El. El nos mantendrá parados así
como cualquiera de nosotros puede mantener parado sobre su
punta a un lápiz. Estas son las tranquilizadoras palabras del após-
tol: "Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y pre-
sentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría" (Judas
24). El que nos sostiene también nos cambia. Algunos de uste-
des recordarán la historia de Hawthorne titulada "La gran Cara
de Piedra", inspirada quizás en la formación rocosa natural en
Franconia Notch, Nueva Hampshire. La historia nos cuenta qué
en una tarde veraniega, ya casi al anochecer, una madre y su hi-
jo Ernesto estaban sentados al lado de su casita en el valle, mi-
rando la gran Cara de Piedra. La mamá de Ernesto le dijo que
un día -de acuerdo con una profecía que los colonos blancos
habían heredado de los indígenas de la región- vendría un hom-
bre que reflejaría tanto las facciones como el carácter noble y
bueno que la gente del valle veía en la gran Cara de Piedra.
Desde ese momento los pensamientos de Ernesto estaban con-
centrados en el gran hombre bueno representado por las faccio-
nes escarpadas de la montaña. Junto a la gente del valle, Ernesto
esperaba con ansias que apareciera este hombre. Mientas tanto
Ernesto se convirtió en un jovencito, llegó a la adultez y final-
mente envejeció, esperando todavía el cumplimiento de la pro-
fecía que le había contado su madre. Un día le dijeron a Ernesto
que él era el hombre representado por la gran Cara de Piedra.
Las facciones de su rostro y su carácter noble y bueno habían
llegado a asemejarse a la gran Cara de Piedra.
La lección de la historia de Hawthorne es que una persona
inevitablemente se asemejará a lo que es el centro de sus pensa-
mientos. Nada puede exceder la influencia modeladora del ca-
rácter que los pensamientos y los afectos de uno. Así como Ernesto
fue cambiado -transformado-, usted y yo seremos transfor-
mados a semejanza de Jesús, si El es el centro de nuestros pensa-
mientos y nuestros afectos. Esta es la inquebrantable promesa
de Dios para usted y para mí: "Por tanto, nosotros todos, mi-
rando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor,
somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen,
como por el Espíritu del Señor" (2 Cor. 3: 18).
100 JUSTIFICADOS

El profeta Isaías predice que la gloria de Dios -es decir, su


carácter- se reflejará en su pueblo (véase Isa. 60: 1). Esto nun-
ca ocurrirá en tanto tengamos nuestros ojos centrados en noso-
tros mismos. Sucederá sólo cuando nos olvidemos de nosotros
mismos y centremos nuestra vista en Jesús y seamos absorbidos
por su belleza. Entonces "si la mirada se mantiene fija en Cris-
to, la obra del Espíritu no cesa hasta que el alma queda confor-
mada a su imagen". 8
Mientras fijemos nuestra atención en Jesús no estaremos más
conscientes de nosotros mismos y de nuestros logros posibles de
lo que estuvo Moisés cuando bajó de la montaña luego de haber
estado con Dios. Pero el pueblo notó que había cambiado. Su
rostro brillaba con gloria celestial, aunque él mismo no lo nota-
ba (véase Exo. 34: 29-35). Al igual que Juan el Bautista, que "mi-
raba al Rey en su hermosura, y se olvidaba de sí mismo" ,9 así
también nosotros nos maravillaremos ante el incomprensible amor
de Jesús. Adoraremos continuamente a quien murió por todos
nosotros en la cruz para que pudiéramos ser salvados del veneno
del pecado y de la muerte eterna.

Referencias
1 White, Mensajes para los jóvenes, pág. 109. Elena de White también declara: "El pecado
más incurable es el orgullo y la presunción. Estos defectos impiden todo crecimiento" (Joyas
de Jos testimonios, t. 3, págs. 183, 184).
2 - - - - - - , Mensajes selectos, t. 2, pág. 37.
3 ------,Testimonies, t. 2, pág. 549.
4 - - - - - - , Los hechos de los Apóstoles, pág. 173.
5 - - - - - - , Mensajes selectos, t. 1, pág. 300.
6 - - - - - - , Review and Herald, 23 de diciembre de 1890.
7 Arnold V. Wallenkampf, New by the Spirit [Nuevo por el Espíritu] (Mountain View, Ca-
lif., Pacific Press Pub. Assn., 1978), págs. 104, 105.
8 White, El Deseado de todas las gentes, pág. 269 (La cursiva es de los editores).
9 Ibíd., pág. 78.
Justificación
y santificación:
distintas,
pero nunca separadas
13

E
1 término santificación no es una expresión oportuna
cuando se utiliza en contraposición con la justificación
por la fe. En el pensamiento teológico posterior a la Re-
forma, denota un proceso de desarrollo del carácter, o el resul-
tado de esa experiencia que culmina en el logro final de la madu-
rez cristiana.
Por otro lado, en la Biblia, las palabras griegas traducidas
generalmente como "santificar" podrían traducirse más acerta-
damente como "dedicar" o "consagrar" a Dios. Una persona
santificada ha hecho un compromiso con Dios y permanece en
ese compromiso. Esto está ejemplificado en Hebreos 10: 10, que
dice: "En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda
del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre". El SDA
Bible Commentary [Comentario bíblico adventista] comenta acer-
ca de este texto: "El griego enfatiza la idea de que fuimos santi-
ficados y ahora estamos en un estado de santificación. La
santificación se ve aquí, no en el aspecto de un proceso conti-
nuo ... sino en términos del cambio original del pecado a la san-
tidad, y como una continuación de ese estado" . 1 En otras
palabras, en la Biblia una persona santificada está dedicada o
consagrada al servicio de Dios y permanece en ese estado de en-
101
102 JUSTIFICADOS

trega. Es un creyente. Muchas traducciones modernas de la Bi-


blia reflejan ese significado del texto (por ejemplo, Moffatt y la
New English Bible [la Nueva Biblia Inglesa]), mientras que otras
dicen que los creyentes han sido hechos o son santos (por ejem-
plo, Phillips y Biblia de Jerusalén).
La santificación bíblica, por lo tanto, denota generalmente
la respuesta afirmativa del pecador a los ruegos de Dios a través
del Espíritu Santo y su aceptación de Jesús como su Salvador.
Esto está en contraposición con la aceptación por parte de Dios
del pecador, que denota la justificación.
Este concepto bíblico de la santificación también se ilustra
en 1 Corintios 1: 2, donde Pablo escribe: "A la iglesia de Dios
que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús" (literal-
mente, "a aquellos que han sido santificados"). La mayoría de
las versiones con lenguaje moderno, en lugar de utilizar el térmi-
no santificado, dicen "consagrado"(versión Dios habla hoy y
Nueva Biblia Española) o "dedicado". Otras utilizan frases tal
como "llamados a ser santos"(Biblia de Jerusalén y El libro del
pueblo de Dios).
En 1 Corintios 6: 11, Pablo recuerda a los creyentes corin-
tios que ellos fueron "santificados". En este versículo Pablo pre-
senta nuevamente la santificación como precediendo a la
justificación por la fe. El dice: "Ya habéis sido santificados, ya
habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el
Espíritu de nuestro Dios". Los santificados han respondido a las
súplicas del Espíritu Santo y se han dedicado o consagrado a sí
mismos a Dios en el Espíritu. La santificación aquí hace refe-
rencia a la vuelta a Dios del pecador con la aceptación gozosa
de sus planes y de su voluntad para su vida, apartándose de su
anterior desinterés egoísta por la amante voluntad divina. En es-
ta forma el que era previamente rebelde es justificado por la fe
y llega a ser un obediente hijo de Dios.
Los santos, de acuerdo con la Biblia son los hagioi en el grie-
go original. Estos han aceptado a Cristo por fe y se han dedica-
do a Dios y a su servicio. Hoy los llamaríamos creyentes o
cristianos, en lugar de santos. Diríamos también que están en el
proceso de santificación, en lugar de decir que ya han sido santi-
ficados.
La ley levítica nos ayuda a comprender el carácter o la natu-
JUSTIFICACION Y SANTIFICACION 103

raleza de los "santos" en el sentido bíblico. Levítico 27: 28 dice:


"Pero no se venderá ni se rescatará ninguna cosa consagrada,
que alguno hubiere dedicado a Jehová; de todo lo que tuviere,
de hombres y animales, y de las tierras de su posesión, todo lo
consagrado será cosa santísima para Jehová".
De acuerdo con el ritual del Antiguo Testamento, cuando al-
go era consagrado o dedicado a Dios se volvía santo. Esto era
verdad tanto con las cosas como con las personas (véase Exo.
29: 37; compárese con Mat. 23: 19). La santidad, ya sea de una
cosa o de una persona, no derivaba de la santidad propia del ob-
jeto o del desarrollo ético de la persona, sino de haber sido con-
sagrada, o dedicada a Dios. Lo que la hacía santa era la santidad
del divino Receptor. No era el dador sino el Receptor divino el
que investía de santidad al objeto o a la persona en el momento
de la "consagración". "Porque no es por su naturaleza sino por
su llamamiento divino que los cristianos lo son [santos]; deben
su participación en la comunidad de culto santo al llamado de
gracia en Cristo (Fil. 1: 1: 'a todos los santos en Cristo')". 2 Una
persona llega a ser o es reconocida como santa cuando se une
a un Dios santo, así como una mujer se vuelve rica cuando se
casa con un hombre rico.
Luego de que una persona acepta la salvación por medio de
la gracia de Cristo, elige vivir una vida consagrada a Dios y a
su servicio. Está dedicada o consagrada a Dios. Por lo tanto es
"santa". Toda persona que se ha entregado a Dios es santa en
el sentido bíblico. Es un santo. Así que cuando Pablo escribió
a las iglesias que había levantado, llamó santos a sus miembros
(véase Rom. 1: 7; 1 Cor. 1: 2; Efe. 1: 1; Fil. 1: 1; Col. 1: 2).
Pero estos miembros no eran santos en el sentido teológico po-
pular de hoy, que denota perfección moral.
La justificación por la fe y la santificación están conectadas.
A través de la santificación, en el sentido bíblico, el creyente se
entrega a Dios. Al entregarse o "santificarse" a sí mismo a Dios
se aferra por fe a Jesús y es justificado. Luego de la entrega o
de la dedicación inicial a Dios, el creyente diariamente se "santi-
fica'' a sí mismo a Dios y a su servicio. A menudo encontramos
este significado de santificar y santificación en el Antiguo Testa-
mento. Los israelitas debían santificarse (véase Lev. 11: 44; 20:
7; 2 Crón. 35: 6); debían santificar el sábado (véase Neh. 13: 22);
104 JUSTIFICADOS

y aun a" Jehová de los ejércitos" (Isa. 8: 13). Job santificó a sus
hijos (véase Job 1: 5). En las versiones modernas de la Biblia en
estos pasajesse utilizan otros términos o frases en lugar de san-
tificar.
El significado bíblico de santificar y santificación en ningu-
na manera niega la importante doctrina teológica de la santifi-
cación como un proceso continuo de crecimiento espiritual y ético
a lo largo de la vida. La Biblia apoya sólidamente esta doctrina,
pero utiliza generalmente otros términos para describirla. La Bi-
blia puede hablar de los cristianos como hijos de Dios que están
creciendo diariamente hacia una semejanza mayor con Cristo.
Este crecimiento en la gracia no permite estancamientos. Como
dice Juan: "Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se
ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando
él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal
como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se puri-
fica a sí mismo, así como él es puro" (1 Juan 3: 2, 3).
Podría titularse "Santificación" al sexto capítulo de Roma-
nos. Pero los términos santificar y santificación no aparecen en
este capítulo. Su tema es el nacimiento en el reino de Dios tal
como lo simboliza el bautismo. Luego del nacimiento en el reino
de Dios, sigue la obediencia a Cristo, con la victoria sobre el pe-
cado. La victoria sobre el pecado es una parte del crecimiento
en la gracia, o la santificación teológica.
En este capítulo de Romanos, Pablo deja en claro que no debe
haber desobediencia voluntaria -o pecado en el proceso de la
santificación teológica- sino obediencia. Lo expresa de esta ma-
nera: "No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de
modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco pre-
sentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de ini-
quidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de
entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumen-
tos de justicia" (Rom. 6: 12,13). Idealmente, ésta será nuestra
experiencia ya que estamos "muertos al pecado, pero vivos para
Dios en Cristo Jesús" (vers. 11). Así, el apóstol Pablo presenta
en Romanos 6 una experiencia cristiana viva, que abarca tanto
la justificación por la fe y su secuela lógica, llamada teológica-
mente santificación. El no las separa, las une. El se desliza suave-
mente de la justificación por la fe a la santificación teológica.
JUSTIFICACION Y SANTIFICACION 105

A pesar de que a menudo preferimos separarlas en nuestros


pensamientos, porque nos resulta más fácil comprender estas dos
experiencias en el proceso de la salvación, sería bueno para no-
sotros, los cristianos, seguir el ejemplo del apóstol Pablo y no
separar la justificación por la fe de la santificación teológica.
En la teología católica, la justificación por la fe y la santifi-
cación están fusionadas. De acuerdo con los cánones del Conci-
lio de Trento: "La justificación ... no es meramente la remisión
de pecados, sino también la santificación y la renovación del hom-
bre interior". 3 En la teología protestante, por otro lado, tradi-
cionalmente se ha mirado la justificación por la fe y la santifi-
cación como experiencias distintas, aunque no separadas.
Los reformadores, que redescubrieron la enseñanza evan-
gélica de la justificación por la fe, enseñaron "la indisoluble
conexión entre la justificación y la santificación (teológica)" mien-
tras que sostenían "que no se las podía distinguir en idea, pero
eran diferentes en naturaleza". 4
Lutero habló de la justificación por la fe y de la santificación
teológica en esta forma: "Cristo ganó para nosotros no sólo la
misericordia de Dios, sino también el don del Espíritu Santo, para
que tuviéramos no sólo el perdón, sino también el fin de los pe-
cados. Quienquiera que permanezca en sus anteriores caminos
del mal, debe tener otro tipo de Cristo. Las consecuencias exi-
gen que un cristiano debiera tener al Espíritu Santo y llevar una
vida nueva, o saber que no ha recibido a Cristo" .5 En verdad,
"la justicia de Cristo no es un manto para cubrir pecados que
no han sido confesados ni abandonados; es un principio de vida
que transforma el carácter y rige la conducta" .6
Mediante la justificación por la fe el hombre es puesto en una
conexión o unión vital con Dios y se le da el Espíritu Santo para
crecer en la gracia y en la victoria sobre el pecado. La justifica-
ción restaura la comunión entre Dios y el hombre, y esta comu-
nión debe ser mantenida. No puede haber unión entre Dios y el
hombre a menos que el hombre esté dispuesto a ser separado de
la rebelión y del pecado. Amós señala esto cuando dice: '' ¿An-
darán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?" (Amós 3: 3).
Cuando dos amigos caminan juntos no es la caminata lo que trae
el mayor gozo, sino la comunión. La vida cristiana genuina es
asimismo comunión con Cristo.
106 JUSTIFICADOS

Calvino, al igual que Lutero, unió la justificación por la fe


con la santificación teológica al insistir en que el fruto de las bue-
nas obras aparecerá en un cristiano. El dice: "Cristo, por lo tan-
to, no justifica a nadie que a la vez no santifique. Estos beneficios
están ligados por un lazo eterno e indisoluble, así que a quienes
ilumina con su sabiduría, redime; a quienes redime, justifica; a
los que justifica, santifica.
"Pero, puesto que la pregunta se refiere sólo a la justicia y
a la santificación, detengámonos en ellas. Aunque podemos dis-
tinguirlas, Cristo contiene en sí mismo a ambas inseparablemen-
te. ¿Quiere entonces obtener la justicia en Cristo? Primero debe
poseer a Cristo; pero no puede poseerlo sin hacerse partícipe de
su santificación [teológica], porque El no puede ser dividido en
pedazos" .7
La Confesión de Westminster expresa las relaciones y las di-
ferencias entre la justificación por la fe y la santificación de esta
manera: "Aunque la santificación [teológica] está inseparable-
mente unida a la justificación, sin embargo difieren en que Dios,
en la justificación, imputa la justicia de Cristo; en la santifica-
ción [teológica], su Espíritu infunde gracia, y capacita para el
ejercicio de ella; en la primera, se perdona el pecado; en la otra,
es subyugado; la una libera igualmente a todos los creyentes de
la ira vengativa de Dios, y eso perfectamente en esta vida, de modo
que nunca caigan en condenación; la otra ni es igual en todos,
ni es perfecta en ninguno en esta vida, sino que crece hacia la
perfección" .8
Siempre ha sido la posición protestante tradicional que las
dos experiencias, la justificación por la fe y la santificación teo-
lógica son distintas, pero no están separadas.
Karl Barth dice lo siguiente acerca de la justificación por la
fe y la santificación teológica: "No debemos confundirlas. La
justificación no es santificación y no se funde en ella. Por lo tanto,
aunque ambas están unidas indisolublemente, no se puede expli-
car la una sin la otra. Una cosa es que Dios se vuelva por gracia
gratuita al hombre pecador y otra bastante diferente que mediante
la misma gracia gratuita convierta al hombre a El". Que por fe
"el hombre pecador se aferre a la justicia prometida por Jesu-
cristo es una cosa, y una bastante diferente es su obediencia, o
amor, y su correspondencia a la santidad que se le imparte en
JUSTIFICACION Y SANTIFICACION 107

Jesucristo ... Pero es una conexión, no una identidad. Una no


puede tomar el lugar de la otra" .9
Barth continúa diciendo que la justificación y la santificación
teológica no son sino "dos aspectos diferentes del acontecimien-
to de la salvación. La distinción entre ellas tiene su base en el
hecho de que tenemos en este evento dos momentos genuinamente
diferentes. Que Jesucristo es verdaderamente Dios y verdadera-
mente hombre en una persona no significa que su verdadera di-
vinidad y su verdadera humanidad sean una y la misma, o que
una sea intercambiable con la otra" . 10
Se puede comparar la justificación por la fe con la concep-
ción; la nueva vida iniciada por medio de ella debe continuar y
desarrollarse hasta ser un feto y finalmente un bebé. O podemos
comparar la justificación con el nacimiento. Cuán desafortuna-
do es cuando, luego del nacimiento, se trunca la vida del bebé
y éste no continúa creciendo y desarrollándose. Así también se
relaciona la justificación por la fe con la santificación teológica.
Luego de la justificación, le decimos a Jesús que venga y viva
dentro de nosotros durante el proceso de la santificación teoló-
gica. Por ello dice Pablo: "Por tanto, de la manera que habéis
recibido al Señor Jesucristo, andad en él" (Col. 2: 6).
La justificación por la fe es inmediata y completa, aunque
con efectos continuados. Pero nuestra santificación debe ser con-
tinua, tanto en su significado bíblico (dedicación o consagración
a Dios) como en su significado teológico (crecimiento hacia la
madurez espiritual o la perfección). En el sentido bíblico la san-
tificación es gradual, progresiva, y nunca completa. En cualquier
sentido, la santificación nunca termina.
Las decisiones por Dios son buenas. Pero esas decisiones son
vacías a menos que haya acción. Por lo tanto, Dios no quiere
que nos detengamos en las meras decisiones; quiere que seamos
discípulos y lo sigamos. Es la novedad de vida en Jesucristo con
un discipulado dispuesto y obediente lo que cuenta. Nadie pue-
de ser un discípulo de Jesús a menos que demuestre su confianza
caminando por el sendero de la obediencia a Cristo y a su Pa-
dre. Una entrega tal dará como resultado una vida de crecimien-
to en la gracia o santificación teológica.
Cuando se utiliza la palabra santificación en su significado
teológico, la justificación por la fe debe precederla necesariamente.
108 JUSTIFICADOS

El crecimiento en la gracia sigue a la justificación por la fe así


como la estructura de un edificio debe ser construida sobre sus
cimientos. En arquitectura, los cimientos de un edificio están fí-
sicamente debajo de la estructura, pero no por ello son menos
importantes. Todo el edificio -aun el Empire State- se apoya
en sus cimientos. De la misma manera, la santificación teológica
se apoya en la justificación por la fe. Separada de la justifica-
ción por la fe, ninguna persona podría salvarse, porque sólo por
medio de ella viene la nueva vida. Y no puede haber crecimiento
-no puede haber santificación en su sentido teológico- sin un
nacimiento a la nueva vida espiritual interior por medio del Es-
píritu Santo.
La santificación, tanto en su significado bíblico como teoló-
gico, se efectúa por medio de la Palabra y del Espíritu Santo.
En su significado bíblico es la gracia común o preventiva del Es-
píritu lo que motiva a una persona a venir a Jesús y a dedicarse
o consagrarse a sí mismo a Dios y a su servicio. Luego de que
una persona se ha entregado a Dios, el Espíritu obra continua-
mente dentro de ella, efectuando una mayor conformidad con
la voluntad de Dios. "El alma debe ser santificada por la ver-
dad. Y esto también se logra por medio de la fe. Porque es por
la gracia de Cristo, que recibimos por medio de la fe, que el ca-
rácter puede ser transformado" .U De esta manera el Espíritu
cumple su misión, que es glorificar a nuestro Salvador (véase Juan
16: 14), haciendo aptos a los hombres y a las mujeres para la
comunión con Dios y con sus ángeles por la eternidad.
La justificación por la fe y la santificación teológica van jun-
tas como los dos rieles de una vía del ferrocarril. Los dos rieles
son distintos, pero siempre corren juntos. Son realmente dos par-
tes de una misma vía férrea. Utilizando otra metáfora, son co-
mo los dos lados de una moneda; distintos pero nunca separados.
Así ambas, la justificación por la fe y la santificación teológica,
son partes integrales del proceso de salvación. Por momentos re-
sulta difícil diferenciarlas claramente. La inspiración lo testifi-
ca. "Muchos cometen el error de tratar de definir minuciosamente
los puntos sutiles de distinción entre la justificación y la santifi-
cación ... ¿Por qué tratar de ser más minucioso que la inspira-
ción en esta cuestión vital de la justificación por la fe?" 12
JUSTIFICACION Y SANTIFICACION 109

Referencias
1 SDA Bible Commentary, t. 7, pág. 460.
2 Kittel, Theological Dictionary of the New Testament, t. 1, pág. 107.
3 Philip Schaff, Creeds of Christendom [Los credos del cristianismo] (Grand Rapids, Baker
Book House, 1966), t. 2, pág. 94.
4 Buchanan, The Doctrine of Justification, pág. 265.
5 Citado en Klaus Bockmühl, "Christianity has a Moral Backbone" [El cristianismo tiene una
médula moral], Christianity Today, 6 de octubre de 1978, pág. 55.
6 White, El Deseado de todas las gentes, pág. 509.
7 Calvino, Institutes, t. 3, cap. xvi, sec. l.
8 A Harmonyofthe Westminster Presbyterian Standards [Una armonía de las normas pres-
biterianas de Westminster] (Richmond, Va., John Knox Press, 1958), pág. 90.
9 Karl Barth, Church Dogmatics [Estudios dogmáticos de la iglesia] (Edinburgo, T. & T.
Clark, 1958) t. 4, parte 2, pág. 503.
10 /bid.
11 White, Señales de Jos tiempos, 3 de noviembre de 1890.
12 SDA Bible Commentary, t. 6, Comentarios de Elena G. de White, pág. 1072.
Entre Escila
y Caribdis
14

E
n su largo viaje desde Troya, Ulises, de la mitología grie-
ga, debía navegar el estrecho de Messina. Del lado ita-
liano del estrecho estaba la roca Escila. Los antiguos
marineros griegos personificaban este promontorio como un
monstruo de casi cuatro metros de alto, con seis cabezas sobre
largos cuellos parecidos a serpientes, y cada cabeza tenía tres hi-
leras de dientes como los de un tiburón que arrebatarían y devo-
rarían a los marineros incautos. Del ládo siciliano estaba el
remolino Caribdis. Se lo personificaba como un monstruo que
bebía enormes cantidades de agua y que la arrojaba tres veces
al día. Succionaría hasta la muerte a los marinos que se acerca-
ran demasiado. Para navegar por este peligroso pasaje era esen-
cial que Ulises dirigiera su barco siguiendo un curso seguro,
porque si no, él, su barco, y sus marineros serían succionados
hacia una tumba de agua por acercarse demasiado al remolino
Caribdis, o serían devorados por el monstruo Escila. A pesar de
la vigilancia de Ulises, Escila devoró a seis de sus marineros.
Este dilema clásico ilustra a menudo la vida. Al estar vigilantes
ante un peligro a menudo nos acercamos demasiado a otro, o su-
cumbimos a él. El paso seguro casi nunca se encuentra fácilmente.
En el área de la persuasión mental o de la convicción religio-
sa, nuestro curso como cristianos se encuentra constantemente
entre Escila y Caribdis. El cristiano debe navegar entre ellega-
lismo, una aceptación teórica y formal de la Palabra escrita, con
una observancia meticulosa de la ética cristiana; y el libertinaje
o la antinomia emocional, una sensación pretendidamente cáli-
da de unidad con Jesús mientras que se hace caso omiso de la
110
ENTRE ESCILA Y CARIBDIS 111

Palabra escrita y se desprecia el crecimiento del fruto del Espíri-


tu en la vida personal. Al tratar de evitar una trampa, es fácil
caer presa de la otra. El énfasis excesivo en la santificación teo-
lógica puede dar como resultado la creencia en la salvación por
las obras; la falta de énfasis en la justificación por la fe puede
dar como resultado la devoción a una gracia barata.
E. J. Waggoner y A. T. Jones hicieron la obra de Dios en.
el Congreso de la Asociación General en Mineápolis en 1888. Al
proclamar osadamente el mensaje de la justificación por la fe,
trataron de rescatar a la iglesia del legalismo estéril y nutrir a
los creyentes con una experiencia viviente con Cristo. Elena G.
de White apoyó de todo corazón sus esfuerzos por presentar a
Cristo como nuestra justicia. Antes de partir para Australia, se
unió a ellos presentando este mensaje en muchas asambleas mi-
nisteriales a lo ancho de los Estados Unidos. Acerca de este men-
saje de la justificación por la fe, ella escribe: "El fuerte clamor
del tercer ángel ya ha comenzado con la revelación de la justicia
de Cristo, el Redentor que perdona los pecados" . 1
Más tarde, desde Nueva Zelandia, advierte a Jones en una
carta: "En mi sueño, Ud. disertaba sobre el tema de la fe y la
justicia imputada de Cristo por la fe. Ud. repitió varias veces que
las obras no significan nada, que no hay condiciones. El asunto
fue presentado de tal forma que me di cuenta de que las mentes
serían confundidas y no recibirían la impresión correcta acerca
de la fe y las obras, y decidí escribirle. Ud. presentó este asunto
demasiado fuertemente. Hay condiciones para que recibamos la
justificación, la santificación y la justicia de Cristo. Sé lo que
Ud. quiere decir, pero Ud. deja una impresión equivocada en mu-
chas mentes. Si bien es cierto que las buenas obras no salvarán
ni a una sola alma, sin embargo es imposible que una sola alma
sea salvada sin buenas obras" .2
La justificación por la fe se obtiene sin las obras. Es sola-
mente "por fe sin las obras de la ley" (Rom. 3: 28). Esto signifi-
ca que somos justificados o puestos en correcta relación con Dios
sin merecerlo por nosotros mismos. El pecador experimenta la
justificación por la fe cuando acepta el regalo de la salvación.
Esto ocurre cuando el pecador responde a las súplicas del Espí-
ritu Santo y cambia de una actitud de rebelión y enemistad hacia
112 JUSTIFICADOS

Dios a una de veneración, confianza y lealtad. Y este cambio se


manifiesta mediante la obediencia.
La obediencia a la voluntad de Dios tal como está expresada
en su ley, y la salvación por la gracia por medio de la fe no son
mutuamente excluyentes. Más bien van juntas. La obediencia no
implica legalismo. Llamar legalismo a la observancia de la ley
es malinterpretar la Palabra de Dios. El pensar que uno puede
ser salvado por guardar la ley es legalismo. La obediencia vo-
luntaria no es legalismo. Jesús dijo: "Porque todo aquel que hace
la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi herma-
no, y hermana, y madre" (Mat. 12: 50).
Ni la observancia de la ley de Dios ni el cumplimiento de la
voluntad de Dios hacen que una persona sea legalista. Antes bien,
es la actitud o la motivación de la persona al obedecer la volun-
tad de Dios lo que la puede hacer legalista. Si una persona guar-
da la ley, esperando que al hacerlo será salvo, con seguridad está
en el lado legalista. Nadie, ni aun una persona no convertida,
puede salvarse por guardar la ley, pero puede perderse por no
guardarla.
La salvación no se gana guardando la ley; la salvación es un
regalo de Dios. "Porque por gracia sois salvos por medio de la
fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios" (Efe. 2: 8). Pero
habiendo sido salvados (perdonados por nuestras violaciones pa-
sadas a la ley de Dios) por la sangre derramada de Cristo por
nosotros, estamos siendo salvados ahora (preservados de trans-
gredir la ley) por Jesús mismo, quien está viviendo su vida de
obediencia dentro de nosotros por medio de su Espíritu Santo.
Mediante el Espíritu Santo Jesús nos protegerá de pecar cuan-
do confiamos en Dios y colocamos nuestra voluntad aliado de
la suya. ''Toda tentación, toda influencia contraria, ya manifiesta
o secreta, puede ser resistida victoriosamente: 'j No por esfuer-
zo, ni con poder, sino por mi Espíritu! dice Jehová de los Ejérci-
tos'(Zac. 4: 6, VM)" .3
No somos salvados por las obras así como un árbol no pro-
duce fruto para probar que está vivo. Un árbol produce frutos
porque está vivo, no para probarlo. Así ocurre con el cristiano
genuino; produce buenas obras como fruto. "En esto es glorifi-
cado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discí-
pulos" (Juan 15: 8).
ENTRE ESCILA Y CARIBDIS 113

Aunque parecería fácil sostener un punto de vista único so-


bre el tema, no siempre es lo mejor o la posición más segura.
Hace algunos años, mientras vendía libros en una zona de Sue-
cia cercana al límite con Noruega, decidí ir en bicicleta hasta No-
ruega para pasar mis vacaciones de mitad de verano en Oslo, la
capital de Noruega. En ese tiempo, el tránsito en Suecia se mo-
vía por el lado izquierdo del camino, como aún sucede en las is-
las Británicas. Sin embargo, el tránsito en Noruega era por la
derecha del camino.
Entré a Noruega por un camino vecinal angosto y pedregoso,
escasamente ancho como para que pasaran dos autos. Cuando
andaba en mi bicicleta en caminos semejantes en Suecia, común-
mente iba por el centro del camino poco transitado y me corría
hacia el costado izquierdo del camino sólo cuando ocasionalmente
me encontraba con un auto. Cuando crucé la línea divisoria en-
tre los dos países, me moví hacia el lado derecho del camino y
permanecí en ese lado, aun cuando el camino noruego no era ni
más ancho ni más transitad.o que el camino rural sueco.
¿Por qué permanecí del lado derecho del angosto camino en
Noruega, aunque no había andado por el lado izquierdo del ca-
mino en mi Suecia natal? Desde mi temprana niñez había for-
mado el hábito de correrme hacia la izquierda en un momento
de peligro inesperado. En Noruega, para evitar la tentación de
correrme hacia la izquierda si inesperadamente me encontraba
con un viajero, me mantenía en la extrema derecha del camino,
aún cuando corría el peligro de salirme del camino angosto y caer
en una zanja.
Aunque a algunos cristianos les parece fácil virar hacia ella-
do de una justificación por la fe que no produce fruto, y a otros
virar hacia la justificación por las obras, es la voluntad y el plan
de Dios que no sucumbamos ante ningún extremo.
Elena G. de White escribió en 1890: "Oímos mucho acerca
de la fe, pero necesitamos oír mucho más acerca de las obras.
Muchos están engañando a sus propias almas al vivir una reli-
gión fácil, acomodadiza y desprovista de la cruz. Pero Jesús di-
ce: 'Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo,
y tome su cruz, y sígame' ". 4
En otras palabras, aunque debiera imprimirse indeleblemen-
te en la conciencia de cada uno que nuestra salvación se apoya
114 JUSTIFICADOS

solamente en la gracia de Dios por medio de la fe, nunca debe-


mos llegar al punto de creer que la ley ha sido abrogada. Una
relación viva, vital y salvadora con Dios no se expresa adecua-
damente en un credo formal o en un dogma teórico y en una forma
establecida de adoración. Pero tampoco se expresa a sí misma
en una fe fatua, sin frutos. Antes bien, la fe que salva es un di-
namismo divino, que opera en nuestras vidas mediante la pre-
sencia y el poder del Espíritu Santo, que mora y gobierna dentro
de cada cristiano verdadero. En una relación tal, el creyente re-
conoce a Jesús no meramente como un amigo amante, como un
Salvador bondadoso, y como el Intercesor ante el trono de Dios,
sino que lo exalta también como Rey en todas las diferentes fa-
cetas de la vida personal aquí y ahora. Se convierte en un alegre
seguidor de Jesús, l~al a El en todo aspecto al guardar su ley.
En su carta a A. T. Jones, Elena de White relaciona la "jus-
tificación, la santificación y la justicia de Cristo". La justicia de
Cristo abarca tanto la justificación por la fe y el proceso resul-
tante, la santificación teológica por la fe en Jesús como nuestro
Redentor. La santificación es su justicia hecha parte de nosotros,
al vivir bajo la constante dirección y poder del Espíritu Santo.
El Evangelio abarca tanto la bondadosa aceptación del peca-
dor por parte de Dios como el subsecuente don de gracia que lo
capacita para vivir de acuerdo con la voluntad de Dios. Señala
un rumbo medio entre el antinomianismo y ellegalismo. En Je-
sús, la ley y el Evangelio no son opuestos sino que se comple-
mentan. Somos redimidos por la gracia de Dios por medio de
la fe, pero por una fe que obra a través del amor (véase Gál. 5:
6). "La fe y las obras son dos remos que debemos usar
igualmente''. 5
Pero el peligro está presente constantemente, como descu-
brió Lutero a pes!lr suyo, de que algunos se vayan hacia un ex-
tremo o hacia el otro. Lutero llegó a la conclusión de que era
casi imposible presentar el Evangelio de la salvación por la gra-
cia gratuita de Dios y la justificación por la fe sin que algunos
así llamados cristianos abusaran de ello convirtiendo la gracia
en libertinaje. El escribió: "Por lo tanto, existe peligro en am-
bos lados ... si no se predica la gracia o la fe, nadie se salva;
porque sólo la fe justifica y salva. Por otro lado, si se predica
la fe, como debe ser predicada, la mayoría de los hombres com-
ENTRE ESCILA Y CARIBDIS 115

prenden la enseñanza acerca de la fe en una forma carnal y trans-


forman la libertad del Espíritu en libertad de la carne. Esto pue-
de discernirse hoy en todas las clases de la sociedad, tanto alta
como baja. Todos se jactan de ser evangélicos y se jactan de la
libertad cristiana. Mientras tanto, sin embargo, ceden a sus de-
seos y se vuelven a la codicia, a los deseos sexuales, a la envidia,
al orgullo, etc. Nadie realiza su tarea concienzudamente; nadie
sirve al otro por amor''. 6
Pero a pesar del peligro de que algunos transformen la gra-
cia en libertinaje, un embajador de Cristo proclamará el mensa-
je de la salvación por la gracia gratuita de Dios para poder ganar
a los seres humanos para Cristo, así como un pretendiente debe
atreverse a hacer una propuesta para poder conseguir una novia.
El hombre en pecado necesita perdón. Este es el rescate. De-
be convertirse en un hijo de Dios para poder tener la vida eter-
na. Pero el rescate no es suficiente. Luego de haber sido rescatado,
debe mantener la vida. El hombre necesita cuidado y rehabilita-
ción para ser restaurado a la imagen de Dios en la cual fue crea-
do (véase Gén. 1: 26). Algunos llaman a esto equivocadamente
deificación. Definidamente no es así, puesto que el hombre, aun-
que redimido, nunca será Dios. Es, y siempre será una criatura;
el hombre nunca llegará a ser el Creador. Pero aunque la criatu-
ra ha sido manchada por el pecado, por medio de la justifica-
ción por la fe está delante de Dios sin condenación porque está
en Cristo Jesús. "Ahora, pues, ninguna condenación hay para
los que están en Cristo Jesús" (Rom. 8: 1).
Tanto la justicación por la fe como la santificación teológica
son verdades divinas. Amóas forman parte del plan de salvación
de Dios. Puede compararse la justificación con el sistema de raí-
ces de un árbol. Las raíces están físicamente debajo del árbol,
pero no por ello son menos importantes. En efecto, el árbol vive
sólo a causa de las raíces. La justificación por la fe es el sistema
de raíces sobre el cual crece la santificación teológica. Así como
no habría árbol sin raíces, así no hay santificación teológica sin
que haya previamente justificación por la fe.
Pero debe mantenerse el equilibrio entre las dos. Pablo, el
gran proponente de la justificación y de la salvación por la fe,
no disminuyó la importancia de las buenas obras. El escribió a
Tito: ''Y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para que
116 JUSTIFICADOS

los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas


cosas son buenas y útiles a los hombres" (Tito 3: 8).
En vista de esto, Lutero enfatizó que "es extremadamente ne-
cesario, siguiendo el ejemplo de Pablo, exhortar a los creyentes
a hacer buenas obras, esto es, a ejercitar su fe mediante las bue-
nas obras; porque a menos que estas obras sigan a la fe, son la
señal más segura de que la fe no es genuina" .7 En efecto, "así
también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma ... Por-
que como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe
sin obras está muerta" (Sant. 2: 17, 26). "La fe y las obras nos
mantendrán en un equilibrio justo, y nos harán exitosos en la
tarea de perfeccionar el carácter cristiano". 8
Si se enfatizan la fe con exclusión de las obras, o las obras
con exclusión de la fe, entonces la parte enfatizada y retenida
-aunque es una verdad de origen divino- se convierte en la más
acabada herejía. En tal caso, no es incorrecto o herético lo que
se retiene y lo que se enseña, sino que lo hace así lo que se omite.
Dios está buscando hoy un pueblo que unirá en forma inteli-
gente la fe y las obras. Cuando sus profesos seguidores logren
este ideal, entonces así alumbrará su luz delante de los hombres,
pues verán sus buenas obras, y glorificarán a su Padre que está
en los cielos (véase Mat. 5: 16).
La primera tarea de la gracia es la justificación por la fe. La
obra continua de la gracia es la santificación en su significado
teológico. Y la obra final de la gracia es la glorificación. Juntas,
la justificación por la fe, la santifiación, y la glorificación cons-
tituyen la salvación. Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre.

Referencias
1 White, Review and Herald, 22 de noviembre de 1892.
2 ------,Mensajes selectos, t. 1, pág. 442.
3 ------,El conflicto de los siglos, págs. 583, 584.
4 ------,Mensajes selectos, t. !, pág. 448.
5 ------,El ministerio de la bondad (Bs.As., Asoc. Casa Editora Sudamericana, 1976),
pág. 332.
6 Luther's Works, t. 27, pág. 48. Para un comentario moderno de este problema, véase Die-
tri eh Bonhoeffcr, The Cost of Discipleship [El costo del discipulado] (Nueva York, Macmillan
Co., 1966).
7 Luther's Works, t. 27, pág. 127.
8 White, Signs of the Times, 16 de junio de 1890.
La justificación
y el juicio
15

T
anto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo se
destaca el juicio. Jesús mismo en varias ocasiones enfa-
tizó el momento en que Dios escudriñará la obra de
cada persona (véase Mat. 10: 15; 11: 24; 12: 36, 41, 42; Luc. 11:
31, 32; Juan 5: 28, 29). También subrayó la certeza del juicio
en la parábola del hombre sin el vestido de bodas (véase Mat.
22: 1-14), en la de los talentos (véase Mat. 25: 14-40), en la de
las ovejas y los cabritos (véase Mat. 25: 31-46), y en otras. No
hay incertidumbre en las enseñanzas de Jesús en cuanto a un jui-
cio final en el cual cada persona recibirá su justa recompensa.
Los apóstoles también presentaron la certeza de un juicio fu-
turo (véase Hech. 10: 42; Sant. 2: 13; 2 Ped. 2: 4, 9; 1 Juan 4:
17; Jud. 6).
Pablo, el ardiente pregonero de la salvación por la fe mediante
la gracia gratuita de Dios, no veía ningún conflicto entre la sal-
vación por la gracia y un juicio. Repetidamente enseñó la certe-
za de un juicio tanto para pecadores como para santos (véase
Hech. 17: 31; Rom. 14: 10; 1 Cor. 3: 3-15; 2 Cor. 5: 10; Heb.
9: 27). En Romanos 3 introduce la enseñanza de la justificación
por la fe sólo después de haber mostrado, en los capítulos 1 y
2, que todos los hombres son pecadores y que enfrentarán un
juicio final.
El teólogo Herman Ridderbos dice acerca de esto: "La idea
de un juicio divino final es fundamental en todas las Escrituras
y Pablo apela a ella en tantas formas y lo da como una realidad
(véase, por ejemplo, Rom. 3: 6), que es inconcebible que al pro-
clamar la justificación por la fe como el contenido del Evange-
117
118 JUSTIFICADOS

lio, consciente o inconscientemente haya quitado fuerza a esta


noción religiosa fundamental. Antes bien, uno tendrá que ver en
sus propias evidencias la prueba de que para Pablo estas dos rea-
lidades, por un lado la justificación por la fe, y por el otro lado
el juicio de Dios a cada hombre de acuerdo con sus obras, sin
acepción de personas, no se contradicen de ninguna manera'' . 1
Cuando Jesús y los escritores bíblicos describen el juicio fu-
turo, a menudo dan la impresión de que el juicio de los justos
y el de los impíos es uno solo y el mismo. La parábola de la se-
paración de las ovejas y los cabritos ciertamente da esa impre-
sión (véase Mat. 25: 31-46).
Cuando una persona comienza a escalar una montaña, pue-
de parecerle una sola montaña. Pero cuando comienza su ascen-
sión, puede encontrarse con varios picos pequeños antes de
alcanzar el más alto, el que había visto desde abajo. La monta-
ña no tiene una sola cima, sino varias. Pero él descubrió esto só-
lo mientras ascendía.
Al mirar las profecías bíblicas no cumplidas desde una dis-
tancia de miles de años, varios sucesos bíblicos parecen fundirse
en una sola cosa. Pero al aproximarse a ellos en el tiempo, uno
descubre que no son uno sino varios sucesos, separados en el tiem-
po. Así ocurre con el juicio.
Existen tres facetas en el juicio final: "Ya ha llegado el tiem-
po en que el juicio comience por la propia familia de Dios" (1
Ped. 4: 17, versión Dios habla hoy) en el juicio investigador pre-
vio al advenimiento. Este es, como dice Pedro, para el pueblo
de Dios, o para todos los que alguna vez respondieron a las sú-
plicas del Espíritu Santo y reclamaron la salvación por medio de
Jesucristo. Para los redimidos, este juicio investigador puede ser
llamado la auditoría celestial previa al advenimiento, puesto que
sólo es de naturaleza confirmatoria. Su propósito es revelar quié-
nes de los que respondieron al amor de Cristo permanecieron en
ese amor y serán salvos, y quiénes cayeron y perecerán. No ne-
cesitan ser verificados los registros de quienes nunca respondie-
ron a los llamados del Espíritu Santo. Ellos están perdidos por
negligencia y automáticamente están destinados a la muerte eterna,
puesto que "en ningún otro hay salvación [sólo en Jesús]; por-
que no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en
que podamos ser salvos" (Hech. 4: 12). En segundo lugar, hay
LA JUSTIFICACION Y EL JUICIO 119

un juicio en el milenio (véase Apoc. 20: 2-4), durante el cual los


justos descubrirán por qué los perdidos perdieron la salvación;
y tercero, el juicio ejecutivo al final del milenio, en el cual serán
destruidos Satanás y todos sus seguidores impenitentes en el fuego
del infierno (véase Apoc. 20: 11-14).
Es necesario que haya una auditoría o un juicio previo al ad-
venimiento basado en los registros celestiales. Cuando Jesús vuel-
va, viene a levantar a los "bienaventurados y santos" (Apoc. 20:
6) para vida eterna y a llevarlos a la fiesta de bodas en el cielo.
En este juicio pre-advenimiento se verificará su derecho a la sal-
vación ante todas las inteligencias celestiales de modo que no haya
interrogantes en la mente de ningún ser inteligente de todo el uni-
verso acerca de por qué algunos son salvados en tanto otros son
condenados.
Daniel hace referencia al juicio/auditoría celestial previa al
advenimiento: "Estuve mirando hasta que fueron puestos tro-
nos, y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco co-
mo la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono
llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente. Un río
de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares
le servían, y millones de millones asistían delante de él; el Juez
se sentó, y los libros fueron abiertos" (Dan. 7: 9, 10). También
se hace referencia a él en Apocalipsis 14: 7. El momento del co-
mienzo de este juicio/auditoría deriva de la interpretación histo-
ricista de la profecía de las "dos mil trescientas tardes y mañanas"
en Daniel8: 14. Siendo que éstas abarcan las "setenta semanas"
de Daniel 9: 24, 25, nos llevan hasta el año 1844 cuando "el san-
tuario de Dios", que fue "echado por tierra y pisoteado" du-
rante 2.300 años, sería "purificado" y restaurado (véase Dan.
8: 11-14).
En el ritual del antiguo santuario/templo judío, el Día de la
Expiación era un día de purificación o remoción de los registros
de todos los pecados en el santuario/templo (véase Lev. 16). Era
un día tanto de auditoría como de juicio. Se destruían los regis-
tros de los pecados de los que se habían arrepentido, confesado
sus pecados y traído sus sacrificios de animales (que simboliza-
ban a Cristo). La persona que no lo había hecho era "cortada
de su pueblo [del de Dios]" (Lev. 23: 29). Esto supone un juicio
previo.
120 JUSTIFICADOS

Esta también es la importancia de la purificación del santua-


rio celestial que comenzó en 1844. A su fin, los registros de los
pecados de los redimidos serán destruidos. Para los que una vez
profesaron a Cristo pero no permanecieron en El, no confiaron
en sus promesas, ni se arrepintieron y confesaron todos sus pe-
cados, ni colocaron su voluntad aliado de la de Cristo, esta audi-
toría realmente será un juicio para condenación eterna. Ellos serán
"cortados" de la vida en el juicio ejecutivo al final del milenio,
como lo eran los pecadores no arrepentidos en el antiguo Israel
al final del Día de la Expiación.
En este juicio/auditoría el Padre está sentado en su trono,
rodeado por miríadas de ángeles. Ante El está Jesús, el abogado
de todos los redimidos (véase 1 Juan 2: 1). Los libros son abier-
tos. Entre ellos se encuentra el libro de la ley de Dios o la Biblia.
Esta es la medida, la norma en el juicio (véase Sant. 2: 8-12; Ecl.
12: 13, 14). También hay libros de registro, tales como el libro
de la vida, del cual se habla en Filipenses 4: 3 y en Apocalipsis
20: 15; el libro de las memorias, mencionado en Malaquías 3:
16; y el libro de los pecados o de la muerte, al que se alude en
Isaías 65: 6, 7.
No hay entradas defectuosas en esos legajos celestiales. Han
sido llevados por ángeles que no se equivocan y que han sido tes-
tigos de cada acto, tanto bueno como malo. Pero no sólo se re-
gistran acciones y palabras, sino también las motivaciones secretas
y los propósitos que las originaron, y se registran los sentimien-
tos, junto con los pecados que hubieran sido cometidos si se hu-
biera tenido la oportunidad (véase 1 Cor. 4: 5).
El propósito de esta auditoría/juicio es por Jo menos triple.
Convencerá a los habitantes no caídos del universo que es segu-
ro readmitir a los exrebeldes a su sociedad. Por esta razón Jesús
intercede por los redimidos ante el Padre (véase Rom. 8: 34; Heb.
7: 25; 9: 24; 1 Juan 2: 1). El no le ruega al Padre que los lleve
al cielo. No hay necesidad de esto. El Padre mismo ama a sus
hijos comprados con sangre. El dio a su Hijo para su redención.
Tanto el Padre como el Hijo están ansiosos de ver a sus fieles
seguidores en las mansiones que Jesús les ha preparado (véase
Juan 14: 2). Habiéndoles asegurado su líder, Jesús, que estos hi-
jos terrenales -ex rebeldes- serán eternamente leales a su Rey
LA JUSTIFICACION Y EL JUICIO 121

celestial, Jos ángeles leales están contentos de admitir a estos re-


cién llegados en su sociedad.
Pero la auditoría celestial previa al advenimiento no es prin-
cipalmente para beneficio de los ángeles no caídos. Es específi-
camente para beneficio de Satanás y sus seguidores. Satanás, a
la cabeza de los ángeles caídos, está recordándole constantemente
a Dios los pecados de sus seguidores y su falta de fe y entrega
a El, a su voluntad, a sus caminos. El siempre ha sido el "acusa-
dor" (Apoc. 12: 10) de los hijos de Dios. El desafiará la salva-
ción de cada hombre y mujer redimido aseverando que si Dios
los admite en el cielo, también debe aceptarlo a él y a sus segui-
dores. " '¿Son éstos -dice- los que han de tomar mi lugar en
el cielo, y el lugar de los ángeles que se unieron conmigo? Mien-
tras profesan obedecer la ley de Dios, ¿han guardado sus pre-
ceptos? ... Mira los pecados que han señalado sus vidas' ...
Satanás tiene un conocimiento exacto de los pecados que él los
indujo a cometer, y los presenta de la manera más exagerada,
declarando: '¿Me desterrará Dios a mí y a mis ángeles de su pre-
sencia, y, sin embargo, recompensará a aquellos que han sido
culpables de los mismos pecados? Tú no puedes hacer esto, con
justicia, oh Señor. Tu trono no subsistirá en rectitud y juicio.
La justicia exige que se pronuncie sentencia contra ellos' ". 2
La auditoría celestial previa al advenimiento le mostrará a
Satanás y a sus ángeles que Dios es justo al excluirlos del cielo
a ellos y a sus seguidores y al privarlos de la vida eterna, en tan-
to lleva a otros hijos terrenales a vivir con El para siempre en
gloria.
Imaginemos lo que ocurrirá cuando se abran los registros de
la vida de los dos primeros reyes de Israel para verificarlo. Am-
bos entraron en el servicio de Dios y sus nombres fueron escritos
en el libro de la vida. En la primera parte del registro del rey Saúl
en los legajos celestiales cada pecado está marcado "pagado"
con la sangre derramada por Jesús y ha sido perdonado. Pero
hacia el final de su vida hay pecados no confesados y no perdo-
nados. El rey Saúl vaciló en su lealtad a Dios. Como consecuen-
cia, aun aquellos pecados de los cuales Saúl se arrepintió y pidió
perdón a Dios durante la primera parte de su vida vuelven a él
como no perdonados. De esta manera, todos los pecados que Saúl
cometió en su vida le son cargados nuevamente a él. Esto está
122 JUSTIFICADO S

en armonía con Ezequiel 18: 24, que dice: "Mas si el justo se


apartare de su justicia y cometiere maldad, e hiciere conforme
a todas las abominaciones que el impío hizo, ¿vivirá él? Ningu-
na de las justicias que hizo le serán tenidas en cuenta; por su re-
belión con que prevaricó, y por el pecado que cometió, por ello
morirá".
Jesús enseña la misma verdad en la parábola del siervo no
perdonador de Mateo 18: 23-35. Aun cuando se le había perdo-
nado al primer siervo una enorme deuda de 10.000 talentos, cuan-
do rehusó perdonar a su consiervo, que le debía sólo 100 denarios,
o una millonésima parte de la deuda que se le había perdonado
a él, se le retiró el perdón del rey y se le volvió a cargar su enor-
me deuda. De acuerdo con este principio, todas las buenas obras
de Saúl serán borradas. Finalmente, también se quita el nombre
de Saúl del libro de la vida (véase Apoc. 3: 5) mientras que se
retiene su nombre en el libro del pecado y de la muerte. Históri-
camente "murió Saúl por su rebelión con que prevaricó contra
Jehová, contra la palabra de Jehová, la cual no guardó" (1 Crón.
10: 13). Por la misma razón, también morirá la muerte eterna.
El rey David cometió varios pecados horribles. Entre ellos está
su sórdido adulterio con Betsabé, y su planificado asesinato de
su esposo, Urías. Pero cada pecado de David está marcado "pa-
gado" por la sangre derramada de Jesús. Ni uno de los atroces
pecados de David está sin perdonar. Por lo tanto, su registro de
pecado es borrado del libro del pecado y de la muerte, mientras
que permanecen las entradas buenas en el libro de las memorias.
David en verdad pecó, pero se arrepintió de sus pecados (véase
Sal. 51), y llegó a ser un hombre conforme al corazón de Dios
(véase Hech. 13: 22). Su nombre, por lo tanto, es retenido en
el libro de la vida, y ha sido redimido para la eternidad por la
gracia de Dios.
En relación con los redimidos, se puede comparar la audito-
ría celestial de los registros de sus vidas previa al advenimiento,
con la experiencia de Abrahán en el monte Moría. La prueba que
recayó sobre Abrahán de sacrificar a su propio hijo no era esen-
cialmente para beneficio de Dios. Dios ya sabía que Abrahán pa-
saría esta prueba crucial. Si Abrahán no hubiera estado listo para
ella, Dios no se la hubiera dado en ese momento, porque Dios
nunca prueba a sus hijos más allá de lo que pueden soportar (véase
LA JUSTIFICACION Y EL JUICIO 123

1 Cor. 10: 13). Tampoco le fue dada la prueba principalmente


para su propio bien. Por esa época la fe de Abrahán había ma-
durado hasta el punto que él sabía que "Dios es poderoso para
levantar aun de entre los muertos [a Isaac]" (Heb. 11: 19) si lo
sacrificaba, de modo que pudiera cumplirse la promesa que Dios
le había hecho de que sus descendientes por medio de Isaac se-
rían tan numerosos como "las estrellas del cielo y como la arena
que está a la orilla del mar" (Gén. 22: 17).
La prueba le fue dada para demostrar la lealtad de Abrahán
a Dios ante el universo cuestionador. Acerca de la prueba dada
a Abrahán, leemos: "El sacrificio exigido a Abrahán no fue só-
lo para su propio bien ni tampoco exclusivamente para el bene-
ficio de las futuras generaciones; sino también para instruir a los
seres sin pecado del cielo y de otros mundos. El campo de bata-
lla entre Cristo y Satanás, el terreno en el cual se desarrolla el
plan de la redención, es el libro de texto del universo. Por haber
demostrado Abrahán falta de fe en las promesas de Dios, Sata-
nás le había acusado ante los ángeles y ante Dios de no ser digno
de sus bendiciones. Dios deseaba probar la lealtad de su siervo
ante todo el cielo, para demostrar que no se puede aceptar algo
inferior a la obediencia perfecta y para revelar más plenamente
el plan de la salvación" .3
Aun cuando vivimos en una era postcopernicana, demasiado
a menudo somos geocéntricos en nuestros conceptos. Nos senti-
mos inclinados a creer que el plan de salvación es solamente
para beneficio de nuestro pequeño mundo. ''Pero el plan de re-
dención tenía un propósito todavía más amplio y profundo que
el de salvar al hombre. Cristo no vino a la tierra sólo por este
motivo; no vino meramente para que los habitantes de este pe-
queño mundo acatasen la ley de Dios como debe ser acatada; si-
no que vino para vindicar el carácter de Dios ante el universo" .4
Pablo dice: "Pues hemos llegado a ser espectáculo al mundo,
a los ángeles y a los hombres" (1 Cor. 4: 9).
Definidamente Dios no necesita esta auditoría para descubrir
quién es digno de salvación. El es omnisciente. El sabe quiénes
han aceptado a Jesús como su Salvador y Señor. ''Conoce el Se-
ñor a los que son suyos" (2 Tim. 2: 19). Y Jesús mismo dice:
"Conozco mis ovejas, y las mías me conocen" (Juan 10: 14).
El también conoce a los que han permanecido fieles a El hasta
124 JUSTIFICADOS

el fin (véase Col. 1: 23; Mat. 24: 13). Los tales no están en tela
de juicio. Jesús nos asegura: "De cierto, de cierto os digo: El
que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna;
y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida"
(Juan 5: 24).
Pero Dios necesita esta auditoría para probar ante todo el uni-
verso que sus caminos y su accionar siempre han sido justos y
rectos. Muchos de los redimidos que duermen en sus tumbas du-
rante esta auditoría fueron considerados indignos de vida mien-
tras estaban en la tierra y fueron martirizados. Durante largos
siglos han clamado simbólicamente "a gran voz, diciendo: ¿Hasta
cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra
sangre en los que moran en la tierra?" (Apoc. 6: 10). En esta
auditoría sus reputaciones serán limpiadas ante todo el univer-
so. Sus registros mostrarán que no eran impíos pecadores dig-
nos de muerte, sino santos de Dios y dignos de la salvación. En
esta forma esta auditoría vindicará las acciones de Dios y su ca-
rácter ante el universo. Justificará o condenará a cada profeso
seguidor de Cristo (véase Mat. 12: 36, 37). Por esta razón aun
los registros de los redimidos permanecen hasta este juicio/audi-
toría preadvenimiento.
El ritual del santuario judío ilustra cómo trata Dios el peca-
do. Tan pronto como se cometía un pecado, se registraba sim-
bólicamente en el santuario. Jeremías dijo que se escribía en "los
cuernos de sus altares" (Jer. 17: 1). La sangre del animal sacrifi-
cado era untada en los cuernos del altar de los sacrificios o en
el altar del incienso, para indicar que los pecados escritos en los
cuernos de los altares habían sido expiados por la sangre derra-
mada. La sangre expresaba "el deseo" del pecador arrepentido
"de ser perdonado mediante la fe en un Redentor" como lo ex-
presa Elena G. de White en la página 472 de El conflicto de los
siglos. En lo concerniente al pecador arrepentido, su pecado con-
fesado era así borrado (véase lsa. 43: 25; 44: 22), separado o qui-
tado de sí "cuanto está lejos el oriente del occidente" (Sal. 103:
12). Era arrojado "en lo profundo del mar" (Miq. 7: 19) cuan-
do se arrepentía y confesaba su pecado.
Todo lo que hacemos, pensamos o sentimos se anota en los
registros del cielo (véase Dan. 7: 10; Apoc. 20: 12; Ecl. 12: 14)
así como se escribían los pecados de Israel "en los cuernos de
LA JUSTIFICACION Y EL JUICIO 125

sus altares". Dios tiene una transcripción perfecta de nuestros


caracteres. ''Frente a cada nombre, en los libros del cielo, apa-
recen, con terrible exactitud, cada mala palabra, cada acto egoísta,
cada deber descuidado, y cada pecado secreto, con todas las tre-
tas arteras". "Así como los rasgos de la fisonomía son reprodu-
cidos con minuciosa exactitud sobre la pulida placa del artista,
así también está el carácter fielmente delineado en los libros
del cielo". 5 Pero cuando aceptamos a Jesús como nuestro Sal-
vador y permanecemos leales a El, nuestros pecados también
son borrados en lo que hace a nuestra responsabilidad, aunque
los registros celestiales permanecen hasta la auditoría/juicio
preadvenimiento.
La liberación experimentada al venir a Jesús y ser salvados
por su gracia es como ser dados de alta en un hospital. Durante
la estadía del paciente en el hospital, se registran varias veces al
día su temperatura, su presión sanguínea, su pulso, etc. Esos re-
gistros permanecen en el archivo médico del hospital aún des-
pués que el paciente ha recuperado su salud y ha sido dado de
alta y enviado a su casa.
De la misma manera, la persona que ha elegido vivir de acuer-
do con la voluntad de Dios se regocija en el perdón de sus peca-
dos y en el don dela vida eterna (véase 1 Juan 5: 12). Sabe que
en lo que le concierne, sus pecados han sido borrados. Sabe que
no tiene nada en su contra, porque todos sus pecados han sido
cubiertos por la sangre de Jesús.
Cuando aparezcan los nombres de los redimidos en esta audi-
toría, Jesús los representará. Pero El hace algo paradójico. En
lugar de defender a sus clientes, El admite su culpa ante todo
el universo. No trata de justificar su salvación haciendo referen-
cia a la bondad moral o ética de alguien, no importa cuánto ha-
ya avanzado el creyente en su dedicación a Dios. Zacarías 3
demuestra vívidamente lo que hace Jesús por el pecador. Aquí
Satanás presenta sus cargos contra Josué, el sumo sacerdote, un
pecador y el representante de todos los pecadores. Josué está de-
lante de Dios con vestiduras manchadas con su pecado perso-
nal. "Y dijo Jehová a Satanás: Jehová te reprenda, oh Satanás ...
¿No es éste un tizón arrebatado del incendio? Y Josué estaba ves-
tido de vestiduras viles, y estaba delante del ángel. Y habló el
ángel, y mandó a los que estaban delante de él, diciendo: Qui-
126 JUSTIFICADOS

tadle esas vestiduras viles. Y a él le dijo: Mira que he quitado


de ti tu pecado, y te he hecho vestir de ropas de gala" (vers. 2-4).
El único y apremiante argumento de Jesús para la redención
de Josué y de cualquiera es: "¡Mi sangre, Padre, mi sangre, mi
sangre, mi sangre! " .6
La siguiente escena tuvo lugar en un juzgado hace un tiem-
po. De pie ante el juez estaba una mujer joven que había sido
citada por haber excedido la velocidad máxima permitida al ma-
nejar. El juez le preguntó: "¿Culpable o no culpable?" Ella res-
pondió suavemente: "Culpable". El juez le impuso una multa
de 75 dólares o siete días de cárcel. Pero luego de hacer esto, el
juez se levantó de su sillón, se sacó su ropaje de juez, caminó
hasta donde estaba la joven y pagó la multa de 75 dólares. El
juez era el padre de la joven. Para ser un juez justo debía, por
su confesión de culpa, declararla culpable y debía castigarla con
una multa apropiada a su quebrantamiento de la ley. Como buen
juez no tenía otra opción. La ley debía ser mantenida. Pero siendo
el padre de la joven, él también escogió asumir su castigo; él pa-
gó la multa.
Jesús es un juez honesto. En la auditoría/juicio pre-
advenimiento delante de los observadores del universo, El admi-
te la culpa de cada alma redimida que representa. Pero El tam-
bién es nuestro Salvador, y aunque debe condenarnos a muerte
a cada uno de nosotros a causa de nuestra transgresión de la ley
de Dios, en el Calvario El escogió toma.r nuestro lugar y sufrir
la muerte por nosotros.
Al aducir su sangre derramada como pago por los pecados
de los redimidos, Jesús se presenta ante el Padre como un con-
quistador que reclama su victoria. "Su ofrenda es completa, y
como Intercesor nuestro ejecuta la obra que El mismo se señaló,
sosteniendo delante de Dios el incensario que contiene sus méri-
tos inmaculados y las oraciones, las confesiones y las ofrendas
de agradecimiento de su pueblo. Ellas, perfumadas con la fra-
gancia de la justicia de Cristo, ascienden hasta Dios en olor sua-
ve. La ofrenda se hace completamente aceptable, y el perdón cubre
toda transgresión". 7
Esta investigación de los libros celestiales previa al adveni-
miento es tanto una auditoría como un juicio. Para aquellos que
aceptaron a Jesús como su Salvador y permanecieron en esa re-
LA J U :S 111'1CAC1UN y tL JUICIO 127

!ación de fe, es una auditoría que verifica que sus deudas de pe-
cado han sido completamente pagadas. Su recibo de completa
expiación de cada pecado cometido es la muerte de Cristo en el
Calvario. Para aquellos que permanecieron fieles a Cristo, esta
auditoría/juicio no es de mayor preocupación que una auditoría
por cuentas para las cuales tienen todos los recibos de pago. En
realidad, la mayoría de las personas a quienes se las está investi-
gando están durmiendo el sueño de la muerte. Pero antes que
los redimidos fueran a dormir tenían la bendita certeza que to-
das sus deudas de pecado habían sido cubiertas.
Para los elegidos de Dios que estén vivos durante esta audi-
toría, éste será un día de gran regocijo. Su derecho a la salva-
ción será declarado en ese día delante de todo el universo.
Desafortunadamente, algunos cristianos vislumbran esta audi-
toría/juicio con temor y terror. A muchos personajes bíblicos,
la idea del juicio final les traía consuelo. La razón de esto es que
los judíos veían a los jueces como ayudadores, libertadores, y
defensores más que como castigadores del crimen. El libro de
Jueces ilustra esto.
''La clave del significado de la palabra hebrea para jueces pue-
de encontrarse en el capítulo 2: 16 [del libro de los Jueces]: 'Y
Jehová levantó jueces que los librasen de mano de los que les
despojaban'. Los jueces eran principalmente los 'salvadores' o
'Ji bertadores' del pueblo de sus enemigos". 8
El salmista expresa reiteradamente su deseo de ser juzgado
por Dios porque él veía ·a Dios como su ayudador y su defensor.
(Véase Sal. 7: 8; 9: 8; 10: 17, 18; 26: 1; 35: 24; 43: 1; 54: 1.) Los
creyentes en la Palabra de Dios sabían que Dios -su Juez-
pondría en orden todas las cosas. De esta manera "la hora de
su juicio" (Apoc. 14: 7) para ellos era un día de alegría y gozo
indecible.
Además de verificar el pago de sus deudas de pecado, y de
darles el derecho a la vida eterna, este juicio investigador tam-
bién determinará las recompensas específicas, lo que comenta-
remos en el próximo capítulo.
La redención tiene dos fases. Esto lo indica la palabra griega
apolútrosis, que significa redención o liberación. Hace referen-
cia al perdón de los pecados que recibimos cuando venimos a Jesús
y lo proclamamos nuestro Salvador. Esto se ve claramente en tex-
128 JUSTIFICADOS

tos tales como Colosenses 1: 14; 1 Corintios 1: 30; y Romanos


3: 24. Jesús tomó nuestros pecados y los clavó en su cruz. Apo-
lútrosis también se aplica a nuestra redención escatológica o a
la liberación de la condenación en el día del juicio/auditoría fi-
nal de los registros celestiales. Entonces no habrá ningún peca-
do en contra de los redimidos. El significado de la redención es
evidente en textos tales como Romanos 8: 23; Efesios 1: 14; 4:
30. 9 Los redimidos serán declarados justos; serán justificados.
La expiación final o la armonía entre ellos y Dios es suya. "Ahora,
pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Je-
sús" (Rom. 8: 1). Son gloriosamente libres, tanto ahora como
en la auditoría/juicio preadvenimiento.
Por otra parte, los que aceptaron a Cristo como su Salvador
pero fallaron en su entrega a El encontrarán que este ajuste de
cuentas/juicio es un juicio para condenación a muerte eterna.
Comenzaron, pero no perseveraron en su lealtad a El; por lo tanto,
están perdidos (véase Mat. 24: 13). Ellos, junto a todos los que
nunca reclamaron la salvación en Jesús, se despertarán de la pri-
mera muerte al final del milenio para recibir su "pago" de muerte
eterna en el juicio ejecutivo.
Algunos de ellos desafiarán la justicia de Dios diciendo: "Se-
ñor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echa-
mos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?"
(Mat. 7: 22). Ellos podrían preguntar: ¿Por qué nos dejaste dor-
mir mil años de más? ¿Por qué no nos llamaste en la resurrec-
ción de los justos hace mil años? Y El responderá: "Nunca os
conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad" (Mat. 7: 23). En-
tonces el registro de su vida pasará delante de ellos. Juan el reve-
lador habla de ese registro como de libros (véase Apoc. 20: 12),
mientras que Elena G. de White, en esta instancia particular, se
refiere a él como una gran visión panorár11ica 10 que describe sus
vidas. Luego de repasar sus propias vidas, los perdidos, junto
con Satanás, admitirán que Dios los ha tratado justamente. Aun
los miles de millones de perdidos junto con Satanás exclamarán:
"Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza,
la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos" (Apoc.
5: 13).
Existe una tensión necesaria y hermosa -un delicado
equilibrio- en el plan de salvación de Dios entre el don gratuito
LA JUSTIFICACION Y EL JUICIO 129

de la salvación por la gracia mediante la fe, y el juicio. Esta ten-


sión tiende a protegernos de caer víctimas de dos errores comu-
nes en el cristianismo. "El primero ... es el de fijarse en sus
propias obras, confiando en alguna cosa que puedan hacer, pa-
ra ponerse en armonía con Dios ... El error opuesto y no me-
nos peligroso es que la fe en Cristo exime a los hombres de guardar
la ley de Dios; que puesto que solamente por la fe somos hechos
participantes de la gracia de Cristo, nuestras obras no tienen na-
da que ver con nuestra redención" . 11
Los que aceptan la enseñanza de la Biblia acerca de la salva-
ción por la gracia gratuita de Dios, complementada con su ense-
ñanza de un juicio para todos, estarán protegidos de estos dos
peligros. La afirmación de la justificación por la gracia por me-
dio de la fe no obvia el juicio divino. Pero enseña que el juicio
de condenación a muerte, que cada persona merece, ha caído sobre
Jesús, quien pagó el precio por aquellos que lo han aceptado co-
mo su Salvador y han permanecido en esa entrega. Es así que
en el plan de Dios la gracia y el juicio coexisten en una relación
de mutua tensión. Por la gracia gratuita de Dios el juicio pre-
advenimiento llega a ser para los redimidos una auditoría que
confirma su derecho a la comunión eterna con Dios y con sus
ángeles, mientras que para todos los demás llega a ser un juicio
de condenación a la muerte eterna.

Referencias
1 Herman Ridderbos, Paul: An Outline of his Theology [Pablo, un bosquejo de su teolo-
gía], John DeWitt, trad. (Grand Rapids, Wm. B. Eerdmans Pub. Co., 1975), pág. 179.
2 White, Joyas de los testimonios, t. 2, págs. 176, 177.
3 ------,Patriarcas y profetas, págs. 150, 151.
4 Ibíd., pág. 55.
5 ------,El conflicto de los siglos, págs. 535, 541.
6 -----,Primeros escritos (Mountain View, Ca1if., Pacific Pres Pub. Assn., 1962),
pág. 37.
7 ------,Palabras de vida del gran Maestro, ed. ACES, pág. 107, ed. PP, pág. 121.
8 Arthur E. Cundall, Judges and Ruth [Jueces y Rut] (Downers Grave, Ill., Intervarsity Press,
1968), pág. 15.
9 Véase Kittel, Theological Dictionary of the New Testament, t. 4, pág. 353.
10 Véase White, El conflicto de los siglos, págs. 724-728.
11 ------,El camino a Cristo, pág. 59.
La salvación
y las recompensas
16

J
esús dice: "Porque el Hijo del Hombre vendrá en la glo-
ria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada
uno conforme a sus obras" (Mat. 16: 27), mientras quePa-
blo dice: "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe;
y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para
que nadie se gloríe" (Efe. 2: 8, 9).
¿Contradice el apóstol Pablo a Jesús al decir que la salva-
ción es un don gratuito de la gracia de Dios, mientras que Jesús
parece decir que cada persona será recompensada de acuerdo con
sus obras? ¿Somos justificados y salvos por fe o por obras?
Cuando pensamos que la recompensa de la que habla Jesús
en Mateo 16: 27 es la salvación, confundimos el tema y en con-
secuencia no llegamos a descubrir la base de nuestra salvación.
La salvación no es una recompensa; la salvación es un don de
la gracia gratuita de Dios. Jesús mismo mostró esto muy clara-
mente.
El lo enseñó magistralmente en varias parábolas, como por
ejemplo en la del vestido de bodas (Mat. 22: 1-14). El vestido
de bodas que daba derecho a los invitados a asistir a la boda era
un regalo del rey. Jesús también presentó la salvación como un
regalo del amor de su Padre en la parábola del fariseo y el publi-
cano (véase Luc. 18: 9-14); en la parábola de los siervos en la
viña (véase Mat. 20: 1-16); y en la parábola del hijo pródigo (véase
Luc. 15: 11-24).
130
LA SAL VACION Y LAS RECOMPENSAS 131

En Romanos 6: 23, Pablo habla tanto de "paga" como de


"dádiva de Dios". Las palabras que utiliza para ambas son tér-
minos militares. "Paga" era el pago que ganaba un mercenario
romano que peleaba por el imperio. El utiliza la palabrajárisma
para dádiva. Esto alude a un regalo que no había sido ganado
en ninguna manera y que el emperador podía dar como un bono
a sus soldados en alguna ocasión especial. 1
En la última sesión del tribunal divino los impenitentes reci-
birán la "paga" que verdaderamente han ganado, es decir, la
muerte. En agudo contraste con los impíos, los salvados recibi-
rán una "dádiva" de la gracia gratuita de Dios, es decir, la vida
eterna.
No hay ninguna posibilidad de que una persona que ha que-
brantado la ley divina, la violación de la cual exige su vida, pue-
da salvarse a sí misma de la muerte. Esto no quiere decir que
una persona no pueda pagar por su transgresión de la ley de Dios.
Cualquier pecador puede pagar la deuda de su pecado. Pero al
hacerlo pierde el derecho a la vida por la eternidad; él se con-
vierte en nada. Ninguna persona puede pagar por su pecado y
heredar al mismo tiempo la vida eterna. La única forma en la
que una persona puede heredar la vida eterna y también liquidar
su deuda de pecado, es aceptando a Jesús como su Salvador. "El
que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios
no tiene la vida" (1 Juan 5: 12). Nadie puede ganarla. "Esa vida
no es inherente al hombre. Sólo puede poseerla por medio de Cris-
to. No puede ganarla; le es dada como una dádiva gratuita si quie-
re creer en Cristo como su Salvador personal" .2
Cuando un pecador acepta a Jesús como su Salvador, enton-
ces la muerte de Cristo le es contada como su muerte. Jesús mu-
rió en su lugar: murió en el lugar de usted y en el mío. "Un rescate
completo ha sido pagado por Jesús, por virtud del cual el peca-
dor es perdonado, y se mantiene la justicia de la ley" .3 Nuestra
única esperanza de salvación es Jesús. Pablo dice acerca de esto:
"En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de peca-
dos según las rjquezas de su gracia" (Efe. 1: 7).
Debiéramos éstar constantemente en guardia contra el pen-
samiento de que la salvación y la vida eterna son recompensas
por un servicio fiel. No lo son. Hay una diferencia definitiva en-
tre el don de la salvación de Dios y sus recompensas por servi-
132 JUSTIFICADOS

cios. E. P. Sanders en su libro Paul and Palestinian Judaism [Pa-


blo y el judaísmo palestino], observa acertadamente que ''Pablo
distingue explícitamente entre ser salvado y ser castigado o re-
compensado" .4
Un regalo no tiene ningún valor para una persona muerta.
Los regalos tienen valor sólo en tanto el receptor está vivo. Por
lo tanto los redimidos primero reciben el regalo de la vida. Lue-
go de recibir el regalo de la vida eterna ellos también reciben su
recompensa justa por su servicio fiel.
Kelsey Van Kipp contó en la revista Guide [Guía] la historia
de Maharani Jamnabi y el pobre niño indio, Gopalrao, de la re-
mota aldea de Kavlana en India. En 1875, Maharani Jamnabi,
viuda del maharajá del estado de Baroda, en India, debía esco-
ger un heredero varón. En ese tiempo una mujer en la India no
podía ser la sucesora al trono. Para seleccionar un heredero, la
maharani invitó a muchos niños del pueblo a su palacio. En el
palacio ella probaría a los muchachos observándolos durante un
suntuoso banquete. Pero no se les dijo en el momento a los mu-
chachos lo de la prueba, ni aun la razón por la cual eran lleva-
dos al palacio.
Ninguno de estos muchachos sabía algo de etiqueta; no esta-
ban familiarizados con los modales de los príncipes. En sus al-
deas comían en hojas de banano, se sentaban en el suelo y
utilizaban sus dedos como tenedores. La madre de Gopalrao no
sabía más que su pequeño hijo de cómo actuar en un palacio.
Pero cuando estaba por salir en su viaje al palacio, su madre lo
abrazó y le dijo: "Ve, hijo mío. No estás vestido para la corte
del rey, sin embargo el verdadero valor no está en la ropa que
· vestimos sino en el contenido de nuestros corazones. Tú has si-
do un buen hijo para mí, y un trabajador diligente. No necesito
decirte que actúes sabiamente en el palacio. Sé cortés, gentil, y
piensa cuidadosamente antes de actuar. Sigue a tu buen corazón,
y no tengas miedo". Algunos días más tarde, con estas instruc-
ciones aún resonando en sus oídos, Gopalrao junto con otros mu-
chachos fue introducido al palacio por un policía uniformado.
Los niños contemplaron asombrados los magníficos edificios y
los hermosos jardines.
La maharani había ordenado que se sirviera un suntuoso ban-
quete en la sala de banquetes. La mesa estaba cargada de boca-
LA SAL VACION Y LAS RECOMPENSAS 133

dos exquisitos, algunos de los cuales sus pequeños invitados ja-


más habían visto antes. Ella sabía que estos manjares probable-
mente mostrarían lo mejor -y lo peor- de los niños. Tímida-
mente los jovencitos entraron en la sala del banquete, llena de
brillantes candelabros y sillas tapizadas con terciopelo. Intimi-
dados por el ambiente, parecían más torpes que de costumbre.
Pero sí entendían para qué estaba la comida, y tenían la inten-
ción de comer hasta llenarse.
Jamnabi se sentó a la cabecera de la mesa y les dijo a los mu-
chachos: "Pueden sentarse ahora. Espero que disfruten de la co-
mida". Mientras los otros niños se treparon a sus sillas y atacaron
la comida con manos entusiastas, Gopalrao observaba a Jamna-
bi mientras ella desdoblaba la servilleta y tomaba una cuchara
de servir para servirse algo. El no tenía más entrenamiento en
modales para la mesa que los otros muchachos, y nunca antes
había tenido en su mano un cubierto. Pero tomando el cuchillo
y el tenedor, siguió el ejemplo de Jamnabi para utilizarlos en la
mejor manera posible.
Jamnabi comía en silencio, no perdiendo nada de lo que ha-
cían los muchachos. Sus ojos iban y venían por la cargada mesa,
y notó a Gopalrao sin mirarlo directamente a él. Sin saberlo él,
antes que la comida hubiera terminado, ella lo había elegido co-
mo el futuro maharajá de Baroda. Jamnabi lo adoptó como su
hijo y futuro heredero. El gobernó durante 64 años, hasta 1939.
La adopción de Gopalrao como su hijo fue un regalo de la
gracia gratuita de Maharani Jamnabi. Pero al llegar a ser hijo
sobre la base de su gracia gratuita, llegó a ser heredero de una
de las fortunas más grandes del mundo, calculada en más de mil
millones de dólares. Estas riquezas llegaron a ser suyas porque
primero había recibido el regalo de la adopción: la dádiva de la
realeza. 5
De la misma manera, los pecadores arrepentidos llegan a ser
hijos de Dios y reciben el regalo de la vida eterna. "Esta salva-
ción nos llega, no como recompensa por nuestras obras; no nos
es concedida por los méritos del hombre pecador, sino que es un
don para nosotros, cuyo fundamento para sernos conferida es
la justicia sin mancha de Cristo" .6
Luego de haber recibido el don de la salvación con la vida
eterna, los salvados también recibirán la recompensa por su tra-
134 JUSTIFICADOS

bajo. "Nuestra aceptación por parte de Dios no es en base a nues-


tras buenas obras, sino que nuestra recompensa será de acuerdo
con nuestras obras". 7 Y las recompensas para los que lleven fru-
to no serán todas iguales. Habrá siervos de diez talentos, siervos
de cuatro talentos, y siervos de dos talentos en el reino de Dios.
Cada uno será recompensado o juzgado de acuerdo con lo que
hizo. De acuerdo con Pablo en 1 Corintios 3: 13-15, aparente-
mente algunos no recibirán ninguna recompensa, aunque recibi-
rán la dádiva de la vida eterna. Acerca de esto George Ladd
escribe: "El creyente será juzgado por sus obras. Nuestra vida
estará desnuda delante del escrutinio divino para que cada uno
pueda recibir la recompensa apropiada por las cosas que hizo du-
rante la vida del cuerpo, de acuerdo con ·las cosas que ha realiza-
do, ya sea que su registro de vida sea bueno o sea malo. Este
juicio no es una 'declaración de condenación, sino una evalua-
ción', que no involucra ni condenación ni pago, sino las recom-
pensas o las pérdidas sobre la base del valor o la indignidad de
la vida del cristiano. Este mismo principio de juicio se amplía
en 1 Corintios 3: 12-15". 8
Jesús dijo a los discípulos que serían gobernantes y que se-
rían recompensados con sentarse en tronos en su reino (véase Mat.
19: 28). Otros no recibirán recompensas, pero serán salvados "co-
mo por fuego" mientras que sus obras serán quemadas (véase
1 Cor. 3: 15). Entrarán al reino de Dios con las manos vacías,
porque ninguna de sus obras eran dignas de salvar para la
eternidad.
El revelador escribe: "Oí una voz que desde el cielo me de-
cía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos
que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus
trabajos, porque sus obras con ellos siguen" (Apoc. 14: 13). Las
buenas obras o acciones terrenales aparentemente nos seguirán
a lo largo de la eternidad y nuestra estadía en el reino de Dios
se verá afectada por lo que hayamos hecho en la tierra. "Aun
cuando no perdamos nuestra alma, en la eternidad nos daremos
cuenta del resultado de los talentos que dejamos sin usar" .9
"Habrá una pérdida eterna por todo el conocimiento que po-
dríamos haber obtenido pero no logramos" . 10
Nuestros logros, nuestras acciones o buenas obras no serán,
sin embargo, la base de nuestra salvación, aunque la falta de bue-
LA SAL VACION Y LAS RECOMPENSAS 135

nas obras puede hacer que una persona pierda el derecho a la


vida eterna. El siervo de un talento fue juzgado como ''malo y
negligente" (Mat. 25: 26) porque no trabajó. El hijo que rehusó
ir y trabajar en la viña de su padre se rebeló ante la voluntad
de su padre (véase Mat. 21: 28-31). Las obras, ya sean buenas
o malas, son simplemente el cuerpo o la sustancia concreta de
la actitud de una persona o de la interioridad real de uno. Son
la evidencia que muestra si una persona está todavía muerta en
pecado o si ha nacido a novedad de vida. Si permanece vivo en
Cristo, elegirá actuar en concordancia con la voluntad de Dios
y el fruto del Espíritu crecerá en su vida.
La salvación con la vida eterna nunca es merecida. Es una
dádiva para cada pecador arrepentido que se entrega a Dios sin
reservas y que se mantiene en esa entrega. Se da sobre la base
de la calidad de su entrega a Dios antes que por la cantidad de
su servicio. La recompensa, por el otro lado, estará basada en
la cantidad de servicio hecho por amor a Dios. Jesús dice: "En-
tonces pagará a cada uno conforme a sus obras" (Mat. 16: 27).
Al rechazar la ley como base de la salvación, o al clarificar
la salvación como un don, no debemos descartar la ley como nor-
ma de vida y de conducta. Nadie que es redimido por el Rey de
gloria despreciará y desatenderá la ley del Rey. Todo el que es
salvado por la gracia de Dios recordará siempre que en la audi-
toría/juicio preadvenimiento, "todos serán justificados por su
fe, y juzgados por sus obras" . 11
William Barclay perceptivamente escribió: "Podemos decir
que las obras no tienen nada que ver con la salvación; pero no
nos atrevemos a decir que las obras no tienen nada que ver con
la vida cristiana. . . El cristianismo fue una religión que trató
con una cierta forma de vida. ¿No fue acaso su primer nombre
El Camino?" 12
Aunque justificados por la fe, todos serán medidos por la ley.

Referencias
1 Véase William Barclay, The Letter to the Romans [La carta a los romanos], ed. rev. (Fila-
delfia, The Westminster Press, 1975), págs. 91, 92 ..
2 Comentario bíblico adventista, t. 5, Comentarios de Elena G. de White, pág. 1104.
3 White, Review and Herald, ¡o de julio del890.
4 E. P. Sanders, Paul and Palestinian Judaism [Pablo y el judaísmo palestino) (Filadelfia,
Fortress Press, 1977), pág. 516.
136 JUSTIFICADOS

5 Kelsey Van Kipp, "The Price of a Kingdom"[EI precio de un reino], Guide, 20 de septiem-
bre de 1978.
6 White, Signs of the Times, 5 de septiembre de 1892.
7 Jbíd., 30 de mayo de 1895.
8 George Ladd, A Theology of the New Testament [Una teología del Nuevo Testamento]
(Grand Rapids, Wm. B. Eerdmans, 1974), pág. 566.
9 White, Palabras de vida del gran Maestro, ed. ACES, pág. 256; ed. PP, pág. 297.
J O - - - - - - , Testimonios para Jos ministros, pág. 147.
11 ------,Joyas de los testimonios, t. 1, pág. 522.
12 Willliam Barclay, The Mind of St. Paul [La mente de San Pablo] (Nueva York, Harper
& Row, 1958), pág. 169.
La perfección
• •
cnstiana
17

E
n la parábola de los talentos (Mat. 25: 14-30) el Maes-
tro dio el mismo elogio al siervo de dos talentos que le
presentó cuatro talentos, como al siervo de cinco talentos
que le trajo diez. Ambos habían hecho igualmente bien; habían
duplicado su capital inicial. Ambos habían sido fieles en su ma-
yordomía.
Podemos ser igualmente aceptables a la vista de Dios y reci-
bir el mismo elogio, aunque no todos somos iguales, tal como
lo señala esta parábola. En realidad Dios no espera que todos
sus hijos sean iguales; El espera que los miembros de su iglesia
sean diferentes. "La iglesia es su jardín, adornado con una va-
riedad de árboles, plantas y flores. El no espera que el hisopo
asuma las proporciones de un cedro, ni que el olivo alcance la
altura de la palmera majestuosa" . 1 Tampoco espera que todos
sus siervos sean igualmente productivos. Ellos variarán en la can-
tidad de fruto que llevan, así como varió el número de talentos
que los dos siervos fieles presentaron a su señor.
En nuestro hogar de Nueva Inglaterra teníamos muchas flo-
res diferentes. Pero ellas no tenían un propósito utilitario. No
podían ser comidas como las zanahorias, las remolachas o los
pepinos que cultivábamos en nuestra huerta. Su único propósito
era impartir alegría a los que las miraban. Indudablemente hay
miembros en la iglesia de Dios que parecen no contribuir nada
al bien colectivo de la iglesia. La tarea de ellos puede consistir
sólo en alegrar los corazones de algún cansado viajero de la vi-
da, como lo hacían nuestras flores.
En nuestra vida y en nuestro servicio a Dios, nuestra actitud
137
138 JUSTIFICADOS

de fidelidad o de lealtad en la mayordomía voluntaria es más im-


portante que la cantidad de trabajo que hagamos. Lutero correc-
tamente observó que "cuando tratamos con la piedad y la
impiedad, estamos tratando no con conductas sino con actitu-
des, a saber, con la fuente de la conducta" .2 Nuestra salvación
depende de nuestra actitud; gira en torno de una entrega de un
cien por ciento a Dios y a su voluntad, sin importar cuánto lo-
gremos hacer por El. Depende de la calidad de la devoción a Dios
antes que de la cantidad de obras. Elena G. de White concuerda
con Lutero al decir que Dios está más interesado en la actitud
con la que trabajamos que en cuánto logramos. 3
La actitud es la forma en la que pensamos y sentimos las co-
sas. Decir que nuestra salvación depende de nuestra actitud ha-
cia Dios significa que depende de cómo pensamos y sentimos
acerca de Dios y su voluntad. Y nuestra actitud a su vez determi-
na tanto nuestra relación con Dios como nuestras acciones.
La razón por la cual la salvación o la condenación de una
persona depende de la actitud de ella antes que de sus obras, es
porque la actitud de cada persona depende de su propio libre al-
bedrío. La actitud reside dentro del santuario más íntimo del ser
de cada persona. Esto es verdad aun cuando todo lo demás le
haya sido quitado. Puede no ser siempre cierto con las acciones
de uno. Otras personas pueden privarnos de todo lo tangible de
la vida. Pueden aún hacer que nuestras manos y pies -nuestros
cuerpos- hagan lo que no queremos o no elegimos hacer. Pero
nadie puede gobernar nuestros pensamientos y sentimientos, ni
nuestra actitud.
Esto me impresionó fuertemente hace algunos años cuando
leí el libro Man's Search for Meaning [La búsqueda humana de
significación] del psiquiatra vienés Dr. Viktor E. Frankl. 4 En su
libro se refiere a su experiencia en Auschwitz, el campo de con-
centración nazi durante la Segunda Guerra Mundial. La comida
era demasiado escasa como para mantener adecuadamente las
necesidades normales del cuerpo; las mantas de la cama eran de-
masiado escasas como para mantener calientes a los prisioneros
mientras dormían sobre camarotes de madera; la vestimenta era
inadecuada; algunos de los internos carecían de zapatos, aunque
la temperatura estaba por debajo del punto de congelación. Ba-
jo estas circunstancias adversas muchos internos abandonaban
LA PERFECCION CRISTIANA 139

toda esperanza y perdían la expectativa de sobrevivir. Estos mo-


rían pronto, aun antes de ser empujados a las cámaras de gas.
Pero aun en este campo de concentración, donde la mayoría de
los internos calculaba que no sobrevivirían, había algunos que
mantenían una actitud positiva, y gracias a ella tenían una salud
pasable bajo las condiciones adversas más extremas.
La actitud dividía a los internos del campo de concentración
en dos clases. Los sobrevivientes, como el Dr. Frankl, eran posi-
tivos en su actitud. Esto los salvó de sucumbir. Nada ni nadie
-ni persecución, ni falta de comida, ni el frío, ni el trato rudo-
podían robarles a Frankl y a sus amigos, quienes tenían la mis-
ma idea, su actitud positiva. Nada podía dominar sus pensa-
mientos y sus sentimientos. Eran ellos los que tenían el control
sobre esto, a pesar del ambiente desfavorable. Ellos eligieron
no reaccionar ante las acciones de otros hombres, sino que de-
cidieron más bien ser· señores de sus propios pensamientos y
de sus sentimientos y no víctimas sino vencedores de las circuns-
tancias.
Mi esposa Mae sabe que no soy el mejor esposo en todos los
aspectos. Hay otros hombres que son más apuestos; otros son
más inteligentes; otros tienen más conocimientos o dinero; hay
todavía otros que son más eficientes en los arreglos de la casa,
y la lista podría continuar. Pero el que ella sea consciente de mis
imperfecciones no perjudica su fidelidad y su lealtad hacia mí.
Su lealtad a mí no depende de saber que soy el mejor esposo en
todos los aspectos. Ella sabe que no es así; su lealtad hacia mí
compensa su conocimiento de mis imperfecciones como esposo.
Su actitud hacia mí es correcta.
La lealtad y el amor están íntimamente emparentados con la
decisión y la acción, y no con la emoción pasajera y los senti-
mientos. Tanto la lealtad como el amor emanan de decisiones
para pensar, sentir y comportarse de una determinada manera
en todo momento y bajo toda circunstancia. Dios está interesa-
do en nuestro hacer, pero está aún más preocupado de que nues-
tras acciones surjan de una correcta disposición de motivaciones
puras. Por lo tanto dice: "Hacedlo de corazón, como para el Se-
ñor" (Col. 3: 23). Ellegalismo también puede producir acciones
correctas, pero estas provienen de motivaciones incorrectas. Dios
desea las motivaciones o actitudes correctas; las acciones corree-
140 JUSTIFICADOS

tas generalmente serán el resultado de nuestra conformidad con


la voluntad de Dios en humildad y obediencia.
La aceptación de un creyente por parte de Dios y su continua
justificación por la fe no depende de una conducta perfecta. Es
posible que un cristiano esté en una correcta relación con Dios
y permanezca en ella -siendo justificado por fe- y sin embar-
go no alcance el ideal de Dios para él, a causa de su ignorancia
o de su inmadurez espiritual.
Cuando hay una entrega interior fiel a Dios no hay necesi-
dad de prohibiciones precisas contra cada pecado o vicio especí-
fico. En primer lugar, no existe la posibilidad de construir
suficientes cercos o multiplicar suficientes reglas como para pro-
teger a todos contra cada exigencia y cada tentación específica.
Ningún cerco de precaución protegerá de descarriarse a un espo-
so galanteador. Sólo el principio de la fidelidad y de la lealtad
establecido en amor mantendrá a una persona casada fiel a su
cónyuge. Lo mismo es verdad en nuestra relación con Dios.
Una señorita puede considerar y aceptar salir con cualquier
soltero respetable. Pero una esposa fiel ni siquiera considera esa
sugerencia de otro hombre. La idea de salir con otro hombre ni
siquiera se le ocurre. Aun en su pensamiento es leal a su esposo
en todo momento. De la misma manera, como seguidores deJe-
sús elegiremos ser leales a Dios aun en pensamiento en todo mo-
mento y bajo toda circunstancia. Ni aun por un momento
consideraremos las insidiosas sugerencias de Satanás. En la ex-
periencia de un genuino cristiano, siempre prevalecerá la ''inva-
riable lealtad a Dios" 5 • Es por esto que Jesús les da un
mandamiento a sus discípulos; a saber, amarle. Entonces dice:
"Si me amáis, guardad mis mandamientos" (Juan 14: 15).
Casi podríamos decir que el amor, la fidelidad, y la lealtad
son idénticos. Por lo menos se manifestarán de la misma mane-
ra hacia el cónyuge y hacia Dios. En nuestro amor a Dios y en
nuestra lealtad a El, somos completamente aceptados por Dios
aunque nuestras motivaciones por momentos no alcancen una
ejecución proporcionada. "Porque si primero hay la voluntad
dispuesta, será acepta según lo que uno tiene, no según lo que
no tiene" (2 Cor. 8: 12), o como lo dice la versión Dios habla
hoy: "Porque si alguien de veras quiere dar, Dios le acepta la
ofrenda que él dé conforme a sus posibilidades. Dios no pide lo
LA PERFECCION CRISTIANA 141

que uno no tiene". Habiendo sido puestos en la correcta rela-


ción con Dios por medio de la justificación por la fe y al estar
constantemente motivados por el Espíritu Santo, somos leales
a Dios y permanecemos perfectos a su vista.
Jesús siempre fue obediente a la voluntad de su Padre; su obe-
diencia surgía de su amor, fidelidad, y lealtad a su Padre. "Cris-
to no poseía la misma deslealtad pecaminosa, corrupta y caída
que nosotros poseemos" .6 Era su unidad de mente, propósito y
planes con su Padre lo que evitó "el desacuerdo con la voluntad
expresa de Dios en el detalle más mínimo" .7 No había ninguna
grieta entre El y su Padre, ni siquiera en pensamiento. Por ello
era perfecto.
Aun cuando nosotros como seguidores de Dios siempre esta-
remos "en formación", creciendo en madurez espiritual y en lo-
gros hasta que Jesús vuelva, podemos ser siempre leales. Pero
el amor y la lealtad a Dios no brotan de nuestras naturalezas car-
nales; sólo vienen de una disposición nacida del Espíritu Santo
dentro de nosotros.
La lealtad a Dios significa sujetarse a su voluntad de acuer-
do con el conocimiento de uno. Semejante lealtad elimina el pe-
cado de rebelión del cual se habla en 1 Juan 3: 4. Los fariseos
y el joven rico guardaban los mandamientos de Dios exterior-
mente, pero no eran leales a Dios. Su actitud era incorrecta. La
lealtad también excluye los pecados de omisión voluntaria de los
cuales se habla en Santiago 4: 17, donde dice: "Y al que sabe
hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado". La lealtad también
impide el pecado del que habla Romanos 14: 23: "Todo lo que
no proviene de fe, es pecado''. Una persona leal y fiel confía en
Dios y se sujeta a su voluntad. Mediante esta actitud de lealtad
y confianza, percibimos que el requerimiento fundamental para
la salvación no es guardar un código legal, sino una actitud co-
rrecta de amor y lealtad a Dios, que a su vez se expresa a sí mis-
ma en obediencia voluntaria a la plena voluntad de Dios tal como
está expresada en su ley.
Durante mis años de enseñanza en la Universidad de Loma
Linda, descubrí un rasgo admirable en los médicos y dentistas:
su constante disposición,. y aun anhelo de aprender siempre me-
jores métodos para practicar sus profesiones. En una ocasión el
vicedecano de la Escuela de Medicina dijo a los alumnos que a
142 JUSTIFICADOS

menos que continuaran estudiando después de su graduación, en


diez años se convertirían en una amenaza para la humanidad.
Estaba tratando de destacar la inevitable necesidad de mantenerse
al día con los nuevos conocimientos y con las nuevas técnicas
en sus profesiones.
Los buenos médicos y dentistas leen constantemente periódi-
cos profesionales, asisten regularmente a convenciones, y toman
cursos de perfeccionamiento en sus campos respectivos. No re-
chazan los métodos mejores que se han descubierto y desarrolla-
do para atender a sus pacientes luego de haber recibido su título.
Sus actitudes son las correctas.
He pensado a menudo en este anhelo de los profesionales de
la salud por aprender más para poder servir mejor a sus pacien-
tes. Y luego me he preguntado a mí mismo si nosotros como cris-
tianos individuales estamos tan ansiosos por aprender más y más
de la verd,ad de Dios, de modo que podamos vivir más comple-
tamente de acuerdo con su voluntad revelada a nosotros.
En relación con la voluntad de Dios, a menudo parece existir
una extraña renuencia, aun por parte de los profesos cristianos,
a aprender más acerca de su voluntad para poder practicarla. Po-
demos estar ansiosos por aprender la teoría cristiana pero poco
dispuestos a practicar lo que aprendemos. Pero como verdade-
ros y fieles hijos e hijas de Dios, que esperamos vivir con El en
su reino venidero, nuestra constante meta será aprender tanto
como podamos para poder practicar su voluntad y así agradar-
le, en lugar de ver cuán poco podemos hacer y todavía seguir sien-
do contados como sus hijos. Aquélla es la actitud de amor y
lealtad.
La fidelidad y la lealtad son fundamentales. Abarcan las ac-
ciones, las palabras, los pensamientos y los sentimientos, y aceptan
con una disposición gozosa cualquier nueva revelación de la vo-
luntad de Dios. Así como el conocimiento es progresivo, la per-
fección cristiana es un proceso de gozosa aceptación del constante
conocimiento en expansión y de poner en práctica ese conoci-
miento.
Un fiel seguidor de Dios no insiste en un plan diferente al plan
de Dios. Antes bien, escoge con alegría y apoya el plan de Dios.
"Pero uno dice: '¿No puedo seguir mi propio camino, y actuar
por mí mismo?' No, no puedes seguir tu propio camino y entrar.
LA PERFECCION CRISTIANA 143

en el reino celestial. No estará allá 'mi propio camino'. Los ca-


minos humanos no encontrarán lugar en el reino celestial. Nues-
tros caminos deben perderse en los caminos de Dios" .8 Como
amigos de Jesús y como alegres siervos de Dios, elegimos no se-
guir los pasos de Adán ni ir en contra de la voluntad de Dios.
Antes bien, escogemos hacer lo que Dios nos dice.
Jesús no es meramente el Salvador de una persona converti-
da; es también nuestro Rey y Soberano. "Si aceptamos a Cristo
como nuestro Redentor, debemos aceptarlo como Soberano. No
podemos tener la seguridad y la perfecta confianza en Cristo co-
mo nuestro Salvador hasta que lo reconozcamos como nuestro
Rey y seamos obedientes a sus mandamientos. Así daremos evi-
dencia de nuestra lealtad a Dios" .9
El apóstol Pablo es un ejemplo notable de un leal seguidor
de Dios. Antes de su experiencia en el camino a Damasco, tra-
bajó bastante tratando de destruir a los seguidores de Jesús. Pe-
ro al encontrarse con el Señor se obró un cambio en su vida que
lo convirtió en un devoto seguidor suyo (véase Hech. 9: 5, 6; Rom.
1: 1; Fil. 3: 7, 8). En la introducción de muchas de sus epístolas,
Pablo se presenta a sí mismo como un siervo. Varias versiones
de la Biblia en lenguaje moderno traducen la palabra griega dóulos
como esclavo en lugar de siervo. La palabra griega dóulos signi-
fica literalmente "una ligadura"; de allí viene "esclavo".
Al llamarse a sí mismo esclavo de Jesús, Pablo estaba tra-
tando de decirnos que él había escogido con alegría subordinar
todos sus planes y deseos a la voluntad de Dios. Esta llegó a ser
la elección diaria y deliberada de Pablo luego de su conversión.
El rebelde judío Saulo llegó a ser el apóstol Pablo: un esclavo
fiel, leal y dedicado al Rey Jesús.
A la lealtad perfecta no la perjudica la falta de información
o de conocimiento. Los verdaderos seguidores de Dios a lo largo
del mundo nunca poseerán la misma cantidad de conocimientos,
porque no todos poseen las mismas oportunidades y el mismo
nivel de inteligencia. Si la perfección moral y la salvación se ba-
sara en el conocimiento, entonces el cristianismo retrocedería al
elitismo gnóstico, de acuerdo con el cual, sólo algunos, por vir-
tud de sus capacidades psicológicas, son capaces de conocer la
verdad espiritual esencial para la salvación. Pero ese no es el plan
de Dios; su ofrecimietno de salvación está abierto a todos. El
144 JUSTIFICADOS

dice: "Y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente"


(Apoc. 22: 17).
Por otro lado, la deslealtad surge del almácigo de una acti-
tud de desconfianza. Helmut Thielicke, el teólogo alemán, en su
sermón basado en la parábola del hijo pródigo observó acerta-
damente: "¿Hemos comprendido realmente y de una vez para
siempre que las dudas no tienen sus raíces en el intelecto, en las
dificultades racionales, sino en algo totalmente diferente? ¿En-
tendemos que estas dudas se levantan como una niebla tóxica de
un corazón que no está a tono con el corazón del Padre, de un
corazón que ya no está siempre con el Padre, aun cuando vive
cada día en la atmósfera del cristianismo?" 10 Ser perfectos de-
lante de Dios significa que nuestra actitud hacia El y hacia sus
acciones es de completa confianza. Dios está buscando esas per-
sonas, y quienes confían en El completamente estarán con El en
su reino eterno.
Ser perfectos en carácter no implica perfección física o per-
fección de naturaleza. Eso es imposible para los seres humanos.
Tenemos naturalezas caídas, y nuestros cuerpos están teñidos de
incitaciones pecaminosas. "Si bien es cierto que no podemos re-
clamar la perfección de la carne, podemos tener la perfección cris-
tiana del alma" . 11 A pesar de la debilidad de la carne, o de
nuestra naturaleza pecaminosa, es posible que seamos moralmente
perfectos. Al elegir ser animados y dirigidos por el Espíritu a través
de la Palabra, como lo fue Jesús, nuestros pensamientos y nues-
tros sentimientos podrán ser agradables a Dios. Y nuestros pen-
samientos y sentimientos combinados componen nuestro carácter
moral o nuestra actitud.U De esta forma "a todos se promete
perfección moral y espiritual por la gracia y el poder de
Cristo'' . 13
Una de las palabras griegas utilizadas en el Nuevo Testamen-
to que se traduce como "perfecto" es téleios. Proviene del sus-
tantivo télos, que significa "fin" o "propósito". Una persona
perfecta es por lo tanto alguien que está cumpliendo el propósi-
to de Dios para él. En este sentido, Lucifer fue perfecto en tanto
cumplía el propósito de Dios para él. Al dejar de vivir de acuer-
do con el propósito y el plan de Dios para él, y al idear su propio
plan opuesto, ya no era más perfecto, sino que se convirtió en
un pecador, en Satanás (Eze. 28: 15).
LA PERFECCION CRISTIANA 145

Lucifer demostró desconfianza en el gobierno de Dios. Cues-


tionó la sabiduría y la administración de Dios. Su actitud fue in-
correcta. Fue desleal a Dios; y la deslealtad a Dios es pecado.
Téleios también significa "maduro". Un niño o un adoles-
cente no son maduros. En relación con la elección de la profe-
sión, un adolescente puede cambiar de idea casi cada día. Un día
dice que quiere ser piloto comercial. Al día siguiente dice que quie-
re ser médico. Más tarde dice que quiere ser abogado. Luego quie-
re ser mecánico de autos. Esto puede seguir así indefinidamente.
Este cambio constante en relación con la ambición de su vida es
una señal de inmadurez. Una persona así no ha decidido en su
mente qué es lo que realmente quiere hacer con su vida.
De la misma manera varía la inclinación del adolescente ha-
cia los miembros del sexo opuesto. Durante unos pocos días le
gusta Melisa. Luego su atención se centra en Nancy. Después de
un tiempecito termina con Nancy y ahora lo atrae más Ana. No
hay constancia ni estabilidad en su inclinación hacia las chicas.
Esto, también, es una señal de inmadurez.
Algunos años más tarde, decide definitivamente que va a ser
un ingeniero civil. Ahora trabaja constantemente para prepararse
para esa profesión en particular. Gradualmente decide en su mente
que Silvia es la joven específica que quiere como compañera pa-
ra su vida.
El decidirse por una línea de trabajo en especial y por una
joven en particular son señales de madurez. Los pensamientos
del joven ya no varían de una idea a otra, sino que su pensamiento
y su determinación se han estabilizado. Ha llegado a ser cons-
tante tanto en su elección del trabajo para su vida como en la
elección de su compañera para la vida. Ahora es un ser humano
maduro.
Parte de la perfección de Dios es su inmutabilidad. Es cons-
tante en su actitud de amor y de fidelidad hacia todas sus criatu-
ras. Nuestra existencia misma depende de esto. El dice: "Porque
yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido
consumidos" (Mal. 3: 6). Por cierto, en El "no hay mudanza,
ni sombra de variación" (Sant. 1: 17). "Jesucristo es el mismo
ayer, y hoy, y por los siglos" (Heb. 13: 8). Así como Dios es
inmutable, también su ley -el reflejo de su carácter- es inmu-
table. Cuando nosotros, sus seguidores, nos asentamos y somos
146 JUSTIFICADOS

constantes en nuestro amor, fidelidad y lealtad hacia Dios y ha-


cia su ley, y no cambiamos nuestras lealtades ni cambiamos nues-
tros planes apartándonos de su voluntad según se expresa en su
ley, entonces nosotros también somos maduros o perfectos a su
vista.
Al exaltar su ley y al entregarnos al accionar de su voluntad,
también somos santificados, o somos santos en el sentido bíbli-
co. Jesús expresa una esperanza así para sus seguidores cuando
dice: "Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad" (Juan 17:
17).
Estar dedicado a la verdad bíblica da como resultado el cre-
cimiento espiritual con los cambios éticos correspondientes; ha-
brá crecimiento. Jesús dice: "Primero hierba, luego espiga,
después grano lleno en la espiga" (Mar. 4: 28). De este modo,
"en cada grado de desarrollo, nuestra vida puede ser perfecta;
pero si se cumple el propósito de Dios para con nosotros, habrá
un avance continuo" . 14 Perfecto, pero no maduro.
Siendo leales a Dios en todo momento, "podemos ser per-
fectos en nuestra esfera, así como él es perfecto en la suya" . 15
Esta actitud de lealtad nos hará semejantes a Jesús, quien en to-
do sentido y en todo momento fue leal a la voluntad de su Pa-
dre: "obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil. 2: 8).
Jesús escogió morir antes que apartarse de la voluntad de su Pa-
dre. Cuando sus seguidores lleguen a esa situación, entonces "el
carácter de Cristo [será] perfectamente reproducido en su
pueblo'' . 16
El lema del cristiano genuino será, por tanto, siempre el mis-
mo que el de la infantería de marina de los Estados Unidos de
Norteamérica: Semper fidelis, "siempre fiel", siempre leal. Mien-
tras la deslealtad a Dios es pecado, la lealtad a nuestro Señor es
la perfección cristiana, porque "la esencia de toda justicia es la
lealtad a nuestro Redentor" Y

Referencias
1 White, El evangelismo, pág. 77
2 Luther's Works, t. 14, pág. 289.
3 En la página 207 de Mente, carácter y personalidad (Buenos Aires, Asociación Casa Edito-
ra Sudamericana, 1989) Elena de Whitc escribe: "Dios considera más con cuánto amor se traba-
jó que la cantidad lograda".
LA PERFECCION CRISTIANA 147

4 Viktor E. Frankl, Man's Search for Meaning [La búsqueda humana de significación) (Nueva
York, Washington Square Press, Inc. 1967).
5 White, Signs of the Times, 12 de mayo de 1890.
6 ------,Mensajes selectos, t. 3, pág. 147.
7 - - - - - - , El discurso maestro de Jesucristo, pág. 48.
8 - - - - - - , Review and Herald, 23 de febrero de 1892.
9 - - - - - - , Review and Herald, 24 de febrero de 1977.
10 Helmut Thielicke, The Waiting Father [El Padre que espera] (Nueva York, Harper & Row,
1959), pág. 39.
11 White, Mensajes selectos, t. 2, pág. 36.
12 - - - - - , Testimonies, t. 5, pág. 310.
13 - - - - - , Los hechos de los apóstoles, pág. 394.
14-----, Palabras de vida del gran Maestro, ed. ACES, pág. 41; ed. PP, pág. 46.
15 -----,El discurso maestro de Jesucristo, pág. 67.
16 -----,Palabras de vida del gran Maestro, ed. ACES, pág. 43; ed. PP, pág. 47.
17 lbid., ed. ACES, pág. 62; ed. PP, pág. 70.
El gozo y la gloria
de la justificación
por la fe
18

J
ustificación por la fe! ¡Qué dulce pensamiento! Las diferen-
cias han sido vencidas. Las desavenencias han desaparecido.
j La separación ha sido salvada. Paz mental después de años
de ansiedad. ¡Comunión perfecta!
En las relaciones humanas no hay sensación más dulce que
cuando los espíritus que han estado alienados y han acariciado
la enemistad unos contra otros fluyen juntos nuevamente. Se ol-
vida aun la causa de la enemistad.
Esta paz mental no es un planta de invernadero. La paz, co-
mo dice Einar Billing, "no es un tierno tesoro que debemos guar-
dar ansiosamente para protegerlo del mundo, sino ese enorme
poder que nos guarda y en cuya compañía podemos pasar con
seguridad por el mundo; no es un sentimiento perecedero que
viene y se va, sino la realidad segura y objetiva que nos rodea
por donde vayamos, de la cual no podemos escapar en ningún
sentido; no la última, final y más elevada de la vida cristiana,
sino la primera, la fundamental y la más elevada" . 1
La paz mental es verdaderamente el don más exquisito de Dios.
Era el don que debían pedir continuamente a Dios los sacerdo-
tes levitas en favor de su pueblo, de acuerdo con las palabras de
Dios mismo a Moisés (véase Núm. 6: 22-26). Una paz así está
fundada en la comunión y en la unión con Dios. Es "una paz
'a pesar de todo', paz en medio del conflicto. Como el perdón
que trae paz es un acto de Dios recibido y mantenido por fe, o
148
EL GOZO Y LA GLORIA DE LA JUSTIFICACION 149

en otras palabras, como la paz depende de nuestra comunión con


Dios, puede existir en medio de la oscuridad y el tumulto, y pue-
de habitar en el corazón humano lleno de tormentas y tensio-
nes". 2 Es un fruto experiencia! de la gracia que proviene de
Dios. Es "una paz positiva, paz de corazón y de mente, por me-
dio de El que es el Príncipe de Paz" .3 Si los hombres y las mu-
jeres están en paz con :Qios "en obediencia diligente y de corazón,
¿qué importan todos los otros enemigos?" 4 Una paz tal fue el
regalo de despedida que Jesús les dio a sus discípulos. El dice:
"Al irme les dejo la paz. Les doy mi paz, pero no se la doy como
la dan los que son del mundo" (Juan 14: 27, versión Dios habla
hoy).
Jesús mismo demostró que poseía esa paz cuando estuvo en
la tierra en medio de mayor adversidad que la que usted y yo
hemos enfrentado alguna vez. Cuando estuvo delante de sus acu-
sadores y ejecutores en la sala de juicio de Pilato, tenía paz men-
tal. No dependía ésta de las circunstancias externas. Su paz estaba
fundada firmemente en su unidad completa con su Padre y en
su seguridad de que todo estaba bien entre él y su Padre. "En
el corazón de Cristo, donde reinaba perfecta armonía con Dios,
había perfecta paz. Nunca le halagaban los aplausos, ni le depri-
mían las censuras o el chasco. En medio de la mayor oposición
o el trato más cruel, seguía de buen ánimo" .5
Hoy en día las multitudes están preocupadas y asustadas. No
tienen paz. Pero Jesús bondadosamente nos ofrece paz serena
a ti y a mí. La paz mental que Dios está dispuesto y deseoso de
darnos en esta época de perplejidad es tan ilimitada como las in-
cesantes olas del mar. Por medio de la justificación por la fe -
estar en la relación correcta con Dios- El desea dar este don
de la paz a cada persona nacida en este mundo.
Para el extraviado Onoda del ejército japonés, saliendo de
la jungla de la isla Lubang en las Filipinas, la paz se daba des-
pués de 30 años de su guerra de un solo hombre contra toda una
nación. Durante tres décadas había vivido con constante temor.
Día y noche había estado vigilando para no ser capturado por
los grupos de búsqueda filipinos. Sus temores se habían reforza-
do por el hecho de que dos amigos suyos que habían estado con
él durante la mayor parte de su escondite habían sido matados
por los soldados. Pero el9 de marzo de 1974, cuando Onoda acep-
150 JUSTIFICADOS

tó personalmente la paz que ya había sido arreglada, terminó la


separación con un cálido brillo de reconciliación y aceptación de
una nación que él previamente había visto como su enemiga. La
justificación por la fe es una restauración así de la paz entre el
pecador y su Dios.
Toda persona normal tiene una corte de justicia que reside
dentro de sí. Esta es la conciencia. Es el juicio de esta corte so-
bre el pecado cometido lo que produce culpa, o condenación. El
pecado y la culpa no son idénticos, aunque están relacionados.
"Existe una diferencia entre la llama y el lugar ennegrecido en
la pared causado por ella; mucho después que la llama desapa-
rece, la mancha permanece. Así ocurre con el pecado y la culpa.
La llama roja del pecado ennegrece el alma; pero mucho después
que el pecado ha quedado atrás, la marca negra continúa sobre
el alma". 6
Es esta culpa la que motiva a los evasores de impuestos a en-
viar miles de dólares en forma anónima a la Dirección Impositi-
va cada año. Sus esfuerzos por evadir los impuestos no han sido
descubiertos por nadie. Pero no pueden vivir con la condenación
de su propia corte de justicia interior. Para librarse de su conde-
nación, envían a la Dirección Impositiva los impuestos que han
retenido.
Existen otras causas de culpa que ningún pago de impuestos
puede quitar. Sólo pueden ser quitadas mediante la justificación
por la fe. "Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la
gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el opor-
tuno socorro" (Heb. 4: 16).
La justificación por la fe -un cambio de pensamientos y sen-
timientos de hostilidad y rebelión al amor y la obediencia a Dios-
trae esa paz "que sobrepasa todo entendimiento" (Fil. 4: 7). El
pasado pecaminoso, aparentemente tan irrevocable, ha sido bo-
rrado como por arte de magia. El pasado es separado de noso-
tros con paredes impermeables. Estas barreras separan el pasado
del presente; nuestra tristeza se transforma en gozo de redención.
"El gozo de la liberación, la paz de la conciencia, el escape
de la condenación, la pulsante vida de libertad en Cristo, todo
esto debiera traer a los hombres de hoy la creativa y dinámica
doctrina de la justificación como la trajo a Martín Lutero". 7 En
verdad, "las melodías más dulces que provienen de labios hu-
EL GOZO Y LA GLORIA DE LA JUSTIFICACION 151

manos -justificación por la fe, y la justicia de Cristo-" 8 son


nuestras mediante la fe en Cristo y el sometimiento a su voluntad.
Los creyentes del Antiguo Testamento veían la salvación co-
mo una sombra. En Hebreos 9 se presentan como mirándola ha-
cia adelante por fe, creyendo que algún día se pagaría el precio
de su rescate. Pedro dice que los profetas trataron de ver en el
futuro cómo se cumpliría esta promesa (véase 1 Ped. 1: 10). Pa-
ra ellos no era clara la ejecución del plan de salvación.
Hemos visto la promesa de Dios, anunciada primeramente
a Adán y Eva en el Edén (véase Gén. 3: IS) y cumplida en el Cal-
vario. Mediante ~lla, el perdón y la comunión restaurada con Dios
pueden ser nuestros junto a la promesa de la vida eterna. La jus-
tificación no es meramente una doctrina. Satanás indudablemente
conoce la doctrina de la salvación mejor que usted y yo. Pero
su conocimiento no es ni experimental ni experiencia!. Pero pa-
ra usted y para mí, por medio de la fe personal y la confianza
en Dios, y con una sumisión alegre a su voluntad, se convierte
en existencial, en una experiencia personal.
La justificación por la fe es una experiencia estimulante, y
lo es más aún para aquellos que han sido más severamente aco-
sados por el pecado. Cuanto más pesada haya sido la gravedad
del pecado y la culpa, con el consecuente sentimiento de conde-
nación divina que pesa en la mente de la persona, más preciosa
es la liberación de su terrible opresión. Lutero se glorió gozosa-
mente en ella, porque el peso del pecado sobre él era como una
piedra de molino. Pero aprendió que "ninguna condenación hay
para los que están en Cristo Jesús" (Rom. 8: 1). Están seguros
tanto ahora como en el juicio final. No hay condenación, ni en
el tiempo ni en la eternidad.
La justificación por la fe libera al pecador del pecado y de
la culpa, así como todos los esclavos en el antiguo Israel eran
liberados de sus deudas durante el año del jubileo (véase Lev.
25: 9, 10). La justificación por la fe hace que suene la gozosa
trompeta del jubileo en el corazón de cada creyente.
El resultado es la paz. "Justificados, pues, por la fe, tene-
mos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo"
(Rom. 5: 1). La frase "justificados, pues, por la fe" señala ha-
cia un acontecimiento pasado cuyos resultados están todavía pre-
sentes, es decir, la muerte de Cristo por todos en el Calvario. La
152 JUSTIFICADOS

justificación forense de Dios, desde su trono, basada en la cruz,


llega a ser una experiencia subjetiva de paz personal con el Rey
del universo cuando consentimos en poner todos nuestros pen-
samientos en cautividad en obediencia a Cristo.
En Hebreos se describe esta paz como un creyente que entra
en el reposo (véase Heb. 4: 10, 11). Ha desistido del imposible
intento de llegar a ser aceptable a Dios, de llegar a ser justo por
sus propias obras. Ha reconocido su incapacidad para pagar la
deuda del pecado; ha aceptado el pago que Jesús hizo por él en
la cruz y vive la nueva vida mediante el don y el poder del Espíri-
tu Santo.
Todos los años muchas personas desean hacerse ciudadanos
de los Estados Unidos de Norteamérica. Pero mucho mejor que
esto es ser un hijo o una hija de Dios. El evangelio los invita a
serlo diciendo: "Mas a todos los que le recibieron, a los que creen
en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios" (Juan
1: 12). La redención en Cristo es completa y libre. Sólo debemos
recibirla y aceptarla mientras nos entregamos a Dios con total
confianza y sumisión.
Los adventistas del séptimo día valoran y aprecian la expe-
riencia viva de la justificación por la fe más que la mayoría de
los cristianos. Por cuanto nuestras normas éticas son tan eleva-
das, a menudo podemos no alcanzarlas. Inevitablemente este fra-
caso causará desaliento y desesperación a menos que tengamos
un Salvador que bondadosamente nos perdone y nos levante nue-
vamente, así como un padre levanta a su hijo que tropieza.
Los griegos tenían una leyenda de un caballo alado. Pero aun-
que el caballo tenía alas, sin embargo seguía caminando en la
suciedad de un camino barroso. Un día un hombre vio a este ca-
ballo caminando lentamente a lo largo del camino en medio del
barro y de la suciedad. Se acercó al caballo y le dijo: "¿Por qué
caminas fatigosamente entre la suciedad y el barro de este cami-
no? ¿Acaso no tienes alas? No fuiste hecho para este camino.
Tienes alas; fuiste hecho para volar".
El hombre no fue hecho para arrastrarse en la desesperación
del pecado y de la culpa. Justificado por la fe en Cristo y en su
sacrificio salvador en la cruz, fue levantado del polvo. Ahora pue-
de volar a la luz brillante del amor de Dios.
Como resultado de la justificación por la fe y de su fruto en
EL GOZO Y LA GLORIA DE LA JUSTIFICACION 153

la vida cristiana, los redimidos pronto cantarán un cántico de


redención que los ángeles nunca podrán aprender. Será cantado
sobre el mar de vidrio (véase Apoc. 15: 3, 4) con tonos más dul-
ces y con gozo más profundo aún que el que sintió el extraviado
Onoda del ejército japonés luego de su rendición. En ese momento
los redimidos se conmoverán con su reconciliación con Dios, al
estar en una correcta relación con El, luego de seis mil años de
separación. Por cuanto la opresión y la separación por el peca-
do han sido tan terribles, la restauración de la paz por medio de
la justificación por la fe será mucho más dulce.
Durante la Guerra Civil norteamericana alguien le preguntó
a Abrahán Lincoln cómo iba a tratar a los rebeldes una vez ter-
minada la guerra. El respondió: "Los trataré como si nunca hu-
bieran estado lejos".
Esta es exactamente la forma en que Dios nos trata a noso-
tros, exrebeldes. La alienación causada por la irrupción del pe-
cado será sanada y olvidada mientras nos volvemos a El, como
el hijo pródigo a su padre. La amistad y comunión íntima entre
el Creador y sus criatuas que existía en el Jardín del Edén es res-
taurada mediante la justificación por la fe. La ruptura causada
por el pecado ha sido sanada.

Referencias
1 Citado en Gustaf Aulen, The Faith of the Christian Church, Erik Wahlstrom, trad. {Fila-
delfia, Muhlenberg Press, 1960), pág. 274.
2 Ibíd.
3 The Interpreter's Bible, t. 2, pág. 174.
4 Pulpit Commentary sobre Números, pág. 57.
S White, El Deseado de todas las gentes, pág. 297.
6 Abraham Kuyper, The Work of the Holy Spirit [La obra del Espíritu Santo] {Grand Ra-
pids, Wm B. Eerdmans Pub. Co., 1975, primera ap;¡rición en traducción al inglés, 1900), pág. 268.
7 John Roy Strock "On Justification by Faith"[Sobre la justificación por la fe], Lutheran
Church Quarterly [Publicación trimestral de la Iglesia Luterana] 17 (1944): 300.
8 White, Review and Herald, 4 de abril de 1893, citado en Arthur G. Daniells, Christ Our
Righteousness [Cristo nuestra justicia] {Washington, D.C., Review and Herald Pub. Assn., 1941),
pág. 73.
Indice
de referencias bíblicas
Génesis 21: 4-9 94
1: 26 115
2: 16, 17 12, 36 Deuteronomio
3: 1-7 16 6: 24 66
3: 8 82
3: 15 35, 151 Jueces
4: 2 88 2: 16 127
4: 4-7 89 5: 23 74
4: 16 90 16: 28 77
22: 17 123
1 Samuel
Exodo 10: 6 67
3: 2 30
20: 19 30 2 Reyes
23: 7 65 4: 38-41 68
24: 17 30
29: 37 103 1 Crónicas
32 38 10:13 122
34: 29-35 100
2 Crónicas
Levítico 6: 36 26
4: 2, 13, 22, 27 22 35: 6 103
6: 1-7 23
11: 44 103 Nehemías
16 119 13: 22 103
20: 7 103
23: 29 119 Job
25: 9, 10 151 1: 5 104
27: 28 103
Salmos
Números 7: 8 127
6: 22-26 148 9: 8 127
INDICE DE REFERENCIAS BIBLICAS 155

10: 17, 18 127 Lamentaciones


26: l 127 3: 22, 23 41
35: 24 127
40: 8 15 Ezequiel
43: l 127 122
18: 24
51 122 36
18: 32
54: l 127 144
28: 15
73: 2, 3, 17 42
103: 12 124
Daniel
106: 23 38
145: 9 41 7: 9, 10 119
7: 10 124
8: 11-14 119
Proverbios 9: 24, 25 119
8: 36 32
17: 15 65 Amós
23: 26 58 105
3: 3
Eclesiastés Miqueas
12: 13, 14 120 7: 19 124
12: 14 124
Zacarías
lsaías 3: 2-4 125, 126
1: 28, 31 30 4: 6 112
5: 4 44
8: 13 104 Malaquías
9: 18 30 3: 6 145
14: 13, 14 17 3: 16 120
30: 33 30
33: 11, 12 30 Mateo
33: 14 31, 95 1: 21 32
43: 7 35 5: 16 74, 116
43: 25 124 5: 45 41
44: 22 62, 124 7: 22, 23 128
53: 5 67 10: 15 117
53: 6 17, 26 11: 24 117
54: 5 57 12: 36, 37 124
55: 7 61 12: 36, 41, 42 117
60: 1 100 12: 50 112
65: 6, 7 120 13: 1-9, 33 69
16: 27 130, 135
Jeremías 18: 23-35 122
4: 27 32 19: 16 80
13: 23 83 19: 28 134
17: l 124 20: 1-16 130
156 JUSTIFICADOS

21: 18-20 74 5: 28, 29 117


21: 28-31 76, 135 6: 35 68
22: 1-14 62, 117, 130 6: 37 63
22: 14 52 6: 63 70
23: 19 103 8: 11 41, 74
24: 13 124, 128 9: 41 24
24: 37 77 10:10 32
25: 14-30 76, 137 10: 14 123
25: 14-40 117 10: 27- 29 62
25: 26 135 13: 10 59
25: 31 31 14: 2 120
25: 31-46 15, 76, 117, 118 14: 15 140
25: 41 32, 44 14: 27 149
25: 41- 43 74 14: 30 19
26: 6-13 79 15: 2 74
26: 10 79 15: 8 72, 112
16: 14 70, 108
Marcos 17: 17 146
4: 28 73, 146
5: 7 46 Hechos
5: 30, 34 55 4: 12 48, 81, 118
9: 5, 6 143
Locas 10: 42 117
1: 35 15 13: 22 122
6: 35 41 13: 38, 39 55
11: 31' 32 117 13: 39 54
14: 17 40 16: 31 45
15: 11-24 130 17: 28 28
15: 17 42 17: 31 117
18: 9-14 95, 130 20: 32 68
18: 11, 13 92 22: 10 12
18: 14 95 24: 16 24
19: 10 32
22: 42 19 Romanos
1y2 117
Juan 1: 1 143
1: 12 152 1: 7 103
1: 13 15 2: 4 58
1: 18 31 3 117
3: 5, 7 15, 70 3: 6 117
3: 14, 15 94 3: 20 85
3: 16 45, 49 3: 23 26
3: 17 41 3: 24 60, 128
5: 24 124 3: 24, 25 54
5: 26 28 3: 26 ~4. 69
INDICE DE REFERENCIAS BIBLICAS 157

3: 28 111 3: 18 99
4: 1, 2, 5 89 5: 10 117
4: 15 22 5: 15 39
4: 25 54 5: 17 15, 65
5: 1 62, 151 5: 19 39, 44
5: 8 39 5: 21 51, 67
5: 10 39, 52 6: 2 41
5: 18 54 8: 12 140
6: 2 65 9: 15 44, 86
6: 3, 6 66 11: 2 57
6: 7 65
6: 11, 12, 13 104 Gálatas
6: 16 13 67
2: 19
6: 23 32, 33, 131
3: 13 67
7: 1 65
4: 4 39
7: 1-3 57
5: 6 114
7: 10 66 73
5: 19-21
8: 1 115, 128, 151
5: 22, 23 72
8:3,4 70
6: 7 42
8: 7 13
6: 14 64, 92
8: 23 128
8: 33, 34 36
8: 34 120 Efesios
9: 30 85 1: 1 103
9: 31, 32 80 1: 4 35
10: 3 80 1: 7 131
12: 3 46 1: 14 128
14: 10 117 2: 1 67, 73
14: 17 53 2: 1-3 14
14: 23 27, 141 2: 8 45, 112
16: 25 35 2: 8, 9 130
2: 10 74, 75, 83
1 Corintios 3: 10 8
1: 2 102, 103 4: 30 128
1: 30 128 5: 25, 29 57
3: 3-15 117 5: 30 60
3: 12-15 134
4: 5 120
Filipenses
4: 9 123
6: 11 102 1: 1 103
7: 19 70 2: 5 15
10: 13 123 2: 6-8 31
15: 51-53 32 2: 8 146
3: 7, 8 143
2 Corintios 4: 3 120
3: 7 85 4: 7 150
158 JUSTIFICADOS

Colosenses Santiago
1: 2 103 1: 17 145
1: 14 91, 128 2: 8-12 120
1: 23 124 2: 13 117
2: 6 107 2: 17, 26 74, 116
3: 23 139 2: 19 46
4: 17 24, 141
2 Tesalonicenses
1: 7, 8 31 1 Pedro
1: 10 151
1 Timoteo 1: 23 15
2: 24 67
1: 12 23
23 4: 1 65
1: 13
4: 17 118
1: 15 12
2: 4 43
2: 14 13 2 Pedro
6: 16 28 1: 4 15
1: 5-7 72
2 Timoteo 1: 10 44
2: 4, 9 117
1: 9 35
2: 19 14
2: 19 123
3: 7 43
Tito
1 Juan
3: 5 80
84, 116 2: 1 120
3: 8
2: 2 39
3: 2, 3 104
Hebreos 3: 4 21' 141
4: 10, 11 152 4: 10 39
4: 16 150 4: 17 117
7: 25 69, 120 5: 12 77, 125, 131
9 151
9: 24 120 Judas
9: 27 117
6 117
10: 10 101
77 24 99
11
11: 4 92
11: 7 77 Apocalipsis
11: 19 123 3: 5 122
11: 32, 33 77 3: 14 81
12: 2 94 3: 17 81, 95
12: 29 30, 95 3: 20 49
13: 5 62 5: 13 128
13: 8 145 6: 10 124
INDICE DE REFERENCIAS BIBLICAS 159

6: 16 32 20: 2 94
12: 9 94 20: 2-4, 6 119
12: 10 67' 121 20: 9, 10 32
13: 8 38 20: 11-14 119
14: 7 119, 127 20: 12 124, 128
14: 13 134 20: 15 120
15: 3, 4 153 22: 17 144

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