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Este mandato está contenido en el Artículo 322 de la Constitución Nacional, y señala lo que
sigue:
La Fuerza Armada Nacional como parte esencial e indisoluble del Poder Público
Nacional, basada en los intereses y objetivos nacionales establecidos para el cumplimiento de las
políticas correspondientes a la defensa militar, la cooperación en el mantenimiento del orden
interno y la participación activa en el desarrollo integral del país, da origen y formula el presente
Concepto Estratégico Militar, con la finalidad de proporcionar la dirección estratégica para el
funcionamiento y desarrollo de la institución.
este sentido, se promulgaron las Líneas Generales del Plan de Desarrollo de la Nación, que
toman en consideración el nuevo régimen de Seguridad Hemisférica cuyo atributo fundamental
será su carácter integral y multidimensional, el fortalecimiento de la Soberanía Nacional y la
promoción de un mundo multipolar, a través de la estrategia de pluralización, incorporando a la
Fuerza Armada Nacional al desarrollo integral de la Nación, mediante el desarrollo de un nuevo
modelo que estimule la inteligencia colectiva, el desarrollo económico, la estabilidad política, la
integridad social, el desarrollo tecnológico y la ocupación eficiente del territorio y en el
fortalecimiento de la defensa regional.
Artículo 15. El Estado tiene la responsabilidad de establecer una política integral en los espacios
fronterizos terrestres, insulares y marítimos, preservando la integridad territorial, la soberanía, la
seguridad, la defensa, la identidad nacional, la diversidad y el ambiente, de acuerdo con el
desarrollo cultural, económico, social y la integración. Atendiendo la naturaleza propia de cada
región fronteriza a través de asignaciones económicas especiales, una Ley Orgánica de Fronteras
determinará las obligaciones y objetivos de esta responsabilidad.
acciones de defensa, cualesquiera sean su naturaleza e intensidad, que en forma activa formule,
coordine y ejecute el Estado con la participación de las instituciones públicas y privadas, y las
personas naturales y jurídicas, nacionales o extranjeras, con el objeto de salvaguardar la
independencia, la libertad, la democracia, la soberanía, la integridad territorial y el desarrollo
integral de la Nación."
El llamado formulado, por el Presidente Hugo Chávez a todos los venezolanos y venezolanas a
defender la paz, la independencia, la soberanía y el espacio geográfico del país tiene su
fundamento en esta Ley, establecido de la siguiente forma en sus artículos 5, 6 y 7:
La "Defensa Integral de la Nación" sistematiza tres líneas de acción estratégicas y actúa sobre
tres objetivos fundamentales.
Hay, desde luego, en la nueva doctrina, un trasfondo conceptual que preveé el establecimiento
de nuevos códigos y referentes que replanteen la acción militar alrededor de un paradigma
esencialmente "defensivo", dentro de una "guerra asimétrica" que incluye la definición de
centros de gravedad en todos los ámbitos, el respeto a la institucionalidad y la obediencia al
mando único.
La "guerra asimétrica" que combina formas regulares e irregulares (de acción guerrillera en el
acumulado histórico de las FARC en Colombia), esta presente en la nueva concepción defensiva y
es de una absoluta vigencia y enormes potencialidades porque la ortodoxia militar que alienta la
forma convencional de hacer la guerra, esta siendo relegada. Los conceptos de nación en armas,
la doctrina de guerra de todo el pueblo y la unidad cívico-militar, están abriéndose paso en la
teoría y en la práctica.
La "guerra asimétrica" debe lograr que el ser humano se convierta en el arma principal para
sobreponerse a la debilidad tecnológica, diluyendo así la asimetría estratégica positiva del
enemigo, su máximo poder de fuego. Logrando la "asimetría de la voluntad", la modalidad mas
temida de asimetría en el escenario de las guerras populares modernas, como lo esta mostrando
Manuel Marulanda y las FARC en su actual contraofensiva frente al gobierno paramilitar de Uribe
Velez.
Punto clave en la "Defensa Integral de la Nación" es el intercambio militar con otros países,
especialmente de Sudamérica, como el Brasil, con el que se estudia la adquisición de nuevos
aviones brasileños AMX Tucanos y de radares, lo cual se concretara en la visita del Presidente
Lula a Caracas, el 13 de febrero del año en curso.
Artículo 328 establece el papel que debe desempeñar el sector militar en esa nueva concepción
de la Seguridad de la Nación al señalar: "La Fuerza Armada Nacional constituye una institución
esencialmente profesional, sin militancia política, organizada por el Estado para garantizar la
independencia y soberanía de la Nación y asegurar la integridad del espacio geográfico,
mediante la defensa militar, la cooperación en el mantenimiento del orden interno y la
participación activa en el desarrollo nacional, de acuerdo con esta Constitución y la ley."
Conveniente es repetir una vez más que el proyecto de Ley Orgánica de la Fuerza Armada
Nacional determina que la Fuerza Armada Nacional es la única y principal institución castrense
de la República Bolivariana de Venezuela, la cual se encuentra movilizada permanentemente a
fin de garantizar la defensa de los intereses vitales nacionales, así como la de sus ciudadanos, su
territorio y su gobierno constitucional. Bajo estos principios el objeto de la ley no será otro que
el establecer las disposiciones que rigen la organización, funcionamiento y administración, de la
Fuerza Armada Nacional.
ANDRES BELLO
Andrés Bello
(Caracas, 1781 - Santiago de Chile, 1865) Filólogo, escritor, jurista y pedagogo venezolano, una
de las figuras más importantes del humanismo liberal hispanoamericano. Andrés Bello tuvo el
inmenso privilegio de asistir, en sus 84 años de vida, a la desaparición de un mundo y al
nacimiento y consolidación de uno nuevo. Conoció las tres últimas décadas de dominación
española de América, y sucesivamente el período de emancipación de las colonias españolas en
el nuevo continente y la gestación de los nuevos estados nacidos del proceso de Independencia.
Que fuera un privilegio lo que no deja de ser una mera coincidencia cronológica se debió a su
extraordinaria capacidad para comprender y estudiar desde dentro y para impulsar
efectivamente los resortes de la realidad que le tocó vivir.
Andrés Bello
Gran humanista liberal en la mejor tradición inglesa, ya que en el Reino Unido le tocó formarse
filosófica y políticamente, Andrés Bello tuvo el talento de saber trasladar a la esfera práctica su
gran erudición en terrenos tan diversos como la filología, la lingüística y la gramática, la
pedagogía, la edición, la diplomacia y el derecho internacional. Por añadidura, aportó a las letras
hispanoamericanas, en poemas nutridos de lecturas de los clásicos latinos, una incipiente
conciencia autóctona. En su vasta erudición, en su talante político y en su sensibilidad literaria se
refleja el ideal del clasicismo europeo, perfectamente aunado a la moderna sensibilidad nacional
y patriótica de su tiempo.
Biografía
A los quince años, Bello ya traducía el Libro V de la Eneida de Virgilio. Cuatro años después, el 14
de junio de 1800, se recibía de bachiller en artes por la Real y Pontificia Universidad de Caracas.
Y fue en aquel año de 1800 cuando se produjo su primer encuentro con un gran hombre, que
abrió ya definitivamente los diques de su curiosidad e interés por la ciencia: Alexander von
Humboldt, a quien acompañó en su ascensión a la cima del Pico Oriental de la Silla de Caracas,
que entonces se conocía como Silla del cerro de El Ávila.
Sus primeros pasos literarios siguieron las huellas del neoclasicismo entonces imperante, y le
valieron, en la sociedad caraqueña ilustrada, el apodo de El Cisne del Anauco. Además de
traducciones de obras latinas y francesas, compuso en estos primeros años de desempeño
literario las odas Al Anauco, A la vacuna, A la nave y A la victoria de Bailén, los sonetos A una
artista y Mis deseos, la égloga Tirsis habitador del Tajo umbrío y el romance A un samán, así
como los dramas Venezuela consolada y España restaurada.
A los veintiún años recibió su primer cargo público: oficial segundo de la secretaría de la
Capitanía General de Venezuela, del que fue ascendido en 1807 a comisario de guerra y
secretario civil de la Junta de la Vacuna, y en 1810 a oficial primero de la Secretaría de
Relaciones Exteriores. En 1806 había llegado a Venezuela la primera imprenta, traída por Mateo
Gallagher y James Lamb, muy tardíamente por cierto, si se piensa que la primera instalación de
una imprenta en América se remonta a 1539, en la capital de Nueva España, México. En 1808
comenzó a publicarse la Gaceta de Caracas, y Andrés Bello fue designado su primer redactor.
En estos años de intensa actividad oficial comenzó a gestarse su gusto por la historia, la
historiografía y la gramática, que quedó tempranamente plasmado en su Resumen de la historia
de Venezuela, extraordinario primer brote en el que ya están presentes los principios humanistas
rectores de su obra futura; en su traducción del Arte de escribir de Condillac, impresa sin su
anuencia en 1824; y sobre todo en uno de sus fundadores estudios gramaticales: el Análisis
ideológica de los tiempos de la conjugación castellana, obra que comenzó a escribir hacia 1810 y
que se publicaría en Chile en 1841.
El momento decisivo en la vida y carrera intelectual de Andrés Bello fue la decisión de la Junta
Patriótica, a raíz de los acontecimientos del 19 de abril de 1810, de enviar a Londres una misión
diplomática con la encomienda de lograr la adhesión del gobierno inglés a la causa de la reciente
y frágil declaración de independencia venezolana. El 10 de junio de ese año zarparon en la
corbeta inglesa del general Wellington los miembros de la misión designados por la Junta, Simón
Bolívar y Luis López Méndez, a quienes escoltaba Andrés Bello en calidad de traductor.
Bello ignoraba que ese viaje que entonces iniciaba lo alejaría para siempre de su ciudad natal, y
que la ciudad a la que se dirigía, Londres, sería su residencia permanente durante los próximos
diecinueve años. El primer acontecimiento importante de su nueva vida londinense se cifró
también en el encuentro con un gran hombre: Francisco de Miranda. Llegados a la capital inglesa
el 14 de julio, los tres integrantes de la misión recibieron alojamiento, consejos y ayuda de parte
de Miranda, quien a su vez decidió sumarse al proceso independentista viajando a Caracas.
Andrés Bello
Comenzó entonces para Bello, quien no pudo regresar a Venezuela so pena de ser procesado
ante un tribunal militar por traición, un largo período de penurias económicas, que se prolongó
durante una década. Tuvo mala suerte en las gestiones que inició para lograr un cargo y un
sueldo. Así, en 1815, su solicitud de un puesto al gobierno de Cundinamarca fue interceptada
por las tropas de Pablo Morillo y nunca llegó a su destino, y su posterior ofrecimiento de
servicios al gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata, a pesar de ser aceptada, nunca
tuvo efecto, ya que se vio incapacitado para trasladarse a Buenos Aires.
Mientras tanto, fue viviendo de trabajos a destajo: dio clases particulares de francés y español,
transcribió los manuscritos de Jeremy Bentham y se desempeñó como institutor de los hijos de
William Richard Hamilton, subsecretario de Relaciones Exteriores, puesto que logró gracias a su
amistad con José María Blanco White, el gran intelectual sevillano exiliado en el Reino Unido y
simpatizante con la causa independentista americana.
Pero éste fue también un período formativo de gran riqueza intelectual para Bello. Se vinculó
activamente al círculo de los emigrados españoles, todos liberales y algunos de ellos, como
Blanco White, grandes escritores, que hicieron de Londres su refugio durante las dos oleadas
absolutistas en España. Por otra parte, en ningún momento dejó Andrés Bello de estudiar y
acumular conocimientos. De su numerosa producción ensayística de estos años, se destacan
precisamente sus trabajos filológicos, escritos o concebidos e iniciados en Londres, algunos de
los cuales adquirirán con el tiempo la condición de clásicos.
Otra faceta notable de la formación que Bello se dio a sí mismo en estos años es la relacionada
con el derecho internacional. A los conocimientos que había acumulado como funcionario de la
Corona española, pudo agregar en estos años de intenso estudio un conocimiento a fondo de los
cambios y desarrollos que se habían ido produciendo en esta área a raíz de las guerras
napoleónicas, la Independencia de América y el Congreso de Viena. Bello adoptó la concepción
liberal del Estado, propia de los utilitaristas ingleses, cuyo principal teórico, Jeremy Bentham, se
convirtió en la fuente de su pensamiento político e institucional.
No menos importante fue el cuarto frente hacia el que Bello dirigió sus estudios y actividades. La
ejemplar labor de publicista llevada a cabo por Blanco White en la capital inglesa durante
aquellos años sin duda le sirvió de modelo, y después de colaborar en El Censor Americano con
artículos en defensa de la causa independentista, participó activamente, junto con Juan García
del Río, en la edición de las revistas Biblioteca Americana (1823) y Repertorio Americano (1826-
1827), en el marco de las actividades de la Sociedad de Americanos de Londres, que contribuyó
a fundar.
En la esfera de su vida privada, también los años de Londres significaron para Andrés Bello la
asunción de su plena madurez. En mayo de 1814 contrajo matrimonio con Mary Ann Boyland, de
veinte años, con quien tuvo tres hijos y de quien enviudó en 1821. Tres años después de este
luctuoso acontecimiento, se casó en segundas nupcias con Elizabeth Antonia Dunn, también de
veinte años, quien le acompañó hasta el final de sus días y le dio nada menos que doce hijos,
tres de ellos nacidos en la capital inglesa.
Dos años antes de contraer su segundo matrimonio pudo Bello, por fin, volver a desempeñarse
en un cargo de responsabilidad oficial, al ser nombrado secretario interino de la legación de
Chile en Londres, a cargo de Antonio José de Irisarri. Junto con Irisarri había colaborado con El
Censor Americano en 1820, y se había fraguado entre ambos una amistad basada en el mutuo
respeto intelectual.
Andrés Bello partió de Londres el 14 de febrero de 1829, a bordo del bergantín inglés Grecian, y
holló suelo de la que iba a convertirse en su definitiva patria en Valparaíso, el 25 de junio. Salvo
breves estancias en este puerto y en la hacienda de los Carrera, en San Miguel del Monte, vivió
hasta su muerte en la capital chilena, Santiago. El desempeño de Bello en este país traza el arco
ascendente de una de las carreras públicas e institucionales más brillantes que pudiera concebir
un americano de su tiempo.
Inmediatamente, al llegar fue nombrado oficial mayor del ministerio de Hacienda. Al año
siguiente inició la publicación de El Araucano, órgano del que fue redactor hasta 1853, y se
encargó como rector del Colegio de Santiago. Pero la pasión pedagógica de Bello, iniciada en su
adolescencia caraqueña, lo llevó a dar clases privadas, en su propio domicilio, a partir de 1831.
Han llegado hasta nosotros los textos de sus cursos, dedicados al estudio del derecho romano y a
la ordenación constitucional. Bello siempre estuvo convencido de que la instrucción y el cultivo
espiritual son la base del bienestar del individuo y del progreso de la sociedad, razón por la cual
nunca dejó de fomentar el estudio de las letras y de las ciencias; propuso la apertura de Escuelas
Normales de Preceptores y la creación de Cursos Dominicales para los trabajadores.
También dio un fuerte impulso al teatro chileno con sus comentarios críticos a las
representaciones y sus sugerencias a los actores en El Araucano. En este sentido, comparte con
José Joaquín de Mora el mérito de ser el creador de la crítica teatral. Tradujo el drama Teresa, de
Alejandro Dumas, e inculcó en sus discípulos el gusto por la adaptación de obras extranjeras. Su
conocimiento del teatro griego y el latino, el análisis de las obras de Plauto y Terencio y la lectura
de Lope de Vega y Calderón de la Barca le dieron la solidez suficiente para opinar sobre el
asunto.
El generoso reconocimiento que los chilenos le tributaron a Bello durante los treinta y seis
últimos años de su vida lo colmó de satisfacciones. Pero entre todas ellas, cabe suponer que no
las que pudieran derivar del poder político, sino otras, fueran las más estimadas para un hombre
animado por un proyecto civilizador como el suyo, que puede resumirse en las palabras que
utilizó Arturo Uslar Pietri para aquilatarlo: "Un empeño tenaz de reunir ciencia y conocimiento
para decirle a los pueblos hispanoamericanos de dónde venían, con cuáles recursos contaban y
el panorama del mundo en que les tocaba afirmarse y actuar".
A diferencia de tantos de sus más ilustres contemporáneos americanos, Andrés Bello no fue un
hombre que ambicionara acumular honores y poder, y en cambio veía en el avance de la
educación y las luces de las jóvenes repúblicas americanas, así como en la consolidación de las
instituciones reguladoras de su recién conquistada libertad, el mejor servicio que podía rendirle
a América. También Uslar Pietri lo dijo a su manera: "En su bufete de Chile, en su cátedra, en su
poesía, en su prosa, en su palabra, estaba haciendo una América, una Venezuela, un Chile, un
México más perdurables y grandes que los demagogos y los guerrilleros pretendían alcanzar en
la dolorosa algarabía de sus revueltas y asaltos".
Por eso la hora que vivió como la coronación de los largos años de esfuerzos de su exilio
londinense fue la que le trajo la inauguración de la Universidad de Chile, en 1843, cuyos
estatutos él mismo había redactado un año antes y cuyo rectorado asumió gozoso, siendo
reelegido mientras vivió. El discurso pronunciado por Andrés Bello en aquella oportunidad
ofrece un compendio de sus concepciones pedagógicas y una guía para la orientación de los
estudios superiores.
Del mismo modo, la publicación de sus inmensos estudios gramaticales sobre la lengua
castellana iniciados en Reino Unido debieron de ser una ocasión de júbilo, que tuvo su punto
álgido con la Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, publicada en
Chile en abril de 1847. Llegado a este punto de su carrera, Bello siguió investigando, escribiendo
y publicando obras de gran interés científico y práctico: Principios de derecho de gentes (1832)
es la primera obra que publica en Chile, y que después retomará, ampliará y transformará, en
1844, en un ya clásico Principios de derecho internacional.
Andrés Bello
Siguieron a esta obra los Principios de ortología y métrica, en 1835; en 1841, el poema El
incendio de la Compañía, considerado en Chile como la primera manifestación local del
romanticismo; una Gramática latina, en 1846; una Cosmografía, en 1848; una Historia de la
literatura, en 1850, y en 1852, veintidós años después de haber iniciado su redacción en
compañía de Juan Egaña, la culminación de la que es sin duda su obra más titánica, verdadero
resumen de su concepción del estado liberal, cuya implantación propugnaba en toda América: el
Código Civil de la República de Chile, que el Congreso chileno aprobó en 1855.
A estos textos hay que agregar una Filosofía del entendimiento, publicada póstumamente en
1881. En su lecho de agonía, encendido en fiebre, Bello musitaba palabras incomprensibles. Los
que se inclinaban a recogerlas pudieron descifrar algunas: en su última hora, recitaba en latín los
versos del encuentro de Dido y Eneas, de la Eneida.
En la primera mitad del siglo XIX, cuando el período colonial va camino de su definitivo eclipse,
surgen tres figuras imprescindibles en la historia de la formación de la nacionalidad venezolana:
Simón Rodríguez, Andrés Bello y Simón Bolívar. Si bien es cierto que este último, además de
notable escritor, fue el principal responsable de la independencia política del país, los dos
primeros lo fueron de su independencia espiritual. La figura de Andrés Bello resulta menos
"familiar" que la de Simón Rodríguez, y esta distancia quizás se deba a esa suerte de nicho
donde lo ha colocado la cultura oficial venezolana. Sin embargo, es imposible restarle méritos a
la obra de este insigne humanista.
Excelente poeta, filólogo ilustre, erudito estimable, diplomático discreto, político ponderado y
pensador singular, Andrés Bello representó la aspiración a la independencia cultural de
Hispanoamérica y fue un polígrafo incansable: sus obras completas abarcan veinte tomos. Ya se
ha reseñado la extraordinaria labor cívica que desempeñó en Chile, donde residió desde 1829
hasta su muerte: entre otras cosas, redactó el Código Civil de esta nación y fundó la Universidad
de Santiago.
En esta ciudad publicó su importante Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los
americanos (1847), un trabajo sobre el que giraron las más importantes polémicas sobre el
castellano de América a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. Otra de sus piezas brillantes,
digna de una atenta relectura, es su discurso de apertura de la Universidad de Chile. En cuanto al
estilo, es uno de los momentos más altos de su prosa y, además, demuestra que ninguna rama
del conocimiento era ajena a su saber.
Obras poéticas
Como poeta, la valoración actual de su obra le otorga una importancia más documental que
literaria. Andrés Bello poseía una extensa erudición poética, amén de un minucioso
conocimiento del oficio, pero carecía del don creador. En el fondo (y a pesar de que, como dice
Mariano Picón Salas, fue romántico a ratos), Bello nunca pudo salir del molde del neoclasicismo
en el que se había formado, y es antes un diestro versificador que un verdadero poeta. Su
extensa e inacabada Silva a la agricultura de la zona tórrida (fruto de su estancia en Londres
entre 1810 y 1829) es una palpable muestra de pasión americanista.
Un modo natural de clasificar los poemas de Andrés Bello es separar las poesías originales de las
traducciones o imitaciones. Así, en un grupo encontramos poemas de imitación, traducidos o
versionados, como Los Djinns, La tristeza de Olimpio, Oración para todos, Moisés salvado de las
aguas y Fantasmas, bajo la influencia de Víctor Hugo. Se le debe asimismo una traducción en
verso del Orlando enamorado. Como filólogo, Andrés Bello se aplicó al remozamiento del Poema
del Cid, trabajo que dejó inconcluso. Comenzada en 1823, su versión del Poema del Cid o Gesta
de mío Cid constituye una obra maestra de erudición y buen gusto, siendo quizás la que más ha
contribuido a difundir su nombre.
Alocución a la Poesía (1823) viene a ser, con sus dos silvas, la obra más sobresaliente de Andrés
Bello. En la primera silva, el autor invita a la Poesía a abandonar Europa por el prodigioso mundo
descubierto por Colón, y el poeta alaba las grandiosas bellezas de la naturaleza americana.
Después, Bello celebra las hazañas bélicas de la guerra de la independencia. En la Silva a la
agricultura de la zona tórrida (1826) exhorta a los americanos a la paz, aconsejándoles trocar las
armas por los útiles del labrador. Un estilo rico, de gran colorido, caracteriza en general toda su
producción.
Obras filológicas
Pero quizás la de filólogo haya quedado como la faceta más perdurable de la personalidad de
Bello. Ya se ha aludido a su reconstrucción del Poema del Cid; es preciso reseñar ahora su obra
Principios de ortología y métrica de la lengua castellana, publicada en Santiago de Chile en 1835.
La primera parte, la ortología, en la que analiza las bases prosódicas del español y los vicios
habituales de pronunciación, especialmente los de Hispanoamérica, se considera hoy envejecida
ante los modernos estudios de fonética, que han renovado totalmente esta disciplina.
Pero la métrica, que es la obra de un erudito y de un poeta, sigue teniendo plena actualidad.
Frente a Hermosilla y Sicilia, que representaban el criterio neoclásico que quería a todo trance
ver en el verso castellano la sucesión de sílabas largas y breves (es decir, un remedo de los pies
griegos y latinos), Andrés Bello planteó los verdaderos fundamentos del verso castellano:
"Después de haber leído con atención -dice- no poco de lo que se ha escrito sobre esta materia,
me decidí por la opinión que me pareció tener más claramente a su favor el testimonio del
oído".
Bello se basó en el oído y, también, en la práctica de los buenos poetas. Y así como deslatinizó la
gramática castellana para analizar el verdadero sistema gramatical de su lengua, desterró de la
métrica castellana (como señaló Pedro Henríquez Ureña) el fantasma de la cantidad silábica que
había dominado todo el siglo XVIII. Los estudios de Bello pusieron el verso castellano sobre sus
bases silábicas y acentuales.
La Real Academia Española, que había nombrado a Bello miembro honorario en 1851, aceptó
sus principios en acuerdo del 27 de junio de 1852 y le pidió permiso para adoptar su obra,
reservándose el derecho de anotarla y corregirla. De mayor importancia es aún su Gramática de
la lengua castellana (1847), obra renovadora, de sencillez revolucionaria, impregnada del buen
sentido y de la intuición genial que caracterizó la vida y la obra de aquel hombre sencillo e
ilustre.
La Filosofía del entendimiento fue publicada póstumamente como primero de los quince tomos
de las Obras completas de don Andrés Bello, edición patrocinada por Chile que vio la luz a partir
de 1881. Por las partes de esta obra aparecidas a partir de 1843 en la revista El Araucano, consta
que Bello estaba en posesión de sus ideas básicas sobre filosofía desde esa época. Pensada
como libro de texto, pero elaborada de forma innovadora, tiene como objeto de investigación un
campo mucho más amplio que el mero entendimiento humano, puesto que en él incluye hasta
la metafísica.