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DRAGÓN

Mi nombre no puede ser escrito ni pronunciado. No pertenece a este mundo ni al otro, a ese que
temen quienes lo han visto... y quienes no. Oye bien mi voz y presta atención. Nací en casas de
Egipto, ahí donde Jehová dejó su ira. En el limbo terrenal, donde truenos caen (hieren) a quienes
levantan la vista. !Mírame! ¡Yérguete! Para ello basta mirar el cielo en el agua estancada: es rojo...
como la saliva roja. Pero mirar de reojo arriba es más aterrador.
Crecí ahí donde la tierra se agrieta frágil y nos provoca caer sin piernas; donde un estallido
genera el caos y el desorden. Entre los hedores a humo o a carne quemada. Ahí, donde el sonido
corta la piel. Son esquirlas de plomo, dicen –aunque cuando todos gritan, nadie escucha-. Y es que
las explosiones aturden, nos hacen clamar horrores que después tendremos que callar. Shht. Que
nadie hable, que nadie sepa. Son 15 frutas de septiembre.
Ha cambiado el color de la gente, abuelo, no somos como en tu tiempo. Nos despreciamos
unos a otros. Desconfiamos. Parecemos enfermos y pálidos. Nos avergüenza tocarnos. ¿La peste?
Será. O alguna desaseada enfermedad. Lo cierto es que algo nos divide y distingue. Sí, soy distinto.
Mira, perdí el color por la fiebre. Deben procurarse de mi: cubrirse la boca con adornos y resortes.
Despertamos a destiempo. Estiramos los brazos, aún duros y torpes, todavía con impregnada
placenta, con secuelas impuras y carroña, todavía con vocablos machistas. Pero despiertos... No
adormecidos como cuando nos creemos libres. En aquel entonces el poema principia, radiamos
inocencia, contamos de cosas con delicadeza. Definimos a la sirena y al sádico, al profeta y a la
gangosa, a la damisela y al asexuado, entre los matices de una bella crítica. Pero crecemos tan
rápido... maduramos tan deprisa que, sin darnos cuenta, las cadenas nos lastiman las muñecas. Y
dejamos de soñar.
Marcha airoso y corrupto el hombre azul, no protege. Supone como enemigos a cuantos
mira. El escudo que porta no defiende, porque la defensa cuesta. Él lucha por libertar, sin embargo,
debes pagar para ser libre -porque todo tiene costo-. El hombre azul es héroe, avanza valiente pues
lo respalda el poder del fuego y un ambicioso parásito más turbio que su conciencia. Ya toman sin
permiso lo que les plazca, ya colisionan familias, ya son dueños de fronteras. Y suya es, hasta la
luz. Y suya, hasta la fuerza. Ni 40,000 obreros son rivales.
Es el turno de decidir. Quiero que mi feto enfermo no me cueste cincuenta años, que no
tenga que mirar la muerte entre celdas, figuras y columnas. Es hora. Devuelve el oro negro que
vendes a tierras ajenas. Regrésanos la patria cuantificada. Danos nuestra autodeterminación. Estás a
tiempo, aunque para ti sea tarde ¡porque nada te exonerará! En el juicio terminal no habrá militar
que te proteja, ni Dios que te respalde. Ya somos muchos los demonios que has engendrado y que
ahora te vemos como platillo sórdido... ¡Comamos inmundicias! ¿A caso el lujo importa cuando
estás hambriento? Lo amargo, exquisito; lo grotesco, apetecible. Los decapitados gozan de
hiperexia, insaciables hasta la vida, esperan pacientes en el tártaro.
Abuelo, ya no recites de la musa ni de la muerte cuando estoy muriendo. No menciones la
paz cuando en guerra estamos y porque para allá vamos. No supongas que no sé de rosas o espinas.
Ya estuve en los dos polos: o nunca estuve en ninguno. Todo ello sabe a mentira. Lo real es lo
sentido. Háblame de la destrucción, del acabose, del fin de los siglos. Por cuanto vivo: miseria y
desesperación. Por cuanto he visto: del cáncer y el SIDA. Háblame del gran dragón que acabará con
el mundo.

Mobius Grolier Mitnal.


Novembre 2009

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