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Diplomado en línea
Políticas de juventud: hacia una nueva gestión
Edición 2017
Curso 1:
CONSTRUCCIÓN DE LOS PROBLEMAS DE LO JUVENIL EN LAS POLÍTICAS
PÚBLICAS: DESDE EL DIAGNÓSTICO PARA PROGRAMAS SOCIALES
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UNIDAD 1. REFLEXIONANDO SOBRE EL CONCEPTO DE POLÍTICA PÚBLICA
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sociedad civil), en la concepción de las acciones necesarias y en la atención que se provee a
los grupos objetivo, lo que ayuda a dimensionar el camino emprendido, las fuentes de las
cuales abrevan tales cambios e incluso el surgimiento de los conceptos y sus alcances.
1. El origen y su consolidación
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además de una serie de legislaciones que se conocen como “Leyes de pobres” que se
decretaron fundamentalmente en Inglaterra, país que todavía seguía la vieja tradición
feudal. A partir de esto se crean los cuerpos técnicos que se profesionalizaron en estas
actividades, en los lugares o casas de asistencia, e incluso en los mecanismos para elegir
quiénes eran merecedores de estas ayudas y quiénes no, rasgos que posteriormente
formarían parte del concepto de políticas públicas.
Y el tercero, lo constituyen los modelos modernos que van a desarrollarse a partir
del siglo XX, donde destacan tres paradigmas; el paradigma universalista e institucional, el
corporativo o conservador y el residual o marginal (Barda: 2005):
a. El paradigma universalista e institucional cuya principal característica es
que busca ser “desmercantilizador”, es decir, equilibrar la estructura
desigual generada por el mercado, al mismo tiempo que disminuye los
privilegios de los sectores sociales organizados. En este paradigma se
destacan dos modelos:
i. El Modelo Beveridgeano (Inglaterra). Planteó programas sociales en torno
a la desigualdad social, a partir de un sistema de prestaciones público,
centralizado, nacional y burocratizado. Tiene un carácter universal que se
centra en la protección de la salud, desempleo y vejez. Se vincula con
políticas económicas keynesianas,
ii. El Modelo institucional socialdemócrata. Fusiona el bienestar y el empleo,
por lo que surgen instituciones concretas como una autoridad central que
ordena el mercado laboral para impedir el desempleo y una legislación
solidaria y universalista. De igual manera, busca modificar las diferencias
sociales con mayor fuerza mediante patrones de gasto social altos y
servicios de gran calidad.
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legitimidad de la política. Su eje son los asalariados, por lo que sus principales
problemas son la cohesión social y la preservación de las diferencias de
estatus. La política social, por lo tanto, se convierte en el mecanismo para
someter al poder estatal (paternalista) a los sindicatos. Entre sus principios
se encuentran los derechos corporativos como beneficios y la
subsidiariedad, ya que el Estado interviene sólo cuando las capacidades de
la familia se han agotado.
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2. En el contexto de la globalización
Después de la caída del muro de Berlín, los flujos capitalistas encontraron en la tecnología
y en los sistemas informacionales tierra fértil para ampliar sus procesos, de tal manera que
la nueva división internacional del trabajo cobró forma como una nueva manera de
acumulación. Una de las características de esta nueva etapa fue que el papel de los estados
nacionales cambió, al empequeñecerse y modificar sus funciones. La gestión de asuntos
tales como la economía, la seguridad, el bienestar social o el medio ambiente, se volvieron
multilaterales, pero sobre todo, el Estado busca contribuir más a optimizar la producción
bajando los costos, que a redistribuir el ingreso o a mejorar los derechos sociales.
La tesis de la convergencia elaborada por algunos especialistas (Deacon, 1999),
afirma que hay cada vez más similitud de los modelos de política social, predominando el
modelo residual norteamericano y perdiéndose cada vez más las vertientes universalistas;
otros académicos, en cambio (Esping-Andersen, 1999), afirman que la heterogeneidad es la
marca que predomina en la adaptación particular de cada Estado a partir de la globalización.
En todos los casos, la lógica neoliberal ha prevalecido como eje central a partir del supuesto
de que el mercado regulará los desequilibrios.
Lo que se ha observado es que en este proceso de adaptación a la nueva forma de
acumulación, los arreglos entre los tres actores centrales: Estado, mercado y estructura
familiar, presentan formas de acomodo con una amplia diversidad: en la familia el método
predominante es la reciprocidad pero con una estructura totalmente modificada (con más
mujeres y jóvenes en tareas extra-domésticas y con mayores escolaridades); los mercados
actúan por el dinero, pero ahora en un espacio donde las fronteras son porosas; y
finalmente el Estado, que en teoría sigue buscando la mejor distribución de la riqueza pero
ahora con menos instrumentos para lograrlo. En este entramado, los peligros se distribuyen
diferencialmente acentuando las desigualdades según la clase social (en los de menos
recursos se acumulan más peligros), y en ciertas etapas del ciclo de vida (niñez, juventud y
tercera edad), que son las mayormente afectadas, además, los riesgos intergeneracionales
se transmiten (las desventajas se heredan).
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En este contexto, la búsqueda de explicaciones transita desde aquellos que
consideran que la globalización es el eje de toda la erosión de los sistemas de protección
social (Martin y Schumann, 1998), hasta los que afirman que la eficacia de los sistemas de
protección depende fundamentalmente de la voluntad gubernamental (Vandenbroucke,
citado por Deacon, 1999). Una posición más intermedia la sostiene Esping Andersen (1996,)
quien argumenta que los regímenes nacionales van realizando sus procesos de
reestructuración económica de acuerdo a los límites que establecen sus sistemas de
transferencia, de tal manera que lo local influye definitivamente en la adaptación de lo
global. Lo cierto es que el debate no ha terminado.
Un nuevo capítulo parece estarse escribiendo en los últimos años, sobre todo a raíz
de la crisis del 2008 y se refiere a que el equilibrio entre oferta y demanda, que se esperaba
produciría el mercado, nunca se produjo, de tal manera que siempre se producían
ganadores y perdedores (una de las banderas de Donald Trump) y ha sido su enemigo
acérrimo el que ha tenido que finalmente intervenir: el Estado. Precisamente estamos ante
una nueva oleada de proteccionismo surgida en el mismo país que promovía el
neoliberalismo.
Antes de continuar, es necesario dejar claros algunos conceptos que nos ayudarán a ser
más específicos en nuestras reflexiones:
La palabra “política” es un término equívoco y polivalente, la historia del concepto
ha sido una controversia entre diversas ciencias sociales; una de las razones de esto es
debido a que en los orígenes de la reflexión sobre el término, no existía una división
disciplinaria, es al irse configurando tal separación que el término va adquiriendo matices
propios de cada campo, es así como se considera que es hasta Maquiavelo (Sartori 1984)
que realmente se autonomiza la política.
Si a esto sumamos el hecho de que uno de los acercamientos a la política es como
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un término de uso familiar producto de su entendimiento, vinculado a las actividades y
relaciones entre las personas humanas (Guzmán Mendoza, 2008), el término se vuelve casi
inaprehensible.
Por lo que sólo haremos un acercamiento superficial a las definiciones de política
desde cuatro enfoques de acuerdo a Carlos Enrique Guzmán Mendoza:
Paralelo a esto, hay una discusión más relevante a nuestro diplomado que gira no
en torno a la política, sino a lo político, para lo cual se habla de tres niveles emparentados
con tres términos en inglés:
1. Dimensión institucional (polity), se refiere a las formas de organización
tanto de poder como institucionales que permiten entender la génesis de las
reglas y estructuras.
2. Dimensión relacionada a los conflictos de poder (politics), se puede
entender como el mapa de relaciones o incluso conflictos que dan pie a los
procesos de negociación y de cooperación para el acomodo de las relaciones
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de poder.
3. Dimensión relacionada a las acciones y decisiones (policy) que tienen como
objeto atender las problemáticas, por lo que no sólo es relevante el análisis
de la concepción de las mismas, sino también la dimensión operativa o sea
su implementación.
Lo anterior implica que las políticas son públicas no por quien las emite, sino por el ámbito
donde inciden, asimismo pueden ser explícitas o implícitas (el mejor ejemplo de estas
últimas son las acciones de los consorcios televisivos, que no obstante provenir de entes
privados, poseen un impacto que se da en lo público, independientemente de que sus
intenciones sean o no explícitas).
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Se puede decir que todas las políticas gubernamentales son públicas, pero no todas las
políticas públicas son gubernamentales, sobre todo con la creciente incidencia de las
organizaciones de la sociedad civil cuyas acciones pesan en ciertos ámbitos. En ambos casos
(gobierno y organizaciones), sus intenciones no quedan explícitas de manera automática y,
en muchas ocasiones, lo oculto es quizá lo más relevante, quedando como tarea del analista
social descubrir los sustratos (económicos, sociales, políticos).
Para ser procedentes en relación con lo que es una política pública, se presenta lo que no
debe ser considerado como política pública. Por tanto, política pública:
a. No son las acciones de una institución o funcionario. Las políticas públicas no deben
personalizarse, pues como veremos más adelante, la transversalidad es un elemento
característico de las políticas públicas
b. No son acciones desarticuladas entre sí. Es decir, un taller o curso, una campaña de
difusión, una capacitación, no pueden considerase por sí mismas proyectos o
programas que constituyan una política pública, pues deben estar enmarcadas en
proyectos o programas de acción más integrales y no sólo en la elaboración de
acciones concretas.
c. No es una solución a todos los problemas en su conjunto. Es decir, concebida como
una política pública focalizada, atiende problemas específicos y resulta ineficiente y
desarticulado el pensar que solo un proyecto, o programa puede resolver todos los
problemas de seguridad, alimentación, y educación, al mismo tiempo.
Hemos presentado en términos generales qué es y qué no es una política pública. Lo que
nos permitirá comprender que hay un marco conceptual desde el que se constituye la
política pública en la cual se inscribirá el programa social que estás proponiendo.
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Las políticas públicas se gestionan desde programas y proyectos a los que se les asigna un
presupuesto determinado para llevar a cabo la acción propuesta. Así, mientras que política
pública se refiere a procesos políticos y sociales que se desarrollan en el tiempo; el
programa remite a una construcción técnica (que no niega el componente político), con
mayor o menor capacidad de expresar la complejidad del problema (UNICEF, 2012), y los
proyectos serían la unidad mínima de asignación de recursos para el logro de uno o más
objetivos específicos señalados por el programa.
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Referencias
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Publications
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[revisado en febrero 2 de 2017]
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UNIDAD 2. CONSTRUYENDO UN PROGRAMA SOCIAL ORIENTADO HACIA LA REALIDAD
JUVENIL
Para comprender los procesos en los que se construye una política pública sobre la
realidad juvenil, es sumamente importante entender el significado y sentido que el ser
joven adquiere. En ese sentido, se debe reflexionar en la noción de juventud como una
categoría de análisis que nos permitirá analizar la realidad y la condición juvenil, misma que
es protagonizada por las y los jóvenes (como sujetos). Por ello, la caracterización del sujeto
joven es fundamental en el desarrollo del diseño de una política pública dirigida a un
problema social protagonizado por un sector de la población considerado juvenil. En este
diplomado abogamos por el desarrollo de la perspectiva sociocultural de juventud, no
porque devaluemos la importancia histórica de las otras perspectivas mencionadas, sino
porque nos interesa rescatar la complejidad que enmarca el sentido y significado de la
juventud, más allá de la edad (perspectiva biomédica-psicológica) o su adscripción a una
institución (perspectiva pedagógica). Hablamos pues de retomar las condiciones sociales,
políticas, económicas y culturales que configuran en determinados contextos el ser joven.
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El objetivo general es:
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ahistórica dado que según los teóricos de este concepto (p.e. Hall, 1915) lo entienden como
un proceso universal.
● Presentar las herramientas conceptuales que les permitan delimitar los sujetos
jóvenes del programa social que van a desarrollar.
Los objetivos específicos son:
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instituciones de bienestar social, los órganos de control y la vigilancia social, así como en los
espacios familiares, barriales, asociativos y religiosos, donde se legitiman dichos
estereotipos y además se configuran representaciones alrededor de los sujetos jóvenes
(Urteaga, 2011; Reguillo, 2000).
En ese sentido, nos interesa desmontar esos estereotipos pero, sobre todo, lograr
identificar y usar la categoría de juventud desde una perspectiva crítica que permita, no
sólo acercarse, sino entender las problemáticas que engloban a las y los jóvenes, para así
poder generar propuestas adecuadas y de acción que tengan efectos en la realidad juvenil.
Presentamos tres perspectivas teóricas y metodológicas que han problematizado a la
categoría de juventud desde diferentes visiones, pero que coinciden en buscar y dar
significado a la concepción de ser joven.
En la perspectiva pedagógica existe una clásica relación entre la institución escolar y los
sujetos jóvenes. Esta visión es una de las principales productoras de la representación y el
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significado del ser joven con ser estudiante. Se observa a los sujetos jóvenes sólo como un
conjunto de “educandos” que “deben” cumplir con el rol de ser instruidos y controlados [de
ahí su sinónimo de alumnos(as)], para el mundo laboral y por lo tanto para el mundo
“adulto”. El término “educando” se aplica a sujetos que necesitan ser iluminados con
conocimientos que ignoran, mediante un proceso normativo-disciplinar que se considera
necesario para controlar su desarrollo, ya que hipotéticamente se encuentran en una etapa
de “ignorancia y confusión”. La perspectiva se fundamenta en una concepción de la
pedagogía tradicional, donde los que poseen el conocimiento son personas adultas, por
tanto infantes y jóvenes aprenden de ellos.1 Además, que excluye a jóvenes que no se
encuentran en una institución escolar, a la par que la idea misma de educación queda
confinada sólo a una institución escolar, desconociendo cualquier otro espacio de
formación.
En este sentido, lo que buscamos es problematizar a los sujetos jóvenes, que si bien
son parte de la institución escolar, no por ello quedan confinados solamente a “ser
estudiantes”. Por el contrario, si desean elaborar una política pública que aborde a jóvenes
estudiantes, consideren que dicha visión sea compleja y consciente de que la condición
juvenil se configura desde diversos contextos que inevitablemente se intersectan en
momentos o situaciones específicas. La perspectiva pedagógica existe, pero partimos de
una visión crítica que busca entender a las y los jóvenes en todas sus relaciones que
significan su sentido de ser joven.
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El padre de la Sociología, Émile Durkheim (1976), desde 1911 se interesa por estudiar el aspecto educativo
desde una perspectiva generacional. Este autor asocia educación y socialización en un proceso al que define como “la
acción de adultos sobre jóvenes”. Es entonces cuando la educación tiene el objetivo de que sujetos jóvenes dejen su ser
asocial y egoísta y se genere un ser capaz de llevar una vida moral y social. En este sentido, Durkheim propone la educación
“como socialización metódica de la generación joven”. Desde esta mirada, la educación es un mecanismo de socialización
única, de reproducción del orden social y, por tanto, de renovación de las generaciones. Más adelante, en de la década de
los cuarenta del siglo XX, Talcott Parsons (1999), sociólogo estadounidense, contribuyó a la reflexión sobre juventud con
su categoría “cultura juvenil” (en singular), la cual comprende la posición que se opone al rol adulto; y supone un conflicto
en las relaciones de jóvenes con las obligaciones escolares que les son impuestas. Este sociólogo inaugura la discusión
sobre la escuela como un espacio donde los sectores juveniles constituyen formas de interactuar en relación con sus pares
y con adultos, además observa en esta interacción una constante tensión entre los roles que los actores juegan.
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B) Perspectiva bio-médico-psicológica: ¿joven o adolescente?
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desarrollo humano” fue un hecho.
Es por ello, que dentro de las políticas públicas configuradas sobre todo en las
décadas de los setentas y ochentas se centraron en pensar la realidad juvenil en función de
“controlar” la inmadurez de las personas jóvenes y bajo los estereotipos que situaban a la
etapa “juventud” con la delincuencia, se crearon políticas públicas relacionadas con el
deporte y la cultura, ya que éstas fueron estrategias más que de intervención, de
“orientación” a jóvenes en su proceso de crecimiento. Pareciera pues que irresponsabilidad,
desde esta perspectiva, es sinónimo de juventud/adolescencia.
Dentro de esta perspectiva se encuentra una vertiente analítica que va a tener un
gran peso en los estudios de juventud: la del ciclo de vida. Lo juvenil se descubrió como una
etapa posterior a la adolescencia y como un producto de la sociedad postindustrial
(Coleman y Torsten, 1989); así, en las teorizaciones hegemónicas sobre lo juvenil,
la categoría transición se volvió el enfoque principal para explicar una condición que, por
definición, sólo era un paso entre la infancia y la adultez. Como bien lo explica Pérez Islas
(2015), el peso se ponía en el ciclo de vida individual, pues esos cambios generaban mayores
transformaciones en la posición social de las personas (Garrido y Requena, 1996); la escuela
tenía un papel importante en el destino de las y los jóvenes, además de ser la productora
de “la cultura juvenil” (Parsons, 1999); de ahí que su estancia en ella fue concebida como
una “moratoria social”, es decir, un espacio temporal que tienen las y los jóvenes para
prepararse, experimentar, conocer, sin tener ninguna responsabilidad de adulto, a la cual
se puede sumar la “moratoria vital” que implica esa sensación de inmortalidad y temeridad,
propia de las edades juveniles (Margulis y Urresti, 1996). En todas estas interpretaciones la
etapa juvenil se concebía prácticamente como un paso, a veces universal, en otras se
asumía la complejidad proveniente del origen social, el sexo, pero finalmente, un ciclo
individual que se cumplía y se convertía en adulto.
La veta productiva del enfoque de curso de vida en América Latina se consolidó hasta
finales de la década de los ochenta del siglo pasado, continuando hasta la fecha su adopción
en varios estudios (por ejemplo, Oddone y Lynch, 2008). La mayor crítica a estos enfoques
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es que otorgan demasiada importancia a los cambios de roles y deja de lado aspectos
relacionados con la autonomía personal, o los eventos que desde los jóvenes son relevantes
y no por su elemento normativo (Mora y De Oliveira, 2009). Sin embargo, gracias al enfoque
de curso de vida desde el cual se empezó a indagar transiciones juveniles, se le dio un giro
al dato estático y se comenzaron a articular los procesos de los sujetos juveniles en función
de cinco momentos clave: la salida de la escuela (por conclusión o por abandono), el primer
empleo (u ocupación), la salida del hogar paterno o de origen, la primera unión y el
nacimiento del primer hijo (Tuirán, 1996; Coubés y Zenteno, 2005).
Estas concepciones han tenido un papel central en la creación de marcos que
estandarizan, por medio de los cuales las personas adultas pueden juzgar qué individuos
son “normales” y qué individuos necesitan algún tipo de intervención para “normalizarlos”.
Por otro lado, y regresando a la discusión de adolescencia, es importante mencionar que
dentro de los estudios juveniles existe un marcado uso indiscriminado de las nociones
de adolescencia y juventud. Es importante recalcar esta discusión en tanto son conceptos
construidos bajo vertientes teóricas y metodológicas diversas, y por lo tanto, la
consideración de los sujetos de estudio bajo uno u otro concepto, nos lleva a investigaciones
diversas de los sujetos jóvenes.
El concepto adolescencia asume como equivalentes las etapas del desarrollo físico-
biológico con las de una identidad social, entendida ésta como un conjunto de rasgos
psíquicos o patrones de comportamiento en correspondencia con características
específicas de edad. Así, se plantea que la adolescencia envuelve un número de tareas de
desarrollo que “deben ser cumplidas apropiadamente” en ciertos momentos del ciclo vital;
de lo contrario los sujetos no podrán convertirse en adultos. Además, su enfoque
individualista observa las cuestiones sociales y de grupo sólo como aspectos secundarios.
Es una visión que deviene de la perspectiva bio-médica-psicológica y que no incluye las
formas socioculturales de la categoría de juventud. Ya trabajaremos más en torno a ello; sin
embargo, por ahora debemos ser enfáticos en la importancia de comprender que la
juventud hace alusión a lo social, mientras que la noción de adolescencia sólo remite a una
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designación biomédica de la categoría.
Un panorama a sumar a la noción de adolescencia, es la consideración de que el
sujeto joven pasa por un período de transición, es decir, lo juvenil tiene sentido en relación
con las condiciones sociales, económicas y políticas que se dieron fugazmente durante la
mitad del siglo XX, y que fueron conocidas como Estado de Bienestar, lo cual generó una
masificación de la escolaridad y emergencia de un mercado ocupacional joven. La categoría
juventud es vista como un proceso de transición hacia la vida adulta, posterga el presente
de los jóvenes por una vida futura adulta y es la otra cara de la denominada moratoria social.
Una versión más de estas teorías, consideradas como teorías del desarrollo, es la
formulación institucional de esquemas normalizadores que funcionan cuando las personas
jóvenes son percibidas como potenciales víctimas de violencia o degradación. La supuesta
impulsividad y violencia juvenil es transformada en un problema de jóvenes que, desde el
siglo XIX, se afronta con la creación de diversas instancias de control, sistemas de justicia y
prisiones específicas determinadas por la edad y la etapa de la juventud.
Para concluir, nos remitimos a las llamadas “teorías de la desviación”, que buscaron
interpretar la delincuencia juvenil como una “patología” susceptible de ser reformada con
rehabilitación individual. Entrado el siglo XX, esta concepción es cuestionada por autores
de la Escuela de Chicago, como George Mead (1999). A diferencia de la concepción de la
delincuencia como patología individual, algunos investigadores dentro de esta perspectiva
atribuyen su origen a los contextos sociales: el delincuente juvenil es visto como víctima de
las situaciones materiales, culturales, psicológicas y/o morales en las que se desarrolla. Por
tanto, la identificación de los sujetos bajo esta perspectiva conlleva a consecuencias
concretas que pueden ser vistas en el diseño de las políticas públicas. Esto es que, las
políticas se diseñan bajo dos opciones de enfoque: el primero de tipo paternalista, ya que
visibiliza al sujeto joven como un ser vulnerable, que está determinado al contexto en el
cual se está desarrollando, mientras que el segundo enfoque va al polo opuesto, pues
identifica a los sujetos jóvenes como rebeldes y peligrosos, tras lo que adopta el castigo
como mecanismo de educación o corrección de los actos que se consideren “fuera de la
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norma”.
Nuestro reto es abordar a lo juvenil en su complejidad; se trata de construir marcos
conceptuales que comprendan la heterogeneidad de las realidades juveniles. Un propósito
es dejar de transitar entre el paternalismo o la criminalización de las juventudes. Tampoco
se busca generar políticas que contrapongan a jóvenes y adultos, sino enmarcar al sujeto
joven en contextos concretos que permitan observar sus condiciones sociales específicas y
sus construcciones simbólicas con las que interactúan diariamente.
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2. Las condiciones estructurales
Se refieren a aquellos contextos que marcan las posibilidades o limitaciones del actuar de
sujetos sociales e individuales. A la vez, estas condiciones son producidas por dichos sujetos
en su interacción con el medio ambiente, es decir, sujetos y condiciones estructurales se
producen mutuamente. Para el caso de los sujetos juveniles, entre las condiciones más
relevantes están: su lugar y fecha de nacimiento (le identifican en un lugar de origen y le
condicionan a un concepto de tiempo y jerarquía: edad), el sexo (desde donde se establecen
las relaciones de género), el estatus económico (que le proporciona el acceso o la
imposibilidad de las propiedades, bienes y servicios), el nivel cultural (que le da acceso o no
a los capitales educativos y simbólicos) y su etnia (que le generan identidades y/o
distancias); por eso se dice que le preceden y, la mayoría de las veces, le suceden. La
importancia de tomar en consideración la situación estructural de las y los jóvenes está en
la existencia de condiciones que delimitan su trayectoria de vida individual y colectiva.
Sin duda, estas diferencias en los contextos de cada individuo y grupo poblacional,
como las condiciones particulares en las que interactúan las y los jóvenes, el entorno que
les rodea y los atributos que poseen son fundamentales de considerar dentro de la
elaboración de políticas de juventud. El contexto social, en general, aporta información del
sujeto (individual y colectivo); las identificaciones juveniles establecen nexos más intensos
de reconocimiento cuando existen mayores similitudes en las condiciones objetivas de vida
y, por ello, las clases sociales tienen un papel importante en estos procesos de
reconocimiento/exclusión. No se pueden minimizar los contextos que configuran las
realidades juveniles ni tampoco se pueden aislar los efectos que éstos tienen en las
experiencias individuales y grupales de la vida cotidiana de las personas jóvenes.
Los referentes con los cuales se construyen las distintas trayectorias de vida juvenil,
a partir de sus experiencias, tienen que ver directamente con el conjunto de condiciones
sociales, económicas, políticas y culturales en las que se desenvuelven.
Es entonces, que la propuesta es que al elaborar una política pública orientada para
un sector juvenil, es fundamental comprender cómo sus condiciones estructurales
(contextos) enmarcan la problemática a abordarse. Entender dicha problemática es
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fundamental para analizar cómo ésta se construye, produce y reproduce entre jóvenes, así
como las posibles acciones a aplicarse para disminuirla. Por ejemplo, es imposible generar
una política pública relacionada con la violencia sin antes comprender cómo se produce la
violencia en determinado contexto.
Sin embargo, para lograr tener una visión más amplia, también es importante
comprender cómo las imágenes culturales se imbrican en la constitución del ser joven.
3. Imágenes culturales.
El término de imágenes culturales, en los estudios alrededor de la juventud, ha sido
estudiado y desarrollado por el antropólogo catalán Carles Feixa (1999), quien lo caracteriza
de la siguiente manera:
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y los resignifican, sino también en la organización activa de estas combinaciones de objetos
con actividades y valores que producen y organizan una identidad de grupo.
Es así que los estudios propuestos sobre los estilos juveniles han permitido ingresar
a los espacios y ámbitos de construcción juvenil de la cultura: territorios creados en los
intersticios de los espacios institucionales (escuela, industrias del entretenimiento, barrio)
y en sus tiempos libres (calle, cine, música, baile y lugares de diversión), en los cuales –a
partir de la socialidad con sus pares y los ámbitos cultural y político– han generado prácticas
específicas que los distinguen como jóvenes y han construido su presencia en la sociedad.
Por ello, es importante que al generar una política pública se tomen en cuenta todos los
elementos que conforman los imaginarios sociales, siempre con el fin de comprender la
realidad desde y para las personas jóvenes. La idea, como lo hemos venido señalando es no
generar estereotipos, estigmatizaciones y/o políticas de exclusión, sino todo lo contrario.
Es entonces, que a continuación abordaremos como las representaciones sociales
son parte de los elementos que conforman la metodología para entender a los sujetos
jóvenes de forma relacional.
4. Representaciones sociales
El uso del término representaciones sociales se basa en las propuestas del psicólogo francés
Serge Moscovici (1979). Sin embargo, esta categoría ha sido desarrollada más
extensamente en las últimas décadas por diversos autores (por ejemplo, Jodelet (1984)).
Hablar de representaciones sociales sobre las juventudes implica indagar en el
conocimiento del sentido común orientado a la práctica, que concierne a la manera en
cómo nosotros, sujetos sociales, aprehendemos los acontecimientos de la vida diaria, las
características de nuestro ambiente, las informaciones que en él circulan, así como a las
personas de nuestro entorno. En ese sentido, las representaciones constituyen
modalidades de pensamiento práctico orientadas hacia la comunicación, la comprensión y
el dominio del entorno social, material e ideal.
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La representación produce un sistema de anticipaciones y expectativas, por lo que
la interacción es determinada por éste; es decir, constituye la realidad a partir de conjuntar
información, experiencia y afectividad. Entre las funciones de las representaciones, se
pueden considerar a las siguientes:
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representaciones, entonces, se pueden gestar en diferentes ámbitos. En el caso de los
jóvenes, abordaremos brevemente tres espacios desde donde pueden surgir: desde las
instituciones, desde los sujetos jóvenes y desde las relaciones intragrupales.
Referencias
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32
UNIDAD 3. CONSTRUCCIÓN DE UN DIAGNÓSTICO
En múltiples ocasiones, las políticas públicas son diseñadas desde un escritorio sin un
conocimiento profunda de la problemática, o bien las instituciones de diseñar estas políticas
cuentan con una “agenda”, que en el mejor de los casos es producto de una visión
preconcebida de la realidad, o en el peor, tienen intereses ajenos y contraproducentes a la
resolución de la problemática. Es por tal razón que la elaboración de un diagnóstico es de
suprema importancia para un diseño congruente de la política pública, pese a esto
lamentablemente no siempre se realiza este proceso inicial, o bien no se le confiere la
importancia adecuada. Asimismo es conveniente situar al diagnóstico como previo a la
formulación de las políticas públicas, es decir como un insumo de ellas.
Bajo este propósito presentamos la unidad 3, la cual incorpora los elementos
conceptuales y metodológicos necesarios para la elaboración de un diagnóstico para un
programa social.
Hemos tomado como guía algunos documentos de entidades gubernamentales para
generar un esquema que denominamos “cédula de proyecto”, la cual está dividida en tres
partes. Al fnalizar este primer curso te solicitaremos que entregues la primera parte como
requisito para la certificación. El resto de la cédula la construiremos en los cursos siguientes.
Consdierando lo anterior, el objetivo principal es: elaborar un diagnóstico que permita
construir un programa social con impacto en la calidad de vida de los y las jóvenes.
Los objetivos específicos son:
Determinar las fuentes de información necesarias para identificar el problema (sus
causas y efectos)
Generar una línea base del problema
Presentar un análisis del contexto en el cual se está desarrollando el problema
identificado
Definir la población objetivo o beneficiaria del programa social
33
Determinar todos los actores involucrados en el programa social y su incidencia en
el desarrollo y gestión del programa
Analizar las causas y efectos del problema identificado
Establecer las estrategias para superar el problema identificado
1.1 . Introducción
En el siglo XXI distintos organismos gubernamentales, nacionales e internacionales, se han
comprometido en concentrar mayores esfuerzos por lograr avances específicos y medibles
en el cumplimiento de derechos sociales esenciales para el desarrollo y fortalecimiento de
la democracia a través de la generación de políticas públicas que precisen con claridad la
participación de la población objetivo de sus programas, pero no sólo como entes pasivos y
receptores sino como sujetos de acción que se fortalecen, y fortalecen la relación gobierno-
sociedad. (ODM, 2015).
34
2. No hay una detección cabal de los actores en los cuales se manifiestan los
efectos, es decir, o bien se detectan sólo subgrupos, pero no el universo de
los mismos; o bien la mirada se encuentra desplazada hacia actores
asociados (un ejemplo de esto lo conforman algunas becas de permanencia
escolar cuyo actor es la madre o el padre y no el joven).
3. Hay fallas en la cuantificación de la población objetivo, ya sea que se
subestime (con lo que los alcances se ven en riesgo) o se sobrestime
(destinando esfuerzos a una problemática mínima), resultando en ambos
casos en problemas de cobertura. Por ejemplo, no se sabe con precisión el
número de afectados por alguna contingencia de seguridad o sanitaria.
4. No existe un ejercicio cabal de identificación tanto de las consecuencias de
las acciones, o bien de los posibles riesgos durante la fase de diseño que
puedan amenazar la implementación de las diferentes políticas.
5. La carencia de un tablero de control (de un proceso evaluativo) construido
mediante diversas métricas hace imposible la cuantificación de los
resultados, y por ende el entendimiento del éxito o fracaso tanto de la
implementación, como de la operación de las políticas. Este tema es vital
pues normalmente se entiende al proceso de evaluación como el último en
realizarse, como veremos más adelante un proceso evaluativo durante todas
las fases de las políticas públicas es más que necesario.
35
Anteriormente se había hablado de un giro hacia lo sectorial por parte de las
políticas públicas, con lo cual queda comprendida dentro de las mismas aquella conocida
como política social, que termina fungiendo como la brújula pues señala la directriz hacia
donde deben encauzarse los esfuerzos. De este modo, la política social puede pensarse
como un conjunto de diversos programas con objetivos en común, que no sólo dan la pauta
de cuáles problemáticas sociales se consideran más relevantes, sino también cuáles deben
ser los enfoques bajo los cuales se deberán atender, así como de los alcances que deberán
considerarse en la génesis de las políticas públicas. Esto no quiere decir que dentro de éstas
no haya peculiaridades, sino que se considera la política social como una serie de programas
que a través de la atención de población diferente y, mediante diversas estrategias de
intervención pretenden enfocarse a un mismo objetivo. Visto de este modo, queda claro
que la política social funge a manera de estrategia, mientras que los programas y proyectos
sociales corresponden a su implementación en justamente ese orden jerárquico, es decir el
proyecto es la última figura en la cual tiene sentido la asignación de recursos específicos,
puesto que sus componentes: los procesos y las actividades sólo pueden concebirse en
conjunto pues son unidades indivisibles y no tienen una traducción específica en el impacto
que se pretende conseguir, a diferencia del proyecto social que aún alcanza a representar
una unidad de la problemática que se pretende combatir.
Esto nos lleva a la necesidad de la definición del concepto de problemática social
para continuar en la discusión:
La manera más sencilla de concebirla es como el camino necesario a recorrer entre
una situación hipotética y deseable socialmente y aquella que corresponde a la realidad.
Dos nociones que permiten tener una mejor concepción de la problemática social son por
un lado su carácter no excluyente, esto quiere decir que la presencia de un problema no
exime la existencia o presencia de otros; y por otro lado lo multicausal, es decir que no debe
entenderse únicamente como consecuencia de la falta de cobertura o de la provisión de un
determinado servicio. Debido a estas dos características se hace imprescindible la
realización de un ejercicio de análisis de la problemática para así poder dimensionarla y
36
entender las causas subyacentes.
37
3.3. Módulos del Diagnóstico
Después de lo anterior, queda manifiesta la importancia de la realización de un
diagnóstico de forma previa al diseño de una política pública, ya que el mismo es una vía
para acercarse a la problemática, a las percepciones de la población y a sus insuficiencias
en el rubro sobre el que nos planteamos actuar mediante algún programa. Asimismo, el
impacto efectivo y el éxito de los resultados se ven positivamente influenciados cuando hay
un buen diagnóstico.
38
De manera general les presentamos los diversos elementos técnico-metodológicos que
deben tomarse en cuenta para el diseño del diagnóstico. Pueden resultar un poco confusos
en un primer abordaje, pero sólo se trata de leer con cuidado lo que se indica, y siempre
que sea necesario recurrir al acompañamiento del asesor (a) con dudas específicas sobre lo
que no se comprenda del proceso.
39
3.3.2. Identificación y descripción del problema social
De manera digamos descendente, una vez que conocemos el marco de la política de
juventud, y la problemática que la compone, pasamos a especificar el problema social que
se identifica específicamente para el programa social. En tanto sea mayor la identificación
de la problemática tendremos mayor claridad para evaluar los resultados (tener
información viable incide en el logro de los objetivos y el alcance de las metas). A su vez,
esto permite la construcción de hipótesis respecto de las causas y las consecuencias. El
proceso debe realizarse a través de cuatro tareas específicas:
40
3.3.3. Objetivos de un programa social (objetivo general y objetivos específicos)
Los objetivos deben tener relación con el problema social identificado, y para identificarlos
se debe construir el árbol de objetivos, que permitirá determinar el objetivo general.
Este esquema permitirá presentar la versión positiva del árbol de problemas. Por
tanto para el objetivo principal se necesita traducir el problema central del árbol de
problemas. Se va a conseguir de esta manera una situación opuesta al árbol de problemas,
y esto permitirá orientar las áreas de intervención que debe plantear el proyecto, que
deben constituir las soluciones reales y factibles de los problemas que le dieron origen
(Cortés, 2014)
41
Plan Nacional de Desarrollo, con los programas sectoriales y objetivos
internacionales aplicables, de esta manera se puede determinar la contribución a
objetivos de prioridades nacionales y de convenciones internacionales como por
ejemplo objetivos del milenio.
42
Fuente. Coeval. Manual para la Construcción de Diagnóstico
Estos cuatro puntos, serían el componente principal para tener las herramientas
necesarias para un diseño sólido de un diagnóstico social.
44
persona afectada, esto puede ser por las capacidades jurídicas, o bien por
la apuesta a un mecanismo de dominó.
6. Las herramientas tanto cuantitativas como cualitativas permiten la
elaboración de análisis que deben ser abordados holísticamente, pero
insistimos, no es recomendable actuar tras una visión aislada y parcial.
Por último, una actitud que es muy recurrente, sobre todo en las temáticas de
juventud, es la creencia de que al plantear determinada problemática, “se está inventando
el hilo negro”, debido fundamentalmente a dos razones:
45
sobre todo actualizar a los miembros de los equipos para que adquieran un compromiso
renovado en un nuevo contexto.
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46
UNIDAD 4. EVALUACIÓN DE POLÍTICAS PÚBLICAS: MEDICIONES, MEJORAS Y
APRENDIZAJES
Es así que esta unidad, está orientada a dar a conocer, en un primer momento, la definición
de la evaluación, su significado y sentido en el proceso de construcción de un proyecto con
fines a programa de política pública. En un segundo momento, se muestra el origen de la
evaluación, en relación a las políticas públicas, así como su desarrollo y sentido tanto en
Estados Unidos como en América Latina. Finalmente, y en un tercer momento, se exploran
algunos tipos de evaluación, así como las metodologías que se utilizan según los fines
establecidos para cada tipo, pero sobre todo se hace especial énfasis a la manera de revisar
la coherencia cuando se elabora el diagnóstico para identificar a la población (en este caso
jóvenes) y el problema social y público a atenderse.
Así, el objetivo principal es dar a conocer la importancia que posee la práctica de evaluar
los programas sociales para su mejora constante.
Los objetivos específicos son:
Dar a conocer algunas definiciones conceptuales alrededor del significado de
evaluación.
Explorar de manera general, y breve, la historia de la práctica de evaluación en las
políticas públicas.
Mostrar los tipos de evaluación en correlación con sus procesos metodológicos.
47
4.1. Introducción
Como bien nos dice Carol Weiss (2015), la evaluación es una práctica cotidiana en nuestra
sociedad, y es que “la gente hace evaluación todo el tiempo”, por ejemplo, al escuchar una
conversación podemos percatarnos de cómo se emiten juicios de valor alrededor de un
acontecimiento; en ese sentido, el proceso y acto de evaluar es parte de nuestra
cotidianeidad. Pero ¿qué sentido y significado adquiere el evaluar en las políticas públicas?,
¿en un programa social?, o de forma más específica ¿En la planeación de un proyecto para
insertarse en un programa social?
Así pues, como sugiere Scrive (1996), los procesos de evaluación son, por un lado,
una práctica antigua que se remonta a situaciones cotidianas en las relaciones sociales;
pero, por otro lado, desde la política pública parte de una forma de profesionalización que
se imbrica con teorías y metodologías del ámbito de las ciencias sociales. Así, la evaluación
como práctica y disciplina, en conjunto con, “sus objetos, sus métodos, sus alcances y
límites forman parte de un debate muy vasto, propio de las disciplinas emergentes y de los
conflictos ineludibles en torno al thelos y al ethos de las ciencias sociales” (Maldonado y
Pérez, 2015: 23-24). Por ello, para ahondar en su importancia, pero también para poder
48
generar una postura crítica en relación a nuestras propias ideas, es vital comprender las
definiciones de evaluación que se encargan de mejorar las políticas públicas.
Es importante entender que para mejorar las formas, metodologías y caminos para que los
programas sociales intervengan de manera positiva en la realidad social, se necesita que
éstos sean constantemente revisados y reflexionados de forma coherente y sistemática. En
ese sentido, la evaluación cobra relevancia, ya que ésta es una disciplina que potencializa
progresos y efectos en lo que respecta a la identificación de problemas sociales y públicos
(desde el inicio de la planeación o el origen de un programa social y no necesariamente en
la implementación).
Es así que Maldonado y Pérez (2015) aseguran que las evaluaciones, sobre todo de
carácter político, cuando logran establecer vínculos y diálogos interinstitucionales entre
organizaciones de carácter gubernamental y la sociedad civil (visibilizando sus problemas
específicos) impulsan fuertes transformaciones estructurales en las dependencias e
instituciones gubernamentales, ya que orientan y ponen en la mesa debates públicos que
dejan evidencias de la importancia de modificar un programa o proyecto social.
49
cuando de presupuesto público se trata, es un asunto muy cercano a este proceso de
revisión; sobre todo en función de la movilidad de recursos públicos. La evaluación, es pues,
una disciplina que contribuye a la legitimidad democrática y de gobernabilidad que rige a
un estado o país (Maldonado y Pérez, 2015, p.22).
Bajo esta visión, es vital comprender que, casi siempre, se entiende que la
evaluación es apreciar, analizar y juzgar resultados e impactos de una intervención con el
fin de mejorar y pensar otras maneras de vivir. Y es que la práctica de la evaluación incluye
actividades técnicas de observación, de medida, y de análisis que se sostiene y se apoya en
una fuerte influencia de las ciencias sociales, pues sus lógicas son fuertemente basadas en
sus procesos metodológicos. De tal modo, de alguna manera la investigación es una
investigación social, tal como la siguiente definición nos dice:
Es pertinente retomar lo que los autores aseguran en torno a la tensión que existe
entre la necesidad de gobernar y la desconfianza hacia los gobernantes, porque no
podemos negar que la evaluación es un mecanismo que permite observar de manera
“pública” y “transparente” las decisiones de quienes están en el poder, pero con una
especial atención a los gastos del presupuesto público, ya que estos -al menos en la utopía
de la evaluación-deben ser utilizados en beneficio de la población y sus principales
problemas.
Así pues, Weiss (2015) nos dice que en la definición que enmarca la
conceptualización de la evaluación es importante tomar en cuenta cinco elementos:
a) La valoración sistemática:
Este proceso pone énfasis en el sistema que indica el carácter de investigación de los
procedimientos que enmarcan una medición. Así pues, en este caso, dicha valoración se
puede apoyar en metodologías cuantitativas o cualitativas, en ese sentido, se apega a los
cánones de formalidad que enmarcar el rigor de las ciencias sociales.
Es importante que una evaluación tenga claro el objetivo que tiene que seguir en torno al
programa o proyecto que se está analizando. Es vital comprender que no el fin de un
proceso evaluativo depende del momento y la vida del programa.
La vida del programa está imbricada con la planeación del mismo, es decir, es necesario que
un programa cuente con un diseño mínimo que permita comprender el problema social al
que se refiere, pero también a la población objetivo y caracterización de los sujetos que
componen a dicha población.
51
Por ejemplo, en el caso de una evaluación de política pública dirigida a sujetos jóvenes, es
necesario que se mantenga una posición crítica alrededor de identificar con las y los jóvenes
que se piensa trabajar, pero sobre todo a sus diversos condicionamientos contextuales que
los definen y significan como sujetos con capacidad de agencia. De esta manera, lo más
importante en este punto es que el programa presente características claras de
instrumentalidad, mismas que dan la pauta de una evaluación que busque responder ¿qué
obtienen las y los beneficiarios de dicho programa? y/o si ¿los componentes que integran
dicho programa son coherentes con el problema público y social que se está buscando
intervenir? Así pues, esto nos indica el siguiente punto.
Una vez recopilados los elementos del programa -al menos los mínimos- la evaluación cobra
un sentido de análisis más profundo en relación a las evidencias que el programa presenta.
En este punto, es necesario medir los resultados e impactos del programa, sobre todo en
función de la realidad contextual (focalizada) que rodea la población con la que se está
trabajando. Este punto es vital para entender los méritos del programa implementado o
diseñado, ya que así es posible medir si las expectativas del mismo fueron muy altas o poco
realistas.
La evaluación tiene como producto final una serie de recomendaciones que le permiten al
programa mejorar su forma de intervención, en ese sentido, ésta contribuye a la mejora del
programa de forma integral (esto dependerá de la vida del programa). Aunado a ello, estas
recomendaciones tienen un producto final correlacionado con el uso de los recursos
públicos con un sentido de mejora en la agenda pública. La transparencia de las
evaluaciones en el nivel político se hace presente en este propósito.
52
aplicar en distintos niveles y dependiendo de las necesidades de programa. Sus objetivos,
son pues adaptables, pero no por ello poco rigurosos.
53
principalmente a temáticas de salud y educación. En este sentido, Weiss (2015) asegura
que, en la década de los años setenta se marca un importante impulso a prácticas de
evaluación –sobre todo de carácter experimental- que tenían como objetivo poner a prueba
programas de políticas públicas novedosas, sobre todo antes de su implementación.
La misma autora, relata como uno de los principales experimentos fue el aplicado a
una política del gobierno americano llamado “Impuesto Negativo de las Renta” (Negative
Incomex Tax); esta política consistía en una especie de transferencia económica focalizada
a familias con pocos o bajos ingresos, la cual se otorgaba mediante el criterio de los ingresos
declarados a la autoridad tributaria. Así el estudio consistió en generar un levantamiento
estadístico que permitiera conocer el impacto en las vidas de quienes recibieron este
insumo. Fue entonces que siguieron a este experimento ejercicios similares alrededor de
políticas que trataban de subsidio para vivienda, seguro médico, desempeño educativo,
entre otros (Weiss, 2015, p.27-29).
55
Así Weiss (2015) nos dice que en América Latina entre los principales retos que
compone la práctica de evaluación están: la configuración de una profesionalización
especializada sobre dicha disciplina, el afianzamiento de un mercado funcional y la
utilización adecuada de los hallazgos de las evaluaciones ya aplicadas en dichos países (p.21-
22). Además, hasta ahora, al menos en México, existe poca participación e involucramiento
en procesos evaluativos por parte de la ciudadanía –asociaciones civiles, por ejemplo-, ya
que en su mayoría quienes manejan y llevan a cabo evaluaciones son instituciones o
instancias de gobierno que su vez, muchas de las veces, responden a necesidades políticas
de los gobiernos en turno.
56
con la evaluación:
La evaluación se constituye así bajo expectativas más allá del mero control y se
convierte en un antecedente fundamental en decisiones como: continuidad, término,
difusión, replicabilidad, pertinencia o relevancia de un proyecto, al proporcionar una mejor
57
comprensión de los resultados y cambios logrados desde una perspectiva más global e
integradora. En ese sentido, existen diferentes tipos de evaluaciones, para los cuales,
también, hay caminos específicos y metodologías acordes a las necesidades de cada una.
En el caso de este curso ahondaremos en dos tipos de evaluaciones: ex ante y ex post.
Es importante tener presente, que no existe un modelo único y universal para llevar
a cabo evaluaciones. Por el contrario, el cúmulo de puntos de partida para realizar una
evaluación resulta tan vasto, que podría parecernos abrumador. Si nos fijamos en un
enfoque metodológico, veremos que podemos optar por las evaluaciones cualitativas y las
evaluaciones cuantitativas y que a su vez estás estarán coordinadas con el enfoque y/o el
tipo de evaluación; la cual, de manera simultánea, responden a objetivos específicos. De
manera general, podemos mencionar una clasificación en torno a las evaluaciones en dos
tipos: evaluación ex ante y evaluación ex post. Y es que el tipo de evaluación, por un lado,
depende del punto de vista del observador; y, por otro lado, de las necesidades del
programa que se esté evaluando.
59
seguimiento del programa y sus maneras de intervención- veremos que éste se relaciona
directamente con la gestión administrativa y consiste en un examen continuo o periódico
que se efectúa durante la instrumentación del programa, en las etapas de inversión y/u
operación. Es importante, tener en cuenta que un monitoreo se realiza con el objeto de
hacer un seguimiento del desarrollo de las actividades del programa, medir los resultados
de su gestión, así como para optimizar sus procesos, a través del aprendizaje que resulta de
los éxitos y fracasos detectados al comparar lo realizado con lo previamente planeado.
Así pues, una evaluación basada, por ejemplo, en un análisis económico tiene que
tener el manejo de datos “duros”, es decir estará siguiendo una perspectiva cuantitativa
que le permitirá conocer datos que permitan reprogramarla si fuera necesario. En cambio,
si una evaluación es de tipo social y se maneja en mayor medida por datos subjetivos,
estamos hablando de una evaluación que desde la perspectiva cualitativa. De esta manera,
la primera acentúa su mirada sobre los costos, mientras la segunda, sobre el logro de los
objetivos de intervención y percepción de los participantes; no obstante, esto también se
puede combinar, para entender al programa de manera integral.
Ahora bien, dada la importancia que tiene el enfoque cuando estamos haciendo una
evaluación, consideramos sumamente necesario desmenuzar un poco más de qué van los
tipos de evaluación que hasta ahora hemos abordados, ya sea que utilicen métodos
cuantitativos, cualitativos, o de manera más integral, ambos.
61
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