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DESARROLLO HISTÓRICO DE LA ACTITUD DE LOS MONARCAS ISRAELITAS Y

JUDÍOS FRENTE A LA PRESENCIA DEL PROFETA

Areópago cristiano

Alexander Dávila Botetano, 1 de octubre de 2018

Los reyes hebreos no siempre trataron de la misma manera a los profetas que Dios
levantaba entre el pueblo. ¿A qué se debía esta variación de reacciones? Resulta obvio que los
verdaderos hombres de Dios jamás comprometieron su mensaje con el fin de agradar al oído
humano. Entonces, ¿a qué se debe que en cierta época hayan existido profetas cortesanos y
que este patrón no haya vuelto a repetirse jamás? ¿Y por qué en dicho período ningún profeta
dirigía sus mensajes hacia el pueblo, cuando más adelante ocurre exactamente lo contrario?
¿A qué factores obedecen estos cambios?

El jesuita español José Luis Sicre ofrece una interesante división 1 del periodo
monárquico en tres etapas:

1) Cercanía física y distanciamiento crítico respecto al monarca. En este momento inicial


de la era monárquica existe una suma reverencia hacia el oficio profético, tal y como podemos
notar en las actitudes de Saúl y David. Hasta este momento, ningún profeta ha sido perseguido
ni asesinado. Según Sicre, los personajes que destacan en este período son Natán y Gad,
aunque resulta evidente que también Samuel hijo de Elcana debería ser incluido aquí, puesto
que no sólo era un vidente cercano a la corte sino también hacía las veces de “juez y […] guía
político-religioso”2.

2) Lejanía física entre el profeta y el rey. Este período coincide con la división del reino entre
Israel y Judá. Nunca más vuelven a existir profetas cortesanos, pues a la postre fueron
reemplazados por consejeros y adivinos paganos especialistas en endulzar el oído al monarca
de turno. En consecuencia, figuras como Ahías silonita o Micaías hijo de Imla aparecían
súbitamente o eran mandados llamar por el rey para declarar la palabra del Señor, mas no
formaban parte de la corte real, a diferencia de Natán y Gad en la etapa anterior.

3) Lejanía progresiva de la corte con el acercamiento cada vez mayor al pueblo.


Finalmente llega el período más oscuro y difícil para un profeta, un tiempo en que ser fiel al
llamamiento divino podía costar la vida. Cuando Esteban preguntó: “¿A cuál de los profetas no
persiguieron vuestros padres?” (Hch. 7:52), definitivamente se refería a este crítico momento
histórico de total apostasía entre los hijos de Jacob. A diferencia de las etapas anteriores, en

1 José Luis Sicre, Profetismo en Israel, págs. 255-257

2 Ángel González Núñez, Profetas, sacerdotes y reyes en el Antiguo Israel, pg. 146
esta puede observarse, no solo una mayor crueldad hacia los profetas, sino también una mayor
interacción de estos con sus compatriotas. Ejemplo de esto es Elías con la viuda de Sarepta y
con el pueblo israelita en el monte Carmelo, Jeremías proclamando juicio en la puerta del
Templo, Juan el bautista predicando en el Jordán, etc.

Con el paso de los siglos, el pueblo del pacto fue perdiendo el temor y respeto a Dios, y,
en consecuencia, también a sus mensajeros. Y así como en la parábola de los labradores
malvados mataron no solo a los siervos del señor de la viña sino también a su hijo, a ese colmo
llegó el pueblo que una vez juró a su Dios lealtad perpetua en el Sinaí y que luego terminaría
siendo desechado.

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