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Manuel Gayol Fernández, en Teoría literaria (1952), por citar un ejemplo clásico, la descripción se

ubica, siguiendo la tradición retórica, dentro de las figuras de pensamiento pintorescas y hace
“una animada y viva pintura de los seres o cosas (...) dando la impresión de que las estamos
viendo” (138, 139). Hace depender de esta figura nueve tipos, entre los cuales se señala a la
narración, como sigue: topografía (descripción de un lugar), cronografía (descripción de una
época), prosopografía (descripción física de persona o animal), etopeya (descripción moral y
psicológica), retrato (descripción física y moral), paralelo (descripción comparada de dos o más
personajes), carácter (descripción de una clase social), crinografía (descripción de un objeto) y, por
último, narración (descripción animada de un suceso).

Para Miriam Álvarez, en Tipos de escritos I: Narración y descripción (1993), cuyo trabajo sigue la
misma dirección trazada por Gayol, la descripción será concebida en los antiguos términos de
“pintura hecha con palabras” (39) y sus tipos se organizan de la siguiente manera, atendiendo, por
una parte, a los contenidos, y, por otra, al modo de presentación de los mismos:

En primer lugar, considerando al objeto descrito, tenemos el retrato físico de un sujeto


(prosopografía); si el retrato es moral (etopeya); seguidamente, la imagen en función de
representación psicológica; luego, el paisaje (topografía); y, por último, agrega un tipo de
descripción poliangular (cinematográfica). En segundo lugar, según la forma de presentación de
los contenidos, tenemos una descripción estática, una variada y dinámica y una que recoge
impresiones sensoriales de un individuo.

Visto de este modo, las funciones de la descripción en el seno del discurso narrativo son las
señaladas por la tradición: ornamento, pausa y dilación. Pero, sobre todo, este tratamiento
conserva el sentido de ekphrasis que le habían atribuido los antiguos, es decir, el carácter de
espectáculo y, al mismo tiempo, de segmento del discurso con un fin independiente de la totalidad
del texto en el que se inserta. Sin embargo, a la luz de estudios teóricos y lingüísticos más actuales,
es posible atribuir otros valores a la descripción, concretamente, cuando ella se incorpora al
discurso narrativo.

En su artículo “Fronteras del relato” (1982), Gérard Genette se pronuncia sobre la oposición
discurso narrativo/discurso descriptivo, aunque admite la imposibilidad de reducir en forma pura
el discurso sobre los acontecimientos a las acciones:

Todo relato comporta, en efecto, aunque íntimamente mezcladas y en proporciones muy


variables, por una parte representaciones de acciones y de acontecimientos que constituyen la
narración propiamente dicha y por otra parte representaciones de objetos o de personajes que
constituyen lo que hoy se llama la descripción. (198)

Es, por tanto, el lugar natural de la expresión del tiempo en la representación, el discurso
narrativo, con lo cual queda asignado al espacio el discurso descriptivo, cuya función es ancilar a la
narración:
La diferencia más significativa sería pues que la narración restituye, en la sucesión temporal de su
discurso, la sucesión igualmente temporal de los acontecimientos, en tanto que la descripción
debe modelar dentro de la sucesión la presentación de objetos simultáneos y yuxtapuestos en el
espacio: el lenguaje narrativo se distinguiría así por una suerte de coincidencia temporal con su
objeto, coincidencia de la que el lenguaje descriptivo estaría por el contrario irremediablemente
privado. (201)

Sin embargo, es posible conceder bajo cierta evidencia una importancia algo mayor al discurso
descriptivo en la narración. Como modalidad básica de la representación, a juicio de este autor, la
descripción, por el tipo de relación lógica que explota, asume la dimensión espacial del objeto del
discurso, al presentar simultáneamente sus propiedades. Es de hacer notar que la diferencia no
está en el objeto de la representación, sino en la manipulación discursiva a la que es sometido el
objeto representado, al privilegiar las relaciones de simultaneidad que lo ajustan a la idea de
espectáculo.

Sin embargo, hasta aquí su argumentación no se aparta de la oposición clásica, ya reseñada por
Genette (1982), que confina el discurso descriptivo, en realidad, a partes del discurso narrativo.
Muestra su prevención a este respecto al hacer notar la equivalencia entre la descripción y la
expansión léxica del sustantivo, lo cual equivaldría a una operación simplificada de la permutación
de toda descripción, a fin de cuentas, por un sustantivo. Para Raúl Dorra, en La narratología hoy
(1989), los límites de la capacidad expresiva de la descripción se desdibujan en el momento en que
la literatura nos ofrece verbos y formas verbales extensas en uso descriptivo, como imagen. En
esos ejemplos la acción es instituida como espectáculo por el discurso, tiene valor descriptivo:

Esto nos permite afirmar que la narración tiene una función descriptiva que, presente siempre,
puede alcanzar en ciertos relatos un grado tal de actividad que, modificando la visión del objeto,
presente la temporalidad como si fuera espacio, sustraiga los hechos del eje de la sucesividad y los
distribuya sobre el de la simultaneidad. Así nos explicamos que una novela pueda describir el
proceso de una pasión, el ascenso y caída de una familia, la vida de un héroe, etcétera. En tales
casos una vida entera, o un período histórico, quedan ofrecidos a la mirada como espectáculo
ideal, es decir como una articulación de transformaciones que integran una totalidad cuyo interés
consiste en que pueden concebirse como totalidad realizada y de extremo a extremo perceptible.
(239)

Como vemos, narratividad anclada discursivamente en el eje espacial, la sucesión temporal


presentada como simultaneidad. Tal es el caso de “La mano junto al muro” (1951/1981), de
Guillermo Meneses, cuento que los invito a leer.

Es caso curioso, puesto que el relato enuncia como tema, justamente, el tiempo. Pero, como
podrán comprobar si se deciden a leerlo, escenificado por estrategias narrativas que lo
espacializan, mediante la organización descriptiva del relato de los acontecimientos y por la
identificación, mediante el discurso, de expresiones, sujetos y propiedades.

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