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EL PREJUICIO YLA PALABRA:

LOS DERECHOS ALA LIBRE EXPRESIÓN Y


ALA NO DISCRIMINACIÓN EN CONTRASTE
JESÚS RODRÍGUEZ ZEPEDA
TERESA GONZÁLEZ LUNA CORVERA
COORDINADORES

SEGOB 1 Wl!!fi..
~ CONSEJO NACIONAL PARA
SECRETARIA DE GOBERNACIÓN J . , ,. PREVENIR LA DISCRIMINACIÓN

ESTEREOTIPO RACISMO EXPRESION


El prejuicio y la palabra:
los derechos a la libre expresión
y a la no discriminación
en contraste

Jesús Rodríguez Zepeda


Teresa González Luna Corvera
Coordinadores

Jesús Rodríguez Zepeda · Gustavo Ariel Kaufman


Article 19 · Juan Antonio Cruz Parcero
Pedro Salazar Ugarte y Mayra Ortiz Ocaña
José Woldenberg · Raúl Trejo Delarbre
Marta Lamas · Amneris Chaparro
Nicolás Alvarado · Luis González Placencia
Darwin Franco Migues y Guillermo Orozco Gómez
Carlos Pérez Vázquez
Coordinadores: Jesús Rodríguez Zepeda y
Teresa González Luna Corvera
Coordinación editorial y diseño:
Génesis Ruiz Cota
Cuidado de la edición:
Armando Rodríguez Briseño

Primera edición: mayo de 2018

© 2018. Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación


Dante 14, col. Anzures,
del. Miguel Hidalgo,
11590, Ciudad de México
www.conapred.org.mx

isbn: 978-607-8418-37-4

Se permite la reproducción total o parcial


del material incluido en esta obra, previa
autorización por escrito de la institución.

Ejemplar gratuito. Prohibida su venta.

Impreso en México. Printed in Mexico


Índice
Introducción
Jesús Rodríguez Zepeda y Teresa González Luna Corvera ..............7

El peso de las palabras: libre expresión, no discriminación


y discursos de odio
Jesús Rodríguez Zepeda .................................................................27

Discurso de odio: los márgenes de la libertad de expresión y la


democracia
Article 19 México y Centroamérica .............................................. 75

La libertad de expresión ilimitada lleva al poder a los autócratas


Gustavo Ariel Kaufman ...............................................................111

Los límites de la libertad de expresión frente a la no discriminación:


una revisión de los criterios de la Suprema Corte en el caso de
conceptos peyorativos
Juan Antonio Cruz Parcero ..........................................................141

Libre expresión, universidad pública y mundo digital: reflexiones a


propósito de los casos de Nicolás Alvarado y Marcelino Perelló
Pedro Salazar Ugarte y Mayra Ortiz Ocaña .................................175

Libertad de expresión y no discriminación


José Woldenberg ...........................................................................203

Cuando el combate a la discriminación es coartada del pensamiento


único. Intolerancias, medios y redes sociodigitales
Raúl Trejo Delarbre ......................................................................227

¿Qué hay en un nombre? Creencias, prejuicios y discriminación


Marta Lamas ................................................................................257

5
Subordinación y silencio: sobre la libertad de
expresión y la igualdad de las mujeres
Amneris Chaparro ........................................................................283

¿Apropiación indebida? Una exploración de los límites


de la apropiación y la resignificación de palabras
tenidas por discriminatorias
Nicolás Alvarado ..........................................................................309

Ni censura, ni derecho al insulto: a propósito del conflicto


(aparente) entre libertad de expresión y no discriminación
Luis González Placencia ..............................................................343

La representación de la otredad en la ficción televisiva mexicana:


entre la discriminación y la inhibición de los derechos ciudadanos
Darwin Franco Migues y Guillermo Orozco Gómez...................379

La iliteracidad democrática mexicana


Carlos Pérez Vázquez ...................................................................409

Semblanza sobre las autoras y autores ..........................................421

6
Introducción
Jesús Rodríguez Zepeda
Teresa González Luna Corvera

En México, el conductor de un programa de opinión en una es-


tación de radio universitaria lanza, frente al azoro de sus conter-
tulios, una larga perorata que banaliza las violaciones sexuales a
mujeres y sostiene que ese tipo de violencia sexual en muchos
casos es disfrutado por las víctimas. La universidad lo despide
por no ajustarse a los valores y principios de la vida universita-
ria. En el mismo país, se repite, cual si fuera un ritual, un grito
colectivo homofóbico en numerosos estadios de futbol para bur-
larse del portero del equipo visitante. Niños y adultos entonan
por igual el insulto colectivo. Algunos comentaristas deportivos,
súbitamente convertidos en semiólogos o lingüistas, dictaminan
que es una expresión vernácula que no tiene implicaciones dis-
criminatorias: “una simple diversión popular, vamos”. Un crítico
cultural se ve obligado a renunciar a su posición al frente de la
televisión de aquella misma universidad por publicar un artículo
periodístico en el que, de forma irónica, se refiere a las canciones
de un ídolo popular apenas muerto como “jotas” y “nacas”. La
agencia antidiscriminatoria del gobierno federal, al hilo de una
amplia indignación expresada en redes sociales, cree necesario
imponer al autor medidas cautelares como no repetir esos dichos,
disculparse por las ofensas y tomar un curso de no discrimina-
ción. Dos periodistas de Puebla se enfrascan en un rifirrafe im-
preso que termina en tribunales: uno escribe y publica contra el
otro expresiones groseras: “puñal”, “maricón”. Al final de las ins-
tancias jurídicas de un juicio por “daño al honor”, un juez consti-
tucional, dispuesto a encaminar la jurisprudencia respecto de los
discursos homofóbicos, categoriza esas palabras, y otras simila-
res, como “conceptos derogativos” y causantes de discriminación:

7
El prejuicio y la palabra

la sentencia de la sala que preside formula una lista de palabras


propias de los discursos de odio. La sentencia, aplaudida por al-
gunos y enfrentada con reserva y hasta críticas por otros, deja de
lado cualquier recuperación seria de los recursos internacionales
para clasificar los discursos de odio. Un año después, la misma
Suprema Corte mexicana publica un criterio sobre discursos de
odio y su diferencia con discursos molestos y hasta ofensivos,
ajustándose ahora sí a esos recursos internacionales. Hasta la fe-
cha, no se sabe qué posición predomina en ese alto tribunal. Una
joven y dinámica “youtuber” lleva ante un juez cívico a un taxista
que la piropea en la calle: “Guapa”. El juez cívico multa al taxis-
ta usando un tipo legal que no corresponde al acto denunciado.
En Puebla, una joven universitaria es secuestrada, violada y ase-
sinada de madrugada por el conductor de un vehículo privado
de alquiler que la debía haber llevado a casa tras divertirse con
amigos. Junto a la amplia indignación que causa esta atrocidad,
en redes sociales se extiende un minoritario pero potente flujo de
mensajes que culpabilizan a la víctima refrendando expresiones
propias del más rancio machismo.
Estos casos, de distintos contextos y con distintos tipos de
actores, tienen un común aire de familia: se emplazan en el com-
plejo encuentro de los procesos de discriminación con el derecho
a la libre expresión. También tienen en común que, unos más que
otros, están ayunos de una interpretación adecuada proveniente
de un discurso público, asumible tanto por las instituciones espe-
cializadas como por la opinión pública de vocación democrática,
sobre los llamados discursos de odio, sobre los límites razonables
(si los hubiera) a la libre expresión y sobre las atribuciones de
las autoridades públicas para intervenir y regular el orden del
discurso.
Ninguno de estos casos equivale, desde luego, al caso Skokie,
acontecido en el pueblo norteamericano del mismo nombre, con
una amplia población judía y con muchos sobrevivientes del Ho-
locausto, donde, en 1977, el Partido Nacional Socialista de Amé-
rica convocó a marchar para reivindicar el supremacismo blanco
y la herencia del nazismo alemán. Es el pueblo cuyo nombre hizo

8
Introducción

famosa esa convocatoria racista por una sentencia de la Suprema


Corte de los Estados Unidos que la validó con el argumento de
que tales expresiones de odio están protegidas por la libertad de
expresión y que no toca al Estado calificar los contenidos de los
discursos conforme a la Primera Enmienda de la Constitución.
No, en efecto, no hay parangón particular entre Skokie y los
casos mexicanos que involucran la tensión entre el principio de
protección a los grupos vulnerados o subalternos y la libertad
de toda persona de expresarse de la manera más libre posible.
No obstante, se tiene en México la experiencia cotidiana de la
circulación de expresiones denigratorias contra grupos discrimi-
nados; se vive en una atmósfera cultural donde están extendi-
dos numerosos prejuicios contra las mujeres, los homosexuales,
las personas con discapacidad y una amplia lista de otros grupos
subalternos; se han mantenido instituciones formales e informa-
les que reproducen y escalan, justificándolos de manera abierta
o tácita, los prejuicios que dan contenido a la discriminación;
existen numerosos medios de comunicación que normalizan y
ensalzan estereotipos raciales, morales, sexuales y religiosos con-
trarios a la irreductible diversidad étnica, moral, sexual, religiosa,
familiar y de capacidades que caracteriza a la sociedad mexicana
y, junto con esto, se registra la necesidad evidente de mantener
una potente libertad de expresión capaz de consolidar los espa-
cios de una razón colectiva que haga deliberativa la vida de los
ciudadanos.
Se puede legítimamente conjeturar que la situación de des-
ventaja que, por razones de discriminación sufre la mayoría de
la población mexicana, está relacionada con un imaginario cul-
tural y lingüístico informado por esos prejuicios y procesos de
estigmatización que son el material simbólico de la desigualdad
de trato. Aun contando con esta identificación de los móviles
culturales y lingüísticos de la discriminación, nuestra reflexión
pública y académica sobre esta relación difícil y compleja entre
el prejuicio y la palabra —para decirlo con los términos que dan
título a nuestra obra— ha sido escasa, poco fecunda y a veces
contradictoria.

9
El prejuicio y la palabra

A remediar esta laguna en una medida apreciable es que se


dedica este volumen. El contraste, la fricción e incluso el conflic-
to entre los derechos humanos de libre expresión y no discrimi-
nación ocupan un lugar de creciente relevancia en la agenda pú-
blica mexicana, aunque se trata de una problemática que no es de
exclusividad nacional. Se trata de una relación difícil de procesar
también en el resto de sociedades democráticas. Existe entre no-
sotros (ciudadanos interesados, académicos, autoridades, orga-
nizaciones civiles, medios de comunicación) un cierto acuerdo
acerca de que es necesario contar con recursos jurídicos, políticos,
conceptuales e institucionales para hacer posible el cumplimien-
to simultáneo y complementario de ambos derechos humanos.
Empero, en esto no existe una solución sencilla; el abordaje de
esta temática exige un escrupuloso debate público y una revisión
intelectual y normativa cuidadosa y desprejuiciada por parte de
todos los que participan en ella.
Quienes participamos en este volumen coincidimos en que
la evidencia de que ciertas formas de expresión reproducen y es-
calan los prejuicios discriminatorios obliga a un Estado demo-
crático a dedicar atención legal e institucional a los riesgos con-
tenidos en esas emisiones discursivas, pero a la vez coincidimos
en que uno de los mayores peligros de esta ruta de acción estatal
consiste en que el celo por una mayor protección a los grupos
discriminados termine por establecer limitaciones exageradas o
contrarias a la propia libertad de expresión. ¿Cuál es el punto
de equilibrio correcto, si es que tal cosa existe? Las sociedades
democráticas han construido diversos modelos legales para pro-
cesar esta problemática, mismos que, en sus extremos, van desde
la más absoluta permisibilidad para los discursos prejuiciosos
y de odio hasta las más rigurosas y limitantes regulaciones y
sanciones estatales frente a ciertas formas de expresión. ¿Cuál
es el modelo que se debe construir en México? Desde distintos
emplazamientos teóricos, disciplinarios, políticos y conceptua-
les se trata de responder a esa pregunta con la obra El prejuicio
y la palabra: los derechos a la libre expresión y la no discriminación
en contraste.

10
Introducción

Los derechos a la libre expresión y a la no discriminación for-


man una pareja necesaria para la construcción de una sociedad
democrática y garantista. Un orden democrático-constitucio-
nal no podría ser considerado completo si en él faltara alguno
de ellos. Pero a la vez son derechos de difícil armonización, no
sólo por provenir, respectivamente, de cada uno de los valores
centrales de la democracia moderna —el sistema moderno de
libertades y las exigencias de nivelación social y eliminación de
asimetrías injustificadas, que son principios no siempre bien
avenidos— sino también porque son titularidades fundamenta-
les que tienden a entrar en tensión cuando se despliegan como
ejercicio práctico en el marco de las instituciones sociales y de
las acciones ciudadanas. Resulta relativamente sencillo postular
concordancia y complementariedad entre ambos derechos en el
horizonte de los discursos normativos. Para ello, basta con afir-
mar, por ejemplo, que el esquema de derechos humanos es siem-
pre progresivo y que un derecho de primera generación como la
libertad de expresión puede ser complementado sin contradic-
ción por un derecho de tercera generación como la igualdad de
trato o no discriminación. Empero, las dificultades y tensiones
aparecen cuando, en el tejido plural de las sociedades de nuestra
época, tratan de llevarse a la práctica o garantizarse ambas titula-
ridades sin que surjan conflictos ni limitaciones recíprocas.
El marco constitucional mexicano, a partir del 10 de junio
de 2011, fecha de la publicación de la llamada reforma consti-
tucional de derechos humanos, plantea a los poderes públicos
la obligación de que las tareas de promover, respetar, proteger y
garantizar los derechos humanos se hagan conforme a los crite-
rios de universalidad, interdependencia, indivisibilidad y progre-
sividad. Este mandato, proveniente del derecho internacional de
los derechos humanos, exige no sacrificar o limitar de manera
significativa un derecho cuando se procura la afirmación de otro
o de todos los demás. Por ello, expresa el ideal de complementa-
riedad y recíproco escalamiento de los derechos, un ideal capaz
de dar lugar a lo que Samuel Moyn ha denominado “la última
utopía”. En efecto, el marco del problema que planteamos es el

11
El prejuicio y la palabra

de esa idea regulativa reciente y contingente, pero que da orien-


tación a las sociedades abiertas de nuestra época: la utopía de los
derechos humanos.
La difícil aunque necesaria relación entre los derechos a la
libre expresión y a la no discriminación, si bien está cada vez
más presente en nuestro debate público, ha sido a la vez objeto
de muchas confusiones e incluso de abusos ideológicos. Por ello,
puede sostenerse que es una genuina necesidad democrática que
nuestros sujetos públicos —de quienes son gobernantes a las or-
ganizaciones de la sociedad civil y de quienes legislan a los par-
tidos políticos— así como la ciudadanía en su conjunto tengan a
su disposición una serie de argumentos acerca de las posibilida-
des de equilibrar estos dos derechos fundamentales.
Puede decirse que en México tanto el discurso político como
el desarrollo jurídico de los potenciales efectos discriminatorios
de la libre expresión se encuentran en una fase temprana de argu-
mentación. Acaso esta novedad, es decir, este muy reciente arribo
de nuestra opinión pública, del debate político y de los estudios
académicos a la discusión de la relación entre la libre expresión y
los denominados discursos de odio, sea una de las razones de la au-
sencia de parámetros claros en el ámbito público para que las insti-
tuciones del Estado mexicano y los propios sujetos de la opinión
pública procesen los conflictos que provienen de ese encuentro.
Empero, es notorio que esta ausencia de claridad discursiva y
conceptual deriva también de la enorme complejidad que plan-
tea en cualquier sociedad democrática la intersección de tales
derechos fundamentales. Aunque en México se cuenta ya con ar-
gumentos de interpretación constitucional de la Suprema Corte
de Justicia de la Nación (scjn) respecto de la inaceptabilidad de
ciertas formas de discurso, en particular los insultos o denuestos
de contenido homofóbico, estos argumentos no parecen haber
proporcionado un marco confiable y estable para la construcción
de un modelo persuasivo acerca de cómo deben enfrentarse las
expresiones presuntamente discriminatorias.
Hoy en día, en cualquier latitud en que se hagan, las restric-
ciones o límites constitucionales y, en consecuencia, legales, a los

12
Introducción

discursos de odio deben ser discutidos y decididos en el contexto


de dos poderosos marcos de interpretación. Uno, relativo a la
experiencia interpretativa de la Suprema Corte de Justicia de los
Estados Unidos de las cinco últimas décadas, que ha otorgado
una prioridad excepcional a la libertad de expresión y ha inter-
pretado, por ello, la Primera Enmienda de su constitución como
una autorización para la emisión de todo tipo de expresiones,
incluidos los discursos de odio. El otro modelo interpretativo,
propio del constitucionalismo europeo (que integra distintos
modelos de interpretación constitucional, desde los nacionales
hasta el comunitario), parte de, al menos, dos supuestos básicos:
uno, que la libertad de expresión debe protegerse conforme a un
equilibrio ponderado con otros derechos fundamentales y con
otros valores públicos, y que existe una suerte de continuidad
entre la emisión del discurso y las conductas y “pasos al acto” en
materia de daño a derechos, por lo que la limitación al discurso
significa, de manera directa, una forma de protección de esos de-
rechos fundamentales. En ninguno de los dos marcos se niega la
importancia y peso de la libertad de expresión, pero su diferente
definición y las diversas valoraciones de las consecuencias de su
ejercicio conducen a principios legales y a políticas igualmente
diferentes.
Aunque en México no se cuenta con una definición pública
clara sobre qué ruta constitucional debe seguirse a este propósito,
no se carece de antecedentes ni orientaciones. Con prudencia y
matices, puede decirse que el modelo mexicano de interpretación
respecto de los límites constitucionales a la libre expresión, más
allá del consabido “daño a terceros y los ataques a la moral y las
buenas costumbres” (que llegó a ser la forma canónica de tales
límites), muestra ya cierta orientación sobre la manera de hacer
viable el equilibrio entre derechos fundamentales y, por ello, se
acerca más al modelo europeo que al norteamericano. Por ejem-
plo, el modelo de libre expresión de la legislación electoral per-
mite a los poderes públicos limitar o prohibir las expresiones que
atentan contra bienes públicos de primer orden (derechos fun-
damentales, paz social, orden público), o bien impedir la compra

13
El prejuicio y la palabra

de propaganda electoral a particulares porque ésta puede dañar el


principio de equidad de la competencia electoral. La propia corte
mexicana ha ofrecido ya una conceptualización del discurso de
odio y lo ha distinguido de las expresiones en las que se mani-
fiesta un rechazo hacia ciertas personas o grupos. En el contexto
de nuestro interés, los argumentos de la corte mexicana de que
los insultos deben considerarse como precursores de discrimina-
ción parecen avalar la existencia de esta “orientación europea”.
También debe decirse que tanto las resoluciones de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos como las sentencias de la
Corte Interamericana de Derechos Humanos, ambas preceptivas
para nuestro país, han interpretado la tensión entre libre expre-
sión y protección contra la discriminación en términos similares,
es decir, como un tema de ponderación y no de interpretaciones
extremas.

***
Los artículos que integran la obra El prejuicio y la palabra: los
derechos a la libre expresión y a la no discriminación en contraste se
presentan de la manera siguiente:
El primer artículo, a cargo de Jesús Rodríguez Zepeda, se
titula “El peso de las palabras: libre expresión, no discriminación
y discursos de odio”. En éste, se busca acreditar una respuesta
intelectual de largo aliento, propia de la filosofía política, para el
dilema que plantea el encuentro, no siempre pacífico, entre los
derechos humanos de libre expresión y no discriminación. Su
desarrollo central reside en la exploración de la conflictividad que
esta relación genera en la conceptualización de los llamados dis-
cursos de odio. Esta categoría límite, con sus contenidos extremos
y vinculados al prejuicio y los procesos de estigmatización, con-
centra buena parte de la discusión contemporánea acerca de cuál
debe ser el modelo regulativo para que una sociedad democrática
trate con los argumentos denigrantes y agresivos dirigidos contra
grupos históricamente subalternos y a los que se puede suponer
como detonantes simbólicos de actos contra los derechos y crí-

14
Introducción

menes de odio. Se parte de una revisión crítica de las tradiciones


y argumentos constitucionales norteamericanos y europeos para
perfilar una crítica de la experiencia interpretativa constitucio-
nal en México. Como corolario, se esboza una justificación de
una idea de razón pública, de inspiración rawlsiana, que, por una
parte, perfila las obligaciones discursivas de los sujetos del po-
der y, por otra, avizora el amplio sistema de protección que debe
crearse en derredor de los grupos especialmente protegidos en su
libre ejercicio de la libertad de expresión. Este texto aconseja una
postura de integridad ética y política sobre los discursos de odio:
no deberían ser tratados, ni narrativa ni jurídicamente, de forma
ligera o superficial.
En el segundo artículo, titulado “Discurso de odio: los már-
genes de la libertad de expresión y la democracia”, presentado
por Artículo 19 México y Centroamérica (y cuyo bosquejo en la
presentación pública en el Foro Rindis 2017 estuvo a cargo de su
representante regional, Ana Cristina Ruelas), se provee una guía
para identificar el “discurso de odio” y la forma de enfrentarlo,
a la vez que se protege la libertad de expresión y el derecho a la
igualdad. Es un texto que se encarga de recordarnos el peso que
los relevantes Principios de Candem, resultantes de una convo-
catoria plural de Artículo 19 y que han sido reivindicados incluso
por las Naciones Unidas, deben tener en la tarea de enfrentar los
discursos de odio. El texto se concentra en dar respuesta a tres
preguntas claves: ¿Cómo identificamos el “discurso de odio” que
puede restringirse y cómo distinguirlo del discurso protegido?
¿Qué medidas positivas pueden adoptar los Estados y demás ac-
tores sociales para contrarrestar el “discurso de odio”? ¿Qué tipos
de “discurso de odio” deberían estar prohibidos por los Estados
y bajo qué circunstancias? Asimismo, se presentan dos casos re-
lacionados con el contexto mexicano en el que, desde la pers-
pectiva de Article 19, el “discurso de odio” ha sido pretexto para
censurar y limitar el debate de interés público.
En tercer lugar, se presenta “La libertad de expresión ilimi-
tada lleva al poder a los autócratas”, de Gustavo Ariel Kaufman.
Aquí, el autor parte de la premisa de que en una democracia cons-

15
El prejuicio y la palabra

titucional la libertad de expresión tiene como función y destino


desafiar al poder; empero, dicha libertad también constituye un
ejercicio del poder y, como todo poder, su ejercicio abusivo puede
generar daños indeseados. El autor inicia explicando cómo es
que quienes tienen el poder en una sociedad son capaces de crear
marcos de racionalidad dominantes (realidades sociológicas), los
cuales guían a los individuos para tomar decisiones. Después, el
autor explica la existencia de dos tipos de marcos: uno, cuando
un individuo se encuentra en desfasaje con el marco de racionali-
dad dominante, ese individuo sostiene un marco de racionalidad
divergente; dos, cuando un grupo o un individuo rechaza frontal-
mente el marco de racionalidad dominante y busca reemplazarlo
por todos los medios por otro marco de racionalidad alternativo,
ese grupo o individuo propone un marco de racionalidad insur-
gente. El autor explica por qué cuando el poder, democrático o
autocrático, se siente amenazado por los marcos de racionalidad
insurgentes, es capaz de utilizar todos los instrumentos a su al-
cance para neutralizarlos, incluyendo el uso de la violencia. Para
Kaufman, el marco de racionalidad democrático alberga a todos
y los protege bajo un supuesto: es preferible expresarse libremen-
te que ser violento. A partir de esta base teórica el autor examina
cómo es posible defender la libertad de expresión a la vez que nos
ocupamos de todos los miembros de la sociedad y reexaminar a
la libertad de expresión para darle otro fundamento y contenido.
En la cuarta colaboración, “Los límites de la libertad de ex-
presión frente a la no discriminación: una revisión de los criterios
de la Suprema Corte en el caso de conceptos peyorativos”, de
Juan Antonio Cruz Parcero, se analiza la polémica resolución
de la Primera Sala de la scjn en el amparo directo en revisión
2806/2012 conocido como “conceptos peyorativos”. El caso ver-
sa sobre el uso de expresiones que se consideraron homófobas y
discriminatorias en el contexto de una confrontación entre pe-
riodistas. Este caso generó muchos debates sobre si la Suprema
Corte se excedió al haber resuelto que las expresiones “maricón”
y “puñal”, tal y como fueron usadas por un director de un medio
de comunicación, fueron discriminatorias. Más allá de si fue co-

16
Introducción

rrecta o no la decisión, el artículo evalúa el modo en que la Pri-


mera Sala aprovechó la oportunidad para desarrollar su doctrina
sobre la libertad de expresión y precisar ahora los límites de este
derecho frente al derecho a no ser discriminado, particularmente
por motivos de tener alguna preferencia sexual no heterosexual.
En el quinto estudio, “Libre expresión, universidad pública
y mundo digital: reflexiones a propósito de los casos de Nico-
lás Alvarado y Marcelino Perelló”, escrito al alimón por Pedro
Salazar Ugarte y Mayra Ortiz Ocaña, se examinan las posibles
colisiones de los derechos a la libertad de expresión y no discri-
minación en los casos de Nicolás Alvarado y Marcelino Perelló,
cuando ambos eran funcionarios de la Universidad Nacional Au-
tónoma de México. Los casos son analizados bajo una metodo-
logía propuesta por los autores para analizar casos de conflicto
entre la libertad de expresión y el derecho a la no discriminación
en su vertiente estructural. Para lograr el objetivo, se exponen los
hechos de los casos señalados. Posteriormente se tratan ciertas
nociones fundamentales de los derechos que se encuentran en
conflicto: la libertad de expresión, el derecho a la no discrimi-
nación y, además, la libertad académica (por el contexto y los
sujetos que emitieron las expresiones). Acto seguido, se expone la
metodología propuesta y, por último, ambos casos son evaluados
por separado.
En la sexta colaboración, “Libertad de expresión y no dis-
criminación”, de José Woldenberg, se analiza una serie de epi-
sodios históricos en relación con la libertad de expresión y la
discriminación en México. El autor inicia con una revisión del
reforzamiento de estereotipos a través del cine estadounidense
de principios del siglo xx. Las películas de aquella época encasi-
llaron a los mexicanos en papeles negativos (bandidos, ladrones,
estafadores, etc.); al respecto, el autor revisa qué opiniones suscitó
en Estados Unidos esta visión de los mexicanos y cuáles fueron
algunas de las reacciones en México antes tales personificaciones
en pantalla. Posteriormente, examina los avances que han teni-
do los medios de comunicación respecto a la libertad de expre-
sión en el país, haciendo un recuento de los temas “prohibidos”

17
El prejuicio y la palabra

(censurados) en la prensa mexicana a mediados del siglo pasado y


cómo paulatinamente las opiniones auténticamente críticas pu-
dieron aflorar en los medios de comunicación. Después, el autor
argumenta sobre la importancia del espacio público y la defensa
de la libertad de expresión frente al autoritarismo. Se ofrece una
reflexión sobre cuáles son las funciones sociales de los medios de
comunicación: ¿Qué actitudes o valores deberían promover? En
el sexto apartado, Woldenberg revisa el caso de Miguel Sacal,
empresario textil, quien cobró fama a partir de un video en el que
se le exhibió golpeando a uno de sus empleados. Se analiza lo que
revelan sobre la sociedad mexicana las expresiones usadas por
el empresario y, también, las de la opinión pública, de carácter
antisemita, alrededor del suceso; asimismo, se analiza qué formas
de dominio son las que busca perpetuar la discriminación. Final-
mente, el autor, en los últimos tres apartados, ofrece tres maneras
de combatir la discriminación: la ética, el derecho de réplica y el
ámbito jurídico.
El séptimo artículo, escrito por Raúl Trejo Delarbre, se titula
“Cuando el combate a la discriminación es coartada del pensa-
miento único. Intolerancias, medios y redes sociodigitales”. En
este estudio se examinan con rigor dos casos recientes que ejem-
plifican el riesgo de juzgar comportamientos presuntamente into-
lerantes sin tomar en cuenta el derecho a la expresión en el espa-
cio público. El más relevante de ellos fue el dictamen de medidas
precautorias (que contenía sanciones muy severas como la no
repetición de los juicios emitidos, la expresión de disculpas a los
ofendidos o la reeducación del supuesto discriminador mediante
cursos de no discriminación) que el Consejo Nacional para Preve-
nir la Discriminación (Conapred) impuso a Nicolás Alvarado por
un artículo en el diario Milenio que, además, dejó a ese escritor sin
el cargo que ejercía en la Universidad Nacional. El caso Alvarado
es analizado en cinco vertientes a partir de opiniones publicadas
en la prensa: el derecho de quienes son funcionarios públicos a
manifestar opiniones propias, las restricciones a la libertad de ex-
presión, las medidas que tomó el Conapred, la influencia de las
redes sociodigitales y la pertinencia de privilegiar el debate pú-

18
Introducción

blico evitando cualquier censura y a partir del reconocimiento de


que, antes que nada, a las ideas se les enfrenta con ideas.
“¿Qué hay en un nombre? Creencias, prejuicios y discrimina-
ción”, de Marta Lamas, es el octavo estudio presentado. En éste
se explora el dilema de las palabras que nombran a las mujeres
que se dedican al comercio sexual. En la primera parte se reme-
mora cómo en una época se las llamó alegres o alegradoras, y la
autora reflexiona sobre el uso actual de los términos puta y prosti-
tuta, además de calificativos como mujeres en situación de prostitu-
ción y víctimas. En la segunda parte se analiza el comercio sexual
como un mercado al que recurren cientos de miles de mujeres en
México. Ante esa realidad laboral, la autora hace una revisión de
las creencias de la doble moral sexual sobre quienes se dedican a
intercambiar servicios sexuales por dinero y retoma una reflexión
psicoanalítica sobre la transformación de las creencias en prejui-
cios para enmarcar la impunidad e invisibilización de los clientes
que compran sus servicios. Por último, en la tercera sección se
explora el uso —y el rechazo— relativos al lenguaje políticamen-
te correcto que habla de trabajadora sexual. Las palabras moldean
e impactan la subjetividad, pero ¿sustituir el apelativo tradicional
de prostituta por el de trabajadora sexual tiene un efecto antidis-
criminatorio o es sólo usar un eufemismo? Prohibir el uso de la
palabra puta ¿atenta contra la libertad de expresión? ¿Cuál es el
sentido de impulsar el uso del término “políticamente correcto”
de trabajadora sexual?
El noveno artículo, “Subordinación y silencio: sobre la liber-
tad de expresión y la igualdad de las mujeres”, de Amneris Cha-
parro, parte del argumento de que la desigualdad de género es
una condición estructural que permea todas las dimensiones de
la vida social y dicta la forma en que se articulan las asimetrías de
poder entre hombres y mujeres. Argumenta que, frente a esto, el
feminismo ha desarrollado herramientas conceptuales que bus-
can demostrar la manera en que ciertas expresiones y discursos
discriminan a las mujeres como grupo social. En este contexto,
el caso de la pornografía resulta paradigmático. Mientras que la
postura más liberal sostiene que la pornografía es una forma de

19
El prejuicio y la palabra

expresión como cualquiera otra y debe ser protegida por la ley, la


postura del feminismo anti-pornografía argumenta que éste es
un acto de habla que subordina y silencia a las mujeres y ame-
rita prohibición o restricciones concretas. Este artículo muestra
cómo ciertas expresiones constituyen en sí mismas formas de
subordinación y silencio que abonan a la perpetuación de la des-
igualdad de género en sociedades democráticas liberales contem-
poráneas. Estos actos de habla suponen retos importantes para
el debate sobre el derecho a la libertad de expresión y el derecho
a la igualdad.
El décimo artículo, “¿Apropiación indebida? Una explo-
ración de los límites de la apropiación y la resignificación de
palabras tenidas por discriminatorias”, lo debemos a Nicolás
Alvarado. En éste, el autor explora las coordenadas culturales,
morales y políticas del ejercicio de apropiación y resignificación
de palabras tenidas por discriminatorias hacia grupos sociales
vulnerados. El autor toma ese punto de partida para estudiar
también su uso por parte de terceros que, ante la producción
de nuevos significados para viejos significantes, las emplean en
tanto nuevas categorías antropológicas, ajenas al discurso de
odio y útiles al trabajo de análisis cultural. A partir de autores
como Saussure, Peirce, Butler y Kennedy, busca hacer un análi-
sis histórico tanto del comportamiento polisémico que observan
ciertas palabras, observable desde un análisis diacrónico, como
de esa estrategia de reapropiación del lenguaje por parte de los
grupos vulnerados. También establece las coordenadas del de-
bate jurídico, moral y político sobre el derecho a su uso por parte
de actores a priori ajenos a esos grupos y sobre la posibilidad
de caracterizar éste como discurso de odio o no, con base en
trabajos teóricos sobre la construcción de la identidad como los
de Butler y Kosofsky Sedgwick. Asimismo, aborda como caso
de estudio en primera persona la polémica desatada por la pu-
blicación de un texto —“No me gusta Juanga (lo que le viene
huango)”— en el que el propio autor ejerciera esa reapropiación
de términos tenidos por discriminatorios y las consecuencias de
ésta tanto en términos institucionales como para el debate pú-

20
Introducción

blico. En suma, el ensayo plantea la pregunta de si deben existir


palabras prohibidas y de si deben serlo para todas las personas
o sólo para algunas, desde una perspectiva interdisciplinaria que
pasa por la antropología cultural, la semiótica, el análisis litera-
rio y la teoría jurídica.
Undécimo en la lista, Luis González Placencia presenta el ar-
tículo “Ni censura, ni derecho al insulto: a propósito del conflicto
(aparente) entre libertad de expresión y no discriminación”. En
éste se problematiza la idea de que dos derechos fundamentales
pueden entrar en conflicto y que, por tanto, debe necesariamente
elegirse el que tenga más peso moral, histórico o jurídico. El in-
terés del autor es demostrar que, cuando se plantea un aparente
conflicto de derechos, en realidad lo que hay son situaciones mal
problematizadas en las que invoca de modo ilegítimo un derecho
para menoscabar otro que posee legitimidad. Para el desarrollo
del tema, el autor recurre a ejemplos que han alimentado polé-
micas recientes en las que, aparentemente, derechos relacionados
con la libertad de expresión entran en conflicto con derechos
relacionados con la no discriminación. Para enmarcar la discu-
sión, muestra las tensiones que en la actual sociedad neoliberal
aparecen entre libertad e igualdad y que denotan las que presu-
miblemente existirían entre libertad de expresión y no discrimi-
nación. Se plantea este contexto como un problema que requiere
de Estado, pero de uno centrado en una idea tal de los derechos
que éstos sirvan para armonizar las expectativas de protección de
la dignidad humana. Enseguida se presenta un conjunto de pre-
misas extraídas del constitucionalismo garantista de Luigi Fe-
rrajoli, las cuales, considera el autor, son una guía metodológica
para disolver aparentes conflictos de derechos. Posteriormente,
se comentan los casos referidos y de su análisis el autor extrae
elementos que, al reposicionar los derechos en aparente contra-
dicción al interior de los conflictos, develan qué derechos son los
que en realidad están en juego y cómo es que no sólo no hay con-
flicto entre ellos, sino más bien límites que dibujan su ámbito de
aplicación en una lógica de complementariedad. Finalmente, a la
luz de los casos planteados, se ofrece una reflexión del espectro

21
El prejuicio y la palabra

de protección de varios derechos y libertades de cara al derecho


a la no discriminación.
El duodécimo estudio se titula “La representación de la otre-
dad en la ficción televisiva mexicana: entre la discriminación y
la inhibición de los derechos ciudadanos”, a cargo de Darwin
Franco Migues y Guillermo Orozco Gómez. Se trata de un ilu-
minador estudio de caso, en el marco de la teoría crítica de la
comunicación, que hace patente el peso de los prejuicios y otros
materiales culturales en la discursividad televisiva mexicana re-
ferida a los grupos subordinados. El estudio hace un recorrido
sucinto por la manera en que la ficción televisiva mexicana, es-
pecíficamente las telenovelas, han creado etiquetas y discursos
discriminatorios alrededor de dichas representaciones que, en
diversos momentos, son alimentadas por discursos que se em-
plean no sólo para la estigmatización de ciertos sectores sociales
sino también para la inhibición de derechos ciudadanos. Utiliza
como ejemplo paradigmático de análisis la serie titulada La Rosa
de Guadalupe, de gran éxito comercial y poderoso impacto cul-
tural. Como conclusión del artículo, los autores proponen una
iniciativa para la inclusión de advertencias, condicionadas por la
autoridad pública, que alerten a las audiencias sobre los conteni-
dos discriminatorios que pueden estar contenidos dentro de los
programas ficcionales.
El libro se cierra con un ensayo histórico-crítico y jurídico:
“La iliteracidad democrática mexicana”, de Carlos Pérez Váz-
quez. Este autor hace una revisión histórica de algunos textos
representativos del constitucionalismo mexicano, en los cuales
se muestra el carácter conservador y discriminatorio plasmado
en ellos y que inhibieron la promulgación de un derecho que
garantizara de manera auténtica la libertad de expresión. Hace
hincapié en los aspectos culturales que frenaron el desarrollo de
la libertad de expresión en siglos anteriores; especialmente, se
analiza la manera en que la religión católica ha frenado el avance
de la cultura democrática. Posteriormente, el autor explica cómo
la iliteracidad tradicional de las instituciones mexicanas y de las
personas que se enfrentan a ella ha estado marcada por una cul-

22
Introducción

tura cerrada a la discusión y a la réplica, esto es, por una tradición


abiertamente antidemocrática.

***

Este volumen colectivo es el resultado de un proyecto de in-


vestigación desarrollado por invitación y a instancias de la Red
de Investigación sobre Discriminación (Rindis). Teresa Gonzá-
lez Luna y Jesús Rodríguez Zepeda, coordinadores nacionales
de la Rindis y partícipes de la Cátedra unesco Igualdad y No
Discriminación, invitamos a un grupo muy destacado de espe-
cialistas a investigar, deliberar y escribir sobre al nudo problemá-
tico que forman la libre expresión y la no discriminación y sobre
temas que se cruzan con esta discusión.
Este proyecto de investigación a varias voces tuvo su primera
expresión pública en el Foro Rindis 2017, Libertad de expresión
y no discriminación: extraños compañeros de cama, que se rea-
lizó los días 25 y 26 de mayo de 2017, teniendo como sede el
Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional
Autónoma de México (unam). Allí, con la asistencia e interven-
ciones de estudiantes universitarios, académicas y académicos,
ciudadanas y ciudadanos, representantes de grupos civiles y de
instituciones garantes del derecho a la no discriminación como
el Conapred, el Consejo para Prevenir la Discriminación de la
Ciudad de México (Copred) y la Comisión Nacional de los De-
rechos Humanos (cndh), se revisaron y pulieron los argumentos
que se encuentran en este libro. Los avances de investigación que
se discutieron en esas sesiones fueron madurados y desarrollados
para dar lugar a los artículos que ahora integran El prejuicio y la
palabra. Tras una preceptiva evaluación académica y una ordena-
ción temática que va de los tratamientos más teóricos al análisis
de casos y temas específicos, estos artículos de investigación dan
contenido al libro que ahora ve la luz pública. Debe destacarse
que en los Foros Rindis no se presentan, propiamente, ponencias,
sino avances de investigación puestos a la discusión de colegas

23
El prejuicio y la palabra

y de otras opiniones calificadas. Esta discusión sirve para ali-


mentar las versiones finales de los estudios de investigación que
constituyen el contenido de la obra publicada.
Quienes coordinamos el libro y somos responsables del pro-
yecto de investigación debemos expresar algunos agradecimientos
y reconocimientos imprescindibles. En primer lugar, al Consejo
Nacional para Prevenir la Discriminación, presidido por Alexan-
dra Hass, con quien se discutió la propuesta desde el origen y de
quien se obtuvo un apoyo claro y constante para el proyecto. Este
apoyo no sólo fue notable en la celebración del Foro Rindis 2017,
sino también en la publicación de la obra, que aparece con el sello
del Conapred. Debemos agradecer, al menos, a Mónica Lizaola
y Patricia Montes del Conapred, quienes operaron, respectiva-
mente, el foro y el proyecto editorial con generosidad y mucho
profesionalismo. El reconocimiento al Conapred tiene un matiz
que no debe dejarse oculto: en varios de los artículos publicados
se encontrarán evaluaciones muy críticas acerca de la acción ins-
titucional del Conapred respecto de un particular y muy sonado
caso de conflicto entre los derechos estudiados. Debe decirse que
no hubo ninguna restricción ni objeción del Conapred a estos
tratamientos ni en el Foro ni en la obra impresa. Desde luego,
es obligación legal del Conapred promover investigación y di-
fusión del conocimiento crítico sobre la discriminación, pero es
destacable que lo haga en un caso del que no sale bien librado y
que le exige un aprendizaje institucional. Por otra parte, quien se
acerca a los temas de discriminación, debe estar al tanto de que
el Conapred ha generado el fondo editorial más amplio y a la vez
el de mayor especialización en México y Latinoamérica sobre
temas de discriminación. Por ello, comporta un alto valor el que
nuestra obra sea publicada por esta institución.
Otro amplio reconocimiento debe hacerse al Instituto de In-
vestigaciones Jurídicas de la unam. Su director, Pedro Salazar
Ugarte, no sólo es un especialista en el tema de la obra (de hecho
publicó en 2008, junto con Rodrigo Gutiérrez, una obra pionera
titulada El derecho a la libertad de expresión frente al derecho a la no
discriminación) y por ello fue un autor obligado para este proyecto

24
Introducción

colectivo, sino también facilitó y auspició el Foro Rindis 2007.


Por ello, el proyecto contó con el privilegio de que su segmento
de discusión pública de las investigaciones se llevara a cabo en
uno de los espacios académicos más prestigiados del país. Pero no
sólo eso, el Instituto de Investigaciones Jurídicas es la instancia
coeditora de esta obra, por lo que su sello agrega crédito acadé-
mico y editorial a los materiales que aquí se publican. Un agrade-
cimiento especial debe hacerse a Raúl Márquez, responsable del
área editorial del Instituto, quien ha puesto su experiencia y dina-
mismo al servicio de la rápida y eficiente publicación de la obra.
Un apoyo muy significativo para el proyecto provino de la
Cátedra unesco Igualdad y No Discriminación, apoyada por la
Universidad de Guadalajara y el Conapred. Gracias a su apoyo
se pudo contar con la tarea de coordinación de la obra de Teresa
González Luna y con la participación de los académicos de la
Universidad de Guadalajara que colaboran en el volumen.
Particularmente, va un agradecimiento profundo al Mtro.
Víctor Irving Ayala Cuevas, quien funge como ayudante de in-
vestigación de Jesús Rodríguez Zepeda en el Sistema Nacional
de Investigadores. Tuvo a su cargo buena parte de la organiza-
ción del Foro y, sobre todo, organizó, homologó y preparó los
artículos de investigación y demás materiales editoriales para su
envío a las instituciones editoras.
No debe cerrarse esta introducción sin agradecer a las y los
expertos que participaron en el proyecto. Lo hicieron de manera
diligente, discutieron sus posiciones con sólidos argumentos y
entregaron trabajos de investigación de alta calidad. Tenemos la
confianza en que sus aportes puedan ensanchar esta ruta intelec-
tual que es esencial para la construcción de una sociedad abierta
y de derechos en México.

25
El peso de las palabras:
libre expresión, no
discriminación y
discursos de odio
Jesús Rodríguez Zepeda

Nota introductoria

El texto que sigue es un intento de formular un argumento fi-


losófico-político capaz de acreditar una respuesta intelectual de
largo aliento para el dilema que plantea el encuentro, no siem-
pre pacífico, entre los derechos humanos de libre expresión y no
discriminación. Al plantear la tensión entre ambas titularidades
constitucionales y jurídicas, hemos dado por supuesta la desea-
bilidad de su avenencia y recíproca alimentación en un marco
democrático constitucional, pero a la vez hemos atendido a la
expresión más aguda que su conflictividad genera, a saber, los
llamados discursos de odio. En esta categoría extrema se concentra
buena parte de la discusión contemporánea acerca de cuál debe
ser el modelo regulativo para que una sociedad democrática trate
con los discursos que, basados en el prejuicio y la estigmatiza-
ción, se dirigen contra grupos históricamente subalternos. De
manera concreta, nos interesa, a partir de una revisión crítica de
las tradiciones y argumentos constitucionales norteamericanos
y europeos, perfilar una crítica de la experiencia interpretativa
constitucional en México y sugerir una serie de principios re-
gulativos para la identificación tanto de los límites de la acción
estatal frente a la emisión de discursos como de los contornos
precisos y técnicamente detallados de los discursos de odio. Fi-
nalmente, orientamos las conclusiones alcanzadas a la justifica-

27
El peso de las palabras: libre expresión, no discriminación y discursos de odio

ción de una idea de razón pública, de inspiración rawlsiana, que


perfila tanto las obligaciones discursivas de los sujetos del poder
especialmente obligados a la no discriminación mediante el dis-
curso, como el amplio sistema de protección que debe crearse
en derredor de los grupos especialmente protegidos en su libre
ejercicio de la libertad de expresión. A lo largo de este texto, se
mantiene la convicción intelectual de que los discursos de odio
son cuestiones de tanta influencia para que la discriminación su-
ceda que no deberían ser tratados, ni narrativa ni jurídicamente,
de forma ligera o superficial.

Un problema político en busca


de argumento teórico

Pocas tensiones en el terreno de los derechos son tan fuertes y


persistentes como la que se presenta entre las titularidades de li-
bre expresión y de no discriminación en el seno de las sociedades
democráticas contemporáneas. Esta pareja de fórmulas normati-
vas expresa en nuestros días una destacada vertiente del dilema de
convivencia entre los principios de libertad e igualdad en tanto que
categorías centrales de un régimen democrático constitucional.
Un enfoque de filosofía política a propósito de esta relación
controvertida debe partir del reconocimiento de que el contras-
te entre libertad e igualdad hace referencia a los dos valores o
supra-principios de la vida pública en cualquier sociedad demo-
crática, y que el contraste más particular entre la igualdad de
trato y la libre expresión muestra, en el nivel específico de los
derechos subjetivos, una de las múltiples tensiones en que aquella
pareja de valores suele manifestarse. Esto implica que no podría
postularse, al menos de forma persuasiva, que existiese una es-
pontánea armonización tanto de la pareja de valores como de la
de los correspondientes derechos, aunque a la vez debe exigirse
su más amplia imbricación, toda vez que esta última responde al
esquema normativo deseable para un arreglo democrático-cons-
titucional.

28
Jesús Rodríguez Zepeda

Reconocer la tensión axiológica entre libertad e igualdad mo-


dernas —que no es una mera formulación categorial sino una
aseveración de corte histórico— previene a nuestro argumento
contra las salidas normativas unilaterales, que o bien afirman la
preeminencia absoluta de un principio sobre el otro —lo que
acarrea inexorablemente graves consecuencias para la vida de-
mocrática— o bien suponen su equilibrio como algo decidido
de antemano. En orden a despejar el terreno de la discusión, de
manera propedéutica puede decirse que el primer argumento a
tener presente es que el reclamo de libre expresión se emplaza en
el terreno de las libertades básicas de un régimen constitucional,
mientras que la exigencia de no discriminación puede entenderse
como parte de las exigencias de igualdad que califican a ese mis-
mo tipo de régimen con contenidos de nivelación social y elimi-
nación de asimetrías injustificadas. Por ejemplo, John Rawls ha
sostenido que la libre expresión es uno de los contenidos básicos
que integran el conjunto de libertades que ha de ser garantizado
por su primer principio de justicia1 —libertades que, dicho sea
de paso, deben guardar una prioridad normativa respecto de los
reclamos igualitarios (como el de no discriminación) o los ideales
de perfección social—, mientras que los problemas de la discri-
minación como los casos del género y la raza, si bien graves y pre-
ocupantes, caen en el terreno de una teoría no ideal de la justicia,
es decir, en el espacio de los problemas de justicia que la teoría ha
de enfrentar una vez que se han definido los términos generales
de libertad básica e igualdad socioeconómica para la estructura
de instituciones en el marco de una teoría ideal de la justicia.2
1
En su Teoría de la justicia, Rawls propone que, en una sociedad bien orde-
nada o justa: “Las libertades básicas de los ciudadanos son, en general, la liber-
tad política (el derecho de votar y de ser elegible para un cargo público), junto
con la libertad de expresión y de reunión; libertad de consciencia y libertad de
pensamiento; libertad de la persona junto con el de derecho de tener propiedad
(personal), y libertad respecto del arresto arbitrario y la confiscación conforme
se definen por el concepto de Estado de derecho” (Rawls, 1973: 61).
2
Para Rawls, los problemas relativos a la raza y el sexo caen fuera del dise-
ño de la justicia propio de una teoría ideal, pero, a la vez, permiten reformular
su idea de posición original a partir de la constatación de que hay posiciones

29
El peso de las palabras: libre expresión, no discriminación y discursos de odio

La tensión normativa entre libre expresión y no discrimi-


nación, no obstante, no equivale a una mera actualización del
conflicto entre libertad e igualdad en los términos en que Isaiah
Berlin planteara esa oposición axiológica (Berlin, 1969), ni tam-
poco a la expectativa de complementariedad de los principios de
libertad e igualdad socioeconómica —igualdad de oportunidades
y principio de diferencia— de la teoría rawlsiana. En realidad,
si intentamos tematizar intelectualmente esta relación, debemos
afirmar la irreductibilidad de los problemas de desigualdad de
trato o discriminación a los problemas de desigualdad socioeco-
nómica o de justicia distributiva. Así que nuestra primera preven-
ción establece que la exigencia de igualdad de trato o no discri-
minación, si bien expresa y prolonga la permanente tensión entre
libertad e igualdad como grandes nudos axiológicos de la vida
democrática moderna, es irreductible al trato convencional a que
nos acostumbró el argumento de la justicia distributiva cuando se
le contrastó en el siglo xx con el sistema moderno de libertades.
Formulando de manera más precisa nuestro argumento pro-
pedéutico, debe decirse que una buena comprensión de la ten-
sión entre libre expresión e igualdad de trato debe emprenderse a
partir de un cuestionamiento de una idea intuitiva y espontánea
de igualdad que tiende a afirmar de manera unilateral y hasta
inercial su dimensión distributiva. En este contexto, proponemos
entender la exigencia de igualdad de trato como un proyecto de
nivelación y reducción de asimetrías en los ámbitos simbólico,
cultural y de articulación de identidades y conductas de los gru-
pos humanos. He tratado de manera amplia esta irreductibilidad

sociales desaventajadas de manera permanente por cuestiones propias de la


discriminación. Aunque ya no llevó a cabo ese desarrollo, Rawls llegó a pro-
poner que cuando “ciertas características naturales fijas son usadas como bases
para asignar derechos básicos desiguales, o conceden a algunas personas sólo
oportunidades disminuidas; entonces tales desigualdades deben especificar po-
siciones relevantes. Estas características no pueden ser cambiadas, por lo que
las posiciones que son especificadas por ellas son puntos de vista desde los que
debe ser juzgada la estructura básica. Las distinciones basadas en el género y la
raza son de este tipo” (Rawls, 2001: 65).

30
Jesús Rodríguez Zepeda

de la discriminación a la desventaja económica en el marco de la


noción de desigualdad compleja en otra parte (Rodríguez Zepe-
da, 2014 y 2017; baste por ahora con recordar que mientras los
motores de la desigualdad socioeconómica son la distribución
del ingreso, el acceso a la propiedad y sus beneficios y el ejercicio
efectivo de las oportunidades de bienestar material, los móviles
de la desigualdad de trato o discriminación son el prejuicio, las
narrativas de estigmatización y la construcción de estereotipos,
que son procesos culturales que generan una asimetría simbó-
lica para grupos humanos completos y establecen relaciones de
dominio entre ellos. De este modo, lo que se juega en la tensión
entre libre expresión y no discriminación no es, al menos de ma-
nera central, una problemática socioeconómica, sino una simbó-
lica, lingüística y de trato, aunque no por ello menos material y
productiva. Esta asimetría simbólica tiende a “pasar al acto” me-
diante la limitación o anulación de los derechos humanos para
dichos grupos —este efecto es lo que propiamente constituye el
acto o proceso discriminatorio. Al no ser determinante la renta
o el ingreso en el concepto mismo de discriminación, puede ex-
plicarse la existencia de grupos discriminados que no sean a la
vez grupos en desventaja económica (colectivos de la diversidad
sexual, personas judías, mujeres educadas, entre otros).
En el libro pionero de Salazar y Gutiérrez sobre la relación
entre libre expresión y no discriminación, estos autores plantean
una prevención del todo atendible:

Hablar sólo de “libertad” y de “igualdad” sin ulteriores


precisiones se presta a múltiples confusiones: ¿de qué
libertad estamos hablando?, ¿de la libertad negativa de
Locke o de la libertad positiva de Rousseau?, a cuáles
de las libertades modernas nos referimos: personal, de
pensamiento, de expresión, etcétera, ¿a la libertad de
todos los individuos o sólo a la libertad de los podero-
sos?; y pensando a la igualdad, como diría Bobbio, ¿a
la igualdad entre quiénes? y ¿en qué cosa? (Salazar y
Gutiérrez, 2008: xvi).

31
El peso de las palabras: libre expresión, no discriminación y discursos de odio

Teniendo en mente esta prevención de Bobbio, que también


atiende a la máxima de Amartya Sen que nos conmina a que,
cuando se hable de igualdad, se agreguen enseguida las pregun-
tas: “¿igualdad de qué?”, “¿por qué la igualdad?” y “¿qué igualdad?”
(Sen, 1995: 12–30), debe afirmarse que el contraste entre libre
expresión y no discriminación actualiza en una forma novedosa
la tensión siempre presente entre los valores modernos de liber-
tad e igualdad y, como rasgo distintivo o diferencia específica,
emplaza dicha tensión en el terreno socio-simbólico y cultural
de la expresión lingüística. La tensión entre libertad e igualdad
socioeconómica no requiere, para ser discutida conceptualmen-
te, un enfoque socio-lingüístico, mientras que, en contraste, la
comprensión de la relación entre expresión y discriminación sólo
adquiere sentido cuando se comprende la experiencia humana
como acto lingüístico y, apurando el argumento, como acto prag-
mático.3 De este modo, la relación entre estas últimas exigencias
de justicia se colma de sentido cuando reparamos en que su es-
pacio social de realización es el de la construcción lingüística y
que, antes que hablar de objetos o bienes a distribuir, se refiere a
expresiones y actos discursivos o de habla (speech acts).4

3
Sostener que las formas de discurso que nos interesan son, o bien lingüís-
ticas, o bien pragmáticas, significa dos cosas: en el primer caso, adherir nuestra
perspectiva a la idea de “giro lingüístico” de la filosofía, que, como bien señaló Ri-
chard Rorty, se refiere “al punto de vista de que los problemas filosóficos pueden
ser resueltos (o disueltos) reformando el lenguaje o comprendiendo mejor el que
usamos en el presente” (Rorty, 1990: 50); el giro pragmático, muy relacionado
con el lingüístico, significa llevar a su extremo contextualista y no representacio-
nal a dicho giro, lo que equivale a adherirse a una visión pragmática del lenguaje
que lo hace indiscernible de la experiencia humana misma. Según Habermas,
“el giro pragmático ha de reemplazar el modelo representacionista del conoci-
miento con un modelo de comunicación que establece un exitoso entendimien-
to mutuo intersubjetivo en lugar de una quimérica objetividad de la experiencia”
(Habermas, 2005: 126). En ambos casos, se sostiene la idea de que el mundo
significante de los seres humanos es un universo lingüístico y que sus expresio-
nes y discursos son formas de acción práctica en este mundo. Como sentenciara
Wittgenstein, fuera de la experiencia del lenguaje, sólo estaría lo inefable.
4
Según el argumento de Searle, “toda comunicación lingüística incluye
actos lingüísticos. La unidad de la comunicación lingüística no es […] el sím-

32
Jesús Rodríguez Zepeda

En efecto, la segunda idea a la que arribamos en este marco


propedéutico de la discusión es la observación de que los dos
principios que juegan y compiten en nuestra pareja conceptual
se sitúan en el orden del lenguaje o, para decirlo de forma más
determinada, en el orden del discurso. Por ello, aunque no pue-
de negarse que la justicia distributiva tiene bastante que decir
respecto de esta discusión —sobre todo respecto de ese remedio
democrático para el silencio de los colectivos discriminados que
consiste en una distribución más equitativa (que es siempre una
forma de redistribución económica) de los espacios, recursos y
medios de expresión y comunicación entre los grupos sociales—,
su tratamiento analítico necesita emplazarse en una teoría del
discurso que entienda la libertad de expresión y los procesos de
discriminación como fenómenos socio-lingüísticos y, sobre todo,
como entidades discursivas en las que concurren y se expresan la
experiencia histórica, el conflicto político y la construcción sim-
bólica del orden colectivo.
Iris Marion Young criticó con agudeza las concepciones de
la justicia meramente distributivas por su olvido de la dimensión
socio-simbólica de las relaciones de dominio y opresión —que,
por cierto, configuran el espacio en que se gesta la discrimina-
ción—, por lo que propuso abandonar la centralidad del vocabu-

bolo, palabra u oración […] sino más bien la producción o emisión del símbolo,
palabra u oración al realizar el acto de habla. Considerar una instancia como un
mensaje es considerarla como una instancia producida o emitida. Más precisa-
mente, la producción o emisión de una oración-instancia bajo ciertas condicio-
nes constituye un acto de habla” (Searle, 1994: 26). Esta visión pragmática del
lenguaje abrevó del argumento clásico de Austin, para quien: “la pronunciación
de una oración es, o forma parte de, la realización de una acción, lo que nor-
malmente no sería descrito como, o sólo como, decir algo” (Austin, 1975: 5).
El que el lenguaje “haga cosas” implica que posee un carácter performativo o
realizador e “indica que la emisión de la pronunciación es la realización de una
acción —no se entendería como sólo decir algo—” (Austin, 1975: 6). Sobre
esta base, cuando atendemos a una tensión interna entre libertad y desigualdad
de trato en el propio universo lingüístico, lo que hacemos es interrogar sobre el
“peso material de las palabras” en los procesos lingüísticos de orientación discri-
minatoria, es decir, sobre sus funciones performativas (Austin) o ilocucionarias
(Searle).

33
El peso de las palabras: libre expresión, no discriminación y discursos de odio

lario de la distribución que, inevitablemente, nos lleva de vuelta


a la identificación de la injusticia sólo con la carencia de equidad
económica y con la distribución material de “cosas” para, en lugar
de ello, orientarnos hacia el lenguaje simbólico de la diferencia,
de la construcción discursiva y conflictiva de las identidades y de
la recuperación de la experiencia político-cultural de la opresión.
Dice Young: “La cultura es la más general de las […] categorías
de los temas no distributivos en los que me enfoco. Ésta incluye
los símbolos, imágenes, significados, comportamientos habitua-
les, narraciones, etcétera, a través de los cuales la gente expresa su
experiencia y se comunica entre ella” (Young, 1990: 23). Desde
esta concepción cultural, los derechos han de entenderse como
relaciones y no como cosas (Young, 1990: 25).
El tercer y final aserto propedéutico es el que repara en la
aparentemente obvia pero fácil de olvidar evidencia de que las
exigencias políticas de libre expresión y no discriminación son
elementos inseparables de los programas contemporáneos de
derechos humanos o fundamentales. Ello explica que su dis-
cusión haya de formularse como un problema de coherencia,
convivencia o acomodo, antes que como relaciones de negación
recíproca o de exclusión. Esto implica que, si bien la carencia o
ausencia relativa de estos derechos pueden registrarse en cual-
quier organización humana compleja, es sólo en los regímenes
de democracia constitucional donde sus dilemas de convivencia
y coherencia hacen significativa y deseable su reconciliación. El
discurso contemporáneo de los derechos humanos exige que am-
bos derechos, no obstante sus orígenes y principios legitimadores
diversos, aparezcan juntos en los mismos programas normativos,
tales como convenciones y pactos internacionales, o bien en las
mismas constituciones nacionales, como es el caso de la Consti-
tución mexicana.5
5
Por ejemplo, en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexi-
canos, los derechos de no discriminación y de libre expresión se formulan en
el primordial capítulo primero, “De los derechos humanos y sus garantías”:
en el artículo 1º, el derecho a la no discriminación, y en los artículos 6º y 7º,
el de libre expresión. Ambos deben garantizarse conforme a los principios de

34
Jesús Rodríguez Zepeda

Del mismo modo en que sólo en los regímenes democrá-


ticos la libertad de expresión es un valor a preservar y un dere-
cho a tutelar, mientras que en las autocracias el libre discurso es
una práctica bloqueada y constantemente sujeta a prohibición
política, la exigencia moderna de no discriminación sólo puede
desplegarse —como derecho positivo, como acción institucio-
nal y como discurso civil emancipador— en el mismo tipo de
sociedades abiertas. Es cierto que con frecuencia los regímenes
no democráticos tienden a suprimir la libertad de expresión y a
fomentar —en general como forma de legitimación ideológica o
discursiva— diversos procesos discriminatorios, pero del hecho
de que en estas situaciones de carencia democrática ambos dere-
chos coincidan en ser negados no se deriva que la existencia de
un régimen democrático pueda resolver, por su mera afirmación
fáctica, la tensión intrínseca que surge de la postulación simul-
tánea de ambos derechos. Dicho de otra manera, el problema
político, jurídico y de justicia que erige la dual exigencia de libre
expresión y no discriminación es inherente a toda sociedad de-
mocrático-constitucional y, por ello, es una de las prioridades que
la reflexión intelectual tiene que tomar como objeto de estudio
y crítica.

La tentación de los extremos

Pocos terrenos como éste, en el que se encuentran y tensionan


la libre expresión y la no discriminación, resultan tan propicios
para la aparición de discursos políticos y jurídicos extremos. La
aparición de posturas de extrema permisibilidad y de extrema
intervención estatal sobre la libre expresión no corresponde úni-
camente a la experiencia de sociedades de corte autocrático, sino
que puede registrarse en los marcos constitucionales de socie-

interdependencia e indivisibilidad, lo que implica que sería inconstitucional


la afirmación unilateral de cualquiera de ellos en caso de conflicto (CPEUM,
1917: Capítulo 1º).

35
El peso de las palabras: libre expresión, no discriminación y discursos de odio

dades probadamente democráticas y con largas experiencias de


deliberación constitucional. Posturas radicales como, por un lado,
la validación norteamericana de la libre circulación de los discur-
sos de odio y, por otro, las legislaciones y procesos judiciales que
castigan expresiones por un supuesto daño a difusos sentimien-
tos colectivos como los religiosos, se experimentan en modelos
constitucionales muy asentados. Estos fenómenos no expresan
en realidad un perfil extremista del conjunto de esas experiencias,
sino los límites a los que puede llegar la predominancia de sendos
modelos de interpretación constitucional acerca de la convergen-
cia de ambos derechos. Se trata de modelos interpretativos que,
en ese tipo de casos difíciles, conducen a sentencias judiciales
que resultan extrañas para un sentido común democrático y para
nuestras intuiciones equilibradas sobre la justicia.6
El modelo de equilibrio entre ambos derechos y las restric-
ciones o límites constitucionales y legales a los discursos de odio
que podamos proponer para nuestro marco nacional deben ser
discutidos y decididos teniendo en cuenta los dos siguientes
marcos de interpretación. Uno, relativo a la experiencia jurispru-

6
En la experiencia norteamericana de los últimos cincuenta años sobran
los ejemplos de la primera orientación. Baste con recordar el renombrado caso
de Skokie, Illinois, en 1978. Allí, según S. Walker, “las cortes federales sostu-
vieron el derecho de un grupo nazi de manifestarse en la comunidad predomi-
nantemente judía de Skokie, Illinois, y declararon inconstitucionales tres orde-
nanzas municipales, incluyendo una que prohibía la distribución de materiales
que incitaran al odio basado en la raza, el origen nacional o la religión” (Walker,
1994: 101). Por el lado contrario, en el caso español, por ejemplo, la existencia
de un delito de ofensa a los sentimientos religiosos en los artículos 523 y 524
del Código Penal conlleva penas de entre seis meses y seis años, además de
multas, y conduce a situaciones riesgosas para la libertad de expresión. Ahora
mismo, en 2017, los comediantes españoles El Gran Wyoming y Dani Mateo
enfrentan un proceso por insulto a los sentimientos religiosos de los católicos
por referirse, durante un acto de comedia, a la gigantesca cruz del franquista
Valle de los caídos como “esa mierda”. Al hipotético daños a tales sentimientos,
se suma, en la acusación del fiscal contra los artistas, lo contenido en otros dos
artículos del Código Penal español: el 510, que castiga los discursos de odio y
discriminatorios, y el 578, que castiga el enaltecimiento del terrorismo y, sobre
todo, “la humillación de las víctimas”.

36
Jesús Rodríguez Zepeda

dencial de la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos


de las cinco últimas décadas que ha otorgado una prioridad ex-
cepcional a la libertad de expresión y ha interpretado, por ello,
la Primera Enmienda de su constitución como una autorización
para la emisión de todo tipo de expresiones, incluidos los discur-
sos de odio, con la única limitación de que no impliquen un ries-
go presente o inminente para las personas contra quienes se di-
rigen o para el mantenimiento de la paz social. El otro, presente
en el constitucionalismo europeo de la segunda mitad del siglo
xx y lo que va del xxi, y que pretende un equilibrio ponderado
entre la protección de los grupos históricamente subalternos y
el ejercicio de la libre expresión, lo que implica la circulación de
restricciones y sanciones de distinto orden para los discursos que
se consideran dañinos tanto para la integridad de tales grupos
como para ciertos valores sociales primarios como la paz o la
convivencia social.
Conforme al primer modelo, prácticamente cualquier discur-
so de odio está protegido por la Primera Enmienda. Como ha
sido expresado por el Fondo para la Libre Expresión: “Los Esta-
dos Unidos se quedan virtualmente solos al no poseer estatutos
válidos que penalicen la expresión ofensiva o insultante basada
en la raza, la religión o la etnicidad” (Fund for Free Expression,
1992: 7).7 En su análisis sobre este contraste de tradiciones, el
profesor Kevin Boyle parte de la evidencia de que, a propósito de
esta querella, el mundo se puede dividir, en efecto, entre Estados
Unidos y el resto, y adjudica esta fractura interpretativa a las dis-
tintas historias políticas y legales de Estados Unidos y Europa;
agrega además que

Es importante hacer notar que este contraste entre


los Estados Unidos y el resto del mundo ha estado

7
Dworkin identifica este contraste de manera más particular, a saber, entre
el Derecho británico y el norteamericano. Mientras el primero convierte en un
delito la defensa del prejuicio racial, el segundo prohíbe al Congreso de cual-
quier estado adoptar ese tipo de leyes (Dworkin, 1985: 335).

37
El peso de las palabras: libre expresión, no discriminación y discursos de odio

38
Jesús Rodríguez Zepeda

La negativa de la Suprema Corte de Justicia de los Estados


Unidos a revisar la sentencia que sobre el caso de la convocatoria
neonazi de Skokie emitieron los tribunales federales inferiores
marcó el declive del, de todos modos débil, argumento de con-
tención relativo a las fighting words (palabras de ataque) emitido
por la propia Suprema Corte en 1942 en el caso Chaplinsky v.
New Hampshire. El argumento de las fighting words, formulado al
hilo de una acusación contra un grupo de Testigos de Jehová de
haber violado una ley de New Hampshire que prohibía insultar
a oficiales públicos, sostuvo que era válido prohibir la emisión de
ciertas palabras que “por su mera pronunciación infligen daño” y
“palabras que tienden a incitar una ruptura inmediata de la paz”
(Walker, 1994: 71). El argumento de las palabras de ataque trató
de actualizar un argumento jurisprudencial más antiguo, formu-
lado en 1919 en el caso Schenk v. United States (ussc, 1919). Esta
sentencia establecía que un caso en que se podían determinar
restricciones a la expresión era cuando ésta generaba un “peligro
claro y presente” (clear and present danger).9 Éste fue el modelo de
interpretación constitucional durante la primera mitad del siglo
xx (Allport, 2003: 19). Su vigencia argumentativa terminó de
facto cuando, con la supuesta pretensión de refinar el argumento,
se estableció, en el caso Brandenburg v. Ohio (ussc, 1969), que la
expresión sólo se puede limitar cuando produzca “acción ilegal
inminente” (imminent lawless action), por lo que las “amenazas
vagas” no eran suficientes para justificar tal limitación (Allport,
2003: 20).10
Debe señalarse desde ahora que acaso la mayor debilidad de
argumento de las fighting words es que su identificación como

9
Resulta interesante conocer que en el caso Schenk v. United States la Corte
Suprema avaló la condena a un militante pacifista por hacer propaganda contra
la conscripción militar. No había en la conducta del anarquista Schenk ninguna
traza de discurso de odio.
10
Lo relevante del caso Brandenburg v. Ohio fue que sí se trataba de un dis-
curso de odio, lanzado por un militante del Ku Klux Klan contra la población
negra y que contenía amenazas de exterminio (eso sí, no individualizadas ni,
por lo que se conoce, puestas en práctica de manera inmediata).

39
El peso de las palabras: libre expresión, no discriminación y discursos de odio

piezas verbales con significado propio, sin la consideración del


contexto, significado y alcances del discurso, así como de las po-
siciones sociales relativas de los emisores y destinatarios de las
mismas, exhibe una comprensión jurídica muy pobre tanto de
la naturaleza del orden discursivo y de la dimensión simbóli-
co-comunicativa de las relaciones humanas en general como de
la forma en que se articulan los actos de habla con el resto de las
prácticas sociales, en particular.
En todo caso, el modelo asentado desde Skokie y Branden-
burg en la jurisprudencia de la Suprema Corte norteamericana
responde, más que a una lectura literal de la Primera Enmienda
—no hay, desde luego, material explícito en ella para esta de-
riva permisiva—, a una concepción de la libre expresión como
un proceso de articulación de un “mercado de ideas”. En efecto,
como sostiene John D. Peters, existe una narrativa heroica y más
o menos impermeable a la sociología y la historia que subyace a
esta serie de decisiones judiciales:

La historia habla de valientes revolucionarios y resuel-


tos editores que arriesgan vida, miembros y ganancias
por desafiar la censura de la corona o de la iglesia […]
Al ignorar las inhibiciones y edictos de los censores,
estos héroes (continúa la historia) formaron un “mer-
cado de ideas” donde cualquier noción, buena, mala u
horrible, podría ser evaluada en sus propios méritos y
cuyo precio sería establecido sólo por la libre y abierta
competencia. Se supone que este mercado ha de ser el
motor de la vida democrática y el lugar donde el flo-
recimiento público de ese logos que tan central es para
que la democracia pueda ocurrir (Peters, 2005: 15).

Como consecuencia de esta visión idealizada de los fines a los


que sirve la plena permisividad discursiva en una sociedad demo-
crática, el circuito de la libre expresión se convierte en, según las
palabras de Peters, un “modelo homeopático-machista” (Peters,
2005: 142–180). Este modelo supone que los discursos de odio,

40
Jesús Rodríguez Zepeda

y en general las expresiones prejuiciosas y estigmatizadoras, son


como virus o enfermedades que, al ingresar al cuerpo cívico, dan
lugar a la generación de contradiscursos que han de combatir-
los. Estos últimos serían los anticuerpos de la sociedad demo-
crática para que, sin necesidad de la intervención del Estado, ese
mercado de discursos se balancee y autorregule dando lugar al
bienestar colectivo de la república en cuanto al debate público.
De ese modo, la paradoja de origen voltaireano, que lleva a las
posiciones liberales a defender, no el contenido ofensivo, sino el
derecho a expresarlo y, alcanzado un punto extremo, a defender
la libertad de expresión de aquellos que la usan para amenazar
con la destrucción de los defensores de su derecho a hablar, pudo
plasmarse, por ejemplo, en el famoso dictum del juez Oliver W.
Holmes, para quien “el principio clave de la Constitución no es la
libertad de pensamiento para aquellos que están de acuerdo con
nosotros, sino libertad para el pensamiento de aquellos a quienes
odiamos” (Peters, 2005: 147).
Este estándar de interpretación constitucional del último
medio siglo no se ha desplegado sin críticas ni detractores inter-
nos. Con base en una interpretación “madisoniana” del proyecto
democrático, que entiende la tradición de la libre expresión como
un encuentro y equilibrio entre el derecho de libre expresión y
el principio de soberanía popular y el interés público, Cass R.
Sustein ha sostenido que “el Derecho americano actual protege
mucho discurso que no debe ser protegido. Salvaguarda discurso
que tiene escasa o ninguna conexión con las aspiraciones demo-
cráticas y que produce un serio daño social. Mediante la invo-
cación de una retórica absolutista, se rehúsa a comprometerse
con un equilibrio sensato y saludable” (Sunstein, 1995: xviii).
De manera similar, Owen Fiss ha sostenido que si “la libertad de
expresión posee tanto valor en la Constitución […] no es porque
es una forma de auto-expresión o auto-realización, sino más bien
porque es esencial para la autodeterminación colectiva […] La
libertad a la que el Estado está convocado a promover es una
libertad pública” (Fiss, 1996a: 2). Desde el punto de vista de la
denominada “teoría racial crítica”, Mari Matsuda propone que

41
El peso de las palabras: libre expresión, no discriminación y discursos de odio

La aplicación de principios absolutistas de libre expre-


sión a los discursos de odio es una elección para cargar
a un grupo con una porción desproporcionada de la
promoción de la expresión. De este modo, la tolerancia
del discurso de odio crea una super-regresividad —los
menos capaces de pagar son los únicos a los que se pasa
factura por esta tolerancia—. El principio de igualdad
es violado por este emplazamiento. El más progresivo
principio de rectificación o reparación (la obligación de
reparar los efectos de los daños históricos) es incluso
más ampliamente violado (Matsuda, 1993: 48).

Frente a la idea de que el sistema de mercado como matriz


interpretativa de la Primera Enmienda se reduce a la exigencia
de eliminar las regulaciones estatales de los actos de emisión dis-
cursiva al margen de los contenidos de la tal emisión, los pensa-
dores liberales e incluso los radicales abogan por un equilibrio en
la realización de la promesa de la Primera Enmienda que con-
junte la no interferencia estatal con la libertad discursiva de los
ciudadanos y la construcción de un discurso público que fomente
la igualdad de los grupos y el interés colectivo.
Debe reconocerse que, no obstante lo razonable que son las
críticas de autores como Sunstein, Fiss o Matsuda, entre mu-
chos otros, el modelo constitucional norteamericano ha seguido
funcionando sobre la base de la completa permisibilidad antes
explicada. Incluso se ha extendido para conceder el estatuto de
libre expresión a formulaciones como la propaganda comercial,
las cláusulas de los contratos y la emisión de pornografía.11 Esta
licencia discursiva no ha sido ajena al estado de la propia demo-
cracia representativa. En nuestros días, la reformulación y reivin-
dicación del prejuicio discriminatorio entre amplios segmentos
de la población norteamericana y el rechazo abierto al pensa-
miento crítico y científico que está en la base de los denominados

Sobre la interpretación y crítica de la pornografía entendida como dis-


11

curso protegido por la Primera Enmienda, puede verse MacKinnon (1993).

42
Jesús Rodríguez Zepeda

alternative facts (verdades alternativas), propios de la era Trump,


adquieren aceptabilidad social en el horizonte de ese imaginario
cultural de raíz constitucional que persuade a la población de que
todas las expresiones pueden sostenerse en pie de igualdad sin
ulterior contexto de evaluación o justificación.
El modelo de interpretación europeo es el regular en las so-
ciedades democráticas salvo, como se ha dicho, en la jurispruden-
cia constitucional norteamericana. A la vez, constituye el están-
dar internacional en cuanto a la libre expresión. Le da contenido
a ese “resto del mundo”, mencionado por Boyle, en cuanto a la
pretensión de empatar los derechos de libre expresión e igualdad
de trato sin sacrificio de ninguno de ellos. Aunque es un modelo
que puede reconocerse en la interpretación constitucional y legal
de naciones democráticas no europeas (Argentina, Japón, Cana-
dá, Colombia, incluso México, entre otros casos), lo identificamos
bajo esa denominación regional precisamente porque ha sido la
experiencia constitucional y legal europea de la segunda mitad
del siglo xx la que ha forjado sus pilares axiológicos y exegéticos.
Si un principio interpretativo destaca en el procesamiento legal
de la compleja relación entre ambos derechos es el de la ponde-
ración. En efecto, se postula como necesaria una ponderación no
sólo en el sentido cotidiano del término que aconseja al sentido
común a no afirmar unilateralmente ningún principio cuando se
dispone de una pluralidad de ellos de similar valor, sino también
en el sentido jurídicamente técnico que Robert Alexy concedió a
la noción de ponderación, conforme al cual se asume que el con-
tenido de algunos derechos fundamentales no puede ser absoluto
y que tal ejercicio de adjudicación racional en los conflictos de
derechos deberá decidir qué principio prevalecerá en un caso es-
pecífico. Como sostiene Alejandro Nava en su reconstrucción de
la obra de Alexy: “La norma que positiviza la libre manifestación
de ideas prohíbe que las autoridades interfieran en el ejercicio de
este derecho, pero no le da un carácter absoluto, ya que el dere-
cho a la libre manifestación de ideas, para concebirse como tal,
debe ir acompañado del permiso a ser ponderado frente a otros
derechos en caso de interferir con estos” (Nava, 2015: 175).

43
El peso de las palabras: libre expresión, no discriminación y discursos de odio

Históricamente, este modelo se ha desplegado en tres nive-


les. En primer lugar, en las experiencias nacionales, como en los
casos de Alemania, España, Reino Unido, Holanda o Francia,
donde los propios tribunales han desplegado su exégesis cons-
titucional a partir de una pretensión de equilibrio entre la libre
expresión y la protección de grupos históricamente estigmatiza-
dos y violentados. Sus propias legislaciones internas proporcio-
nan los recursos legales para atajar las expresiones que se reve-
len, tras el proceso judicial, como dañinos o peligrosos para los
derechos e integridad de grupos subalternos y para los valores
colectivos, como la paz o la no discriminación, que garantizan la
convivencia estable de la sociedad. Delitos como la incitación al
odio racial, el negacionismo del Holocausto judío o del Holo-
causto armenio, el daño a los sentimientos religiosos e incluso las
aún vigentes legislaciones contra la blasfemia, se han troquelado
a partir de procesos políticos y legislativos internos que pueden
ser identificados en cada nación.
En un segundo nivel, este modelo se ha consolidado a partir
de la experiencia constitucional de la Unión Europea, es decir,
a través de la construcción de un constitucionalismo regional
que, con base en el acuerdo interestatal de cesión de soberanía
nacionales, permitió dar obligatoriedad a sentencias como las
del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, aun en ausencia
de una constitución escrita para ese ámbito geopolítico. Desde
luego, la orientación de esas sentencias abreva de las experiencias
nacionales, pero tiende a limar sus diferencias y a homogenizar
los criterios y argumentos de protección de ambos derechos fun-
damentales, proyectando un carácter sistemático y una identidad
jurídica común que no se puede obtener por la mera concomi-
tancia de los desarrollos legales nacionales. La Convención Eu-
ropea de Derechos Humanos, cuyo órgano jurisdiccional defini-
tivo es el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, establece, en
su artículo 10, que:

1. Toda persona tiene derecho a la libertad de expre-


sión. Este derecho comprende la libertad de opinión

44
Jesús Rodríguez Zepeda

y la libertad de recibir o de comunicar informaciones


o ideas sin que pueda haber injerencia de autoridades
públicas y sin consideración de fronteras. 2. El ejerci-
cio de estas libertades, que entrañan deberes y respon-
sabilidades, podrá ser sometido a ciertas formalidades,
condiciones, restricciones o sanciones, previstas por la
ley, que constituyan medidas necesarias, en una socie-
dad democrática, para la seguridad nacional, la inte-
gridad territorial o la seguridad pública, la defensa del
orden y la prevención del delito, la protección de la
salud o de la moral, la protección de la reputación o
de los derechos de terceros (Consejo de Europa, 1998:
artículo 10).

El tercer nivel en que se desarrolla este modelo, y que crono-


lógicamente, de manera significativa, es anterior a los dos ante-
riores, es el del derecho internacional de los derechos humanos.
En este caso, los instrumentos internacionales en materia de
protección de derechos de los grupos discriminados contienen
referencias a la necesidad de proteger a tales grupos contra los
discursos de odio y otras formas de expresión que pongan en
riesgo la vida, integridad y derechos de quienes integran esos
grupos protegidos. Por ejemplo, la Convención Internacional so-
bre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial
de la Organización de las Naciones Unidas (onu), en su artículo
4, establece que

Los Estados partes condenan toda la propaganda y to-


das las organizaciones que se inspiren en ideas o teorías
basadas en la superioridad de una raza o de un grupo
de personas de un determinado color u origen étnico, o
que pretendan justificar o promover el odio racial y la
discriminación racial, cualquiera que sea su forma, y se
comprometen a tomar medidas inmediatas y positivas
destinadas a eliminar toda incitación a tal discrimina-
ción o actos de tal discriminación, y, con ese fin, tenien-

45
El peso de las palabras: libre expresión, no discriminación y discursos de odio

do debidamente en cuenta los principios incorporados


en la Declaración Universal de Derechos Humanos
(onu, 1965-1969: artículo 4).

A la vez, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políti-


cos establece, en su artículo 19, que

1. Nadie podrá ser molestado a causa de sus opiniones.


2. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión;
este derecho comprende la libertad de buscar, recibir y
difundir informaciones e ideas de toda índole, sin con-
sideración de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o
en forma impresa o artística, o por cualquier otro pro-
cedimiento de su elección. 3. El ejercicio del derecho
previsto en el párrafo 2 de este artículo entraña deberes
y responsabilidades especiales. Por consiguiente, puede
estar sujeto a ciertas restricciones, que deberán, sin em-
bargo, estar expresamente fijadas por la ley y ser nece-
sarias para: a) Asegurar el respeto a los derechos o a la
reputación de los demás (onu, 1966-1976: artículo 19).

Resulta claro que la experiencia norteamericana en cuanto a


la relación entre los derechos de libre expresión y no discrimina-
ción debe verse como una anomalía respecto de las tendencias
democráticas en esta materia, lo que no significa que las inter-
pretaciones extremas, que dan un peso excepcional a las restric-
ciones estatales sobre la expresión, no sean un rasgo indeseable
y siempre latente en el modelo de inspiración europea. El de-
nominado modelo europeo reposa en, al menos, dos supuestos
básicos: uno, que la libertad de expresión debe protegerse confor-
me a un equilibrio ponderado con otros derechos fundamentales
y con otros valores públicos, y el otro, que existe un continuum
entre la emisión del discurso y las conductas y “pasos al acto” en
materia de daño a derechos, por lo que la limitación al discurso
significa, de manera directa, una forma de protección de esos

46
Jesús Rodríguez Zepeda

derechos fundamentales.12 Desde la última perspectiva descrita,


los discursos de odio no son una forma de ejercicio de la libertad
de expresión, sino un abuso de la expresión, mientras que en el
modelo norteamericano tales discursos son expresiones genui-
namente libres. Estas disyuntivas de interpretación también dan
lugar a diferentes justificaciones para la acción o inacción de la
autoridad pública: en el caso norteamericano, la autoridad debe
abstenerse de regular los discursos, mientras que en el caso eu-
ropeo ésta posee autorización para desplegar acciones y políticas
limitativas de los excesos de la expresión cuando ésta es dañina
para la integridad de las personas y los derechos de los demás.

¿Discrimina la expresión prejuiciosa?

No se ha escrito hasta la fecha mejor defensa intelectual de la


libre expresión que la de John Stuart Mill en su clásica obra So-
bre la libertad (On Liberty) (Mill, 1991 [1859]). Según el filósofo
inglés, en el terreno de la opinión pública, la identificación de los
argumentos verdaderos sólo se puede alcanzar si es posible su
contrastación con los argumentos erróneos. La afirmación unila-
teral de un argumento, y sobre todo la utilización de la fuerza de
la opinión pública o del gobierno de la mayoría para hacer esta
afirmación, conduce a la instalación del dogmatismo y de la de-
finición doctrinaria de las opiniones. El problema social relativo
a la libre expresión no aparece cuando diferentes argumentos y
discursos compiten por hacerse con la verdad en el debate pú-
blico, sino cuando el poder del Estado suprime a esa mitad de
la verdad que es siempre el error. Cuando los individuos pierden
la oportunidad de contrastar su hipotética verdad con la de los
adversarios y detractores de sus ideas, la verdad se convierte en
dogma y, carente de argumentos con los que contrastarse y refi-
narse, aun los argumentos correctos y bien orientados dejan de

12
Sobre la interpretación y crítica de la pornografía entendida como dis-
curso protegido por la Primera Enmienda, puede verse MacKinnon (1993).

47
El peso de las palabras: libre expresión, no discriminación y discursos de odio

causar la convicción crítica y lúcida de la propia verdad (Mill


1991 [1859]: 22–29).
Los argumentos que no desearía uno escuchar constituyen
la contraparte necesaria de la afirmación pública de nuestros
propios argumentos. De este modo, lo negativo respecto de la
expresión no serían los contenidos específicos de la publicación
de una idea o una doctrina, sino el intento político de limitar la
libertad de formularlas. Aunque Mill no tiene en mente el tipo
de expresiones que hoy en día serían calificadas como discursos
de odio, es cierto que proporciona un recurso intelectual para dar
cabida a los discursos desagradables, molestos y hasta insolentes,
respecto de los cuales los propios discursos de odio han podido
ser entendidos como una prolongación. Dice Mill:

el peculiar mal que proviene de impedir la expresión


de una opinión consiste en que se comete un robo a
la raza humana; a la posteridad tanto como a la gene-
ración actual; a aquellos que disienten de la opinión,
tanto como a aquellos que la apoyan. Si la opinión es
verdadera, se les priva de la oportunidad de cambiar el
error por la verdad; y si es errónea, pierden un beneficio
casi tan importante: la más clara percepción y la más
viva impresión de la verdad, producida por su colisión
con el error (Mill, 1991 [1859]: 21).

Aunque en gran medida la interpretación absolutista de la


Primera Enmienda norteamericana reivindica estar basada en
la herencia de Mill,13 lo cierto es que esa interpretación liberis-
ta (libertarian)14 de la libertad de expresión tiende a oscurecer

13
Peters sostiene que “Para Mill […] libre comercio y libre expresión eran
dos caras de la misma moneda, la soberanía del individuo para actuar como él o
ella desearan (dentro de los límites del daño social)” (Peters, 2005: 12).
14
En vez de traducir el vocablo inglés libertarianism con un malsonante
“libertarianista” o con un políticamente equívoco “libertario”, optamos por ver-
terlo, según acuñación que hizo Javier Muguerza a partir de la traducción del
término al italiano, como liberismo.

48
Jesús Rodríguez Zepeda

el hecho de que el propio Mill ofrece también un criterio para


identificar el límite razonable al ejercicio de una libertad. Por
ello, debe resaltarse que este argumento del filósofo liberal, si
se le toma por separado, muestra una disonancia con el hilo ar-
gumentativo que hemos venido siguiendo. Esta disonancia con-
siste en que mientras que la orientación que hemos dado a la
confrontación entre libertad de expresión y no discriminación
alude a la preocupación por la violación, en un lado u otro, de un
derecho humano reconocible a toda persona, el discurso de Mill,
si bien atento al contexto político de las emisiones discursivas,
está caracterizado por un perfil epistemológico. Más que para las
opiniones dañinas para las personas, a Mill le interesa reservar un
espacio para las opiniones disidentes, heterodoxas y disonantes
respecto de los valores e ideas dominantes, teniendo como meta
la búsqueda de la verdad. Estas ideas que la opinión pública y el
Estado pueden tener por erróneas son necesarias en la medida en
que son susceptibles de una cierta acreditación intelectual, pero
no podrían serlo si se revelan como dañinas para la libertad e
igualdad de aquellos contra quienes se dirigen.
En efecto, la recuperación unilateral del argumento de Mill,
es decir, sólo como defensa abstracta de la emisión de cualquier
tipo de discurso, lleva a olvidar uno de sus grandes aportes inte-
lectuales para determinar los límites razonables al ejercicio de la
propia libertad, a saber, el criterio de la “prueba de daño”. Si bien
en Sobre la libertad Mill sostiene que “En la parte que concierne
únicamente a él, su independencia es, por derecho, absoluta [y
que] Sobre sí mismo, sobre su propio cuerpo y mente, el indivi-
duo es soberano”, en el mismo fragmento afirma que “El único
fin por el cual la humanidad está autorizada, individual o colec-
tivamente, a interferir en la libertad de acción de cualquiera de
sus miembros es la autoprotección. El único propósito por el
cual el poder puede, con pleno derecho, ser ejercido contra cual-
quier miembro de una comunidad civilizada, contra su voluntad,
es evitar el daño a los demás” (Mill, 1991 [1859]: 14).
De este modo, la pregunta que debe plantearse a propósito
de nuestro debate —y que es, por cierto, la que se ha contes-

49
El peso de las palabras: libre expresión, no discriminación y discursos de odio

tado de manera opuesta en las dos tradiciones constitucionales


que hemos reseñado— es la de si los discursos prejuiciosos o
estigmatizadores, como expresión de palabras o argumentos y sin
“pasos” visibles al acto, pueden generar algún daño objetivamente
identificable en las personas o grupos contra los que se dirigen.
Debe notarse que en la formulación de esta pregunta evitamos
prejuzgar a las expresiones como discriminatorias, porque, si se
las enunciara de ese modo, se asumiría que de suyo ocasionan un
daño, toda vez que, en su sentido técnico, un acto de discrimina-
ción implica siempre una violación de derechos fundamentales.15
Dicho de otro modo, si se llega a sostener que, de suyo, existen
expresiones discriminatorias, debe aceptarse entonces que se ha
podido acreditar que ciertos discursos, como los de odio, dañan
los derechos y dignidad de personas y grupos y deben ser enfren-
tadas por la acción del Estado.16 En el enunciado “discurso dis-
criminatorio”, la conclusión estaría adelantada en la estipulación
de los términos, sin pasar por el análisis del daño. Así se mantie-
ne vigente la duda de si se le pueden atribuir efectos dañinos a la
expresión prejuiciosa.
Para ofrecer una respuesta persuasiva a este dilema, debería
partirse de la revisión crítica de la noción de daño que ha im-
perado en la lectura liberista de los discursos de odio. Como se
señaló antes, una categoría central en el debate norteamericano
15
Puede verse, a este respecto, la “definición técnica” de discriminación que
se ofrece de manera amplia en Rodríguez Zepeda (2006: 17–30) y en la que se
le asocia, indefectiblemente, con la violación de derechos subjetivos.
16
Al explicar la dimensión estructural de la discriminación, Pincus sostuvo
que debe mantenerse una distinción entre la “actitud”, es decir, el conjunto in-
terrelacionado de “creencias, sentimientos y motivaciones acerca de un objeto o
clase de objetos” y los “comportamientos”, que son acciones abiertamente prác-
ticas que inciden en el tejido social y están dirigidas a esos objetos identificados
por la actitud (Pincus, 1994: 51). El comportamiento que concreta a la actitud
de prejuicio es la discriminación, pero para que ésta se realice deben darse cier-
tas mediaciones institucionales (incentivos institucionales para pasar al acto,
por ejemplo) en cuya ausencia puede incluso quedar sin esa realización práctica
al prejuicio. Algo similar, por otra parte, sostiene Patricio Solís: “Aunque los
prejuicios entre grupos sociales son comunes, éstos pueden o no traducirse en
prácticas o tratos discriminatorios” (Solís, 2017: 16).

50
Jesús Rodríguez Zepeda

de la libre expresión es la de palabras de ataque (fighting words),


formulada en la sentencia de la Suprema Corte de Justicia de los
Estados Unidos a propósito del caso Chaplinsky v. New Hamps-
hire (ussc, 1942). Esta sentencia estableció que existe una se-
rie de apelaciones como damned racketeer (maldito estafador) y
damned Fascist (maldito fascista) que, cuando son dirigidas en
público a una persona promedio, provocan en ella el deseo de
represalia y, en consecuencia, conducen a una ruptura de la paz.
Estas palabras, que implican incitación al daño y plantean un
riesgo o amenaza presente o inminente, no están protegidas por
la Primera Enmienda. En este caso, la lectura judicial del dis-
curso se hizo a partir de las palabras juzgadas como entidades
cargadas de sentido y con consecuencias negativas identificables
tanto sobre otras personas como sobre un valor colectivo como
la paz pública. Puede decirse que la identificación del daño vin-
culado a un riesgo actual y presente planteado por esas pala-
bras, más la exigencia (proveniente del caso Brandenburg) de una
acción ilegal inminente, descarta en realidad la posibilidad de
situar los discursos en un contexto social de acciones agregadas
y de pautas de comportamiento social y político, es decir, exige
tratarlas como piezas lingüísticas independientes, con signifi-
cados exclusivos y consecuencias inmediatas, como si se tratara
de actos discretos sin relación con las experiencias sociales en-
volventes de emisores y receptores del discurso. Se trata de una
visión, por así decirlo, forense del daño discursivo —vale decir,
como prueba técnica o científica que se presenta en el marco
de un proceso legal— que sólo acepta como tal lo que un regis-
tro empírico y desagregado pudiera evidenciar. Una explicación
sistemática (contextual, pragmatista, psicológica o histórica) del
efecto de las palabras queda fuera de esta racionalidad forense,
pues se entiende que, del mismo modo que cada palabra sólo
puede significarse por sí misma, la brecha entre los discursos
y las prácticas es una distinción ontológica cuyos puentes sólo
pueden ser mecánicos o físicos. También se trata de una inter-
pretación extrapolada y sobredimensionada de las propias pala-
bras, pues entiende como discurso a cadenas de actos como la

51
El peso de las palabras: libre expresión, no discriminación y discursos de odio

pornografía o a exhibiciones prácticas de símbolos como en el


caso de las cruces en llamas del Ku Klux Klan.
En contraste, si se entiende al daño posible del discurso con-
forme a la mencionada explicación sistemática, podrán identi-
ficarse al menos dos niveles de daño objetivo en las víctimas de
los discursos de odio. Un primer nivel de daño se expresa en las
condiciones psicológicas, emocionales, afectivas, de autorrespeto,
de seguridad y de integridad moral de muchos de quienes inte-
gran los grupos objeto de esos discursos. En este sentido, debe
estimarse con seriedad la propuesta de la teoría racial crítica, que
reivindica “el punto de vista de la víctima” para identificar los
estragos subjetivos que causa la circulación de los discursos de
odio (Matsuda, 1993; Gates, Griffin, Lively y Strossen, 1994).17
El segundo nivel de daño tiene una dimensión propiamente so-
cial. Puede definirse según los estudios históricos, sociológicos,
antropológicos, etcétera, que son capaces de explicar cómo la
diseminación pública de ciertas formas de discurso de odio se
correlaciona con el aumento de la violencia, la persecución, la
reducción de derechos y hasta el exterminio de los grupos que
son su objeto. Los movimientos totalitarios jamás han sido silen-
ciosos: se han acompañado siempre de discursos característicos
que identifican a grupos humanos completos como peligrosos
o dañinos, los satanizan, proponen abiertamente programas de
lucha contra éstos e incentivan actos de agresión contra ellos en
distintos niveles. Dice Matsuda: “Aunque las causas del fascismo
son complejas, el conocimiento de que la propaganda de odio
antisemita y el ascenso del nazismo estuvieron claramente co-

17
En el mundo judicial norteamericano, la identificación de este tipo de
daño está al alcance del modelo forense, mediante la posibilidad de aceptar
como prueba de daño las evaluaciones psicológicas, psiquiátricas y conductua-
les de las víctimas. Sin embargo, esto que se acepta para distintos terrenos ju-
diciales como prueba válida, sigue sin aceptarse para aquilatar el efecto dañino
de los discursos de odio. Robert Cover sostiene, por ejemplo, que los mensajes
de odio racistas, las amenazas, los insultos, los epítetos y el menosprecio literal-
mente golpean las vísceras de quienes integran el grupo objetivo y que lo asom-
broso es que el mundo judicial pueda ser ajeno a estas evidencias (Cover, 1986).

52
Jesús Rodríguez Zepeda

nectados orientó el desarrollo del Derecho internacional emer-


gente sobre la incitación al odio racial” (Matsuda, 1993: 27). O
como lo ha formulado Goldhagen: “Los modelos cognitivos so-
bre los judíos se consideran […] como fundamentales para la ge-
neración de las clases de ‘soluciones’ que los alemanes abrigaron
para el ‘problema judío’ y las acciones que realmente emprendie-
ron” (Goldhagen, 1997: 75). En suma, los estudios psicológicos,
históricos y científicos sociales constituyen esa fuente probatoria
para mostrar la capacidad de daño de los discursos de odio en un
nivel social y agregado.
La afirmación ontológica de que el lenguaje y las prácticas
humanas están separados es contraintuitiva y hasta cierto punto
intelectualmente ingenua, pero la afirmación jurídica de que los
discursos no son actos de efectividad material que suelen enca-
denarse con otros actos que se alimentan del mismo significado
colectivo es una hipótesis ahistórica y ajena a una racionalidad
sensata y crítica. Esto implica que el extremo interpretativo al
que puede llegar el modelo norteamericano reposa en un equívo-
co conceptual, pero también que este extremo es la afirmación de
un esquema de jerarquías que considera que el hipotético daño
de los discursos de odio en las personas y grupos es un tema que
no amerita mayor atención o, al menos, que puede ser subordi-
nado a una idea sublimada de libertad.18 Una vez establecida esta
crítica de la idea forense de daño, no debería olvidarse nuestra
prevención contra la tentación de los extremos. Si bien puede
afirmarse que, bajo ciertas condiciones y con determinadas mo-
dalidades, los discursos prejuiciosos tienen la tendencia compro-
bable de desdoblarse en prácticas de discriminación y en otro
tipo de daños contra la vida e integridad de los grupos que son

18
En realidad, como lo ha mostrado Owen Fiss, la interpretación liberista
de la Primera Enmienda ofrece una visión sublimada de la libertad de expre-
sión porque ha idealizado la figura del “street corner speaker” (el hablante de la
calle) y pretendido que su permisividad radical con el discurso de odio está al
servicio de aquella figura ciudadana romántica, cuando en realidad tal permisi-
vidad ha servido para proteger a poderes fácticos y para limitar y hasta segar la
voz de quienes integran los colectivos menos aventajados (Fiss, 1996b: 49–66).

53
El peso de las palabras: libre expresión, no discriminación y discursos de odio

su objeto, lo cierto es que de la experiencia norteamericana de-


bería preservarse el argumento de que la libre expresión merece
especiales protecciones que implican, en particular, límites para
la intervención estatal. Conforme a la original forma en que Luis
González Placencia formuló esta idea en el seminario de investi-
gación en el que se revisaron los materiales de esta obra, es nece-
sario distinguir entre “discursos de odio” y “discursos odiosos”. En
efecto, la sobrecalificación de los discursos desagradables y el celo
excesivo en la protección de la integridad de los grupos histórica-
mente estigmatizados pueden conducir al error conceptual —y,
desde luego, jurídico— de tomar como discursos de odio expre-
siones que deberían estar protegidas por la libre expresión según
algunos estándares internacionales. Ese celo excesivo, como pro-
grama o como inercia, termina por convertir al poder público en
una edición contemporánea del Big Brother de George Orwell.
Un riesgo de sobrecalificación está presente ya en el contex-
to mexicano. Si recordamos que la limitación de la categoría de
palabras de ataque (fighting words) reside en que entiende a éstas
como entidades cargadas de sentido intrínseco y con consecuen-
cias registrables de manera forense, algo similar encontraremos
en el caso judicial paradigmático en México sobre la relación
entre libre expresión y no discriminación. Aunque la Suprema
Corte mexicana ya ha ofrecido una conceptualización muy ra-
zonable del discurso de odio que distingue a éste de otras expre-
siones en las que se manifiesta un rechazo hacia ciertas personas
o grupos,19 el argumento preeminente de este cuerpo colegiado

19
La SCJN estableció que, mientras las expresiones generales de rechazo
“pueden resultar contrarias a las creencias y posturas mayoritarias, generando
incluso molestia o inconformidad en torno a su contenido, su finalidad se agota
en la simple fijación de una postura”, los discursos de odio o de incitación a la
violencia o a la discriminación van más allá de la expresión de una idea o una
opinión, pues “se encuentran encaminados a un fin práctico, consistente en
generar un clima de hostilidad que a su vez puede concretarse en acciones de
violencia en todas sus manifestaciones”, agregando que estos discursos “resultan
una acción expresiva finalista que genera un clima de discriminación y violencia
hacia las víctimas entre el público receptor, creando espacios de impunidad para
las conductas violentas” (SJFG, 2013: Tesis 1ª. CL/2013 [10a]).

54
Jesús Rodríguez Zepeda

se orienta por otro derrotero. Se trata de una sentencia de 2012


de la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Na-
ción (scjn), a cargo del ministro Arturo Zaldívar, para un caso
de intercambio de insultos entre dos periodistas de la ciudad de
Puebla, en el que destacó una serie de palabras de orientación
homofóbica como puñal y maricón. Dice la reseña del caso:

la mayoría de los señores Ministros manifestaron que


las expresiones homófobas, esto es, el discurso consis-
tente en inferir que la homosexualidad no es una op-
ción sexual válida, sino una condición de inferioridad,
constituyeron manifestaciones discriminatorias, ello a
pesar de que se emitieron en un sentido burlesco, ya
que mediante las mismas se incitó, promovió y justificó
la intolerancia hacia la homosexualidad. Por lo ante-
rior, las expresiones homófobas fueron una categoría
de discursos del odio, los cuales se identificaron por
provocar o fomentar el rechazo hacia un grupo social.
La problemática social de tales discursos radicó en que,
mediante las expresiones de menosprecio e insulto que
tuvieron, los mismos generaron sentimientos sociales
de hostilidad contra personas o grupos. Debido a lo
anterior, los integrantes de la Primera Sala señalaron
que las expresiones empleadas en el caso concreto, con-
sistentes en las palabras “maricones” y “puñal”, fueron
ofensivas, pues si bien se trató de expresiones fuerte-
mente arraigadas en el lenguaje de la sociedad mexica-
na, lo cierto es que las prácticas que realizan la mayoría
de los integrantes de la sociedad no pueden convalidar
violaciones a derechos fundamentales (scjn, Amparo
Directo en Revisión, 2806/2012).

Esta sentencia, pese a su esquematismo argumentativo y su


pobreza conceptual, se ha convertido en un referente para la
acción judicial en casos similares, por lo que sus consecuencias
ameritan crítica intelectual, toda vez que al verterse como juris-

55
El peso de las palabras: libre expresión, no discriminación y discursos de odio

prudencia orientará la argumentación de los jueces regulares al


enfrentar casos de contenido similar.20 Lo primero que podría
decirse respecto de esta sentencia es que incurre en el mismo
error epistemológico que los casos norteamericanos que habi-
litaron la categoría de las palabras de ataque. Lleva a cabo una
interpretación aislada de las palabras y no evalúa, como factor
productor del significado, ni el contexto, ni la intencionalidad,
ni la posición relativa de los emisores y receptores, ni la inten-
ción burlesca, ni el carácter de pieza periodística, ni, en fin, los
alcances sociales del discurso. Al catalogar palabras sueltas y no
la complejidad del discurso, da lugar al despropósito de generar
una línea de interpretación que tenderá a juzgar como discurso
de odio a aquellas expresiones que contengan los vocablos puñal
y maricón o algunos similares.21
La sentencia, sin embargo, manifiesta un error más grave: la
ignorancia, inercial o deliberada —eso es indiferente— de los cri-
terios para calificar a los discursos de odio que cualquier persona
interesada —y sobre todo un juez constitucional— debería tener
presente al argumentar sobre este tipo de casos. La scjn dejó de
lado los recursos disponibles tanto en los Principios de Camden
como en el Plan de Acción de Rabat, además de cierta literatura
relevante ampliamente disponible sobre el tema, y terminó por
calificar como discurso de odio a lo que es solamente un discurso

20
Aunque sería deseable desarrollar ampliamente esta crítica a la sentencia,
el lector o lectora encontrará en este mismo volumen dos trabajos, especiali-
zados y sistemáticos, que llevan a cabo esta tarea con mejor fortuna. Véanse
las contribuciones de la organización Artículo 19 y del profesor Juan Antonio
Cruz Parcero.
21
Sobre el abuso de las palabras sueltas para determinar casos de discrimi-
nación, véase la crítica que, desde el argumento de la reapropiación y resignifi-
cación de las palabras tomadas como ofensivas, ofrece Nicolás Alvarado en este
mismo volumen. El error de categorizar palabras y no discursos fue visible tam-
bién en la calificación que el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación
(que es la autoridad administrativa del gobierno federal mexicano para luchar
contra la discriminación) hizo en septiembre de 2016 de un artículo periodísti-
co de crítica cultural del propio Nicolás Alvarado y al que, por la mera aparición
de palabras como jotas o nacas, categorizó como discurso discriminatorio.

56
Jesús Rodríguez Zepeda

odioso. Estos recursos no sólo ofrecen una serie de criterios de


enorme relevancia para identificar los discursos de odio, y con
ello distinguirlos de otras formas de expresión que no ameritan
los actos punitivos del Estado, sino que además generan direc-
trices sensatas y equilibradas para alcanzar una adecuada ponde-
ración entre los derechos de libre expresión y no discriminación.
Los Principios de Camden (Article 19, 2009), que fueron
formulados por un grupo amplio de expertos por la convocatoria
de la organización internacional Artículo 19, Global Campaign
for Free Expression, ponen especial énfasis tanto en las obliga-
ciones de los Estados respecto de la libertad de expresión como
en la necesidad de precisión y análisis crítico de las expresiones
que ameritan la definición de discursos de odio. Por ejemplo, en
su Principio 11, requiere que las restricciones que deban imponer
los Estados a los discursos dañinos:

i. Sean clara y estrechamente definidas y que respondan


a una necesidad social apremiante. ii. Sean la medida
disponible menos intrusiva, en el sentido que no hay
otra medida que fuera efectiva pero al mismo tiempo
la menos restrictiva de la libertad de expresión. iii. No
sean demasiado amplias, en el sentido que no restrin-
jan el discurso de una manera extensa o sin límites, ni
vayan más allá de lo que constituye el discurso dañino
para excluir el discurso legítimo. iv. Sean proporcio-
nadas en el sentido de que el beneficio para el interés
protegido supera el daño a la libertad de expresión, in-
cluso respecto a las sanciones que autorizan (Article
19, 2009: Principio 11).

En cuanto a la identificación de los discursos de odio, los


Principios también establecen requisitos claros de categoriza-
ción. En el Principio 12 encontramos que:

12.1. Todos los Estados deberán aprobar legislación


que prohíba cualquier promoción del odio nacional,

57
El peso de las palabras: libre expresión, no discriminación y discursos de odio

racial o religioso que constituya incitación a la discri-


minación, la hostilidad o la violencia (expresiones de
odio). Los sistemas nacionales jurídicos deberán dejar
en claro, ya sea explícitamente o mediante interpreta-
ción autoritativa, que: i. Los términos ‘odio’ y ‘hostili-
dad’ se refieren a emociones intensas e irracionales de
oprobio, enemistad y aversión del grupo objetivo. ii. El
término ‘promoción’ se entenderá como requiriendo la
intención de promover públicamente el odio contra el
grupo objetivo. iii. El término ‘incitación’ se refiere a
declaraciones sobre grupos nacionales, raciales o reli-
giosas que puedan crear un riesgo inminente de dis-
criminación, hostilidad o violencia contra las personas
que pertenecen a dichos grupos […] 12.3. Los Estados
no deberán prohibir la crítica dirigida contra, o el de-
bate sobre, las ideas, creencias o ideologías particula-
res, o las religiones o instituciones religiosas, al menos
que dicha expresión constituya expresiones de odio tal
como se define en el Principio 12.1. 12.4. Los Estados
deberán asegurar que las personas que hayan sufrido
daños reales y efectivos como resultado de expresiones
de odio tal como se define en el Principio 12.1 tengan
derecho a un recurso efectivo, incluso un recurso civil
por daños y perjuicios (Article 19, 2009: Principio 12).

Por su parte, el Plan de Acción de Rabat, formulado por el


Consejo de Derechos Humanos de la onu y publicado por la
Asamblea General en 2013 (onu, 2013), ofrece una categoriza-
ción de los discursos de odio que mantiene la protección de los
derechos y otros bienes públicos contra las expresiones discrimi-
natorias pero, a la vez, permite distinguirlos de otras formas de
discurso que no acusan la misma gravedad y que, por ende, debe-
rían quedar protegidos por la libertad de expresión. De manera
sustantiva, establece la necesidad de tomar en cuenta los siguien-
tes elementos para dictaminar la existencia de los discursos de
odio (el lector o lectora disculpará la largueza de la cita):

58
Jesús Rodríguez Zepeda

(a) Contexto: El contexto es de gran importancia


cuando se evalúa si los pronunciamientos particulares
probablemente incitan a la discriminación, la hosti-
lidad o la violencia contra el grupo objetivo […] El
análisis del contexto debe emplazar el discurso en el
contexto social y político prevaleciente en el momento
en el que el discurso fue pronunciado y diseminado;
(b) Emisor: La posición del emisor o su estatus en la
sociedad deben ser considerados, y específicamente la
jerarquía del individuo o de la organización en el con-
texto de la audiencia a la que se dirige el discurso; (c)
Intento: […] La negligencia y la imprudencia no son
suficientes para que un acto sea una ofensa conforme
al Artículo 20 del Pacto [Internacional de Derechos
Civiles y Políticos], ya que este artículo prevé la pro-
moción y la incitación más que la mera distribución o
circulación de material. A este propósito, se requiere
la activación de una relación triangular entre el obje-
to y el sujeto del discurso, así como con la audiencia;
(d) Contenido y forma: […] El análisis del contenido
puede incluir el grado en el que el discurso fue provo-
cador y directo, así como la forma, el estilo, la natura-
leza de los argumentos desarrollados o el balance entre
esos argumentos; (e) Extensión del acto de habla: la
extensión incluye elementos tales como el alcance del
acto de habla, su naturaleza pública, su magnitud y el
tamaño de su audiencia […]; (f ) Probabilidad, inclu-
yendo la inminencia. La incitación, por definición, es
un delito incoado. La acción promovida no tiene que
ser cometida para establecer que el discurso equivale a
un delito. Sin embargo, algún grado de riesgo debe ser
identificado (onu, 2013).

En otro ámbito, el de los estudios académicos, Ariel Kau-


fman puso a circular otra serie de criterios para calificar a los
discursos de odio o, como él prefiere denominarlos, odium dicta,

59
El peso de las palabras: libre expresión, no discriminación y discursos de odio

tanto para identificarlos como para calificarlos por su gravedad o


intensidad (Kaufman, 2015: 139–180). Identifica cuatro criterios
que permiten establecer cuándo existe un odium dictum y cuán-
do no se actualiza esa situación. Estos criterios, que encuentran
en su texto una persuasiva justificación, son: “criterio de grupo
vulnerable tipificado”, “criterio de humillación”, “criterio de ma-
lignidad” y “criterio de intencionalidad”.
Aunque está implícito en el Plan de Acción de Rabat, tengo
para mí que a la lúcida serie de marcadores de los discursos de
odio que provienen de Camden, Rabat y de argumentos como
el de Kaufman, debería añadirse explícitamente el criterio de las
posiciones relativas de poder o dominio de emisores y recepto-
res, a afecto de precisar si los discursos tienen intenciones de
agravar la discriminación y la exclusión o de revertirlas de algún
modo.
En todo caso, basta con un simple repaso de estos instru-
mentos analíticos orientados a la clasificación técnica de dis-
cursos para hacer notorio que la sentencia pionera del ministro
Zaldívar en vez de favorecer el derecho a la no discriminación
de los grupos de diversidad sexual —porque aparentemente ése
era su propósito último— termina por introducir sanciones y lí-
mites no razonables a la libertad de expresión. La sentencia pio-
nera mexicana no cumple requisitos de contexto, de análisis de
emisor, de intento, de contenido y forma, de extensión del acto
del habla ni de probabilidad. Tampoco acredita haber categori-
zado al grupo discriminado, la humillación, la malignidad ni la
intencionalidad. En suma, ha recurrido al uso de una categoría
tan exigente como la de discurso odio de manera superficial e
incluso desinformada.
El artículo 1º de la Constitución mexicana exige que las obli-
gaciones en materia de derechos humanos se ejerzan en confor-
midad con principios como la interdependencia y la indivisibi-
lidad de los mismos (cpeum, artículo 1º, párrafo 3º). Nuestra
sentencia, sin embargo, separa los derechos de libre expresión
y no discriminación y abandona la senda deseable de la pon-
deración crítica. Al hacerlo, afecta por igual la expectativa de

60
Jesús Rodríguez Zepeda

cumplimiento de ambos derechos: limita la agenda pública de


la no discriminación porque vincula, ante el imaginario social, su
defensa con la restricción no razonable de ciertos espacios de li-
bertad, pareciendo dar la razón a quienes ven en las exigencias de
no discriminación en el terreno discursivo una suerte de mordaza
política arbitraria para la libre expresión de las ideas; por otra
parte, pone en riesgo el ejercicio de la libre expresión por some-
terla a limitaciones excesivas y desproporcionadas, mediante una
sobre-categorización que genera una amenaza objetiva para los
discursos disidentes, molestos, maleducados, chocantes y desa-
gradables (discursos odiosos), a los que un sano juicio democrá-
tico se abstendría de calificar de discursos de odio. Precisamente
porque las palabras pesan y tienen eficacia material, no se debería
invocar en vano la categoría de discursos de odio.

A modo de corolario: reglas


discursivas de una razón pública

No debería olvidarse que la apología clásica de la libre expresión


ha sido históricamente persuasiva porque ha entendido a ésta
como una forma de protección de los individuos o de las mino-
rías contra los excesos y abusos de las mayorías y del poder po-
lítico. La intuición moral que se desprende de este aserto es que
difícilmente podría ser defendible la libertad de expresión si se
entendiera como mecanismo para mantener privilegios, agravar
desigualdades y, sobre todo, para perpetuar discriminaciones y
exclusión. En virtud de ello, un posible equilibrio entre los re-
clamos de libertad de expresión y no discriminación, para ser
aceptable, ha de estar informado por una profunda reserva frente
a las pretensiones de los grupos de poder de mantener y escalar
la asimetría de trato que les beneficia.
Las reglas públicas que se han revisado arriba no sólo preten-
den guiar a los agentes estatales para evitar que la acción pública
se torne abusiva y arbitraria cuando enfrenta los dilemas de la re-
lación entre los derechos humanos de libre expresión y no discri-

61
El peso de las palabras: libre expresión, no discriminación y discursos de odio

minación, también buscan enmarcar con claridad los abusos de


la expresión que se denominan discursos de odio para proteger a
los grupos y a la sociedad en su conjunto de los daños que aca-
rrean. Vistas así, estas reglas forman parte del ideal de una razón
pública que, al menos, debe ser bosquejado aquí para disponer de
un marco crítico capaz de orientar a los sujetos civiles, políticos,
legislativos y, sobre todo, jurídicos, a efecto de que sean capaces
de no ceder a la tentación de los extremos.
El concepto de razón pública, heredero contemporáneo del
principio kantiano de publicidad, fue acreditado en nuestros días
por el filósofo norteamericano John Rawls. El ideal de la razón
pública es una idea regulativa o prescriptiva, que sin ser una nor-
ma jurídica puede orientar la legislación y el diseño institucional
que enmarquen la circulación de argumentos en el terreno de
la vida pública. El profesor de Harvard desarrolló, en uno de
sus últimos trabajos, un ensayo sobre las formas razonables de
circulación de los argumentos en el foro público (political forum)
de una sociedad democrática. Su razonamiento es tan sencillo
como sostener que en una sociedad justa, donde impera la libre
expresión, los agentes relevantes del poder público (gobernantes,
legisladores, candidatos en campaña y jueces) no deberían estar
autorizados para expresar discurso alguno que contravenga los
contenidos políticos de la justicia y los principios fundamentales
de la Constitución (Rawls, 1999).22 Los sujetos relevantes de la
vida pública, sobre todo en los emplazamientos y situaciones de
carácter público (en edificios públicos, en actos públicos, en la
decisión acerca del ejercicio de recursos públicos, en el uso de
una investidura pública, en sentencias judiciales), sólo deberían

22
Aunque el argumento de la razón pública de John Rawls está conectado
con un modelo normativo mucho más amplio, el del liberalismo político, que
previamente había justificado filosóficamente la existencia de un conjunto espe-
cífico de contenidos de justicia y fundamentos constitucionales (Rawls, 1993),
el uso que hacemos de este argumento sólo recupera la propuesta de que el ideal
de la razón pública es un modelo de argumentación necesario cuando entran en
el juego discursivo cuestiones de justicia pública y materias constitucionales, sin
que éstas tengan necesariamente el contenido justificado por Rawls.

62
Jesús Rodríguez Zepeda

expresarse en términos compatibles con un discurso público, es


decir, con un discurso constitucionalmente fundado y coherente
con los criterios de justicia política de una sociedad democráti-
co-constitucional. El resto de los miembros de la sociedad puede
expresarse, conforme a sus ideas morales, religiosas o filosóficas
propias, con razones no públicas en los distintos ámbitos e insti-
tuciones de su vida regular.
De este modo, la restricción de la expresión apunta a delimi-
tar el tipo de argumentos que un sujeto del poder público puede
utilizar en sus actos de habla, que, por definición, tienen un sen-
tido público y la alta posibilidad de afectar los derechos de la ciu-
dadanía. Este argumento apunta a justificar las restricciones de
expresión, en el foro público, a los sujetos del poder político, en
el entendido de que es necesario proteger bienes políticos comu-
nes mediante restricciones normativas a los discursos arbitrarios.
Así, puede sostenerse que, en el marco de una razón pública de-
mocrática, es posible limitar la expresión de los sujetos políticos
que vaya contra los principios de una Constitución democrática.
Así es como aparece la figura conceptual de sujeto con obligaciones
especiales en materia de expresión.
Este argumento implica que si bien una libertad como la de
expresión admite siempre una serie de límites razonables, éstos
podrían ser más estrictos cuando se trata de quienes ejercen los
poderes públicos. Estas limitaciones a la expresión abusiva no
sólo deberían darse cuando estos sujetos llegan a los extremos
de los discursos de odio, sino también cuando se expresan re-
gularmente como autoridades cuyos discursos pueden fortalecer
los prejuicios y estigmas sufridos por los grupos subalternos. No
obstante, en un contexto democrático atravesado por relaciones
de dominio que no respetan la distinción jurídica entre lo públi-
co y lo privado, también los particulares investidos de la capaci-
dad de afectar los derechos de los demás, deberían estar sujetos
al control de diversos mecanismos democráticos.23 Esto quiere

23
Kaufman nos previene contra la idea de que todo abuso de la expresión
riesgoso para los derechos de los grupos subalternos tenga que ser enfrenta-

63
decir que las obligaciones especiales de expresión pueden am-
pliarse a los sujetos poderosos de la sociedad, aun si son privados.
Lo que aquí se propone, yendo más allá del estándar rawlsia-
no, es agregar a su concepto la idea de que, dada la inevitable vi-
sibilidad pública de los sujetos del poder, es prácticamente impo-
sible establecer una diferencia entre la dimensión no pública y la
dimensión pública de los sujetos que ejercen autoridad en la vida
social. Porque poseen capacidad de dañar derechos, también los
actos de los particulares poderosos deben ser entendidos como
actos públicos. En este sentido, sus obligaciones discursivas coin-
ciden con la publicidad de sus actos sin que tengan que ser ser-
vidores públicos, por lo que en ningún acto abierto o público, el
sujeto poderoso, sea gubernamental o particular, puede reclamar
el derecho a una expresión privada, como la que pudiera tener
un sujeto privado cualquiera, es decir, no investido de un poder
social relevante.24 Esta idea se ajusta al concepto kantiano de pu-
blicidad, que estipula que “Son injustas todas las acciones que se
refieren al derecho de otros hombres cuyos principios no sopor-
tan ser publicados” (Kant, 1985 [1795]: 61–62). Tales acciones
dañinas para los derechos pueden ser obra de agentes guberna-
mentales o de particulares poderosos, pero en todo caso sólo son
injustas porque no podrían pasar la prueba de la publicidad.
Este mismo criterio nos debería prevenir contra legislaciones

do por la acción punitiva del Estado. En algunos casos, los más graves, podrá
ser ésta requerida, pero en otros, los propios mecanismos del debate público,
la presión de los ciudadanos y las críticas horizontales serán suficientes para
enfrentar los discursos tendencialmente discriminatorios. Véase el catálogo de
estas medidas democráticas diferenciadas para enfrentar los Odium dicta en
Kaufman (2015: 163–172).
24
Esta visión ya está presente en novedosas piezas de legislación mexicana.
Por ejemplo, en el artículo 5 de la nueva Ley de Amparo, que prevé la figura
de “particulares de interés público”, contra quienes, debido a su capacidad de
afectar derechos fundamentales, puede surtir el juicio de amparo. O bien, en el
nuevo marco constitucional y legal de transparencia y acceso a la información a
partir de la reforma constitucional al artículo 6º en 2014, que prevé obligacio-
nes de publicidad para los particulares que afecten el interés público mediante
la recepción y uso de recursos públicos o el ejercicio sustitutorio de autoridad
pública.
Jesús Rodríguez Zepeda

de control del discurso por razones de protección contra la dis-


criminación a los grupos religiosos, y cuyos efectos son previsi-
blemente dañinos para la propia libertad de expresión. Deberían
por ello, como sugieren los Principios de Camden de Artículo
19, ser evitados actos legislativos como los que establecen jurí-
dicamente la difamación grupal o “libelo comunal”; es decir, la
conceptualización como dañina a la expresión de juicios y argu-
mentos negativos sobre religiones en general. En estos casos, no
debería olvidarse en ningún momento la idea-fuerza propia del
derecho antidiscriminatorio, que sostiene que aunque el derecho
humano a la no discriminación sólo se expresa sociológicamente
en términos de adscripciones grupales, es una titularidad jurídica
de los individuos, y no de los grupos.
Ciertas piezas de legislación y políticas públicas de intención
antidiscriminatoria han derivado en formas novedosas de dis-
criminación. Salazar y Gutiérrez (2008: 73–77) analizan el caso
de la legislación francesa, que, con la pretensión de garantizar la
laicidad en la vida pública y la no discriminación de las mujeres,
prohibió, bajo el criterio de la eliminación de los símbolos reli-
giosos ostensibles en los espacios públicos, el uso del velo carac-
terístico de muchas mujeres musulmanas en los sitios y edificios
de la educación y en la administración pública. Estos autores in-
terpretan el resultado de estas medidas como una nueva forma de
discriminación a las mujeres que voluntariamente habían optado
por el uso de la prenda. Aunque podría discutirse el diagnóstico
de los autores acerca del efecto claramente discriminatorio de la
medida, lo que podemos destacar de su ejemplo es el acento en
los efectos adversos a la libertad que en ocasiones acarrean las
leyes y las políticas tendientes a la igualdad de trato. En efecto,
esta prevención no es gratuita. Un ejemplo entre muchos posi-
bles acredita este riesgo: en octubre de 2010, el gobierno boli-
viano de Evo Morales publicó la Ley contra el Racismo y toda
forma de Discriminación (Ley 045), encaminada a combatir el
racismo y la discriminación en ese país. Más allá de numerosos
contenidos defendibles, lo destacable de esta pieza legislativa es
la autorización a la policía y a los jueces para encarcelar a los pe-

65
El peso de las palabras: libre expresión, no discriminación y discursos de odio

riodistas y clausurar los diarios y demás medios de comunicación


que difundan opiniones o valores discriminatorios o racistas; por
ejemplo, los que atenten contra las tradiciones comunitarias de
los grupos indígenas. Este uso de la coerción penal para estable-
cer igualdad de trato no admite una prueba seria de ponderación
constitucional, pues es notable su conflicto con la protección de
la libertad de expresión, dado que asigna al Estado la capacidad
de interpretar como delictivas formas de expresión que admiten
una amplia variedad de lecturas. La idea de utilizar la fuerza del
Estado para imponer un estándar de decencia discursiva o de
—para usar un término clásico en este debate— corrección políti-
ca, debe ser encarada con muchas precauciones, pues sus riesgos
sobre los equilibrios de un sistema constitucional son muchos.
En el caso de México, buena parte de estos riesgos de des-
equilibrio entre derechos fundamentales proviene de una lectura
de las prerrogativas concedidas a los pueblos y culturas indígenas
como derechos especiales de grupos, con titularidades jurídicas
colectivas. Si bien no se puede rechazar de manera absoluta este
concepto político-jurídico, e incluso se puede decir que hay es-
pacios de la vida social que requieren de esas titularidades, la
conversión del grupo étnico en un sujeto de derecho entraña un
riesgo mayúsculo para la libertad de los disidentes internos o
los críticos externos de las ideas religiosas del grupo. Sólo la fal-
sa creencia en una suerte de adanismo de los pueblos indígenas
puede llevar a incurrir en la falacia del consenso, que adjudica una
unanimidad moral, política y cultural en los grupos de estructura
tradicional, mientras que por otra parte defiende la diversidad y
el pluralismo de valores y formas de vida en las sociedades de-
mocráticas.
Considerado lo anterior, puede defenderse la necesidad de
que en México se legisle para precisar tanto la definición misma
de los discursos de odio como los límites a su expresión. Tal marco
legislativo podría establecer obligaciones o límites de expresión
para quienes son capaces de emitir discursos de odio sobre la base
de alguna forma de autoridad o dominio, públicos o no públicos,
pero de alcance y efectos sociales. Estas rutas de legislación y

66
Jesús Rodríguez Zepeda

control público de la emisión de ideas y opiniones que, en princi-


pio, deben garantizar el cumplimiento simultáneo y complemen-
tario de los derechos humanos a la libre expresión y a la no discri-
minación, deben estar sujetas a un escrupuloso debate público y a
una revisión cuidadosa y desprejuiciada por parte de la sociedad
civil y de los poderes democráticos. No pueden repetir la impro-
visación de algunos argumentos judiciales aquí revisados.
Uno de los mayores riesgos de esta ruta de acción pública
consiste en que el celo por una protección mayor a los grupos
discriminados termine por establecer limitaciones desproporcio-
nadas o disolventes de la propia libertad de expresión. No debería
nadie perder de vista que la libertad de expresión ha conllevado
siempre un efecto crítico y corrosivo no sólo respecto de los po-
deres políticos formales, sino también respecto de las costumbres
y de los estándares de decencia, civilidad y buen comportamien-
to, y ha encontrado un terreno sumamente fértil en la crítica y
hasta en el desprecio a las ideas y los poderes eclesiásticos, a las
creencias y prejuicios de la mayoría social y a los valores colecti-
vos tenidos por inmutables y hasta sagrados.25
Finalmente, un criterio político que podría ser adecuado
para orientar esta necesaria discusión pública es, como se ha
sostenido arriba, considerar como particularmente lesiva y, por
ende, susceptible de quedar sujeta a restricciones legales, a la
expresión prejuiciosa proveniente de los poderes institucionali-
zados (públicos y privados). En la medida en que las relaciones
discriminatorias son, primordialmente, relaciones de dominio
ilegítimo entre personas y entre grupos, es decir, formas de ac-
tualización de la estructura de poder de una sociedad marcada
por la desigualdad de trato, las expresiones racistas, sexistas u
homofóbicas provenientes de los poderes relevantes tanto del
ámbito público como del privado, de no ser limitadas, seguirán
generando daños objetivos en los derechos e integridad de las
25
Nunca sobra referir al famoso argumento de Salman Rushdie: “¿Qué es
la libertad de expresión? Sin la libertad de ofender, ésta deja de existir. Sin la
libertad de desafiar e incluso de satirizar todas las ortodoxias, incluyendo las
ortodoxias religiosas, esta libertad deja de existir” (Rushdie, 1992: 396).

67
El peso de las palabras: libre expresión, no discriminación y discursos de odio

personas contra las que se dirigen.


Otra cosa, no obstante, debería suceder con las expresiones
de contenido prejuicioso emitidas por particulares que no po-
seen tales grados de poder o autoridad. Una sociedad democráti-
ca debe aprender a convivir con su propia diversidad simbólica y
moral. Por ello, puede juzgarse como propia de la libertad de ex-
presión —y hasta de sus excesos y desvaríos— la expresión de los
particulares que no están investidos de un poder relevante. Esta
idea es congruente con el Plan de Acción de Rabat, toda vez que
el discurso de esos particulares carece de las facultades de causar
daño que sí tienen los abusos discursivos de los poderosos. Como
extensión radical de este último grupo de emisores debe aparecer
la figura de las categorías especialmente protegidas en materia
de libertad de expresión: artistas, periodistas, comediantes, hu-
moristas, creadores intelectuales, críticos culturales, etcétera. Las
expresiones de estos grupos podrían ser entendidas por muchos
como discursos ofensivos y hasta odiosos, pero sólo el más acu-
cioso análisis podría determinar si constituyen discursos de odio.
Seguro provendrán de tales grupos excesos de la expresión o dis-
cursos desagradables con los que una sociedad liberal y tolerante
tiene que aprender a convivir, pero el riesgo para el sistema de
derechos que proviene de su persecución es siempre mayor que la
reparación de éstos que tal tarea punitiva pudiera generar.26
El peligro que proviene de la aplicación de sanciones legales
a las expresiones vernáculas, populares o cotidianas, que deberían
más bien enfrentarse por la ruta educativa y de debate públi-
co abierto es el de convertir al Estado en una suerte de policía
del lenguaje. Este riesgo exige, más bien, que en los programas
antidiscriminatorios de los Estados democráticos se acentúe la
atención a los procesos culturales y educativos que permiten des-
montar, a la larga, los prejuicios discriminatorios que están en la
base de estas expresiones prejuiciadas y estigmatizadoras.

Véase, a este respecto, el iluminador texto de David Brooks sobre las


26

razones por las cuales el discurso de Charlie Hebdó es necesario para una
sociedad democrática (Brooks, 2015).

68
Jesús Rodríguez Zepeda

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agosto, 2017).

73
Discurso de odio:
los márgenes de la
libertad de expresión
y la democracia
Article 19 México y Centroamérica1

Introducción

Article 19 cree que es crucial asegurarse de que las respuestas al


discurso de odio cumplan con el derecho internacional de los de-
rechos humanos. Las prohibiciones que censuran los puntos de
vista ofensivos a menudo son contraproducentes para promover
la igualdad, ya que no abordan las raíces sociales subyacentes de
los distintos prejuicios que impulsan el discurso del odio. En la
mayoría de los casos, la igualdad se promueve de mejor forma
mediante medidas positivas que aumenten la comprensión y la
tolerancia, más que a través de la censura.
A lo largo de este capítulo, Article 19 provee una guía para
identificar el discurso de odio y la forma de enfrentarlo, a la vez
que se protege la libertad de expresión y el derecho a la igualdad.
En este texto abordaremos la respuesta a tres preguntas claves:

› ¿Cómo identificar el discurso de odio que puede restrin-


girse y cómo distinguirlo del discurso protegido?
› ¿Qué medidas positivas pueden adoptar los Estados y de-
más actores sociales para contrarrestar el discurso de odio?

1
Ana Cristina Ruelas es Directora Regional y Leopoldo Maldonado es
Oficial del Programa de Protección y Defensa de Artículo 19 (México y Cen-
troamérica). El artículo expresa el punto de vista institucional de Artículo 19.

75
Discurso de odio: los márgenes de la libertad de expresión y la democracia

› ¿Qué tipos de discurso de odio deberían estar prohibidos


por los Estados y bajo qué circunstancias?

Asimismo, presentamos dos casos relacionados con el con-


texto mexicano en el que, desde la perspectiva de Article 19, el
discurso de odio ha sido pretexto para censurar y limitar el deba-
te de interés público.

***

Al hablar del así denominado discurso de odio (hate speech),


enfrentamos una serie de problemáticas inherentes al debate en
el marco de la democracia. La premisa central radica en la pre-
gunta: ¿qué hacer con quienes propagan discursos intolerantes y
violentos?
No puede hablarse de libertad de expresión sin tocar dos de
sus características distintivas: el pluralismo y la diversidad. Este
derecho facilita el debate que da voz a distintas perspectivas y
puntos de vista sobre temas de interés público.
El alcance del derecho a la libertad de expresión es amplio.
Incluye, por ejemplo, la expresión de opiniones e ideas que otros
pueden considerar profundamente ofensivas y perturbadoras
(cdh, 2011: párr. 11; onu, 2000, y tedh, 1976).
En el derecho internacional de los derechos humanos (didh)
se concede especial importancia a la libertad de expresión como
un derecho fundamental, piedra angular de la democracia, por
considerarse clave para el ejercicio de otros derechos y, en con-
secuencia, para el desarrollo, la dignidad y la realización per-
sonal y colectiva. Las personas pueden adquirir una compren-
sión más amplia de su entorno mediante el intercambio libre
de ideas e información (cdh, 2011: párr. 2; cidh, 1994: cap. v,
títulos iii y iv).
Dicho lo anterior, cabe señalar que este derecho no es abso-
luto y el Estado puede, en algunas circunstancias excepcionales,
sujetar la libertad de expresión a ciertas limitaciones (cdh, 2011:
párrs. 21-22; cidh, 1994: título iv; Corte idh, 2005: párr. 79;

76
Article 19 México y Centroamérica

Corte idh, 2008: párr. 54, y Corte idh, 2009: párr. 117). Por su
parte, los derechos a la igualdad y a la no discriminación están
reconocidos en los instrumentos universales de derechos huma-
nos, así como en todos los regionales. En lo que respecta a los
artículos 2(1) y 26 del Pacto Internacional de Derechos Civiles
y Políticos (pidcp) (onu, 1976), el primero de estos derechos
conlleva una protección igual ante la ley, que no hace distinción
de “raza, color, sexo, idioma, religión, opiniones políticas o de
cualquier otra índole, origen nacional o social, posición econó-
mica, nacimiento o cualquier otra condición social”. Evidente-
mente, tomando en cuenta la época en la que fue aprobado el
pidcp y los demás instrumentos regionales, las disposiciones re-
lativas a la proscripción de la discriminación deben interpretarse
incluyendo otras categorías emanadas de férreas luchas por el
reconocimiento de derechos de diversos sujetos, como discapaci-
dad, orientación sexual o identidad de género, tribu, casta y otros
(Corte idh, 2012: párr. 139).2
De esta manera, es importante advertir, como se ha señala-
do en los Principios de Camden (Article 19, 2009), que la des-
igualdad afecta directamente la libertad de expresión en tanto
promueve la exclusión de ciertas voces, socavando el debate. El
derecho de toda persona a ser oída, hablar y participar en la vida
política, artística y social es, a su vez, indispensable para la reali-
zación y el disfrute de la igualdad (Article 19, 2009: 3).
En este sentido, los derechos a la libertad de expresión e
igualdad se “refuerzan mutuamente” en tanto suponen una “con-
tribución complementaria a la garantía y salvaguarda de la dig-
nidad humana” (onu, 2012: párr. 3; véase también cerd, 2013:
párr. 45).
No obstante, bajo la necesaria y legítima protección contra
la discriminación, los Estados propician respuestas al discurso
de odio que muchas veces se traducen en restricciones a la liber-
tad de expresión. Otras respuestas o prohibiciones a este tipo de

2
La Corte idh considera que deben incluirse como conductas discrimina-
torias prohibidas las realizadas por el “ejercicio de la homosexualidad”.

77
Discurso de odio: los márgenes de la libertad de expresión y la democracia

discurso se justifican constantemente en aras de la protección de


la seguridad nacional, el orden público o la moral pública. Sin
embargo, cuando estos objetivos se combinan con el de combatir
la discriminación, las respuestas que limitan la expresión pueden
ser excesivas, sobreinclusivas y desproporcionadas.
Es por esto que Article 19 considera crucial asegurar que el
discurso de odio reciba respuestas adecuadas relacionadas con el
didh. La prohibición que censura puntos de vista por el hecho
de ser ofensivos es, además de inapropiado, contraproducente
para la promoción de la igualdad, pues fracasa en direccionar el
problema hacia los prejuicios sociales arraigados que genera este
tipo de expresiones. En la mayoría de los casos, la igualdad debe
promoverse a través de medidas positivas que propicien un ma-
yor entendimiento y tolerancia, en lugar de aquellas que apoyan
la censura (Article 19, 2015: 8).
Así, en este capítulo abordaremos brevemente cómo, desde
Article 19, proponemos identificar el discurso de odio y cómo
restringirlo de manera legítima con base en los diversos princi-
pios y guías que la organización ha trabajado a lo largo de treinta
años (Article 19, 1996, 2000, 2012). Cabe destacar que éstos,
construidos con expertos y expertas de diversas partes del mun-
do, fueron retomados en el Plan de Acción de Rabat sobre la
prohibición de la apología del odio nacional, racial o religioso
que constituye incitación a la discriminación, la hostilidad o la
violencia (Consejo de Derechos Humanos, 2013), así como en
la reciente Recomendación General 35 del Comité para la Eli-
minación de todas las Formas de Discriminación Racial (cerd,
2013) y la propia Comisión Interamericana de Derechos Huma-
nos (cidh, 2015).
Posteriormente haremos un análisis de dos casos que en el
contexto mexicano han significado, desde nuestra perspectiva,
una interpretación de discurso de odio lesiva para el ejercicio de
la libertad de expresión. Finalmente concluiremos con una serie
de recomendaciones de respuesta al discurso de odio.

78
Article 19 México y Centroamérica

Definiendo las coordenadas del


problema del discurso de odio

Debemos partir de que no existe una definición universalmente


aceptada sobre lo que debe considerarse discurso de odio. El tér-
mino se ha caracterizado como cualquier expresión que es abusi-
va, insultante, intimidante, acosadora y que incita a la violencia,
el odio, la hostilidad o a la discriminación en contra de grupos
identificados por una serie de características específicas (Comité
de Ministros del Consejo de Europa, 1997, y tedh, 2004: párrs.
43 y 22).3 La vaguedad e imprecisión en el término ha dado lugar
a respuestas administrativas, legislativas y judiciales sumamente
contraproducentes y restrictivas en exceso, que tienden a ocultar
más que a atender las raíces del problema, el cual se agrava por
el hecho de que este tipo de discurso no siempre se manifiesta
en un lenguaje claro de odio, por el contrario, aparece en afirma-
ciones que pueden percibirse de manera distinta por diferentes
audiencias o que inclusive a primera vista pueden parecer racio-
nales o normales.4

a) ¿Qué nos dice el didh al respecto?

La defensa del odio nacional, racial o religioso que constituye


una incitación a la discriminación, hostilidad o violencia, prohi-

3
Por ejemplo, el Comité de Ministros del Consejo de Europa ha señal-
ado que el término discurso de odio incluye: “Todas las formas de expresión
que diseminen, inciten, promuevan o justifiquen el odio racial, la xenofobia,
el antisemitismo u otras formas de odio basadas en la intolerancia, incluyendo
la intolerancia expresada por el nacionalismo agresivo y el etnocentrismo, la
discriminación y hostilidad hacia las minorías, migrantes y gente de origen in-
migrante”, Recomendación del Comité de Ministros, 30 de octubre de 1997. Esta
definición fue referida por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (tedh,
2004: párrs. 43 y 22).
4
Las dificultades para identificar afirmaciones de discurso de odio han
sido reconocidas por diversos comentaristas y autoridades. Véase, por ejemplo,
el Manual sobre discurso de odio (Weber, 2009) o Contra el discurso de odio en
internet (Movimiento contra la Intolerancia, 2016).

79
Discurso de odio: los márgenes de la libertad de expresión y la democracia

bida por el artículo 20(2) del pidcp (onu, 1976),5 precede a las
atrocidades masivas como genocidio, desplazamientos masivos y
la guerra (cerd, 2013: párr. 3).
De acuerdo con esta condición —la “incitación”— no todos
los discursos alcanzan el nivel de discurso de odio prohibido y,
por lo tanto, es necesario desarrollar un umbral claro para reco-
nocer el discurso “chocante” de aquel que propaga la discrimina-
ción, la violencia y la hostilidad contra ciertos grupos.
En efecto, el artículo 20(2) del pidcp no exige que los Esta-
dos prohíban todo tipo de afirmaciones negativas hacia grupos
determinados. Empero, se alcanzó un compromiso al formular
una obligación positiva de los Estados que requiere la “prohibi-
ción por la ley”, más que exigir específicamente la “penalización”.
Por su parte, el artículo 4(a) del cerd estipula que los Esta-
dos declaren “como acto punible conforme a la ley” una serie de
cuatro conductas expresivas:

› Toda difusión de ideas basadas en la superioridad o en el


odio racial.
› Toda incitación a la discriminación racial.
› Todo acto de violencia o toda incitación a cometer tales
actos contra cualquier raza o grupo de personas de otro
color u origen étnico.
› Toda asistencia a las actividades racistas, incluida su fi-
nanciación.

No obstante, el cerd (1993 y 2013: párr. 3) reinterpretó que este


artículo no obliga a los Estados a “penalizar” tales formas de conduc-
ta, es decir, prohibirlas valiéndose de sanciones del derecho penal.6

5
El artículo 20(2) del pidcp establece limitaciones a la libertad de ex-
presión y le exige a los Estados “prohibir” ciertas formas de expresión que
tienen el propósito de sembrar odio, es decir, “toda apología del odio nacional,
racial o religioso que constituya incitación a la discriminación, la hostilidad o la
violencia estará prohibida por la ley”.
6
En un principio, el cerd impulsaba las sanciones penales de una inter-
pretación del artículo 4 de la icerd. Véase la Recomendación General No. 15:

80
Article 19 México y Centroamérica

Lo cierto es que los artículos 20(2) del pidcp y 4(a) de la


Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las
Formas de Discriminación Racial (icerd) deben interpretarse
de manera armónica y con “debida consideración” al derecho de
libertad de expresión (tal como lo protege el artículo 5 de la icerd
y el artículo 19 del pidcp).

b) Propuesta de definición de términos clave

El discurso de odio no implica necesariamente una con-


secuencia particular, pero requiere, como elemento central, la
intencionalidad de provocar violencia, discriminación u hosti-
lidad contra personas o grupos con ciertas características. Sin
embargo, como ya se mencionó, la definición captura una gama
muy amplia de expresiones y es demasiado vaga para ser utili-
zada en la identificación de expresiones que en forma legítima
pueden ser restringidas por el didh.
Como refiere Alcácer Guirao (2012), parafraseando a Schauer
(1978), la regulación de la libertad de expresión a través de la
tipificación de actos del habla resulta compleja en razón de la
dificultad de establecer claramente el contenido y los límites de
lo prohibido. Ello conlleva un riesgo de sobreinclusión debido a
la aplicación judicial y su consecuente efecto inhibidor (chilling
effect) (Alcácer, 2012: 19, y Schauer, 1978: 695-696).
Dicho esto, entre las consecuencias positivas de definir algu-
nas expresiones como discurso de odio —siempre desde una pers-
pectiva acotada— está la invitación a un debate más amplio sobre
sus consecuencias en la protección de los derechos humanos, la

Violencia organizada basada en el origen étnico (cerd, 1993: art. 4). Sin em-
bargo, el Comité ha redefinido esta postura al establecer un equilibrio entre el
derecho a la libertad de expresión y el derecho a la igualdad, definiendo que
“los casos menos graves [de discurso racista] deben tratarse por medios que no
sean el derecho penal, teniendo en cuenta, entre otras cosas, la naturaleza y la
amplitud de las repercusiones para las personas y los grupos destinatarios. La
aplicación de sanciones penales debe regirse por los principios de legalidad,
proporcionalidad y necesidad” (cerd, 2013: párr. 12).

81
Discurso de odio: los márgenes de la libertad de expresión y la democracia

posibilidad de exponer a sus oradores y a sus partidarios a con-


traargumentos, así como de permitir el seguimiento del fenómeno
de la discriminación en la sociedad para promover la formulación
de políticas públicas con respuestas efectivas, entre otras.
Sin embargo, la proscripción de vastas expresiones con justi-
ficación en el discurso de odio puede ser negativa si se cierra el
debate legítimo sobre asuntos de interés público, en particular por
parte de las personas que ocupan posiciones de poder; si se aumen-
ta la audiencia de estos oradores, sobre todo si se muestran como
“mártires” de la censura o si presentan los intentos infructuosos
de censura como una reivindicación de sus puntos de vista, etc.
Además, definir una expresión como discurso de odio puede lle-
gar a aumentar la vigilancia policial, estatal o privada, del discurso,
incluso en el ámbito de internet, y alentar la dependencia excesiva
de la censura en lugar de abordar la discriminación institucional.
De esta manera, el significado de discurso de odio se disputa, y
algunas personas argumentan que el odio discriminatorio no es su-
ficiente. Para tener un enfoque omnicomprensivo de los elementos
que componen el término discurso de odio, vale la pena retomar la
definición de sus elementos clave (Article 19, 2012: 19; onu, 2012):

› El odio es un estado mental caracterizado como “emo-


ciones intensas e irracionales de oprobio, enemistad y
aversión del grupo objetivo” (Article 19, 2009: ppio. 12.1).
› La discriminación debe ser comprendida como toda dis-
tinción, exclusión, restricción o preferencia basada en la
raza, el género, la etnicidad, religión o creencia, discapaci-
dad, edad, orientación sexual, lenguaje, opinión políti-
ca o de otra índole, nacimiento u otro estatus, o color,
que tiene el propósito o efecto de anular o disminuir el
reconocimiento, disfrute o ejercicio, en pie de igualdad, de
los derechos humanos y libertades fundamentales de las
personas en el ámbito político, económico, social, cultural
o cualquier otro campo de la vida pública.7

Esta definición ha sido adaptada de la jurisprudencia de los órganos crea-


7

dos en virtud de tratados y según se contempla en el artículo 2 del pidcp y en


82
Article 19 México y Centroamérica

› La violencia debe entenderse como el uso intencional de


la fuerza física o el poder contra otra persona, grupo o
comunidad que produce o tiene una gran probabilidad de
producir lesión, muerte, daño psicológico, un trastorno
del desarrollo o privaciones (oms, 2002).
› La hostilidad es una manifestación del odio más allá de un
mero estado de ánimo. A pesar de que el término implica
un estado mental, se necesita una acción para considerarse
como tal (Article 19, 2012: ppio. 12.1).
› La apología es el apoyo y la promoción explícitos, inten-
cionales, públicos y activos del odio hacia un grupo (Arti-
cle 19, 2012: ppio. 12.1).
› La incitación se refiere a las declaraciones sobre un grupo
nacional, racial o religioso que constituyen un riesgo in-
minente de discriminación, hostilidad o violencia contra
las personas pertenecientes a dicho grupo (Article 19,
2012: ppio. 12.1).

Es menester señalar que todos los elementos enumerados de-


ben confluir en las legislaciones de los países a efecto de delimi-
tar con claridad las condiciones legítimas para restringir el ejer-
cicio de la libertad de expresión. En particular, requiere atención
la incitación como elemento clave para la definición del discurso
de odio, susceptible de intervención estatal mediante una amplia
gama de medidas.
Article 19 considera que un elemento crucial y distintivo de
la incitación es la intención del emisor de incitar a otros a la dis-
criminación, la hostilidad o la violencia.
Ante la complejidad de brindar una definición uniforme del
concepto intención de incitar, sugerimos que las definiciones de

el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (pdesc)


(onu, 1966); en el artículo 1 de la icerd (onu, 1965); el artículo 1 de la Con-
vención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra
la Mujer (onu, 1979); el artículo 1 de la Convención Internacional sobre la
Protección de los Derechos de todos los Trabajadores Migratorios y de sus
Familiares (onu, 1990) y el artículo 2 de la Convención sobre los Derechos de
las Personas con Discapacidad (onu, 2006).
83
Discurso de odio: los márgenes de la libertad de expresión y la democracia

intención de incitar a la discriminación, la hostilidad o la violencia


en las legislaciones internas incluyan los siguientes aspectos:

› Volición (voluntad y propósito) de hacer una apología


del odio.Volición (voluntad y propósito) de dirigir tal
apología a un grupo protegido, sobre la base de motivos
prohibidos.
› Tener conocimiento de las consecuencias de la acción, sa-
biendo que éstas ocurrirán o podrían ocurrir en el curso
normal de los hechos.

Con esta premisa no es necesario que se materialice una con-


ducta violenta sino que se generen las condiciones para tal mate-
rialización. En realidad, este enfoque se basa en la intención de
quien emite el mensaje más que en sus consecuencias tangibles.8

Figura 1. Discurso de odio

“”

Emoción intensa e
+ “”
Cualquier expresión de
>
Cualquier expresión que
irracional de oprobio, odio hacia un individuo o incluya opiniones o ideas
enemistad y detestación un grupo específico. acerca una idea opinión o
hacia un individuo idea individual hacia una
o un grupo. audiencia extrerna. Puede
ser escrita, no verbal,
visual, artística, etcétera,
y puede ser difundida por
diferentes medios, inclu-
yendo internet, prensa,
radio o televisión.

Fuente: Article 19 (2015).

En el sistema estadounidense se ha establecido el llamado test de Bran-


8

denburg o prueba de violencia inminente (Gobierno de Estados Unidos, Corte


Suprema, 1969).

84
Article 19 México y Centroamérica

Caracterizando el discurso de odio:


categorías, restricciones y el test de seis partes

La interpretación del discurso de odio es variable y debe anali-


zarse de acuerdo con las circunstancias de cada caso.
Estos análisis dependen de: a) el individuo o grupo de indi-
viduos que se convierten en blancos del discurso; b) el enfoque
y tono de la expresión; c) el grado de focalización tomando en
cuenta el daño causado (si la expresión se considera perjudicial
en sí misma por ser degradante o deshumanizante o si se consi-
dera que tiene una consecuencia perjudicial potencial o real); d)
la necesidad de demostrar la causalidad entre la expresión y el
daño específico; e) la necesidad de que cualquier daño sea pro-
bable o inminente; f ) la necesidad de abogar por el daño, lo que
implica que el emisor tiene la intención de que ocurra el daño, así
como la difusión pública de esta expresión.
Es importante destacar que el discurso de odio fija como
blancos a personas por quienes son, es decir, atiende a los rasgos
identitarios de tales personas.

Categorías del discurso de odio

Por las razones ya expuestas, desde Article 19 proponemos una


tipología del discurso de odio, según su gravedad, para dar clari-
dad a las diferentes subcategorías de expresión que se ajustan a
este paraguas y facilitar la identificación de respuestas efectivas.
Proponemos su división en tres categorías:9

9
Este enfoque se basa en lo expuesto por el Relator Especial de la onu
sobre la promoción y protección de los derechos a la libertad de opinión y de
expresión en su Informe anual a la Asamblea General (onu, 2012). En el Plan
de Acción de Rabat se califican como “expresiones que constituyan un delito”
(i) las expresiones que no son sancionables penalmente pero que podrían jus-
tificar un proceso civil o sanciones administrativas y (ii) las expresiones que no
son legalmente sancionables “pero que aún generan preocupación en términos
de la tolerancia, el civismo y el respeto de los derechos de los demás” (Comité
de Derechos Humanos, 2013: párr. 11).
85
Discurso de odio: los márgenes de la libertad de expresión y la democracia

Figura 2. Pirámide del discurso de odio

INSTRUMENTOS
LEGALES
INTERNACIONALES
APLICABLES

Convención para la
Incitación prevención y la sanción
al genocidio del delito de genocidio
y a otras +
violaciones Estatuto de roma
a la Ley
Debe restringirse
internacional.
año

Artículo 20 (2) del


Apoyo a odio pacto Internacional
el d

discriminatorio de derechos Civiles


que constituye incitación a y Políticos (ICCPR,
ad d

hostilidad, discriminación POE sus siglas


en inglés)
o violencia.
erid
Sev

Discurso de odio que puede


restringirse para proteger los
derechos o la reputación de otros, o Artículo 19 (3)
Puede ICCPR
para la protección de la seguridad restringirse
nacional o el orden público,
o la salud pública o moral.

Discurso de odio elgal que genera Debe ser


preocupación en terminos de tolerancia. protegido
Artículo 19 ICCPR

Fuente: Article 19 (2015).

a) Discurso de odio que debe ser prohibido (sanciones penales): el


derecho penal internacional y el artículo 20(2) del pidcp
exigen que los Estados prohíban ciertas formas graves de
discurso de odio, incluyendo medidas criminales,10 civiles

Es importante recordar que, en un Estado democrático, el derecho penal


10

debe ser la última ratio o medida última de aplicación, sólo cuando sea abso-
lutamente necesario, cuando no exista otra medida disponible y se justifique la
intervención punitiva del Estado ante los casos más graves.

86
Article 19 México y Centroamérica

y administrativas. Estas prohibiciones deben buscar pre-


venir los daños irreversibles y excepcionales que el emisor
pretende y es capaz de incitar.

b) El discurso de odio que puede prohibirse (sanciones no penales):


los Estados pueden prohibir otras formas de discurso de
odio, siempre que cumplan con los requisitos del artículo
19(3) del pidcp y 13(2) de la Convención Americana so-
bre Derechos Humanos. Estas restricciones deben:

» Estar prohibidas en la ley.


» Perseguir un fin legítimo, como el respeto al dere-
cho de terceros.Ser necesarias en una sociedad
­democrática.

c) El discurso que no es sancionable, pero que genera preocu-


pación en términos de tolerancia y respeto a los derechos de ter-
ceros: las expresiones pueden ser ofensivas o provocativas,
pero no cumplen con ninguno de los criterios anteriores.
Estas expresiones pueden caracterizarse por el prejuicio y
elevan la preocupación sobre la intolerancia presente en
un determinado contexto. Sin embargo, el hecho de que
sea un discurso legítimo no limita la posibilidad del Es-
tado de adoptar políticas públicas para contrarrestar tales
prejuicios, que dan pauta a la propagación de este tipo
de discursos. Asimismo, ante esta clase de expresiones,
es importante incrementar las oportunidades para que
las personas, incluyendo los funcionarios públicos y las
instituciones, se involucren en el desarrollo de una con-
tranarrativa.

Además de lo anterior, es importante recalcar que existen


expresiones que, de facto, no se convierten en discurso de odio.
Expresiones ofensivas, de blasfemia, negacionistas (cdh, 2011:
párr. 49), insultantes y denigrantes o, incluso, de difamación o
calumnia no pueden considerarse de entrada como discurso de

87
Discurso de odio: los márgenes de la libertad de expresión y la democracia

odio. Esto es así porque la naturaleza de la “ofensa” es subjetiva y


podría dar lugar a que los Estados coarten arbitrariamente algu-
nos puntos de vista.
Por su parte, las expresiones no pueden restringirse con base
en alegatos de blasfemia o difamación religiosa. El didh defien-
de personas, no conceptos abstractos, como lo son la religión o
el sistema de creencias. Las restricciones debidas a blasfemia se
utilizan para prevenir y castigar expresiones de las minorías o
puntos de vista controvertidos, inhibiendo el debate abierto y
franco. También se usan para silenciar expresiones de minorías
religiosas o ateas.
Por otro lado, algunas “leyes de la memoria histórica”, que
buscan prevenir la repetición de atrocidades, prohíben aquellas
expresiones que niegan la ocurrencia de hechos relacionados
con persecuciones graves, genocidio u otras violaciones al dere-
cho internacional humanitario.11 Sin embargo, la criminaliza-
ción permite a los negacionistas ganar “mártires” o “celebrida-
des”; puede aportarles oportunidades que ellos mismos buscan
para difundir sus ideas y acaparar grandes audiencias. Por ello,
Article 19 considera que las afirmaciones sobre la verdad se
establecen de manera más fiable mediante un sólido debate e
investigación.
También hay Estados que explotan con regularidad la eti-
queta del discurso de odio para desacreditar o incluso prohibir
expresiones críticas en su contra o a sus símbolos (como ban-
deras y emblemas). Algunas leyes nacionales prohíben expresa-
mente “ultrajar”,12 “insultar” o “denigrar” a funcionarios o institu-
11
Por ejemplo, el tedh explicó que los reclamos de “pluralismo, tolerancia
y amplitud mental” en una sociedad democrática eran tales que “los debates en
materias históricas deben permitirse, a pesar de las memorias de sufrimiento
que pueda evocar y del papel controvertido del régimen de Vichy en el holo-
causto nazi” (tedh, 1998b: párr. 55).
12
En México, por ejemplo, se prevén los tipos penales de ultrajes contra la
autoridad en 26 entidades de la república. En el caso de la Ciudad de México, la
Suprema Corte de Justicia de la Nación (scjn) ya declaró la inconstitucionalidad
de este delito por su vaguedad e imprecisión (scjn, 2016), mientras que en el
Código Penal Federal se tipifican las conductas de “ultrajes contra las insignias

88
Article 19 México y Centroamérica

ciones estatales y, de manera más ambigua, prohíben la “sedición”


o cualquier expresión en contra de la “unidad nacional” o la “ar-
monía nacional” (cidh, 1994: títulos iii y iv).
Aunque la libertad de expresión puede limitarse para prote-
ger la “seguridad nacional” o el “orden público”, estas bases no se
pueden explotar para suprimir la crítica o la disidencia, para pro-
teger de la vergüenza o para ocultar las faltas de quienes detentan
el poder (Article 19, 1996: ppio. 2, y cdh, 2011: párr. 38).
Por último, el concepto de difamación o calumnia a veces se
confunde con discurso de odio. Sin embargo, las leyes de difa-
mación por lo general apuntan a proteger la reputación de los
individuos. La difamación no requiere que un individuo muestre
ninguna “incitación al odio”, y ésta es la razón por la que debe
distinguirse del discurso del odio.

Restringir el discurso de odio

A lo largo del presente texto hemos visto que si bien hay discur-
sos de odio prohibidos, existen otros tipos de discursos de odio,
esto es, el que podría prohibirse o aquel que es legítimo. Tales
valoraciones, cabe reiterar, deben realizarse de acuerdo con las
circunstancias de cada caso.
Luego entonces, para la prohibición es necesario reconocer:

› La conducta del orador. El orador debe dirigirse a una audi-


encia y su expresión ha de incluir los siguientes elementos:
» Defensa del odio hacia un grupo protegido basado en
las características que se protegen.
» Constituir incitación a la discriminación, hostilidad
o violencia.

› La intención del orador. El orador debe tener la intención


específica de:

nacionales” (Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos, 2017: arts. 191 y 192).

89
Discurso de odio: los márgenes de la libertad de expresión y la democracia

» Vincularse con la defensa del odio discriminatorio o


bien
» Intención o conocimiento de la probabilidad de que
la audiencia se vea incitada a la discriminación, host-
ilidad o violencia.

› Un peligro probable e inminente de que la audiencia se vea


realmente incitada a un acto proscrito, como consecuencia
de la defensa del odio

Figura 3. El mensajero del odio, la audiencia y el destinatario.

Audiencia

Causalidad Probabilidad o peligro de


actos de discriminación,

“”
hostilidad o violencia.

Conoce qué tan probable


es que una audiencia
específica pueda reponder
a provocaciones sobre un
acto de discriminación,
hostilidad o violencia.

Mensajero de odio Grupo objetivo

Fuente: Article 19 (2015).

90
Article 19 México y Centroamérica

Ahora bien, la incitación implica una relación triangular entre


tres actores principales: el “orador del odio”, que defiende el odio
discriminatorio ante una audiencia determinada; el público, que
puede participar en actos de discriminación, hostilidad o violencia,
y el grupo destinatario, contra quien podrían perpetrarse tales actos.

El test de seis partes para


restringir el discurso de odio

Article 19 propone que todos los casos sobre el tema sean evalua-
dos utilizando una prueba uniforme y robusta para determinar la
incitación y la gravedad del discurso. Dicha prueba consiste en la
valoración de todos los elementos que a continuación se explican:

1. Contexto de la expresión. Éste puede tener relación directa


con la intención del emisor y/o con la posibilidad de que
realmente ocurra la conducta prohibida (discriminación,
hostilidad o violencia). Todo análisis del contexto debe
colocar los temas clave y los elementos del discurso en el
ámbito social y político predominante en el momento en
que el discurso haya sido emitido y difundido.

2. Emisor/proponente de la expresión. La posición del emisor


y su autoridad o influencia sobre la audiencia es cru-
cial. Deben tenerse consideraciones especiales cuando el
hablante sea un político o un miembro prominente de un
partido político, funcionarios públicos o personas de es-
tatus similar (por ejemplo, maestros o líderes religiosos),13
debido a la mayor atención e influencia que ejercen sobre
los demás.
13
Sobre miembros de partidos, véase tedh (2009: párr. 77), Féret v. Bélgica,
un caso emblemático del estatus especial del que gozan maestras/os y académi-
cas/os en estos casos. Véase también el caso Malcolm Ross v. Canadá, que tra-
taba de afirmaciones en contra de personas de fe judía y en el cual el Comité
de Derechos Humanos tomó en consideración el hecho de que el autor era un

91
Discurso de odio: los márgenes de la libertad de expresión y la democracia

3. Intención del emisor/proponente de la expresión de incitación


a la discriminación, la hostilidad o la violencia. El discurso,
al ser considerado en su totalidad, aparece desde un punto
de vista objetivo cuyo propósito es la propagación de ide-
as y opiniones racistas, discriminatorias u hostiles (cerd,
1994: párr. 31). Por ello, deben tomarse en cuenta el len-
guaje utilizado por el emisor,14 los objetivos planteados,15
así como la escala y repetición de la comunicación.

docente. El Comité remarcó que los deberes y responsabilidades especiales que


conlleva el ejercicio del derecho a la libertad de expresión “son de particular
relevancia dentro del sistema educativo, especialmente en cuanto la enseñanza
de jóvenes alumnos”; la influencia ejercida por maestros y maestras de escue-
la puede justificar restricciones a fin de asegurar que los sistemas educativos
no otorguen legitimidad a la expresión de opiniones que son discriminatorias
(cdh, 2000: párr.11.6).
14
Véase, Mugesera v. Canadá, un caso relativo a la orden de deportación de
Léon Mugesera, un político ruandés, debido a que incitó al odio, además de ser
sospechoso de haber cometido crímenes contra la humanidad por su supuesta
participación en el genocidio de Ruanda. La Corte Suprema de Canadá con-
firmó que un “deseo” del “mensaje de fomentar el odio” podrá usualmente in-
ferirse de las afirmaciones hechas y que su contenido debe ser “más que ‘simple
respaldo o fomento’” (Corte Suprema de Canadá, Ministerio de Ciudadanía e
Inmigración, 2005.)
15
El tedh examinó una demanda iniciada por un nacional turco de origen
romaní contra tres publicaciones financiadas por el gobierno (un libro y dos dic-
cionarios) que incluían comentarios y expresiones que reflejaban un sentimien-
to anti-romaní. El demandante sostenía que las tres publicaciones contenían
pasajes que “humillaban a los gitanos”, ya que los describían como personas in-
volucradas en actividades criminales, tales como vivir del “carterismo, el robo y
la venta de narcóticos”. El diccionario ofrecía distintos significados de la palabra
gitano: entre otros, afirmaba que su significado era “miserable” y ofrecía más
definiciones de expresiones relativas a los gitanos, tales como dinero gitano o rosa
gitano. El Tribunal Europeo observó que en varias partes del libro en cuestión,
“el autor enfatizaba de manera clara que su intención era iluminar el mun-
do desconocido de la comunidad romaní en Turquía, cuyos miembros habían
sido perseguidos y desterrados mediante observaciones ofensivas basadas, en su
mayoría, en prejuicios”. El Tribunal Europeo concluyó que “ante la ausencia de
cualquier prueba que justifique la conclusión de que las afirmaciones del autor
no eran sinceras”, y ya que “había invertido esfuerzo en su trabajo”, el autor no
estaba “impulsado por intenciones racistas”. Como fuera ya señalado, el Tribu-
nal Europeo también resaltó el hecho de que la expresión en cuestión había sido
realizada en el contexto de un trabajo académico (tedh, 2012).

92
Article 19 México y Centroamérica

4. Contenido de la expresión. En este punto hay que determinar


si lo que se dijo es relevante, incluyendo la forma y el estilo
de la expresión; si ésta llama —directa o indirectamente—
a la discriminación, la hostilidad o la violencia; la naturaleza
de los argumentos desplegados y el equilibrio entre éstos.
La posibilidad de que la audiencia comprenda el contenido
de la expresión es particularmente importante, en especial
cuando la incitación puede ser indirecta. Las normas inter-
nacionales han reconocido que ciertas formas de expresión
ofrecen “poco margen para restricciones” (tedh, 2006: párr.
68), en particular la expresión artística,16 el discurso de in-
terés público,17 el discurso académico y la investigación,18 las
declaraciones de hechos y los juicios de valor.19

16
Véase la sentencia del tedh (2007: párr. 33) en Vereinigung Bildener
Kunstler v. Austria. En este caso, el tedh sostuvo que una medida cautelar que
le impedía a una galería de arte, sin ningún límite temporal o espacial, exhibir
una pintura era una interferencia desproporcionada en relación con sus dere-
chos a la libertad de expresión. La pintura que representaba una caricatura de
varias personas fue considerada por el tribunal como una forma de sátira y de
comentario social, que tenía el propósito de provocar debate.
17
Por ejemplo, en el caso Erbakan c. Turquía, el tedh (2006: párr. 68) falló
que la sanción impuesta al demandante como resultado de un discurso público
que hiciera durante la campaña electoral municipal violaba su derecho a la
libertad de expresión. El Tribunal resaltó que la “libertad de expresión en el
contexto del debate político” merecía “la más alta importancia” y que el “discur-
so político no debía ser restringido sin razones imperiosas”.
18
Por ejemplo, en Lehideux & Isorni c. Francia, el tedh (1998b: párr. 55)
explicó que los reclamos de “pluralismo, tolerancia y amplitud mental” en una
sociedad democrática eran tales, que los debates en materias históricas deben
ser permitidos, a pesar de las memorias de sufrimiento que pueda evocar y
el rol controversial del régimen de Vichy en el holocausto nazi”. También
en Aksu v. Turquía, el tedh (2012) evaluó los pasajes impugnados de una
publicación considerada ofensiva para la comunidad romaní, no en soledad,
sino en el contexto del libro en su totalidad, y tomó “en cuenta el método de
investigación utilizado por el autor de la publicación”. En particular, el tribu-
nal observó que el autor explicaba que había recogido información de miem-
bros de la comunidad romaní, de las autoridades locales y la policía. También
afirmaba que había vivido con la comunidad romaní para observar su estilo de
vida de acuerdo con principios científicos de observación.
19
Por ejemplo, en Incal v. Turquía, el tedh (1998a: párr. 50) decidió que el
caso no llegaba a ser incitación porque el panfleto impugnado exponía “eventos

93
Discurso de odio: los márgenes de la libertad de expresión y la democracia

5. Alcance y magnitud de la expresión (incluyendo su naturaleza


pública, su audiencia y los medios de difusión). El análisis
debe examinar la naturaleza pública de la expresión,20 los
medios de expresión y la intensidad o magnitud de la
expresión en términos de su frecuencia o volumen.

6. Probabilidad de que la acción incitada ocurra, incluyendo su


inminencia. Debe haber una probabilidad razonable de
que la discriminación, la hostilidad o la violencia ocur-
ran como consecuencia directa de la expresión, pero el
resultado prohibido como tal no tiene que ocurrir real-
mente. La ocurrencia real de un daño puede considerarse
una circunstancia agravante en las causas penales.21

Para Article 19, al igual que para la Relatoría de Libertad


de Expresión de las Naciones Unidas, este paso en el test debe
considerar la inminencia de que los actos propugnados ocurran
(onu, 2012: párr. 45, inciso f ).

reales que eran de algún interés para la gente”, es decir, ciertas medidas admin-
istrativas y municipales tomadas por las autoridades, en particular en contra de
vendedores callejeros en la ciudad de Izmir.
20
Article 19 sugiere que esto incluya la consideración de cuestiones tales
como si la declaración o comunicación fue distribuida en un ambiente restrin-
gido o si fue ampliamente accesible al público en general; si se hizo en un lugar
cerrado, accesible por boleto, o en un lugar público y expuesto; si la comuni-
cación se dirigía a un público no específico (público en general) o si el discurso
fue dirigido a un número de individuos en un lugar público, y si el discurso fue
dirigido a los miembros del público en general.
21
Los criterios para evaluar la probabilidad o riesgo de que ocurran hechos
de discriminación, hostilidad o violencia deberán señalarse caso por caso. Sin
embargo, los tribunales pueden considerar criterios incluyendo los siguientes:
a) El discurso, ¿fue entendido por su audiencia como un llamado a realizar
actos de discriminación, violencia u hostilidad? b) El emisor, ¿fue capaz de
influir a la audiencia? c) La audiencia, ¿tenía los medios para llevar a cabo la
acción a la que fue exhortada y cometer los actos de discriminación, violencia u
hostilidad? d) El grupo víctima, ¿había sufrido o había sido objeto reciente de
discriminación, violencia u hostilidad?

94
Article 19 México y Centroamérica

Revisar los casos utilizando un test de estas características


aseguraría que los Estados no recurran frecuentemente o de ma-
nera arbitraria a este concepto para restringir de manera injusti-
ficada la libertad de expresión.
La falta de mecanismos de interpretación que permitan iden-
tificar el discurso de odio prohibido ha hecho que las autoridades
y, en ocasiones, la sociedad misma, como ocurre en México, res-
trinjan o hagan un llamado a restringir la libertad de expresión.
De esta manera, y con la intención de dar mayor claridad sobre
todo lo aquí expuesto, presentamos un somero análisis de dos
casos representativos.

Análisis de casos en el contexto mexicano

Caso Prida Huerta vs. Núñez Quiroz

En la nota “El ridículo periodístico del siglo”, Enrique Núñez


Quiroz, columnista del diario Intolerancia (12 de agosto de 2009)
del estado de Puebla, lanzó algunos calificativos en contra de
quienes trabajaban en el diario Síntesis, propiedad de Arman-
do Prida Huerta. Entre las expresiones vertidas en la columna
de Núñez Quiroz encontramos que acusaba a Prida Huerta de
utilizar “columnas viejas, libros pagados, escritores pagados y
columnistas maricones”. Además, enfatizó sobre “los atributos
que no debe tener un columnista: ser lambiscón, inútil y puñal”.
Poco importó que las expresiones no fueran dirigidas contra su
persona, pues Prida Huerta decidió demandar por daño moral a
Núñez Quiroz.
De esta manera, en una votación cerrada de la Primera Sala
de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (scjn), se decidió
que el uso de palabras como maricón y puñal son impertinentes
y discriminatorias al ser innecesarias en una crítica mutua entre
periodistas.
Para analizar el caso, iniciamos con una pregunta clave: el
demandante, ¿buscaba reivindicar los derechos de la comunidad

95
Discurso de odio: los márgenes de la libertad de expresión y la democracia

lgbtiq en su demanda? Tras un análisis del caso, Article 19 con-


sidera que quien demandó lo hizo porque consideró que todas las
expresiones (entre ellas las tildadas de homófobas), le causaban un
menoscabo a su honor.22 La Primera Sala resolvió más allá de lo
solicitado por la parte actora y discurrió sobre una serie de elemen-
tos que no habían pasado por la cabeza de quien ejerció la acción
legal, restringiendo así la libertad de expresión de Núñez Quiroz.23
Al estudiar el fondo del asunto, la decisión de la Corte se
basó en una argumentación poco clara, en la cual pasó de un
momento a otro del discurso “absolutamente vejatorio” al discri-
minatorio y, de ahí, sin chistar, al “discurso de odio”. De la misma
manera, calificó el discurso como “completamente impertinente
para expresar opiniones o informaciones” bajo el criterio de “uti-
lidad funcional”.24
Al respecto, parece paradójico que se considere lesionada la
reputación de una persona por usar ciertos términos a los que la
propia parte accionante les confirió una carga negativa.25 Otra

22
Armando Prida promovió, el 13 de agosto de 2010, un juicio ordinario
civil en contra de Enrique Núñez, mediante el cual solicitó la declaración de
que la nota indicada fue ilícita, al contener graves imputaciones falsas, así como
acusaciones sin fundamento alguno, dolosas por externar una aversión que a su
juicio le provocó un daño en sus sentimientos, decoro, honor, imagen pública,
buena fama y reputación, por lo que pidió una indemnización económica, así
como la publicación de la sentencia que en su caso se emitiera. A consideración
de Prida Huerta, se le ocasionó un daño en la reputación que ha ido construy-
endo a lo largo del tiempo gracias a su carrera como periodista, que le ha mere-
cido reconocimiento tanto en el ámbito nacional como en el internacional, ya
que el demandado ejercitó de forma excesiva y lesiva su libertad de expresión,
al haber difundido información a sabiendas de su falsedad, de lo cual se de-
sprendía un claro ánimo de dañar.
23
Esto lo resaltó en su voto disidente el ministro Alfredo Gutiérrez Ortiz
Mena al afirmar que “el objeto del presente proceso ha sido, desde sus orígenes,
la integralidad de la columna mencionada y no sólo ciertas expresiones”.
24
Esto significa que su inclusión en el mensaje era necesaria para reforzar
la tesis crítica sostenida por las ideas y opiniones correspondientes, pues en caso
contrario, éstas resultarían impertinentes, ante lo cual se encontraría satisfecho
el segundo requisito en comento (Tribunal Constitucional de España, 1990).
25
En ningún momento, Prida Huerta caracterizó el discurso de su con-
traparte como discriminatorio. De hecho, la litis se centró en la colisión entre

96
Article 19 México y Centroamérica

veta de análisis es que quizás la Corte trató de construir un con-


cepto jurídico de “honor colectivo”.26
La Corte emitió un juicio lapidario en este sentido, pues con-
sideró “absurdo” que una expresión no dirigida en forma absoluta-
mente directa a un destinatario en concreto, por ese sólo hecho “se
encontraría excluida de cualquier tipo de control jurisdiccional”.
Asimismo, si bien la Corte definió con claridad el discurso
como “absolutamente vejatorio”, refirió su “utilidad funcional” y
lo calificó de “discurso homófobo”, sin establecer con precisión
los parámetros conceptuales sobre discurso de odio y/o discurso
discriminatorio, mucho menos sobre la relación del discurso con
la “incitación a la hostilidad, violencia o discriminación”, reto-
mando así las diferencias de grado, intensidad y finalidad que ya
señalamos anteriormente.
De esta manera, la Corte omitió considerar que, para ser dis-
criminatorio o de incitación al odio, es necesario analizar el dis-
curso bajo ciertos criterios.

1. El contexto. En el caso que nos ocupa, la expresión se dio


en un contexto de crítica entre periodistas de dos medios
de comunicación del estado de Puebla. En este sentido,
le asiste la razón al Tribunal Colegiado que en principio
amparó al demandado cuando señala el carácter de éstos
como personas públicas.

los derechos de libertad de expresión y el honor, y versó sobre la aplicación o


no del sistema dual de protección en el debate público entre dos periodistas,
que a juicio del demandado (y del Tribunal Colegiado que falló a su favor en
el amparo directo) son dos personas con proyección pública, cuya labor es el
periodismo, debatiendo en sus columnas de opinión, por lo cual el umbral de
protección del derecho al honor y reputación es menor.
26
La Primera Sala de la scjn advirtió que: “debe señalarse que éstas no sólo
se pueden presentar cuando hacen referencia a una persona en concreto, sino
que es factible que las mismas se refieran a una colectividad o grupo reconocible
y, por tanto, trasciendan a sus miembros o componentes, siempre y cuando és-
tos sean identificables como individuos dentro de la colectividad” (scjn, 2013a:
39-40). Al respecto véase, Tribunal Constitucional de España (1991).

97
Discurso de odio: los márgenes de la libertad de expresión y la democracia

De la misma manera, la Corte omitió hacer un análisis de


contexto más amplio, con el cual podría establecerse la existencia
de discriminación histórica contra la comunidad lgbtiq, la his-
toria de violencia contra estos colectivos en el país, así como la
violencia institucional traducida en su invisibilización legal. En
este aspecto, el Máximo Tribunal ha tenido un papel protagónico
para la protección y garantía de los derechos de la comunidad
lgbtiq con la declaración de inconstitucionalidad de aquellas
provisiones de los códigos civiles locales que excluyen el matri-
monio igualitario.
Por otro lado, la Corte tuvo la oportunidad de revisar el con-
texto del ejercicio de la libertad de expresión, mismo que en el mo-
mento de la discusión ya alcanzaba niveles de violencia y censura
alarmantes. Al día de hoy, Article 19 ha registrado más de 2000
agresiones contra la prensa en México en lo que corre del siglo xxi.

2. La calidad del emisor (personaje público o no). El emisor


es un periodista que a través de su columna de opinión
ofendió, utilizando diversos calificativos, a los periodistas
de otro medio de comunicación. Si bien, en razón de su
labor, es una persona pública, el destinatario del discur-
so es también otra persona pública (periodista), y por lo
tanto ambos se encontraban en igualdad de condiciones.
Aquí es importante señalar que no tenían ninguna rel-
ación “de autoridad” frente a la audiencia y que no era
a ésta a quien se dirigía el discurso. Más bien se expuso
ante la audiencia, de manera estridente y perturbadora,
un pleito entre dos personas.

3. La intención. De la lectura de la columna de opinión no


puede advertirse que Núñez Quiroz tuviera la intención
—explícita o implícita— de incitar a la hostilidad, a la
violencia o discriminación contra la comunidad lgbtiq,
o bien que a través del uso de las palabras puñal y maricón
se buscara que los lectores actuaran en contra de esta
colectividad.

98
Article 19 México y Centroamérica

En este sentido, la propia scjn señala, en la sentencia que


analizamos, que “[l]os discursos del odio van más allá de la mera
expresión de una idea o una opinión, por el contrario, resultan
una acción expresiva finalista. Los discursos del odio tienden a
generar un clima de discriminación y violencia hacia las víctimas
entre el público receptor, creando espacios de impunidad para las
conductas violentas” (scjn, 2012: 46, cursivas nuestras).
De este modo, la Corte no consideró los objetivos del emisor
del mensaje, así como la escala y repetición de la comunicación.

4. El contenido del discurso. En el caso particular de la expresión


no puede afirmarse que Núñez Quiroz hubiere tenido la
intención de incitar al odio o la discriminación de la co-
munidad lgbtiq al utilizar las palabras puñal y maricón.
Además, la columna está dirigida a otro periodista para
que éste la leyera, más que para que los lectores actuaran
en contra de la comunidad históricamente discriminada.

En este punto, llama la atención que la Corte se hubiere


apartado del estándar fijado en el caso de Letras Libres vs. La
Jornada (scjn, 2011), donde afirmó que en ocasiones no es po-
sible diferenciar los hechos (susceptibles de prueba) de las opi-
niones (juicios de valor) y, en consecuencia, debería predominar
la naturaleza de la libertad de opinión. Además, señaló que la
Constitución no prohíbe “expresiones inusuales, alternativas, in-
decentes, escandalosas, excéntricas o simplemente contrarias a
las creencias y posturas mayoritarias”, y que “sin importar lo per-
niciosa que pueda parecer una opinión, su valor constitucional no
depende de la conciencia de jueces y tribunales, sino de su com-
petencia con otras ideas en lo que se ha denominado el mercado
de las ideas” (scjn, 2013b: 540).

5. La magnitud y grado de impacto. En el amparo directo


28/2010 (Letras Libres vs. La Jornada), la Corte sostu-
vo que “cuando nos encontremos frente a una relación
simétrica entre dos medios de comunicación, es necesa-

99
Discurso de odio: los márgenes de la libertad de expresión y la democracia

rio sostener que los dos contendientes tienen un mayor


margen de libertad para la emisión de opiniones”. Esto
implica que los medios de comunicación escritos, a dif-
erencia de los simples particulares, “pueden refutar desde
sus páginas las opiniones con las que no comulgan”. Por
lo tanto, las expresiones entre dos medios de comuni-
cación en un contexto de discusión se encuentran espe-
cialmente tuteladas bajo lo que se conoce como el siste-
ma dual de protección.

6. La probabilidad real de producir un daño en los derechos de


ciertos grupos o personas. En el caso concreto que nos ocu-
pa, no puede decirse que el discurso fue entendido por
su audiencia como un llamado a realizar actos de dis-
criminación, violencia u hostilidad y, en caso de haberlo
sido, no puede afirmarse que el emisor haya sido capaz
de influir a la audiencia para cometer un daño en contra
de la comunidad lgbtiq.

Tal como lo ha señalado la cidh “[l]a representación negativa


o derogatoria, y otras expresiones que estigmatizan a las personas
lgbti, sin duda son ofensivas y dolorosas, y además aumentan su
marginalización, el estigma e inseguridad general. No obstante
[...] la prohibición jurídica de este tipo de discurso no eliminará
el estigma, el prejuicio y el odio profundamente arraigados en las
sociedades de América” (cidh, 2015: párr. 21).
Una sentencia como ésta provoca que los umbrales para acu-
dir ante un juez se reduzcan al mínimo. Con este criterio, basta
que una persona se sienta ofendida, para iniciar un proceso legal
que podría ocasionar que la prensa se retraiga. Ello podría tener,
como lo han señalado diversos organismos internacionales, un
efecto inhibidor en el libre flujo de ideas.

100
Article 19 México y Centroamérica

Caso Gerardo Ortiz

El 17 de julio de 2016, el cantante de música regional Gerardo


Ortiz fue detenido y trasladado a un penal de alta seguridad por
la presunta comisión de apología del feminicidio27 tras la pu-
blicación y grabación de un video intitulado Fuiste mía. Horas
después, el cantante pagó una caución de 50 000 pesos para recu-
perar su libertad. Tres días después, el mismo juez del estado de
Jalisco dictó auto de formal prisión tras considerar que existían
elementos suficientes para acreditar los hechos.
Una vez más, utilizaremos el test de seis pasos para analizar
el presente caso.

1). Contexto. El video es una muestra perturbadora de la re-


alidad a la que se enfrenta el país. El mensaje se da en
un contexto en el que, según el Instituto Nacional de
Estadística y Geografía (inegi), entre 2013 y 2015, un
total de 6500 mujeres fueron asesinadas en el país, 50%
más que en el periodo de 2007 a 2009. La mayoría de
estos crímenes permanecen en la impunidad. Por su par-
te, el estado de Jalisco se ubica en los primeros lugares
en feminicidios. Según el Observatorio Ciudadano Na-
cional del Feminicidio, en los últimos seis años éstos se
triplicaron en ese estado, al pasar de 58 en 2009 a 150 en
2015 (Melgoza, 2016).

2). Calidad del emisor. Es claro que el cantante es un per-


sonaje público que puede alcanzar cierto nivel de influ-
encia sobre su audiencia debido a su calidad de artista de
música popular mexicana.

27
La apología del delito está prevista en el artículo 142 del Código Penal
del Estado de Jalisco (Gobierno del Estado de Jalisco, 2017), que refiere lo
siguiente: “Se impondrán de uno a seis meses de prisión al que provoque pública-
mente a cometer algún delito o haga apología de éste o de algún vicio, si el delito no se
ejecutare; si se ejecuta, se aplicará al provocador la sanción que le corresponda por su
participación en el delito cometido”.

101
Discurso de odio: los márgenes de la libertad de expresión y la democracia

3). Intención. Si bien en el video se exhiben escenas claras


de violencia contra una mujer, no consta un llamado ex-
plícito o convocatoria hacia la gente para generar violen-
cia o cometer delitos que puedan verificarse de manera
real, objetiva y sin lugar a dudas.

4). Contenido. Es cierto que mediante el video —expresión


artística audiovisual— se normaliza la violencia contra
las mujeres y se generan estereotipos. Luego entonces
tenemos un caso en que el discurso es perturbador, pues
el video es la muestra de un contexto de violencia con-
tra las mujeres donde actos como los que se reproducen
en Fuiste mía gozan de total impunidad. Para tal efecto,
valdría la pena que se analizara en sede judicial si im-
plícitamente se hace un llamado a la audiencia a ver a
las mujeres “como un peligro”. Lo que es cierto es que
expone una visión de superioridad de la masculinidad.

En este marco, es necesario rescatar que se trata de una ex-


presión artística, misma que goza de protección especial en el
derecho a la libertad de expresión. No podemos perder de vis-
ta que las expresiones artísticas (muchas veces) buscan provocar
sentimientos fuertes en las audiencias, sin que ello suponga la
incitación a la violencia. Por ello, los estudios de estos casos re-
quieren particular cuidado.

5). Magnitud y grado de impacto. El video en cuestión tiene


un alcance muy amplio (hasta hoy más de 10 millones de
vistas) y se difunde continuamente a través de YouTube
y canales de televisión.

6). La probabilidad real de producir un daño en los derechos de


ciertos grupos o personas. No se acredita prima facie, de
manera real y objetiva, un nexo causal entre el mensaje
emitido y su ejecución, ya sea potencial o material, por lo
que no podemos hablar de que el mensaje en el video sea

102
Article 19 México y Centroamérica

suficiente para causar un daño, como lo es el feminicidio.


Este análisis es relevante desde el punto de vista juríd-
ico-penal en tanto no se acredita la intención de causar
un daño contra las mujeres ni la probabilidad inminente
de que esto suceda. Es decir, no se puede asegurar que
el video en sí es la causa de la alza en feminicidios en
México.

Si bien es cierto que para Article 19 el discurso plasmado en


el video no supera la prueba de seis pasos en cuanto al conteni-
do del mensaje, alcance y magnitud del mismo, así como por la
calidad del emisor, también lo es que del mensaje como tal no se
advierte que haya intencionalidad de Gerardo Ortiz de provocar
o defender el odio, la discriminación, la violencia o la hostilidad,
ni mucho menos se puede asegurar que un daño inminente y
probable pueda generarse después de la recepción del discurso.
Desde la perspectiva de Article 19, el discurso en el video
de Gerardo Ortiz se catalogaría como un “discurso perturbador
o chocante”, que causa preocupación, pero debe ser tratado con
medidas alternativas que abran una discusión sobre la violencia
feminicida y los nulos resultados del Estado mexicano para ata-
jarla y erradicarla.
Es decir, no hay en el discurso tal gravedad que amerite su
prohibición o restricción, pero sí es suficiente para pensar en
medidas alternativas que ataquen el síntoma del prejuicio y los
estereotipos. La duda que deja un “discurso ofensivo” como éste
es, ¿qué tipo de medidas deben aplicarse? Para estos efectos hay
que pensar en la proporcionalidad y necesidad de las sanciones.
Para Article 19, la investigación, prevención, combate y san-
ción de la violencia contra las mujeres, siendo los asesinatos su
expresión más grave, deben formar parte de una política sólida
e integral del Estado. En este sentido, los estereotipos sexistas y
la normalización de la violencia contra las mujeres deben atajarse
mediante campañas de información del Estado, acompañadas de
una voluntad férrea de las autoridades dirigida a castigar a los per-
petradores de la violencia contra las mujeres. Sin embargo, una res-

103
Discurso de odio: los márgenes de la libertad de expresión y la democracia

puesta sancionadora por efectos vinculados a la libertad de expre-


sión debe ser congruente con la reparación social del daño, además
de tomar en cuenta la gravedad del delito y la magnitud del efecto,
sin que la vía penal sea la alternativa para resarcir dicho daño.
De esta manera, el gobierno de Jalisco buscó una pena basada
en la exposición pública, con intenciones políticas para generar un
mensaje de progresividad y justicia, sin que por otra parte las causas
de la violencia contra las mujeres sean atendidas de manera integral.
La criminalización de Gerardo Ortiz por la publicación del
video Fuiste mía se considera una salida fácil que termina por
restringir derechos humanos y el ejercicio de la libertad de expre-
sión. A esto también se le ha denominado demagogia punitiva.28

Conclusiones

Las respuestas al discurso de odio deben estar relacionadas con me-


didas que ataquen la intolerancia y los prejuicios que le dan pauta.
El Estado debe garantizar un ambiente en el que se ejerzan
los derechos a la libertad de expresión e igualdad a través de las
siguientes medidas:

› Derogación de las normas que limitan la libertad de ex-


presión.
› Combate a la impunidad de los ataques contra voces in-
dependientes y críticas.
› Transparencia de los asuntos públicos.

Los Estados deben también velar por que el derecho a la


libertad de expresión esté plenamente protegido en el ámbito
digital. Las tecnologías de la información son un medio crucial
para todas las personas, pero en particular para que quienes per-
tenecen a minorías y grupos marginados aprendan, desarrollen y
busquen apoyo sobre su identidad y temas relacionados, constru-

Este término ha sido utilizado por juristas como Luigi Ferrajoli y Eugenio
28

Zaffaroni. Para mayor información al respecto, véase Zamora-Acevedo (2013).


104
Article 19 México y Centroamérica

yan comunidades con otros y hablen y construyan una oposición


a la intolerancia y al discurso de odio.
Además de lo anterior, es necesario asegurar la máxima pro-
tección del derecho a la igualdad y la no discriminación.
Por otro lado, cuando hablamos de medidas positivas para
combatir el discurso de odio, hacemos referencia a la obligación
del funcionariado público de reconocer y hablar en contra de
la intolerancia y la discriminación, incluido el discurso de odio.
Para ello, es necesario reconocer la conducta per se, pero también
el prejuicio del que emana este tipo de discurso; expresar empatía
y apoyo a los receptores del discurso y reprochar el daño que le
causa a toda la sociedad (onu, 2012: párr. 65).En este sentido, es
positivo que se considere la elaboración de códigos de ética para
el funcionariado público en las diversas instituciones del Estado.
Sumado a esto, se requieren entrenamientos adecuados para es-
tas personas de manera que reconozcan la naturaleza y el impac-
to de la discriminación y estén comprometidas con los principios
de igualdad. Además, todos los Estados deben prever la imposi-
ción de medidas disciplinarias para aquellos funcionarios y fun-
cionarias que profieran discursos de odio (onu, 2012: párr. 67).
Aunado a lo anterior, debe promoverse el pluralismo mediático.
Las campañas educativas y la información pública son esenciales
para combatir estereotipos negativos y la discriminación.29
Por último, los Estados pueden desempeñar un papel impor-
tante en el reconocimiento oficial y público del impacto y legado
de incidentes o problemas sistémicos de discriminación o violen-
cia, así como en señalar simbólicamente ciertos eventos que habría
que superar y asegurar la reparación de los incidentes respectivos.
Esto suele hacerse dedicando sitios públicos, tales como monu-
mentos y museos, así como mediante esfuerzos más amplios para
ayudar a las personas a aceptar y comprender lo que ha sucedido.
La sociedad tiene también un papel relevante que desempeñar: su
respuesta es determinante para contrarrestar el discurso de odio.

29
Véase, mutatis mutandi, el Plan de Acción de Rabat (Consejo de Dere-
chos Humanos, 2013).
105
Discurso de odio: los márgenes de la libertad de expresión y la democracia

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Europa / Martinus Nijhoff.Zamora-Acevedo, Miguel
(2013). El discurso del populismo punitivo. Acta Académi-
ca, 53: 161–190.

110
La libertad de
expresión ilimitada
lleva al poder a
los autócratas
Gustavo Ariel Kaufman

En una democracia constitucional, la libertad de expresión tie-


ne como función y destino el desafiar al poder, pero también
constituye un ejercicio del poder. Como todo poder, su ejercicio
abusivo puede generar daños indeseados y, en casos extremos,
insoportables.
El poder en sí no es ni bueno ni malo. Si la ética pudiese
expresarse cromáticamente, diríamos que el poder es, previo a
su ejercicio, incoloro. Con un cierto romanticismo, diríamos que
el poder es la capacidad de realizar sus propios sueños en cual-
quier ámbito de la vida: personal, social, nacional, universal. El
color del poder se lo dan las ideas concretas que albergan esos
sueños: ¿Son de dignidad para todos o de supremacía de la raza?
¿De desarrollo industrial o de una sociedad agraria idílica? ¿De
crecimiento económico o de crecimiento moral? ¿De una carrera
exitosa o de vivir intensamente?
Esos sueños, cuando van más allá de la construcción de la
propia individualidad, requieren convencer a los otros, asociarlos
a nuestros sueños, que nuestros sueños también sean los suyos.
Esos sueños se comparten y se realizan entre varios, entre mu-
chos, entre multitudes. Para convencerlos, o para que los sueños
de los unos y de los otros se discutan abiertamente, sin imposi-
ciones basadas en la violencia o en la ignorancia de los demás,
es imprescindible la libertad de expresión. Una democracia es
un sistema de detención temporal y precaria del poder políti-
co obtenido mediante la confianza mayoritaria de los otros. La

111
La libertad de expresión ilimitada lleva al poder a los autócratas

libertad de expresión, en su variante política, es el medio que


permite lograr esa confianza y hacer realidad la alternancia en el
poder, promoviendo las acciones comunicativas que llevan, final-
mente, al gobierno más consensual posible. Es el prolegómeno
y el fundamento de la legitimidad del poder en las democracias
constitucionales; sólo en estas últimas ella crea el poder, destruye
el poder, sostiene y es sostenida por el poder.
Luego, la libertad de expresión no se agota en garantizar que
el poder político sea democrático, sino que se extiende a todos
los ámbitos de la vida social (por ejemplo, académicos, religiosos,
artísticos, estilos de vida). Una sociedad genuinamente democrá-
tica permea la necesidad de obtener el consenso como prolegó-
meno al ejercicio del poder de cualquier orden. El mejor modo
de comprender la libertad de expresión es, ergo, desde el prisma
del poder.

*****

El poder humano es el poder sobre las personas, y se detenta


cuando ellas se comportan conforme a lo que se espera de ellas
o al menos dentro de los límites que establece ese poder, lo cual
significa que quienes lo detentan, en esa dinámica de organiza-
ción social, crean, justifican y aplican marcos de racionalidad do-
minantes. Ese poder no es necesariamente normativo, dado que
las personas adoptan la mayoría de sus decisiones cotidianas en
ausencia de referencias normativas aplicables a cada situación
concreta.1 Es un poder que establece de preferencia cómo se de-
cide que lo que se decide.
La vida cotidiana es una suma infinita de micro-decisiones,
una gran cantidad de decisiones importantes y algunas decisio-
nes esenciales, fundamentales, que deciden nuestro avenir. La

¿Cómo saber si debo leer un libro o mirar televisión? ¿Debo ordenar


1

pescado o pollo en un restaurante? ¿Cómo contesto a quien me habla en tono


agresivo? ¿Camino o corro?

112
Gustavo Ariel Kaufman

vida es una misteriosa trama del azar, destino y carácter, como


lo sugería Dilthey (Ortega y Gasset, 1973), y es vivida por un
individuo inconsciente respecto a las consecuencias futuras úl-
timas de cada decisión. Ese individuo es un ser que decide sin
interrupción; en su mente transcurre un proceso permanente de
constitución de su voluntad, que lo envía en permanencia en una
u otra dirección, o en ninguna. En muchos casos, lo que hace es
lo que lo instruyen a hacer, pero antes de ejecutar la instrucción
el hombre decide hacerlo o eventualmente rebelarse frente a ella:
un proceso volitivo precede toda acción, reacción o inacción.
Los procesos volitivos transcurren dentro de marcos de ra-
cionalidad, de parámetros socioculturales que organizan los me-
canismos intelectuales a través de los cuales las decisiones son
adoptadas. Hay un deseo, una intuición, una necesidad a satis-
facer, un empuje inconsciente, pero en todo caso hay siempre
una aplicación de la razón humana que consiste en utilizar las
facultades intelectuales para anticipar los efectos de las propias
acciones, tomando en consideración esos deseos, intuiciones o
necesidades, y a decidir en consecuencia. Luego el individuo ac-
túa. Cogito ergo... hago.
Los marcos de racionalidad del individuo son determinados
por el poder, ésa es su función fundamental: lograr que la persona
aplique una secuencia mental determinada para decidir sus ac-
ciones; el poder no es tal sino cuando se internaliza en el indivi-
duo y lo controla desde adentro. El poder no es una consecuencia
de la cultura en la cual viven y deciden las personas, sino que es
la fuerza que la impone. El poder hace que el individuo decida
ergo haga conforme o al menos dentro de los confines comporta-
mentales que espera de él. Esa realidad de nuestra organización
social no es, a priori, ni recomendable ni condenable: el médico
que convence al paciente de internalizar la idea de dejar el ciga-
rrillo o que debe alimentarse de otro modo le salva la vida. Por el
contrario, el jefe hutu que convence a su tribu de salir a matar a
los tutsis, lo hace para cometer genocidio.
El poder es poder en tanto impone, de un modo u otro, un
marco de racionalidad al individuo que controle sus decisio-

113
La libertad de expresión ilimitada lleva al poder a los autócratas

nes-acciones, incluso aquellas que asemejan no tener relevancia.


La medida del poder es el pro-rata de decisiones-acciones del
individuo que controla de un modo u otro. Las decisiones son
adoptadas, bajo una cierta lógica inducida por el poder y con-
siderando una serie de informaciones, de creencias o certitudes,
correctas o falsas, respecto a las consecuencias de los actos.2 Sin
esas informaciones, creencias o certitudes, los procesos volitivos
no pueden tener lugar. Eventualmente suceden en un vacío de
informaciones puntuales, pero incluso allí suceden intelectual-
mente analogías con otras informaciones, creencias o certitudes
respecto a situaciones similares.
Si esa lógica y todas esas informaciones, creencias o certitu-
des ya lo preceden, el poder deviene tal al aplicar las consecuen-
cias positivas o negativas de los actos. Si el individuo cogita que
la acción humana alfa produce el efecto omega, el poder es aquel
que, (i) sea persuade al individuo de esa relación de causalidad
alfa - omega, (ii) sea realiza que omega devenga la consecuencia
de alfa; en ambos casos esa información, creencia o certitud es
integrada durante el proceso volitivo que precede a la acción y ha
sido el poder el motor de la internalización del marco de racio-
nalidad dentro del cual tal proceso volitivo ha ocurrido.3
Detrás de esas decisiones, existe un poder (político, religioso,
o de otra naturaleza) que ha logrado internalizar un proceso vo-
litivo en el individuo que piensa ergo decide ergo hace. El héroe
que decide en la más absoluta soledad lo que es correcto y que
enfrenta solo a la autoridad, el personaje del doctor Stockman,

Como ejemplos cotidianos: ¿Cómo reaccionará mi esposa si regreso de-


2

masiado tarde? ¿Qué pensará mi jefe si voy vestido a la oficina sin corbata?
¿Qué consecuencias me acarreará no pagar correctamente mis impuestos?
¿Qué castigo divino tendré por no ir a misa el próximo domingo?
3
Un ciudadano del imperio soviético puede decidir su apoyo al régimen
comunista en la creencia de que es el único sistema que puede asegurar la igual-
dad de todos, mientras otro deviene un opositor en la creencia de que ese siste-
ma destruye la libertad de la persona. Otro ciudadano soviético puede apoyar al
régimen apoyado en la información de que todos tienen para comer y proteger
su salud, mientras que un tercero puede oponerse teniendo la certeza sobre
cuántos otros ciudadanos han pagado con sus vidas su rechazo al sistema.

114
Gustavo Ariel Kaufman

dramatizado por Henrik Ibsen en Un enemigo del pueblo, es un


ideal humano tanto literaria como estadísticamente excepcional.
Sin un marco de racionalidad que lo apoye, el poder se debili-
ta hasta la irrelevancia: sin un poder que lo apoye, el marco de ra-
cionalidad se desvanece. Si los marcos de racionalidad son múlti-
ples en una sociedad, el poder se dispersa y vuelve más complejo
de administrar; múltiples poderes coexisten, a diferentes niveles,
compiten, confluyen, procurar llevar adeptos hacia sus posiciones
que les otorguen mayores fuerzas.
Una sociedad constituida por individuos provenientes de orí-
genes diversos, y que, por ende, han internalizado marcos de ra-
cionalidad alternativos en sus culturas de origen, requiere de ma-
cro-marcos de racionalidad que aseguren la paz social. En esas
sociedades dotadas de múltiples marcos de racionalidad incluso
antagónicos, el ejercicio del poder evoluciona naturalmente ha-
cia modos democráticos cuando desarrollan grandes tolerancias
de los unos hacia los otros, lo cual significa que el macro-marco
de racionalidad debe poder hacer coexistir en su seno múltiples
marcos de racionalidad alternativos sin autodestruirse. Ésta es
la gran fuerza de los marcos de racionalidad dominantes en las
sociedades genuinamente democráticas y también el objeto del
odio de muchos: si no fuera por la aceptación que le otorga al
marco de racionalidad antagónico, el propio no se sentiría ame-
nazado. Los intolerantes y los dogmáticos psico-rígidos no se
sienten a gusto en una sociedad democrática abierta.
Los marcos de racionalidad4 en los cuales se apoya el poder y
que son apoyados por el poder constituyen marcos de racionalidad
dominantes: los sujetos al poder respetan de modo prevaleciente y
mayoritario esos marcos de racionalidad para adoptar decisiones
individuales y, consecuentemente, consolidan al poder, conscien-
te o inconscientemente. Esos marcos “dominan” o como mínimo

4
Un marco de racionalidad contiene (i) un método lógico para proce-
sar informaciones, creencias y certitudes, (ii) un sinnúmero de informaciones,
creencias y certitudes y (iii) los modos de comprensión de la realidad concreta,
que se convierten así en nuevas informaciones a procesar.

115
La libertad de expresión ilimitada lleva al poder a los autócratas

“acotan” el comportamiento de los individuos subsumidos a la


esfera de poder que sustentan y en la cual se sustentan. Cuando
el marco de racionalidad de un individuo se encuentra en desfa-
saje con el marco de racionalidad dominante, es decir, al adoptar
decisiones que no respeten parcialmente los parámetros impues-
tos, sea por la influencia de otros marcos de racionalidad, sea por
razones personales que lo llevan a encontrarse en disidencia con
el poder, ese individuo sostiene un marco de racionalidad diver-
gente. Cuando un grupo o un individuo rechaza frontalmente el
marco de racionalidad dominante in totum y busca reemplazarlo
por todos los medios, incluso mediante la fuerza, por otro marco
de racionalidad alternativo, procurando la sustitución definitiva
de la esfera de poder que se sustenta y que sustenta ese marco, ese
grupo o individuo propone un marco de racionalidad insurgente.
El poder, democrático o autocrático, se siente amenazado por
los marcos de racionalidad insurgentes y utiliza los instrumentos
a su alcance para neutralizarlos, incluyendo el uso de la violencia.
La tolerancia o intolerancia relativa hacia los marcos divergentes,
su difusión y discusión abierta, son las que determinan la natu-
raleza del régimen político, desde la dictadura abyecta cuando
existe intolerancia absoluta hacia toda divergencia y recurso a
la violencia para suprimirla hasta la democracia constitucional
que acepta e incluso promueve la difusión y discusión abierta de
esos marcos divergentes. No es necesariamente la naturaleza del
régimen político lo que determina el grado de tolerancia hacia
la divergencia, sino que tal vez sea aún más atinado afirmar lo
contrario: que es el grado de aceptación de la divergencia el que
determina la naturaleza del ejercicio del poder.5
Cuando clamamos que las divergencias sean toleradas, en
el fondo reclamamos democracia real, derechos individuales,
división de poderes. Los regímenes que dejan de tolerar las di-

Quienes aceptan dejar un día el poder no temen la divergencia que los


5

destronará eventualmente; quienes temen dejar del sillón de la autoridad desar-


rollan una fobia a la divergencia por su potencial de fragilización que los lleva
al autoritarismo.

116
Gustavo Ariel Kaufman

vergencias derivan hacia el autoritarismo y, viceversa, las auto-


cracias que aprenden la tolerancia se convierten, al final del ca-
mino, en democracias.
Los marcos de racionalidad son realidades sociológicas diná-
micas precarias: viven, evolucionan, mueren, renacen, se fusionan
o transforman. Los cambios que sufren esos marcos de raciona-
lidad producen efectos concomitantes en el régimen político que
en ellos se apoyan y que ellos apoyan.
Si un régimen dictatorial es demolido a través del reemplazo
de su marco de racionalidad por otro (por ejemplo, que las perso-
nas salgan a la calle a protestar sin miedo, haciendo caso omiso de
las amenazas de la policía de la dictadura), es una razón para que
festejemos quienes preferimos la democracia. Pero no hay nada
que festejar si los nazis convencen a los alemanes de abandonar
la democracia de Weimar. Si pretendemos que la dignidad de las
personas tenga vigencia efectiva y no constituir una mera decla-
mación en los textos jurídicos, el marco de racionalidad de la de-
mocracia debe ser reforzado, enseñado en las escuelas, promovido
por todos los medios. ¿Qué hacer cuando el marco de racionalidad
de la democracia se ve amenazado por racionalidades insurgentes?
Todo régimen político, todo esquema de poder, defiende sus
marcos de racionalidad. En las autocracias, los marcos de racio-
nalidad son exiguos, ergo sus límites son fácilmente transgredi-
dos. El autoritarismo de una sociedad es función inversa a la di-
mensión del marco de racionalidad dominante que impone a sus
súbditos. Cuando esos límites comienzan a extenderse, cuando
la tolerancia hacia marcos de racionalidad divergentes se acen-
túa (es decir que el marco de racionalidad dominante puede so-
brevivir a las divergencias e incluso las engloba), nos dirigimos
hacia sistemas que respetan la dignidad de las personas. Cuando
la dimensión de los marcos de racionalidad divergentes delibera-
damente tolerados es casi infinita, nos encontramos frente a una
democracia y a todo un sistema político estructurado alrededor
de un marco de racionalidad dominante capaz de albergar en su
seno múltiples divergencias, cuya diversidad refuerza en lugar de
debilitar el régimen político.

117
La libertad de expresión ilimitada lleva al poder a los autócratas

Uno de los componentes fundamentales de los marcos de


racionalidad dominantes de las democracias genuinas es la li-
bertad de expresión, que consiste en vivir en una sociedad que
no se siente amenazada y, a contrario, es reforzada por las propo-
siciones de marcos de racionalidad divergentes en su seno, cuyos
proponentes no sólo están a salvo de la violencia de la autoridad,
sino que son celebrados como héroes sociales, precisamente por
sostener con coraje e inteligencia sus diferencias.
Las autocracias, por el contrario, ejercen la violencia contra
los individuos que divergen; en la democracia, divergir no pre-
senta riesgos, pero las líneas rojas son atravesadas cuando se sos-
tienen marcos de racionalidad insurgentes (véase Esquema 1).

Violencia
autocracia

Marco racionalidad dominante

Violencia
democracia Marco racionalidad
dominante divergente

Marco racionalidad
dominante insurgente

Esquema 1. Tres marcos.

Asimismo, un precio alto es pagado para llegar a esa situación


casi idílica de tolerancia mutua: si la democracia renuncia a ejer-
cer la violencia para proteger su marco de racionalidad dominan-
te, esa transacción resulta de un pacto de sublimación recíproca
por el cual el poder sublima la violencia contra los divergentes,
transformándola en desentendimiento de lo que le ocurre a cada

118
Gustavo Ariel Kaufman

individuo, haciéndolo a éste responsable no sólo de sus propias


palabras sino además de su propia suerte (“right to be let alone”,
en lenguaje estadounidense), mientras los individuos subliman
su propia violencia cuando se encuentran en disidencia con el
poder, limitándose a utilizar únicamente el discurso en todas sus
formas para manifestar sus descontentos o sus ideas alternativas.
El núcleo del marco de racionalidad dominante de la demo-
cracia es el individualismo —doctrina por la cual cada individuo
puede reivindicar como principio supremo de su existencia la
protección de su propia vida y el logro de su propia felicidad—,
lo cual implica muchos aspectos positivos en cuanto a la protec-
ción de la dignidad y de la libertad de la persona, porque el siste-
ma político debe propender a proteger la vida de cada uno y a que
cada uno tenga la oportunidad de alcanzar la felicidad. Por otra
parte, ese individualismo trae consecuencias colaterales negativas
porque, en medio de tanta algarabía del individuo autónomo y
feliz, éste tiene propensión a desligarse emocionalmente de la
suerte de los otros y a abandonarlos cuando ellos no coadyuvan
a la propia vida y a la propia felicidad: el lado oscuro del indivi-
dualismo es que abandona a la gente, porque el logro de la propia
felicidad como fin último lleva a considerar como irrelevante la
felicidad de todos los que no cuentan para él.
Así, actuando como efecto colateral indeseado, el individua-
lismo debilita la democracia, dado que los individuos abando-
nados llegan a descreer del marco de racionalidad que propone
y pueden convertirse en opositores activos, siendo presas fáciles
de las proposiciones mágicas, en particular autoritarias. Los in-
dividuos abandonados pueden también rechazar la sublimación
de la violencia que se les propone y ejercitarla para sostener sus
propios puntos de vista y provocar deliberadamente cambios
sistémicos.
Por otra parte, la democracia propone, como última línea de
protección, que las personas concluyan, —cuando el sistema cru-
je— y en última instancia, que de todos modos y cualesquiera sean
los problemas sociales, la alternativa sistémica, —es decir, la auto-
cracia o la dictadura— será peor, por lo cual los marcos de raciona-

119
La libertad de expresión ilimitada lleva al poder a los autócratas

lidad alternativos continúan siendo meramente divergentes y no


se convierten en insurgentes en la gran generalidad de los casos.
El límite entre la divergencia y la insurgencia no es atravesa-
do por los individuos protestatarios que creen que la revolución
no traerá aparejada sino una situación real aún peor que aquella
contra la que ellos protestan, ésa es una de las grandes fuerzas de
la democracia: convencer pacíficamente incluso a quienes están
furiosos con sus resultados concretos de apoyarla. Ese convenci-
miento pacífico tiene un argumento de peso en su favor: la liber-
tad de expresión, la posibilidad de divergir sin riesgos.
Los marcos de racionalidad divergentes consisten en lógicas,
parámetros, valores y criterios tenidos en cuenta para decidir que
son genuinamente distintos a los preconizados por los marcos
de racionalidad dominantes. Ellos se manifiestan a veces como
partidos políticos, pero también en manifestaciones artísticas, en
comportamientos que no responden a incentivos financieros, en
creencias religiosas, en grupos que se reúnen a criticar el poder y
que insultan o desprecian a los gobernantes de turno, frecuente-
mente de modo abierto.
El poder democrático es tolerante de esas manifestaciones
agresivas y personalmente hirientes en muchos casos; pero como
contrapartida de esa insensibilidad, que los burócratas investidos
de autoridad por la democracia están obligados a desarrollar, para
mantenerse indiferentes frente a los insultos legitimados por la
libertad de expresión, ellos justifican implícitamente continuar
en posiciones insensibles e indiferentes frente a los dramas per-
sonales de los cuales ellos no se hacen cargo y respecto a los cua-
les, de todos modos, resulta legítimo protestar y utilizar epítetos
heterodoxos contra ellos.
La libertad de expresión se muestra así en su doble faceta: pú-
blicamente es un medio permitido, un derecho individual, para
sostener divergencias con el poder y procurar obtener el cam-
bio social y el reemplazo de quienes lo detentan, más profunda-
mente actúa en realidad para mantener un statu quo consistente
en un continuum de individualismo así legitimado cualesquiera
sean tanto las circunstancias como sus consecuencias concretas:

120
Gustavo Ariel Kaufman

¿Cómo podrían individuos que gozan de derechos tales como la


libertad de expresión ejercitar la violencia para cambiar un sis-
tema que garantiza tantos y tales derechos a todos y a cada uno?
La libertad de expresión canaliza las protestas que podrían des-
embocar en insurgencias hacia métodos de expresión incruentos.
La violencia social es sublimada, ello es positivo en todos los
casos —si hay una ventaja fundamental universal en la libertad
de expresión, es que su ejercicio evita en la mayoría de los casos
el derramamiento de sangre, tanto la de los individuos que di-
sienten como la de los partidarios del statu quo. Por otra parte,
los cambios sociales, en particular la morigeración del individua-
lismo, son menos urgentes, dada (i) la presión menor que ejerce
la mera palabra en comparación con el ejercicio de la fuerza y
atento a que (ii) el otorgamiento de derechos fundamentales a
quienes protestan, fundamentalmente la libertad de expresión, es
tan importante que cualquier otra carencia (por ejemplo, alimen-
ticia) se convierte en secundaria, casi un detalle en un régimen
democrático que garantiza semejantes libertades individuales
(esto es, obviamente, el discurso de respuesta frente a la crisis).
La libertad de expresión es hoy, además de un derecho funda-
mental, una herramienta de comunicación y por ende de legi-
timación prácticamente invencible para los partidarios de todos
los individualismos.
Así, quienes protestan, quienes proponen marcos de racionali-
dad divergentes, agotan sus energías de cambio en preconizar sus
mensajes y en expresar sus quejas, para luego regresar a sus casas
al final del día a recostarse plácidamente, mientras los detentores
del poder, a cargo de aplicar el régimen de racionalidad dominan-
te, pueden hacen lo mismo, insensibles tanto frente a los agravios
recibidos como respecto a los problemas graves objeto de las pro-
testas que muchas personas no puede resolver por sí mismas. Se-
gún mi posición, incansablemente protesto o escucho protestas,
ergo en los dos casos quedo agotado y regreso a dormitar.
Los marcos divergentes procuran ganar adeptos, convencer
a los otros, crecer y convertirse eventualmente en marcos domi-
nantes. Eso es perfectamente natural. Para convencer a los otros,

121
La libertad de expresión ilimitada lleva al poder a los autócratas

manifiestan, escriben, cantan, pintan, hacen discursos, publican


diarios o libros... El marco de racionalidad democrático los al-
berga a todos y protege, bajo una especie de lema implícito: si
hay problemas, si hay algo para mejorar: ¡dígalo libremente, pero
no se vuelva violento! Así es como se apropia de la excusa per-
fecta para desentenderse de los dramas de los unos y los otros:
diga, grite, manifieste, vote… Nosotros no los obligamos a nada,
haga de su vida lo que quiera y diga lo que le plazca; lo que no
obtendrá de nosotros es que asumamos los problemas deriva-
dos de vuestro libre albedrio como si fueran los nuestros: nuestra
función es, esencialmente, proteger vuestro derecho a que digan
lo que quieran. Por el resto, veremos lo que eventualmente po-
demos hacer por usted, en la medida de las posibilidades y de las
prioridades políticas del momento.
Muchos somos quienes queremos vivir en una democracia
con derechos humanos, libertades individuales, dignidad para to-
dos, y una larga lista de derechos garantizados para todos los in-
dividuos, incluyendo el derecho a disentir. Sin embargo, el soste-
ner ciegamente, fanáticamente, la democracia y el individualismo
que constituye su núcleo nos hace perder la perspectiva del aban-
dono de la gente que ese individualismo produce como efecto
colateral, lo cual culmina tanto por vulnerar principios implícitos
en las democracias contemporáneas como ponerlas a riesgo, dado
que los abandonados votan y no siempre apoyando el sistema de-
mocrático. Basta una tormenta suficientemente violenta, es decir,
una crisis económica aguda y que el número de abandonados
crezca exponencialmente, para un naufragio institucional.
El punto es: la excusa fundamental para no ocuparse de la
gente abandonada a su suerte es la “libertad de expresión”. La
cólera y la desesperación de quienes se encuentran solos frente
al sistema o de quienes se sientan solidarios con ellos deben ser
canalizadas (únicamente) mediante “expresiones” que son libres.
No parece ser una casualidad que las sociedades que son ultra-in-
dividualistas como los Estados Unidos tengan que construir una
ultra-libertad de expresión para ultra-sublimar el ultra-abando-
no de las personas al cual proceden.

122
Gustavo Ariel Kaufman

Si es correcta nuestra tesis intuitiva de que existe una relación


entre el abandono de la gente que realizan las sociedades indivi-
dualistas con la libertad de expresión que ellas consagran, enton-
ces se abren dos vías de trabajo: (i) lograr romper esa relación y
defender la libertad de expresión a la vez que nos ocupamos de
todos los miembros de la sociedad, y (ii) reexaminar a la libertad
de expresión para darle otro fundamento y contenido. Idealmente
ambos. Ese reexamen —nosotros lo proponemos aquí— resulta
de considerarla como el derecho de proponer marcos de raciona-
lidad divergentes a los marcos de racionalidad dominantes en los
que se apoya y que apoyan al poder. Para emitir expresiones que
no salen del marco de racionalidad dominante no es necesario
ese derecho; las proposiciones de marcos de racionalidad insur-
gentes (por ejemplo, llamados a la violencia para a atacar ciertos
grupos, reclutamiento para unirse a grupos terroristas, divulgar
información de cómo realizar u obtener armas de destrucción
masivas) no son, y no deberían ser consideradas, como derechos
que merezcan ser protegidos.
Una línea roja debe ser trazada entre lo divergente y lo insur-
gente: ésa es la diferencia fundamental de quienes preconizamos
que la libertad de expresión deba ser considerada como un de-
recho semejante a los demás, es decir, necesariamente compati-
ble con el ejercicio de los otros derechos fundamentales, no menos
importantes (tesis “europea”), en comparación con quienes sos-
tienen que el único derecho sin límites, desobligado a hacerse
compatible con los otros, es la libertad de expresión (tesis “es-
tadounidense”). En esta última posición nosotros no sólo ve-
mos un error filosófico fundamental en cuanto relega a los otros
derechos, subordinándolos al principio supremo de la expresión
libre, sino además un error político, al suponer que la solución al
ultra-individualismo es la ultra-sublimación de la violencia po-
tencial que el mismo puede aparejar a través de permitir una
ultra-libertad de expresión.
Asimismo, nosotros creemos que en una democracia basada
en la dignidad de todas las personas y en la protección particu-
lar de las más débiles, los mensajes deliberadamente incitativos

123
La libertad de expresión ilimitada lleva al poder a los autócratas

a la discriminación y a la violencia contra los grupos histórica-


mente vulnerables deben ser considerados como proposiciones
de marcos de racionalidad insurgentes. nosotros creemos que en
una democracia basada en la dignidad de todas las personas y en
la protección particular de las más débiles, deben ser considera-
dos como proposiciones de marcos de racionalidad insurgentes
los mensajes deliberadamente incitativos a la discriminación y a
la violencia contra los grupos históricamente vulnerables. Éti-
camente, atento a que la destrucción deliberada de la posición
social de grupos sustanciales de ciudadanos, es decir, de sus posi-
bilidades reales de ejercer sus derechos, afecta los principios más
esenciales de esa democracia constitucional y destruye la legiti-
midad de su marco de racionalidad. Políticamente, atento a que
cuando el ultra-individualismo protege a rajatablas la ultra-li-
bertad de expresión, ello (i) genera, potenciada por internet, la
exclusión de los grupos históricamente vulnerables y (ii) justifica
el ultra-abandono de un porcentaje importante del cuerpo elec-
toral. Si sumamos los abandonados por el sistema ultra-liberal y
muchos de los humillados desde siempre, que comprenden con
lucidez que las promesas de igualdad y protección de la demo-
cracia nunca serán materializadas, la autocracia se transforma en
una alternativa de gobierno posible. Contrariamente a las ideas
preconcebidas, tanto el exceso como el defecto de libertad de
expresión colocan en riesgo a la democracia.

*****

Desde el punto de vista intrínseco a cualquier marco de racio-


nalidad, las propuestas que los contradicen son, en cierto modo,
irracionales, es decir, contienen ideas que resultan contradictorias
con el interés real de las personas que las adoptan (según el aná-
lisis realizado usando los parámetros de esa racionalidad domi-
nante). Los marcos divergentes son criticados como tales, como
contrarios a la racionalidad y a las verdaderas conveniencias de
los individuos.

124
Gustavo Ariel Kaufman

Todo marco de racionalidad tiene como función definir los


criterios y parámetros a través de los cuales el individuo llega a re-
sultados intelectualmente aceptables, bajo los cuales el individuo
luego pasa a la acción. Esos marcos delimitan asimismo los conte-
nidos dogmáticos rechazados y los parámetros inaceptables, de los
cuales se protegen desarrollando argumentos diversos para atacar-
los que refuerzan su propia integridad. Cuando esos argumentos
resultan insuficientes para contrarrestar los marcos divergentes, se
debilitan y debilitan el poder que sustentan y que los sustentan.
Los marcos de racionalidad divergentes, así, pueden llegar
a reforzar los marcos dominantes si estos últimos reaccionan a
tiempo como para evolucionar, detectando sus propias incohe-
rencias e insuficiencias y reaccionando con pertinencia y humil-
dad frente a ellas. Ése es también una gran ventaja de los sistemas
democráticos: al albergar y tolerar en su seno los marcos diver-
gentes, es mucho más permeable a evolucionar acompañando los
cambios sociales en douceur que las autocracias que se escleroti-
zan y responden con la negación o incluso mediante la violencia
a las críticas.
Las democracias, así, crean marcos de racionalidad dominan-
te dinámicos, evolutivos, capaces de perdurar en la protección
de los derechos individuales al mismo tiempo que se mejoran
los marcos teóricos que sustentan tal protección. Sin embargo,
en materia de libertad de expresión, la discusión ya era compli-
cada en el pasado porque su protección desmedida creaba desde
entonces resultados colaterales indeseables, contradictorios con
sus propios valores fundamentales (por ejemplo, los ataques a las
minorías vulnerables que retrogradaban su aceptación social), y
ahora es mucho más compleja a causa de internet y del otorga-
miento de la palabra anónima, con un gran poder de difusión e
impunidad, a un sinnúmero de actores que ni siquiera se encuen-
tran todos en el territorio nacional.
Paradójicamente y contrariamente a lo que opinan muchos,
la libertad de expresión es hoy más fácil de ejercer, pero también
más difícil de proteger, porque gracias a internet ella silencia a
las minorías vulnerables que son atacadas mediante un ejercicio

125
La libertad de expresión ilimitada lleva al poder a los autócratas

abusivo y deliberadamente maligno. Internet crea múltiples gru-


pos de racionalidad divergente, que intercambian libremente, y
eso contribuye a la evolución positiva de la democracia. Internet
crea asimismo múltiples grupos que sostienen marcos de racio-
nalidad insurgente que se organizan para socavarla. Internet, a
la vez, refuerza y debilita a la democracia y la protección de los
derechos individuales.
El modo en que estructuremos el marco teórico de la libertad
de expresión, a partir de la existencia de internet como su vehículo
fundamental, reemplazando a la prensa escrita, refuerzará o pon-
drá en riesgo a la democracia. Pero esa tarea es relativamente sen-
cilla si la comparando con el problema preexistente fundamental:
el individualismo tiene el efecto colateral de abandonar a la gente
y la libertad de expresión excusa de responsabilidad a los gober-
nantes. Un nuevo modo de conceptualizar la libertad de expresión
debe, además de adaptarse a la existencia de internet, encontrar el
modo de evitar esa instrumentalización. La libertad de expresión
debe permitir que se digan cosas frente a las cuales el gobierno
deba responder concretamente y asuma responsabilidades en lu-
gar de deshacerse de ellas alegando la vigencia de esta libertad.
Eso significa, como ejemplo, que si se atacan a las minorías
vulnerables, el gobierno replique protegiéndolas, sin que pueda
refugiarse en la vigencia de la expresión libre para sostener “ha-
ber escuchado”, encogerse de hombros y no hacer nada. Pero ac-
tualmente la libertad de expresión no está concebida para obligar
al poder a responder y se encuentra inadaptada a internet.
Nosotros no creemos que la democracia sea un sistema lo
suficientemente sólido, casi indestructible, ni un sistema natural
hacia el cual evoluciona la sociedad humana una vez que los indi-
viduos son educados y cuentan con bienes materiales adecuados
para su sustento. La democracia, entendida como un gobierno
limitado cuyo objetivo es la protección de los derechos indivi-
duales de todos los ciudadanos y que es elegido por mayorías que
así deciden los rumbos políticos, económicos y sociales a adoptar,
es vulnerable a que se desarrolle una masa crítica de ciudadanos
numerosa que sostenga candidatos o propuestas limitativas de

126
Gustavo Ariel Kaufman

derechos, lo cual genera un efecto en cascada que destruye todo


el edificio. Esa masa crítica de ciudadanos desilusionados de la
democracia que deciden socavarla se genera —es necesario de-
cirlo— a partir de marcos de racionalidad que mezclan o con-
funden la disidencia y la insurgencia o que ocultan a esta última
con giros dialécticos hábiles y ambiguos a la vez. Esos marcos de
racionalidad disidentes e insurgentes al mismo tiempo surgen y,
a partir de internet, prosperan, gracias a una cierta visión irrealis-
ta, naïve, de la libertad de expresión.

*****

La ausencia de límites a la libertad de expresión reduce las


defensas de la democracia para protegerse de quienes la quieren
destruir a través de denigrar a las minorías vulnerables que ella
debe proteger. Esta intuición tenía como único ejemplo concreto
la caída de la república de Weimar y el ascenso de Hitler; por esa
razón, ella nunca contó con la adhesión de los científicos sociales.
Esto hasta que llegó el triunfo electoral de Donald Trump.
Pero antes que ello, como un preludio de la ola populista, la vic-
toria de partidos que propugnan la limitación de los derechos
en Hungría. ¿Qué une a estos dos países, los Estados Unidos y
Hungría? Que ambos cuentan con jurisprudencias constitucio-
nales de protección irrestricta, ilimitada, de libertad de expre-
sión.6 Es más: son los dos únicos países desarrollados que cuen-
tan hoy con esa clase de jurisprudencia. ¿Cómo creer que sea una
casualidad que los únicos dos países que sostienen la libertad
irrestricta de expresión hayan elegido a gobiernos populistas, en
los límites entre lo que puede considerarse como una divergencia
y una insurgencia en una democracia, atacando en ambos los de-
rechos de las minorías más vulnerables y vituperadas por el clima
social existente?

6
Decisión 18/2004 del Tribunal Constitucional de Hungría, citado en
Koltay (2013).

127
La libertad de expresión ilimitada lleva al poder a los autócratas

Para los escépticos que no reaccionan frente a un solo caso,


hay que decirles la novedad: ahora tenemos tres, el más preocu-
pante de todos es la mayor potencia mundial, que se creía inmu-
ne frente a los populismos tercermundistas. Alguien tendría que
decirles que es posible que lo que les ocurre, que el líder que las
masas desencantadas han elegido, lo haya sido en buena parte
gracias a esa teoría dogmática de la libertad de expresión ilimita-
da de la cual tanto se enorgullecen.
¿Cómo puede ocurrir algo así a la sociedad que es, a la vez,
una de las más educadas, una de las más ricas y sin duda la más
poderosa? ¿A la democracia más sólida y antigua, con jueces in-
dubitablemente independientes? ¿Con prensa totalmente libre?
¿Al final, la libertad de expresión ilimitada es la garantía final de
la democracia como la gran mayoría de la doctrina constitucional
estadounidense lo cree, o es en realidad su sepulturera?
Las tendencias irracionales de las sociedades democráticas
desarrolladas son, en teoría, domesticadas, neutralizadas, mini-
mizadas, contenidas por la educación de masas, basada en los
principios de construcción de la democracia, que inculcan todo
el tiempo métodos racionales de comprensión de la realidad y
el respeto hacia los valores sociales fundamentales. Los sistemas
educativos son sistemas de construcción de sistemas políticos.
Si en ellos se enseñan de modo efectivo marcos de racionalidad
dominantes de carácter democrático, la democracia genuina se
instala y es susceptible de aceptar en su seno marcos de racio-
nalidad divergentes. Pero si los mensajes exteriores “tocan” inte-
ligentemente puntos débiles de irracionalidad, sumado ello por
ejemplo a una crisis económica, a la ausencia de esperanzas de
una parte de la población y a un debilitamiento de la legitimidad
de las instituciones, ello puede entronizar regímenes destructivos
de libertades individuales.
Algunos leerán el párrafo anterior como una herejía auto-
ritaria y censuradora de las críticas a los políticos. Pero ése no
es el punto: los mensajes que “tocan” el inconsciente y que son
destructivos de la democracia no son aquellos que atacan a éste
o a aquel político o institución democrática, sino los que agreden

128
Gustavo Ariel Kaufman

con propósitos destructivos a las minorías vulnerables, propo-


niendo coartar sus derechos.
Existe un derecho constitucional tan obvio que ni siquiera
es referido en el texto constitucional: es el derecho de todos a
formar parte de la sociedad. Los derechos más puntuales como
el derecho a trabajar o a estudiar son declinaciones de una socie-
dad que se pretende inclusiva de todos, perteneciente a todos y
gobernada colectivamente por todos, por un “todos” constituido
por ciudadanos (i) iguales ante la ley en términos formales e (ii)
iguales asimismo en sus posibilidades reales de adquirir cuotas de
poder de cualquier naturaleza.
Los mensajes de odio, odium dicta, buscan destruir ese esque-
ma que pulverizó los modelos sociales tradicionales precedentes,
bajo los cuales el “todos” era limitado al “algunos”, o mejor dicho
al “nosotros”. Frente a la dificultad de derribar a las institucio-
nes democráticas, quienes no desean compartir cuotas de poder
con “todos” buscan el talón de Aquiles del sistema democrático
y arrojan allí sus flechas envenenadas. Ello lo hacen utilizando
la “libertad de expresión”, pero con intenciones malignas, insur-
gentes. No para proponer a los ciudadanos otros puntos de vis-
ta divergentes con el poder, sino para expulsar de la sociedad a
quienes no son considerados como “nosotros”: a los “otros”.
Ése es el punto álgido de la democracia: el desfasaje entre,
por una parte, los derechos formales de todos tal como están
escritos, teorizados en las leyes y, por otra parte, los derechos
tal como son ejercidos en la realidad cotidiana, derivados de los
espacios de poder que se le otorgan y que sólo pueden resultar
de la aceptación social de ese individuo como un igual digno de
respeto, de confianza y consideración y merecedor de oportuni-
dades sin importar su origen social, como un dignus inter pares.
Los nostálgicos del poder mágico lo saben y es allí donde la
atacan: incrementando esos desfasajes entre derechos formales
y derechos reales, defenestrando, humillando, difamando a las
minorías históricamente vulnerables con todos los epítetos, in-
sultos y acusaciones malignas posibles. Cuando una democracia
abandona el combate por la protección de todos y en particular

129
La libertad de expresión ilimitada lleva al poder a los autócratas

de los más vulnerables, deja de serlo y evoluciona hacia un sis-


tema donde no todos pueden aspirar a una cuota cualquiera del
poder. El sistema, luego, incoherente con sus propios principios,
hace estallar su marco de racionalidad dominante, el cual puede
ser reemplazado por el marco de racionalidad (insurgente) basa-
do en el principio de la desigualdad natural entre los individuos.
Allí llegamos mediante las teorías ilimitadas de la libertad de
expresión, que permiten las defenestraciones, las humillaciones
y las difamaciones de las minorías vulnerables. ¡Felicitaciones a
sus proponentes!
Voltaire sostenía con orgullo su disposición a perder la vida
para que los demás puedan tener el derecho de expresar opinio-
nes contrarias a la suya; sabias palabras para su época, pero no
para la nuestra. Yo no estoy dispuesto a perder mi vida para que,
por ejemplo, los hutus en el poder en la Ruanda de 1994 tomen
el micrófono de la radio para insultar a los tutsis calificándolos
como cucarachas e insectos, como preludio e invitación al geno-
cidio que efectivamente ocurrió; por el contrario, hubiese estado
dispuesto a perder mi vida procurando defender a los tutsis, in-
cluyendo actuar preventivamente evitando tales incitaciones.
En una época donde no sólo hay radio y televisión sino ade-
más internet y las palabras tienen un efecto potencial mucho más
devastador, otorgando al ultra-individuo, seguro de sí y de su su-
perioridad racial o social pero insatisfecho de su posición social
insuficiente, el arma ideal para atacar a los culpables aparentes de
su falta de felicidad; la ultra-libertad de expresión es una bomba
de tiempo esperando las condiciones ideales para que sus des-
contentos hagan estallar la democracia desde adentro.
Hitler no es una excepción histórica sino un ejemplo de lo
que puede ocurrir dadas ciertas circunstancias excepcionales. Los
acontecimientos actuales en Estados Unidos y Hungría (Chan-
nel 4 News, 2013), parapetos actuales de la libertad de expresión
sin límites y utilizada desde el poder para defenestrar a los más
vulnerables, deberían constituir alertas suficientes para recons-
tituir, reescribir una nueva teoría de la libertad de expresión, (i)
despojada de sus riesgos colaterales para la democracia y los de-

130
Gustavo Ariel Kaufman

rechos de las minorías, (ii) que no sea instrumentalizada como


excusa para abandonar a la gente y (iii) que sea lo suficientemen-
te lúcida como para dejar de lado lo que alguna vez dijo sobre
ella, sin demasiada premonición de sus consecuencias dos siglos
después, el sabio Voltaire.

*****

No existe objeción moral alguna a que personas, grupos,


instituciones, países, grupos de todo nivel y tamaño, procuren
ejercer dosis crecientes de poder. La adquisición no-violenta del
poder se realiza a través de la proposición de marcos de racio-
nalidad divergentes, o criticando la distancia entre los discursos
declamados y las realidades concretas de las cuales son responsa-
bles aquellos que se pretende reemplazar en el ejercicio del poder.
La voluntad de poder y la proposición de marcos de racio-
nalidad alternativos o la crítica a quienes son sostenidos por los
marcos dominantes son dos caras de la misma moneda: resulta
infrecuente que quienes propongan marcos de racionalidad al-
ternativos no ambicionen, de un modo u otro, un cierto ejercicio
del poder (es decir, como dijimos al principio, que las personas
adopten los marcos de racionalidad que los sostienen y que ellos
sostienen). La discusión por los marcos de racionalidad no es una
mera discusión académica inocente confinada a debates asépti-
cos sin consecuencias; detrás de toda lucha de poder, hay una
discusión de marcos de racionalidad, y viceversa.
Por ello, la libertad de expresión puede asimismo entenderse
como una especie de libertad política de procurar llegar a un
cierto ejercicio del poder (institucional, académico, artístico, re-
ligioso, económico, social…) a través de la proposición de mar-
cos de racionalidad divergentes. La libertad de expresión es para
quien pretende acceder su poder y para el que lo detenta e im-
plica una obligación para los contendientes: sólo explicitarás tus
diferencias mediante la expresión, jamás mediante el recurso a
la fuerza. Ambos limitan su combate político al discurso, a ga-

131
La libertad de expresión ilimitada lleva al poder a los autócratas

nar la opinión pública o a quienes deciden o ejercen influencia


suficiente. La discusión sobre el marco de racionalidad al cual
las personas se someterán para adoptar decisiones es una mera
acción de debate abierto, de comunicación (en el buen sentido).
La democracia constitucional podría ser entendida, en este
sentido, como un sistema político que distribuye el poder po-
lítico a través de la discusión incruenta de los marcos de racio-
nalidad que serán adoptados por los ciudadanos dentro de los
parámetros establecidos en la Constitución y, por ende, la liber-
tad de expresión como la posibilidad de proponer tales marcos
de racionalidad alternativos sin temer a reacciones agresivas que
vayan más allá de respuestas discursivas de quienes detentan el
ejercicio del poder.
No existe libertad de expresión en una autocracia, ni tiene
sentido hablar de ella. Sólo existen marcos acotados, precisamen-
te limitados, dentro de los cuales la palabra no alineada con el
poder es tolerada y puede ser emitida sin temores sólo en tanto
no fragilice al autócrata en turno. Existe a veces una proto-li-
bertad de expresión, ensayos embrionarios que testean el poder
y que buscan el poder. En otras ocasiones, acciones temerarias,
proposiciones de marcos de racionalidad divergentes o insurgen-
tes, pero quienes los formulan no son libres: el poder tolera o
el poder es ineficiente en descubrir o en castigar a quienes los
desafían, pero el poder autoritario no concibe su alternancia, ergo
no acepta los discursos destinados a reemplazar los marcos de
racionalidad dominantes en los cuales se apoya, ergo, in fine no
permite la libertad de expresión. El poder democrático, en cam-
bio, acepta que sus detentores temporales sean reemplazados e
incluso fomenta la alternancia política, ergo acepta los marcos de
racionalidad divergentes destinados a los recambios de personas
y a la implementación de nuevas propuestas políticas ergo incen-
tiva la libertad de expresión susceptible de producir y acelerar
tales cambios.
La libertad de expresión, entonces, es una condición nece-
saria para el nacimiento de democracias constitucionales y, vi-
ceversa, sólo se ejerce dentro de una democracia constitucional

132
Gustavo Ariel Kaufman

que la sostiene y que ella sostiene. La libertad de expresión es,


ella misma, una parte de un marco de racionalidad dominante
de la democracia, en sus diversas variantes interpretativas. Esas
variantes tienen relación con la clase de democracia constitucio-
nal de la cual tratemos. Por ejemplo, si se trata de un régimen
inclusivo que procura al menos que la gente no sea abandonada
a su suerte, la libertad de expresión se adapta a ello. Por el con-
trario, si se trata de regímenes ultra-individualistas, la libertad
de expresión se radicaliza y convierte en un ultra-derecho más
importante que los otros.
En una autocracia o en una dictadura, el marco de racionali-
dad dominante es aquel bajo el cual el individuo debe preguntar-
se en permanencia cómo sobrevivir: si el poder es conservado por
el autócrata, ello es a través del miedo a desafiarlo y la imposición
de temores cotidianos a los cuales los ciudadanos se resignan. El
marco de racionalidad dominante es simple: si digo A o digo B,
¿cuál de las opciones incrementa mis posibilidades de continuar
mi vida en libertad y sin sobresaltos? Luego, todo el sistema po-
lítico autocrático o dictatorial se fundamenta y fundamenta tal
marco de racionalidad dominante caracterizado por el “miedo”.

Derechos
colectivos

Concentración Normas de reingeniería


del poder social autocráticas

Autocracia/dictadura

Racionalidad
del sobreviviente

Esquema 2. Marco de racionalidad dominante 1.

133
La libertad de expresión ilimitada lleva al poder a los autócratas

En una democracia, por el contrario, el marco de racionali-


dad dominante permite e incluso fomenta la competencia por
el poder: es la racionalidad de quien no teme a los gobernantes
y procura, eventualmente, ocupar su lugar, a través de la propo-
sición de marcos de racionalidad divergentes o evidenciando la
hipocresía o ineficiencia de los detentores actuales del poder. Si
digo A o digo B, ¿cuál de las opciones incrementa mis posibilida-
des de lograr una cuota de poder? Luego, todo el sistema político
democrático se fundamenta y fundamenta tal marco de racio-
nalidad dominante caracterizado por la “competencia electoral”.

Derechos
individuales

División Normas de reingeniería


del poder social democráticas

Democracia

Racionalidad
del elector

Esquema 3. Marco de racionalidad dominante 2.

Todo esto es políticamente muy romántico, pero también en


la democracia muchos son quienes tropiezan y yacen inermes,
angustiados, en el fondo del pozo negro del olvido colectivo. El
sistema social ultra-individualista no sólo es insensible frente a
los sollozos silenciosos de quienes se quedan solos consigo mis-
mos y que no pueden arreglarse para continuar una vida míni-
mamente normal, sino que además declama desembozadamente
el derecho a ser dejado a solas, el right to be left alone, cuando
una concepción política mínimamente sensible debería dar lugar

134
Gustavo Ariel Kaufman

al desarrollo del derecho opuesto, es decir, el derecho a no ser


dejado a solas. El individualismo que está en la base de todo el
esquema de derechos fundamentales limita la reflexión a lo que
es conveniente para cada uno y reduce los anhelos personales de
una sociedad de la cual todos sean miembros dignos y plenos a
un test de coherencia con las propias ambiciones individuales:
Si tuviésemos mayor redistribución del ingreso, cuidando mejor a la
gente débil, ¿qué ocurriría con mis propios impuestos? La libertad de
expresión prosigue en tanto pretendiendo un estatus deontoló-
gico de derecho fundamental; pero quienes la ejercen clamando
por ayuda desde el fondo del pozo negro, sólo reciben en res-
puesta un eco casi perfecto de su propia voz.
El ciudadano individualista que ve a otro en la calle pidien-
do limosna y en serias dificultades se pregunta, en una vaga re-
miniscencia de la conmiseración fraternal de Caín, si, después
de todo, es él mismo el guardián del otro, para luego continuar
con su propia cotidianeidad desprovisto de todo sentimiento de
culpabilidad o de empatía por su conciudadano. Si algo no está
bien, que ello se diga y que se convenza a los otros de cambiar
las cosas; pero mientras lo que se diga no produzca efecto alguno
gracias a ese analgésico social ultra-eficaz que es la libertad de
expresión, así como hoy la entendemos, continuará el statu quo
de una sociedad de individuos aislados de corazones aletargados.

*****

La doctrina norteamericana parece sostener que todas las


ideas deben circular libremente, sin límite alguno, en un “marke-
tplace of ideas” en el cual sobreviven sólo aquellas que son merece-
doras de la aceptación social, comparando las unas con las otras
sin limitación alguna. Esta teoría es falsa y debe considerarse
como una pura ideología falsificadora de la realidad destinada
a legitimar el ultra-individualismo dominante en esa sociedad.
Es cierto que un candidato a presidente puede decir, literal-
mente, cualquier cosa —lo vimos con horror casi todos los días

135
La libertad de expresión ilimitada lleva al poder a los autócratas

durante las elecciones norteamericanas del año 2016—, y que los


demás también pueden responderle cualquier cosa (Leonhardt
y Stuart, 2017). En Francia, en México o en cualquier otro país
democrático-constitucional, un candidato diciendo barbaridades
racistas (McElwee y Jason, 2017) sería convocado por los jueces
para que se explique y probablemente condenado por incitación
al odio racial. Pero no es cierto que no exista un límite entre
lo divergente y lo insurgente, o sea que absolutamente todas las
propuestas de marcos de racionalidad alternativas, tengan el con-
tenido y el objetivo que tengan, deban ser necesariamente per-
mitidas.
Tomemos dos ejemplos de intolerancia, de marcos de ra-
cionalidad considerados como “insurgentes” que son objeto de
uso de la fuerza: la tenencia de drogas para fines personales, que
encarcela a cientos de miles de personas (Wikipedia, s/f ), y los
ciudadanos estadounidenses que se entrenan para realizar actos
terroristas contra los Estados Unidos por parte de grupos islámi-
cos radicalizados. Estos últimos son objeto de asesinatos milita-
res sin proceso judicial previo.7
Quienes se entrenan para cometer terrorismo son claramente
insurgentes ¿Pero los tenedores de droga? ¿Por qué son trata-
dos con semejante brutalidad, en comparación por ejemplo con
los países europeos? ¿De qué modo un consumidor de droga se
convierte en agente de propaganda de un marco de racionalidad
insurgente que requiere ser severamente penalizado para que su
ejemplo no se extienda a otros ciudadanos?
Es cierto, los tenedores de droga no expresan su modo de
vida alternativo artísticamente o con palabras o carteles, sino con
el acto de evadirse del mundo mediante el uso de sustancias alu-
cinógenas. Es peligroso y destructivo para el individuo. ¿Pero por
qué ensañarse contra él con semejante violencia si no comete
daños contra terceros? ¿Por qué ese ensañamiento sólo ocurre en
Estados Unidos y no en los otros países occidentales? ¿Tendrá

Otros países, como Francia, proceden del mismo modo con sus propios
7

ciudadanos. Véase Lhomme y Davet (2017).

136
Gustavo Ariel Kaufman

relación con el ultra-individualismo que se siente amenazado y


que califica a los individuos que se escapan de ciertos marcos
preestablecidos durante el trance alucinógeno como enemigos
del sistema? ¿El sistema se considera todopoderoso en condicio-
nes normales de vida para que cada individuo adopte su propio
modo de vivir su vida individual y busque primordialmente su
propia felicidad, salvo cuando existe uso de sustancias alucinó-
genas que muestran a la persona otra realidad, otras sensaciones,
otros universos alternativos súbitamente posibles? ¿Qué pesadilla
imaginaria empuja a los ultra-individualistas a castigar a quienes,
en soledad, se drogan, por ejemplo, para sobrellevar el vacío de
sus vidas? ¿Y si el peor escenario ocurriese, es decir que, gracias
al trance, los corazones aletargados se despertaran?
Si el consumo personal de droga puede ser concebido como
un medio alternativo de expresión o como la proposición o adop-
ción de un marco de racionalidad alternativo, definido como di-
sidente por el poder, los Estados Unidos pasan a ser la socie-
dad en la cual existe menos y no más libertad de expresión y los
doctrinarios que sostienen lo contrario aparecen entonces como
sacerdotes de una religión individualista que predican falsedades.
Vayamos entonces a la línea roja que nos interesa: partien-
do de una base voluntarista, desacomplejada, de mantenimiento
deliberado de la democracia constitucional: hasta el presente no
conocemos otro sistema político que haya mejor garantizado la
vida y la dignidad de las personas que la democracia constitu-
cional; todos los otros experimentos han llevado al fracaso, a la
violencia, la anarquía, la guerra, la pobreza y hasta al genocidio.
Puede ser mejorado, como ya lo dijimos, en cuanto a la protec-
ción de las personas vulnerables y a la insensibilidad de los ciuda-
danos frente a lo que ocurre al prójimo; esa necesidad de mejoras
requiere una reformulación de la libertad de expresión, pero no
justifica abrogar sus principios fundamentales.
Tal vez logremos un sistema democrático perfeccionado de
participación permanente de la población en las decisiones co-
lectivas gracias a internet. No obstante, mientras no lo tengamos
todos los esfuerzos deben ser realizados para conservar las ins-

137
La libertad de expresión ilimitada lleva al poder a los autócratas

tituciones que conocemos y los marcos de racionalidad que la


sustentan. Esos marcos son frágiles en ciertas circunstancias, y
esa fragilidad se acrecienta gracias a internet, elemento digital
en el cual nadan, prosperan, se agrupan y atacan con ferocidad y
alevosía a los más vulnerables todos los tiburones, serpientes de
mar, medusas venenosas y peces piedra de la modernidad líquida,
como la llama atinadamente Bauman, en la cual vivimos. Esa ta-
rea de protección de las minorías vulnerables en el medio digital
líquido implica, metafóricamente, redes, barreras, arpones, playas
protegidas… y sin metáforas acuáticas, implica educación, san-
ciones simbólicas o leves y, en casos extremos, recurrir al sistema
penal. No hacerlo puede llevarnos, otra vez, al peor escenario:
al tiburón que toma el poder y lo ejerce con sus grandes dientes
blancos.
Finalmente, ¿cómo tratar el “voto irracional”? Ignoramos aún
los mecanismos a través de los cuales los individuos “votan” a
candidatos que insinúan que cometerían incesto,8 que se mofan
de agredir sexualmente a las mujeres, que tratan a los mexicanos
de violadores. ¿Y si algunos supiesen cómo excitar las fantasías
sexuales más reprimidas de los votantes para que los lleven al
poder?9 ¿Qué y cuánto sabemos realmente de la psiquis huma-
na? ¿Y mientras tratamos de cartografiar el menoma10 humano,
no será necesario actuar con prudencia antes de levantar todas
las redes, barreras, playas protegidas y arpones que protegen a
quienes más lo necesitan?

8
Véase David Pakman Show (2015).
9
Una pista a explorar es si la divulgación masiva de pornografía por inter-
net no ha facilitado que quienes se habitúan a ella se hayan acostumbrado a ali-
mentarse psicológicamente con fantasías, bajando las barreras del auto-control
racional y de la disquisición entre la realidad y los mundos imaginarios de-
seados sugeridos —y satisfechos— por la imagen. Véase O’Connor (2017) y
Alptraum (2017).
10
Concepto que desarrollaremos en un artículo ulterior.

138
Gustavo Ariel Kaufman

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140
Los límites de la libertad
de expresión frente a la
no-discriminación: una
revisión de los criterios de
la Suprema Corte en el caso
de conceptos peyorativos
Juan Antonio Cruz Parcero

Introducción

La Suprema Corte de Justicia de la Nación (scjn) ha tenido ya


varios casos importantes donde ha abordado el tema de los lí-
mites entre la libertad de expresión frente al derecho al honor y
la intimidad,1 pero, si no me equivoco, ha tenido sólo una opor-
tunidad para abordar el tema de la libertad de expresión frente
al derecho a la no-discriminación. En el amparo directo en re-
visión 2806/2012 referido por la misma Corte como el caso de
1
La judicatura mexicana ha conocido de varios asuntos sobre la libertad de
expresión y sobre su colisión con el honor y la intimidad, entre los que destacan:
el amparo en revisión 1595/2006 conocido como el caso Repartidor de octavillas;
el caso Esquelas, amparo directo en revisión 1302/2009; el caso de Olga Wornat
vs. Martha Sahagún, amparo directo 6/2009; el caso Lydia Cacho y “Los demonios
del Edén”, amparo directo 3/2011; el caso Manuel Bartlett vs. Germán Martínez,
amparo directo en revisión 284/2011; el caso muy relevante de La Jornada vs.
Letras Libres, amparo directo 28/2010; el caso Revista Contralínea, amparo directo
8/2012; el caso Milenio y Carlos Marín vs. MVS y Lorenzo Meyer, amparo directo
en revisión 2411/2012.

141
Los límites de la libertad de expresión frente a la no-discriminación

Conceptos peyorativos y decidido el 6 de marzo de 2013,2 la Pri-


mera Sala de la Suprema Corte entró a analizar y a desarrollar
una doctrina sobre los límites de la libertad de expresión frente
al derecho a la no discriminación.
El caso se originó por las ofensas que un periodista, el Sr.
Enrique Núñez, director del diario Intolerancia (ni duda que
hacía gala del nombre del medio de comunicación), dirigió al
Sr. Armando Prida, director de otro diario,3 Síntesis, y a uno de
sus columnistas, quienes habían reproducido en su medio algu-
nas acusaciones en contra del directivo de Intolerancia. Habrá
que decir que quienes protagonizaron este pleito e intercambio
de acusaciones no mostraban un alto nivel periodístico. El Sr.
Núñez refirió que en el diario Síntesis había escritores pagados y
columnistas maricones, después calificó a uno de sus columnistas
como lambiscón, inútil y puñal.
El director del diario Síntesis promovió un juicio civil con-
tra el Sr. Núñez por la afectación de su honor y reputación y
solicitó una indemnización para resarcir el daño. En los juicios
de primera y segunda instancia se condenó al Sr. Núñez a una
indemnización pecuniaria y a la publicación de un extracto de la
sentencia por considerar que se había afectado la reputación del
Sr. Prida y que se había acreditado un daño moral. El sentencia-

2
La sentencia se puede consultar en http://www2.scjn.gob.mx/Consulta-
Tematica/PaginasPub/DetallePub.aspx?AsuntoID=143425
3
El artículo se titulaba “El ridículo periodístico del siglo”. El contexto de
la disputa era que el director del periódico Síntesis había reproducido durante
varios días una vieja columna de otra periodista donde se hacían acusaciones
en contra del Sr. Núñez, director del diario Intolerancia. En el artículo que co-
mento se refutaban las acusaciones y se reviraba con otras, como la siguiente:
“Columnas viejas, libros pagados, escritores pagados y columnistas maricones
son los que Síntesis utilizó para una guerra que de antemano estaba perdida”.
Y más adelante se decía: “Pobre Alejandro, en su ocaso como columnista, tuvo
que salir a una guerra donde su única arma es el hambre que lo lleva a arrastrar-
se a los pies de su patrón. No se atrevió a dar nombres, ni citó las calumnias y
mucho menos presentó pruebas contra nadie. Sin duda, Manjarrez definió los
atributos que no debe tener un columnista: ser lambiscón, inútil y puñal”. La
nota en extenso se puede consultar en la sentencia del caso que comentamos —
me referiré en adelante a ella como ADR 2806/2012—, véase las páginas 5 a 7.

142
Juan Antonio Cruz Parcero

do se amparó y en el Tercer Tribunal Colegiado en Materia Civil


del Sexto Circuito se le concedió el amparo bajo la considera-
ción de que: a) los dos periodistas que disputaban eran figuras
públicas y, por ende, deben tolerar un mayor grado de intromi-
sión en su esfera personal, b) la nota periodística en cuestión
era de relevancia pública, c) que si bien se realizaron en un tono
mordaz y ofensivo, pudiendo incluso resultar hirientes, no reba-
saron los límites de la libertad de expresión, pues no fueron lo
suficientemente insultantes o desproporcionados al encontrarse
justificados por su propósito de causar un impacto entre lectoras
y lectores, en especial al analizar el contexto en que se realizaron
las expresiones usadas, ya que no eran suficientemente ofensivas
o desproporcionadas.
El Tribunal Colegiado utilizó los criterios que la Primera
Sala de la scjn había empleado en el caso La Jornada vs Letras
Libres (amparo directo en revisión 28/2010), donde ya se con-
densaba toda una doctrina de la Corte sobre la libertad de expre-
sión frente al derecho al honor.
En este caso, denominado Conceptos peyorativos, la Primera
Sala, partiendo de su propia doctrina en relación con la libertad
de expresión y el derecho al honor, introduce nuevos criterios
para contemplar una situación diferente donde la libertad de
expresión colisiona con el derecho a no ser discriminado por
razones que tienen que ver con las preferencias sexuales de las
personas. El caso resultó además oportuno para abordar el tema
de los discursos de odio, categoría que agrupa toda una serie de
supuestos como apología del terrorismo, negación del holo-
causto del pueblo judío, mensajes racistas y xenófobos, mani-
festaciones de sexismo y homofobia (cfr. Mijangos y González,
2015: 81-93).
La Primera Sala de la scjn no estuvo de acuerdo con los ar-
gumentos del Tribunal Colegiado por considerar que los crite-
rios aplicados no se utilizaron de manera correcta. Aprovechó
entonces la ocasión para abordar el tema de las expresiones ab-
solutamente vejatorias y el lenguaje discriminatorio. Decidió que
el uso de expresiones como maricón y puñal, empleados como

143
Los límites de la libertad de expresión frente a la no-discriminación

una ofensa en una disputa entre periodistas “en tono denigrante,


burlesco o jocoso, conlleva un fomento de rechazo social hacia
las personas homosexuales, situación que implica en última ins-
tancia una postura discriminatoria” (ADR 2806/2012: 51). Esta
decisión es importante por los criterios que establece sobre la
libertad de expresión, las expresiones ofensivas, las impertinen-
tes, las absolutamente vejatorias, el lenguaje discriminatorio, el
discurso homófobo, el discurso de odio, etc., que dieron lugar a
diez tesis aisladas que revisaremos más adelante.
El caso, desde que fue decidido, despertó el interés de los
medios y de algunos especialistas que se posicionaron en favor y
en contra. Estamos ante una de las pocas decisiones de la Supre-
ma Corte que reciben atención de los medios de comunicación
y de la academia —véase, por ejemplo, Artículo 19 (2013), Vela
(2013), Vela y Niembro (2013), Pou (2014), Mijangos y Gonzá-
lez (2015), Orozco y Villa (2018), y Narváez (2016).
El trabajo lo dividiré en cuatro apartados. En el primero
expondré algunos aspectos relevantes de la doctrina de la scjn
sobre la libertad de expresión y el derecho al honor a partir de
la misma sentencia que nos ocupa. En el segundo revisaremos
los argumentos que usó la Primera Sala para justificar que en
el caso concreto se dio una discriminación al hacer uso de las
expresiones maricón y puñal. En el tercer apartado presentaré las
diez tesis o criterios que derivaron de esta resolución y analizaré
críticamente algunos de ellos. Por último, veremos otras críticas
a los argumentos que utilizó la Primera Sala para resolver el caso
en cuestión.

La doctrina de la scjn sobre la


libertad de expresión y el derecho
al honor según la misma scjn
La scjn parte de reconocer que el derecho al honor se deriva de
la dignidad humana, protegida por el artículo 1° constitucional,
que dicho derecho se encuentra reconocido de manera implí-

144
Juan Antonio Cruz Parcero

cita como un límite a las libertades de expresión, información


e imprenta en los artículos 6 y 7 constitucionales, e igualmen-
te se encuentra reconocido en el artículo 11 de la Convención
Americana sobre Derechos Humanos y en el artículo 17 del
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (ADR
2806/2012: 23-24).
Por su parte, el derecho a la libre expresión de las ideas se en-
cuentra protegido en los artículos 6 y 7 constitucionales, así como
en los artículos 13 de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos y 19 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos. Según estas disposiciones todas las personas gozan del
derecho a la libre expresión de ideas, cuyo ejercicio sólo podrá ser
restringido mediante la exigencia de responsabilidades ulteriores
en aquellos casos en que se afecten los derechos o reputación de
terceros (ADR 2806/2012: 27-28).
Para la scjn tanto la libertad de expresión como el derecho a
la información son dos derechos funcionalmente esenciales en la
estructura del Estado constitucional de derecho que tienen una
doble faceta: por un lado, en su dimensión individual aseguran
a las personas espacios fundamentales para desplegar su autono-
mía individual, espacios que deben ser respetados y protegidos
por el Estado; y por otro, en cuanto a su dimensión social, gozan
de una vertiente pública, colectiva o institucional que los con-
vierte en piezas centrales para el adecuado funcionamiento de la
democracia representativa (ADR 2806/2012: 28).
La Primera Sala considera que en las sociedades democrá-
ticas es más tolerable el riesgo derivado de los eventuales daños
generados por la libertad de expresión que el riesgo de una res-
tricción general de la libertad correspondiente. Sostiene “que no
existe un conflicto interno o en abstracto entre los derechos a la
libertad de expresión y al honor” (ADR 2806/2012: 29-30), pero
afirma de modo contradictorio que “el derecho fundamental al
honor viene limitado por los derechos fundamentales a opinar
e informar libremente” (ADR 2806/2012: 30). Más allá de esta
contradicción, parece adoptar una concepción bastante común
entre teóricos y tribunales de que los derechos se restringen o

145
Los límites de la libertad de expresión frente a la no-discriminación

limitan recíprocamente, en otros términos, que no hay derechos


absolutos.4
Parte también de otro acuerdo teórico y jurisprudencial ge-
neralizado en los sistemas democráticos: que la libertad de ex-
presión tiene primacía sobre el derecho al honor u otros derechos
como el de intimidad (ADR 2806/2012: 30). La primacía se re-
fleja a nivel legislativo al establecerse la prohibición constitucio-
nal de actos de censura previos, y determinar que los límites se
fijarán ex post a través de atribuciones de responsabilidad civil,
administrativa o penal.
Las libertades de expresión y de información reconocidas en
los artículos 6 y 7 de la Constitución tienen entonces límites, que
el texto constitucional enuncia de modo general haciendo refe-
rencia al orden público, la vida privada, los derechos de los demás
y la moral (ADR 2806/2012: 29). La scjn adoptó el estándar que
la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión de la Co-
misión Interamericana de Derechos Humanos (cidh) denominó
como el “sistema dual de protección”.5 Este estándar establece que

4
La Corte parte de una noción de derechos fundamentales semejante a
la de Robert Alexy, pues sostiene que los derechos fundamentales tienen “una
estructura de principios: contienen un mandato de optimización con la ins-
trucción de que algo sea realizado en la mayor medida posible. Pero la deter-
minación de cuál sea la mayor medida posible dependerá de las otras normas
jurídicas que también resulten aplicables en el caso concreto, pues los principios
están indefectiblemente llamados a ser limitados por otros principios con los
que interactúan. Así como las reglas que los desarrollen” (ADR 2806/2012: 29).
5
A partir del amparo directo en revisión 2044/2008, la Corte señaló que la
libertad de expresión posee un carácter especial dual, en cuanto que comprende
no sólo el derecho de un individuo a difundir sus ideas sino también el derecho
de todos a recibir informaciones e ideas. En función de lo anterior, la violación
a la libertad de expresión implica la violación de un derecho individual tanto
como la de “un derecho colectivo a recibir cualquier información y conocer la
expresión del pensamiento ajeno” (Cfr. Opinión consultiva OC-05/8, supra nota
36, en párrafo 30. Véase generalmente Corte idh, caso La última tentación de
Cristo). En el caso Ivcher Bronstein, donde un ciudadano peruano nacido en
Israel fue privado arbitrariamente de la nacionalidad peruana con el objeto
de impedir el ejercicio del derecho de propiedad de un canal de televisión, la
Comisión afirmó que resulta evidente el marcado carácter social que tiene este
derecho. La libertad de expresión tiene una perspectiva individual y otra mucho

146
Juan Antonio Cruz Parcero

tratándose de personas que “por dedicarse a actividades públicas o


por el rol que desempeñan en una sociedad democrática” deberán
estar más expuestas a un más riguroso control de sus actividades
y manifestaciones, es decir, los límites a la libertad de expresión
serán en estos casos menos amplios, mientras que los particulares
sin proyección pública alguna tendrán mayor protección y los lí-
mites a la libertad de expresión podrán ser más amplios. En suma,
el umbral de tolerancia deberá ser mayor solamente mientras las
personas realicen funciones públicas o estén involucradas en te-
mas de relevancia pública (ADR 2806/2012: 32).
El estándar dual supone la adopción de la doctrina de la “real
malicia” o “malicia efectiva”, que exige que, tratándose de perso-
najes públicos, en la imposición de sanciones civiles (daño moral)
se constate que la información proporcionada sea falsa o se haya
expresado con intención de dañar (ADR 2806/2012: 32).6
Por regla general, la scjn estima que “hay un ataque al ho-
nor cuando se ocasiona un desmerecimiento en la consideración
ajena como consecuencia de expresiones difamantes o infaman-
tes, emitidas en descrédito o menosprecio de alguien” (ADR
2806/2012: 31).7

más amplia, relacionada con el marco social que refleja la audiencia, es decir,
todos aquellos que buscan y reciben la opinión o información emitida por el
periodista. Así, toda la sociedad es víctima en caso de una violación a la libertad
de expresión.

6
La resolución remite al amparo directo 28/2010, el caso La Jornada vs.
Letras Libres, sin embargo, en éste no existe propiamente un desarrollo de esta
doctrina, que en muchos aspectos queda muy confusa.
7
No obstante considerar que el honor es un concepto jurídicamente inde-
terminado, la scjn define el honor como “el concepto que la persona tiene de sí
misma o que los demás se han formado de ella, en virtud de su proceder o de
la expresión de su calidad ética y social, lo que jurídicamente se traduce en un
derecho que involucra la facultad de cada individuo de pedir que se le trate en
forma decorosa y la obligación de los demás de responder a este tratamiento”
(ADR 2806/2012: 24-25). Existen, según la scjn, dos formas de entender el
honor: a) En el aspecto subjetivo o ético, el honor se basa en un sentimiento
íntimo que se exterioriza por la afirmación que la persona hace de su propia
dignidad, siendo lesionado por todo aquello que lastima el sentimiento de la

147
Los límites de la libertad de expresión frente a la no-discriminación

El derecho al honor ampara la buena reputación de una per-


sona en sus cualidades morales y profesionales, protegiéndola
frente a expresiones o mensajes que la hagan desmerecer en la
consideración ajena, al ir en su descrédito o menosprecio. La mera
crítica a las cualidades personales o profesionales de una persona
no constituye per se un ataque al honor (ADR 2806/2012: 27).8
La scjn ha sostenido que existen expresiones protegidas por
la libertad de expresión (o el derecho a la información) y expre-
siones que no están protegidas constitucionalmente, pero ha afir-
mado además que: “podrá darse el caso de que las críticas a la ac-
tividad profesional de una persona resulten molestas e hirientes
o que las mismas carezcan de cobertura constitucional en los de-
rechos a la información y la libre expresión e incluso que resulten
ilícitas y, sin embargo, no menoscaben el honor de las personas”
(ADR 2806/2012: 27). La scjn no desarrolla esta afirmación y
cuesta trabajo entenderla en relación con la distinción que hace
entre expresiones protegidas y no-protegidas. Quizá la idea es

propia dignidad, y b) En el aspecto objetivo, externo o social, como la estima-


ción interpersonal que la persona tiene por sus cualidades morales y profesio-
nales dentro de la comunidad (comprendiendo en esta forma el prestigio y la
credibilidad), siendo lesionado por todo aquello que afecta a la reputación que
la persona merece. En este segundo sentido, el derecho al honor bien puede
definirse como el derecho a que otros no condicionen negativamente la opinión
que los demás hayan de formarse de nosotros (Cfr. Tesis aislada XX/2011 de
esta Primera Sala, publicada en el Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta,
Décima Época, Libro IV, Tomo 3, enero de 2012, página 2906).
8
El daño al honor es una cuestión compleja lo mismo que calificar una
expresión o comunicación de difamatoria o calumniosa. Muchas de las cosas
que se le pueden decir a alguien pueden dañar su reputación y afectar su honor,
pero muchas de esas cosas que se pueden decir de alguien pueden ser falsas o
verdaderas. Respecto a expresiones falsas que causan daño a la reputación de
una persona, se podría decir que no pueden estar amparadas por el derecho a la
libertad de expresión y que —hasta cierto punto y con ciertas cualificaciones—
son situaciones sencillas de determinar. Y digo hasta cierto punto, pues sabemos
que una expresión o información falsa sobre alguien podría quedar amparada
por la libertad de expresión cuando él o la afectado/a sea un personaje público y
quien haya proporcionado la información —un/a periodista por ejemplo— se
hubiera conducido de manera profesionalmente correcta y diligente, aunque al
final la información que publique termine reconociéndose como falsa.

148
Juan Antonio Cruz Parcero

que incluso cuando una expresión sea ofensiva o vejatoria de la


persona, la afectación del honor de tal persona podría no ocurrir,
esto es, la afectación al honor no es algo que resulte en automá-
tico del uso de expresiones no protegidas constitucionalmente o
incluso ilícitas. Se me ocurre que hay personas cuya reputación
u honor están ya muy afectadas —por la razón que sea— y que
esta situación puede ser, por tanto, un hecho previo a la situación
donde alguien profiere una crítica injustificada o ilícita. Pero en-
tonces sería necesario que se nos explicara qué otras condiciones
se requieren para que se lesione el honor. El desarrollo que hace
la scjn no es suficiente para determinar cuándo se vulnera el
honor de una persona y cuándo la expresión o comunicación que
genera esa vulneración no está protegida.

Las expresiones absolutamente vejatorias


y el lenguaje discriminatorio

Existen dos requisitos para que las expresiones resulten absoluta-


mente vejatorias y, por ende, no protegidas por la Constitución:

a) Las expresiones deben ser ofensivas u oprobiosas, según


el contexto. Estas expresiones no deben confundirse con
críticas que se realicen con calificativos o afirmaciones
fuertes, sino que se pueden calificar como ofensivas u
oprobiosas por conllevar un menosprecio personal o una
vejación injustificada, que contengan un desprecio per-
sonal.
b) Las expresiones deben ser impertinentes para expresar
opiniones e informaciones. Que sean impertinentes im-
plica que sean innecesarias para transmitir el mensaje. La
falta de pertinencia reflejaría su carácter injustificado. Las
expresiones para ser constitucionales, aunque sean fuertes
y desagradables, deberán tener una utilidad funcional, es
decir, ser necesarias para reforzar el mensaje.

149
Los límites de la libertad de expresión frente a la no-discriminación

Además de estos dos requisitos, la Corte considera que:

a) Las expresiones vejatorias pueden dirigirse a una persona


o a un colectivo.
b) Si el grupo o colectivo determinado al que se refiere la
expresión vejatoria es un grupo que por rasgos históricos,
sociológicos, étnicos o religiosos, ha sido ofendido a título
colectivo por el resto de la comunidad, el estándar de pro-
tección se eleva.
c) En estos casos se considera que el lenguaje usado para
ofender a estos grupos es un lenguaje discriminatorio.
“El lenguaje discriminatorio se caracteriza por destacar
categorías de las señaladas en el artículo 1º constitucion-
al para clasificar a determinadas personas, tales como el
origen étnico o nacional, el género, las discapacidades, la
condición social, la religión y las preferencias sexuales, ello
mediante elecciones lingüísticas que denotan un rechazo
social” (ADR 2806/2012: 41).

La scjn concluye que: “el lenguaje discriminatorio constituye


una categoría de expresiones ofensivas u oprobiosas, las cuales al
ser impertinentes en un mensaje determinado, actualizan la pre-
sencia de expresiones absolutamente vejatorias, mismas que se
encuentran excluidas de la protección que la Constitución brinda
al ejercicio de la libertad de expresión” (ADR 2806/2012: 42).

Las expresiones homófobas

Para la scjn

la homofobia es el rechazo de la homosexualidad,


teniendo como componente primordial la repulsa ir-
racional hacia la misma, o la manifestación arbitraria
en su contra, por ende, implica un desdén, rechazo o
agresión, a cualquier variación en la apariencia, acti-

150
Juan Antonio Cruz Parcero

tudes, roles o prácticas sexuales, mediante el empleo de


los estereotipos de la masculinidad y la feminidad […]
La homofobia constituye un tratamiento discriminato-
rio, toda vez que implica una forma de inferiorización,
mediante una asignación de jerarquía a las preferencias
sexuales, confiriendo a la heterosexualidad un rango
superior (ADR 2806/2012: 43).

Y continúa:

El discurso homófobo consiste en la emisión de una


serie de calificativos y valoraciones críticas relativas a
la condición homosexual y a su conducta sexual. Tal
discurso suele actualizarse en los espacios de la cotidi-
aneidad, por lo tanto, generalmente se caracteriza por
insinuaciones de homosexualidad en un sentido deni-
grante, burlesco y ofensivo, ello mediante el empleo de
un lenguaje que se encuentra fuertemente arraigado en
la sociedad (ADR 2806/2012: 43).

La scjn concluye que aquellas expresiones en las cuales exista


una referencia a la homosexualidad (no como una opción sexual
personal, sino como una condición de inferioridad o de exclusión)
constituyen manifestaciones discriminatorias, toda vez que una
categoría como la preferencia sexual, respecto a la cual la Cons-
titución expresamente veda cualquier discriminación, no puede
ser válidamente empleada como un aspecto de diferenciación pe-
yorativa. Pero añade un punto importante: que las expresiones
homófobas que impliquen una incitación, promoción o justifica-
ción de la intolerancia hacia la homosexualidad, ya sea mediante
términos abiertamente hostiles o de rechazo, o bien, a través de
palabras burlescas, deben considerase como una categoría de las
manifestaciones discriminatorias (ADR 2806/2012: 44).
La scjn introduce el tema de los discursos de odio, que desde
luego constituyen un límite claro y radical a la libertad de ex-
presión y que han sido considerados así a nivel internacional. Y

151
Los límites de la libertad de expresión frente a la no-discriminación

sostiene en seguida que las manifestaciones homófobas pueden


llegar a ser una categoría de discursos de odio. La Corte reco-
noce que los discursos de odio son aquellos que se encuentran
encaminados a un fin práctico, consistente en generar un cli-
ma de hostilidad y violencia contra determinados grupos (ADR
2806/2012: 46).
La scjn concluye que las expresiones homófobas constitu-
yen manifestaciones discriminatorias y, en ocasiones, discursos
de odio, y se encuentran excluidas de la protección constitucional
(ADR 2806/2012: 47).

La decisión del caso

Habiendo pues asentado que el uso de expresiones homófobas


constituyen expresiones discriminatorias, la Primera Sala de la
Corte pasó a analizar si en el caso específico se estaba ante ex-
presiones absolutamente vejatorias, para lo cual deben ser ofen-
sivas u oprobiosas, impertinentes para expresar las opiniones o
informaciones.
Dos expresiones, columnistas maricones y puñal, obviamen-
te usadas en el contexto de la nota periodística se consideraron
constituían un discurso homófobo:

Tanto el término “maricones” así como el diverso de


“puñal”, desgraciadamente son utilizados en nuestro
país como referencias burlescas hacia la homosexuali-
dad generalmente en relación a los hombres, por medio
de los cuales, mediante la construcción de estereotipos
se hace referencia a la falta de virilidad por una parte, y
a una acentuación de actitudes y rasgos femeninos por
la otra (ADR 2806/2012: 49).

Para la Primera Sala las expresiones que el director del diario


Intolerancia hacía en su crítica al director del diario Síntesis se

152
Juan Antonio Cruz Parcero

usaban con un sentido peyorativo; a la idea de la falta de pericia


y profesionalismo de los periodistas se añadía el calificativo de
maricones. Y a una lista de defectos que atribuía a uno de los
columnistas del diario Síntesis —ser inútil y lambiscón— se aña-
día el de ser puñal. Para la Primera Sala ésta es una referencia a
su carácter de homosexual. Afirmó entonces que la preferencia
sexual no puede ser un elemento válido para la crítica de la labor
periodística, por ende, es impertinente (ADR 2806/2012: 51).
De no resultar prohibidas, “se vincularía la preferencia sexual a la
falta de pericia profesional, generándose así una clara referencia
a las personas homosexuales como integrantes de un plano de
inferioridad, no sólo personal, sino incluso profesional” (ADR
2806/2012: 51). Y añade:

Así, a pesar de que las expresiones antes indicadas no


son, en abstracto, abiertamente hostiles o agresivas, lo
cierto es que su formulación en tono denigrante, bur-
lesco o jocoso, conlleva un fomento de rechazo social
hacia las personas homosexuales, situación que implica
en última instancia una postura discriminatoria (ADR
2806/2012: 52).

Para la Primera Sala no puede aceptarse que el carácter ge-


neral o cotidiano de una conducta, como en este caso el uso de
expresiones homófobas, convalide a la misma y la extraiga del
control de constitucionalidad. Los derechos humanos y funda-
mentales son el criterio bajo el cual se tendrán que evaluar tales
prácticas (ADR 2806/2012: 52-53).
Continuando con el análisis de dichas expresiones, la Prime-
ra Sala las encuentra también impertinentes pues afirma:

resulta claro que las expresiones homófobas previa-


mente referidas, carecían de cualquier utilidad fun-
cional dentro de la nota periodística cuestionada, pues
como ya se indicó, en la misma se pretendía plasmar
una serie de cuestionamientos en torno al ejercicio

153
Los límites de la libertad de expresión frente a la no-discriminación

profesional del señor Prida Huerta, por lo que no se


puede considerar que la inferencia de que sus colabo-
radores sean homosexuales, implique un reforzamiento
de la tesis crítica contenida en la nota, ante lo cual,
las expresiones homófobas fueron impertinentes para
expresar las opiniones del autor (ADR 2806/2012: 57).

Una vez mostrado que las expresiones son homófobas, ofen-


sivas, oprobiosas e impertinentes, se llega a la conclusión de que
son expresiones absolutamente vejatorias y, por ende, expresiones
que no pueden tener protección constitucional bajo el derecho
a la libertad de expresión. La Primera Sala revocó entonces la
decisión del Tribunal Colegiado y le ordenó dictar una nueva
sentencia y emprender el estudio del concepto de violación para
determinar si ha dado lugar o no a una condena por daño moral.

Observaciones críticas sobre la resolución

Como hemos dicho antes, esta resolución ha sido objeto de polé-


micas y discusiones. Las críticas que se han realizado podríamos
enfocarlas en tres temas principales.9

a) El tipo de función que llevó a cabo la Suprema Corte,


donde la discusión se centra en si la Corte rebasó o no
sus funciones constitucionales tratándose de un caso de
amparo directo.
b) Si la sentencia establece de manera correcta los criterios
que usará para tomar la decisión, es decir, si logra una
caracterización adecuada del lenguaje discriminatorio y
determina reglas y criterios adecuados.

Baso esta distinción en la hecha por Francisca Pou (2014: 588-589). Qui-
9

zá la forma en que la presento aquí no coincida del todo con la que ella hace
pero me parece que, en general, es muy similar.

154
Juan Antonio Cruz Parcero

c) Si el caso fue correctamente subsumido bajo las reglas y


criterios que se establecieron como relevantes.

La función que llevó a cabo la Suprema Corte

Respecto del primer tema Francisca Pou afirma que muchas de


las críticas que se han hecho a esta resolución dependen de la idea
acerca del ejercicio que la Corte debe desplegar cuando revisa la
constitucionalidad de las sentencias. Esto a su juicio tiene que ver
con las funciones del amparo directo y de la revisión del amparo
directo. Luego de recordarnos algunos datos sobre la historia del
amparo en México —que aquí no referiré—, Pou sostiene que
este recurso legal ha dado un giro decisivo en tiempos recientes
a partir de que se acepta que puede servir para que los tribunales
federales revisen si los juzgados ordinarios (locales) han resuelto
las controversias entre particulares respetando la Constitución y
si han hecho valer exigencias derivadas de los derechos funda-
mentales (y humanos) involucrados (Pou, 2014: 597).
Esta “función renovada” del amparo directo, nos dice Pou,
puede ser entendida de dos formas: una robusta o maximizadora
y otra acotada. Según la función robusta, la tarea de la Corte
“consiste en revisar si la lectura constitucional que los tribunales
anteriores han hecho del caso concreto es adecuada y, sobre todo,
completa. Y si no lo es, debe identificar y desarrollar del modo
más exhaustivo posible todas sus potenciales aristas constitucio-
nales” (Pou, 2014: 598).
En contraste, desde la concepción de la función acotada, “la
Corte no debe entrar en cuestiones que no estaban claramente
planteadas en la demanda o en cuestiones que, siendo relevantes
ex ante, no van a tener —a juicio de la Corte— peso suficiente para
determinar la dirección fundamental de la decisión final. La Corte
debe evitar referirse a principios que no crea que prevalecerán en
la construcción de la regla de decisión final” (Pou, 2014: 598-599).
Para Pou es claro que los ministros que votaron el caso en
mayoría se adhirieron a la versión robusta, mientras que quienes

155
Los límites de la libertad de expresión frente a la no-discriminación

votaron en contra10 se adhirieron a la versión acotada. Esta autora


piensa que la versión robusta es la correcta porque, en primer tér-
mino, en un país con problemas de acceso a la justicia se justifica
que la Corte maximice las oportunidades de desarrollar el con-
tenido de los derechos, lo cual resulta una guía muy importante
hacia los jueces y tribunales inferiores que ahora están llamados a
abordar temas de constitucionalidad por medio del control difu-
so. En segundo término, la versión robusta es congruente con las
obligaciones de respetar, proteger, promover y garantizar los de-
rechos humanos que se derivan del artículo 1º constitucional. Y
finalmente, las sentencias de la Corte tienen efectos más allá de
los casos que resuelven, colocan temas y problemas en la agenda
pública, obligan a las autoridades competentes a crear políticas
públicas que no existen o a transformar las que ya existen (Pou,
2014: 599-600).
En este caso, considera Pou, la sentencia de la Corte ha cum-
plido con el objetivo de visibilizar un problema y propiciar un
debate vigoroso sobre un tema hasta ahora intocado por el dere-
cho constitucional. Pone el tema de la homofobia en discusión
y aporta elementos sociales, políticos y jurídicos para evaluarla
(Pou, 2014: 600-601).
Comparto con Pou la idea de que la Corte está ahora exigi-
da por la misma Constitución para llevar a cabo funciones que
antes no tenía o para realizarlas de una forma diferente a como
las había entendido. El cambio conceptual y normativo que im-
plicó la reforma constitucional de 2011, donde se contempló en
el artículo primero un compromiso de defensa y reconocimiento
de los derechos humanos, es un cambio que ha requerido de los
juzgadores, comenzando por la misma Corte, replantearse sus
funciones a fin de lograr una genuina garantía de los derechos
humanos. No obstante esto, aun para quienes compartimos una
visión robusta de la función de la Corte, el caso que estamos
discutiendo todavía podría plantear el problema de si daba o no

Votaron en contra los ministros José Ramón Cossío y Alfredo Gutiérrez


10

Ortiz Mena, quienes presentaron votos particulares.

156
Juan Antonio Cruz Parcero

para el desarrollo que se hizo. Una concepción robusta no puede


ser sinónimo de una concepción voluntarista o arbitraria de la
función judicial, hay una diferencia entre una Corte activa y una
activista. Tratándose de cuestiones judiciales, la competencia y/o
la decisión de un caso particular no puede justificarse sólo por las
consecuencias de visibilizar un problema importante.
La crítica muy extendida de que “el caso no daba” para que
la Corte se metiera a desarrollar una doctrina sobre los discur-
sos discriminatorios no es una crítica que se haga necesariamen-
te, como parece suponer Pou, desde una concepción acotada de
la función de la Corte. Uno podría sentirse contento porque el
tema alcanzó resonancia y se está discutiendo —porque la Corte
hizo suyo este caso—, y a su vez sostener sin contradicción que
no está justificada la forma en que lo resolvió. Este punto de
cómo entender la función de la Corte, como bien dice Pou, está
relacionado con los otros dos, pero no sólo porque suponga que
una visión acotada condicionará las respuestas a las otras cues-
tiones, sino porque también una falta de justificación adecuada
en las otras cuestiones, particularmente en la cuestión tercera
(si se actualizan los criterios detectados como relevantes en el
caso), determinará no si la visión robusta es correcta o no, sino
si el caso era relevante. Si, como algunos sospechamos, el caso se
forzó para poder desarrollar la doctrina sobre los discursos ho-
mófobos, esto no tiene que ver con sostener una visión robusta
o acotada. Mi crítica en este punto sería entonces que el caso no
justificaba el que la Primera Sala se hubiera metido a analizar los
temas relacionados con los discursos discriminatorios, y que para
justificar el haber desarrollado una serie de criterios sobre este
tema se hubiera forzado a decidir el caso como una cuestión de
discriminación.

Los criterios desarrollados en la sentencia

Este punto es muy importante. Más allá de si fue correcto o no


que la Corte conociera del caso y desarrollara una doctrina sobre

157
Los límites de la libertad de expresión frente a la no-discriminación

los discursos discriminatorios, lo importante ahora es analizar


esta doctrina. Más allá de la discusión sobre si la decisión del
caso concreto fue correcta o no, misma que abordaremos en el
siguiente apartado, la función robusta o maximizadora llevó a la
adopción de diez tesis aisladas que eventualmente podrían con-
vertirse —si llegan a reiterarse— en tesis jurisprudenciales. Por
lo pronto estas tesis serán orientadoras.
Las tesis11 consisten en sostener lo siguiente:

i. Las expresiones ofensivas u oprobiosas son aquellas que


conllevan un menosprecio personal o una vejación injus-
tificada (Tesis aislada CXLIV/2013 (10ª)).
ii. Las expresiones impertinentes son aquellas que carecen
de utilidad funcional en la emisión de un mensaje (Tesis
aislada CXLV/2013 (10ª)).
iii. Las expresiones absolutamente vejatorias se actualizan
no sólo mediante referencias a personas en concreto,
sino incluso al hacer inferencias sobre colectividades o
grupos reconocibles (Tesis aislada CXLVI/2013 (10ª)).
iv. El lenguaje discriminatorio se caracteriza por destacar
categorías de las señaladas en el artículo 1º de la Con-
stitución Política de los Estados Unidos Mexicanos,
mediante elecciones lingüísticas que denotan un recha-
zo social (Tesis aislada CXLVII/2013 (10ª)).
v. El discurso homófobo constituye una categoría de len-
guaje discriminatorio y, en ocasiones, de discursos del
odio (Tesis aislada CXLVIII/2013 (10ª)).
vi. El discurso homófobo no se actualiza cuando las ex-
presiones se utilizan para fines científicos, literarios o
artísticos (Tesis aislada CXLIX/2013 (10ª)).
vii. Actualización, características y alcances de los discursos
del odio (Tesis aislada CL/2013 (10ª)).

Todas estas tesis pueden consultarse en https://www.scjn.gob.mx/sites/


11

default/files/tesis/documento/201610/TESIS%20AISLADAS%202013_
PRIMERA%20SALA.pdf (Consulta: 28 de febrero, 2018).

158
Juan Antonio Cruz Parcero

viii. Preferencia sexual. No es un aspecto pertinente para la


calificación de la pericia profesional (Tesis aislada CLX-
II/2013 (10ª)).
ix. Los medios de comunicación juegan un papel funda-
mental para la disminución y erradicación del lenguaje
discriminatorio (Tesis aislada CLXIII/2013 (10ª)).
x. El uso difundido de expresiones habituales de una so-
ciedad no las excluye del control de constitucionalidad
(Tesis aislada CLXXXVIII/2013 (10ª)).

No pretendo hacer una revisión crítica de todos estos crite-


rios, esa tarea si bien es importante no la podemos hacer aquí.
Me referiré solamente de manera selectiva a algunos problemas
referidos a las tesis presentadas en i, ii, iv, v y vi.

El derecho al insulto, las expresiones ofensivas


u oprobiosas y las expresiones impertinentes

Las tesis i y ii hacen referencia a otra tesis que había aparecido


en 201112 que sostenía que si bien la Constitución no reconoce
un derecho al insulto, lo cierto es que no prohíbe tampoco ex-
presiones que pueden resultar fuertes, desmedidas, provocativas,
indecentes, etc., en cuyo caso prevalecerá la libertad de expresión.
Pero cuando se utilicen expresiones absolutamente vejatorias pre-
valecerá el derecho al honor. La Corte entiende por expresiones
absolutamente vejatorias aquellas que sean: a) ofensivas u oprobio-
sas, según el contexto; b) impertinentes para expresar opiniones o
informaciones, según tengan o no relación con lo manifestado.
Sin embargo, en esta tesis de 2011 se dejaba sin precisar lo que
se entiende por expresiones “ofensivas u oprobiosas”, y parecía
entonces que cualquier expresión provocativa, fuerte, indecente,
si resulta impertinente constituirá una expresión absolutamente
vejatoria prohibida por la Constitución.

12
Tesis aislada XXV/2011 (10ª).

159
Los límites de la libertad de expresión frente a la no-discriminación

Con las tesis referidas en i y ii se precisan los dos componen-


tes de las expresiones absolutamente vejatorias. De este modo se
dirá que una expresión es ofensiva u oprobiosa cuando conlleve
“un menosprecio personal o una vejación injustificada, en vir-
tud de realizar inferencias crueles que inciten una respuesta en
el mismo sentido, al contener un desprecio personal”. Y serán
impertinentes cuando en el mensaje que se emite las mismas no
se encuentran vinculadas al mensaje, lo que pone en evidencia
su uso injustificado y, por tanto, su impertinencia en el mensaje
cuestionado. En la tesis ii se afirma que para arribar a la anterior
conclusión, en cada caso en concreto deben analizarse las mani-
festaciones de forma integral, así como el contexto en el cual las
mismas fueron emitidas, a efecto de determinar si las expresio-
nes tenían alguna utilidad funcional, esto es, si su inclusión en el
mensaje era necesaria para reforzar la tesis crítica sostenida por
las ideas y opiniones correspondientes, pues, en caso contrario,
las mismas resultarían impertinentes.
Respecto a estos criterios, las críticas se enfocan en que las
precisiones siguen siendo vagas y permiten, como dijera José
Ramón Cossío en su voto particular,13 una intromisión fuerte
en los contenidos de los discursos. Cossío se aparta de la de-
cisión mayoritaria porque no comparte la afirmación de que la
Constitución no protege el derecho al insulto, para él la misma
Corte ha reconocido en algunos casos que algunas expresiones
terriblemente descalificatorias y ofensivas encuentran amparo
constitucional bajo la libertad de expresión cuando tienen re-
levancia pública. Lo relevante a su juicio no es que la expresión
sea injuriosa u ofensiva, sino que, por una parte, no se viole un
derecho humano y, por la otra, que exista un interés público en
la expresión particular. Mientras que la difamación es un límite
claro y objetivo que impone el derecho al honor, sostiene Cossío,
la ofensa y la vejación parecieran depender del sentimiento del

El voto se puede consultar en http://www2.scjn.gob.mx/ConsultaTe-


13

matica/PaginasPub/DetallePub.aspx?AsuntoID=143425 (Consulta: 28 de fe-


brero, 2018).

160
Juan Antonio Cruz Parcero

sujeto referido en la expresión o —peor aún— del propio juzga-


dor, lo cual no puede constituir un criterio aceptable.
Hay algo de razón a mi parecer en la crítica de Cossío. Coin-
cido con él en que es inexacto que se diga que el (derecho al)
insulto no esté protegido en la Constitución. Evidentemente, la
Constitución no dice explícitamente que lo esté, pero, como nos
muestra Cossío, el insulto puede estar protegido cuando forma
parte de un discurso o manifestación de ideas que pueden tener
interés público, por ejemplo, por referirse a un personaje público
en algún tema de relevancia. En ciertas circunstancias tenemos
derecho a insultar a otros, y ese derecho tendría que estar prote-
gido y garantizado.14
El problema con la crítica de Cossío lo encuentro cuando nos
dice que lo relevante no es la ofensa sino que se viole un derecho
humano. Este criterio no nos ayuda a resolver la cuestión, pues
precisamente lo que queremos hacer es determinar si el derecho
(humano) al honor —o el derecho a no ser discriminado o algún
otro— resultó violado. Se incurre, pues, en una especie de petición
de principio donde para determinar si una expresión se excede y
afecta de modo injustificado el derecho al honor de otra persona (o
algún otro derecho) debemos probar que viola un derecho humano.
La idea de que una expresión absolutamente vejatoria es el
límite a la libertad de expresión parece quedar todavía sin aclarar
aun cuando se haya tratado de precisar que éstas han de implicar
un menosprecio personal o una vejación injustificada. Menos-
preciar a alguien puede ser algo que quizá no debemos hacer
con nuestros semejantes, es decir, no tendríamos que considerar a
alguien menos a lo que se merece,15 tampoco deberíamos vejarlos
(maltratarlos, hacerles padecer, molestarlos16), pero parece que

14
En el amparo 4436/2015 la Suprema Corte resolvió, respecto del artícu-
lo 287 del Código Penal del Distrito Federal, que el delito de injurias contra la
autoridad no era constitucional y que debido a la vaguedad de la formulación
de ese artículo se podría vulnerar la libertad de expresión.
15
Véase el significado de menospreciar en el Diccionario de la Lengua Española.
16
Igualmente véase el significado de vejar en el Diccionario de la Lengua
Española.

161
Los límites de la libertad de expresión frente a la no-discriminación

estas ideas son poco claras para determinar cuándo el considerar


a alguien menos o molestarlo y maltratarlo (de palabra claro)
implicaría que usamos expresiones absolutamente vejatorias (su-
poniendo que además son impertinentes) y que deberían estar
prohibidas (y en ciertos casos, incluso, merecer alguna sanción).
La idea de la utilidad funcional es también complicada, pa-
recería que si las expresiones oprobiosas (que menosprecian o
vejan a la persona) se inscriben en un discurso donde no son
gratuitas, las mismas estarían protegidas, mientras que si fuesen
innecesarias estarían protegidas. La cuestión aquí sería pregun-
tarse ¿necesarias para qué? Si el discurso pretende, por ejemplo,
el menosprecio de la persona, tratar de mostrar que alguien vale
menos o merece ser molestado por alguna razón, entonces ese
discurso no podría ser considerado absolutamente vejatorio, pues
los insultos tendrían obviamente una utilidad funcional, lo cual
parece absurdo. Parecería entonces que sólo cuando las expresio-
nes oprobiosas se inserten en discursos que pretendan otra cosa
(otro tipo de crítica que no fuera contra la persona, aunque sí
podría ser contra sus actos o sus creencias) y no el menosprecio
de la persona o su descalificación, serían consideradas como pro-
hibidas. Lo que es extraño es que si el discurso fuese en sí mismo
contra la persona, la expresión oprobiosa no puede carecer de
funcionalidad y esto haría, paradójicamente, que no fuese una
expresión absolutamente vejatoria.
En ocasiones determinar con precisión algún criterio es
bastante complicado, nuestro lenguaje es esencialmente vago y
nuestras precisiones introducen a menudo más confusión a la
que había. Lo importante en todo caso es entender que muchas
veces nos las vemos con conceptos que no podemos definir con
precisión, en estos casos habría que tratar al menos de entender
que estos criterios por su vaguedad son sólo orientadores y no
deberíamos tomarlos como criterios precisos. Lo que acabo de
hacer justo en líneas anteriores es mostrar que tomárselos literal-
mente nos lleva a resultados absurdos.

162
Juan Antonio Cruz Parcero

El lenguaje discriminatorio se caracteriza por


destacar categorías de las señaladas en el artículo
1º de la Constitución, mediante elecciones
lingüísticas que denotan un rechazo social

En esta tesis iv se sostiene lo siguiente:

El respeto al honor de las personas, como límite al ejer-


cicio de la libertad de expresión cuando las manifestac-
iones se refieran a grupos sociales determinados, alcan-
za un mayor estándar de protección cuando las mismas
se refieran a colectividades que por rasgos dominantes
históricos, sociológicos, étnicos o religiosos, han sido
ofendidos a título colectivo por el resto de la comuni-
dad. En efecto, esta protección al honor de los grupos
sociales se intensifica cuando en una sociedad determi-
nada ha existido un constante rechazo a las personas
que los integran, ante lo cual, el lenguaje que se utilice
para ofender o descalificar a las mismas adquiere la cali-
ficativa de discriminatorio. En consecuencia, el lenguaje
discriminatorio se caracteriza por destacar categorías de
las señaladas en el artículo 1º de la Constitución Políti-
ca de los Estados Unidos Mexicanos, mediante elec-
ciones lingüísticas que denotan un rechazo social, en
torno a aspectos tales como el origen étnico o nacional,
el género, las discapacidades, la condición social, la re-
ligión y las preferencias sexuales. Debido a lo anterior,
el lenguaje discriminatorio constituye una categoría
de expresiones ofensivas u oprobiosas, las cuales al ser
impertinentes en un mensaje determinado, actualizan
la presencia de expresiones absolutamente vejatorias
(véase Tesis aislada CXLVII/2013 (10ª)).

Aquí se define lo que sería el lenguaje discriminatorio como


aquel que refiere a grupos sociales o colectividades que forman

163
Los límites de la libertad de expresión frente a la no-discriminación

parte de las llamadas categorías prohibidas por la Constitución


a efectos de diferenciar a las personas o discriminarlas injusti-
ficadamente. En este caso el lenguaje discriminatorio consiste
en utilizar expresiones que denotan un rechazo social. Decirle
a alguien en ciertos contextos, por ejemplo, naco, joto, maricón,
retrasado mental, imbécil, tullido, jorobado o tantas otras expresio-
nes que se nos pueden ocurrir y que a diario las escuchamos,
por tratarse de expresiones oprobiosas podrían (de ser también
impertinentes) convertirse en expresiones prohibidas (absoluta-
mente vejatorias).
Pero, nuevamente, tomarnos al pie de la letra lo que nos dice
este criterio vago nos conduciría a resultados absurdos. Si yo al
manifestarme en contra de alguien y de sus opiniones le digo que
parece —él o sus opiniones—un retrasado mental. ¿Estoy o no
usando (eligiendo) un lenguaje discriminatorio?, ¿mi expresión
discrimina a quienes padecen un retraso mental? Tomarse al pie de
la letra el criterio llevaría a sostener que lo que diga debería prohi-
birse y/o sancionarse. Pero, como vimos antes, si nuestra expresión
resulta con cierta pertinencia, entonces sí estaría permitida.
Y de nuevo aquí se nos aparece otro problema de vaguedad:
¿qué es la pertinencia (o la impertinencia)? Podemos ofrecer si-
nónimos (o antónimos) de la palabra pero ello no ayudaría mu-
cho a resolver el problema de lo que ha de considerarse una ex-
presión impertinente. La idea de “utilidad funcional” no puede
ser sino un sinónimo de pertinencia, la cuestión es que quien
aplica el criterio debe determinar cuál es la función principal o
si hay alguna otra función que no sea principal, habría que dis-
tinguir y calificar la misma función como justificada o injustifi-
cada (legítima o ilegítima), pues ya vimos que de otro modo si la
función misma del discurso fuese menospreciar o vejar esto nos
llevaría al absurdo de decir que tales expresiones tienen utilidad
funcional y, por ende, considerarlas permitidas.
Una vez más, el leguaje discriminatorio no podría consistir
única, ni necesariamente, en la utilización de expresiones que
denoten un rechazo social por usar categorías prohibidas en la
Constitución. El lenguaje discriminatorio suele usar expresiones

164
Juan Antonio Cruz Parcero

homófobas, sexistas, clasistas…, esto es, como dice el criterio


que estamos comentando, destaca algunas de las categorías de
las prohibidas en el artículo 1º de la Constitución. Pero hay que
entender que destacar es algo más amplio que usar expresiones
oprobiosas o injuriosas. Al igual que puede existir un discurso
discriminatorio que no use expresiones injuriosas, pude haber un
discurso que las use y no sea, ni pretenda ser, discriminatorio.
En muchos contextos podemos y solemos usar expresiones ho-
mófobas, sexistas, clasistas, etc., sin estar haciendo un discurso
discriminatorio. Habría que tener cuidado con este tipo de dis-
cursos, por más odiosos17 que resulten o de mal gusto no son ni
pretenden discriminar a nadie.

El discurso homófobo constituye una categoría


de lenguaje discriminatorio y, en ocasiones, de
discursos del odio. El discurso homófobo no
se actualiza cuando las expresiones se utilizan
para fines científicos, literarios o artísticos

La Primera Sala aprovechó la ocasión para extender su doctrina


sobre la libertad de expresión y sus límites, llegando a considerar
el tema de los discursos de odio, tema que por supuesto ya tenía
poco o nada que ver con el caso que se estaba decidiendo. Pero ya
vimos que más allá de si pecó de activista o no, la forma en que
delineó lo que son los discursos de odio se amolda muy bien a los
criterios usados a nivel internacional.
La homofobia es el rechazo irracional a la homosexualidad
que implica un desdén (menosprecio) o agresión y que conlle-
va el empleo de estereotipos de género. Implica una forma de

17
Retomo la idea de Luz Helena Orozco y Villa, quien ha distinguido
entre discursos de odio y discursos odiosos. La finalidad de un discurso de odio
que pretende generar condiciones para que un grupo pueda ser dañado. Los
discursos odiosos no tienen esta finalidad (Orozco y Villa 2018).

165
Los límites de la libertad de expresión frente a la no-discriminación

“inferiorización” de la persona. La aversión usualmente recurre


a expresiones en un sentido burlesco y ofensivo que están fuer-
temente arraigadas en la sociedad. Estas expresiones constituyen
manifestaciones discriminatorias. Y continúa afirmando el crite-
rio de esta tesis (v) lo siguiente:

Así, tomando en consideración la protección con-


stitucional expresa a la preferencia sexual de los indi-
viduos, es que la misma no puede constituir un dato
pertinente para la calificación social de una persona.
Por tanto, al tratarse la homosexualidad de una forma
de sexualidad tan legítima como la heterosexualidad,
puede concluirse que aquellas expresiones homófobas,
esto es, que impliquen una incitación, promoción o jus-
tificación de la intolerancia hacia la homosexualidad,
ya sea mediante términos abiertamente hostiles o de
rechazo, o bien, a través de palabras burlescas, deben
considerase como una categoría de lenguaje discrimi-
natorio y, en ocasiones, de discursos del odio.

¿Cuándo se considera que el empleo de una expresión


burlesca de éstas a que refiere la Corte se utiliza para incitar,
promover o justificar la intolerancia hacia la homosexualidad?
El argumento de la Corte parece circular, pues considera que el
uso de los “términos hostiles o de rechazo” o bien “burlescos” son
precisamente el indicio de que se está promoviendo la intoleran-
cia hacia la homosexualidad.
En los debates sobre este punto no ha faltado traer a cuen-
to los gritos que en el futbol mexicano hace el público cunado
un portero del equipo rival va a despejar. El grito de “¡eeeeeeh,
puuuto!” podría considerarse bajo este criterio como un lengua-
je discriminatorio, por el uso de expresiones homófobas; podría
considerarse, por su mero uso, como una promoción de la intole-
rancia hacia la homosexualidad. Más allá de que ciertas expresio-
nes resulten odiosas y que quizá por ello deban ser desalentadas,

166
Juan Antonio Cruz Parcero

podría ser un exceso considerarlas como absolutamente vejato-


rias y, por ello, como prohibidas constitucionalmente.
En el criterio vi se sostiene que el discurso homófobo no se
actualiza cuando las expresiones se utilizan para fines científicos,
literarios o artísticos. Aquí se le da a estos tres tipos de discurso
o formas de expresión una protección más amplia. Esto puede
estar bien, pero nuevamente se nos presentan problemas de va-
guedad. La tesis sostiene lo siguiente:

Si bien es cierto que a juicio de esta Primera Sala de la


Suprema Corte de Justicia de la Nación, las expresiones
homófobas son una categoría de lenguaje discrimina-
torio y, en ocasiones pueden actualizar discursos del
odio, lo cierto es que resulta posible que se present-
en escenarios en los cuales determinadas expresiones
que en otro contexto podrían conformar un discurso
homófobo, válidamente pueden ser empleadas, atendi-
endo a situaciones como estudios y análisis científicos,
u obras literarias o de naturaleza artística, sin que por
tal motivo impliquen la actualización de manifestac-
iones discriminatorias o de discursos del odio, gozan-
do por tanto de protección constitucional (véase Tesis
aislada CXLIX/2013 (10ª)).

La forma en que se presenta la justificación del criterio es


muy problemática. Primero, la Primera Sala acepta que las ex-
presiones homófobas podría ser válidamente empleadas en de-
terminadas situaciones como en estudios o análisis científicos,
obras literarias o artísticas, sin embargo pareciera que el rubro
del criterio nos dice algo más fuerte: “Libertad de expresión. El
discurso homófobo no se actualiza cuando las expresiones se
utilizan para fines científicos, literarios o artísticos”. Se podría
interpretar que el discurso homófobo cuando esté presente en
discursos científicos, literarios o artísticos no constituye por ese
hecho un discurso discriminatorio. Hay dos formas entonces de
entender este criterio, una forma débil y una fuerte. La forma

167
Los límites de la libertad de expresión frente a la no-discriminación

débil sugiere que pueden existir contextos en que el uso de ex-


presiones homófobas no implique un discurso discriminatorio y
sólo como ejemplo se alude a los discursos científicos, literarios
y artísticos. Por ende, no implica que en estos discursos un cien-
tífico, un artista, un poeta o novelista, etc., no puedan incurrir en
discursos discriminatorios homofóbicos, discursos que podrían
llegar incluso a prohibirse.
Recientemente se ha puesto mucha atención sobre el rol que
ciertos grupos académicos han jugado en universidades nortea-
mericanas y de Europa para el resurgimiento del racismo, la xe-
nofobia y la homofobia.18 Los discursos académicos en ocasiones
—al igual que la literatura o el arte— podrían estar cargados
ideológicamente y ser un vehículo bastante eficaz para promo-
ver la intolerancia e incluso la violencia contra ciertos grupos (es
decir, ser discursos de odio). Una forma fuerte en que se podría
interpretar el criterio de la Primera Sala implicaría que por el
mero hecho de pretender ser discursos científicos o académicos,
literarios o artísticos nunca se podría actualizar la hipótesis de ser
un discurso discriminatorio y absolutamente vejatorio prohibido
por la Constitución. Esta lectura fuerte, sugerida por el rubro de
la tesis, me parece insostenible.
Termino esta sección advirtiendo sobre la forma en que hemos
de utilizar estos diez criterios que establece la Suprema Corte y
que podrían devenir en tesis jurisprudenciales obligatorias. He
intentado presentar argumentos para sostener que permiten va-
rias interpretaciones y que lo mejor sería rechazar algunas de ellas
por conducirnos a resultados insostenibles o muy problemáticos.

El caso de los insultos maricón y puñal


y la decisión de la Primera Sala

Mucho de lo que se ha escrito críticamente en torno al caso que


estamos discutiendo tiene que ver con que se considera que no

18
Remito al trabajo doctoral de Carlos Alberto Galindo López (2017).

168
Juan Antonio Cruz Parcero

encaja bien en el tema de ser un discurso discriminatorio y abso-


lutamente vejatorio.
La Primera Sala terminó considerando que los términos ma-
ricones y puñal, aunque por sí mismos no son hostiles contra los
homosexuales, en el contexto que se analizó (la nota periodísti-
ca) sí conllevan la conformación de un discurso dominante, me-
diante el cual la heterosexualidad se identifica con un calificativo
de “normalidad”, mientras que la homosexualidad, caracterizada
por la referencia a la misma por medio de burlas y estereotipos,
se constituye en una categoría de inferioridad, lo cual justificaría
la existencia de una intolerancia hacia las personas homosexuales
basada solamente en razón de su preferencia sexual, situación
que resulta inadmisible acorde al texto constitucional. Las con-
sideró, pues, expresio nes discriminatorias. Pero fue más allá al
estimar que “su empleo genera una incitación o promoción de
intolerancia hacia la homosexualidad”.
La ambigüedad y vaguedad de los criterios a los que arribó la
Primera Sala permitieron que el caso se pudiera subsumir bajo
tales criterios. Sin embargo, el caso presentaba algunos aspectos
que no fueron debidamente considerados. Cossío señaló en su
voto particular que la nota periodística tenía la intención de cri-
ticar de manera ofensiva el ejercicio profesional de los periodistas
aludidos, la intención de ofenderlo era clara, pero no se pretendía
discriminarlos. De hecho quien demandó lo hizo por sentirse
ofendido y no por sentirse discriminado. Si esto es así, las ex-
presiones sí tenían una utilidad funcional, la de ofender, pues
la nota tenía tal función. Referir a uno de los periodistas como
“lambiscón, inútil y puñal”, puedo haber implicado el uso del
término puñal en el sentido de cobarde y no en el de homosexual,
pues los otros términos refieren a características que aluden a su
servilismo.19
Otro aspecto criticado fue que la decisión no tomó en con-
sideración la intención del discurso. Podríamos distinguir entre
a) las actitudes o conductas homófobas, b) los discursos homófobos

19
Véase el punto 29 del voto particular de José Ramón Cossío.

169
Los límites de la libertad de expresión frente a la no-discriminación

y c) las expresiones homófobas. Parece que para la Primera Sala


estas tres cosas están necesariamente conectadas. Quien utiliza
una expresión homófoba, lo hace dentro de un discurso homó-
fobo y tiene por ende una actitud o conducta homófoba. Pero
ciertamente eso no es necesariamente así. Si entendemos que
una actitud o conducta homófoba es intencional (no sé si que-
pa considerar que alguien pueda tener una conducta homófoba
no intencional, pero ahora no me ocuparé de esto), seguramente
quien tiene tal conducta la reflejará no sólo en actos homófobos,
sino también en discursos homófobos, incluso discursos de odio
(aunque no necesariamente), y tenderá quizá a usar expresiones
homófobas, aunque ello desde luego no es necesario.
Sin embargo, no siempre quienes utilizan expresiones o
palabras homófobas, dada la polisemia del lenguaje, las usarán
dentro de discursos homófobos, esto es, las usarán como expre-
siones cotidianas que pueden ser rudas o jocosas, pero quizá no
peyorativas; podrán incluso en ocasiones perder su carga negati-
va y usarse en términos opuestos a los usos peyorativos comunes
(como cuando entre homosexuales se llaman de broma o de ca-
riño maricas).20 Incluso no siempre quien puede manifestar dis-
cursos homófobos tendrá actitudes intencionales homófobas. La
calificación de actitud intencional es importante, dado que en
una sociedad donde existen estereotipos y discursos dominantes,
donde éstos son por ejemplo machistas, sexistas, homófobos, etc.,
y donde los niños desde pequeños aprenden a usar ciertas ex-
presiones y pueden reproducir actitudes, no necesariamente im-
plicará que se tiene la intención de discriminar. Me parece que
habrá que distinguir entre los discursos homófobos que agre-
gan intencionalidad de discriminar y llevan aparejada la actitud
correspondiente y los discursos homófobos que reflejan ciertos
valores dominantes en una sociedad, pero donde quien los emite
puede no ser consciente de lo que implican.

Hay muchos ejemplos de cómo expresiones como indio, queer (en los
20

Estados Unidos), negro, puta, etc., pueden llegar a tener un uso reivindicativo
cuando han tenido o se han usado comúnmente como expresiones peyorativas.

170
Juan Antonio Cruz Parcero

Tendríamos que distinguir el tipo de reproche que hacemos


al uso inconsciente, automático (aunque en cierto aspecto pueda
ser intencional), de expresiones homófobas, propio de un tipo de
cultura dominante, al reproche hacia un uso consciente e inten-
cional que conlleve una actitud también homofóbica.
La discriminación implica no sólo considerar y tratar a otro
como inferior, sino que además habría que incorporar las con-
secuencias que se producen, el tipo de daño que se genera. La
libre expresión deja de serlo cuando incita, conduce o estimula
acciones contra los derechos de otras personas (véase Rodríguez
Zepeda, 2007). Esta vinculación con el daño es un elemento que
en el análisis de la Suprema Corte se asume en automático por el
mero uso de expresiones homófobas.

171
Los límites de la libertad de expresión frente a la no-discriminación

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173
Libre expresión,
universidad pública y
mundo digital: reflexiones
a propósito de los casos
de Nicolás Alvarado
y Marcelino Perelló
Pedro Salazar Ugarte
Mayra Ortiz Ocaña

Introducción

Los derechos humanos, de forma inevitable, en diversas circuns-


tancias, colisionan entre ellos. Esta situación es el resultado de
diferentes causas pero un factor determinante es la manera en la
que los derechos han sido recogidos en los textos legales. Esto es,
mediante fórmulas de principios que capturan el núcleo de los
derechos pero dejan un margen abierto para su interpretación y
optimización. Uno de los ámbitos en los que se verifican tensio-
nes entre derechos es el que involucra a la libertad de expresión
y a la no discriminación. En virtud de la existencia de estructu-
ras y prácticas profundamente discriminatorias, el ejercicio de
la libertad de expresión se traduce en ocasiones en un discurso
discriminatorio.
En México, en los años recientes —los casos que ocuparán
nuestra atención son de 2017— han tenido lugar algunos casos
interesantes y emblemáticos. Se trata de dos eventos en los que
determinadas expresiones causaron polémica debido a que fue-
ron consideradas, al menos por amplios sectores de la opinión

175
Libre expresión, universidad pública y mundo digital: reflexiones a propósito de los casos

pública, como discriminatorias. Los dos casos referidos pueden


identificarse con los nombres de sus principales protagonistas:
Nicolás Alvarado y Marcelino Perelló.
Además, a pesar de las diferencias que subrayaremos más
adelante, en ambos casos se presentan algunas circunstancias si-
milares. Por ejemplo, los casos comparten el hecho que se dieron
a través de medios de comunicación y los dos personajes eran
funcionarios de la Universidad Nacional Autónoma de México
(unam) cuando los eventos tuvieron lugar. Además fueron objeto
de una profusa cobertura sobre todo por las llamadas redes so-
ciales. Por lo mismo resulta pertinente analizarlos en un mismo
espacio y bajo un mismo aparato crítico.
Pero, para poder analizarlos, primero conviene reconstruirlos.
A continuación se exponen los hechos que suscitaron la tensión
entre los derechos a la libertad de expresión y no discriminación.

Caso Nicolás Alvarado

Después de la muerte del cantante popular mexicano, Juan Ga-


briel, el 30 de agosto de 2016, Nicolás Alvarado, en ese entonces
Director de tv unam, escribió en su columna semanal “Fuera de
registro” del periódico Milenio el artículo intitulado “No me gusta
‘Juanga’ (lo que le viene guango)”. En el escrito, Alvarado esgrime
con un tono irónico y provocador las razones por las cuales no le
gustaba Juan Gabriel. El cierre de su texto fue el centro del debate:
“Mi rechazo al trabajo por Juan Gabriel es, pues, clasista: me irri-
tan sus lentejuelas no por jotas sino por nacas” (Alvarado, 2016).
La columna desató una fuerte reacción crítica en contra de
Alvarado, principalmente a través de redes sociales. Lo paradó-
jico del rechazo fue que, al menos en Twitter, estuvo lleno de
comentarios discriminatorios en su contra. A continuación, pre-
sentamos dos botones de muestra elegidos por su talante ofen-
sivo: “Nicolás Alvarado tiene envidia de que a Juan Gabriel le
perdonen ser joto, y a él no”, “Le iba a mentar su madre al Amé-
rica, pero me acordé que Nicolás Alvarado es más puto todavía”.

176
Pedro Salazar Ugarte y Mayra Ortiz Ocaña

Además de esa clase de expresiones homófobas, también existie-


ron otras tildándolo de clasista.
El 1 de septiembre, Nicolás Alvarado renunció a su cargo
como director de tv unam. En el texto de su renuncia, Alvarado
agradeció la oportunidad de estar al frente del canal de televisión
y afirmó lo siguiente: “Agradezco profundamente lo que me ha
dado la unam en estos meses: la oportunidad de crear, desarro-
llar y ver cristalizado y fuerte, el proyecto más importante hasta
ahora en mi vida profesional, y muchos amigos que seguiré cul-
tivando y con los que seguiré discutiendo y compartiendo ideas”
(unam‒dgcs, 2016).
Hasta ahí, entonces, el asunto parecía zanjado después de
una serie de dichos desafortunados pero, al menos desde la pers-
pectiva institucional, con buenas maneras. Sin embargo, el 2 de
septiembre, después de recibir algunas quejas por los dichos es-
critos por Alvarado, para sorpresa de muchos, el Consejo Nacio-
nal para Prevenir la Discriminación (Conapred) solicitó medidas
precautorias en contra del autor, bajo el argumento de que sus
expresiones podían considerarse manifestaciones clasistas y dis-
criminatorias contra la diversidad sexual.
En consecuencia, esa autoridad administrativa solicitó a
Alvarado que evitara manifestaciones que puedan contrariar a
la diversidad sexual o que fueran clasistas. Asimismo, le pidió
emitir una disculpa por el agravio que pudo haber ocasionado y
refrendar su compromiso por realizar esfuerzos en su quehacer
público para que se respeten los derechos de las personas de la
diversidad sexual y de quienes se hayan podido sentir agraviadas
(Conapred, 2016).
En febrero de 2017, el Conapred, después de mucha polé-
mica, algunas columnas del propio Alvarado cuestionando las
razones y sustentos de la postura de la autoridad y una audiencia
de conciliación entre el autor y el representante legal de los 13
quejosos, cerró el caso (Conapred, 2017).
Ante esta relación de hechos, vale la pena analizar si la in-
tervención del Conapred, en aras de salvaguardar el derecho a
la no discriminación para las personas de la diversidad sexual,

177
Libre expresión, universidad pública y mundo digital: reflexiones a propósito de los casos

constituyó una restricción legítima a la libertad de expresión de


Nicolás Alvarado.

Caso Marcelino Perelló

Marcelino Perelló era un profesor de asignatura en la Facultad de


Ciencias Políticas de la unam y estaba contratado por el Museo
Universitario del Chopo, comisionado en Radio unam. En esta
emisora, Perelló tenía un programa llamado Sentido Contrario.
En ese espacio, durante la transmisión del 28 de marzo de 2017,
opinando sobre un caso que había generado mucha polémica e
indignación en la opinión pública —el caso Daphne Fernández
y los Porkys1—, afirmó, entre otras cosas, lo siguiente:

Tampoco eso de que te metan los dedos es para armar


un desmadre estrepitoso […] O sea, la violación impli-
ca necesariamente verga, si no hay verga, no hay viola-
ción. O sea con palos de escoba, dedos o vibradores no
hay violaciones; hay una violación a la dignidad si tú
quieres, pero de esas hay de muchos tipos, igual que si
te embarran la cara con mierda de caballo.2

Los dichos de Perelló desataron una serie de protestas a tra-


vés de redes sociales (Redacción Milenio Digital, 2017). Dentro
de la unam se hicieron escuchar fuerte las quejas y reclamos de
diversos universitarios y, en particular, de colectivos feministas.

Daphne Fernández fue abusada sexualmente y posteriormente violada


1

por un grupo de cuatro hombres en Veracruz. Este caso fue visibilizado ya que
los hombres, apodados “Porkys”, eran miembros de la clase alta de Veracruz
y no cumplieron con un acuerdo privado que habían realizado con el padre
de Daphne para pedirle disculpas. Todos fueron procesados penalmente y sus
casos, en amparo, aún se encuentran pendientes de resolución.
2
Transcripción del programa de radio Sentido Contrario, Ivoox, 28 de mar-
zo de 2017. Recuperado de https://mx.ivoox.com/es/2017-03-28-bouleau-7-
germinal-audios-mp3_rf_17889167_1.html (Consulta: 1 de agosto, 2017).

178
Pedro Salazar Ugarte y Mayra Ortiz Ocaña

El rechazo llegó al grado que un grupo de académicas y profe-


soras denunciaron penalmente al conductor del programa (Re-
dacción Proceso, 2017). Ante esta situación, el 7 de abril de ese
mismo año, la Coordinación de Difusión Cultural de la unam
ordenó la cancelación del programa por las siguientes razones:

Ante los comentarios vertidos por Marcelino Perelló


en el programa Sentido Contrario, el día martes 28 de
marzo de 2017, Radio unam comunica lo siguiente:
De forma inmediata se cancela el programa Sentido
Contrario debido a que las expresiones del conductor
titular de este espacio en Radio unam atentan contra
el espíritu de esta emisora y de la Universidad Nacio-
nal Autónoma de México, al normalizar la violencia y
oponerse al concepto de equidad e igualdad de género.
Además del lenguaje misógino y sexista utilizado, el
discurso de Marcelino Perelló se opone a los valores
promovidos por esta casa de estudios.
Radio unam promueve los valores universitarios y rei-
tera su compromiso con la libertad de expresión a favor
de la equidad y contra la violencia de género (Coordi-
nación de Difusión Cultural, 2017).

Por su parte, el Museo Universitario, a partir de denuncias


presentadas por académicas y alumnas por el lenguaje sexista
empleado, solicitó a la Dirección General de Asuntos Jurídicos
determinar las consecuencias laborales del caso. Esta autoridad
universitaria concluyó que existían “elementos suficientes para
proceder a la rescisión del contrato de trabajo de Marcelino Pe-
relló Valls”. Sin embargo, la rescisión no fue necesaria porque
Perelló renunció el 26 de abril a la Universidad Nacional Autó-
noma de México (Redacción Animal Político, 2017).
Ante esta relación de hechos, vale la pena cuestionarnos si
la medida adoptada por la Coordinación de Difusión Cultural
constituyó una restricción ilegítima a la libertad de expresión en
pos de garantizar el derecho a la no discriminación de las mujeres.

179
Libre expresión, universidad pública y mundo digital: reflexiones a propósito de los casos

Derechos humanos

En las sociedades modernas —como prueba de dicha moderni-


dad— todas las personas son titulares de derechos (onu, 1948)
humanos o fundamentales que tienen algunas características
especiales —universalidad, indivisibilidad, complementariedad,
etc.— y que, por lo mismo, no pueden ser sustraídos a sus titu-
lares y, en caso de entrar en conflicto con otros derechos, se debe
procurar armonizarlos.
En efecto, a partir del principio de indivisibilidad —que, en
México está establecido en el artículo 1º de la Constitución—
los derechos humanos no guardan una relación jerárquica entre
ellos. Esto significa que el derecho humano “x” de la persona “y”
no vale más que el derecho “z” de la persona “w”. Por eso, en los
casos de conflicto entre derechos es necesario adoptar una postu-
ra relativa en su aplicación que permita, con flexibilidad, armoni-
zarlos. Esto implica que cada caso de conflicto debe valorarse por
sus méritos y que las decisiones nunca serán idénticas.
Sólo de esta manera es posible lograr que ambos derechos,
una vez que han entrado en conflicto, puedan ser garantizados.
El grado de garantía posible se logrará con medidas orientadas
a su cumplimiento y el grado de cumplimiento dependerá, en
cada caso concreto, de las necesidades y fines que se pretenden
salvaguardar. Los teóricos del derecho han llamado ponderación a
la técnica necesaria para lograr este complejo objetivo.
Esto es necesario porque, dado que —como ya se ha adverti-
do— ningún derecho es más importante que otro, es imposible que
exista una sola regla inamovible para resolver los distintos casos
de conflicto posibles. Por ejemplo, cuando se presenta un conflicto
entre la libertad de expresión y el derecho al honor, no es posible
determinar ex ante que la libertad de expresión siempre prevalecerá.
Probablemente muchas veces sucederá así, pero en otras —depen-
diendo de las particularidades de cada caso (Corte idh, 2011)— se
impondrá el derecho al honor. Lo único posible es lograr una suer-
te de relación condicionada siempre y cuando —precisamente—
existan condiciones similares en dos casos muy similares.

180
Pedro Salazar Ugarte y Mayra Ortiz Ocaña

Como ya se adelantó, la teoría ha desarrollado múltiples me-


canismos para lograr la armonización de derechos y, dentro de
ellos, la llamada ponderación se ha vuelto la técnica más recu-
rrida. Los elementos —o sub principios— que se utilizan para
realizar un ejercicio ponderativo son: la identificación de los de-
rechos, la idoneidad, la necesidad y la proporcionalidad estric-
ta. Es decir, primero debemos saber cuáles son los derechos en
colisión; después debemos garantizar que cualquier intervención
en la materia sea idónea para alcanzar un fin constitucional; acto
seguido, debe garantizarse que la intervención sobre un dere-
cho sea la más favorable posible para la realización del mismo, y,
finalmente, debe procurarse que las ventajas de la intervención
sobre el derecho compensen los sacrificios que la misma conlleve
para el titular del derecho y para la sociedad en su conjunto.
Así las cosas, para analizar los casos de Alvarado y Perelló
primero es necesario identificar cuáles son los derechos en con-
flicto. En principio sabemos que están involucrados la libertad de
expresión y el derecho a la no discriminación, pero también pro-
ponemos considerar un tercer derecho —la libertad académica—
que es una manifestación específica de la libertad de expresión.

Libertad de expresión

Es ampliamente reconocido que —por su valor propio y por


su relación con otros derechos— la libertad de expresión es un
derecho que merece una protección especial en las democracias
constitucionales. De hecho, diversos tribunales y teóricos coin-
ciden en que la libertad de expresión tiene una especie de prio-
ridad axiológica respecto a otras libertades y derechos humanos
debido a la importancia que tiene para el funcionamiento de las
democracias (véase Atienza, 2007; Carbonell, 2004: 348). Desde
esta perspectiva, el valor especial de la libertad de expresión de-
pende del papel que tiene para el desarrollo del proceso político
democrático. Incluso, algunos autores advierten —pensamos que
con razón— que existe una relación indisoluble entre la libertad

181
Libre expresión, universidad pública y mundo digital: reflexiones a propósito de los casos

de expresión y la democracia. Así las cosas, la garantía de la li-


bertad de expresión es una precondición para la existencia de una
democracia (Bobbio, 1989: 48).
La razón es sencilla de entender: la discusión pública, que
es el ejercicio de la libertad de expresión, es fundamental para
que la ciudadanía pueda comprender los sucesos y problemáticas
sociales e incidir en las decisiones públicas. Sólo así es posible
cumplir con el proyecto democrático que supone que el poder
se estructure de forma ascendente, desde la base, para que las
decisiones colectivas sean producto de la voluntad ciudadana
(Salazar, 2011: 124). Esta tesis ha sido muchas veces reiterada —
por ejemplo— por las instituciones del sistema interamericano
de derechos humanos en sus informes y sentencias (Corte idh,
2015; cidh y rele, 2017).
No obstante lo anterior, la libertad de expresión también tie-
ne límites. Este hecho ha sido reconocido en diversos tratados
internacionales de protección a derechos humanos. Por ejemplo,
el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y la Con-
vención Americana sobre Derechos Humanos contemplan que
estos límites pueden ser el respeto a los derechos y la reputación
de los demás, la seguridad nacional, el orden público o la salud y
moral públicas.3
Desde estos instrumentos internacionales es posible deducir
que los derechos de los demás —de “los terceros” diría la teoría
liberal clásica— también pueden imponer límites a la libertad de
expresión. Sólo bajo esta premisa es posible asumir una posición
garantista, congruente con un Estado constitucional democrá-
tico en el que se brinda protección y garantía a los derechos de
todas y todos.
De hecho, mientras esta tesis ha venido ganando fuerza, la
teoría, pero sobre todo la práctica jurisdiccional constitucio-
nal, han venido desestimando las limitaciones provenientes de

3
La Constitución mexicana —por ejemplo— contempla como límites a
la libertad de expresión la moral, la vida privada, los derechos de terceros o los
dichos que puedan provocar algún delito.

182
Pedro Salazar Ugarte y Mayra Ortiz Ocaña

conceptos como la seguridad nacional y la moral públicas. Estos


últimos han sido cada vez más descartados porque constituyen
una categoría que se ha clasificado como conceptos jurídicos in-
determinados.4 Estos conceptos abren la puerta para decisiones
discrecionales que podrían imponer restricciones injustificadas
—en este caso— a la libertad de expresión (Corte idh, 2001;
tedh, 2013).

Igualdad y no discriminación

La igualdad ha sido entendida de distintas formas a lo largo de


la historia. De hecho, como advertía Norberto Bobbio, cuando
abordamos el tema es importante preguntar: ¿igualdad entre
quiénes y en qué cosa?
En un primer momento, en el ámbito del debate sobre los de-
rechos humanos, la igualdad era entendida en un sentido formal
como la garantía de universalidad de derechos para todas y todos
(Ferrajoli, en Cruz y Vázquez, 2010: 13‒14). Ese principio de
universalidad implica garantías efectivas para remediar discrimi-
naciones acarreadas históricamente. Por eso la igualdad formal
se fue complementando con nociones más robustas orientadas
hacia lo que algunos denominan igualdad sustantiva.
La igualdad como no discriminación parte del reconocimien-
to de la existencia de grupos que han sido históricamente discri-
minados y del hecho de que esta discriminación persiste hasta
nuestros días. La concepción de grupo, de acuerdo con Owen
Fiss, “tiene una existencia de las de sus miembros, que tienen una
identidad propia. Asimismo, existe una condición de interdepen-
dencia donde la identidad y bienestar del grupo y la identidad y
bienestar del grupo están conectados” (Fiss, 1976: 148; traduc-
ción propia). En este sentido, el rasgo de identificación del grupo
es el que ha servido como razón para que el grupo haya sido
discriminado históricamente (Giménez, 2004: 170‒176).

4
García de Enterría los concibe como nociones jurídicas imprecisas.

183
Libre expresión, universidad pública y mundo digital: reflexiones a propósito de los casos

La discriminación ha sido regulada en el ámbito internacio-


nal en diversos tratados internacionales enfocados en la protec-
ción de grupos históricamente discriminados.5 Por ejemplo, la
discriminación en contra de la mujer se ha positivizado como:
“toda distinción, exclusión o restricción basada en el sexo que
tenga por objeto o por resultado menoscabar o anular el recono-
cimiento, goce o ejercicio por la mujer, independientemente de
su estado civil, sobre la base de la igualdad del hombre y la mujer,
de los derechos humanos y las libertades fundamentales en las
esferas política, económica, social, cultural y civil o en cualquier
otra esfera” (onu, 1979).
El tipo de discriminación al que se refiere la mayoría de los
tratados internacionales es la discriminación directa. No obstan-
te, en los años recientes se ha venido consolidando la idea de que
este concepto de discriminación no es suficiente para abarcar el
complejo problema de la desigualdad de trato. A partir de ellos,
han surgido conceptos como los de discriminación indirecta y es-
tructural. Nosotros centraremos nuestra atención en la discrimi-
nación estructural porque es la que nos permite analizar de mejor
manera nuestros casos.
El concepto de discriminación estructural ofrece una apro-
ximación distinta a la noción liberal e individual de la discri-
minación a la que nos hemos referido y que se orienta hacia el
reconocimiento de la situación colectiva de ciertos grupos histó-
ricamente oprimidos (Barrère y Morondo, 2011: 18). La discri-
minación estructural, en cambio, se refiere a una forma de trato
que reproduce y proviene de situaciones de desigualdad en las
que existe subordinación y dominación de un grupo sobre otro y
en la que resulta muy complicado individualizar conductas espe-
cíficas. En efecto, una característica de la discriminación estruc-
tural es la dificultad para individualizarla. De esta manera, como

Véase, por ejemplo, la Convención Internacional sobre la Eliminación de


5

todas las Formas de Discriminación Racial, la Convención Interamericana para


la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra las Personas con
Discapacidad o la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de
Discriminación Contra la Mujer.

184
Pedro Salazar Ugarte y Mayra Ortiz Ocaña

señala Añón:

los rasgos característicos de la discriminación estructu-


ral muestran que se trata de procesos sociales difusos,
sistémicos —al margen de la intencionalidad o volun-
tad de las personas individualmente consideradas—
que se reproducen institucionalmente por cuanto atra-
viesan o se proyectan en todas las dimensiones de la
existencia, tanto en el ámbito público y social como
privado (Añón, 2013: 148).

Lo anterior dificulta las aproximaciones jurídicas a la discri-


minación estructural, porque es difícil probarla en un sistema
jurídico basado en la individualización de las afectaciones.
Esta dificultad es particularmente relevante para nosotros
porque en los casos en los que colisionan la libertad de expresión
y la no discriminación no suele existir una discriminación directa,
sencilla de demostrar e incluso de sancionar. Más bien, las conse-
cuencias negativas que derivan de ciertos ejercicios de la libertad
de expresión se explican y dependen de la existencia de sistemas
desiguales característicos de la discriminación estructural.

Libertad académica

Para analizar los casos que nos interesan es relevante notar que
las personas protagonistas eran funcionarios de la Universidad
Nacional Autónoma de México. Este hecho nos invita a pensar
sobre el papel de la Universidad y la libertad académica que ca-
racteriza —como derecho fundamental— a las tareas que reali-
zan sus integrantes.
En el caso de Marcelino Perelló la situación es muy clara.
Él, en el momento de los dichos, era académico y profesor de la
Universidad por lo que realizaba sus actividades universitarias
en ejercicio de su libertad académica. En el caso de Nicolás Al-
varado las cosas son menos claras porque no impartía cátedra en

185
Libre expresión, universidad pública y mundo digital: reflexiones a propósito de los casos

la Universidad sino que era un funcionario administrativo de la


unam.
No obstante, dicha Universidad tiene como vocación y obli-
gación legal el ejercicio de la docencia, la investigación y la di-
fusión de la cultura (unam, 1945). Desde esta perspectiva, pare-
ce atinado sostener que Nicolás Alvarado, al ser director de tv
unam, dirigía uno de los mecanismos más importantes para la
difusión de la cultura desde la Universidad. A través de ese canal
se transmiten contenidos académicos, y el director tiene mucha
injerencia en lo que se transmite. En este sentido, es necesario el
ejercicio de la libertad académica para la elección y transmisión
de contenidos en la televisión universitaria.
La libertad académica, de hecho, tiene una relación intrínseca
con la libertad de expresión. En cierta medida, la primera es una
especie de la segunda y supone la posibilidad de emitir opiniones
a pesar de que éstas resulten chocantes y opuestas a las posiciones
mayoritarias en el ámbito académico. En particular, las universi-
dades, al ser centros del conocimiento, deben tener libertad para
opinar sobre temas y problemas nacionales e internacionales de
manera abierta y plural.
En el ámbito internacional de protección de derechos hu-
manos, este tema no ha sido desarrollado con amplitud. No obs-
tante, el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales
(cdesc), en atención a la relación inseparable que existe entre
el derecho a la educación y la libertad académica, en su Obser-
vación General sobre el derecho a la educación, señaló que: “El
disfrute de la libertad académica conlleva obligaciones, como el
deber de respetar la libertad académica de los demás, velar por
la discusión ecuánime de las opiniones contrarias y tratar a to-
dos sin discriminación por ninguno de los motivos prohibidos”
(cdesc, 1999: párr. 39).
De hecho, los estándares empleados para la libertad acadé-
mica son casi los mismos que se usan para la libertad de expre-
sión. Para el ejercicio de la libertad académica es necesario que
quienes la ejercen sean libres de buscar, desarrollar y transmitir
conocimiento a través de las distintas formas mediante las cua-

186
Pedro Salazar Ugarte y Mayra Ortiz Ocaña

les lo hacen como son la docencia, la investigación, el debate, la


creación artística, entre otras.
En contrapartida, el Estado debe generar los mecanismos que
garanticen que las voces de las y los académicos no serán acalla-
das, incluso cuando se trata de las impopulares. Así las cosas, los
estándares empleados para la libertad de las y los académicos se
asemejan a la protección especial que tiene la libertad de expre-
sión del gremio periodístico (cfr. Corte idh, 1985). En el sistema
interamericano, por ejemplo, se ha llegado a la conclusión de que
la labor periodística está imbricada con la libertad de expresión,
tanto que “el ejercicio profesional del periodismo no puede dife-
renciarse del ejercicio de la libertad de expresión” (cidh y rele,
2009: párr. 168).
En razón de las similitudes y los argumentos que serán sos-
tenidos a continuación, es posible afirmar que libertad académi-
ca debería contar con una protección similar a las obligaciones
reforzadas que el Estado tiene respecto de las y los periodistas.
Bajo este orden de ideas, el ejercicio de la labor académica debe
entenderse como un ejercicio especial de la libertad de expresión
pues el quehacer universitario implica la constante transmisión y
difusión de ideas. Además, el trabajo de las y los académicos con-
tribuye al debate público de manera relevante porque desarrolla
y difunde ideas orientadas a enriquecer la deliberación colectiva.
Esto nos remonta a la vinculación que existe entre la libertad
de expresión y la democracia y nos previene del rol especial que
tiene la libertad académica en dicha imbricación.
Sin embargo, como se señala en la Observación del cdesc,
la libertad académica conlleva la obligación de tratar a todas las
personas sin discriminación. Esto no quiere decir que la titula-
ridad del derecho dependa del cumplimiento de una obligación
pero sí nos recuerda la existencia de los límites al ejercicio de los
derechos.

187
Libre expresión, universidad pública y mundo digital: reflexiones a propósito de los casos

Análisis de los casos

Conviene recordar que los derechos no son absolutos. También


es importante dejar sentado que la mejor forma para erradicar las
expresiones discriminatorias no son la censura ni la sanción pu-
nitiva. En este sentido, en un contexto ideal, la mejor manera de
combatir expresiones discriminatorias es a través de otras expre-
siones. De ahí la relevancia de la deliberación y el debate en una
sociedad democrática. Esto es particularmente significativo en el
ámbito universitario, en el que la libertad de expresión merece
una protección reforzada (como en el caso del periodismo).
Sin embargo, no siempre las cosas son diáfanas ni los casos
fáciles. Por eso proponemos una metodología para ver cuál es la
situación de los casos que hemos elegido. Por lo pronto sabemos
que, además de la libertad de expresión, en ambos eventos está in-
volucrado el derecho a no ser discriminado y la libertad académica.

Metodología propuesta

El examen debe, primero, orientarse al análisis de las palabras y el


contexto discursivo que pudieron tener efectos discriminatorios.
Esto servirá para determinar si existe un verdadero conflicto en-
tre derechos. Podría suceder que las palabras expresadas no sean
discriminatorias en sí mismas pero sí lo sean cuando se ubican en
el contexto de todo un discurso o, por el contrario, podría suceder
que una palabra que —en principio— estigmatiza y/o discrimina
no tuviera ese efecto en un contexto discursivo determinado. Por
ejemplo, sería equivocado que un texto en el que se denuncie la
situación en la que viven las mujeres y se reivindique su derecho
a una vida sexual plena, sea tachado de discriminatorio porque se
emplea la palabra puta. Por el contrario, conceptos como mater-
nidad o familia pueden ser usados con fines discriminatorios en
discursos que rechacen el matrimonio igualitario. Por eso, más
allá de la intención del emisor del mensaje es necesario analizar
la obra o discurso en su conjunto.

188
Pedro Salazar Ugarte y Mayra Ortiz Ocaña

Una vez analizadas las palabras y su contexto discursivo pro-


cederemos a determinar si su expresión conllevó una lesión al
principio de igualdad y al derecho a la no discriminación. Esto
es necesario para determinar si existe una afectación real a un
derecho (Vázquez, 2016: 99-114) y, en su caso, para saber de
cuál derecho se trata. Por ejemplo, podría parecer que se vulnera
el derecho a la igualdad y no discriminación cuando en realidad
el derecho mermado fuera el derecho al honor, como puede ob-
servarse en una decisión muy polémica de la Suprema Corte de
Justicia de la Nación (scjn) (Amparo 2806/2012), donde el pro-
motor solicitó la protección de la justicia porque consideró que
un discurso en el que se le adosaba el adjetivo de puñal lesionaba
su derecho al honor. Sin embargo, la scjn abordó el asunto valo-
rando si se trataba de una violación al derecho a la no discrimi-
nación. Como muestra este ejemplo, lo importante es justificar
por qué se opta por un derecho sobre otro.
En caso de que exista una vulneración al derecho de igualdad
y no discriminación, entonces, es necesario valorar la proporcio-
nalidad de las medidas empleadas que se usaron o propusieron
para lograr la salvaguarda del derecho. La proporcionalidad,
como sabemos, implica el análisis del grado en el que la medi-
da adoptada vulneró al derecho restringido. Esa medición suele
realizarse con la escala triádica propuesta por Robert Alexy (en
Carbonell, 2008: 37), según la cual la restricción puede ser grave,
moderada o leve.
Es muy relevante analizar el contexto social y político en el
que se emiten las expresiones. Este criterio parte de la tesis de
que el contexto sociopolítico donde se vierten las opiniones hace
la diferencia en el impacto que éstas tienen. Por ejemplo, la orga-
nización Artículo 19 ha sostenido que en el caso de los discursos
de odio es menester considerar la historia del lugar en el que las
expresiones se emiten y verificar la existencia de discriminación
institucional.6 Por ejemplo, parecería sensato suponer que no es

6
Otros elementos a considerar son: historia de discriminación institucio-
nal, historia de conflictos, marco legal y paisaje mediático.

189
Libre expresión, universidad pública y mundo digital: reflexiones a propósito de los casos

lo mismo decirle a una persona que “sus rasgos indígenas deter-


minarán su futuro” en un contexto social en el que el colonialis-
mo no ha estado históricamente presente que en un país como
Perú o México que han tenido periodos coloniales grávidos de
consecuencias culturales y sociales. Por ejemplo, en el caso de
Perinçek v. Switzerland (tedh, 2015), el Tribunal Europeo de
Derechos Humanos determinó que existió una violación a la
libertad de expresión porque se persiguió penalmente al señor
Perinçek por haber sostenido que los hechos que había padecido
la etnia armenia en Turquía no habían sido un genocidio. La
decisión ponderó que, en el contexto en el que emitió esa opinión
—Suiza—, no existía una historia de tensiones o discriminación
en contra de esa etnia.
Por último, proponemos valorar si la medida propuesta/adop-
tada cumple con los estándares interamericanos. Por ejemplo, la
medida no podría aceptarse si implicara el procesamiento penal
de una persona por expresar ciertas ideas. Esto es así porque, las
instituciones del sistema interamericano de derechos humanos
han proscrito la vía penal para esta clase de asuntos y han esta-
blecido la necesidad de encontrar medidas alternas que protejan
a la libertad de expresión sin reprimir a las personas cuyas opi-
niones resultan chocantes e incluso discriminatorias.

Veamos estos cinco pasos aplicados a los


casos de Nicolás Alvarado y Marcelino Perelló.
Caso Nicolás Alvarado

En primer lugar se analizarán las expresiones principales de la


columna de Nicolás Alvarado. Ya lo dijimos: la columna que es-
cribió fue una disertación sobre el porqué no le gustaba Juan Ga-
briel. En su discurso aclara: “no necesito acreditar el respeto que
me inspiran ciertos productos de la televisión comercial ni mi afi-
nidad por la cultura gay” (Alvarado, 2016). Sin embargo, remata
con la ahora famosa expresión: “no por jotas sino por nacas”.

190
Pedro Salazar Ugarte y Mayra Ortiz Ocaña

Como es posible advertir de la lectura en conjunto del artí-


culo, Alvarado se manifiesta respetuoso hacia la comunidad gay.
El uso de la palabra jota —que suele emplearse con una noción
peyorativa hacia la comunidad gay— al final del texto tiene una
finalidad irónica y no discriminatoria. En todo caso el problema
está en el uso de la expresión nacas después de declararse clasista
en el mismo artículo periodístico.
Desde este punto de vista, para sostener un efecto discrimi-
natorio sobre las personas de la diversidad sexual, las expresiones
requieren sacarse contexto. Sancionar a Alvarado por el uso de la
palabra jotas equivaldría a sostener que existen palabras que no
pueden ser empleadas nunca —en aras de una errada corrección
política— y que no es posible una reapropiación —para un uso
discursivo distinto— de ciertos términos asociados con grupos
históricamente discriminados.
Si se entiende a la discriminación como un menoscabo o me-
nosprecio hacia una persona que forma parte de un grupo histó-
ricamente discriminado, las expresiones de Alvarado no pueden
ser consideradas discriminatorias en contra de las personas de la
diversidad sexual. El autor usó una palabra como una descripción
y para fines irónicos y no hay otros elementos en el texto que
permitan sostener que pretendía usarla como insulto.
Así las cosas, en el caso Alvarado no es necesario continuar
con los demás pasos de la metodología propuesta. Una vez iden-
tificados los derechos en liza y analizados los conceptos y su con-
texto discursivo es posible afirmar que existe un falso conflicto
entre derechos pues, en realidad, a nuestro juicio, Alvarado no
discriminó a nadie.

Caso Marcelino Perelló

Es relevante advertir que el programa de radio conducido por


Marcelino Perelló hacía alusión constante a temáticas relaciona-
das con las mujeres. En la emisión que ocupa nuestra atención,
por ejemplo, no sólo se habló del caso Daphne y los Porkys, sino

191
Libre expresión, universidad pública y mundo digital: reflexiones a propósito de los casos

también de Tamara de Anda “Lady Guapa” (Daen, 2017) y del


colectivo de las mujeres en general. A continuación se reprodu-
cen algunas de las expresiones que emitió aquel día en vivo y en
directo:

› “Estamos construyendo un infierno porque ya no se pue-


de piropear.”

› “Supongo que [el juez] consideró que la chava estaba muy


buena y era metible”.

› “Si perdemos el piropo, perderemos uno de los compo-


nentes de la cultura popular. Si te molesta un piropo, no
quiere decir que el hombre deba ser fusilado.”

› “La de la Condesa que lleva una falda corta, pues de qué


se quejan si llevas una falda para que se vean las piernas.
Se pone la falda para levantar la libido de los hombres.”7

Esos comentarios antecedieron a la expresión que desató la


mayor polémica y que dio pie a las denuncias en contra de Pere-
lló: “O sea, la violación implica necesariamente verga, si no hay
verga, no es violación”. Así las cosas, esta última no fue una ex-
presión aislada sino que se encontraba inserta en un discurso más
amplio sobre la violación, la violencia en contra de las mujeres y
su minusvaloración.
No es relevante si el emisor del discurso piensa que sus expre-
siones son meras alocuciones a los diversos tipos de violencia que
padecen las mujeres; lo relevante es que su discurso tiene como
referente casuístico un caso de violación sexual, explora excusas
para el abuso —“la chava estaba buena”— y argumenta que el

Cfr. Transcripción del programa de radio Sentido Contrario, Ivoox, 28


7

de marzo de 2017. Recuperado de https://mx.ivoox.com/es/2017-03-28-bou-


leau-7-germinal-audios-mp3_rf_17889167_1.html (Consulta: 1 de agosto,
2017).

192
Pedro Salazar Ugarte y Mayra Ortiz Ocaña

tocamiento —sin permiso— del cuerpo de una mujer no es un


asunto grave.
Además de la grave expresión que define erróneamente a los
hechos que configuran un acto de violación, se emiten otras ex-
presiones que contribuyen a normalizar la violencia en contra de
la mujer. Por lo mismo, es procedente desahogar el siguiente paso
de nuestra metodología para analizar si existe una vulneración al
derecho a la igualdad y no discriminación.
Los dichos de Marcelino Perelló aluden al conjunto de las
mujeres que han sido un colectivo discriminado históricamente.
Aunque las expresiones no implican un menoscabo directo a los
derechos de una persona (lo que sería discriminación directa),
contribuyen a la normalización de acciones que se sustentan en
una cultura profundamente misógina. De esta manera apuntan
hacia un tipo de discriminación estructural porque merman el
principio de igualdad en detrimento de un colectivo que ha sido
objeto de prejuicios y discriminaciones históricas. Esa clase de
discriminación indirecta no debe afectar directamente a una per-
sona en concreto para verificarse porque basta la perpetuación de
la subordinación de un grupo frente a otro para que esto suceda.
Por todo lo anterior nos parece que es posible sostener que
el derecho a la igualdad y no discriminación sí ha sido vulnerado
porque las expresiones de Perelló reproducen un sistema desigual
que vulnera a las mujeres.
Así las cosas, procederemos a analizar la proporcionalidad de
la medida aplicada. La acción que nos interesa es el cierre del
programa de radio porque puede considerarse una restricción in-
directa y grave a la libertad de expresión. Indirecta, porque no
se ordenó silenciar a una persona pero se le privó de los medios
a través de los cuales transmitía su mensaje. Como sostiene la
Corte Interamericana, cuando se utilizan medios encaminados
a impedir la comunicación y circulación de las ideas y opiniones,
se puede materializar una violación al derecho a la libertad de
expresión (Corte idh, 2015). Por lo mismo, la restricción puede
considerase grave, ya que se clausuró el espacio a través del cual
se difundían las ideas. Las medidas indirectas son una forma a

193
Libre expresión, universidad pública y mundo digital: reflexiones a propósito de los casos

través de la cual se acallan discursos sin ordenar directamente


al emisor que no transmita su mensaje. La gravedad reside en
que esa decisión puede constituir una vulneración indirecta a la
libertad de expresión.
Si consideramos los estándares sobre la libertad de expresión
—que la reconocen como un pilar fundamental de una sociedad
democrática—, una medida que acalla la difusión de ideas es una
intervención a un derecho humano de manera grave.
Además, es necesario valorar si Perelló merecía una protec-
ción especial por ser una persona dedicada a la vida académica
que emitió su (desafortunado) mensaje a través de un medio uni-
versitario. Ello sin olvidar que la libertad académica viene acom-
pañada con el deber de no discriminar. De esta manera reaparece
la tensión entre el derecho a la igualdad y a la no discriminación
con la libertad de expresión en su especie de libertad académica.
Para valorar los alcances de esta tensión conviene realizar el aná-
lisis del contexto en el que las expresiones tienen lugar a través
del siguiente paso de nuestra metodología.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geo-
grafía (inegi), una de cada dos mujeres en México ha sufrido
algún tipo de violencia durante una relación sentimental. Seis
de cada diez mujeres han sufrido algún incidente de violencia
durante su vida. El tipo de violencia que las mujeres sufren prin-
cipalmente es de tipo sexual, que representa la mitad de los casos
(se incluyen incidentes de intimidación, acoso, abuso y viola-
ción). Además, se estima que de 2013 a 2015 fueron asesinadas
siete mujeres a diario en el país. El Estado de México es la enti-
dad en la que ocurrió el mayor número de homicidios de mujeres
(en 2015 este delito representó 17% de las muertes de mujeres)
(inegi, 2016).
De acuerdo con datos del Instituto Nacional de las Mujeres
(Inmujeres), se ha declarado alerta de género en diversos munici-
pios de siete estados de la república: Estado de México, Morelos,
Michoacán, Chiapas, Nuevo León, Veracruz y Sinaloa (Inmu-
jeres, 2017). En ese contexto, la Convención sobre la Elimina-
ción de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer

194
Pedro Salazar Ugarte y Mayra Ortiz Ocaña

(cedaw), en su informe sobre La violencia feminicida en México,


aproximaciones y tendencias 1985-2014, afirma sobre México que:

La violencia contra las mujeres y las niñas —cuyo re-


sultado puede llegar a ser la muerte— es perpetrada,
la mayoría de las veces, para conservar y reproducir
situaciones de subordinación. Los asesinatos de muje-
res y niñas perpetrados por razones de género, es decir,
aquellos que se realizan con dolo misógino, son la ex-
presión de la violencia extrema que se comete contra
ellas por el hecho de ser mujeres. Una constante en los
asesinatos de mujeres es la brutalidad y la impunidad
que los acompañan. Estos crímenes constituyen la ne-
gación del derecho a la vida (cedaw, 2016: 5).

Al indagar el origen de la violencia en contra de las mujeres


en México, la propia cedaw afirma que:

la suma de impunidad, insensibilidad y ausencia en la


rendición de cuentas por parte de un sector considera-
ble de las autoridades encargadas de procurar justicia
en los crímenes que privan de la vida a las mujeres,
termina haciendo sinergia con la violencia y la discri-
minación sistemática hacia ellas, derivada de estructu-
ras patriarcales y machistas todavía muy asentadas en
prácticas, valores, normas y aun disposiciones jurídicas
del país (cedaw, 2012: 12).

En conclusión, es posible sostener que existe un contexto


desfavorable, desigual y violento en contra de las mujeres en Mé-
xico. Es en este contexto en el que tuvieron lugar las expresiones
de Perelló que, por lo mismo, reafirman las estructuras que su-
bordinan a las mujeres. Esto conlleva darle un peso especial al
derecho a la igualdad y no discriminación en los casos como el
que nos ocupa. En una situación como ésta ciertas restricciones
a la libertad de expresión —incluso graves como la cancelación

195
Libre expresión, universidad pública y mundo digital: reflexiones a propósito de los casos

del programa de radio— podrían justificarse como una medida


afirmativa en aras de la igualdad.
Esto no supone que estemos a favor de otra clase de me-
didas como la persecución penal —que no superaría ningún es-
tándar internacional— pero sí implica una toma de postura en
pro de la igualdad en contextos de violencia estructural aunque
ello conlleve una restricción indirecta —pero grave— a la liber-
tad de expresión incluso en contextos académicos.

196
Pedro Salazar Ugarte y Mayra Ortiz Ocaña

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napred) (2017). Boletín de prensa 05 / 2017, Conapred
199
Libre expresión, universidad pública y mundo digital: reflexiones a propósito de los casos

concluye el caso Nicolás Alvarado con criterio orientador. Re-


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201
Libertad de expresión
y no discriminación1
José Woldenberg

Quiero empezar con referencias históricas en relación con la li-


bertad de expresión y la discriminación.

Episodios sobre la precaria


libertad de expresión

Inicio con dos episodios del pasado reciente.


Era 1974 o 1975. Los años del ascenso del sindicalismo uni-
versitario. Formaba parte de la Comisión de Prensa y Propa-
ganda del Sindicato del Personal Académico de la Universidad
Nacional Autónoma de México (unam). Cuando deseábamos
publicar algún comunicado invariablemente lo hacíamos en Ex-
célsior, único diario que los aceptaba, previo pago. Pues bien, en
alguna ocasión me tocó ser parte de una comisión que se dirigió a
Reforma, donde se encontraban las instalaciones del diario, para
gestionar la publicación de un desplegado. Llegamos, lo entre-
gamos, nos dijeron que esperáramos unos minutos, luego de los
cuales volvió el responsable y nos dijo que con gusto publicarían
nuestro texto, siempre y cuando le modificáramos unas cuantas
líneas. Por supuesto le dijimos que no; tomamos nuestro texto y
jamás pudo ver la luz pública (bueno, lo publicamos en volantes).
Así era el asunto. El diario más abierto y profesional de entonces,
por miedo o precaución, ejercía una especie de censura previa
incluso sobre textos que eran inserciones pagadas.
En 1993, en medio de la discusión de una nueva reforma
política, se abrió paso una idea: que al inicio de los procesos

1
El presente texto retoma argumentos presentados en diferentes artículos
míos publicados en revistas, libros colectivos y el diario Reforma.

203
Libertad de expresión y no discriminación

Discriminación

Han pasado cien años, pero la historia de la discriminación es


más añeja y llega hasta nuestros días.
Rogelio Agrasánchez Jr. cuenta lo siguiente: eran los tiem-
pos del cine mudo. Los inicios de un fenómeno que no haría
más que expandirse a lo largo del siglo xx. Se construían las pri-
meras salas para ver las películas que por lo pronto se exhibían
en “carpas, clubes, escuelas e iglesias” y teatros. Y los mexicanos

204
José Woldenberg

en los Estados Unidos acudían a ver cintas realizadas en Méxi-


co. El tren fantasma y El Cristo de oro se estrenaron en un teatro
de Corona, California. En ocasiones, los exhibidores le cam-
biaban el título a las películas para hacerlas más atractivas. En
la hacienda se convirtió en Las tragedias de los pobres o Carmen
fue rebautizada como La hija abandonada. También se traducía
el título al inglés de tal forma que El automóvil gris se anunció
como The Automobile Bandits. Incluso los empresarios del cine
en no pocas ocasiones se permitieron la libertad de proclamar
como mexicanas cintas que no lo eran, como The Woman God
Forgot, “una hija de Cuauhtémoc, hermosa película histórica en
8 partes, de origen mexicano, que recordará a su patria” (Agra-
sánchez Jr., 2017: 5).
Las carteleras se anunciaban en los periódicos pero también
se pegaban carteles en los muros. Se prometían programas no-
vedosos, precios bajos, regalos y rifas. Las películas se mezclaban
con variedades y las salas presumían su ventilación, comodidad,
elegancia. Las corridas de toros filmadas y estampas de la Revo-
lución reunían a públicos masivos. “El cine además de negocio y
entretenimiento, se convirtió en un vehículo de reafirmación de
la nacionalidad. Los mexicanos llenaban las salas cinematográfi-
cas para divertirse, asomarse a lo extraordinario o conocer paisa-
jes y sucesos de la patria” (Agrasánchez Jr., 2017: 9). Se explotaba
la nostalgia y los cuadros históricos, el paisaje, la arquitectura y
cualquier alusión a lo mexicano convocaba a los cines a los resi-
dentes en los Estados Unidos. Escenas de la Revolución, la De-
cena Trágica, los funerales de Madero o los de Bernardo Reyes,
actividades de Venustiano Carranza y otras fueron vistas en los
cines estadounidenses por un público de origen mexicano. Por lo
menos en 236 locales “se ofrecieron películas al público de habla
hispana […] 108 en Texas, 48 en California, 26 en Arizona, 21
en Nuevo México y 33 más repartidos en varios estados” (Agra-
sánchez Jr., 2017: 38).
Pero en las cintas “gringas” se empezó a forjar un estereotipo
de lo mexicano. Se trataba “normalmente” del malo, el ladrón o
el asesino, el cobarde o el traidor. Muchos mexicanos se quejaban

205
Libertad de expresión y no discriminación

en privado y en ocasiones se realizaron sabotajes a esas películas.


Pero, nos dice e ilustra Agrasánchez, fue en la prensa donde se
libró “un intenso combate contra las películas anti-mexicanas”
(Agrasánchez Jr., 2017: 13). Hubo quejas consulares, prohibición
para que esas cintas entraran a México, pero los prejuicios racia-
les no pudieron ser frenados. Y esas representaciones denigran-
tes fueron acompañadas de prácticas discriminatorias hacia los
mexicanos que asistían a los cines. “Se les sentaba en un rincón
y separados de los anglosajones” (Agrasánchez Jr., 2017: 15). Un
lector de La Crónica mandó una carta al periódico en 1911 para
denunciar que en Roswell, Nuevo México, “no importa que tan
pulcro concurra un mexicano, al presentarse en la puerta tropeza-
rá con un ‘primo’ que le indica a la izquierda, departamento des-
tinado a los mexicanos; y preséntese un ‘gringo’ de esos vaqueros
con espuelas y chaparreras […] echando grandes y amarillen-
tos salivazos a diestra y siniestra […] y para él no habrá reparos
ningunos” (Agrasánchez Jr., 2017: 15). Esa discriminación, esa
segregación, fue enfrentada con argumentaciones, demandas y
boicots, pero la fórmula de ese apartheid no desaparecería sino
pasados muchos años.
Cien años después reaparece el lenguaje y las prácticas dis-
criminatorias. Pero ahora encabezadas por el presidente Trump.
¿Por qué resulta tan difícil erradicarlos? La discriminación supo-
ne una relación asimétrica que cincela la peregrina idea de que
existen hombres superiores e inferiores. Y los primeros tienen
“derecho” a dominar, someter, apartar o maltratar a los “otros”.
Se trata de la derivación de prejuicios bien arraigados pero que
cumplen con una función: la de satisfacer las pasiones y apetitos
de capas importantes de la población. Esos prejuicios alimentan
el sentido de pertenencia y crean dos universos escindidos, el de
nosotros y el de los otros, en el que unos se sienten superiores a
aquellos que excluyen de su círculo. La discriminación es la tris-
te recompensa que recibe la persona que se siente superior por
pertenecer a una colectividad supuestamente mejor. El misógino
puede ser un bueno para nada y además estúpido, pero se cree,
por definición, por encima de las mujeres. Igual que el racista que

206
José Woldenberg

puede ser un imbécil consumado pero, eso sí, blanco y pertene-


ciente a la comunidad dominante.
La discriminación acompaña nuestra historia desde siempre.
La Colonia como una sociedad de castas y a pesar de las guerras
de Independencia, Reforma y Revolución, el triste fenómeno si-
gue alimentándose.
De tal suerte que la libertad de expresión es una novedad
entre nosotros y la discriminación, ancestral. Para lo segundo te-
nemos una larga y deleznable tradición, con relación a lo primero
de alguna manera somos primerizos.

Libertad de expresión, hoy

En materia de libertad de expresión los avances están a la vista.


En la televisión, la radio y las publicaciones se recrea ese abiga-
rrado mundo de diagnósticos, propuestas, alineamientos políti-
cos, pasiones, iniciativas, que emergen de la diversidad de sensi-
bilidades e ideologías que cruzan a la sociedad mexicana. Si lo
comparamos contra nuestro pasado inmediato las transforma-
ciones en sentido positivo son innegables.
Los medios en general trabajan hoy en México en un con-
texto diferente al del pasado inmediato (digamos a hace 30 o 40
años). Bastaría con asomarse a la Hemeroteca Nacional y solici-
tar los periódicos de los ochenta del siglo pasado y compararlos
con los de ahora para corroborar que hoy se realiza una crítica a
personas e instituciones que entonces resultaba impensable. En
aquellos años el oficialismo –—como lente para observar la vida
pública— era el pan de todos los días y no era casual que en los
principales diarios las ocho columnas fueran similares. El Pre-
sidente, la Iglesia, el Ejército eran prácticamente intocables y la
falta de libertad hacía que las “filtraciones” fueran los mecanismos
a través de los cuales alguna “verdad incómoda” aparecía a la luz
pública. Por supuesto existieron periodistas y medios excepcio-
nales, pero eran eso, excepcionales. Había una voz dominante y
ésa era la del gobierno en turno. Y, sin embargo, paulatinamente

207
Libertad de expresión y no discriminación

la diversidad, la crítica, el debate empezaron a infiltrar a los me-


dios. Primero a la prensa escrita, luego a la radio y finalmente a la
televisión (aunque en mucho menor grado).
El proceso democratizador que vivió el país reclamó la exis-
tencia de medios de comunicación donde la diversidad de co-
rrientes político-ideológicas pudiera reconocerse y recrearse. Y la
apertura de los medios impulsó y naturalizó la coexistencia de la
pluralidad. Se trató de una mecánica virtuosa. Los medios fue-
ron beneficiarios de los tiempos de apertura y democratización y
al mismo tiempo fueron acicate —motor— de esas transforma-
ciones. El nuevo equilibrio de fuerzas políticas sería impensable
sin medios abiertos a la diversidad y esa nueva realidad en los
medios no existiría si no se hubiese desmontado la pirámide au-
toritaria bajo la cual se procesaba la vida pública. Hoy la crítica
se despliega (casi) sin taxativas (salvo la que en muchos casos
imponen los propios dueños de los medios o los gobiernos) y las
opiniones —estridentes, agudas, sarcásticas e incluso groseras—
se reproducen de manera rutinaria. Se trata de una auténtica
conquista social que hace realidad las disposiciones constitucio-
nales. Recordemos: “La manifestación de las ideas no será objeto
de ninguna inquisición judicial o administrativa” (cpeum, 2018
[1917]: art. 6), dice el artículo sexto y “es inviolable la libertad de
escribir y publicar escritos sobre cualquier materia. Ninguna ley
ni autoridad puede establecer la previa censura […] ni coartar
la libertad de imprenta” (cpeum, 2018 [1917]: art. 7), subraya el
séptimo.
No obstante, perviven problemas importantes. El asesinato
de periodistas se ha expandido en el país y en la inmensa mayoría
de los casos esos crímenes han quedado impunes. Los gobiernos
siguen utilizando la publicidad como un medio de coacción a los
medios. Muchos de ellos —por temor o precaución— siguen in-
variablemente las directrices oficiales. Se han clausurado impor-
tantes espacios de expresión presuntamente por presiones guber-
namentales hacia los usufructuarios de las concesiones. Persiste,
sobre todo en la televisión y en menor medida en la radio, una
concentración que riñe con uno de los pilares que sostienen el

208
José Woldenberg

edificio democrático: la posibilidad de que los emisores expresen


la pluralidad de sensibilidades, ideologías, proyectos que cruzan
una sociedad determinada. Ése es quizá uno de los rezagos de
nuestra incipiente democracia, aunque la aparición de la tele-
visión de paga y sus cientos de canales y las redes sociales em-
piezan a acotar y alimentar a los medios de comunicación tradi-
cionales. En materia de telecomunicaciones se puede prever una
constelación diversa de emisores, que ojalá estuviera acompañada
de una cadena pública que ofrezca contenidos no sólo variados
sino también expresivos del multi México que somos y que nin-
gún exorcista va a poder homogenizar. Por supuesto, no estamos
en jauja pero los márgenes de libertad sí se han ampliado en las
últimas décadas.
Quizá valga la pena recordarlo: la libertad de expresión es la
piedra de toque de cualquier edificio democrático. Es la libertad
que permite el ejercicio del resto de las libertades. En sociedades
masivas, modernizadas, contradictorias —como la nuestra— se
trata de que las distintas sensibilidades, diagnósticos, propuestas,
ideologías, etc., puedan aparecer y reaparecer en el espacio públi-
co. Sin esa posibilidad simple y sencillamente no se puede hablar
de democracia.
La libertad de expresión se ha fortalecido (aunque cierta-
mente los grandes medios tienen su sesgo y sus filtros y siguen
ejerciendo un enorme poder en la modulación de eso que llama-
mos la agenda pública), pero vale la pena detenerse, aunque sea
a vuelo de pájaro, en el comportamiento de los medios. Será un
acercamiento grueso —quizá injusto— pero que pretende llamar
la atención a una dimensión rutinariamente olvidada: la de la
responsabilidad de los medios.

Espacio público y futuro de la democracia

Creo que hay que repetirlo: México construyó, en las últimas


décadas, una germinal democracia. El equilibrio de poderes,
los fenómenos de alternancia, la expansión de las libertades, las

209
Libertad de expresión y no discriminación

210
José Woldenberg

estridente, b) la visión del Estado como un monolito, c) la con-


fusión entre antiautoritarismo y antiautoridad y d) los profundos
resortes discriminatorios.
Conforme la libertad de expresión se abrió paso en los medios
y venturosamente se convirtió en parte de nuestro paisaje, apare-
ció un lenguaje desenfadado, más suelto e ingenioso, emancipado
de los usos y costumbres del añejo autoritarismo solemne y cua-
drado. Ello ayudó a inyectar aire fresco al ambiente, a aclimatar
la diversidad de opiniones, a recrear diferentes sensibilidades y
“formas de ver el mundo”; no obstante, como una de sus deriva-
ciones apareció también un lenguaje plagado de calificativos que
—se cree— permite darle la vuelta al análisis, a la ponderación
de la complejidad, a la valoración de lo alcanzado, para acuñar
una serie de juicios sumarios que se piensan a sí mismos audaces
y contundentes y que no son más que fórmulas destempladas,
incapaces de recrear el laberinto político dentro del cual estamos
obligados a vivir. Una retórica estridente.
Nuestro pasado autoritario también nos sigue modelando. El
clima cultural de los años sesenta y setenta del siglo pasado ali-
mentó —¡cómo no!— una actitud crítica hacia el Estado… así
en bloque. En aquel entonces, dentro de un marco autoritario
resultaba difícil ponderar las virtudes del poder político. Vertical,
hiperpresidencialista, sin espacios institucionales para las oposi-
ciones, resultaba impropio tratar de distinguir la cal de la arena.
El Estado, como un bloque indiferenciado, aparecía como inca-
paz de absorber las diversas sensibilidades que existían en la so-
ciedad y por ello se hacía cada vez más rígido, más autoritario. No
había espacio para matices. Hoy, sin embargo, el Estado se en-
cuentra colonizado por diferentes fuerzas políticas. No es más un
monolito. Lo que reclama análisis que pongan sobre la mesa los
claros y los oscuros e incluso los grises, pero da la impresión de
que mental y discursivamente seguimos instalados en los sesenta.
Hay además una especie de reflejo que confunde antiau-
toritarismo con antiautoridad. Se piensa que la autoridad, por
el simple hecho de serlo, es invariablemente el manantial de
nuestros males. Confiar en ella sería signo de cretinismo o de

211
Libertad de expresión y no discriminación

Función social de los medios

Al final, lo que se encuentra en juego es si los medios van a servir


para ilustrar e informar o para degradar y enajenar, para repro-
ducir inercialmente fórmulas discriminatorias o para construir
un país de iguales. Por supuesto que es vergonzoso que las leyes
fomenten el monopolio y vulneren la competencia; por supuesto
que es injustificable que los medios públicos o comunitarios sean
despreciados y maltratados; por supuesto que es preocupante que
las personas afectadas por los medios no tengan fórmulas legales
para ejercer la réplica, y por supuesto que es alarmante que po-
deres privados puedan más que los poderes públicos. Todo ello
debe ser corregido. Pero la responsabilidad de los medios es la
asignatura central que debe presidir la agenda.
¿Medios para qué? ¿Que fomenten qué actitudes y qué valo-
res? ¿Para recrear supercherías de todo tipo o para intentar elevar

212
José Woldenberg

el nivel de comprensión y conocimiento? ¿Para avivar la estul-


ticia o la sensibilidad? ¿Para retroalimentar el mínimo común
denominador —bajísimo entre nosotros— o para ofrecer una
diversidad de opciones culturales? ¿Para reproducir estereotipos
discriminatorios o para coadyuvar a sentar las bases de una so-
ciedad de derechos?
El sólo enunciado de esos temas tiene que trascender una se-
rie de obstáculos construidos para omitir la importante función
social de los medios: a) la peregrina idea de que los medios sólo
son para el divertimento como si este último (legítimo) estuviera
exento de contenidos culturales y marcos valorativos, b) la no-
ción de que cualquier regla en ese sentido sería violatoria de la
libertad de expresión, como si se tratara de un derecho absoluto,
c) la reducción de todo debate al terreno tecnológico que por
derivación excluye los contenidos.
Vale la pena repetirlo: el espacio público es en buena medida
modulado y modelado por los grandes medios de comunicación
masiva y ahora también por el impacto de las redes. Y en ese
sentido nada de lo que hagan o dejen de hacer resulta anodino.
Si a través de ellos se reproducen supersticiones, consejas estú-
pidas, comportamientos degradantes, desprecio por los “otros”,
viviremos en un espacio público repleto de los mismos. No se
trata entonces sólo de un asunto de negocios (que por supuesto
es importante), ni de tecnologías (imprescindibles), sino de un
tema del que dependerá en buena medida la calidad de nuestra
convivencia social, de nuestra vida pública.
¿Y en torno a la discriminación? Déjenme de nuevo ilustrar
con un caso.

Discriminación, hoy

El episodio es más que conocido. El 8 de julio de 2011, en la To-


rre Altus en Paseo de Las Lomas, un hombre enfebrecido, fuera
de sí, insulta y golpea a un empleado. Gracias a YouTube, miles
de personas pudimos observar como Miguel Sacal, empresario

213
Libertad de expresión y no discriminación

textil, arremetía contra el señor Hugo Enrique Vega, empleado


del conjunto residencial. Al parecer, el embate se desata porque
Hugo Enrique Vega no puede resolver una solicitud de Miguel
Sacal por la imposibilidad de abandonar su puesto de trabajo,
tras lo cual el empresario le grita: “Pendejo, hijo de tu puta ma-
dre, no sabes con quién te metes, pinche gato, pinches indios”.
Y de la agresión verbal pasa a la física. Golpea a Hugo Enrique
hasta que le tumba dos dientes y le sangra la boca.
El primer desenlace de esa agresión alevosa fue que el em-
pleado perdió su trabajo y además requirió de dos férulas denta-
les por los golpes recibidos.
El segundo episodio es el de una denuncia de carácter penal
contra Miguel Sacal.
El episodio es tristemente inmejorable porque ilustra los re-
sortes discriminatorios que palpitan en más de uno. No se trata
sólo de una riña, no es muestra solamente de un carácter exal-
tado, es sobre todo expresión de un racismo y un clasismo pro-
fundamente arraigados. No sé si el agresor tenga además agudos
trastornos psicológicos, pero lo que no cabe duda es que se siente
por encima de un trabajador, al que desprecia de manera inercial.
Se trata de una relación que el agresor sólo puede vivir de manera
asimétrica, como de mando y obediencia, porque no reconoce en
el empleado a un semejante, sino que, para él, empleado es sinóni-
mo de inferioridad, de servidumbre.
Los epítetos gato e indio denotan la idea de una superioridad,
la que supuestamente deriva del dinero, por un lado, y de una pre-
sunta adscripción “racial”, por el otro. Son insultos marcados por
un prejuicio: el que postula que unos hombres son superiores por
su estatus o ingreso y los otros no son más que sirvientes, gatos.
Cualquier observador distraído de la vida social sabe que
la superioridad se reproduce en medio de marcadas diferen-
cias: físicas, educativas, religiosas, de ingreso, sexuales, de eda-
des, etcétera. Pero constatar que ellas existen no necesariamente
genera discriminación. Incluso, es posible que a partir de esas
diferencias, algunos se revelen contra las mismas —cuando no
son innatas— o por lo menos traten de auxiliar a los más débiles.

214
José Woldenberg

Las diferencias se vuelven discriminación cuando a partir de ellas


se establece una relación de superior/inferior, y se cree que los
“superiores” tienen derecho a “dominar, someter, utilizar, maltra-
tar y hasta exterminar a los pretendidamente inferiores” (Salazar,
2010: 45).
Y no es fácil saber por qué un grupo de personas, una comu-
nidad o incluso constelaciones más grandes generan discursos y
actitudes abiertamente discriminatorios. ¿Cómo llegan a la con-
vicción de que ellos son superiores? ¿Qué los lleva a tratar con
desprecio a los diferentes? ¿De dónde proviene la fuerza de la
pulsión discriminatoria?
Luis Salazar nos ofrece una respuesta a la persistencia de
prejuicios más que arraigados. Escribe: “Los prejuicios se carac-
terizan por oponer una fuerte resistencia no sólo a ser reconoci-
dos como tales sino a modificarse cuando se muestra, con argu-
mentos o con datos empíricos, su falsedad o su irracionalidad.
Se trata en verdad de creencias bien atrincheradas, derivadas de
las opiniones generalizadas en nuestro entorno, de experiencias
singulares falazmente generalizadas o, en el peor de los casos, del
impacto de ideologías políticas y/o religiosas que apelan a la irra-
cionalidad de los individuos para promover visiones maniqueas
y explicaciones simplistas de los problemas. En todos los casos,
sin embargo, su tenacidad —como señala Bobbio— sólo puede
entenderse como consecuencia de los deseos, pasiones e intereses
que satisfacen” (Salazar, 2010: 47).
Es decir, los prejuicios son tales porque cumplen varias fun-
ciones. Alimentan el sentido de pertenencia, la adscripción a un
grupo que supuestamente es superior a los otros. Nutren también
“el orgullo, la vanidad”, “el dudoso aunque generalizado placer
de sentirnos mejores, superiores, y el perverso goce de utilizar,
humillar y ofender a los débiles”. Pero además de las pasiones,
los prejuicios esconden y recrean intereses. “El machismo, la
intolerancia religiosa, la homofobia, etc., también son sentidos
por interesados en sacar ventaja, en términos de poder o rique-
za” (Salazar, 2010: 48). Pero, concluye Salazar, “la condición de
posibilidad última de todas las prácticas y actitudes discrimina-

215
Libertad de expresión y no discriminación

torias son las desigualdades que de hecho existen en todas las


sociedades. Desigualdades económicas, políticas, culturales que
permiten a los fuertes, los poderosos, oprimir y/o discriminar a
los débiles e impotentes” (Salazar, 2010: 49).
De tal suerte que cuando una sociedad está profundamen-
te marcada por desigualdades, la discriminación, por desgracia,
tiende a aparecer como su correlato. Desigualdades abismales y
prejuicios discriminatorios parecen alimentarse mutuamente.
Al conocerse el video, en las redes sociales se expandió una
ola de indignación en contra de la conducta del empresario textil.
Con absoluta razón, decenas de personas no sólo expresaron su
repudio a los epítetos y golpes lanzados por Sacal, sino exter-
naron su solidaridad con el joven agredido injustamente. Hubo
quien llamó a boicotear los productos de las empresas del ener-
gúmeno, también quien reflexionó sobre la impunidad que rodea
a esas conductas, e incluso quien llamó a unir fuerzas contra la
prepotencia y la corrupción no sólo en ese caso, sino contra cual-
quier manifestación discriminatoria (León, 2012).
Se trató de los resortes solidarios y anti-discriminatorios que
afortunadamente existen en nuestra sociedad. Se trata de la in-
dignación que es fruto de contemplar cómo una persona que se
cree superior a otra asume que tiene derecho a maltratarla, ofen-
derla, injuriarla, golpearla. Una reserva moral, que sin duda está
presente en nuestra comunidad, reacciona indignada, ofendida,
contra esa conducta y lenguaje racista y clasista. Es, sin duda, una
buena noticia.
Sin embargo, junto a esa sana indignación, se expresaron
también agresiones, ofensas, injurias contra la comunidad judía,
como si ésta hubiese sido responsable de los actos de uno de sus
miembros.
Aparecieron en la red todos y cada uno de los tópicos clási-
cos del lenguaje antisemita, que ve o quiere ver en los judíos un
bloque homogéneo portador de todos los males habidos y por
haber. Raúl Trejo Delarbre, en un reflexivo y pertinente artículo,
escribió que “una sociedad que es capaz de indignarse (ante agre-
siones como la descrita) demuestra vitalidad”, pero se lamentaba

216
José Woldenberg

que “en demasiados casos”, “las reacciones contra el abusivo per-


sonaje estuvieron”, acompañadas de “expresiones de intolerancia
e ignorancia”.
Y con su habitual escrúpulo contó las veces que las reaccio-
nes portaban esa pulsión bárbara, que consiste en atribuir a una
comunidad masiva, compleja, diferenciada, donde cabe de todo,
los atributos de uno solo de sus componentes. Escribe: “los inter-
nautas que miraron el atropello de Miguel Moisés Sacal dejaron
1766 comentarios” (Trejo, 2012), en 441 de ellos se mencionaba
la palabra judío, y “la mayoría se refirió a ‘el judío’, o incluso a ‘los
judíos’ de manera despectiva. De las 441 menciones, 73 fueron
en contra de tales descalificaciones pero 368 estaban teñidas de
resentimiento y prejuicios racistas” (Trejo, 2012).
En este caso lo más preocupante es que quienes se sienten
agredidos —justamente— por la conducta racista y violenta de
un sujeto, sin el menor rubor se convierten también en racistas al
atribuirle a un conjunto variado de personas características ne-
gativas que en todo caso trascienden las adscripciones religiosas.
Como señala Raúl Trejo Delarbre, “la irritación contra el gol-
peador Sacal mostró el flanco virtuoso de una sociedad que se
indigna ante la prepotencia. Las expresiones racistas nos obligan
a no olvidar el rostro persecutorio y mentecato de esa misma
sociedad” (Trejo, 2012). Y lo peor, agrego yo, es que una misma
persona puede ser portadora de ambas pulsiones, como lo vimos
en el multimencionado caso.
¿Cuándo entonces se construyen los resortes discriminato-
rios? Cuando a partir de una diferencia —racial, religiosa, sexual,
etc.— se edifica un “nosotros” que no solamente se diferencia
de los “otros”, sino que pregona la superioridad de unos sobre
aquellos.
La sola existencia de “blancos” y “negros” en sí misma no de-
bería ser fuente de prejuicios; es la creencia en la superioridad de
unos u otros lo que introduce la discriminación. De igual forma
la coexistencia de diferentes religiones, judía, católica, evangélica,
etc., en sí misma puede verse como “natural”, pero es la construc-
ción de un nosotros superior con relación a los otros lo que ha

217
Libertad de expresión y no discriminación

desencadenado espirales de agresiones y estelas de sangre. Y lo


mismo podría decirse entre hombres y mujeres; heterosexuales y
homosexuales; indígenas y no indígenas, y súmele usted.
Estamos condenados a vivir con “los otros”. La diversidad es
parte de la condición humana —aunque ésta sea una— y en ella
radica la riqueza de la especie. Intentar que la diversidad no sea
sinónimo de desigualdad y comprender que “los otros” tienen
los mismos derechos que “nosotros” pueden ser los pilares de un
programa estratégico para hacer del planeta un lugar mediana-
mente habitable.
Tres por lo menos son los campos en los que se puede y debe
intentar atajar y condenar los actos discriminatorios: a) la ética,
b) el derecho de réplica y c) la ley.

La ética: un primer valladar


contra la discriminación

Escribí lo siguiente cuando conocimos el atentado terrorista del


que fueron víctimas los colaboradores de una revista satírica pu-
blicada en París.

1. Que una organización o persona se sienta legitimada para


matar con todas las agravantes —premeditación, alevosía
y ventaja— porque alguien “mancilló” su credo no deja de
horrorizar. Las religiones —fruto de verdades reveladas—
suelen incubar dogmas que no soportan su confrontación
con otras formas de pensar. Se asume que existe una sola
verdad, una sola fe, una sola manera de filtrar el mundo
y que quienes no la comparten son infieles o renegados.
Por supuesto, en casi todas las religiones (incluyendo el
Islam), por la fuerza de los hechos, por la inescapable
realidad de que hay que vivir con otros, hoy son hegemó-
nicas —creo y quiero— las posiciones más o menos tole-
rantes, abiertas a los distintos o por lo menos resignadas
a no ser exclusivas y menos a desatar guerras religiosas.

218
José Woldenberg

Pero la intolerancia de matriz religiosa nunca ha estado


ausente. Y la matanza desatada en nombre de Mahoma
contra los dibujantes de la revista satírica Charlie Hebdo
es algo más que una muestra aterradora de ese resorte.
Por cierto, la política vivida como religión no ha estado
exenta de producir todo tipo de fanatismos y quienes se
han sentido portadores de un proyecto de futuro irrecu-
sable o, por el contrario, los que se han asumido como
guardianes de valores eternos, también se han sentido
legitimados para perseguir y acabar con sus enemigos.
¿Es necesario repetir que por ello la democracia es más
que una fórmula de gobierno, es un horizonte civilizato-
rio que permite la competencia regulada de la diversidad
de opciones políticas? ¿Es necesario insistir en la perti-
nencia de escindir —hasta donde esto es posible— los
mundos de la religión y la política?
2. La marcha que congregó a varios millones de personas
en París, encabezadas por muy distintos jefes de Estado
y líderes de diversas fuerzas políticas, es un signo de que
es posible y deseable fortalecer un piso común para la
convivencia. Haciendo a un lado, por un momento, mar-
cadas diferencias, todas ellas marcharon para preservar
las libertades (la de expresión de manera destacada), la
coexistencia de la diversidad y contra el terrorismo. A
partir de ese basamento se pueden y deben recrear todas
las diferencias tratando de construir un dique a la violen-
cia. Es un signo esperanzador.
3. A pesar de ello, es probable que el triste acontecimien-
to sirva para avivar una tensión que recorre Europa: la
migración masiva hacia esos países ha desatado no po-
cas reacciones xenófobas y chovinistas que en el extremo
demandan impedir que esos flujos continúen y más al
extremo que los migrantes sean repatriados a sus países
de origen. Es de temer que los acontecimientos de París
desaten una nueva espiral. Las corrientes de ultra dere-
cha querrán presentar los acontecimientos como fruto

219
Libertad de expresión y no discriminación

decantado de una religión y los terroristas tendrán en


esas reacciones combustible suficiente para seguir ali-
mentando sus pulsiones criminales. Es obligatorio rei-
terar la necesidad de distinguir entre una comunidad de
cierta fe y actos criminales que realizan a nombre de esa
fe. Porque a quienes perpetraron los atentados contra la
revista o la tienda de productos kosher no se les persigue
por ser musulmanes sino por ser criminales. Verdad ele-
mental (creo), pero fundamental si es que no se quiere
seguir avivando la hoguera.
4. El edificio democrático —que permite la convivencia de
lo diverso— está construido sobre algunos pilares bási-
cos. Uno de ellos es la libertad de expresión. Se trata de
edificar las condiciones no sólo para la expresión de la
diversidad, sino para su confrontación a través del debate
y la exposición de las debilidades de los otros que pueden
y deben tener muy distintos tonos e intensidades: desde
la tesis doctoral hasta el chistorete, desde el análisis en-
terado hasta el sarcasmo.
5. Entro ahora en un terreno minado. Y en un momento
que no es el más propicio porque estamos hablando de
muertos inocentes a manos de terroristas. La libertad de
expresión, como el resto de las libertades, no es absoluta.
Y no lo es porque vivimos con otros que también tienen
derechos. No se trata de legislar para cancelar posibili-
dades de expresión sino de asumir de manera responsa-
ble que esos otros tienen una sensibilidad que no parece
prudente agredir. Por consideración y respeto al otro, no
resulta atinado andar burlándose de lo que le es sagra-
do. Como un ejercicio de autocontención. Tiene que ver
con la ética de la responsabilidad que implica pensar en
las derivaciones de nuestros actos. La ética es un asunto
intransferible: se trata de un mecanismo de autoconten-
ción que facilita vivir y convivir con “otros”. No es ex-
terna, no permite coacción, es un asunto de conciencia.
Estaría absolutamente en contra de coartar legalmente

220
José Woldenberg

la posibilidad de que un escritor, un caricaturista o un


ciudadano puedan hacer mofa de las creencias de sus ve-
cinos. Pero ese escritor, ese caricaturista y ese ciudadano
bien harían en pensar en las derivaciones de sus dichos y
sus actos. De eso trata la ética de la responsabilidad. Un
mecanismo para convivir con “otros” sin desatar conflic-
tos sin fin, que quizá deriva del precepto antiguo de “no
hacer a otro, lo que uno no quiere que le hagan”.

Contra los abusos (la discriminación),


derecho de réplica

Para combatir la discriminación, por lo menos la que aparece en


los medios, existe (o mejor dicho, podría existir) un poderoso
mecanismo de respuesta: el derecho de réplica.
La discusión y la reglamentación del derecho de réplica tiene
sentido (y mucho) si se reconocen tres realidades del tamaño del
Océano Pacífico y que por desgracia muchos no parecen observar.

1. Que las libertades —incluyendo la de expresión— no


son absolutas. Y no lo son porque vivimos con otros y
el ejercicio de nuestra libertad puede afectarlos. Por su-
puesto que la de expresión es una libertad fundamental,
sin ella la sociedad se convierte en una prisión, se cerce-
na la posibilidad del debate, la crítica, el intercambio de
ideas y propuestas, y en una palabra, se edifican sistemas
autoritarios refractarios a la disidencia y el desacuerdo.
Toda democracia intenta expandir ese derecho, hacer-
lo realidad, protegerlo y fortalecerlo. Pero como todo,
insisto, el ejercicio de la libertad puede lastimar (discri-
minar) a alguien y ese alguien debe tener el derecho a
defenderse.
2. Que existe una asimetría de poder muy grande entre los
medios y el común de la ciudadanía. Y cuando hablo de
ciudadanos y ciudadanas incluyo, por supuesto, a quienes

221
Libertad de expresión y no discriminación

tienen una enorme visibilidad pública (deportistas, gente


de la farándula, políticos). Esa asimetría puede hacer (y
los ejemplos sobran) que los primeros agredan y maltra-
ten a los segundos, sin que éstos tengan herramientas
efectivas para su defensa. Desde invasiones a su priva-
cidad hasta señalamientos mentirosos e infundados, pa-
sando por todo tipo de inexactitudes, imputaciones sin
sustento, fórmulas discriminatorias, pueden causar un
daño que resulta difícil resarcir, pero ante las cuales no
debemos acuñar y reproducir la noción de que nada o
muy poco se puede hacer.
3. Que además de los daños físicos y patrimoniales existe
algo que se llama daño moral o agresión a la fama públi-
ca. Porque en México si a usted lo golpean o peor aún lo
matan, nadie esgrimirá el recurso de que el otro ejercía
su libertad, es decir, existe un consenso en que nadie
puede (sería mejor decir debe) infligir un daño físico sin
consecuencias… incluso penales. De la misma mane-
ra, si a usted le roban o lo embaucan, tendrá recursos
legales para defenderse, porque todo mundo entiende
que no se vale robar ni hacer fraude. No obstante, si a
usted lo calumnian o denigran o discriminan, muchas
personas estarán dispuestas a reaccionar levantando los
hombros, “no es para tanto”, “las palabras se las lleva el
viento”. Porque entre franjas nada despreciables de la
población ni siquiera cabe la suposición de que pueda
existir algo así como un atentado contra la fama públi-
ca que, por cierto, para algunas personas puede ser más
relevante y causar más daño que la pérdida de parte del
patrimonio material.

De tal suerte que si usted piensa que la libertad de expre-


sión no debe tener límites, que una agresión a la fama pública
resulta irrelevante, que los medios jamás han causado un daño
a la imagen de una persona, que jamás han discriminado a gru-
pos o individuos, entonces, en efecto, el derecho de réplica sobra.

222
José Woldenberg

Es una amenaza. Pero si no, deben crearse las condiciones para


que quienes se sientan agraviados —discriminados— puedan
defenderse.
Porque ya se sabe —o deberíamos saberlo—: ahí donde exis-
ten poderes sin límites, las posibilidades de alimentar círculos
de impunidad (en este caso para los medios) e indefensión (las
personas agredidas) suelen multiplicarse.

La ley

Si la libertad de expresión —como ya se dijo— no es absoluta.


Y no lo es porque siendo un derecho fundamental puede agredir
a terceros. Entonces las expresiones discriminatorias y los dis-
cursos de odio deberían ser sancionados porque su estela causa y
puede causar daños mayores.
Toda persona tiene derecho a no ser discriminada, se trata de
uno de los puntales de toda convivencia civilizada. Dicen Pedro
Salazar y Rodrigo Gutiérrez: “La discriminación es una relación
social en la que un grupo, con capacidad de ejercer alguna o va-
rias formas de dominio […] minusvalora o repele a otro grupo
social” (2008: 43).
Siguen los mismos autores: los discriminadores suelen cons-
truir estereotipos que suponen “inferioridad, inmoralidad o
peligrosidad” y a partir de ellos se producen maltratos de muy
diferente magnitud y alcances. “La xenofobia, el racismo, la mi-
soginia, la homofobia, el clasismo” (Salazar y Gutiérrez, 2008:
43), etc. son expresiones que agreden a franjas importantes de
la sociedad y que por ello deben ser combatidos. Afirman que a
través del derecho a no ser discriminado lo que se protege es la
igual dignidad que tienen todas las personas.
Por ello, la dimensión legal no puede ser omitida. Dado que
la autocontención ética no es suficiente ni el derecho de réplica
puede resolverlo todo, entonces el Estado, a través de una legis-
lación adecuada, debe hacer realidad el importante derecho a la
no discriminación. Tanto por la vía administrativa como incluso

223
Libertad de expresión y no discriminación

por la penal (en caso de llamados reiterados al odio racial, reli-


gioso, misógino, homofóbico, etc.) debe intentar colocar diques a
la expansión de actitudes discriminatorias.
Porque de lo que se trata, al final y al principio, es de armoni-
zar dos derechos fundamentales: el de la más amplia libertad de
expresión y el de no ser discriminado. Se trata de dos valores fun-
damentales para una convivencia democrática y que en ocasiones
pueden aparecer en tensión. No tiene caso fingir que esa tensión
no existe. Más vale asumirla y ofrecerle fórmulas de solución.

224
José Woldenberg

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2017).

225
Cuando el combate a la
discriminación es coartada
del pensamiento único.
Intolerancias, medios y
redes sociodigitales
Raúl Trejo Delarbre

› De acuerdo con una interpretación judicial que se ha


puesto en práctica, en la Ciudad de México gritarle “¡gua-
pa!” a una muchacha que va por la calle amerita una multa
de 755 pesos o arresto de 6 a 12 horas.

› Según la decisión que tomó un organismo del Estado


mexicano, una persona que publique en la prensa un texto
que pudiera ser discriminatorio está obligada a disculpar-
se, a llevar un curso de reeducación y a comprometerse a
no difundir nunca más tales expresiones.

Los dos ejemplos son recientes y fueron ampliamente co-


nocidos gracias a las redes sociodigitales. En el primer caso, la
impreparación de un funcionario judicial condujo a una condena
que resultó injusta porque no está prevista en la ley. En el otro
caso el sumario juicio en las redes, sensacionalistamente ampli-
ficado en los medios de comunicación, influyó para que en la
Universidad pública más importante del país y en el organismo
del Estado a cargo de enfrentar la discriminación se tomaran
decisiones en contra de la libertad de expresión.
En ambos casos, el derecho de los ciudadanos a decir lo que
piensan fue restringido a partir de consideraciones subjetivas y

227
Cuando el combate a la discriminación es coartada del pensamiento único

debatibles. Con la intención de combatir conductas agresivas e


intolerantes, se agredieron derechos y se incurrió en medidas se-
ñaladas por la intolerancia.
I. El 15 de marzo de 2017, por la tarde, el conductor del taxi
rosa A16057 le gritó “¡Guapa!” a Tamara de Anda cuando la vio
caminando en una calle de la Delegación Cuauhtémoc. La joven
se consideró injuriada y logró que un policía remitiera al taxista
a un Juzgado Cívico de Buenavista. El juez determinó que ese
piropo era una forma de vejación o maltrato verbal prevista en la
Ley de Cultura Cívica. Como el taxista no quiso pagar la multa,
se quedó detenido por varias horas.1 Tamara de Anda es autora
de un blog muy leído en internet, en donde es conocida como
“Plaqueta”.
Cuando estaban en el juzgado, uno de los policías le sugirió
a De Anda que mejor presentara una denuncia por delito sexual.
Ella no quiso “porque ese proceso ya se sabe que es complejísimo,
desgastante y revictimizador. Además no había sido eso: acosar
verbalmente en el espacio público es falta administrativa” (De
Anda, 2017).
En realidad la Ley de Cultura Cívica no menciona el término
acoso. Por eso el juez, para imponer una sanción, tuvo que hacer
una debatible interpretación y considerar que el mencionado pi-
ropo fue una expresión de vejación o maltrato. La así afectada
escribió más tarde que denunció al taxista como una forma de
reivindicar a las mujeres:

Se trata de todas las mujeres que andan por la ciudad


sintiéndose vulnerables por los hombres que insisten
en marcar su territorio por medio del acoso, de comen-
tarios que no están hechos para halagarte sino para ha-
certe sentir insegura. Y sólo poquito a poquito, respon-

1
“Artículo 23. Son infracciones contra la dignidad de las personas; I. Vejar
o maltratar verbalmente a cualquier persona […] La infracción establecida en
la fracción I se sancionará con multa por el equivalente de 1 a 10 veces la Uni-
dad de Cuenta de la Ciudad de México vigente o con arresto de 6 a 12 horas”
(Ley de Cultura Cívica de la Ciudad de México, 2004).

228
Raúl Trejo Delarbre

diendo de frente y, si se puede, institucionalmente, se


les va a ir quitando la idea a los hombres (#NoTodos-
LosHombres) de que pueden ir por la vida intimidan-
do mujeres. Tienen que saber que sí hay consecuencias
(De Anda, 2017).

Es claro que la señorita De Anda considera que ese grito era


una forma de acoso. Su decisión para hacer de esa denuncia un
emblema de las causas de las mujeres resulta discutible y se puede
calificar de varias maneras. Pero más que la apreciación subjetiva
de esa ciudadana, resulta inquietante la decisión del juez que im-
puso una multa por un grito que en cualquier otra circunstancia
habría resultado baladí. El taxista sorprendido en el piropo quiso
revertir la acusación y, ya en el juzgado, dijo que el agraviado
era él porque le habían llamado “acosador”. Posiblemente tenía
razón. La acusación de De Anda y luego la sentencia del juez cri-
minalizaron una conducta que en otras circunstancias no hubiese
ofendido a nadie.
Por supuesto hay pretendidos piropos que constituyen claras
ofensas y que incluso son amenazantes. Por otra parte, la des-
confianza y el disgusto de esa denunciante y de quienes piensan
como ella es entendible. En una ciudad violenta, en donde im-
peran el recelo y la agresividad, cualquier expresión que suscite
algún sobresalto es incómoda y puede resultar alarmante.
Pero desde otro punto de vista se podría considerar que cuan-
do no es ofensiva ni está acompañada por amago ni conminación
alguna, una expresión como la que llevó a la cárcel al taxista de
este episodio es manifestación de un derecho. ¿No tiene derecho
una persona a interpelar a otra en el espacio público que consti-
tuye la calle? ¿Decirle a alguien una palabra que no es injuriosa,
que no implica afrenta ni humillación alguna, no es una forma de
ejercer la libertad de expresión?
Después de que hizo público ese episodio Tamara de Anda
padeció, entonces sí, una catarata de agravios en las redes so-
ciodigitales. En algunos casos escondidos en el anonimato y en
otros con la agresividad e impunidad que son frecuentes en las

229
Cuando el combate a la discriminación es coartada del pensamiento único

expresiones de misoginia, intimidación y discriminación que


pululan en tales espacios, la denunciante recibió centenares de
mensajes injuriosos. En algunos casos esos insultos encajarían
perfectamente en conductas tipificadas por la legislación penal.
La defensa del derecho de las mujeres a transitar sin asedios
y a ser plenamente respetadas ha sido un avance de la sociedad y
forma parte del proceso civilizatorio que es necesario resguardar.
Precisamente por su importancia, es pertinente que ése y otros
derechos no sean trivializados ni tergiversados con denuncias y
más aún con decisiones judiciales que exceden los parámetros
legales.
II. La lid contra la discriminación es un eje irrenunciable de
esas coordenadas civilizatorias. Una sociedad que reconoce su
pluralidad al mismo tiempo que las libertades para ser, decir y
creer como a cada quien le venga en gana siempre y cuando no
afecte derechos de otros es una sociedad solidificada en la tole-
rancia. Sin embargo, en demasiadas ocasiones hay ciudadanos
y, peor aún, instituciones públicas, empeñados en combatir a la
discriminación con acciones de persecución y censura. A la dis-
criminación se la enfrenta reivindicando la diversidad, no con-
tendiendo con ella. Pero cuando con el pretexto de impugnar
posiciones discriminatorias se pretende que todos actuemos y
pensemos igual, se incurre en una intolerancia equidistante con
las prácticas democráticas.
El episodio que comenzó con las opiniones que publicó el
escritor Nicolás Alvarado y que ocasionaron su separación de la
Dirección de tv unam, así como una reconvención pública del
Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred),
mostró los excesos a los que pueden llegar las posiciones que,
para algunos, son políticamente correctas y que devienen en in-
tentos para imponer comportamientos únicos.
Alvarado publicó el 30 de agosto de 2016, dos días después
de la muerte del cantante Juan Gabriel, un texto sarcástico y crí-
tico acerca de ese personaje (Alvarado, 2016). Después de adver-
tir “bien saben mis allegados que nunca me ha gustado Juanga” y
cuestionarlo “como uno de los letristas más torpes y chambones

230
Raúl Trejo Delarbre

en la historia de la música popular, todo sintaxis forzada, proso-


dia torturada y figuras de estilo que oscilan entre el lugar común
y el absurdo”, Alvarado reconocía la popularidad de ese autor y
narró las medidas que tomó para que tv unam transmitiera un
programa especial sobre Juan Gabriel. En ese recuento citó una
frase del músico José Luis Paredes Pacho sobre el compositor
recién fallecido “Cuando lo despojemos de su aura Televisa y del
clasismo podremos escucharlo”.
Alvarado, más adelante, recordó su acreditado respeto por
“ciertos productos de la televisión comercial”, así como “mi afini-
dad por la cultura gay”. Además enfatizó que escribía en cursivas
el término clasismo porque allí encontraba el origen de su discre-
pancia con ese cantautor: “Mi rechazo al trabajo de Juan Gabriel
es, pues, clasista: me irritan sus lentejuelas no por jotas sino por
nacas, su histeria no por melodramática sino por elemental, su
sintaxis no por poco literaria sino por iletrada”.
Esas 37 palabras llevaron a Alvarado a la inquisición de las
redes sociodigitales y, luego, a los juicios sumarios que empren-
dieron dos fundamentales instituciones públicas. De nada sir-
vió que a continuación de aquellas líneas el escritor explicara su
opinión sobre Juan Gabriel: “sé que la pérdida es real y que es
enteramente mía. Pero condicionado como estoy por mi circuns-
tancia, no puedo evitar reaccionar como reacciono”.
La circunstancia que sobresalió entonces fue una oleada de
reacciones disparatadas y furibundas. En Twitter y Facebook pu-
lularon injurias contra ese colaborador de Milenio. A Juan Ga-
briel no se le podía tocar con el pétalo de la ironía.
Esa reacción en las redes sociodigitales y la resonancia que
alcanzó en los medios convencionales fueron sobredimensio-
nadas, ocasionaron la salida de Alvarado de la responsabilidad
que cumplía en la Universidad Nacional Autónoma de México
(unam) y, sobre todo, fueron tomadas de manera irreflexiva en el
Conapred. El jueves 1 de septiembre, a las 12.30 horas, la unam
informó que Nicolás Alvarado Vale había presentado su renuncia
como director general de tv unam. El boletín en donde se dio a
conocer que el rector Enrique Graue aceptó esa renuncia termi-

231
Cuando el combate a la discriminación es coartada del pensamiento único

naba con el siguiente párrafo: “La Universidad Nacional refrenda


su compromiso con el esfuerzo y el talento de los miembros de
su comunidad, así como con valores universitarios como la tole-
rancia, y el respeto a la pluralidad y a la diversidad” (unam-dgcs,
2016). Ésa aclaración aludía, evidentemente, a los cuestiona-
mientos que recibieron los comentarios al artículo de Alvarado.
El mismo 1 de septiembre, por la tarde, el Conapred informó
que había dispuesto la aplicación de “diversas medidas precau-
torias” contra Nicolás Alvarado debido a expresiones en su texto
periodístico que “pudieran considerarse presuntamente clasistas
y discriminatorias contrarias a la dignidad de las personas de la
diversidad sexual”. La descuidada sintaxis no era la peor de las
implicaciones de ese documento.
El Conapred no afirmaba que el artículo de Alvarado fuera
discriminatorio, simplemente asumía esa presunción. A partir de
tales suposiciones decidió imponerle las siguientes acciones (la
numeración es nuestra): 1) “Evitar realizar manifestaciones que
pudieran considerarse contrarias a la dignidad de las personas de
la diversidad sexual y clasistas”; 2) “Que ofrezca una disculpa por
el agravio que pudo haber ocasionado”; 3) Que “refrende su com-
promiso por realizar esfuerzos en su quehacer público para que se
respeten los derechos de las personas de la diversidad sexual y de
quienes se hayan podido sentir agraviadas”; 4) “Que refrende su
compromiso para que en lo sucesivo, las publicaciones que realice
en sus notas periodísticas se desarrollen en el marco del respeto
a los derechos humanos de las personas, en particular de los gru-
pos de población que históricamente se han encontrado en una
situación de discriminación por estigmas y prejuicios socialmente
construidos”; 5) “Que tome un curso de sensibilización sobre el
derecho de las personas a la no discriminación con el compromiso
de que en su quehacer público y privado observe su contenido”; 6)
Que “se abstenga de utilizar un lenguaje que pueda ser conside-
rado discriminatorio en sus notas o escritos periodísticos y en su
quehacer como servidor público” (Conapred, 2016).
Así, en un juicio sumario, sin argumentos y sin posibilidad
de que el imputado se hubiera defendido, las autoridades del

232
Raúl Trejo Delarbre

Conapred extendieron una de las sentencias más expresamente


atentatorias de la libertad de expresión que se hayan formulado,
en nuestro país, en las décadas recientes.
Al día siguiente, en un boletín también con fecha del 1 de
septiembre, el Conapred anunció que esas “medidas precau-
torias” ya no tenían efecto porque Alvarado, al renunciar a tv
unam, ya no era funcionario público. Sin embargo, como hemos
apuntado, tales sanciones no se le impusieron por ser director
de la televisora universitaria sino en su calidad de articulista de
Milenio. A la confusión sobre sus atribuciones, los directivos del
Conapred añadieron ese dislate en el intento para detener los
cuestionamientos que, para entonces, ya se multiplicaban en di-
versos medios.
Las afirmaciones de ese escritor, y luego las decisiones que
le afectaron, abrieron varios flancos en la discusión pública. He-
mos distinguido cinco de ellos. Comentamos esos temas a partir
de algunas opiniones difundidas en la prensa mexicana. 1) Por
una parte, a Alvarado se le cuestionó porque, siendo funciona-
rio de la Universidad Nacional, hacía afirmaciones que algunos
consideraban ofensivas. Más allá de ese caso, pero junto con él,
estuvo en cuestión el derecho de los funcionarios públicos a tener
opiniones propias. 2) La libertad de expresión fue mencionada
como un valor vulnerado debido a la exigencia de algunos, o de
muchos, para que al articulista de Milenio se le sancionara por
lo que había dicho. 3) En tercer lugar, y seguramente ésa fue la
implicación más relevante y grave, estaban las medidas impuestas
por el Conapred. 4) Las redes sociodigitales, nueva e inevita-
ble presencia en el escenario público, en este caso sirvieron más
para inhibir que para acicatear la discusión pública. 5) Frente a la
existencia de opiniones discrepantes, lo cual sucede en todos los
temas de interés público, la erradicación de opiniones o las san-
ciones a quienes las manifiestan jamás resuelve diferencia alguna;
en cambio el debate público se fortalece cuando los puntos de
vista distintos son contrastados y discutidos.
Otro asunto que estuvo a debate es el contenido del artículo
de Nicolás Alvarado; las apreciaciones en ese campo son forzo-

233
Cuando el combate a la discriminación es coartada del pensamiento único

samente subjetivas. En todo caso, acerca de las implicaciones de


los términos que utilizó en aquel texto en este libro aparece una
interesante contribución del propio Alvarado.

Funcionarios públicos,
representatividad o libertad

Muchos de los cuestionamientos a Alvarado y su texto subraya-


ron, igual que el Conapred, su carácter de funcionario público. El
directivo de una institución pública, se insistió, no puede tener
expresiones de discriminación. Nunca se discutió con seriedad,
y mucho menos se comprobó, que aquellas opiniones sobre el
cantante Juan Gabriel fueran discriminatorias. Se trató de ex-
presiones a partir de una posición estética y cultural —y desde
luego, personal. La Universidad Nacional simplemente informó
que Alvarado presentó su renuncia pero la letanía incluida en el
comunicado de la unam acerca de la tolerancia y la diversidad
indicó que la salida de ese funcionario se debió a sus puntos de
vista sobre Juan Gabriel.
El dilema que se abre en este aspecto es si los funcionarios
públicos, y específicamente los funcionarios de una Universi-
dad pública, pueden manifestar puntos de vista propios acerca
de temas polémicos. Varios de quienes escribieron acerca de esa
disyuntiva consideraron que quienes ejercen responsabilidades
públicas no tienen derecho a la plena libertad de expresión, o no
lo tienen igual que el resto de los ciudadanos.
El 6 de septiembre Antonio Marvel, cuyo nombre comple-
to es Antonio Martínez Velázquez y se especializa en temas de
derechos digitales, sostuvo que los servidores públicos tienen de-
rechos disminuidos:

La razón es simple: en su tarea pública la obligación


principal es la protección de los derechos de las perso-
nas por encima de los propios. En este principio radica

234
Raúl Trejo Delarbre

la posibilidad de que quien ocupa un puesto público


pueda ser responsable de sus actos, pues se puede eva-
luar si protege o no el interés general […] Los fun-
cionarios públicos en funciones no gozan de derechos,
únicamente de obligaciones, y la principal es garantizar
los derechos de las mayorías (Marvel, 2016).

Esa posición es harto discutible porque hay derechos que nin-


guna condición profesional, laboral o política tendría que anular.
El hecho de que tengan obligaciones públicas no cancela tales
derechos. Sin embargo, a partir de esa premisa “Marvel” conside-
ró que la medida del Conapred fue “correcta pues, lejos de censu-
rar, reconoce que quien ocupa un cargo público no puede decir lo
que sea. La autorregulación entre entes públicos siempre será un
respiro a favor de la libertad de expresión” (Marvel, 2016).
Una posición similar fue sostenida por la destacada antro-
póloga Marta Lamas, investigadora en la Universidad Nacional:

Cuando alguien acepta un cargo de alta responsabili-


dad en la unam se vuelve no sólo un servidor público
sino también una de las caras públicas de dicha ins-
titución. Cuando habla un alto cargo universitario, la
que habla es la unam. Y que un alto funcionario uni-
versitario muestre públicamente su rechazo ante cierta
música o cierta apariencia del cantante con un término
cargado de clasismo despreciativo es inaceptable. Las
palabras expresan determinados valores y cierta pers-
pectiva política (Lamas, 2016).

Desde luego las palabras expresan valores, siempre. Sin em-


bargo, en el caso de las universidades resulta por lo menos pa-
radójico que la libertad de expresión sea restringida para que
existan posiciones homogéneas en torno a los principios de tales
instituciones. En la opinión antes citada, como en muchas otras,
se entremezcla el juicio adverso a lo que dijo Alvarado con el re-
chazo a que ese punto de vista sea sostenido por un funcionario

235
Cuando el combate a la discriminación es coartada del pensamiento único

universitario. En un sentido similar, el escritor Oswaldo Zavala


consideró:

Conapred no objetó el pensamiento privado del ciuda-


dano Nicolás Alvarado, sino los comentarios públicos que
utilizó para describir su posicionamiento abiertamente
clasista y homofóbico contra Juan Gabriel en el mismo
momento en que organizaba su homenaje en tv unam.
No es un acto de censura que Conapred responsabilice
a un funcionario de lo que escribe en la esfera pública.
Exigirle a un servidor público que no utilice un len-
guaje discriminatorio es una función primordial de la
democracia” (Zavala, 2016).

De nuevo, es discutible que por el hecho de ser funcionario


público un ciudadano pierda sus derechos como tal. Por supuesto
es deseable que el lenguaje discriminatorio no domine en el dis-
curso público y sería cuestionable que un funcionario lo utilizara.
Sin embargo, las expresiones de Alvarado, como hemos seña-
lado, fueron sorprendentes y, para algunos, incómodas pero no
eran discriminatorias. Ése fue el sentido de la opinión de Darío
Ramírez, ex director en México de la organización Artículo 19,
quien consideró que la decisión de la unam al aceptar la renuncia
fue incorrecta: “Obviamente si un servidor público hace asevera-
ciones a favor de la tortura contra homosexuales el escenario se-
ría diferente”. Lo que Alvarado dijo en una columna periodística
“no tergiversó en ningún sentido la responsabilidad de su trabajo”
(Ramírez, 2016).
La Universidad pública es, o debiera ser, un territorio abier-
to al contraste de ideas, a la discrepancia en todos —insistimos,
en todos— los temas, abierto a la deliberación. Hay puntos de
vista que resultan impopulares e incómodos porque van a con-
tracorriente del sentido común, o de las opiniones mayoritarias.
Pero si la crítica tiene importancia es precisamente para poner en
cuestión opiniones que algunos consideran incontestables.
El episodio que mencionamos abrió interrogantes y discre-

236
Raúl Trejo Delarbre

pancias acerca del desempeño del organismo estatal destinado a


paliar la discriminación, pero también a propósito de los már-
genes que hay en nuestras universidades e instituciones públicas
para la discrepancia y la crítica. Los funcionarios universitarios,
¿tienen que abstenerse de expresar opiniones que puedan resultar
polémicas y que no sean compartidas por todos los miembros
de esta institución? Es (o debiera ser) evidente que no. El he-
cho de ocupar una posición administrativa, y/o de conducción
académica, no los priva de la posibilidad, y del derecho, de tener
opiniones como cualquier ciudadano.
Muchos directores de institutos, facultades y programas de
la unam expresan puntos de vista, sobre los más variados temas,
tanto en sus trabajos académicos como en medios de comunica-
ción. Cuando uno de esos funcionarios difunde una opinión no
lo hace a nombre de la Universidad porque no son voceros de ella.
El único que habla en representación de la unam es el Rector.
Por supuesto es de esperarse que los funcionarios de la Uni-
versidad cumplan con las pautas éticas, con la tolerancia y el res-
peto que son exigibles a todos los universitarios y, de manera más
amplia, a todos los ciudadanos. Esa condición no los priva del
derecho a expresarse. Por eso no tuvieron razón quienes, fuera y
dentro de la unam, cuestionaron las apreciaciones de Alvarado
porque consideraban que un funcionario universitario no debe
tener posiciones públicas sobre asuntos polémicos. Al contrario.
El debate público se enriquece con todos los puntos de vista,
mejor aún cuando los manifiestan especialistas como suelen ser
quienes, además de examinar temas específicos desde la investi-
gación o la discusión pública, ocupan posiciones de conducción
en la Universidad.
La salida de Alvarado de tv unam, y sobre todo las prescrip-
ciones del Conapred, suscitaron numerosos comentarios. Ariel
González Jiménez escribió que las opiniones de Alvarado fueron
objeto de “una perversa utilización política para sacarlo de su
puesto. Lo consiguieron, pero exhibiendo una intolerancia gro-
tesca que simplemente debió ser rechazada por la unam” (Gon-
zález, 2016).

237
Cuando el combate a la discriminación es coartada del pensamiento único

Sin embargo, las posturas iniciales del Conapred en este


asunto, la reacción que un poco antes hubo en la unam ante las
opiniones de Alvarado y la furia que aquellos comentarios sobre
un artista popular suscitaron en las redes sociodigitales inhibie-
ron la libertad de opinión en otros casos. Sin la notoriedad que
tuvieron las medidas contra Alvarado, en Yucatán otro funciona-
rio público fue despedido por expresar un juicio crítico acerca de
Juan Gabriel.
La noche del domingo 28 de agosto, horas después de la
muerte de ese compositor, el director de Cultura del Ayunta-
miento de Mérida, Irving Berlín Villafaña, encontró en Face-
book los comentarios de varios escritores amigos suyos que se
pusieron a discutir si la obra de Juan Gabriel tenía o no cali-
dad literaria. La métrica de sus versos, sus semejanzas con otras
obras, las contribuciones a la cultura popular eran tema de inten-
sos intercambios. Entonces Berlín, un antropólogo con posgrado
en Comunicación que ha escrito acerca de medios universitarios
entre otros temas, puntualizó su posición con un comentario
personal: “Yo no voy a poner nada sobre Juanga. Me da como
hueva. Lo siento”.
Esa frase, tomada fuera de la discusión con la que se incon-
formaba, desató la cólera en las redes digitales yucatecas. Los
improperios a Berlín fueron reseñados en la prensa local que se
refociló con ese episodio. El 2 de septiembre se anunció que el
presidente municipal de Mérida, Mauricio Vila, había decidido
cesar a ese funcionario (Diario de Yucatán, 2016). Una semana
más tarde ese académico publicó un detallado recuento del epi-
sodio que lo dejó sin el cargo público que ocupaba y consideró:

El incidente me remite a muchas reflexiones, pero sólo


diré algunas pocas: a) ¿El funcionario mexicano es ciu-
dadano de esta República o cuando el ciudadano es
funcionario deja de ser ciudadano y declina sus liber-
tades públicas? b) El comentario personal en una red
de amigos —digamos en el bar, en la calle o en redes
privadas— que no es una declaración pública ni rele-

238
Raúl Trejo Delarbre

vante para la vida nacional, ¿puede ser tomado como


una declaración oficial y boletinarse y replicarse sin ve-
rificación o contrastación de la fuente? (Berlín, 2016).

Igual que el caso de Alvarado en la unam, el de Berlín Vil-


lafaña en Mérida manifestó el temor o el rechazo a declaracio-
nes incómodas formuladas por parte de funcionarios públicos.
Hemos señalado ya que la opinión de quienes ocupan cargos
de dirección en una universidad pública no tendría que ser re-
frenada debido a esa condición ni a ninguna otra causa. Los
ciudadanos no pierden derechos cuando desempeñan cargos
públicos. Sus opiniones no tienen por qué mimetizarse con las
posiciones de la institución en la cual trabajan. Cuando alguien
accede a una posición de responsabilidad en el servicio público
no se incorpora a una iglesia o a un partido político, e incluso
en las instituciones religiosas o partidarias se reconocen algunas
formas de disidencia. Al contrario de ellas, en una Universidad
la diversidad ideológica y el disenso resultan necesarios y son,
por eso, reivindicables.
En un cargo público como el que ocupaba Berlín Villafaña
se puede considerar lo mismo. Un funcionario de cualquier área
y rango tendría que mantener el derecho a expresarse de manera
abierta. Desde luego, lo que dice adquiere una visibilidad pecu-
liar porque se trata de un ciudadano que ejerce una responsabili-
dad pública. Si esa opinión es indicio de impericia en el área que
tiene a su cargo, podría ser motivo para que fuera reconvenido o
destituido. Por ejemplo, si un secretario de Salud asegura que las
vacunas ocasionan autismo, su superior inmediato tendría que
separarlo del cargo por manifiesta ignorancia en la materia sobre
la cual debe tomar decisiones. Pero la de Irving Berlín no era una
opinión especializada sino un juicio personal expresado, además,
en una red en donde cada quien elige a los “amigos” que pueden
leer sus mensajes.
Los márgenes de libertad que tienen los funcionarios públi-
cos para expresar puntos de vista propios constituyen un tema de
discusión que tampoco está resuelto. Dicho en otros términos,

239
Cuando el combate a la discriminación es coartada del pensamiento único

¿la tolerancia que se considera pertinente garantizar para la ex-


presión de los ciudadanos puede o debe restringirse cuando esos
ciudadanos ocupan cargos de autoridad?

Libertad de expresión y derecho


a la no discriminación
La mañana del viernes 2 de septiembre publiqué un comentario
en donde entre otras cosas consideré que, con su declaración, lo
que hacía el Conapred “es discriminar y vulnerar los derechos de
Alvarado y, junto con él, los derechos de todos nosotros a la liber-
tad de expresión y a la opinión crítica. Se trata de una declaración
inaceptable” (Trejo, 2016). Por su parte Luis de la Barreda señaló:

No es que la libertad de expresión dé derecho a decir o


escribir todo. Nadie puede lícitamente hacer apología
de un delito o invitar a cometerlo, calumniar ni entro-
meterse en la vida privada si no es para poner al descu-
bierto una conducta violatoria de la ley. Pero una opi-
nión acerca de un personaje dedicado a actuar frente al
público, aun la más provocadora, no actualiza ninguno
de esos supuestos (De la Barreda, 2016).

Desde diversos puntos de vista se podía considerar que las ins-


trucciones del Conapred y la decisión misma de las autoridades
de ese organismo para reaccionar ante el caso Alvarado quebran-
taban la libertad de expresión. Como hemos señalado, el Consejo
se refirió a ese escritor como colaborador de un periódico. Es de-
cir, lo hizo motivo de recriminaciones en su calidad de ciudadano
que difunde una opinión en un medio de comunicación.
De la Barreda, que es director del Programa Universitario
de Derechos Humanos en la unam, cuestionó a los censores de
Alvarado con esta pregunta: “¿El Conapred amonestaría, si fue-
ran nuestros contemporáneos, a Quevedo y a Góngora por las
pullas que se lanzaban mutuamente en sus versos satíricos, o a

240
Raúl Trejo Delarbre

Orozco y a Rivera por la animadversión venenosa contra ciertas


personalidades que se advierte en algunas de sus obras?” (De la
Barreda, 2016).
Ya con distancia de esa discusión, como él mismo señaló, el 19
de septiembre, el investigador en asuntos jurídicos Sergio López
Ayllón encontró que en el litigio sobre la columna de Nicolás
Alvarado se reiteraba el dilema entre la libertad de expresión y el
discurso discriminatorio y de odio. Ese dilema “es bien conocido,
pero no tiene solución sencilla. En apretada síntesis, si el Estado
censura el discurso de odio puede limitar la libertad de expresión,
pero si no lo hace, entonces puede dejar sin protección a perso-
nas vulnerables. Este problema se ha hecho mucho más grave
y complejo en el entorno de las redes sociales” (López Ayllón,
2016). Esa disyuntiva es frecuente y no existen fórmulas univer-
sales para resolverla. Una expresión que a una persona le parece
discriminatoria para otra no lo es. La mejor manera de enfrentar
esas diferencias radica en tener códigos de ética compartidos al
menos por quienes participan en medios de comunicación pero
las coincidencias en torno a ellos tienen que ser voluntarias. De
otra manera la libertad de opinión sería mermada. En caso de
desacuerdos, que son frecuentes, la reivindicación de esa libertad
resulta más importante, en nuestra opinión, que el allanamiento
a la incomodidad o la susceptibilidad de quienes se consideren
contrariados por alguna expresión.

El Conapred, indeseable
policía del pensamiento

Lo que más desconcertó, disgustó y alarmó de las instrucciones


a Nicolás Alvarado, fue la pretensión del Conapred para juzgar
cuáles ideas pueden circular en el espacio público y cuáles no.
Escribí entonces que ese organismo se había

erigido en policía del pensamiento, para asegurarse de


que no haya mas que un pensamiento que las mayorías

241
Cuando el combate a la discriminación es coartada del pensamiento único

en Twitter o los funcionarios en alguna oficina buro-


crática consideren políticamente correcto […] Una
institución del Estado le dice a un ciudadano qué len-
guaje debe emplear, cuáles opiniones tiene que evitar y,
por añadidura, lo manda a una escuela de readaptación
que recuerda los cursos de reeducación que se impo-
nían a los disidentes durante la revolución cultural en
China (Trejo, 2016).

No hacía falta coincidir con las opiniones de Alvarado para


defender su derecho a manifestarlas. Por eso, por encima de los
juicios estéticos o personales del mencionado escritor, lo más re-
levante en ese diferendo fue el comportamiento del organismo
estatal contra la discriminación. Aquel artículo también decía:

Alvarado publicó opiniones irritantes para muchos.


Las dijo en términos que pueden resultar discutibles,
en un texto iconoclasta y sarcástico. Se puede discrepar
con esos puntos de vista. Aunque él mismo se decla-
ró defensor de la “cultura gay”, allí hay apreciaciones
duras hacia los modos que definían a Juan Gabriel. A
esas posiciones, quienes discrepen con ellas tendrían
que haberlas discutido de manera abierta. Pero no fue
la deliberación, sino la persecución lo que prevaleció
en las redes sociodigitales acerca de ese tema. En po-
cas horas la oleada indignada y agresiva se convirtió en
trending topic. La congoja de muchos ante la muerte
del Divo de Juárez, la puntillosidad de las críticas de
Alvarado y la capacidad expansiva de Twitter se amal-
gamaron para que las injurias en línea se multiplicaran.
Las redes digitales, como tanto hemos dicho desde
hace tiempo, son espejos de la realidad. En estas oca-
siones muestran la incivilidad y el fanatismo que junto
a otros rasgos existen en la sociedad (Trejo, 2016).
La censura —escribí más adelante— jamás resuelve las
diferencias de opinión. Peor aún, cuando son censura-

242
Raúl Trejo Delarbre

das las ideas así reprimidas son realzadas y mitificadas.


Pero antes que nada, en una sociedad que quiere ser
democrática y abierta tiene que garantizarse la libertad
para expresar todas las opiniones, por desagradables
que les puedan resultar a algunos (Trejo, 2016).

Román Revueltas Retes, se preguntaba y cuestionaba:

¿No hay espacio alguno para el ejercicio de la crítica y


tampoco puede un escribidor ofrecerse el derecho a la
provocación? ¿Deben, los columnistas, autocensurarse
en todo momento y no ir nunca en contra de los gustos
y preferencias de la mayoría? Los insultos, las invectivas,
las feroces reacciones en las redes sociales y las amena-
zas, ¿no vienen siendo ya una suerte de precio a pagar
por el pecado de lanzar jubilosas bravatas y adjetivos
fuera de tono para que el Consejo Nacional para Pre-
venir la Discriminación (Conapred) tenga, encima, que
inmiscuirse y en un papel de Gran Inquisidor y Censor
Absoluto, exigir disculpas públicas?” (Revueltas, 2016).

María Amparo Casar dijo de manera puntual: “Lamento


profundamente la salida de Nicolás Alvarado. Perdemos un gran
director de tv unam por ejercer la libertad de pensar diferente”
(Casar, 2016). Fernando Mejía Barquera estimó que la columna
de Alvarado, “dio lugar a un acto vergonzoso por parte del Con-
apred” (Mejía, 2016).
Para el ya citado Ramírez, además, “el papel del Consejo Na-
cional para Prevenir la Discriminación (Conapred) es una ver-
güenza. Ahí tenemos a una institución de estado, perdida e inútil,
buscando regular y calificar el contenido de una opinión […]
Es un escándalo el actuar de esta institución”. Darío Ramírez
apuntó también en ese texto una interesante fórmula para iden-
tificar cuándo estamos ante una expresión discriminatoria: “Las
palabras en sí no discriminan. Para que una expresión constituya
discriminación debe de haber un nexo causal con el impedimen-

243
Cuando el combate a la discriminación es coartada del pensamiento único

to al goce de derechos. Es decir, que la expresión impida derecho


a la salud, a la honra, a la educación, a una vida libre de violencia”
(Ramírez, 2016).
Refiriéndose a la sentencia del Conapred, Mauricio I. Ibarra
escribió:

Los mexicanos financiamos al equivalente de un comi-


sario soviético que censura el trabajo de los comunica-
dores que usen palabras como jotos y nacos. El pronun-
ciamiento del Consejo es tan absurdo que le demanda
a Alvarado una disculpa pública por el agravio causado
a: ¿Juan Gabriel?, ¿las lentejuelas?, ¿las buenas concien-
cias? Mostrando un tufo autoritario, en nombre de la
corrección política, exige al comunicador que en sus
siguientes notas deje de utilizar palabras consideradas
discriminatorias (¿a juicio de quién?). Observamos así
los primeros pasos para crear la versión mexicana de la
Policía del Pensamiento imaginada por George Orwell
en su obra clásica de 1984 (Ibarra, 2016).

Más aún, señaló Ibarra, la decisión de ese organismo público


fue tomada al margen de sus propias normas y de los procedi-
mientos necesarios para recabar el parecer del denunciado:

La inusitada celeridad estuvo acompañada de una vio-


lación elemental a las reglas del debido proceso. Alva-
rado señaló hace unos días que en ningún momento
fue informado oficialmente acerca de las recomenda-
ciones del Consejo ni recibió notificación alguna sobre
quejas, sanciones o juicio alguno. A pesar de imputár-
sele graves actos discriminatorios, se enteró de los mis-
mos en los medios de comunicación. Casi sobra decir
que, al desconocer los cargos formulados en su contra,
el Consejo dejó al comunicador en un total estado de
indefensión (Ibarra, 2016).

244
Raúl Trejo Delarbre

Apoyado igualmente en la repentina y desafortunada vigen-


cia que alcanzó Orwell en México debido a la postura del Co-
napred, el politólogo José Antonio Aguilar Rivera escribió que,
debido a declaraciones como aquella:

esta institución no representa un avance democráti-


co, sino una regresión autoritaria. El Conapred revive
prácticas y usos de nuestro pasado autoritario, como la
censura estatal. De lo que hablamos no es de la proble-
mática autocensura de autores y editores de la que ha-
blaba Orwell en Inglaterra, sino de la añeja restricción
de la libertad de expresión ejercida por el gobierno. La
censura estatal es incompatible con una sociedad libre
[…] La recomendación del Conapred implica la ne-
gación de la pluralidad de opiniones esencial en una
sociedad democrática. Es hora de llamar a las cosas por
su nombre (Aguilar, 2016).

Varios meses más tarde, en febrero de 2017, el Conapred


anunció que había expedido “un acuerdo de conclusión” que ce-
rraba el caso contra Nicolás Alvarado. De acuerdo con esa infor-
mación hubo una “audiencia de conciliación” en donde “el apode-
rado legal de uno de los 13 quejosos” que, según se dijo entonces,
habían presentado acusaciones debido al texto de Alvarado, “ma-
nifestó su conformidad con lo aclarado sobre del (sic) sentido y
el contexto en el que se utilizaron los términos que utilizó el ex
director de tv unam en su columna, con lo que las partes acor-
daron poner fin a su diferendo” (Conapred, 2017).
En otras palabras, de 13 personas que se querellaron por el
texto de Alvarado solamente una se interesó en participar en la
audiencia y no en persona sino a través de un representante. En
esa sesión bastó que Alvarado explicara su texto para que ese
único demandante estuviera de acuerdo en retirar la demanda.
Pero, para entonces, el Conapred había estigmatizado pública-
mente a un ciudadano por algo que escribió en la prensa, lo ins-
truyó para disculparse y lo remitió a un curso de reeducación.

245
Cuando el combate a la discriminación es coartada del pensamiento único

Quienes encabezan esa institución del Estado mexicano nunca


ofrecieron, al menos de manera pública, una explicación por tales
excesos. Esos funcionarios son quienes tendrían que haber ofre-
cido una disculpa.
A partir de esa alarmante y bochornosa experiencia, el Con-
apred formuló además un “criterio orientador” para emitir medi-
das cautelares en situaciones de discriminación:

Conforme a este nuevo criterio, que habrá de regir la


actuación del Conapred, el empleo de medidas caute-
lares se privilegiará solo en casos en que se presente
una práctica discriminatoria que pueda ser considera-
da como de extrema gravedad y urgencia, y donde sea
necesario evitar daños irreparables a las personas. De
igual forma, Conapred concluyó que en aquellos casos
en los que se vinculan el derecho a la libertad de expre-
sión con el derecho a la no discriminación, la emisión
de medidas cautelares, en principio, no procederá (Co-
napred, 2017).

Esa rectificación fue saludable, aunque tuvo poca repercusión


pública. A diferencia del estruendo en torno a las decisiones de
ese organismo el 1 de septiembre, el anuncio del 14 de febrero
recibió pocas menciones en la prensa. En las nuevas dos dis-
posiciones con las que se comprometió, el Conapred manifestó
una mesura que no tuvo menos de medio año antes. La garantía
para que no establecer medidas cautelares salvo en casos muy
graves y cuando esas acciones eviten “daños irreparables” acota
la tentación de confundir el combate a la discriminación con la
inquisición. La decisión para de ninguna manera imponer medi-
das de esa índole ante opiniones que se difundan en ejercicio de
la libertad de expresión fortalece la pluralidad de posiciones en
el espacio público.

246
Raúl Trejo Delarbre

Intolerancia e ira en las redes sociodigitales

Los medios de comunicación lucran con el escándalo. Ese prin-


cipio es tan evidente que, reiterarlo, es una perogrullada. Pero
no hay que olvidarlo porque la presencia pública que alcanzan
hace de los medios referencias indispensables cuando se toman
decisiones políticas. Los medios de comunicación constituyen
indicadores fundamentales para conocer a la sociedad y espe-
cialmente a la opinión publicada, que no es lo mismo que la opi-
nión pública. La opinión publicada es la de aquellos sectores y
personas que se expresan en los medios de comunicación. Hasta
hace poco ésas eran las opiniones que campeaban en el espacio
público. Ahora, sin embargo, a los pareceres que se difunden en
los medios convencionales se añaden los puntos de vista que cir-
culan por las redes sociodigitales.
Twitter, Facebook, YouTube y otras redes instaladas en in-
ternet contribuyen a difundir hechos y datos, articulan las re-
laciones entre las personas de maneras que complementan y
ocasionalmente reemplazan al trato presencial, ofrecen a grupos
e instituciones de toda índole la posibilidad de difundir sus inte-
reses y causas sin la mediación de los espacios de comunicación
tradicionales. Pero como ya sabemos, además de todo eso las re-
des sociodigitales subrayan los aspectos más estridentes de cada
asunto, inducen a la simplificación y propician apreciaciones po-
larizadas de temas que no necesariamente se pueden justipreciar
con parámetros maniqueos. La brevedad de los mensajes que por
lo general circulan allí favorece los dictámenes apresurados y los
dicterios reemplazan al diálogo.
El acceso abierto, el empleo del anonimato, la ausencia de fil-
tros para los mensajes que circulan en ellas son virtudes que afian-
zan la libertad de expresión en las redes sociodigitales. Pero esos
atributos, al mismo tiempo, favorecen la propagación de banali-
dades y tonterías y, también, los mensajes de odio e intolerancia.
Las respuestas en las redes sociodigitales, sobre todo en epi-
sodios propicios a la emotividad, suelen ser intensas y arrebata-
das. Una ocurrencia que parezca ingeniosa, un insulto especial-

247
Cuando el combate a la discriminación es coartada del pensamiento único

mente lacerante, una calumnia capaz de interesar a muchos más,


pueden volverse virales y expandirse con facilidad en el dúctil y
reticular universo digital. Cuando así ocurre, independientemen-
te de su veracidad o relevancia, el tuit o el post que llamaron la
atención de muchos en línea con frecuencia son tomados por los
medios de comunicación convencionales que, entonces, les dan
mayor propagación. Si son mensajes triviales, su exposición me-
diática por lo general es efímera. Cuando se trata de acusaciones
a personajes públicos o de mensajes de odio, entonces los medios
amplifican la confusión o la descomposición en el debate público
que esos contenidos habían propalado en las redes.
El trolling, como se le llama, en un término que no tiene tra-
ducción exacta, a la propagación en línea de insultos y amenazas,
en esas ocasiones “hace metástasis” en los medios convencionales
de acuerdo con la figura que emplea un especialista en esos te-
mas. “Los promotores del odio (haters) tratan de disgustar y em-
pequeñecer a los otros expresando hostilidad extrema y atacando
cualquier aspecto de una persona que le pueda causar angustia
(como el género, la etnicidad, la sexualidad y la apariencia)” (Re-
agle, 2015: 99).
Reagle considera que a los trolls no hay que nutrirlos con
la retroalimentación que significan respuestas y reenvíos en las
redes, aunque no siempre es sencillo. Esa fórmula, que vale antes
que nada para la autodefensa personal de los usuarios de las redes
sociodigitales, tendría que ser considerada por quienes toman
decisiones en instituciones públicas. No fue eso lo que ocurrió en
el caso Alvarado. La reacción del Conapred fue aguijoneada por
millares de mensajes en tales redes, más que por una evaluación
de lo que realmente había escrito ese autor y sus implicaciones.
El día que ese artículo apareció en Milenio, de inmediato la
noticia de que había una crítica incómoda a Juan Gabriel se es-
parció por las redes sociodigitales. Aquel 30 de agosto de 2016
las adjetivaciones de Alvarado eran trending topic en el Twitter
mexicano a las 11 de la mañana. Para las 19:30 horas los tuits
sobre ese tema habían llegado a 30 mil (Milenio Digital, 2016).
Sin duda, muchos de los mensajes que denunciaron y denos-

248
Raúl Trejo Delarbre

taron ese texto sobre Juan Gabriel fueron escritos de buena fe


por admiradores de ese cantante que consideraron que se le hacía
un agravio inadmisible. Es altamente posible que la mayoría de
quienes reenviaron mensajes sobre ese tema no hayan leído el
artículo en Milenio y se conformaron con la versión abreviada
en 140 caracteres, o menos, que difundieron otros. En las redes
sociodigitales las personas que comparten una postura ante cual-
quier asunto crean burbujas cerradas dentro de las cuales sólo
circula un punto de vista sin contrastes capaces de modificarlo o
cuestionarlo.
Que cada quien crea en Twitter lo que le dé la gana es una
nueva expresión de la libertad de información. Pero que haya
autoridades públicas capaces de tomar decisiones e imponer san-
ciones a partir de la murmuración en ésa y otras redes ha sido,
por lo menos, preocupante. El caso que comentamos es signifi-
cativo del allanamiento que puede experimentar una institución
respetable como debería ser el Conapred ante el bullicio en las
redes trasladado a los medios convencionales. Lo peor es que, en
contraste con la severidad y diligencia para complacer a quienes
aborrecieron la opinión de Alvarado, esa institución por lo gene-
ral guarda silencio ante las campañas de odio en línea. Lo hizo,
por ejemplo, ante las denostaciones que circularon en contra del
propio Alvarado y de quienes defendieron su derecho a la liber-
tad de expresión.

Opiniones incómodas. Ante


discriminación, deliberación

El comportamiento del Conapred no fue adecuado. Tanto así


que ese organismo, aunque con alguna tardanza y de manera más
bien discreta, rectificó su decisión sobre Alvarado y se previno
—al menos así dijo— contra errores semejantes. Sin embargo
queda la inquietud de qué hacer ante las opiniones desagrada-
bles, o incómodas que circulan por doquier. Evidentemente no
podemos ni quisiéramos pasarnos la vida colocando tapabocas a

249
Cuando el combate a la discriminación es coartada del pensamiento único

quienes dicen algo que no nos gusta, pero tampoco poniéndonos


orejeras para no escuchar (o leer) esas opiniones. La proliferación
de los más variados juicios acerca de todos los temas es uno de
los rasgos de la sociedad de la información en la que estamos
inmersos.
En otras épocas pocos ciudadanos tenían la posibilidad de
expresarse en el espacio público. El acceso a los medios de comu-
nicación era difícil y en ocasiones imposible. Ahora, en cambio,
cualquier interesado en decir cualquier cosa puede hacerlo en las
redes sociodigitales. Por supuesto el alcance de una cuenta con
pocos seguidores en Twitter es pequeño en comparación con las
personas que miran un programa de televisión pero, aun así, hoy
disponemos de recursos de expresión abiertos y que pueden te-
ner difusión amplia. Desde los tiempos previos a esta era digital
la censura jamás fue una alternativa para encarar las opiniones
con las que tenemos desacuerdos. En primer lugar por una po-
sición de principio: una sociedad que aspira a estar cimentada
en la razón no ignora la discrepancia; el derecho a expresarse es
una de las coordenadas esenciales de la democracia. Pero además
desconocer opiniones divergentes no resuelve las diferencias que
podamos tener con ellas. Al contrario, con frecuencia los intentos
para excluirlas del espacio público acaban por favorecerlas.
Con razón, a propósito de la respuesta del Conapred al texto
de Alvarado, Jesús Silva-Herzog Márquez escribió:

Las ideas se rechazan con ideas, las palabras se rebaten


con palabras. El respeto no se promueve con la resu-
rrección del Santo Oficio. Me parece una aberración
entregarle a una institución estatal el permiso de vigilar
nuestras expresiones. Aún teniendo los mejores propó-
sitos, aún creyendo promover los valores más altos, me
parece contrario a la función del poder público, el im-
poner límites a lo que decimos (Silva-Herzog, 2016).

Más allá de lo que escribió Alvarado (cuyo artículo, insisti-


mos, no era discriminatorio aunque así lo leyeron muchos) hay

250
Raúl Trejo Delarbre

que preguntarnos cómo enfrentar los discursos de odio que abun-


dan en el espacio público y que se reiteran con tanta facilidad a
través de las redes digitales. El filósofo británico Roger Scruton
ha cuestionado la tendencia a castigar discursos de esa índole.
Decisiones como las que han tomado algunos países europeos
al prohibir necedades como las que sostienen que el Holocaus-
to no ocurrió, terminan haciéndolas más llamativas. “El control
de la esfera pública con la idea de suprimir opiniones ‘racistas’
ha provocado una especie de psicosis pública, una sensación de
tener que caminar de puntillas a través de un campo de minas y
evitar todas aquellas áreas donde la bomba de indignación pueda
explotarte en la cara […] La autocensura es incluso más dañina
que la censura estatal porque cierra completamente el debate”
(Scruton, 2016).
Cuando alguien pretende excluir del discurso público una
expresión o una idea porque son impopulares se incurre en un
“totalitarismo moderno”, de acuerdo con el pensador esloveno
Slavok Žižek. La fórmula de ese totalitarismo “no es ‘no me im-
porta lo que pienses, sólo hazlo’. Ese es autoritarismo tradicio-
nal. La fórmula totalitaria es ‘yo sé mejor que tú lo que realmente
quieres’” ( Jones, 2015). Žižek aprovecha esa denominación para
oponerse a la llamada cultura de los expertos que reiteradamente
impone prohibiciones y pautas de conducta al resto de la socie-
dad con la coartada de que ellos sí saben lo que nos conviene.
Pero en otros casos, especialmente cuando desde el Estado se
intenta disponer qué podemos decir en la calle o qué opiniones
personales son publicables o no, involucionamos hacia el totali-
tarismo moderno que dice ese pensador.
En la sociedad abierta, interconectada y desbordada de men-
sajes que tenemos en nuestros días, las capacidades de censura
del Estado son cada vez más difusas. Si una autoridad dispone
erradicar de YouTube un video, es altamente posible que ese vi-
deo circule después en otras redes, e incluso en esa misma, colo-
cado por internautas que de esa manera rechazarán la exclusión
forzosa de tal contenido. Pero no es por pragmatismo, o por re-
conocimiento a las nuevas dificultades técnicas para vetar men-

251
Cuando el combate a la discriminación es coartada del pensamiento único

sajes, que el Estado tendría que renunciar a la censura en casi


todos los casos. La autoridad del Estado no tiene por qué tutelar
a los ciudadanos, que son personas adultas y con capacidad de
raciocinio, para limitar y organizar lo que pueden mirar y leer,
ni para sancionar aquello que pueden decir en las calles, en los
medios o en los senderos digitales.
¿Cuál es, entonces, el límite entre la tolerancia ante expresio-
nes o conductas que nos parecen agresivas e incluso discrimina-
torias y la acción del Estado para proteger a quienes pueden ser
afectados por tales mensajes? ¿Cuál es o debe ser el lindero entre
la libertad de expresión y su inhibición? Hay que reconocer que
no existe libertad absoluta alguna y que la de expresión está ceñi-
da por los derechos de terceros. La autoridad del Estado tendría
que vetar o sancionar la propagación de mensajes solamente en
casos de calumnia, de intromisión indeseada en la privacidad de
las personas o cuando se promueve el delito. Más allá de esos
casos de excepción, es pertinente no sólo tolerar sino además re-
futar con argumentos, hechos y razonamientos, las exclusiones,
las supercherías, las animosidades, las falsedades. A las ideas que
nos disgustan, incluyendo a las que pueden resultar ofensivas, es
preciso combatirlas con otras ideas.
En otras palabras, la tolerancia es indispensable como fórmu-
la de respeto y convivencia pero no resulta suficiente. En su fun-
damental estudio de la libertad de expresión el profesor Timothy
Garton Ash recuerda una sentencia de Michel Walzer: “La to-
lerancia hace posible la diferencia, la diferencia hace necesaria la
tolerancia”. Pero la tolerancia sin más puede ser una manera de
ignorar los dichos de otros. Con tal de convivir pacíficamente,
explica:

aceptamos la libre expresión de creencias, valores y es-


tilos de vida que consideramos profundamente equi-
vocados. Así que los aceptamos pero no los aceptamos.
“Tolerar es insultar”, reflexionó Goethe en uno de sus
cuadernos. Pero si vamos más allá al tolerar a aquellos
que son intolerantes programáticamente, terminare-

252
Raúl Trejo Delarbre

mos destruyendo los cimientos de la tolerancia. Karl


Popper llamó así a la paradoja de la tolerancia: “la to-
lerancia ilimitada conduce a la desaparición de la tole-
rancia” (Garton Ash, 2016: 209).

Ni tolerancia a todas las expresiones, ni indiferencia ante las


desemejanzas. La intervención del poder público, o de cualquier
autoridad, sólo es tolerable en situaciones muy peculiares y no
cada vez que alguien se considere incómodo con lo que dicen
otros. Seguimos con el autor de Free speech: “Si, en más países
libres, se considera que la declaración de veto ‘estoy ofendido’ es
suficiente para que las autoridades públicas o los poderes priva-
dos le digan a una persona que se calle, entonces la noción de
‘respeto’ ha sido inflada de una manera que refrena peligrosa-
mente la libertad” (Garton Ash, 2016: 211).
Tolerancia no es necesariamente silencio, ni indiferencia. Si
la tolerancia no basta, entonces es preciso que, en la discrepancia,
se pueda desarrollar una intensa, extensa y enterada deliberación
pública. Ésa, desde luego, no es una tarea que concierne sólo al
Estado.

Granja de la Concepción, agosto de 2017.

253
Cuando el combate a la discriminación es coartada del pensamiento único

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256
¿Qué hay en un
nombre? Creencias,
prejuicios y
discriminación
Marta Lamas

“What’s in a name? That which we call a rose by any other name


would smell as sweet” (“¿Qué hay en un nombre? Eso que llama-
mos rosa tendría la misma fragancia con cualquier otro nom-
bre”), declara Julieta, refiriéndose al obstáculo que representa el
apellido de Romeo para su relación. Shakespeare (1962 [1593])
apunta así tanto a la arbitrariedad de un nombre como al hecho
de que las cosas son en sí mismas, independientemente de cómo
se las llame.
En estas páginas retomo la pregunta de Shakespeare para ex-
plorar el dilema de las palabras que nombran a las mujeres que se
dedican al comercio sexual. En la primera parte recuerdo cómo
en una época se las llamó alegres o alegradoras y reflexiono sobre
el uso actual de los términos puta y prostituta, además de califica-
tivos como mujeres en situación de prostitución y víctimas. En la se-
gunda parte, analizo el comercio sexual como un mercado nocivo
al que recurren cientos de miles de mujeres en México. Ante esa
realidad laboral reviso las creencias de la doble moral sexual sobre
quienes se dedican a intercambiar servicios sexuales por dinero
y retomo una reflexión psicoanalítica sobre la transformación de
las creencias en prejuicios para enmarcar la impunidad e invisi-
bilización de los clientes que compran sus servicios. Por último,
en la tercera sección exploro el uso —y el rechazo— relativos al
lenguaje políticamente correcto que habla de trabajadora sexual.
Las palabras moldean e impactan la subjetividad, pero ¿sustituir

257
¿Qué hay en un nombre? Creencias, prejuicios y discriminación

el apelativo tradicional de prostituta por el de trabajadora sexual


tiene un efecto antidiscriminatorio o es sólo usar un eufemismo?
Prohibir el uso de la palabra puta ¿atenta contra la libertad de
expresión? ¿Cuál es el sentido de impulsar el uso del término
“políticamente correcto” de trabajadora sexual?

Los distintos nombres de las


trabajadoras sexuales

Puta es la abreviación de prostituta. Las definiciones de diccio-


nario dicen que prostituta es la “mujer que mantiene relaciones
sexuales con hombres a cambio de dinero” (rae, 1992: 1192) y la
“mujer que ejerce la prostitución” (Seco, Olimpia y Ramos, 1999:
3714). Prostituir viene del latín prostitúere, que significa exponer
para la venta. Para la Real Academia Española es la “Actividad a
la que se dedica la persona que mantiene relaciones sexuales con
otras, a cambio de dinero (1992: 1192) y para Seco et al. prosti-
tuir es: “Entregar a alguien, en especial a uno mismo, a los deseos
sexuales de otro por dinero”; en la segunda acepción prostituir es:
“Deshonrar o envilecer (algo o a alguien) por intereses indignos”
(1999: 3714). Y no obstante también alude al hecho de hacer
uso deshonroso de un cargo, autoridad o incluso de una capa-
cidad personal, vendiéndola o sacando provecho ilícito de ella,
la acepción más común es la que alude a “corromper a la mujer”
(Moliner, 1983: 867).
Aunque prostituir tiene connotaciones negativas —deshon-
rar, corromper, denigrar— en México no siempre estuvo mal
visto ser puta. En lo que fue el centro geográfico y político de
Mesoamérica antes de la Conquista española,1 la existencia del
comercio sexual era un hecho común y corriente. Había distintos

López Austin y López Luján establecen seis áreas dentro de Mesoaméri-


1

ca y señalan que el área del Centro de México comprende total o parcialmente


los territorios de los actuales estados de Hidalgo, México, Tlaxcala, Morelos,
Puebla y la Ciudad de México (1996: 75).

258
Marta Lamas

nombres con que se designaba a las mujeres, siendo el más co-


mún ahuianime, del verbo ahuia, ‘alegrar’, por lo cual Moreno de
los Arcos (1966), siguiendo a Miguel León-Portilla (1964), las
llama “las alegradoras”. Alfredo López Austin (1998) discrepa
de tal traducción y propone a su vez que se trata simplemente
de “las alegres”. Al parecer, en la época prehispánica existieron
varias formas de prostitución:2 la hospitalaria (la sociedad azteca
conoció la fórmula de recibimiento a los extranjeros); la religiosa
o ritual (que alegraba el reposo del guerrero o las últimas horas
de las víctimas destinadas al sacrificio), y la civil. Moreno de los
Arcos subraya “los peligros para el esclarecimiento de los temas
prehispánicos”, pues los datos, en su gran mayoría, “han pasado
por el tamiz de la mentalidad europea, asimilando, en ocasio-
nes, los conceptos prehispánicos con algunos occidentales afines”
(1966: 15). Enrique Dávalos López (2002) revisa los textos que
un grupo bastante homogéneo de frailes historiadores3 elaboró
acerca de las culturas sexuales del México antiguo. Al analizar
dichos textos y cotejarlos con otras fuentes, surgen elementos
importantes que lo llevan a sugerir que “la cultura sexual de los
indios mexicanos presentaba rasgos notablemente diferentes a
los esbozados en el discurso de los frailes historiadores” (2002:
6). Por sus concepciones, creencias y valores religiosos, para los
frailes era “inconcebible tratar el deseo, el placer y las prácticas
sexuales sin condenarlas a la vez” (2002: 81). Eso explica la reser-
va con que manejaron ciertos temas o el silencio que guardaron
sobre determinados aspectos.
En la prostitución “religiosa” en México, las putas aparecían no
sólo como “una especie de premio para los guerreros destacados”
(2002: 23), sino que además eran protagonistas de ceremonias

2
De aquí en adelante pondré en cursivas los términos prostitución y pros-
titutas, pues tienen una connotación negativa, que solamente se aplica a quien
vende y no a quien compra. Los dejaré tal cual cuando se trate de citas.
3
Los franciscanos Andrés de Olmos, Toribio de Benavente Motolinía,
Alonso de Molina, Bernardino de Sahagún, Gerónimo de Mendieta y Juan de
Torquemada, así como los dominicos Bartolomé de las Casas y Diego Durán.
Véase Dávalos (2002).

259
¿Qué hay en un nombre? Creencias, prejuicios y discriminación

religiosas. Además, tal parece que “ciertas sacerdotisas o monjas


de los templos escuelas cumplían funciones sexuales-religiosas”
(2002: 23). Varios elementos le sugieren a este historiador que
probablemente las sacerdotisas y las alegres no estaban tan di-
ferenciadas como ocurría en España con las monjas y las prosti-
tutas. Al cotejar las fuentes en náhuatl, Dávalos insiste en que la
traducción castellana de Sahagún oscurece esa posible conjun-
ción y cuestiona la división (que respondía al esquema ideológico
hispano) entre prostitutas y sacerdotisas que los frailes quisieron
remarcar a partir del modelo europeo: las rameras y las monjas.
No es extraño que los frailes enaltecieran a las sacerdotisas tra-
tando de distinguirlas de las alegres, sin embargo, la oposición
entre puta y decente “no correspondía a las instituciones religiosas
y educativas del México prehispánico” (2002: 25).
Tanto Dávalos como Moreno de los Arcos comparten una
certeza: los textos permiten atisbar formas de intercambio se-
xual distintas, más libres, no marcadas por el estigma. Por eso
Dávalos encuentra poco clara una dicotomía entre las putas y
las demás mujeres, pues las alegres contaban con un singular
reconocimiento social y religioso. Además, al igual que Moreno
de los Arcos, Dávalos se interroga sobre el término que alude a
la puta honesta, que consigna el padre Alonso de Molina (1992
[1555]) desde mediados del siglo xvi. Para los cronistas españo-
les que intentaban registrar una cultura tan distinta la existencia
de una prostituta sin estigma les resultó incomprensible. Como
los significados culturales no coincidían, los frailes resolvieron la
contradicción eliminando las referencias, aunque algunas se les
colaron. Los cronistas censuraron —consciente o inconscien-
temente— las relaciones sexuales distintas. Según Dávalos, el
discurso de los frailes oscureció una realidad que desentonaba
con la mentalidad europea, pues aunque los religiosos podían
encontrar cierto paralelismo entre la prostitución indígena y la
española, lo que no podían entender es que se pudiera ser al
mismo tiempo puta y honesta. Les sorprendió que los indios no
tuvieran a las rameras segregadas en barrios, calles y casas espe-
ciales y que se confundieran con las buenas mujeres. Todos los

260
Marta Lamas

estudiosos afirman algo significativo: no había espacios especia-


les para la prostitución, ni lugares particulares o casas específicas
para su trabajo. Cada mujer vivía donde le apetecía. Sahagún es
quien trata con más extensión el asunto, describiendo con todo
detalle a la prostituta y sus actividades: “es andadora o andarie-
ga, callejera y placera, ándase paseando, buscando vicios, anda
riéndose, nunca para y es de corazón desasosegada” (1956: 3er
tomo, 129‒130).
Es evidente que con el impacto cultural de la Conquista, la
prostitución religiosa o ritual se eclipsó, y desaparecieron las ale-
gres o alegradoras. Con los españoles llegó una población princi-
palmente masculina, que había dejado esposa e hijos en España,
y esa situación favoreció la práctica de una prostitución con ras-
gos domésticos y arraigada frecuentemente en el medio fami-
liar. Según Ana María Atondo, la prostitución que se extendió
en México y que se practicó durante todo el periodo virreinal es
parecida a la que se ejerció en los reinos hispánicos al final de la
Edad Media (1992: 332). El comercio sexual que se practicaba
en España en esos tiempos se ejercía con la doble moral sexual
característica de la cultura mediterránea (Peristiany, 1968).4 Ju-
lian Pitt-Rivers (1968), quien estudia el asunto del honor en Es-
paña, sostiene que es particularmente evidente la diferenciación
de los sexos: “El honor de un hombre y de una mujer implican
modos de conducta muy distintos […] Una mujer se deshonra,
pierde la vergüenza, cuando se mancha su pureza sexual, pero un
hombre no” (1968: 42). Además, el honor de un hombre (padre,
hermano o marido) depende de la “pureza sexual” de su madre,
esposa, hijas, hermanas, y no de su propia pureza sexual. Julio
Caro Baroja rastrea esta idea del “honor” en Las Siete Partidas,
código castellano del siglo xiii, en cuyos ordenamientos medie-
vales —en el que forman un todo las nociones morales y polí-
ticas— se hace explícita la doble moral. Este marco cultural se

4
En el trabajo coordinado por J. G. Peristiany varios autores estudian la
continuidad y persistencia de ciertos modos de pensar mediterráneos en seis
sociedades. Véase Peristiany (1968).

261
¿Qué hay en un nombre? Creencias, prejuicios y discriminación

trasladó a la Nueva España y transformó los códigos de género


de los antiguos mexicanos.
Ana María Atondo estudia el comercio sexual en la Nueva
España desde finales del siglo xiv, cuando las autoridades espa-
ñolas tenían ya cierto control sobre la prostitución que existía en
las ciudades. Atondo encuentra que lo que tenían en común las
mujeres “públicas” en los siglos xvi y xvii novohispanos es que
todas contaban con la “protección” de proxenetas y alcahuetes,
que incluso eran la madre o el marido. Ahora bien, en la Nueva
España a las prostitutas dejó de llamárselas alegradoras y alegres,
pues “en su oficio estaba implícita la idea de pecado en su triste
secuela de remordimiento” (Muriel, 1974: 32). También se pasó
de verlas como andariegas, callejeras y placeras, que andaban
riéndose y buscando vicios, a concebirlas como una válvula de
escape para los impulsos sexuales irrefrenables de los hombres.
De la variante doméstica de comercio sexual, en los siglos xvi y
xvii, se pasa a la que invade las calles y las tabernas en el xviii, y
luego, a principios del xix hay otro giro. En ese momento la van-
guardia de la modernidad es la francesa y en México se adoptará
el modelo jurídico y legal de control de la prostitución que había
en Francia: el higienismo (Núñez, 1996). Lo fundamentalmente
nuevo es que la prostitución se empieza a ver como un “problema
social”; es decir, ya no como una actividad entre personas libres
de relacionarse sexualmente bajo una regla mínima, como había
sido en los siglos anteriores (Núñez, 1996). El discurso médico
higienista de finales del siglo xix califica a las trabajadoras sexua-
les de “necesarias pero peligrosas” (Núñez, 1996). Cuando en su
estudio clásico sobre La prostitución en México (1908) el médico
y periodista antiporfirista Luis Lara y Pardo se pregunta si estas
mujeres son “¿anormales, degeneradas o simplemente inferiores
física, social y moralmente?” (Lara apud Bailón, 2008: 347), tan
sólo está expresando los prejuicios que se han ido desarrollando.
Así, de nombrar a una actividad se pasa a calificar negativamente
la subjetividad de quienes la realizan.
La obsesión higienista prosigue hasta el siglo xx e influye
las políticas públicas y el discurso político posrevolucionario. La

262
Marta Lamas

movilización de los revolucionarios hizo que muchas mujeres


(viudas, huérfanas o madres solteras) recurrieran al comercio se-
xual para sostenerse económicamente y mantener a sus hijos o
familiares mayores (Bliss, 1996). Al terminarse la violencia re-
volucionaria la vida nocturna florece, y con ella las casas de citas.
En 1940, en el gobierno del Gral. Cárdenas, entra en vigor un
reglamento abolicionista en la Ciudad de México,5 que implica
que el Estado se retira del registro, otorgamiento de permisos o
inspección de las trabajadoras sexuales. Desde entonces, oficial-
mente termina el control sanitario en el Distrito Federal, hasta
que la epidemia del sida plantea la necesidad de volver a instru-
mentarlo. Sin embargo, al “abolir” el gobierno su control sobre la
prostitución, disminuyó el trabajo callejero y las mujeres tuvieron
que recluirse en locales cerrados. En la Ciudad de México la “to-
lerancia” gubernamental permitió que se sostuvieran las casas de
citas, y será en los años cincuenta cuando empiezan a venirse
abajo, tanto por la necesidad de “privacidad” de los clientes como
también porque el regente de la Ciudad de México, Ernesto P.
Uruchurtu decide acabar con el comercio sexual. Pese a que
Uruchurtu desmantela parte de la “zona roja” del df, el comercio
sexual permanecerá, hasta la fecha, tanto en la calle como en lo-
cales cerrados.
Desde los años setenta, en todo el mundo, las llamadas pros-
titutas se empezaron a organizar para que su milenario oficio
fuera considerado un trabajo legal y exigieron ser llamadas tra-
bajadoras sexuales.6 Esto introduce una nueva perspectiva a una
actividad que se asociaba con personas desviadas o pecaminosas.
En México ese cambio se muestra en los años noventa y será
Luis de la Barreda Solórzano que desde la Comisión de Dere-
chos Humanos del Distrito Federal (cdhdf ) emita la Recomen-
dación 8/94 sobre el tema del trabajo sexual en la vía pública,
5
El Diario Oficial de la Federación del 31 de enero de 1940 publicó el orde-
namiento jurídico que abolía la reglamentación de la prostitución en el territo-
rio mexicano y que entró en vigor el 9 de abril del mismo año.
6
En 1971 el Oxford English Dictionary sustituye prostitute por sex worker, y
la define como “persona que trabaja en la industria sexual” (Hughes, 2010: 182).

263
¿Qué hay en un nombre? Creencias, prejuicios y discriminación

introduciendo un nuevo nombre: sexoservidoras. En 1997 grupos


de trabajadoras y trabajadores sexuales crean la Red Mexicana
de Trabajo Sexual e inician una serie de Encuentros Nacionales
para reivindicar sus derechos laborales. Además, ganan un litigio
jurídico para que la Secretaría del Trabajo y Fomento al Empleo
del Gobierno del Distrito Federal (gdf ) les otorgue la licencia
de “trabajadores no asalariados”, una forma de reconocimiento
oficial a personas que trabajan en vía pública sin una relación pa-
tronal, ni un salario fijo, como los lustrabotas, los “cuidacoches”,
los músicos callejeros, los vendedores de billetes de lotería y diez
categorías más (Madrid, Montejo y Madrid, 2014). Por otro lado,
las neoabolicionistas7 usan la expresión “mujeres en situación de
prostitución” para referirse a quienes siempre consideran víctimas.
Así, a lo largo de nuestra historia se han ido modificando dis-
tintas formas de nombrar a las trabajadoras sexuales: han pasado
de ser las alegres o alegradoras, a ser llamadas putas, rameras, me-
retrices, mujerzuelas, hasta llegar a ser definidas como sexoservi-
doras, reconocidas como trabajadoras no asalariadas y calificadas
como mujeres en situación de prostitución y víctimas.

La doble moral: sus creencias


y sus prejuicios

En nuestra cultura, las personas son clasificadas según esquemas


que valoran o estigmatizan ciertas prácticas y conductas. La co-
mercialización de servicios sexuales tiene significados distintos,
según se trate de una mujer o de un hombre.8 La actividad sexual
comercial de las mujeres atenta contra el ideal cultural de casti-
dad y recato de la feminidad (Leites, 1990). El aprecio al recato
sexual de las mujeres tiene su contraparte en la denigración de

Así se llama a los grupos feministas que pretenden “abolir” el comercio


7

sexual desde la concepción de que siempre es violencia hacia las mujeres y que
conduce a la trata. Véase Weitzer (2014).
8
También tiene significados desiguales si se trata de una persona homo-
sexual, trans o queer, pero ese análisis excede a esta reflexión.

264
Marta Lamas

aquellas que no se ajustan al modelo. No es extraño que en un


sistema patriarcal donde la filiación se establece por el padre que
requiere la fidelidad de la mujer para tener la garantía de que la
criatura es suya, exista una ética sexual distinta para los hombres
que para las mujeres. Y aunque en la actualidad ha despuntado
un ejercicio de la sexualidad más libre (con sexo recreativo) y el
mercado del sexo se ha constituido en un componente central de
la cultura del ocio del capitalismo tardío (Beck y Beck-Gerns-
heim, 1995; Giddens, 1992; Simon, 1996; Weeks, 1998), todavía
la prostitución es mal vista y condenada. Por eso las trabajadoras
sexuales siguen siendo nombradas, cuando les va bien, mujeres de
la mala vida, mujeres de vida licenciosa, mujeres pecadoras o mujeres
perdidas, y con frecuencia también son calificadas de indignas,
despreciables, degradadas y sucias. Por otra parte, los clientes si-
guen siendo vistos como hombres “normales”, que tienen necesi-
dades fisiológicas que no pueden solventar con sus castas novias
o sus dignas esposas, e incluso están totalmente invisibilizados.
Ahora bien, aunque el comercio sexual requiere de quién ven-
de y de quién compra, es más que evidente que la doble moral so-
lamente condena a una parte, y más si son mujeres.9 Los clientes
no reciben un apelativo especial, ni tienen responsabilidad legal.
Su invisibilidad simbólica está presente, en especial en el ámbito
jurídico. Dicha invisibilización se pone en evidencia en el análisis
que hace Gustavo Fondevila (2009) a partir de las sentencias re-
lativas a la prostitución pronunciadas por el poder judicial federal
de junio de 1917 hasta diciembre de 2006. Este investigador del
Centro de Investigación y Docencia Económicas (cide) trabajó
con el sistema de consulta IUS de la Suprema Corte de Justicia
de la Nación (scjn)10 y encontró que no hay ninguna referencia

9
El trabajo sexual que hacen los hombres para otros hombres es cuestiona-
do por la homosexualidad. El trabajo de venta de servicios sexuales de hombres
a mujeres está muy invisibilizado, o se inscribe en el modelo del gigoló.
10
Se analizaron alrededor de 215 000 criterios emitidos por la scjn y los
Tribunales Colegiados de Circuito, publicados en el Semanario Judicial de la
Federación y su Gaceta, desde la quinta a la novena épocas, y más de 35 000 crite-
rios contenidos en apéndices y algunos informes de labores del mismo periodo.

265
¿Qué hay en un nombre? Creencias, prejuicios y discriminación

en ese sistema a la responsabilidad de los clientes masculinos en


la prostitución, por lo que la “responsabilidad” recae solamente en
las mujeres. Eso habla de que a lo largo de 89 años los jueces han
compartido la doble moral que considera que “lo natural” en los
hombres es desfogarse sexualmente, mientras las mujeres que no
son “naturalmente” recatadas deben ser castigadas.
Hoy en día, el peor insulto a una mujer es puta mientras que el
peor insulto para un hombre es hijo de puta. El estigma de puta se
construye a partir de un proceso donde se mezcla la distinta va-
loración de la conducta sexual de las mujeres con la importancia
de la filiación de los hijos. Lo interesante es que el epíteto de puta
se aplica a cualquier mujer que no se ajuste al criterio tradicional
de conducta femenina en lo sexual, aunque no cobre y también
se usa como insulto, independientemente de la conducta sexual
de la mujer. La denigración de las putas reafirma que las mujeres
decentes son una clase de mujeres por encima de ellas. Por eso,
como bien señalan Kumar, Hessini y Mitchell (2009), estigma e
injusticia van de la mano. Estas autoras lo expresan bien: “Ade-
más de ser un proceso de desacreditación social, el estigma es un
indicador de profundas desigualdades sociales” (2009: 631).
Los términos tienen connotaciones, y ciertas palabras son en
sí mismas capaces de producir ofensa, dolor o vergüenza con su
enunciación. Ése es justamente el caso de los términos prostituta
y puta, a los que se asocian calificativos negativos como pecado-
ras, desviadas, degeneradas o indecentes. No es de extrañar, enton-
ces, que muchas trabajadoras sexuales sientan vergüenza de su
oficio. Cuando una persona es sensible a la fuerza del discurso
social, siente vergüenza. Como señala Sartre: “La vergüenza, en

También se realizó una búsqueda global y consulta por palabra sobre el total
de tesis contenidas en la base de datos. Se consultaron índices de los criterios
ordenados alfabéticamente, de acuerdo con la materia o instancia emisora. Y
también se hizo una consulta temática y una consulta especial que permitió
reunir un conjunto informativo relevante sobre los conceptos mencionados y
sobre las instituciones jurídicas que los regulan. Posteriormente se solicitó al
archivo de la scjn 147 expedientes impresos y, en algunos casos más recientes,
sus respectivas versiones electrónicas (Fondevila, 2009).

266
Marta Lamas

su estructura primera, es vergüenza ante alguien” (2013 [1943]:


313). Tiene que ver con la mirada del otro. Avergonzar a alguien
implica hacerle una crítica moral. La vergüenza es la mirada del
prójimo que se trae internalizada y consiste en aplicarse a sí mis-
mo el juicio de los demás. Esto es lo que Bourdieu (2000) cali-
fica de violencia simbólica: la violencia que las propias personas
dominadas ejercen contra sí mismas al compartir los esquemas
de los dominadores. Recientemente, y de cara al intenso deba-
te que se ha producido en torno a los derechos humanos, hay
un cuestionamiento al uso de términos que ofenden y humillan,
y atentan así contra la dignidad de las personas. Por ejemplo,
Martha Nussbaum dice que a partir de la evidencia de varias
investigaciones es posible concluir que las personas humilladas
se alienan cada vez más y sus problemas se agravan (2006: 275).
Ahora bien, la mayoría de la población comparte las creencias
de la doble moral; en especial cree que las mujeres se dividen en
decentes y putas. A partir de tal creencia hoy en nuestro país
muchísimas personas norman su conducta: de rechazo, de burla,
de humillación, etc. Pero lo grave de las creencias es que a veces
se convierten en prejuicios. La psicoanalista Silvia Bleichmar re-
flexiona sobre el tránsito de creencia a prejuicio y señala que al
prejuicio “lo que le da el carácter patológico es su inmovilidad,
su imposibilidad de destitución mediante pruebas de realidad
teóricas o empíricas” (2007: 44). Por eso Bleichmar plantea que
cuando el prejuicio deviene el organizador de la acción, toma
un carácter primordialmente anti-ético, y subraya un asunto car-
dinal: “El prejuicio es, indudablemente, una excelente coartada
psíquica para la elusión de responsabilidades y el ejercicio de la
inmoralidad” (2007: 45).
Con relación a la prostitución, ¿qué es eludir responsabilidades
y ejercer la inmoralidad? Me parece que es tapar, bajo el estigma,
el problema laboral. Se elude así la responsabilidad social ante
el desempleo y la precariedad salarial y se ejerce la inmoralidad
del doble rasero ante la conducta sexual humana. Martha Nuss-
baum (1999) señala que el punto crucial de la prostitución es el de
las oportunidades laborales para las mujeres de escasos recursos.

267
¿Qué hay en un nombre? Creencias, prejuicios y discriminación

Esta filósofa analiza la mercantilización de servicios corporales11


a partir de un marco interpretativo donde contrapone dos cues-
tiones: una revisión de nuestras creencias y prácticas en relación
con tomar dinero por el uso del cuerpo, y una revisión de las
opciones y alternativas de las mujeres pobres. Ella exhibe los pre-
juicios respecto a recibir dinero o formular contratos en relación
con el uso del cuerpo y critica que el interés de muchas feminis-
tas esté demasiado alejado de la realidad de las condiciones labo-
rales, como si la venta de servicios sexuales se pudiera sustraer del
contexto de las tácticas de las mujeres pobres para sobrevivir. Por
lo tanto, considera que debería promoverse la expansión en las
posibilidades laborales a través de la educación, la capacitación
en habilidades y la creación de empleos bien pagados.
Shakespeare pone en evidencia que, más allá del nombre, hay
que ver la cosa en sí, y eso remite al comercio sexual en sí mismo.
El antiguo oficio de la prostitución hoy se ha redimensionado a
partir de la mercantilización capitalista. Es un hecho que el mer-
cado no es un mecanismo neutral de intercambio, pues las tran-
sacciones mercantiles dan forma a las relaciones sociales. Ciertas
transacciones frustran o impiden el desarrollo de las capacidades
humanas mientras que otras determinan algunas problemáticas
y muchas respaldan relaciones jerárquicas y/o discriminatorias
totalmente objetables (Sen, 1996). Como los mercados no sólo
abarcan cuestiones económicas sino también éticas y políticas,
por eso se habla de mercados nocivos que aparecen cuando hay una
distribución previa e injusta de recursos, ingresos y oportunidades
laborales. Debra Satz (2010) analiza dichos mercados, en los que
incluye al del sexo, y establece cuatro parámetros relevantes para
valorar un intercambio mercantil: 1) vulnerabilidad, 2) agencia
débil, 3) resultados individuales dañinos y 4) resultados sociales
dañinos. La vulnerabilidad aparece cuando las transacciones se

La autora hace una aguda analogía al equiparar los prejuicios en torno a


11

la prostitución con los que se tenían en el pasado respecto a que las mujeres can-
taran en público y cobraran: sí en privado y gratis, no en público y por dinero.
Así recuerda que las primeras cantantes de ópera eran consideradas prostitutas.
Véase Nussbaum (1999).

268
Marta Lamas

dan en circunstancias de pobreza o desesperación, que llevan a


las personas a aceptar cualquier condición; y la agencia débil se
da cuando, para las transacciones, una parte depende de las deci-
siones de la otra. Los otros dos parámetros, daños individuales y
sociales, son resultado de ciertos mercados que posicionan a los
participantes en circunstancias en extremo malas, por ejemplo, en
las que son despojados o en las que sus intereses básicos son piso-
teados. También eso produce consecuencias dañinas, pues socava
la igualdad y alienta relaciones humillantes de subordinación. Y
aunque, en principio, cualquier mercado puede convertirse en
nocivo, algunos tienen más posibilidades de hacerlo al producir
mayor desigualdad. Satz señala, por ejemplo, que el mercado de
las verduras resulta mucho más inocuo y no es comparable con
el del comercio sexual, que indudablemente refuerza una pauta
de disparidad sexista y contribuye a la percepción de las mujeres
como objetos sexuales para consumo de los hombres.12
Por eso, la preocupación ética y política que provoca la prosti-
tución no puede ser abordada únicamente desde una perspectiva
contractualista, pese al relativo consentimiento de las personas
involucradas, ni tampoco desde el punto de vista de la eficacia del
mercado. Idealmente, en una sociedad justa, el papel del mercado
debería estar acotado a una igualdad redistributiva, para que todas
las personas tuvieran acceso a bienes básicos (salud, educación, vi-
vienda, empleo). Y si a partir de tal supuesto hubiera mujeres que
quisieran trabajar en el comercio sexual, no habría impedimento
ético para que lo hicieran. Como señala Nussbaum, no debería
preocupar que una mujer con muchas opciones laborales elija la
prostitución, sino que lo preocupante es que la ausencia de opcio-
nes de las mujeres pobres convierte a la prostitución en la única
alternativa posible (1999: 278). Además, y esto es muy relevan-
te, Satz (2010) subraya que, aunque los mercados nocivos tienen

12
También en otros mercados de servicios personales, como en el traba-
jo doméstico, se llevan a cabo transacciones que producen creencias negativas
sobre el papel de las mujeres, como seres al servicio de los hombres, con conse-
cuencias significativas en las relaciones de género.

269
¿Qué hay en un nombre? Creencias, prejuicios y discriminación

efectos importantes en quienes somos y en el tipo de sociedad


que desarrollamos, la mejor respuesta no siempre es proscribir-
los. Al contrario, las prohibiciones pueden llegar a intensificar los
problemas que condujeron a que se condenara tal mercado.13 Satz
concluye que la mejor manera de acabar con un mercado nocivo
es modificar el contexto en que surgió, o sea, redistribuir la rique-
za y dar más derechos y oportunidades laborales.
Calificar al comercio sexual como un mercado nocivo no impi-
de que en la actualidad persista un hecho indiscutible: el trabajo
sexual sigue siendo una actividad que eligen millones de mujeres
en el mundo debido a cuestiones económicas. El comercio sexual
ofrece subsistencia y movilidad a cientos de miles de mujeres en
nuestro país al mismo tiempo que se sostiene con su doble mo-
ral y con todas sus consecuencias discriminatorias en el arreglo
social vigente. La división de putas y decentes afecta a todas las
mujeres, sean o no trabajadoras sexuales. Al reflexionar sobre el
uso que se da a la palabra puta aparece la trama de los elemen-
tos socioeconómicos/simbólicos en juego y se pone en evidencia
la valoración desigual entre quienes venden y quienes compran.
Esta discriminación produce efectos en la subjetividad y en las
relaciones sociales. Las palabras prostituta y puta articulan una
retórica que, además de conferir un sentido negativo a quienes
venden servicios sexuales, las discrimina en comparación con
quienes los compran.
Además, no hay que olvidar que existen otras formas de in-
tercambio de servicios sexuales que no son abiertamente comer-
cio sexual. En la actualidad se distingue entre dos formas básicas
de ejercicio de la sexualidad: una es la conducta sexual expresiva,
que es la motivada por el deseo, y la otra es la conducta sexual

En ese sentido, Satz reconoce que es menos peligrosa la prostitución legal


13

y regulada que la ilegal y clandestina, pues esta última aumenta la vulnerabili-


dad y los riesgos de salud, tanto para las trabajadoras como para los clientes. Por
eso no es benéfica una postura prohibitiva respecto al comercio sexual sino una
política de regulación, de cara a la necesidad de quienes requieren ese trabajo,
además de otras consideraciones relacionadas con la necesidad de una política
de salud pública. Véase Satz (2010).

270
Marta Lamas

instrumental, que es la que utiliza el intercambio de sexo para


conseguir algo (no sólo dinero, también cenas, viajes, promocio-
nes laborales, seguridad económica, matrimonio). Si se asume
ese criterio, la calificación de la conducta sexual de las mujeres no
sería tan fácilmente encasillable en el binomio “puta o decente”.
Pero como el estigma de puta es del orden de la subjetividad,
no se elimina fácilmente con reflexión ni con conocimiento. La
creencia cultural de la doble moral, que regula relaciones sociales
y afectivas entre los seres humanos, se transforma en el prejuicio
que se aplica a las trabajadoras sexuales. Desde la perspectiva
de Bleichmar (2007), que señala que “los prejuicios se muestran
irreductibles y operan como bloques recortados no disolubles por
la experiencia”, se puede ver que el prejuicio sobre las putas no se
construye por un análisis del comercio sexual en su aspecto labo-
ral, sino que representa una reproducción elemental de creencias
insertas en la retórica del discurso cultural.

Discriminación y corrección política

Regresando a la pregunta de Shakespeare, aunque el término


puta se cambie por el de trabajadora sexual el comercio sexual
sigue siendo la misma realidad social; y esa realidad social causa
rechazo, desprecio, indignación, o incluso repugnancia. Al res-
pecto, vale la pena recordar la crítica que hace Martha Nussbaum
a la persistente costumbre de “estigmatizar y humillar a quie-
nes realizan actos sexuales controvertidos, aun cuando estos sean
consensuados” (2006: 14). Nussbaum reflexiona sobre cómo la
repugnancia sirve como motivo para ilegalizar ciertos actos y re-
cuerda la polémica que se dio en Inglaterra respecto a la prostitu-
ción. A mediados del siglo xx se debatió la conveniencia de des-
penalizar el comercio sexual a partir del informe de la Comisión
Wolfenden que, en 1957, consideró que no son de incumbencia
del Estado las actividades privadas entre adultos que consienten
a ellas. Sin embargo, Lord Devlin sostuvo que la repugnancia de
los habitantes comunes y corrientes en una sociedad es un fuerte

271
¿Qué hay en un nombre? Creencias, prejuicios y discriminación

motivo para ilegalizar un acto aunque no cause daño a terceros.


Esta postura desató una polémica sobre si lo que ciertas personas
consideran un acto inmoral es una razón válida para que la ley
impida su realización. Dicha reflexión aborda la problemática de
qué implica imponer a toda la sociedad una moral determinada
a través del derecho.14 Nussbaum comenta el caso y concluye que
este tipo de actos no deberían ser estigmatizados, mientras que
sí deberían serlo los que causan daños a terceros: “La ley tiene
que adoptar una posición respecto de lo que realmente es un per-
juicio significativo” (2006: 25). Ella sostiene que la repugnancia
no es confiable como guía para la práctica pública, al contrario,
ella afirma que la repugnancia ha sido utilizada a lo largo de la
historia para excluir y marginar a grupos o personas que llegan
a encarnar temores o aborrecimientos del grupo dominante. De
ahí que Nussbaum manifieste que la repugnancia no debe ser la
base para considerar un acto como delito (2006: 27).
Nussbaum también reflexiona sobre la vergüenza, y respecto
a ella dice que tiene efectos expresivos y disuasorios poderosos
(2006: 267), pero que tampoco resulta confiable para establecer
normas en la vida pública. Al contrario, ella afirma que una so-
ciedad liberal tiene razones para inhibir la vergüenza y proteger
a sus ciudadanos de ser avergonzados, y apunta que varios in-
vestigadores tienen evidencia de que las personas humilladas se
alienan cada vez más y sus problemas se agravan (2006: 275). De
ahí la autora defiende la importancia de eliminar el estigma y
recuerda el principio del daño de John Stuart Mill como una ra-
zón convincente para una política pública. Según ella, el primer y
más esencial antídoto frente a la manera en que el estigma opera
es una firme insistencia en los derechos de libertad individual y
una firme garantía a todos los ciudadanos de la protección iguali-
taria por parte de las leyes. Por eso considera que si lo que se pre-
tende proteger es la dignidad humana, resulta peligroso usar la

Esta relación entre el derecho y la moral ha sido abordada por distin-


14

tos intelectuales, juristas y filósofos, y en el ámbito jurídico filosófico, véase a


Malem (1998).

272
Marta Lamas

repugnancia y la vergüenza como herramientas de la ley. Es más,


Nussbaum dice que los peligros planteados por la utilización de
la repugnancia y la vergüenza son “antitéticos de los valores de
una sociedad liberal” (2006: 366).
Aunque existen distintos tipos de vergüenzas y de repugnan-
cias, en el caso de las mujeres trabajadoras sexuales esa forma de
ganarse la vida15 ha sido —y sigue siendo— un factor determi-
nante asociado a esos sentimientos. Para muchas neoabolicionis-
tas que intentan erradicar el comercio sexual la repugnancia es un
elemento que subyace en su argumentación. Ya Nussbaum señaló
que el estigma hacia grupos tradicionalmente estigmatizados y
marginados, cuya conducta no afecta a terceros, debería ponernos
en guardia acerca de las formas en que operan la repugnancia y
la vergüenza. La ley debe ofrecer a los individuos fuertes protec-
ciones contra las intrusiones arbitrarias que, tanto del poder del
Estado como de las presiones sociales, ejercen para adaptar a las
personas a cierto modelo de conducta (2006: 321). Una presión
muy fuerte es la que ejercen las feministas neoabolicionistas, que
consideran que la comercialización del sexo envilece lo valioso de
la sexualidad y que degrada un intercambio humano que debe ser
íntimo. A estas feministas les provoca horror o repulsión que las
trabajadoras sexuales puedan llevar a cabo una labor consistente
en que un extraño invada “lo más íntimo” del cuerpo, y califican
dicho acto como un “ataque a la dignidad de la mujer”. Esa re-
pugnancia, que las lleva a desear “abolir” toda forma de comercio
sexual, las hace hablar de “mujeres en situación de prostitución”.
Según las neoabolicionistas, el comercio sexual siempre im-
plica violencia, indignidad y degradación inherentes, por lo cual
visualizan a todas las mujeres como víctimas y luchan por cri-
minalizar el comercio sexual. La criminalización del comercio
sexual en algunos países ha afectado duramente a las trabaja-

15
Como en todos los trabajos, hay diferencias sustantivas por la clase social
y el capital cultural que tienen. En el caso de las trabajadoras callejeras, repre-
senta realmente una forma de sobrevivencia. En otro nivel, como el de las call
girls y las escorts, implica ingresos extraordinarios.

273
¿Qué hay en un nombre? Creencias, prejuicios y discriminación

doras sexuales en el desarrollo de su oficio y en la consecución


de derechos laborales y su sindicalización.16 Desde la perspectiva
neoabolicionista se niega cualquier manifestación de consenti-
miento por parte de las mujeres, a quienes siempre consideran
“víctimas”, pues de la misma manera en que no puede consen-
tirse la propia esclavitud, en el comercio sexual —que califican
como una forma de esclavitud sexual— no puede haber consen-
timiento.17 Ahora bien, el consentimiento es crucial para escla-
recer si las mujeres participan autónomamente en el comercio
sexual o si son víctimas. Anne Phillips dice: “El desvanecimiento
de los límites entre la prostitución y la trata, y el aparente deseo
de considerar a todas las trabajadoras sexuales como víctimas,
resta importancia a la agencia de aquellas que deciden trabajar en
el mercado sexual y hace de la coerción la preocupación central,
incluso la única” (2013: 6).
Para las neoabolicionistas, la libertad de las mujeres, su agen-
cia, se cancela cuando se trata del comercio sexual. Pero el con-
sentimiento permite ver a las mujeres como seres capaces de
decidir qué opción laboral elegir. Con frecuencia se confunde
consentimiento y coerción; la coerción económica existe para todas
las personas que se ven obligadas a trabajar mientras que consen-
tir implica aceptar las condiciones que se imponen en determi-
nado espacio laboral (horario, salario, etc.). Las obreras que viven
coerción económica, también consienten al trabajo desgastante
y explotador en la fábrica (pero la situación de las obreras no es
tema de preocupación mediática mientras que hablar de “esclavas

16
Suecia es el caso paradigmático que se ha convertido en “modelo” para
las neoabolicionistas en todo el mundo pues, allí, en 1999 las feministas de
gobernanza lograron promulgar una ley que prohíbe el comercio sexual y
criminaliza a los clientes, pero no a las trabajadoras, a quienes considera “víc-
timas”, aunque las manda a la clandestinidad, con más riesgos y menos in-
gresos. Véase Kulick (2003).
17
Esta postura ha llevado a que en las leyes de diversos países explíci-
tamente se suprima el consentimiento desde la convicción de que ninguna
mujer “consiente” el comercio sexual. En México, por ejemplo, la normatividad
vigente establece que, aunque la mujer diga que consintió, no hay que aceptar
su dicho y siempre hay que tomarla como víctima.

274
Marta Lamas

sexuales” atrae mucha atención). ¿Son igualmente víctimas unas


que otras?
En México, al tiempo que existe el problema de la trata abe-
rrante y criminal, con mujeres secuestradas o engañadas, también
existe un gran mercado donde las mujeres entran y salen libre-
mente. Indudablemente, muchas trabajadoras eligen el menor de
los males dentro del duro y precario contexto en que viven, sin
embargo, algunas llegan a hacerse un patrimonio, a mantener
e impulsar a otros miembros de la familia e incluso a casarse.
Como las mujeres tienen posiciones sociales distintas, con for-
maciones diferentes y con capitales sociales diversos, en ciertos
casos el trabajo sexual es una opción elegida por lo empoderante
y liberador que resulta ganar dinero, mientras que en otros casos
se reduce a una situación de una difícil sobrevivencia que cau-
sa culpa y vergüenza. Pese a que la perspectiva neoabolicionista
describe al comercio sexual sin reconocer sus matices y compleji-
dades, lo que existe, más que un claro contraste entre trabajo libre
y trabajo forzado, es un continuum de relativa libertad y relativa
coerción. Por eso quienes sostienen que es un trabajo que ofrece
ventajas económicas tienen razón, aunque no en todos los casos;
y quienes declaran que la prostitución es violencia contra las mu-
jeres también la tienen, pero no en todos los casos (Bernstein,
1999: 117).
Desde la perspectiva interpretativa que plantea que las perso-
nas adquieren o pierden dignidad por sus acciones ¿hasta dónde
los prejuicios de la doble moral dificultan que la sociedad acep-
te que puede haber dignidad en el trabajo sexual? Se nombra
dignidad a la “gravedad y decoro de las personas en la manera
de comportarse” (rae, 1992). También es digno quien merece
respeto y estima por sus cualidades y su comportamiento (Seco
et al., 1999).Asimismo es digna la persona que tiene o muestra
respeto por sí misma y no se humilla ni tolera que la humillen.
En el panorama político actual, lleno de matices y contrastes,
algunas mujeres se nombran a sí mismas trabajadoras sexuales
y se resisten a que las llamen prostitutas o mujeres en situación
de prostitución. Defender la propia dignidad implica resistir a

275
¿Qué hay en un nombre? Creencias, prejuicios y discriminación

276
Marta Lamas

putas o mujeres en situación de prostitución. El uso de términos


políticamente correctos no impide la libertad de expresión, aunque
sí problematiza la reivindicación que habla del derecho a ofender.
El alcance que tienen las palabras y la intención con que se
usan remiten a un dilema de la libertad de expresión: ¿debería-
mos tener cuidado para no ofender y herir gratuitamente? En
la zona intermedia, entre decir las cosas como tradicionalmente
se ha hecho, con la carga de discriminación que ciertas palabras
conllevan, o utilizar eufemismos,18 se encuentra el lenguaje polí-
ticamente correcto con su aspiración de civilidad y respeto. Las
palabras políticamente correctas, a diferencia de los eufemismos,
son intervenciones simbólicas capaces de abrir una reflexión so-
bre los estigmas y los prejuicios.
Regresando al señalamiento de Shakespeare, la sexualidad
instrumental seguirá existiendo, aunque se la nombre de diferen-
te manera. Al conceptualizar el comercio sexual como un conjun-
to de habitus de larga duración, como una institución patriarcal y
como una dinámica psíquica vemos que los intercambios sexua-
les, sean mercantiles o no, reflejan las transformaciones sociocul-
turales, se potencian con cambios demográficos y económicos, e
integran las variaciones en la subjetividad. Y como la mancuerna
básica de alguien que vende y alguien que compra, o de alguien
que intercambia sexo por ciertos favores o regalos, probable-
mente se sostendrá, no hay que hacerse la esperanza de que el
comercio sexual —que sería mejor llamar sexualidad instrumen-
tal— vaya a desaparecer. La persistencia de servicios sexuales
comerciales en países donde la sexualidad tiene un estatuto más
aceptado que en el nuestro y donde existe un amplio sistema de
seguridad social, como son los países europeos, hace pensar que
el comercio sexual no se acaba con una mayor liberalidad sexual,
ni un nivel económico mejor. Tanto las necesidades y los deseos

18
Para la rae (1992) eufemismo es la “manifestación suave o decorosa de
ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”. Para Seco et al.
(1999) es “la palabra o expresión que sustituye a otra que se considera o malso-
nante o desagradable”.

277
¿Qué hay en un nombre? Creencias, prejuicios y discriminación

inconscientes, como la incapacidad de relación y las dificultades


sexuales, más la existencia de deseos inconfesados, discapacida-
des físicas y necesidades psíquicas, alimentan la demanda.
Y así como Honneth (1997) habla de una “gramática moral
de los conflictos sociales”, podríamos hablar de una semántica
moral de la discriminación, donde el apelativo prostituta se des-
plaza de la acepción original de “exponer para la venta” a la con-
notación cultural de “mujer indigna, degenerada y despreciable”.
Codificar la experiencia del comercio sexual no desde la trama
cultural de la doble moral, sino desde la reivindicación laboral,
¿haría una fisura respecto del discurso hegemónico que reprodu-
ce y alienta la discriminación? Tal vez. Lo que sí creo es que la
mediación de nombrar trabajadora sexual a quien se suele califi-
car de prostituta o puta es una intervención políticamente correcta
que no afecta la libertad de expresión y que sirve no sólo para
visualizar el aspecto laboral sino que también representa un gesto
de respeto a la dignidad de las trabajadoras.

278
Marta Lamas

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282
Subordinación y
silencio: sobre la
libertad de expresión
y la igualdad de
las mujeres
Amneris Chaparro

Introducción

El feminismo ha contribuido enormemente al debate en torno a


si la libertad de expresión debería ser un derecho irrestricto o no.
Asumiendo que la desigualdad de género es una condición estruc-
tural que permea todas las dimensiones de la vida social y dicta la
forma en que se articulan las asimetrías de poder entre hombres y
mujeres, la teoría política feminista ha desarrollado herramientas
conceptuales que buscan demostrar la manera en que ciertas ex-
presiones y discursos discriminan a las mujeres como grupo social.
En este contexto, el caso de la pornografía es paradigmático.
Mientras que la postura más liberal sostiene que la porno-
grafía es una forma de expresión como cualquier otra y debe ser
protegida por la ley, la postura del feminismo anti-pornografía
argumenta que ésta es un acto de habla que subordina y silencia
a las mujeres y, en consecuencia, ameritaría prohibición o, por lo
menos, el establecimiento de restricciones concretas. El conflicto
entre liberales y feministas es, al final del día, un conflicto en dos
frentes: por un lado, la libertad de expresión y el derecho a la
igualdad en sociedades donde la subordinación de un género con
respecto a otro es moneda corriente y, por otro lado, la libertad
de expresión de unos (varones) y su contribución a la falta de
libertad de expresión y el silencio de las otras (mujeres).

283
Subordinación y silencio: sobre la libertad de expresión y la igualdad de las mujeres

Este artículo muestra cómo es que ciertas expresiones consti-


tuyen en sí mismas formas de subordinación y silencio que abo-
nan a la perpetuación de la desigualdad de género en sociedades
democráticas liberales contemporáneas. Estas expresiones o ac-
tos de habla suponen retos importantes para el debate sobre los
límites de la libertad de expresión. La libertad de expresión es
pilar fundamental de nuestras sociedades y cualquier intento de
censura o limitación se asoma como autoritario. Sin embargo,
siempre es importante lanzar interrogantes sobre cuán cierto es
que el mejor remedio para las expresiones sexistas es más libertad
de expresión sin censura.
Me interesa pues hacer un recuento del debate en torno a la
pornografía para ilustrar la forma en que cierto feminismo cons-
truye un argumento a favor de establecer límites a la libertad de
expresión. Este feminismo hace tambalear algunas de las colum-
nas sobre las que descansa la doctrina liberal pues nota que el ejer-
cicio de la libertad de expresión está atravesado por la distribución
del poder y la autoridad lingüística de quien habla y que algunas
personas simplemente carecen de ese poder y esa autoridad por el
mero hecho de pertenecer a un grupo social per se subordinado.
Del debate en torno a la pornografía busco rescatar algunas
lecciones para evaluar dos casos recientes sobre actos de habla in-
formados por el sexismo y la misoginia. El primer caso son las
expresiones del actual presidente de los Estados Unidos, Donald
Trump, con respecto a las mujeres. El segundo caso es la petición
pública para evitar que el violador Thomas Stranger participara en
una plática en el festival Women of the World, celebrado en Londres
en marzo de 2017. El contexto, el contenido y la autoridad de las
personas involucradas en ambos casos varían notablemente, sin
embargo, se trata de ejercicios de libertad de expresión que son
parte de la enorme estructura de desigualdad que potencialmente
contribuyen a mantener a las mujeres en estado de subordinación y
silencio en temas que tienen que ver, sobre todo, con la sexualidad.
El artículo está estructurado de la siguiente manera. En la
sección uno se habla del conflicto entre liberalismo y feminismo
con respecto a la libertad de expresión y a la igualdad. La sección

284
Amneris Chaparro

dos busca dejar en claro qué es exactamente la pornografía y qué


es aquello que expresa que suele resultar tan problemático y que
lleva a feministas y liberales a la arena de boxeo. Una vez que ten-
gamos mayor claridad sobre qué es la pornografía, se discutirá,
en la sección tres, cómo es que constituye un acto de habla que
silencia y subordina a las mujeres. De las conclusiones obtenidas
de la revisión del debate sobre la pornografía es que intentaré
hablar de los casos Trump y Stranger en la sección cuatro. El
análisis de estos casos me permitirá ofrecer algunas reflexiones
sobre si el establecimiento de límites a la libertad de expresión es
la mejor medida para aproximarnos a una sociedad más iguali-
taria en donde las mujeres adquieran poder político y autoridad
lingüística.

Conflictos con la libertad y la igualdad

“La libertad de expresión de los varones silencia la libertad de


expresión de las mujeres”, sentenciaba Catharine MacKinnon a
finales de la década de los ochenta (MacKinnon, 1987: 193). En
ese momento el debate en Estados Unidos sobre si el material
pornográfico debía o no ser protegido por la Primera Enmienda
se encontraba en uno de sus puntos más álgidos. Por un lado, la
postura liberal heredera de John Stuart Mill argumentaba que
sólo puede haber censura si se demuestra que la pornografía cau-
sa un daño directo a alguien. Es decir, sin importar cuán espan-
tosos o de mal gusto son sus contenidos, es necesaria la existencia
de un nexo causa-efecto comprobable empíricamente del tipo
“el sujeto X cometió una violación sexual porque vio películas
porno” para despojar a la pornografía de cualquier protección
constitucional.1 La postura feminista, por otro lado, respondía
1
Representada en buena parte por los trabajos de Ronald Dworkin, quien
se refiere a la importancia de la independencia moral y el derecho de los in-
dividuos a producir y consumir pornografía. Dworkin dice que “las personas
tienen derecho a no sufrir desventajas en la distribución de bienes y oportuni-
dades sociales, incluidas desventajas en las libertades que les permite el dere-

285
Subordinación y silencio: sobre la libertad de expresión y la igualdad de las mujeres

que la pornografía es, en sí misma, dañina para las mujeres y, por


lo tanto, no puede ser entendida como un ejercicio legítimo de
libertad de expresión. Es decir, no es necesario averiguar cuáles
son los efectos dañinos de la pornografía puesto que la simple
(re)presentación de mujeres en escenarios sexualizados de vio-
lencia, abuso y degradación constituye formas de discriminación
que no deben ser protegidas por la ley.2
Los esfuerzos de varias feministas dentro y fuera de la acade-
mia por demostrar que la pornografía es dañina no tuvieron éxi-
to.3 Al día de hoy, la pornografía sigue estando protegida por la
Primera Enmienda en los Estados Unidos; de hecho, la mayoría
de las sociedades democráticas contemporáneas la protegen.4 El

cho penal, basadas únicamente en el hecho de que funcionarios y conciudada-


nos consideren sus opiniones sobre su manera de vivir incorrectas o innobles”
(Dworkin, 1991: 194).
2
Representada en buena parte por el trabajo de Catharine MacKinnon,
quien afirma ante la postura liberal “decir que la pornografía es un acto contra
las mujeres es visto como un artificio metafórico o mágico, retórico o irreal, una
hipérbole literaria o propaganda” (1993: 11).
3
Se puede decir que desde 1995 existió una pausa en la oposición a la
pornografía. Esta pausa puede estar asociada con los siguientes factores: un
número cada vez mayor de autoproclamadas feministas pro-sexo que realizan
estudios cinematográficos y culturales y obtienen la mayor parte del tiempo aire
en los medios de comunicación; la fuerte convicción de que la pornografía es
una forma de expresión que necesita ser protegida por las leyes de libertad de
expresión (por ejemplo, la Primera Enmienda en los Estados Unidos), y la difi-
cultad de mostrar una relación causal directa entre violencia contra las mujeres
(en particular la violación y la agresión sexual) y la pornografía. Además, dos de
las voces más fuertes en el debate contra la pornografía, Catharine MacKinnon
y Andrea Dworkin enfrentaron varios obstáculos en su intento de obtener una
compensación legal para las mujeres perjudicadas por la pornografía. Según
el periodista Drake Bennett, tanto MacKinnon como Dworkin “perdieron no
sólo la batalla legal sino la guerra cultural” sobre la pornografía (Bennett: 2005).
4
En México el Código Penal Federal (2017) se refiere sólo a crimen de
pornografía cuando se involucra a personas menores de 18 años de edad o que
no posean la capacidad para comprender el significado del hecho, o personas
incapaces de resistir que se les induzca u obligue a “realizar actos sexuales o
de exhibicionismo corporal con fines lascivos o sexuales, reales o simulados”
que puedan ser video grabados y distribuidos en redes de datos públicas y/o
privadas.

286
Amneris Chaparro

principal problema para las feministas anti-pornografía consistió


en sostener un argumento no causal, es decir, en querer demostrar
cómo la pornografía daña in situ a las mujeres como grupo social
(y no sólo a quienes participan directa y hasta voluntariamente
en ella). Pese a la “derrota”, esos esfuerzos feministas sí sentaron
las bases para el desarrollo de un nuevo argumento filosófico que
no se ocupa únicamente en los efectos del discurso pornográfico
sino en “las acciones constituidas por él” (Langton, 1993: 295).5
Así, en un texto que podría considerarse un clásico joven de
la teoría política feminista, “Speech acts and unspeakable acts”
(1993), Rae Langton le da piso filosófico a las palabras de Mac-
Kinnon sobre la libertad de expresión y el silencio de las mujeres.
Específicamente, Langton dice que la pornografía es un acto de
habla, pues al ser elaborada y presentada ante una audiencia, hace
algo: subordina y silencia a las mujeres.6 Ambos actos, subordina-
ción y silencio, son problemáticos no sólo para el feminismo sino
también para el liberalismo. Veamos por qué.
Langton argumenta que el discurso pornográfico subordina a
las mujeres porque presenta como placenteras conductas sexuales
humillantes y abusivas hasta el punto que las legitima. La porno-
grafía erotiza y reproduce una imagen equivocada de las mujeres
y de la sexualidad. Por lo tanto, protegerla supone un conflicto
de intereses entre libertad e igualdad: “la libertad de los hombres
de producir y consumir pornografía y el derecho de las mujeres a
un estatus civil igualitario” (Langton, 1993: 297–298).7 Sabemos
que cuando hay conflicto entre libertad e igualdad, casi por regla
de oro la primera lleva las de ganar pues la libertad en general
y la libertad de expresión en particular son entendidas como pi-
lares fundamentales de cualquier democracia liberal. Asimismo,
tenemos bien aprendido que la democracia necesita un mercado

5
Las cursivas son mías.
6
En la sección tres hablo a detalle de la forma en que la pornografía sub-
ordina y silencia.
7
O en términos de la Constitución de Estados Unidos: un conflicto entre
la Primera Enmienda (libertad de expresión) y la Decimocuarta Enmienda
(protección igualitaria).

287
Subordinación y silencio: sobre la libertad de expresión y la igualdad de las mujeres

donde todas las ideas circulen libremente para que sus ciudada-
nos y ciudadanas puedan discernir y tomar decisiones informa-
das. El caso de la protección constitucional a la pornografía es el
ejemplo perfecto de cómo se favorece a la libertad por encima
de la igualdad. Para decirlo sin rodeos: es más importante no
censurar, dejar que las ideas circulen y esperar que la sociedad las
autorregule y deseche aquellas que son nocivas, racistas, sexistas
o clasistas, que garantizar una representación justa de aquellas
personas y grupos en posición de desventaja.
En cuanto al silencio, Langton nos dice que la pornografía
silencia a las mujeres porque restringe el ejercicio de ciertas li-
bertades, a saber: libertad de protestar contra la violencia sexual,
libertad de rechazar avances sexuales no deseados, la libertad de
denunciar abusos ante un juzgado, o incluso la libertad de cele-
brar y promover nuevas formas de pensar la sexualidad (Langton,
1993: 328). Este segundo argumento revela un conflicto al inte-
rior de la libertad misma: “la libertad de los hombres de producir
y consumir pornografía, y la libertad de las mujeres de hablar”
(Langton, 1993: 298). El conflicto consiste en decidir qué liber-
tad es más importante: la libertad de ofender, de reproducir este-
reotipos, de subordinar o la libertad de protestar, de rechazar, de
denunciar. Aquí, el argumento del silencio cobra fuerza porque
apunta que la libertad de producir/consumir pornografía contri-
buye a que las mujeres sean incapaces de expresarse libremente
(al menos en los terrenos de la sexualidad). Esto significa además
que el tan necesario mercado de las ideas se encuentra incomple-
to pues una buena parte de la ciudadanía (las mujeres) es sim-
plemente incapaz de poner sus ideas en circulación. La premisa
detrás del argumento del silencio es que no existen condiciones
de libertad iguales para hombres y para mujeres; en específico,
que cuando se trata de hablar de sexualidad y de la forma en que
a las mujeres se les representa en la pornografía, ellas nunca (o
casi nunca) tienen la oportunidad de expresarse. Al contrario, la
libertad de expresar contenidos pornográficos que dictan qué es
ser una mujer, qué es el placer y cómo se obtiene ha sido prerro-
gativa de los pornógrafos y de los consumidores.

288
Amneris Chaparro

Subordinación y silencio se encuentran entrelazados: silenciar


a alguien supone privarle de ciertas libertades y garantías sociales
que sí están disponibles para otras personas; esa privación es una
forma de sometimiento que perpetúa injusticias y desigualdades
estructurales. Igualmente, dicho entrelazamiento significaría que
el conflicto al interior de la libertad no puede resolverse hacien-
do a un lado la idea de igualdad. El conflicto al interior de la
libertad existe, en gran parte, porque no hay igualdad: porque a
las mujeres no se les concibe como igualmente valiosas, libres,
humanas. No hay igualdad, ya se dijo, porque la forma en que las
sociedades están estructuradas obedece a patrones asimétricos y
jerarquías ordenadas por una impronta de género que dejan a la
mitad de la población en una posición de desventaja perenne.
Los dominios de la libertad de expresión no están exentos de esta
lógica de desigualdad.
La rentabilidad y ubicuidad de la industria pornográfica a ni-
vel mundial alertó a las feministas sobre la manera en que las
mujeres son representadas al interior de esa industria. Cuando se
hace una revisión de los primeros años del debate entre feministas
y liberales, es fácil notar que a la pornografía se le trata como un
tótem indiferenciado. Con el fin de evitar un error similar, en la
siguiente sección ofrezco una definición amplia de la pornografía.

Precisiones sobre la pornografía y


la pornografía no igualitaria

El Oxford English Dictionary define a la pornografía como “cual-


quier material impreso o visual que contenga la representación
explícita o exhibición de órganos o actividad sexuales, destinados
a estimular la excitación sexual” (oed, 2017). Podría decirse que
en esta definición sobresalen tres características: 1) la pornogra-
fía es un objeto tangible: pinturas, bocetos, novelas, películas y
revistas son el medio a través del cual el material pornográfico es
expresado; 2) la pornografía es sexualmente explícita: la exposi-
ción del cuerpo y/o de las relaciones sexuales es un elemento ne-

289
Subordinación y silencio: sobre la libertad de expresión y la igualdad de las mujeres

cesario; 3) la pornografía, necesariamente, es material destinado


a provocar excitación sexual en el espectador. La definición del
oed sirve como herramienta clasificatoria de materiales porno-
gráficos y no-pornográficos. El material no pornográfico puede
ser muy explícito y hasta obsceno o escandaloso; mientras que el
material pornográfico es explícito pero no necesariamente obs-
ceno ni escandaloso.8
La pornografía no puede ser tratada como una categoría
indiferenciada pues varía en cuanto al contenido, el público a
quien está dirigida y la calidad. Varía porque el término porno-
grafía abarca una amplia gama de subcategorías. Incluso cuando
el objetivo de toda la pornografía es causar excitación sexual, los
medios para lograr ese objetivo son significativamente diferentes
y también lo son sus implicaciones. Por ejemplo, las minorías
sexuales han utilizado la pornografía para ganar presencia pú-
blica.9 Del mismo modo, los colectivos de mujeres que producen

8
Pensemos, por ejemplo, en la pintura El origen del mundo (1866) de Gus-
tave Courbet, que muestra los genitales femeninos en primer plano. A esta
obra se le considera arte de alto nivel y se exhibe abiertamente en la colección
permanente del Museo de Orsay en París. Podría decirse que la pintura de
Courbet cumple las características 1 y 2 de la definición del oed y que, aunque
tiene una “vena libertina”, no tenía la intención de provocar la excitación sexual
del espectador sino más bien de causar escándalo. De acuerdo con la curaduría
del Museo, “la descripción casi anatómica de los órganos sexuales femeninos no
está atenuada por ningún dispositivo histórico o literario. Sin embargo, gracias
al gran virtuosismo de Courbet y al refinamiento de su esquema de color ám-
bar, la pintura escapa del estatus pornográfico” (Musée d’Orsay, 2012). Ahora
pensemos en una revista como Playboy, que muestra fotos de mujeres desnudas.
La revista está sellada y cubierta cuando se exhibe en tiendas o puestos de re-
vistas y cumple con las tres características de la definición del oed: al presentar
mujeres desnudas en posiciones sexualmente explícitas o como sexualmente
disponibles su objetivo principal es el de provocar la excitación sexual en el
espectador.
9
Por ejemplo, diversos artistas gráficos han hecho importantes contribu-
ciones a la desestigmatización de la homosexualidad. Durante los primeros
años de la revolución sexual en Europa y América las obras de Tom of Fin-
land (1920-1991) se convirtieron en un referente indispensable de cambio de
percepción sobre la homosexualidad. Tom of Finland creó historietas cómicas
con un contenido altamente homoerótico y pornográfico. Representar a las

290
Amneris Chaparro

pornografía (directoras, escritoras y actrices) tratan de desafiar


las representaciones convencionales de las relaciones sexuales
haciendo las cosas a su manera.10 Finalmente, incluso firmes de-
fensores de la pornografía se opondrían a la producción y distri-
bución de pornografía infantil porque es un crimen inexcusable.
Estos ejemplos demuestran que no se puede tratar a toda la por-
nografía como una sola categoría. Sin embargo, sí existe un tipo
de pornografía que es objeto de debate entre liberales y feminis-
tas: la pornografía no igualitaria.11
A. W. Eaton utiliza el término pornografía no igualitaria para
describir un tipo específico de “representaciones sexualmente ex-
plícitas que, en su conjunto, erotizan relaciones (actos, escenarios
o posturas) caracterizadas por la desigualdad de género” (Eaton,
2007: 676). La idea es que este tipo de pornografía es un medio
para representar las relaciones de desigualdad entre hombres y
mujeres. Así, los hombres ejercen los roles dominantes, mientras
que las mujeres ejercen los roles de subordinación. Además, en
la pornografía no igualitaria se espera que las mujeres obtengan
placer de las situaciones de desigualdad a las que están sujetas.
En este sentido, Eaton también distingue entre las representa-
ciones de la desigualdad y las representaciones del comporta-
miento violento: a veces la pornografía violenta se superpone con
la pornografía no igualitaria, pero no son equivalentes ya que

figuras estereotípicas de la masculinidad (soldados, infantes de marina, mo-


tociclistas, policías) en encuentros homosexuales fue una forma de poner de
relieve la existencia de una subcultura homosexual que en algunos países aún
era considerada criminal.
10
Esto se conoce como fem porn y, según las palabras de la directora de
pornografía Erika Lust: “Producimos películas para adultos, publicamos libros
eróticos y revistas, nuestras obras hablan de sexo, lujuria y pasión. Amor, no
porno. Y hacemos todo esto con un enfoque femenino, estético e innovador”
(Erika Lust, sitio web: www.erikalust.com).
11
Dos de las opositoras icónicas de la pornografía, Catharine MacKinnon
y Andrea Dworkin (1988), no hacen distinción alguna entre tipos de material
pornográfico y los condenan a todos por igual. No obstante, hay que notar que
hoy en día la lucha contra la pornografía se enfoca en contenidos que erotizan
la desigualdad. Bajo esta premisa, otras formas de pornografía igualitaria deben
ser protegidas por la ley.

291
Subordinación y silencio: sobre la libertad de expresión y la igualdad de las mujeres

“una de ellas erotiza las relaciones sexuales que son violentas mas
no desiguales, mientras que la otra es profundamente degradante
para las mujeres pero no es violenta” (Eaton, 2007: 676–677).
Al compilar las obras de diferentes autoras feministas12 es
posible sugerir que la desigualdad de género en las representacio-
nes pornográficas muy probablemente incluye, de manera ero-
tizada, una o más de las siguientes prácticas, actos o escenarios:
subordinación: las mujeres son representadas en roles sumisos
e inferiores; humillación: las mujeres son ridiculizadas y some-
tidas a actos vergonzosos; instrumentalización: las mujeres son
tratadas como herramientas de los hombres; reducción a las par-
tes del cuerpo: las mujeres son identificadas o equiparadas con
partes de sus propios cuerpos; deshumanización: a las mujeres
se les niega su humanidad y se les trata como si tuviesen poco o
ningún valor; objetivación: las mujeres son tratadas como obje-
tos pasivos; violación: las mujeres son tratadas como carentes de
integridad física, aquí se incluyen representaciones de violencia
sexual (abuso, violación, penetración con objetos), violencia física
(tortura, lesiones, mutilación, moretones, sangrado), y violencia
verbal (insultos, amenazas, uso de lenguaje coercitivo).
A estas alturas cabe preguntar qué es exactamente lo que hace
de estas representaciones pornográficas de la desigualdad de gé-
nero algo tan problemático para las feministas anti-pornografía.
MacKinnon asume que la pornografía es una experiencia real,
ya que “los hombres se masturban con mujeres siendo expuestas,

Los componentes de la pornografía no igualitaria aquí enlistados apa-


12

recen en algunos de los trabajos académicos más importantes sobre la por-


nografía. Sucede, sin embargo, que a veces las autoras sólo se refieren a ellos sin
proporcionar definición o aclaración alguna sobre lo que quieren decir. Lo que
he hecho aquí es extraer las características predominantes en la discusión de
cada autora sobre la pornografía. Así, de la obra de Eaton (2007) tomo las no-
ciones de degradación, abuso sexual, objetivación y subordinación. MacKinnon
y Dworkin (1988) hablan de deshumanización, humillación, sumisión y reduc-
ción a partes del cuerpo, penetración por objetos, degradación y lesiones. El
trabajo de Nussbaum (1995) sobre la objetivación pone de relieve las nociones
de instrumentalidad y objetivación. Y Langton (2009) habla sobre la reducción
a las partes del cuerpo.

292
Amneris Chaparro

humilladas, violadas, degradadas, mutiladas, desmembradas, ata-


das, amordazadas, torturadas y asesinadas” (MacKinnon, 1993:
17). Pese a la elocuencia con la que MacKinnon desdibuja las
fronteras entre la realidad y la ficción, aquí surge una objeción
a esa línea argumentativa: la pornografía es sólo una expresión
ficticia de esas vejaciones, no las crea ni mucho menos es capaz
de controlar la forma en que los espectadores reaccionan ante sus
contenidos.
Para responder a esa objeción hay que situar a la pornogra-
fía dentro de una estructura patriarcal de dominación. El pacto
fundacional de la estructura que informa la desigualdad entre
mujeres y varones, ya lo dijo Carole Pateman, es el contrato se-
xual. El establecimiento de un contrato sexual entre varones per-
mite el ejercicio de la ley del derecho sexual masculino, que supone
prácticas socialmente aceptadas a través de las cuales los varones
acceden a los cuerpos de las mujeres:13 “[l]a historia del contrato
sexual revela que la construcción patriarcal de la diferencia entre
masculinidad y feminidad es la diferencia política entre libertad
y subordinación y que la dominación sexual es el medio principal
a través del cual los hombres afirman su masculinidad” (Pateman,
1988: 206). Entonces, la pornografía no una mera representación
sino una expresión de la manera en que la desigualdad de género
opera. Es cierto, la pornografía no crea la subordinación, pero sí
contribuye al éxito de su propagación; veamos cómo lo hace.
La propagación de la desigualdad de género a través de la por-
nografía es sui géneris. El acceso a los cuerpos de las mujeres en
la pornografía no ocurre de manera directa pues requiere de me-
dios como películas, portales web o revistas para ser consumida.
Líneas arriba se mencionó que una de las condiciones necesarias
para etiquetar a un material como pornográfico es que éste bus-
que estimular la excitación sexual del espectador a través del uso
de imágenes sexualmente explícitas. Esto no es un problema en
sí, pero cuando en una sociedad donde la desigualdad de géne-

El matrimonio y la prostitución son las instituciones que Pateman tiene


13

en mente cuando se refiere al derecho sexual masculino.

293
Subordinación y silencio: sobre la libertad de expresión y la igualdad de las mujeres

ro es tan avasalladora, la pornografía es, en su vasta mayoría, no


igualitaria. Y ése sí es un problema. Para muestra un botón: en
una investigación realizada por Bridges, Wosnitzer, Scharrer, Sun y Liber-
man (2010), se analizaron los cincuenta videos pornográficos más
vendidos y alquilados según información obtenida en el portal
Adult Video News, con sede en los Estados Unidos. Se examinaron
304 escenas de las cuales 88.2% contenía agresión física (azotes,
amordazamiento, bofetadas). Un 48.7% de las escenas contenían
agresión verbal (insultos); 70.3% de los agresores eran hombres y,
como era de esperarse, 94.4% de las agredidas eran mujeres. En
95.1% de las 304 escenas las mujeres mostraron placer o respon-
dieron neutralmente a la agresión.
Este escenario significa que la excitación sexual ocurre ante
imágenes sexualmente explícitas de actos y situaciones de subor-
dinación, humillación, instrumentalización, reducción a las par-
tes del cuerpo, deshumanización, objetivación y violación de
las mujeres. Este tipo de pornografía contribuye a hacer de la
desigualdad de género una fuente aceptable de gratificación; y
además reproduce ideas y estereotipos de género con respecto a
la sexualidad y el consentimiento. En este sentido, el éxito de la
pornografía no igualitaria depende de dos cosas: a) lo que Ea-
ton llama el compromiso imaginativo de los espectadores y b) la
manera en que éstos internalizan los contenidos de desigualdad.
El compromiso imaginativo es un proceso emocional de entrega
con lo que se muestra en la pantalla. Este proceso no es exclusivo
de la pornografía. En general todas las personas tendemos a de-
sarrollar formas de compromiso imaginativo cuando vemos una
película, leemos una novela o miramos una escultura. Nuestro
compromiso emocional se evidencia en la variedad de respues-
tas que esas representaciones desencadenan en nosotros, como
la risa o el llanto. El supuesto básico aquí es que las representa-
ciones tienen un papel en el “entrenamiento [ético] de nuestras
emociones”. Eaton sugiere que:

[m]uchas representaciones solicitan a sus audiencias


respuestas emocionales que son éticamente relevantes.

294
Amneris Chaparro

Al hacerlo, activan nuestros poderes morales y am-


plían nuestra comprensión ética entrenando nuestras
emociones para responder a los objetos correctos con
la intensidad adecuada. Tales representaciones no sólo
afectan a la audiencia durante el compromiso real con
la representación, sino que también pueden tener efec-
tos duraderos sobre el carácter de alguien al moldear
las emociones morales (Eaton, 2007: 680).

La pornografía no igualitaria desencadena el mismo proceso


de compromiso imaginativo que las representaciones no porno-
gráficas. Lo particular de esta pornografía es que el compromi-
so imaginativo incluye la excitación sexual. Al excitarse, las au-
diencias de esta pornografía están siendo invitadas a respaldar
sus contenidos no igualitarios. En pocas palabras, la excitación
sexual parece constituir la manifestación más elemental de ese
compromiso imaginativo. Ésta es una razón clave por la cual la
pornografía no igualitaria puede promover y perpetuar la des-
igualdad de género. Hace que la desigualdad de género no sólo
sea normal y tolerable, sino una fuente válida de placer. Cuando
las audiencias aceptan actos de desigualdad como fuentes válidas
de gratificación sexual, están siendo invitadas a respaldar y per-
petuar condiciones sociales adversas para las mujeres: “[l]a por-
nografía pervierte la vida emocional de su público mediante la
solicitud de sentimientos positivos muy fuertes por situaciones
caracterizadas por la desigualdad de género y, al hacerlo, desem-
peña un papel en sostener y reproducir un sistema de injusticia
generalizada” (Eaton, 2007: 680).

Actos de habla: subordinación y silencio

En la primera sección mencioné que Rae Langton otorga piso


filosófico a un argumento formulado antes por Catharine Mac-
Kinnon: que la pornografía en sí misma constituye un daño con-
tra las mujeres porque las subordina y las silencia. También se

295
Subordinación y silencio: sobre la libertad de expresión y la igualdad de las mujeres

dijo que Langton atina en identificar la esencia del conflicto al


interior del debate sobre la libertad de expresión (libertad versus
igualdad y libertad de los hombres versus libertad/silencio de las
mujeres). Por su parte, en la segunda sección ofrecí una defini-
ción general de la pornografía y enfaticé que es la pornografía
no igualitaria la que debe colocarse al centro del debate en-
tre feministas anti-pornografía y liberales. Es decir, formas de
pornografía con contenidos igualitarios no ameritan escruti-
nio aquí. Esta sección tiene por objetivo unir ambos argumen-
tos: explicar cómo es que la pornografía no subordina y silencia
a todas las mujeres.
La pornografía subordina y silencia a las mujeres porque, ya
se dijo, son acciones constituidas por ella. Por acciones constituidas
hemos de entender aquello que ocurre al momento exacto en que
un acto es ejecutado. Por ejemplo, cuando alguien dice “sí, acep-
to”, no está enunciando simplemente dos palabras sino que, bajo
las circunstancias adecuadas, está contrayendo matrimonio. La
expresión “sí, acepto” constituye el acto de casarse.14 Esta premisa
descansa en el trabajo de John Langshaw Austin (1975 [1962]),
quien sugiere que hablar es hacer cosas con las palabras: a ello le
llama, actos de habla. En el universo austiniano, una expresión es
una situación total de habla y está constituida por tres momentos:
locución, perlocución e ilocución. Una locución es la simple enun-
ciación de una palabra o serie de palabras. La perlocución es la
consecuencia lograda tras la enunciación de las palabras: “al decir,
‘sí, acepto’, le provoco una gran angustia a mi madre y una gran
alegría a mi abuela”; las consecuencias que tiene un acto de habla
en sus interlocutores pueden ser impredecibles. Finalmente, la
ilocución es la acción que sucede al momento mismo de la enun-
ciación; en este caso, el acto constitutivo de contraer matrimonio.
Para Austin la ilocución es el acto de habla más interesante
(Austin, 1975 [1962]: 52) porque su realización no depende de

Los ejemplos de esta sección son retomados y en algunos casos refor-


14

mulados a partir de los trabajos clásicos de Austin (1975 [1962]) y Langton


(1993).

296
Amneris Chaparro

las consecuencias, sino de una fuerza específica y del cumpli-


miento de ciertas condiciones de felicidad. Un acto de habla tie-
ne fuerza ilocucionaria cuando satisface las condiciones de feli-
cidad establecidas por convenciones sociales específicas y cuando
se asegura que la o el interlocutor reconoce que una ilocución de
cierto tipo está siendo ejecutada. Entonces para que “sí, acepto”
constituya el acto de contraer matrimonio, una pareja ha de estar
frente a una autoridad reconocida para tales efectos, como un
juez; si no fuera así, el acto de matrimonio fracasaría (es decir,
algún acto de habla tendría lugar, pero no podríamos llamarle
matrimonio).
Es posible que algunas lectoras y lectores encuentren un
ejemplo como el del matrimonio un tanto insulso e inocuo. En
aras de mayor claridad conceptual conviene pensar en actos de
habla que constituyen formas de discriminación en sí mismos.
Pensemos, por ejemplo, en un letrero en donde se lee “Sólo ser-
vimos a blancos. No se permiten mexicanos”. ¿Qué hace este
letrero? Informa que en un determinado lugar las personas de
origen mexicano no son bienvenidas. Pero no sólo eso, el letrero
discrimina pues si la persona que lo lee es mexicana sabe que le
dice “tú no puedes entrar aquí”. Ése es el momento ilocuciona-
rio del letrero. Si quien lee el letrero es de origen mexicano, se
dará la vuelta y no entrará al lugar o le tomará una fotografía y
la compartirá en las redes sociales o se quejará ante las instancias
correspondientes; ésta es la perlocución, es decir, la consecuencia
no siempre planeada o predecible de la acción. Ahora, para que el
letrero tenga fuerza ilocucionaria debe cumplir con ciertas con-
diciones como, por ejemplo, ser desplegado en un lugar donde
la prohibición y la segregación tengan sentido. No es lo mismo
colocar el letrero en un barrio de El Paso, Texas, en 1940 o en
un vecindario con tradición segregacionista, que en un barrio de,
digamos, Tombuctú donde la probabilidad de fomentar políticas
segregacionistas y discriminatorias entre mexicanos y blancos es
casi nula. De igual manera, no es lo mismo que quien despliega
el letrero sea propietaria de un restaurante en San Antonio y
sobre el que tiene total control, a que sea un mexicano jugándole

297
Subordinación y silencio: sobre la libertad de expresión y la igualdad de las mujeres

una broma al resto de sus amigos mexicanos en Tombuctú. El


contexto y los actores involucrados importan mucho pues son
los motores que dan fuerza a la ilocución. El acto constitutivo de
discriminación ocurre por la fuerza ilocucionaria del letrero que,
a su vez, se encuentra sujeta a condiciones sociales y estructurales
concretas.
Siguiendo los pasos de Austin, Langton dice que en la por-
nografía no igualitaria, la erotización de la violencia sexual es
un acto de habla. No se trata de nada más mirar los contenidos
manifiestos que aparecen en la representación pornográfica ni
tampoco se trata de especular sobre las potenciales consecuen-
cias de esos contenidos. Se trata de ver en esas representaciones
formas muy concretas del trato que se les da a las mujeres y en
donde se legitima la violencia sexual como fuente de placer. En-
tonces, por ejemplo, cuando tenemos a un consumidor de esa
pornografía que vive en una sociedad patriarcal y se compromete
imaginativamente con tales contenidos, se cumple una condición
de felicidad pues reconoce que el acto de habla, la acción de ero-
tizar la violencia, es legítima pues le causa placer. Por el contrario,
si esas condiciones de felicidad no existieran, por ejemplo, si el
espectador viviese en una sociedad no patriarcal o fuese un femi-
nista empedernido, el acto de subordinación que se presenta en
la pantalla sería un acto fallido.
Todo esto para explicar cómo es que la pornografía subor-
dina. Ahora, para explicar por qué la pornografía silencia a las
mujeres, también hay que pensar al silencio dentro de la lógica
de los actos del habla. En esta lógica, el silencio puede ser de
tres tipos: el silencio básico, aquel donde no se emiten palabras y
que, por ejemplo, ocurre a través de la intimidación (la gente se
queda callada, la gente no acude a las urnas a votar, “calladita te
ves más bonita”). En el segundo tipo de silencio las personas son
capaces de pronunciar palabras pero no logran los efectos pre-
tendidos (“una invita, pero nadie asiste a la fiesta”, “una vota pero
su voto no cuenta”; Langton, 1993: 315). Este tipo de silencio se
acompaña de frustración, también se le conoce como frustración
perlocucionaria.

298
Amneris Chaparro

El tercer tipo de silencio es el silencio ilocucionario o habla


deshabilitada, y se entiende como la incapacidad de hablar, que
no de emitir palabras. Este silencio es generalmente atribuido a
grupos histórica y socialmente discriminados: aunque una per-
sona o grupo de personas se expresen, esas expresiones no tienen
fuerza, son ignoradas y fracasan en transmitir el mensaje deseado.
Por ejemplo, un actor en el escenario grita “fuego”. Sin embargo,
justo en ese instante se desata un incendio en el teatro; nadie le
cree pues creen que es parte de la obra. El actor emite palabras de
alerta pero éstas no alertan (Davidson, en Langton, 1993: 316).
Algo similar sucede con respecto al hablar de las mujeres: una
mujer pronuncia palabras, las dice en serio, pero no sólo no logra
el efecto que pretende sino que tampoco cumple la acción misma
que pretendía al hablar. Su discurso falla. Ella dice “no”, pero el
hombre lo toma como un “sí”, ella le pide que “se detenga”, pero
él no lo cree, ella denuncia una violación sexual, pero en la policía
le preguntan si está segura de lo que dice.
Al igual que el actor que grita “fuego”, la mujer que dice “no”
carece de autoridad lingüística: ambos son capaces de hablar,
pero son incapaces de hacer que sus audiencias les crean. A di-
ferencia del actor, esa carencia de autoridad lingüística no es un
infortunio, para ella es una carencia estructural. Langton sugiere
que “algo acerca de ella, algo sobre el papel que ocupa, le impide
expresar su rechazo. El rechazo […] se ha vuelto indecible para
ella. En este caso, el rechazo no es simplemente frustrado sino
deshabilitado” (Langton, 1993: 320). Este deshabilitar es la for-
ma más seria de silenciar y nos hace ver que “las mujeres no pode-
mos hacer cosas con las palabras aunque creamos que sí podemos”
(Langton, 1993: 328).
La pornografía contribuye a ese estado de cosas en el que las
mujeres se mantienen incapaces de hablar. La pornografía es una
forma activa de deshabilitación de las mujeres. La libertad de
los productores y consumidores de pornografía supera el derecho
de las mujeres a hablar. Lo hace en virtud del hecho de que las
mujeres no tienen voz dentro o fuera de la pornografía. Por eso,
añade Langton, ha sido peligroso protestar contra la pornografía,

299
Subordinación y silencio: sobre la libertad de expresión y la igualdad de las mujeres

rechazar las relaciones sexuales no deseadas, hablar abiertamente


de acoso o discutir nuevas formas de sexualidad.
La filosofía política feminista ha desentrañado los mecanis-
mos que demuestran cómo la pornografía contribuye al mante-
nimiento de la desigualdad de género. Los contenidos porno-
gráficos donde se erotiza esa desigualdad perpetúan imágenes
y estereotipos de género subordinantes. Al mostrar que la des-
igualdad expresada como sumisión y vejación es placentera, se
le a-problematiza. Igualmente, el feminismo anti-pornografía ha
repetido una y otra vez que el terreno en donde se lleva a cabo
la libertad de expresión ofrece condiciones diferenciadas para
quienes lo ocupan: las mujeres no pueden hacer cosas con las/
sus palabras porque no comparten el estatus moral, imaginario y
político igualitario de los hombres.
En la mayoría de las democracias liberales la pornografía no
igualitaria está protegida por la ley que defiende la libertad de
expresión. Empero, la decisión de privilegiar el derecho a la li-
bre expresión por sobre el derecho a la protección igualitaria no
debe parecernos necesariamente fatal. Si bien, desde una óptica
feminista se puede afirmar que hay condiciones necesarias para
oponernos, en principio, a la producción, distribución y consumo
de pornografía no igualitaria, un intento de censura también trae
consigo las siguientes objeciones: ¿por qué fijarnos únicamente
en la pornografía no igualitaria?, ¿si es una cuestión de princi-
pios, entonces por qué no prohibir todo?, ¿por qué no hablar de
la forma en que las industrias de la publicidad, la moda y el en-
tretenimiento subordinan y silencian a las mujeres? ¿O es acaso
el hecho de que la pornografía demanda sentimientos positivos
muy fuertes (i. e. excitación sexual) lo que la hace más problemá-
tica que otras representaciones injustas sobre las mujeres?
En respuesta a esas objeciones habría que decir que el hecho
de que una parte del feminismo esté dedicada a la problematiza-
ción de la pornografía no igualitaria, no significa que otros casos
de representaciones de subordinación y silencio no sean objeto
de estudio y reflexión filosófica. Lo que hace especialmente lla-
mativo al debate sobre la pornografía es que en él se articulan y

300
Amneris Chaparro

se desmitifican los pilares del liberalismo: la libertad y la igual-


dad. Ahora bien, es cierto que la prohibición y la censura no son
necesariamente las mejores antídotos para resolver el impacto
que tiene la pornografía no igualitaria en la perpetuación de la
desigualdad; pero tampoco lo es una política laissez faire.
La lección que hemos de aprender del debate sobre la porno-
grafía no igualitaria es la siguiente: generar un cambio en nues-
tro entendimiento acerca de la forma en que opera la libertad de
expresión cuando su ejercicio está informado por la impronta de
género. Sabemos de sobra que la libertad de expresión es muy
importante para el ejercicio de la autonomía de las personas, de la
ciudadanía, así como para el fortalecimiento de la democracia y
el Estado de derecho. Existe, sin embargo, otra característica que
hace de la libertad de expresión un derecho fundamental: es un
medio que nos da control sobre nuestra propia identidad. En las
palabras de Lorna Finlayson: “la libertad de expresión es cuestión
de tener cierto control sobre nuestras propias voces, lo que signi-
fica tener una voz sobre lo qué somos y cómo somos vistas, y que
ello no sea organizado para nosotras por quienes se encuentran en
posiciones superiores de poder” (2014: 775). Esto significa pensar
en recursos que otorguen a las mujeres más foros, más espacios de
interlocución entre ellas y con ellas hasta que sus ideas sobre sí
mismas, sobre sus identidades, sobre la sexualidad y el placer tam-
bién sean parte del mercado de las ideas. Esto significa privilegiar
la libertad de protestar, de rechazar, de denunciar, por encima de
la libertad de ofender, de reproducir estereotipos de género, de su-
bordinar y de silenciar. Sólo así garantizamos el fin del silencio y
la adquisición de autoridad lingüística y política para las mujeres.

Dos casos fuera de la pornografía

El debate en torno a la pornografía y las contribuciones del pen-


samiento feminista nos otorgan importantes lecciones que pue-
den iluminar casos tanto dentro como fuera de la pornografía.
Esas lecciones tienen que ver con la manera en que concebimos

301
Subordinación y silencio: sobre la libertad de expresión y la igualdad de las mujeres

el acceso y el ejercicio de la libertad de expresión. Existen leyes


que garantizan un acceso igualitario para todas las personas; sin
embargo, la realidad dicta otra comanda. La forma en que las
mujeres han sido históricamente excluidas de las plataformas
públicas de discurso es muestra suficiente de que el ideal liberal
de un espacio de iguales es eso, un ideal. Asimismo, la autori-
dad lingüística de unos representa una afrenta enorme para la
capacidad de otras de obtener poder sobre la definición de sus
identidades. Quisiera dedicar el resto del espacio de este artículo
a un ejercicio de extrapolación de lecciones con dos casos que se
sitúan fuera de la pornografía.
Caso 1. El actual presidente de los Estados Unidos posee una
colección pública de expresiones, en entrevistas y tuits, sobre las
mujeres. A lo largo de los años Trump se ha referido a varias
mujeres de la vida política y social con los siguientes adjetivos:
“gorda”, “cerda”, “animal repugnante”, “cara de perro”, “asquero-
sa”, “holgazana”. Asimismo se han hecho públicas declaraciones
en donde se jacta de su acceso a los cuerpos de las mujeres: “sabes
que me veo automáticamente atraído por las mujeres hermosas.
Simplemente comienzo a besarlas. Es como un imán… ni si-
quiera espero. Y cuando eres una estrella, ellas te dejan hacer-
lo, puedes hacer cualquier cosa… agarrarlas de la vagina, puedes
hacer cualquier cosa”. Trump ha coronado su pasión misógina
con un mensaje donde afirma “tengo un inmenso respeto por las
mujeres y los muchos papeles que sirven que son vitales para los
tejidos de nuestra sociedad y nuestra economía”.
Caso 2. En marzo de 2017, las organizadoras del festival Wo-
men of the World (WoW) recibieron una petición a través del por-
tal Change.org para cancelar la participación de Thomas Stran-
ger en uno de los eventos para conmemorar el Día Internacional
de la Mujer. Stranger, junto con Thordis Elva, es coautor de South
of forgiveness, un libro sobre “su historia de violación y reconci-
liación” (Elva y Stranger, 2017). En 1995, Stranger, un nativo de
Australia, conoció a Elva durante un programa de intercambio
estudiantil en Islandia. Se hicieron novios. No pasó mucho tiem-
po para que él abusara sexualmente de ella. Incapaz de reconocer

302
Amneris Chaparro

durante años que lo que había ocurrido era una violación, a la


edad de 25 años Elva contactó a Stranger en lo que se converti-
ría en un intercambio epistolar de más de ocho años. Ahora, con
un libro que busca provocar un cambio en el discurso en torno
a la violencia sexual (que transite de la sobreviviente/víctima al
perpetuador), Elva y Thordis comparten diversos escenarios ha-
blando de su experiencia. Muchas personas se opusieron a que
una persona que abiertamente ha admitido haber cometido actos
de violencia sexual tenga una plataforma en un foro que se supo-
ne busca hablar de los logros de las mujeres. Las organizadoras
del festival decidieron prescindir de la participación de Elva y
Stranger en el marco del WoW, sin embargo, calendarizaron su
aparición para fechas posteriores.
El caso de Trump es el de la misoginia directa donde a las
mujeres se les evalúa y clasifica por su apariencia. Esa evalua-
ción las sitúa en dos categorías: feas y hermosas. Los ataques de
Trump a las mujeres que considera poco atractivas buscan des-
legitimarlas. La idea detrás de ese abuso es que el único activo
que una mujer posee es su belleza; sin belleza, no es posible que
alguien pueda tener algo más que hacer en la arena pública. Las
mujeres a quienes Trump considera hermosas tampoco están a
salvo. No serán objeto de vilipendios verbales, pero sí serán obje-
tos potenciales actos de acoso y hostigamiento sexual. Las expre-
siones de Trump giran alrededor de una creencia no verbalizada
sobre la inferioridad de las mujeres. No se les trata como iguales
y se utilizan privilegios de clase, raza y género para legitimar su
discurso y “salirse con la suya”.
En la tradición estadounidense, cada una de las palabras de
Trump está protegida por la Primera Enmienda. Puede decirse
que sus expresiones son legítimas en tanto que no habría mo-
tivos sólidos de censura. Sin embargo, esas expresiones no son
inocuas. Y aquí no me refiero únicamente a las mujeres a quienes
directamente calificó con esos adjetivos, sino que son expresiones
problemáticas en términos de la fuerza ilocucionaria que contie-
nen. Esa fuerza, recordemos, está informada por el contexto en
que ocurre cada expresión y por la autoridad lingüística de quien

303
Subordinación y silencio: sobre la libertad de expresión y la igualdad de las mujeres

la emite. Y Trump se ha forjado, a lo largo de los años en la arena


pública estadounidense, una autoridad lingüística similar a la de
cualquier comentarista cultural o político; la diferencia es que la
autoridad de Trump no emana del conocimiento erudito sino
de su misoginia. A las expresiones de Trump les siguen reaccio-
nes mixtas de rechazo y celebración. Las reacciones de celebra-
ción son las más peligrosas pues, es posible conjeturar, muestran
acuerdo, gratificación con lo expresado. En síntesis, las expresio-
nes de Trump son formas de subordinación, pues intentan cla-
sificar a las mujeres como inferiores, y de silencio, pues intenta
deslegitimarlas en la arena pública.
En el caso de Thomas Stranger ocurren cosas muy distintas.
Aquí la pregunta principal es sobre los límites que deben impo-
nerse, o no, al discurso de alguien que ha cometido un crimen.
Stranger no es un violador convicto porque el tiempo entre el de-
lito y la posibilidad de denuncia ya había prescrito. Sin embargo,
admite haber violado a Elva y atravesar un largo proceso de re-
conciliación con ella y consigo mismo. Fueron dos las principales
objeciones al hecho de que a Stranger se le brindara un foro pú-
blico: que no es necesario darle voz a los perpetradores de la vio-
lencia porque contribuye a normalizar esa misma violencia y que
es una ofensa para todas las víctimas de violencia sexual (Elwakil,
2017). Elva es clara en su determinación de tener a Stranger jun-
to a ella en el escenario: los perpetradores de la violencia tienen
que hacerse responsables, tienen que dar la cara. Ésa es la única
manera en que podemos entender y, potencialmente, erradicar la
violencia contra las mujeres.
Me parece que el caso Stranger es muy aleccionador porque
efectivamente mueve muchas de nuestras intuiciones iniciales
sobre la forma en que debemos tratar a quienes cometen un cri-
men y si es justo o no censurar lo que sea que tengan que decir.
Creo que es plausible pensar que brindar un foro a perpetradores
de violencia o a criminales convictos no significa otorgarles auto-
ridad lingüística. Es decir, la fuerza ilocucionaria de las palabras
de Stranger queda acotada por los propios actos que ha cometido
y por su actitud hacia ellos. Queda, sin embargo, la deuda con

304
Amneris Chaparro

quienes han sufrido los efectos de la violencia sexual y se opusie-


ron categóricamente a la presentación. ¿Qué decirles a quienes
ven en el discurso de Stranger una afrenta a su integridad? No
creo que haya una respuesta fácil. Las organizadoras del festival
reconocieron la legitimidad de las opiniones de quienes pedían
retirar la plática. Sin embargo, decidieron programar la aparición
de Stranger y Elva en actividades fuera del marco del festival.
Este gesto es significativo porque, por un lado, muestra que la
presencia y las palabras de Stranger, las palabras de un violador,
son insensibles y no tienen cabida dentro de un evento donde
se busca celebrar a las mujeres. Pero aun así no ameritan censu-
ra porque hay lecciones valiosas que compartir con los muchos
hombres allá afuera que también han cometido violencia sexual
contra las mujeres. Al no censurar a Stranger se está realizando
un ejercicio donde al discurso que promueve la desigualdad se le
contrarresta con más discurso. Las palabras de Stranger son actos
de habla que no contribuyen a la subordinación y el silencio de
las mujeres sino que más bien, y paradójicamente, los denuncian.
En este ensayo he hablado de las tensiones entre el femi-
nismo y el liberalismo. Me he referido a la pornografía como
un caso clave para entender la manera en que los derechos de
libertad de expresión y de igualdad parecen incompatibles o difí-
ciles de reconciliar. El feminismo como teoría crítica busca hacer
notar que muchos de los pilares del liberalismo descansan en
ideas generalizadas de neutralidad que, una vez observadas des-
de la categoría de género, se develan inconsecuentes. Así, vimos
que el ejercicio de la libertad de expresión requiere poseer una
igualdad de condiciones políticas y sociales. Las mujeres como
grupo social subordinado han visto reducidas sus posibilidades
de ejercer su libertad de expresión. Asimismo, muchos ejerci-
cios de libertad de expresión han sido utilizados para perpetuar
la desigualdad de un género con respecto a otro causando una
espiral de subordinación y silencio. Sin embargo, hemos visto
que la respuesta a ejercicios de libertad de expresión que ayudan
a mantener la desigualdad de género no tiene que ser la prohi-
bición ni la censura. Finalmente, llevé las conclusiones extraídas

305
Subordinación y silencio: sobre la libertad de expresión y la igualdad de las mujeres

de la pornografía a dos casos fuera de ella. Estos casos abarcan


expresiones que hacen algo: en un caso esas expresiones subor-
dinan y silencian a las mujeres, pero en el otro no; ello se debe
a que la fuerza ilocucionaria de una expresión depende en gran
medida del poder y la autoridad lingüística de quien la enuncia.
Ningún caso ha supuesto censura ni prohibición total aunque sí
rechazo y condena.
Para finalizar, hay que decir que una de las tareas pendientes
del feminismo anti-pornografía es contribuir a la creación de un
espacio de igualdad en libertad para las mujeres. Ese espacio es
clave para la adquisición de poder y autoridad lingüística en la
definición de quienes somos, qué hacemos y qué queremos como
individuos y como sujetos de derechos.

306
Amneris Chaparro

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308
¿Apropiación indebida?
Una exploración de los
límites de la apropiación
y la resignificación de
palabras tenidas por
discriminatorias
Nicolás Alvarado

Resumen

El presente ensayo busca explorar las coordenadas culturales,


morales y políticas del ejercicio de apropiación y resignificación
de palabras tenidas por discriminatorias hacia grupos sociales
vulnerados. Parte de ese punto para estudiar también su uso por
parte de terceros que, ante la producción de nuevos significados
para viejos significantes, las emplean en tanto nuevas catego-
rías antropológicas, ajenas al discurso de odio y útiles al trabajo
de análisis cultural. A partir de autores como Saussure (1916),
Peirce, Butler (1997) y Kennedy (2002), busca hacer un análi-
sis histórico tanto del comportamiento polisémico que obser-
van ciertas palabras, observable a partir de un análisis diacrónico,
como de esa estrategia de reapropiación del lenguaje por parte
de los grupos vulnerados. También establece las coordenadas del
debate jurídico, moral y político sobre el derecho a su uso por
parte de actores a priori ajenos a esos grupos, y sobre la posibili-
dad de caracterizar éste como discurso de odio o no, a partir de
trabajos teóricos sobre la construcción de la identidad como los

309
¿Apropiación Indebida? Una exploración de los límites de la apropiación

de Butler (1990) y Kosofsky Sedgwick (1990). Aborda también


como caso de estudio en primera persona la polémica desatada
por la publicación de un texto–“No me gusta Juanga (lo que le
viene huango)” (Alvarado, 2016)– en que su propio autor ejercie-
ra esa reapropiación de términos tenidos por discriminatorios, y
las consecuencias de ésta tanto en términos institucionales como
para el debate público. En suma, el ensayo plantea la pregunta
de si deben existir palabras prohibidas, y de si deben serlo para
todos o sólo para algunos, desde una perspectiva interdisciplina-
ria que pasa por la antropología cultural, la semiótica, el análisis
literario y la teoría jurídica.

La palabra que hiere se convierte en un ins-


trumento de resistencia en el redespliegue que
destruye el territorio previo de su operación.
Tal redespliegue supone pronunciar palabras
sin autorización previa y poner en riesgo la
seguridad de la vida lingüística, el sentido del
propio sitio en el lenguaje y el que las propias
palabras hagan lo que uno dice.

—Judith Butler, Excitable Speech

Malas pécoras

Así llamaban nuestros abuelos a quienes obran de mala fe: a


quienes no se tocan el corazón para eludir sus responsabilida-
des y sus compromisos, para mentir, para traicionar. Aunque con
menos frecuencia –no por resultar especialmente misántropos
sino sencillamente porque la expresión cobró menos populari-
dad– podían decir de alguien que era buena pécora: persona de
nobles sentimientos, elevados principios morales, sólido com-
promiso ciudadano. Si bien hoy es raro escuchar una u otra frase
hecha –a no ser en boca de quienes vivían ya cuando estaban en

310
Nicolás Alvarado

boga, que estimo será cuando menos la primera mitad del siglo
XX–, lo que se antoja de plano imposible en nuestro tiempo es
que alguien emplee la palabra pécora sin hacerla anteceder de un
adjetivo. Nadie habla de pastorear pécoras o de contarlas. Y vaya
que resultaría cuando menos contemplable por la mera razón de
que el significado originario de pécora –del latín pecus, que se usa
para decir exactamente lo mismo– es oveja.
Se trata, pues, de una metáfora de claras resonancias religio-
sas: si en el cristianismo –religión mayoritaria en el Occidente a
cuya cultura pertenece la lengua española– la figura de Dios sue-
le ser antropomorfizada en la del pastor que cuida a un rebaño, y
si ese rebaño habrá de ser uno de ovejas (“Yo soy el buen pastor,
y conozco mis ovejas y las mías me conocen” Juan 10:3), el habla
popular habría tomado una palabra entonces vigente para refe-
rirse a ellas, la habría hecho sinónimo metonímico de persona y,
con el uso, habría generado una expresión idiomática a partir de
ella. Que pécora no sea vocablo corriente hoy derivaría también
del uso: en las batallas de la lengua –ésas que son por definición
peleas callejeras– oveja no mató a pécora pero sí que la exiló
–como joya a alhaja, como excusado a retrete, como maleta a ve-
liz– al museo de las minucias lingüísticas de la pre modernidad.
Digo que la exiló y no que la mató porque pécora –o, cuando
menos, su raíz etimológica: pecus– vive. Vive, por ejemplo, de
manera ostensible en la palabra pecuario, aquella que significa
“perteneciente o relativo al ganado”. De pecuario a pecuniario
hay sólo un paso… o, sí se quiere, una sílaba: la que hace derivar
el término de la palabra pecunio, que –lo dice el DRAE– es alte-
ración (callejera, huelga decir) de peculio y que refiere al dinero
y los bienes propios de una persona. Peculio (malhabido) es lo
que encontramos en peculado, término jurídico para designar el
hurto de caudales del erario. Pero también en peculiar. No llame
esto al lector a sorpresa pues ganado y peculio tienen idéntico
significado: posesiones que no han sido heredadas sino que de-
rivan del lucro (de la ganancia). Gana el ganadero buen dinero
con sus actividades pecuarias, obtiene de ellas un peculio que
–perdóneseme la necesaria tautología– le es peculiar. Que, en el

311
¿Apropiación Indebida? Una exploración de los límites de la apropiación

origen, no significa otra cosa que “objeto de su propiedad”, es


decir propio. Sistema diacrónico, la lengua ofrece a las palabras la
posibilidad de acumular significados y, por un proceso de elimi-
nación que transcurre a lo largo del tiempo, también de mutar a
la luz de esos significados, conservando algunos y haciendo otros
obsoletos. Si peculiares podían ser los bueyes de mi compadre
en el siglo XVIII –es decir suyos y de nadie más–, ¿por qué no
podrían también su nariz aguileña o su talante dicharachero o
su agilidad asombrosa o su deplorable capacidad para la envidia
–los suyos y los de nadie más, es decir los que se erigen en rasgos
distintivos, ya físicos, ya psíquicos– ser peculiares? Súmense esas
características tan peculiares (“tan de él”) y, con el correr de los
años (o de los siglos, que tantas mutaciones del lenguaje traen),
la gente terminará por decir de mi hipotético compadre que es
una persona peculiar.1

1
Peculiar, de hecho, es ejemplo pertinentísimo de una palabra que está
en trance de mudar de significado. El diccionario de la autoridad regulatoria
de la lengua española –es decir el de la Real Academia– le concede una única
definición –“Propio o privativo de cada persona o cosa”– que es la directamente
derivada de su origen etimológico en la palabra peculio. Una consulta a un dic-
cionario de uso del español, sin embargo –en este caso el de María Moliner–,
nos enfrentará a una situación distinta: si bien la primera acepción que recoge
Moliner es una variante del fraseo del DRAE (“Propio y característico de la
cosa que se trata”) añade una segunda, no recogida por la autoridad –“Especial,
diferente de lo corriente u ordinario”– y ejemplifica ese uso (“Tiene un sentido
del humor muy peculiar”). El español es una de las lenguas que se rige por una
autoridad central, lo mismo que el francés (la Académie Française, que es el
modelo de la Real Academia), el hebreo (la Academia de la Lengua Hebrea)
o el italiano (la Accademia della Crusca, que es la más antigua). No es el caso,
sin embargo, de lenguas como el inglés, que carecen de autoridad regulatoria
central y cuyos diccionarios de referencia (el Chambers, el Collins, el Oxford,
el Merriam-Webster) son todos de uso y, como el María Moliner (o, en francés,
el Larousse o el Robert por oposición al Dictionnaire de l’Académie Française),
se asumen dinámicos e históricos, es decir que van recogiendo los nuevos usos
de las palabras e identificando los obsoletos como arcaísmos. El Shorter Oxford
English Dictionary, por ejemplo, da como primera acepción del inglés peculiar
–equivalente en todo al español– “Distinguished in nature or character, particu-
lar, special” (es decir algo muy cercano a la segunda definición del Moliner) y
sólo como segunda “That exclusively belongs or pertains to or is characteristic of an
individual person or thing, or group of persons or things” –es decir una versión am-

312
Nicolás Alvarado

Cuestión de tiempo

Es éste un texto inserto en el campo de la semiótica, particu-


larmente en la rama que le diera origen, que es la lingüística, y
de manera aún más precisa en los postulados del que es tenido
por teórico fundacional de ambas, Ferdinand de Saussure. En
su Curso de lingüística general, corpus teórico fundacional de
esta disciplina, el suizo distingue el lenguaje –una facultad co-
mún a todos los individuos, “a caballo entre varios dominios, a
la vez física, psicológica y psíquica”– y la lengua, que sería “una
parte determinada” de éste, “a la vez un producto social de la
facultad del lenguaje y un conjunto de convenciones necesarias,
adoptadas por el corpus social para permitir el ejercicio de esa
facultad entre los individuos” (Saussure, 1916: 25). Siendo uno
y humano y universal el lenguaje, lenguas habría muchas (espa-
ñol, francés, japonés, serbocroata, zapoteco) y serían constructos
culturales, cosas adquiridas y convencionales: “[La lengua e]s la
parte social del lenguaje, exterior al individuo, quien no puede
crearla ni modificarla por sí solo; no existe sino en virtud de una
suerte de contrato celebrado entre los miembros de la comuni-
dad”. (Saussure, 1916: 31). Serían también las lenguas sistemas
hechos de signos interdependientes que, en su forma verbal –
porque también las hay no verbales, como la de señas–, equivalen

pliada de la definición del DRAE– antes de aclarar que, en la actualidad, sólo


se dice de una calidad o de un rasgo, mientras que su aplicación a propiedades o
posesiones es hoy arcaica. El Oxford, diccionario descriptivo e histórico –es de-
cir que ordena las acepciones de la más actual a la más obsoleta–, recoge pues ya
lo que el Moliner apenas comienza a hacer y lo que el DRAE todavía no hace,
diferencias entre una cultura que concibe los diccionarios como herramienta
descriptiva (es decir que recoge las mutaciones de la lengua) y una en que el
paradigma cultural de los diccionarios es prescriptivo (es decir que propugna
por un presunto uso “correcto” –y estático en el tiempo– o, puesto en términos
que en lo personal me resultan odiosos, que “limpia, fija y da esplendor”). (Si
me resultan odiosos es porque una lengua limpia y fija –y lo argumentaré en el
siguiente apartado– no tiene otro esplendor que el de los aparejos mortuorios:
una lengua vive en la calle –en las bocas de sus hablantes– y, creo, se ensucia y
se mueve como todo el que va por la calle.)

313
¿Apropiación Indebida? Una exploración de los límites de la apropiación

a las palabras, “combinación del concepto y la imagen acústica”


producida por el habla (Saussure, 1916: 99): para expresar lo que
entiendo por árbol (el concepto) recurro a una imagen acústica
(la palabra árbol, que es un signo, interdependiente de otros pues
es modificado por aquellos que le yuxtapongo: no es lo mismo el
árbol del tule que un árbol genealógico o que el árbol de levas de
un motor. En el proceso lingüístico del signo, Saussure llama a la
imagen acústica (la palabra árbol) significante y a los conceptos
que pueda contener (planta perenne de tronco leñoso y elevado,
cuadro descriptivo de los parentescos, eje rotatorio mecanizado)
significados, unidos por una relación de asociación que el au-
tor califica de arbitraria pues no resulta sino de una convención.
(“Así, la idea de “hermana” no está ligada por relación interna
alguna con la serie de sonidos ɛ-r’-m-a-n-a que le sirve de signi-
ficante; podría estar igualmente bien representada por cualquier
otra.” Saussure, 1916: 100.)2
Sin embargo, como he ilustrado ya con el caso de las palabras
derivadas del latín pecus –signo primigenio de esa relación de
asociaciones significantes, convención semiológica originaria– y,
especialmente, con el de peculiar, no es la relación significante /
significado(s) una que podamos considerar como inmutable, a
partir del hecho de que

[l]a lengua –y ésta consideración prima sobre toda


otra– es a cada momento asunto de todo mundo: ex-
tendida en una masa [en una comunidad de hablantes]
y manipulada por ella, es cosa de la que todos los in-
dividuos [pertenecientes a esa comunidad] se sirven a lo

2
La convención, además, cambia en cada cultura, como queda de mani-
fiesto en el ejemplo de hermana, donde el significado “persona o animal que
tiene en común con otra el mismo padre y la misma madre, o sólo uno de ellos”
permanece inmutable en todas las culturas, pero el significante que la conven-
ción le asigna cambia de una a otra, como prueban no sólo el francés soeur y el
español hermana sino, por ejemplo, el inglés sister o el alemán Schwester (que
otra convención arbitraria propia de esa cultura quiere se escriba siempre con
mayúscula por ser sustantivo).

314
Nicolás Alvarado

largo de toda la jornada. En ese punto, no es posible


establecer comparación alguna entre ella y otras ins-
tituciones. Las prescripciones de un código, los ritos
de una religión, las señales marítimas, etc., no ocupan
más que a un cierto número de individuos a la vez, y
eso durante un tiempo limitado; de la lengua, por el
contrario, participamos todos a cada instante, y es por
ello que está sometida sin cesar a la influencia de todos.
(Saussure, 1916: 107)

Saussure llama a este proceso “vida semiológica” y lo describe


como acción de las fuerzas sociales sobre la lengua en función
del tiempo. Esto hace que la lengua, sistema complejo, sea a un
tiempo inmutable y mutable, sincrónica y diacrónica, donde “es
sincrónico todo lo que se relaciona con [su] aspecto estático, dia-
crónico todo lo que se relaciona con sus evoluciones”. (Saussure,
1916: 117) Es decir que la idea absoluta y pura de la lengua es-
pañola como constructo no existe a no ser en la diacronía. Sin
embargo, sí que gobiernan leyes sincrónicas (una gramática dada,
una sintaxis particular, un vocabulario específico) constructos
temporales y mutables (perecederos en su uso corriente, pues),
a los que podríamos identificar como “el latín clásico”, “el latín
vulgar”, “el inglés moderno temprano” o aun “el español del Siglo
de Oro” o “el español del siglo XXI”. No que pueda hablarse en
el caso de esta regla, sin embargo, de dura lex, sed lex (al menos no
con el correr del tiempo):

La ley sincrónica es general pero no es imperativa. Es


impuesta sin duda a los individuos por la restricción a
que obliga el uso colectivo […] pero no contemplamos
aquí una obligación relativa a los sujetos hablantes.
Queremos decir que en la lengua ninguna fuerza ga-
rantiza el mantenimiento de la regularidad cuando rei-
na sobre un punto cualquiera. Simple expresión de un
orden existente, la ley sincrónica [de la lengua] cons-
tata un estado de las cosas; es de la misma naturaleza

315
¿Apropiación Indebida? Una exploración de los límites de la apropiación

que aquella que constataría que los árboles de un vergel


están dispuestos de forma escalonada. Y el orden que
define es precario, precisamente porque no es impera-
tivo. (Saussure, 1916: 131)

Termino mi argumentación, siempre amparado por el mis-


mo aparato teórico: si me he referido a las batallas de la lengua
como pleitos callejeros es porque éstas se libran día a día no sólo
en libros y simposios sino en tertulias y aulas, en comercios y
oficinas, en la televisión y en Twitter. Es decir donde quiera que
haya hablantes: “[T]odo lo que es diacrónico en la lengua no lo es
más que por el habla. Es en el habla que se encuentra el germen
de todos los cambios: cada uno de ellos es lanzado primero por
un cierto número de individuos antes de entrar en el uso.” (Saus-
sure, 1916: 138) Esos cambios, además, son de orden diverso: si
algunos tocan a la fonética (como en fecho y fermoso que, con el
tiempo, devendrían hecho y hermoso) y otros a la aglutinación que
genera nuevas palabras a partir de otras (rompevientos, cascanue-
ces), no son pocos los que alteran el significado de las palabras
(de los significantes) por medio de un proceso que puede pasar
por la adición de una nueva acepción que coexiste con la anterior
hasta que una de las dos deviene forma (temporalmente) domi-
nante –es el caso que ya hemos estudiado con “peculiar”– pero
que también puede pasar por la obliteración de un significado
en favor de otro. Para el DRAE, bizarro –del italiano bizzarro,
iracundo– significa, en su primera acepción, valiente, y en su se-
gunda generoso, lucido, espléndido; cuando menos en México,
la Academia –con su bien ganada fama de centralismo nacional
a cuestas– parece estar atrasada de noticias, pues es bien sabi-
do que hoy lo utilizamos como sinónimo de extravagante, acaso
por influencia del francés bizarre3. Caso muy similar –aunque

La mutación de significado del francés bizarre es heredera de su inter-


3

cambiabilidad con brave, palabra que significa valiente (como en el vocablo


inglés de idéntica grafía) pero que también puede ser usada en sentido irónico
a partir del término (encontrado ya en Molière) bizarrerie, cuya equivalencia a
nuestro valentonada lo llevaría a devenir sinónimo de extravagancia. El caso, de

316
Nicolás Alvarado

heredero de un barbarismo que deriva de una confusión propi-


ciada por el contexto– es el de lívido, cuya mutación por una vez
consigna ya el DRAE. Derivado del latín lividus, de idéntico
significado, quería decir originalmente amoratado. Lívidos –en
esa acepción, es decir morados– aparecen los muertos (y por cau-
sa de un proceso conocido, justamente como livor mortis) pero
sólo hasta pasadas dos horas de su deceso. Su uso frecuente en el
campo semántico de la muerte –y particularmente en contextos
médicos o literarios–, combinado con la ignorancia popular so-
bre la fisiología y la ciencia forense, quiso que la mayoría de los
hablantes del español (y también, por cierto, del inglés) identifi-
caran el término con el “intensamente pálido” que no sólo recoge
ya la Real Academia sino que ha pasado a convertirse, para todo
efecto práctico, en su acepción hegemónica.
Proceso parecido es el de algunos términos tenidos por dis-
criminatorios. Me viene a la cabeza, a guisa de mero ejemplo,
naco. O joto.

Aunque la naca se vista… de lamé

Como parte de una discusión sobre el carácter diacrónico del


lenguaje y la noción de corrección política, muestro a los alum-
nos de mi clase de semiótica una fotografía tomada por la mexi-
cana Daniela Rossell, extraída de su libro Ricas y famosas (2019)
[Figura 1], controversial para mis coetáneos –nací en 1975– pero
prácticamente desconocido para la generación millennial a que
pertenecen quienes frecuentan mi clase. (Lo que es más, y como
constataré a pregunta explícita, universalmente desconocido para
los estudiantes de Cine y de Diseño Industrial que integraran en

hecho, es idéntico al del valiente del que deriva valentonada que, si bien sigue
siendo equivalente a valeroso, también podía antiguamente aplicarse a cosas
extraordinarias por fuertes, por eficaces, por buenas (“Le dio un valiente puñe-
tazo”, “Valiente ciudad es Madrid”) y que hoy se conserva en exclamaciones y
con sentido irónico, como bien apunta y ejemplifica Moliner (“¡Valiente amigo
que te deja en la estacada cuando más le necesitas!”).

317
¿Apropiación Indebida? Una exploración de los límites de la apropiación

Figura 1. Daniela Rossell, extraída de su libro Ricas y famosas (2019)

el primer semestre de 2017 el grupo que me fuera asignado en


Centro de Diseño, Cine y Televisión).
Es una toma cenital de una sala de estar amplia y lujosa al
punto de la ostentación, decorada en un estilo históricamente
ecléctico, más bien afrancesado4. En primer plano, y en la esqui-

4
Aclaración necesaria en aras de la transparencia: un par de semanas antes
de impartir esa clase, estuve por primera –y hasta ahora única– vez en esa casa,
en ocasión de la búsqueda de sede para un proyecto de teatro inmersivo que ac-
tualmente desarrollo como productor. Fue en esa oportunidad que conocí tam-
bién a la mujer que aparece recostada en la imagen. La casa no cumplía con las
características técnicas que requiere el proyecto escénico, por lo que no he teni-
do (ni creo tener) ocasión de volver a ella. Días después, al preparar mi clase y
sin pensar en la casa, recordé el libro de Rossell, lo tomé de mi biblioteca perso-
nal –en la que reside desde el año mismo de su publicación– y lo hojée en busca
de una fotografía que me sirviera como material de enseñanza. Al toparme con
ésta, reconocí la casa y a la mujer. No fue esto, sin embargo, lo que determinó
su inclusión en mi clase (o en este trabajo) sino la lectura semiológica que de
ella es posible hacer. No descarto, sin embargo, que el proceso que me llevara a
volver a hojear el libro de Rossell después de años de no consultarlo haya sido
criptomnésico (es decir el de un recuerdo inconsciente), asaz motivado por mi
impresión reciente de la decoración de la casa, y de las maneras y el atavío de

318
Nicolás Alvarado

na superior derecha de la imagen, una enorme araña de cristal,


que pareciera la fuente primaria de iluminación. A su izquierda,
aparecen dos mujeres: una permanece de pie en el tercio superior
izquierdo de la fotografía. Su cabello recogido es negro, su piel
morena, su complexión media y, por la ropa que lleva –el vestido
blanco de manga corta acampanada y falda a media pierna, el
delantal atado a la cintura y los zapatos blancos sin tacón pero
con agujetas de un uniforme doméstico– pareciera dedicarse al
trabajo del hogar, es de inferir que en la casa en que fue tomada la
fotografía. A la derecha de ésta, recostada en un sillón capitonado
con tapicería de brocado y sembrado de cojines –la mayoría de
seda satinada, algunos de lamé dorado–, figura otra mujer, más
joven. Su cabello es rubio y lo lleva suelto, su piel es blanca y su
complexión también media. Lleva un vestido muy corto y en-
tallado, también de lamé dorado, y va descalza. Aparece echada
sobre los cojines, con un pie en el suelo y la otra pierna cruzada.
Mientras su brazo izquierdo descansa sobre el respaldo del sillón,
el derecho está doblado, de manera a colocar el dorso de la mano
a la altura de la barbilla, como haciendo un marco para su rostro
sin sonrisa, que mira directamente al objetivo, sin acusar conoci-
miento de la presencia de la otra mujer en la sala, que tampoco le
dirige la mirada o siquiera el rostro, volteado como está hacia fue-
ra de la imagen. Por la actitud corporal y el atavío de la mujer re-
costada, cualquier espectador puede inferirla la dueña de la casa.5
Es posible definir una imagen fotográfica como una cadena
de signos interrelacionados –una cadena significante, como lo es
también una oración–, en el contexto de una lengua (que en este

la mujer a la que reconocí después en la fotografía, y quien es hija de la dueña.


5
Resultaría hipócrita, además, no reconocer que, más allá de sus posturas
y atavíos, los rasgos faciales y el color de piel de las dos mujeres contribuyen
a identificar a una como trabajadora doméstica (i.e. como “pobre”) y a la otra
como propietaria de una casa lujosa (i.e. como “rica”), lo que no implica lectura
discriminatoria sino reconocimiento de desigualdades sociales y códigos cul-
turales imperantes en nuestro país a la fecha. Para muestra, lanzo al lector una
provocación: imagine una fotografía en que las mismas mujeres intercambiaran
posiciones, atuendos y posturas. Su presunta incongruencia sería indicativa de
nuestra desigualdad social pero también síntoma de nuestro Zeitgeist.

319
¿Apropiación Indebida? Una exploración de los límites de la apropiación

caso es la cultura que le da origen: las imágenes de Ricas y famo-


sas resultarían difíciles de descifrar para un rarámuri contempo-
ráneo que nunca hubiera tenido contacto con el entorno urbano,
o para un sumerio) y de un lenguaje (que es el de la fotografía, y
que constituye también una facultad, aun si no una natural dado
su origen tecnológico). En ese contexto, cabe concebir la inter-
pretación de los elementos que la integran (de sus signos, que van
del encuadre a la iluminación a los objetos que en ella aparecen y
su disposición) a partir de la definición que hace otro de los teó-
ricos tempranos de la semiótica, el estadounidense Charles San-
ders Peirce, de acuerdo a la cual un signo es “[a]quello que deter-
mina a otra cosa (su interpretante) a referirse a un objeto al que el
mismo se refiere (su objeto) de la misma manera, lo que hace del
interpretante a su vez un signo, y así ad infinitum”. (Peirce: Peirce
on Signs, 1991: 239). Es en esa definición sucinta –aunque no
sencilla– que aparece cifrado el proceso semiológico de acuerdo
a la teoría peirciana. Queda ahora tratar de elucidarla: si el pro-
ceso cognitivo supone el contraste de la(s) cadena(s) significan-
te(s) que nos son presentadas con referentes que ya poseemos6,
todo proceso semiológico será por fuerza referencial y llevará por
tanto implícito (y acaso inconsciente) un ejercicio reiterado de
comparación. El agente de esa comparación sería el interpretan-
te, y el acto de interpretación –que Peirce identifica como una
representación mediante– el que inviste de significado el signo (o
la suma interrelacionada de éstos, que es la cadena significante).
Hermético como puede ser en su discurso teórico, Peirce resulta
de una claridad meridiana a la hora de ejemplificar7:

6
Y, en efecto, es así ya en el proceso mismo de lectura de este texto que
acomete el lector: en él están en juego las lecturas previas a ésta que ha hecho,
su biografía personal y su eventual conocimiento del contexto en que se produ-
ce este trabajo (el libro que lo recoge, las instituciones que lo publican, el país
y la época en que aparece, la identidad del autor, y aun la relación interna que
guardan estos elementos): tales son los referentes con los que compara lo leído
en la cadena significante que constituye el texto.
7
Y bien lo reconoce al manifestar que su noción de esta representación me-
diante “puede ser explicada por ejemplos mejor que por una definición”.

320
Nicolás Alvarado

En este sentido, una palabra representa una cosa ante


la concepción en la mente del escucha, un retrato repre-
senta a la persona para la que fue destinado ante la
concepción de reconocimiento, una veleta representa la
dirección del viento ante la concepción de aquel que la
comprende, un abogado representa a su cliente ante el
juez y el jurado sobre los que influye (Peirce, 1991: 28; las
cursivas, mías, designan al agente que en cada caso funge
como interpretante).
­

El ejercicio realizado en clase a partir de la fotografía de


Daniela Rossell partía, pues, de mi propia construcción de su
significado en tanto interpretante (de su representación ante mi
contexto cultural y mi biografía personal, sobre la que abundaré
más adelante) y buscaba explorar hasta qué punto la representa-
ción de mis alumnos coincidía con la mía o discrepaba de ella a
fin de derivar en una discusión sobre el proceso semiológico (y
lingüístico) y su carácter diacrónico. En mi lectura, la fotografía
exhibe no sólo la disparidad social de ambos personajes retra-
tados sino el carácter ofensivamente ostentoso y resueltamente
poco solidario de la mujer recostada con respecto a la mujer de
pie, y la incomodidad tensa y tácita de ésta ante la situación8, lo
que (me) represento a partir de la decoración ahistórica y extra-
vagante de la sala, de la profusión de objetos que contiene y de lo
relumbrantes que son la mayoría de ellos –incluido el vestido de
la mujer recostada–, de la indiferencia de la mujer de dorado ante
la presencia de la de blanco, y de la postura (indolente) de una y
(crispada, tanto como aparecen sus puños) de otra. Si bien puedo
inferir –a partir del contexto que ofrece el libro, de lo que de su
biografía personal sé y de entrevistas a ella que he leído– que la
intención de la fotógrafa es construir una cadena significante que
8
Aclaración importante: esto no constituye un juicio moral sobre las per-
sonas retratadas –cuya relación, además, desconozco, aun cuando haya conoci-
do brevemente a una de ellas– sino una lectura de esta imagen en tanto inelu-
dible constructo, idea desarrollada ampliamente por Susan Sontag en Sobre la
fotografía.

321
¿Apropiación Indebida? Una exploración de los límites de la apropiación

produzca justo la representación que construye mi lectura, mi


carácter de (mero) interpretante no hace de ello sino una especu-
lación, verdad de Perogrullo ya que especulativa es siempre toda
lectura con respecto a la intención del autor9.
Peirce postula que el hombre10 es un signo (“[E]l hecho de
que todo pensamiento es un signo, tenido en conjunto con el
hecho de que la vida es un tren de pensamiento, prueba que el
hombre es un signo.” Peirce, 1991: 84). Y, en efecto, a partir de su
agencia interpretante –que cuando menos en algo será distinta
de la de todo otro individuo– es posible no sólo leer el signo que
interpreta sino leer al individuo mismo –al “hombre”–, en tanto
signo. Verbigracia mi propia representación de la fotografía de
Rossell, que me condujo a una reflexión que derivó inexorable-
mente en el signo que se traduce por la palabra naca. Aquí otra
vez entra en juego el interpretante: cualquier persona que, aun
viviendo en un entorno urbano mexicano en el siglo XXI y ha-
blando español, no hubiera estado atenta a los medios de comu-
nicación y/o a las redes sociales no encontraría probablemente
en ello gran cosa que leer. Quien sí caiga en ese supuesto, sin
embargo, advertirá que, pocos meses antes de mi relectura de la
fotografía en preparación de la clase, había sido yo objeto de un
escándalo público (así como de la emisión de un protocolo de
medidas cautelares emitido sin debido proceso, mediatizado, y
después retirado con idéntica ausencia de sustento jurídico, por
parte del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación de
mi país). Dicho escándalo derivaba, en gran parte de mi uso de
las palabras nacas y jotas –esto para referirme a las lentejuelas
que acostumbraba vestir sobre el escenario el cantante popular
mexicano Juan Gabriel– en un texto publicado como entrega de
mi columna semanal Fuera de registro en el periódico Milenio
Diario. Los términos, que usé con la intención de postular las
9
Es ésta, de hecho, una de las nociones clave del pensamiento posmoderno,
de Barthes a Derrida a Eco.
10
Y es de suponer que la mujer también. No se condene a Peirce a un
juicio sumario sin conocer su contexto: recuérdese que no vivía en tiempos del
lenguaje inclusivo.

322
Nicolás Alvarado

coordenadas culturales de la estética de Juan Gabriel y no con


la de hacer de él –o de cualesquiera otros– objeto de escarnio y
menos de discriminación, fueron tomados ayunos del contexto
de un texto que se pretendía, sobre todo, homenaje crítico y
juguetón a su carácter de figura icónica (y autoescarnio soca-
rrón por mi distancia con su obra y figura) y redundaron en
una andanada de manifestaciones en redes sociales –a saber si
sólo orgánicas o también producto de bots contratados– que
condujeron a la cuando menos desatinada actuación –a saber,
otra vez, con qué intención personal o política– de la Presi-
dencia de CONAPRED, a la mediatización del affaire y a una
serie de pérdidas profesionales graves y duelos personales. Tuvo
el asunto todo, sin embargo, algunas consecuencias favorables:
muchas muestras de solidaridad privada y muchas voces presti-
giadas alzadas en mi defensa pública pero también una serie de
procesos de reflexión, uno de los cuales es, en efecto, de orden
semiológico y puede traducirse en las ideas exploradas en este
texto y particularmente en mi interés en pensar las mutaciones
diacrónicas del lenguaje. Para explicarlo, comenzaré por citar
una de las formulaciones contenidas en una de las 12 quejas
interpuestas contra mi persona ante CONAPRED: “Además
agregó la palabra “naco” sinónimo de “indio” denostando la ca-
lidad del cantante, no tanto por sus habilidades musicales sino
por ser parecido o recordarle a los pobladores originarios de
nuestro país…”11.
Juan Gabriel no fue integrante de pueblo originario alguno:
no era un indígena, ni cabría manera de identificarlo como tal
por sus rasgos físicos, su lenguaje verbal, sus formas o su atavío.
Fue –como yo, como tantos en México– un mestizo. Sin embar-
go, algo hubo que llevó al interpretante autor del fraseo previo,
como a otros muchos, a asumir que al definir las lentejuelas bor-
11
Este fraseo consta en el expediente CONAPRED/DGAQR/866/16/
DQ/I/DF/Q866 que me fuera, en efecto, remitido, aunque sólo 12 días des-
pués del anuncio público de la emisión de unas medidas cautelares de las que
nunca fui notificado, a no ser por los titulares que la Presidencia de CONA-
PRED buscó procurarles en los medios de comunicación.

323
¿Apropiación Indebida? Una exploración de los límites de la apropiación

dadas en sus trajes de escena como nacas pretendía yo establecer


una comparación implícita con esos pueblos originarios, deroga-
toria para ambas instancias12.
Quien piense que el hecho de asociar la fotografía de Ricas
y famosas con la palabra nacas, y de poner a prueba las posibles
lecturas de esa palabra al momento de mostrar la ya referida fo-
tografía a mis alumnos de semiótica, me hace caer en el supuesto
de erigirme en signo en el proceso semiológico y de ser leído
como tal, de acuerdo a los postulados de Peirce, acertará: es claro
que en mi agencia interpretante de la fotografía están cifrados a
un tiempo 1) mi pregunta sobre la evolución diacrónica de la pa-
labra naco; y 2) mi biografía personal. He aquí las dos preguntas
que formulé en clase con respecto a la fotografía:

¿Podrían decir de alguna de las mujeres que aparecen retrata-


das en esta imagen que es una naca? De ser así, ¿de cuál lo dirían?

La respuesta fue unánime y afirmativa, y apuntó de manera


igualmente unívoca al personaje recostado, mujer de tez blanca,
rasgos europeos y vestimenta lujosa. Lo cual no significa necesa-
riamente que el significado de naco haya mudado por completo
(de hecho, de haber sido así nadie me hubiera reprochado su
empleo, en un proceso que hubiera sido análogo al que se traduce
en que ya nadie entienda peculiar como objeto de su propiedad
o bizarro como valiente) sino sólo que se trata de uno que ha
acumulado más de un significado, y que es objeto de un proceso
diacrónico de mutación aún en curso. El hecho de que un grupo
de mujeres y hombres que rondan los 20 años –es decir muy
jóvenes– haya apostado implícitamente por el más nuevo y el

Lo desencaminado de esa inferencia se ve reforzado, además, por el he-


12

cho de que las lentejuelas nada tienen de indígena ni de mexicano: su origen


está en el sudeste asiático y conocerían su auge internacional en el vestido a
partir de su puesta en boga en la Francia napoleónica. (Esto sin contar que
quien realmente las popularizara en tanto ornamento de los trajes de escena
masculinos sería el pianista estadounidense de origen italopolaco Liberace, in-
fluencia definitoria en la puesta en la narrativa escénica de Juan Gabriel.)

324
Nicolás Alvarado

que yo tenía en mente –es decir de una vulgaridad ostentosa e


indolente– no constituye evidencia de la culminación (siempre
potencialmente transitoria) del proceso sino sólo de una tenden-
cia que, de no verse interpelada por la aparición de otro nuevo
significado, podría completarlo pronto13.
El Diccionario del español de México publicado por El Colegio
de México –que es un diccionario de uso y, como tal, descriptivo
y no prescriptivo; tan así que en la entrada lívido no recoge ya la
acepción originaria que consigna el DRAE en primer término
sino que se limita a definir la palabra como aplicable a alguien
“que es o está sumamente pálido”– refleja, de hecho, la actual
polisemia de la palabra al ofrecer no una sino tres definiciones,
ordenadas cronológicamente:

Naco adj y s (Coloq y ofensivo) 1 Que es indio o indíge-


na de México. 2 Que es ignorante y torpe, que carece
de educación: un pinche tira naco. 3 Que es de mal gusto
o sin clase: “¡Qué blusa tan naca!

La historia de la palabra naco resulta fascinante ya sólo por


inexplorada. En sendos diccionarios de mexicanismos, tanto
Francisco Santamaría como Guido Gómez de Silva dan como
su posible etimología totonaco, de la que es contemplable fuera
apócope. Su primera acepción, claramente discriminatoria, como
sinónimo metonímico de indio –en el sentido de integrante de
los pueblos originarios de México, no de natural de la India (que
es menester recordar acepción primera y no derogatoria de esa
palabra14)– sufriría, sin embargo, alrededor de los años 70 una
primera mutación hacia la segunda definición que consigna el
Diccionario del español de México, popularizada ésta por el per-

13
Este hallazgo empírico encuentra, además, su validación científica en un
Estudio sociolingüístico de la palabra “naco” realizado por la investigadora de
la UNAM Sandra Strikovsky en 2010, disponible en https://es.scribd.com/
document/15238873/Estudio-sociolinguistico-de-la-palabra-naco .
14
Aunque ya no hegemónica en México, donde ha sido suplantada en gran
medida por el barbarismo eufemístico hindú.

325
¿Apropiación Indebida? Una exploración de los límites de la apropiación

sonaje televisivo El Pirrurris, creado por el comediante mexicano


Luis de Alba en 1978.
Parodia descarnada y desternillante del estereotipo entonces
conocido como júnior o hijo de papi –el antecedente del actual
mirrey: un heredero prepotente, narcisista y clasista–, El Pirru-
rris tildaba a todos a los que veía como socialmente inferiores de
nacos, recogiendo y haciendo moneda corriente un primer fenó-
meno de mutación semántica del término: de forma derogatoria
de designar a los descendientes de los pobladores originarios de
México a expresión ofensiva para todo aquel que perteneciera a
un estrato socioeconómico bajo, aun cuando no tuviera adscrip-
ción étnica indígena e incluso desenvolviéndose –como la ma-
yoría de los personajes aludidos por El Pirrurris– en un entorno
urbano.
El Pirrurris pondría la palabra naco, y su flamante significado,
en el Zeitgeist del México de fines de los 70 y principios de los
80. Tanto así que ello daría lugar a una manifestación reivindica-
tiva del término a manos de la banda de rock mexicana Botellita
de Jerez que, en su canción “El Guacarock de la Malinche”, in-
trodujera el verso que habría de devenir su consigna y su divisa:
naco es chido15. Con ello, los músicos pretendían poner en valor
la cultura de las clases bajas urbanas mexicanas en un ejercicio de
apropiación lingüística, fenómeno que bien describe el jurista y
escritor Randall Kennedy en su ensayo sobre una palabra inglesa
si cabe más polémica que naco: Nigger: the Strange Career of a
Troublesome Word:

Muchos negros hacen también con nigger lo que otros


miembros de grupos marginalizados han hecho con
insultos destinados a humillarlos. Han arrojado el in-
sulto de vuelta a la cara de sus opresores. Han añadido
un significado positivo a nigger de la misma manera

15
La frase, de hecho, daría título al álbum de 1987 en que fuera publicada
la canción, así como a un documental biográfico dirigido por el también guita-
rrista de la banda, Sergio Arau, estrenado en 2010.

326
Nicolás Alvarado

en que las mujeres, los gays, las lesbianas, los blancos


pobres y los hijos nacidos fuera del matrimonio se han
apropiado con actitud desafiante, y revalorado, palabras
como bitch, cunt, queer, dyke, redneck, cracker y bastard.
(Kennedy, 2002: 38)

Los integrantes de Botellita de Jerez –Sergio Arau, Arman-


do Vega Gil y Francisco Barrios “El Mastuerzo”– tampoco son
indígenas y ni siquiera pertenecen al proletariado urbano: son
tres individuos nacidos en familias de clase media, uno de ellos
–Arau– hijo de un hombre que, a su nacimiento en 1951, era ya
una estrella del teatro de revista como parte de un afamado dúo
de bailarines y que, al momento de la fundación de la banda de
rock de su hijo en 1982, había hecho carrera como actor (incluso
en Hollywood) y como uno de los directores más prestigiados
del cine mexicano. Su difícil pertenencia al estereotipo del naco,
sin embargo, no los invalidó en ese momento para reivindicar la
palabra. Corrían tiempos menos proclives a la equidad pero tam-
bién menos propensos a la histeria colectiva y el pánico moral.
Naco, sin embargo, habría de ser objeto de una tercera muta-
ción de significado, en un proceso que describe la artista visual,
curadora e investigadora en artes austriaca avecindada en Méxi-
co Nina Hoechtl:

Con el correr del tiempo […], naco ha sufrido diversas


transformaciones en su significado. Si bien el origen
del término encuentra su raíz en los estereotipos ra-
ciales y la discriminación, la forma en que naco es usa-
do hoy indica que supuestamente puede ser aplicado a
cualquiera sin importar la raza, la etnicidad o la clase.
(Hoechtl, 2013: 31)

Para dar cuerpo a esa definición, la autora se sirve líneas abajo


de una breve cita del mexicano Claudio Lomnitz –“El kitsch de
lo naco es considerado vulgar porque incorpora aspiraciones al
progreso y a la cultura material de lo moderno de manera imper-

327
¿Apropiación Indebida? Una exploración de los límites de la apropiación

fecta y parcial” (Lomnitz, 1999: 23) – de la que yo abrevaré con


mayor amplitud para mejor precisar ese nuevo uso de naco:

Por otra parte, vale la pena hacer notar que, al definir lo


naco de esta nueva manera, la categoría cultural de lo
naco ya no cabe ni se reduce a una clase o sector social
como lo había sido antes: el kitsch de la modernización
afecta a nuestras clases altas de manera notable – y me
refiero no sólo a ejemplos sobresalientes de “naquez”
monumental como puede ser El Partenón de Durazo–,
pero el kitsch moderno de grandes sectores de nuestra
burguesía está a la vista en la arquitectura doméstica
de cualquier colonia residencial construida después de
1960. (Lomnitz, 1999: 23)

Esta razonablemente nueva definición de lo naco16 encuentra


resonancia en una de las asociaciones que postula el cuestionario
diseñado por la investigadora Sandra Strikovsky en un Estudio
sociolingüístico de la palabra “naco”17 (“llamar la atención”) y que,
en reforzamiento de la novedad de ese significado y su adopción
por la capa más joven de la población, resultaría la elección ma-
yoritaria –empatada con “irrespetuoso” pero muy por encima de
“inculto e ignorante”– entre una muestra de 18 a 25 años en que
no hubo un solo informante que asociara “mucho” lo naco con lo
indígena o la piel morena18.
Acaso la anterior argumentación haya ayudado a demostrar
que de los tres significados que hoy es posible identificar en

Y matizo con el “razonablemente” puesto que Lomnitz la recoge ya


16

desde 1999, es decir 17 años antes de la publicación de mi texto sobre Juan


Gabriel y 18 años antes de la de este ensayo.
17
Op. cit. N. 13.
18
De hecho, la asociación “indígena o piel morena” a naco obtiene un 0
por ciento de respuestas “mucho” en todos los grupos de edad; sin embargo,
mientras un 83 por ciento responde “nada” ante esta asociación en el grupo de
18 a 25 (y un 64 por ciento en el de 26 a 44), la respuesta “nada” baja a 38 por
ciento en el de 45 a 54.

328
Nicolás Alvarado

el significante naco sólo dos son discriminatorios –el prime-


ro en términos étnicos y el segundo en términos de clase–, y
que el tercero, que es el que parece estar en trance de hacerse
hegemónico (y que es al que apelé yo en la frase de marras, lo
que es fácil de deducir a partir del contexto que le brinda el
texto19) no lo es… o al menos no explícita y conscientemente.
Quien se refiere a alguien o a algo como naco (o como tonto
o como ignorante) bien puede resultar ofensivo –así lo marca,
como hemos visto ya, el Diccionario del español de México– y,
en efecto, Lomnitz identifica en el uso del término un proceso
de “distinción” que bien se ajusta al postulado que hace Pierre
Bourdieu en su libro La distinción, criterio y bases sociales del
gusto, y que postula éste último –campo de referencia para la
tercera definición de naco: “de mal gusto o sin clase”– como
un sistema de asociaciones simbólicas al que recurrimos para
tomar distancia de aquellos a los que consideramos de un rango
social inferior al nuestro, tendiente a perpetuar y reproducir la
estructura de clases.
Bourdieu explica ese proceso a partir de la metáfora de una
carrera –“Todos los grupos que se encuentran comprometidos en
la carrera, sea en el puesto que sea, no pueden conservar su posi-
ción, su singularidad, su rango, si no es a condición de correr para
mantener la separación con los que les siguen inmediatamente y
amenazar así en su diferencia a los que les preceden” (Bourdieu,
1998: 161)– y tal era la exacta lectura que hacía yo en aquel tex-
to al advertir mi propio rechazo a los aparejos vestimentarios
de Juan Gabriel –a sus lentejuelas, “por nacas”– y afirmar que
encontraba en mi propio clasismo inconsciente “el origen de mi
problema con Juan Gabriel (y digo mi problema porque es mío y
no suyo, porque en vida o en muerte a Juanga le vengo huango)” y
reconocer que “la pérdida es real y que es enteramente mía. Pero

19
Siempre y cuando se tenga el rigor moral e intelectual de leer el texto,
disponible aún en http://www.milenio.com/firmas/nicolas_alvarado_fuera-
deregistro1/Soy_uno_de_los_poquisimos_mexicanos_que_no_asumen_a_
Juan_Gabriel_como_un_idolo_18_802299773.html .

329
¿Apropiación Indebida? Una exploración de los límites de la apropiación

condicionado como estoy por mi circunstancia, no puedo evitar


reaccionar como reacciono”20.
Donde CONAPRED leyó en un primer momento –porque
luego se retractó, aun si de manera timorata– discriminación, no
había, pues, sino anagnórisis culpígena

Con j de joto

Tal es el título de un capítulo del libro de mi autoría Con M de


México, un alfabeto delirante, publicado en 2006 –es decir 10 años
antes de que me atreviera yo a calificar de jotas las lentejuelas
de los trajes de escena de Juan Gabriel– en el que exploro bajo
la forma del ensayo literario la relación neurotizada de la cultu-
ra mexicana con la homosexualidad masculina, y cito a Carlos
Monsiváis –quien tanto y tan bien escribiera sobre el tema desde
una condición personal marginal tan explícita como podía serlo
en su tiempo– para condenar el trato que la cultura mexicana –y
en particular su vertiente machista– ha dado al

… homosexual concebido como joto, como afeminado


y como travesti, como ridiculizable por inherentemen-
te ridículo, como pecador que “en el mejor de los casos
merece esa forma de perdón que es el choteo”.
¿De qué debe perdonar el macho al homosexual? De
recordarle que también puede ser femenino, sensible,
pasivo. De amenazarlo con una emasculación que se
traduce siempre en pérdida de poder político, social,
sexual. De cuestionar su esencia misma y, en el camino,
erradicar su predominio. Mejor entonces neutralizar-
lo. Mejor llamarlo siempre jotito e imaginarlo siempre
vestida. (Alvarado, 2006: 104)

Mi uso del término joto –y de su diminutivo aún más insul-


tante jotito– en ese texto que es clara acusación del estigma que
20
Op. cit. N. 19
330
Nicolás Alvarado

constituye la condición homosexual en una sociedad machista


como la nuestra se inscribe en el significado originario que con-
signa otra vez el Diccionario del español de México:

joto 1 s m (Popular y Groser) Hombre homosexual:


“Los jotos iban vestidos de pavo reales”, “Joto el que lle-
gue al último”.

El origen del término es incierto pero las hipótesis popula-


res apuntan a dos posibilidades: la costumbre de encerrar a los
homosexuales acusados de “faltas a la moral” en la crujía J de
la cárcel de Lecumberri en tiempos de su inauguración –y muy
poco antes del famoso “Baile de los 41” que constituye una de
las horas más negras de la homofobia mexicana– y una, acaso
más verosímil, que postula el escritor Sergio Téllez-Pon en un
artículo publicado en el suplemento Confabulario del periódico
El Universal:

En las cuartetas de Vanegas Arroyo hay otra pista, tal


vez la más acertada, cuando dice: “Mírame, marchando
voy / con mi chacó a Yucatán, / por hallarme en un
convoy / bailando jota y cancán”. En este caso, “jota” se
refiere, como el cancán, a un baile, un típico baile espa-
ñol; o sea que según esas cuartetas se les encontró bai-
lando uno y otro bailes, en ambos se agitan las manos
y se brinca mucho: de hecho, “jota” proviene del mozá-
rabe “sáwta”, salto, derivado a su vez del latín “saltare”:
saltar, brincar, bailar. También de ese baile proviene la
“sota” de la baraja española y por otra parte están los
derivados “xoto” o “choto” (justo como les dicen a los
gays en Puebla y Veracruz). (Téllez-Pon, 2013)21

21
Lo que estaría en sintonía con otra de las etimologías populares de joto,
entendido como homosexual, que encontraría su origen en la carta marcada
con la letra J y conocida Jack en la baraja inglesa, equivalente a la sota española,
y que habría dado origen a la acepción homofóbica del vocablo por ser la que
“va debajo” del Rey y la Reina.
331
¿Apropiación Indebida? Una exploración de los límites de la apropiación

Es a partir de ese uso derogatorio que es posible imaginar


la construcción de la que el Diccionario del español de México da
como segunda acepción de joto – “Miedoso, cobarde: ‘No seas
joto’–”, derivada de la caracterización estereotípica y artera del
homosexual como persona poco valerosa a partir de su presunta
feminización, carambola de tres bandas que, en su origen, logra
denostar no sólo a los hombres homosexuales sino a las mujeres
a partir de un retrato metonímico y reduccionista que querría a
unos y a otros intrínsecamente timoratos.
Sin embargo, y como bien ha sucedido en otros casos que
ejemplifica Kennedy en un pasaje ya citado, joto ha sido también
objeto de un fenómeno de apropiación por parte del grupo al
que pretendía originalmente vulnerar, que habría incorporado a
su propio léxico la palabra “con actitud desafiante, y [la habría]
revalorado”. Ello queda claro no sólo en la afirmación en primera
persona del propio Téllez-Pon (“Los gays también usamos ‘jota’,
que es la feminización de lo ya feminizado”) y en la cita del es-
critor Enrique Serna de la que se sirve para ampliar su definición
del joteo asociado (“El joteo contrarresta la exageración histrió-
nica de lo masculino, limpia nuestro léxico de asperezas y nos
permite sostener, con el tejido sobre las rodillas, una verdadera
y natural conversación de hombre a hombre.” Serna, 2012: 29)
sino en un proceso descrito en el estudio sobre la(s) homosexua-
lidad(es) masculina(s) Sexo entre varones del sociólogo y antropó-
logo Guillermo Núñez Noriega, quien alude a

… la dualidad de interpretación entre “puto” y “joto”


porque mientras por un lado esas frases son pronun-
ciadas peyorativamente para señalar al homosexual, los
hombres gay, dentro de su entorno les retiran el sentido
ofensivo, al utilizar dichas palabras entre ellos mismos,
bajo tonalidades de broma, juego y burla. Ahí se distin-
gue el carácter lúdico y resignificativo.

Resignificativo y, por tanto, emancipador, ya sólo en tanto


subversivo del poder de una autoridad externa que condenaría al

332
Nicolás Alvarado

receptor del epíteto a quedar fijo en una identidad disminuida,


fenómeno abordado por Wendianne Alice Eller en su Sociolin-
güística del español gay mexicano:

En cuanto a las palabras que consideran más ofensivas


[quienes se identifican como gays], mencionan puto y
joto, aunque la mayoría explica que éstas se pueden uti-
lizar con amigos de confianza cuando están jugando o
burlándose, lo cual ayuda para eliminar su poder ofensivo.
Un informante comentó: “sólo son insultos cuando tú los
tomas como insultos; si te desprendes de ellos, el insulto
pierde su valor, porque ya no te ofende”. (Eller, 2014: 38)

Esa estrategia de apropiación, sin embargo, no se da en el


contexto aislado de aquello que puede ser entendido como la co-
munidad gay –comunidad cerrada cuyos límites, sin embargo, no
pueden sino resultar porosos en una sociedad diversa e interre-
lacionada– sino que, al asumirse discurso performativo (es decir
que hace en el acto mismo de pronunciarse, verbigracia que ge-
nera un nuevo significado para un significante dado22), conduce
a la recirculación de un término, ahora con un nuevo significado,
en lo que Bourdieu llama el mercado, entendido como campo
objetivo. Sólo así puede explicarse un significado adicional que
ha venido adquiriendo en años recientes la palabra joto, ajeno por
completo al campo semántico de lo sexual que, si bien todavía no
recoge diccionario alguno, es reconocible en el habla popular y
aparece descrito por el usuario que se hace llamar Dragonfly en
un grupo de discusión de la plataforma Yahoo! Respuestas en
su edición mexicana (https://mx.answers.yahoo.com/question/
index?qid=20070605070209AA3z5cR):

Actualmente esa palabra no tiene que ver con homo-


sexuales. Una jotería es como un gustito, un capricho,

22
Para una definición más amplia de los actos de discurso performativos
véase Austin, 1975 y Butler, 1997.

333
¿Apropiación Indebida? Una exploración de los límites de la apropiación

por ejm. una compu que tiene más funciones de las que
necesitas, pero te quieres dar el gusto. Es una jotería. O
los celulares de hoy en día que tienen mil cositas más
aparte de la función propia de comunicarte a algún lu-
gar. Todas esas cositas son joterías. Son pequeñeces no
necesarias, más bien como lujitos. Su significado no es
peyorativo.

Así, una prenda de vestir, el diseño de un mueble o, como


consigna el ejemplo, una función de un adminículo electrónico
pueden estar –rara vez ser, en esta acepción– bien jotas, jotísimas
o constituir una jotería sin que ello pase por la emisión de co-
mentario alguno sobre la sexualidad de su propietario y menos
aún, claro está, sobre la de un objeto inanimado23. Que esta acep-
ción no figure todavía en los diccionarios habla de su novedad
pero también del proceso de resignificación que vive en nuestros
días la palabra joto, término que hoy es a un tiempo insulto dis-
criminatorio, categoría sexual, categoría estética gay y categoría
estética no sexualizada. De que las mutaciones del lenguaje lo
lleven a conservar el segundo, el tercero y/o el cuarto significado
pero no el primero –que, de ser así, habrá sido obliterado por el
fenómeno de apropiación– depende que pueda un día perder por
completo su capacidad para hacer daño a quien lo recibe como,
en ocasiones, a quien se atreve a pronunciarlo. Por lo pronto no
queda, otra vez, más que acogerse a una lectura desprejuiciada
y cuidadosa del discurso que le es contexto para determinar su
intención.

Acaso la posible equivalencia de esta acepción de joto sea con el inglés


23

fabulous, de historia acaso igualmente polisémica: adjetivo utilizado para desig-


nar aquello que toca a la fábula (fable), es decir al relato alegórico cuyos prota-
gonistas son animales antropomorfizados, a la manera de los de Esopo o los de
La Fontaine, serviría después –al igual que el español fabuloso– como sinónimo
de fantástico (con idéntica doble acepción de imaginario y de excepcional) para
después entrar al léxico gay como término para designar al hombre homosexual
particularmente vistoso o flamboyant y después mudar en categoría estética,
ayuna ya de connotaciones sexuales.

334
Nicolás Alvarado

La bomba: cómo desactivarla

Tres definiciones da el Diccionario del español de México de la pala-


bra bomba: 1. Arma que consiste en una envoltura, generalmente
de hierro, llena de material explosivo y provista de un dispositivo
que la hace estallar; 2. Máquina que sirve para aspirar agua u otro
fluido del sitio donde está y dirigirlo a otro. 3. Copla que, par-
ticularmente en Yucatán, se recita interrumpiendo la música al
grito de ¡bomba!. Viene bien el nombre metonímico a la cuarteta
popular yucateca, de tono muy a menudo humorístico y siempre
sorprendente en su último verso, que funciona como punchline o
remate incongruente, y en el que el gracejo hasta entonces oculto
hace, por así decirlo, explosión. Arma verbal explosiva, la bomba
yucateca, sin embargo, no lo es sino a la manera de esas bombas
de confeti que son detonadas en carnaval y cuyo resultado es
festiva alegría, pletórica por inesperada.
No todas las bombas verbales, sin embargo, resultan tan fe-
lices. Afirma la jurista y activista estadounidense Mari Matsuda
que, igual que las bombas, hay palabras que hieren –Words that
Wound (1993) es, en efecto, el título de un libro del que es coau-
tora–, y tiene razón. A la luz del carácter diacrónico y polisémico
de las palabras, sin embargo, resulta difícil determinar cuándo
y cómo se produce esa herida, como bien lo explica la filósofa
también estadounidense Judith Butler:

Afirmar, por una parte, que el efecto ofensivo de esas


palabras es puramente contextual, y que un cambio
de contexto puede exacerbar o minimizar esa ofen-
sividad, equivale a no hacerse cargo del poder que se
dice ejercen tales palabras. Pretender, por otra parte,
que algunas expresiones resultan siempre ofensivas, sin
importar el contexto, que llevan a cuestas su contexto
en formas de las que resulta demasiado difícil descar-
garlas, equivale a no postular una vía para comprender
cómo es invocado y reescenificado el contexto al mo-
mento de pronunciarlas. (Butler, 1997: 13)

335
¿Apropiación Indebida? Una exploración de los límites de la apropiación

Butler, sin embargo, no sólo concede la posibilidad de apro-


piación de las palabras –“que el discurso puede ser ‘devuelto’ a su
hablante en forma diferente, que puede ser citado en contra de
sus propósitos originarios, y realizar [perform] una inversión de
sus efectos”– sino que entiende este fenómeno como una “per-
formatividad discursiva que se traduce no en una serie discrecio-
nal de actos discursivos sino en una cadena ritual de resignifica-
ciones cuyo origen y cuyo fin serán por fuerza indeterminados e
indeterminables” (Butler, 1997: 14) como corresponde, de hecho,
a todo proceso semiológico que abre los signos a “la posibilidad
de agencia” (Butler, 1997: 15). Así, el acto de resignificación no
será “un suceso momentáneo sino un cierto nexo de horizon-
tes temporales, la condensación de una iterabilidad que rebasa el
momento que la ocasiona”. (Butler, 1997: 14).
En su libro Excitable Speech: A Politics of the Performative,
Butler analiza varios casos de censura a términos que son te-
nidos por discurso de odio, y pugna no por su censura sino por
su resignificación y recirculación argumentando que “mantener
esos términos impronunciados e impronunciables puede tam-
bién servir para fijarlos en el tiempo, preservando así su poder
para hacer daño y coartando la posibilidad de una reconcepción
que pudiera cambiar su contexto y su propósito” (Butler, 1997:
38). Este uso, sin embargo, no puede estar exento de polémica ya
que esa (re)iteración del significante en aras de la transformación
de su significado supone –acaso como en el psicoanálisis– reabrir
una herida a fin, si no de curarla, sí de hacerla cicatrizar y poder
vivir con ella:

En tanto actos, estas palabras se hacen fenomenales;


devienen una suerte de despliegue lingüístico que no
derrota sus significados degradantes sino que los re-
produce en tanto texto público y, al reproducirlos, los
despliega como términos reproducibles y resignifica-
bles. La posibilidad de descontextualizar y recontex-
tualizar tales términos a través de actos públicos ra-
dicales de apropiación indebida constituye la base de

336
Nicolás Alvarado

una esperanza irónica de que la relación convencional


entre palabra y herida se haga tenue y pueda incluso
romperse con el tiempo. (Butler, 1997: 100)

Apropiación indebida (o La bomba:


quién puede desactivarla)

Misappropiation es la palabra que usa Butler en la cita anterior y


que el diccionario traduce como malversación. Se trata, en efecto,
de un término de origen jurídico que la autora recontextualiza
y que yo elijo traducir por apropiación indebida ya sólo por ser
este significado ampliable más allá del campo de los valores y los
fondos que es propio de la malversación24. Así lo he decidido,
además, porque me permite plantear en términos muy claros la
pregunta central de este texto: si las palabras son signos diacró-
nicos sujetos a la polisemia y a la mutación de significado, y si
uno de esos procesos de resignificación deriva de su apropiación
en contra de su significado injurioso anterior, ¿hay procesos de
apropiación debidos y otros indebidos? O, puesto de otro modo,
¿puede cualquiera desactivar la bomba verbal o sólo aquel que es
concebido originalmente como su víctima?
Es útil aquí referir el caso de la palabra nigger, acaso el más
violento de los epítetos discriminatorios que tiene la lengua in-
glesa, que sin embargo ha sido objeto en las últimas décadas de
una resignificación a manos de los propios negros estadouni-
denses, que han hecho de ella un vocativo cariñoso intrarracial
y una bandera reivindicativa de la identidad en las letras de las
canciones de hip hop y la cultura asociada a ella. He citado ya
el estudio que el jurista e historiador Randall Kennedy –negro
él mismo– le ha dedicado, y que se interroga sobre la eventua-
lidad de que ésta llegue a perder un día su significado lacerante

24
Que es el caso exacto de misappropriation, palabra que puede utilizarse
en inglés referida no sólo a valores, fondos o propiedades sino al nombre, la
imagen, la identidad o la propiedad intelectual.

337
¿Apropiación Indebida? Una exploración de los límites de la apropiación

a partir de esa estrategia. En el curso de un erudito ensayo his-


tórico, Kennedy apela a ejemplos de la cultura popular en los
que artistas blancos como John Lennon, Eminem o Quentin
Tarantino han utilizado la palabra nigger con significados no ra-
cistas para mostrar que, en los procesos de resignificación de una
palabra tenida por discriminatoria, si el contexto es conducente
a su neutralización en tanto injuria, la identidad del hablante
debería contar poco:

Nada hay de necesariamente malo en que una persona


blanca diga nigger, como nada hay de necesariamente
malo en que una persona negra lo pronuncie. Lo que
debería importar es el contexto en que la palabra es
pronunciada: los propósitos del hablante, sus efectos,
sus alternativas. Condenar a los blancos que emplean
the N-word sin importar el contexto no logra sino ha-
cer de nigger un fetiche. (Kennedy, 2002: 41)

A partir de esta idea, el estudio de Kennedy trasciende su


contexto originario –la expresión de racismo en la variante de
la lengua inglesa que se habla en Estados Unidos– para regresar
el lenguaje a su estatuto de facultad humana ante la cual todos
deberíamos ser iguales sin importar nuestro origen:

La gran falla de estas teorías es que, de tomárselas en


serio, arrojarían un paño protector sobre la cultura
popular que probablemente beneficiaría a ciertos em-
prendedores minoritarios sólo en detrimento neto de
la sociedad toda. La excelencia en la cultura, como la
excelencia en todos los ámbitos, florece en un entorno
abierto a la competencia –y eso incluye la competen-
cia relacionada con la mejor forma de dramatizar the
N-word. Así, en vez de acordonar áreas racialmente de-
finidas de la cultura y permitir que sean cultivadas sólo
por personas de la raza “correcta” deberíamos trabajar
por ampliar el terreno común de la cultura estadouni-

338
Nicolás Alvarado

dense, campo que está abierto a todo el que venga sin


importar su origen. (Kennedy, 2002: 104)

Cierto es que, en esta cita, Kennedy se refiere a the N-word,


a lo racial y a la cultura estadounidense. Quiero pensar, sin em-
bargo, que la idea es aplicable a toda palabra, en todo contexto
identitario, en toda cultura. Y que urge, de entrada, repensar los
límites de la identidad: nieto de venezolano blanco, tuve sin em-
bargo una bisabuela negra, cuyos rasgos étnicos perviven ostensi-
blemente en cuando menos uno de mis tíos pero acaso también,
de manera no automáticamente identificable, en algunos míos.
¿Me hace eso afromexicano? No, porque nada de mi entorno
cultural me ha llevado a identificarme como tal. ¿Me hace esa no
asunción de una identidad negra un racista? Tampoco: asumo esa
herencia genética de la misma manera en que asumo mi herencia
genética británica –que también la tengo, y por la misma vertien-
te genealógica– no sólo sin avergonzarme ni enorgullecerme sino
sin hacerla mía, otra vez por no haber formado parte sustantiva
del proceso de mi construcción identitaria.
Si, como bien sostiene Lomnitz, “naco ya no cabe ni se re-
duce a una clase o sector social”, ¿puedo yo, que nací y vivo en
un contexto de clase media alta urbana, escapar a lo naco? ¿No
lo soy en algunos de mis gustos musicales, en algunos de mis
aparejos vestimentarios o, si se quiere, en la oportunidad de la
publicación de mi texto sobre Juan Gabriel apenas un par de
días después de su fallecimiento y mientras buena parte del país
dolía por él? Cierto es que no me identifico como miembro de la
comunidad LGBTI, y concedo que hace 20 años que vivo en una
relación de pareja heterosexual y monógama –y que me satisface
tanto que contemplo seguir comprometido con ella–, pero ¿hace
eso de mí un mero heterosexual? Prefiero pensar –amparado en
un aparato teórico que va de Freud y Fliess a Butler pasando
por el Informe Kinsey– que la identidad sexual no es cosa inmu-
table, sino que varía con el tiempo y con las circunstancias, pero
más aún, con Eve Kosofky Sedgwick, que hay toda una serie de
considerandos, genitales y no, “que pueden diferenciar incluso a

339
¿Apropiación Indebida? Una exploración de los límites de la apropiación

personas de idénticos género, raza, nacionalidad, clase y ‘orienta-


ción sexual’, cada uno de los cuales, sin embargo, de ser tomados
en cuenta como pura diferencia, retiene el potencial no asimilado
de subvertir muchas de las formas de pensamiento disponibles
sobre la sexualidad” (Kosofky Sedgwick, 1990: 25). Lo que es
más, comparto con ella otra pregunta:

¿Cuál sería entonces una buena respuesta a las pregun-


tas implícitas sobre la fuerte identificación grupal de
alguien a través de fronteras políticamente cargadas,
sean éstas de género, de clase, de raza, de sexualidad o
de nación? Jamás podría ser una versión del “Pero todo
mundo debería ser capaz de hacer esta identificación”.
Quizás todo mundo debería, pero no todo mundo lo
hace. (Kosofky Sedgwick, 1990: 60)

En todo caso yo no. Reivindico mi derecho a construir mi


propia identidad, a ser un mestizo asaz negro, un burgués ora
naco, un heterosexual a veces joto. Y a tratar de contribuir a des-
activar toda bomba verbal –ya del discurso de odio, ya de la in-
terpretación torpe y alevosa y cobarde de la Ley– que pretenda
coartar nuestra libertad de autoconstituirnos todos en tanto su-
jetos, en tanto signos.

340
Nicolás Alvarado

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Ni censura, ni
derecho al insulto: a
propósito del conflicto
(aparente) entre
libertad de expresión
y no discriminación
Luis González Placencia

¿Puede un derecho argumentarse para limitar o menoscabar otro


derecho? Desde algunas perspectivas, la respuesta ha sido sí.1 De
hecho, es ésta una tensión que cruza la historia misma de los de-
rechos humanos y que la noción de integralidad, como principio
en la materia, no ha logrado zanjar. Esa misma tensión ha obsta-
culizado el reconocimiento de los derechos sociales como equi-
valentes a las llamadas libertades fundamentales y, más o menos
recientemente, también parece oponer a los derechos basados en
la no discriminación, nuevamente el peso histórico de las liber-
tades fundamentales, en especial, el de la libertad de expresión.
Para algunos, el reconocimiento de los derechos de las muje-
res, de las personas indígenas, de los miembros de la comunidad
sogi (siglas en inglés de orientación sexual e identidad de géne-
ro), forma parte de una “tendencia” que habría incluso rebasado
los límites de los “derechos” de los hombres, de los blancos o de
los heterosexuales y que, escudada en lo políticamente correcto,
termina por limitar, digámoslo así, una especie de “derecho a no

Véase por ejemplo Altero y Niembro (2013); también Pino (2009), o bien
1

Moreso (2010). Asimismo es ésta la posición de Vázquez (2016).

343
Ni censura, ni derecho al insulto

ser políticamente correcto” y a expresar libremente lo que de es-


tas identidades se opina.
El interés de este texto es el de poner esta cuestión a dis-
cusión y problematizar la idea de que los derechos entran en
conflicto y que, por tanto, debe necesariamente elegirse al que
tenga más peso moral, histórico o jurídico. Es mi interés demos-
trar que, cuando se plantea un aparente conflicto de derechos,
en realidad lo que hay son situaciones mal problematizadas en
las que se pretende invocar de modo ilegítimo un derecho para
menoscabar otro que posee legitimidad. Para ello, recurro a un
conjunto de ejemplos que han alimentado polémicas recientes
en las que, aparentemente, derechos relacionados con la libertad
de expresión entran en conflicto con derechos relacionados con
la no discriminación.
Para encuadrar la discusión, planteo a modo de contexto las
tensiones que en la actual sociedad neoliberal aparecen entre li-
bertad e igualdad y que denotan las que presumiblemente exis-
tirían entre libertad de expresión y no discriminación.2 Planteo
este contexto como un problema que requiere de Estado; pero
de uno centrado en una idea tal de los derechos que éstos sir-
van en efecto para armonizar las expectativas de protección de la
dignidad humana. Por ello, presento enseguida un conjunto de
premisas que extraigo del constitucionalismo garantista de Luigi
Ferrajoli y que son, en mi opinión, una guía metodológica para
disolver aparentes conflictos de derechos. No pretendo abordar
una discusión que tanto en la filosofía del derecho como en la
teoría jurídica está abierta entre principialismo y garantismo, que
requiere sin duda de mayores credenciales (cfr. Ferrajoli, 2012;
Ferrajoli y Ruiz Manero, 2014; Mora Sifuentes, 2016); mi inte-
rés se agota en presentar argumentos que funcionan para develar
inequidades y abusos, donde se pretende el ejercicio legítimo de
un derecho. Planteo entonces los casos, y de su análisis voy ex-
trayendo elementos que, al reposicionar los derechos en aparente

Un antecedente puede hallarse en Bobbio (1993). Véase también Fontai-


2

ne (1986). Más recientemente este tema se ha recuperado de Foucault (2016).

344
Luis González Placencia

contradicción al interior de los conflictos, develan qué derechos


son los que en realidad están en juego y cómo es que no sólo
no hay conflicto entre ellos, sino más bien límites que dibujan
claramente su ámbito de aplicación, en una lógica de comple-
mentariedad. Finalmente, a manera de conclusión, ofrezco una
reflexión del espectro de protección de varios derechos y liber-
tades, de cara al derecho a la no discriminación, sobre los casos
anteriormente planteados.

Contexto: la tensión neoliberal


entre libertad e igualdad

Muy a pesar de las invocaciones que en las declaraciones francesa


y norteamericana del siglo xviii se hace de ella, lo cierto es que
la igualdad no ha sido cómoda para el liberalismo. Aceptar la
igualdad ante la ley es una cosa, pero plantear algo así como una
igualdad sustantiva resulta una cuestión muy otra. De ello se per-
cataron desde el segundo cuarto del siglo xx liberales como Von
Hayek y Von Mises, para quienes el liberalismo igualitario y la
socialdemocracia debían ser considerados dentro del mismo saco
en el que se coloca el totalitarismo, el socialismo y el comunismo
(cfr. Foucault, 2016). Para ellos, la igualdad es un obstáculo para
la libertad, por la simple razón de que un mercado libre no sólo
se basa en la diferencia, sino que la produce (véase De Lagasne-
rie, 2015; Brown, 2016; Foucault, 2016).
En la primera década del siglo xxi, el paulatino estableci-
miento de una gubernamentalidad neoliberal ha marcado cam-
bios muy importantes que han provocado desequilibrios en las
relaciones que los discursos y prácticas emancipatorias del último
cuarto de siglo pasado parecían haber equilibrado. A la sociedad
de perspectivas, que comenzó a instalarse e incluso a formalizar-
se más o menos recientemente, comienza a oponérsele un mer-
cado de personas que gravita en torno al valor de cada una de
ellas como producto, lo que implica de algún modo que el com-
ponente colectivo que ha dado fuerza política a las identidades

345
Ni censura, ni derecho al insulto

emancipadas sea rebasado por un nuevo individualismo en el que


la identidad es sólo un ingrediente del producto, un componente
que, junto a otros atributos, lo encarece o lo abarata.
Hoy, el mercado parece beneficiarse de una suerte de conser-
vadurismo que rechaza la inclusión de identidades históricamen-
te vulneradas porque ello implica impuestos, intervencionismo
del Estado, en suma, costos sociales que la lógica del libre merca-
do se niega a asumir. De modo especialmente notorio, arropados
detrás de movimientos que reclaman recuperar un espacio su-
puestamente perdido para la familia —que así, en singular, debe
entenderse como la familia burguesa convencional formada por
padre, madre y progenie— estos clamores buscan el retorno de
las mujeres a sus hogares, donde, lejos de la mal llamada ideolo-
gía de género, puedan volver a ocuparse de la atención debida a
los ancianos y los enfermos —incluidas las personas con disca-
pacidad— así como del cuidado y la educación de hijas e hijos;
lo que por otro lado es sospechosamente paralelo a las inten-
ciones de demonizar las escuelas públicas, los servicios públicos
dedicados al cuidado y a reducir o evitar los costos que suponen
los ajustes razonables o el acceso universal para quienes viven
cualquier tipo de discapacidad. Bajo este discurso se argumenta
que algunos colectivos y su “ideología” han arrancado a los y las
hijas de sus familias, las han vuelto en su contra y de sus valores.
El retorno al individualismo es parte de esa mirada neoliberal
que busca desestructurar los colectivos para contribuir mejor a la
conformación de un nuevo sujeto que, responsable de sus éxitos
o víctima de sus fracasos, debe aprender a arreglárselas en un
mundo que no va a invertir ni para construirlo, ni para rescatarlo.
Tiene sentido; después de todo, socializar costos y particularizar
beneficios es la máxima que esta gubernamentalidad neoliberal
está imponiendo a las sociedades actuales.
En este contexto, los derechos humanos sólo admiten ser
reconocidos cuando no afectan esta máxima; los demás se irán
transformando de acuerdo con otra máxima del orden neoliberal:
lo que se puede vender, se puede comprar y, por tanto, no hay que
otorgarlo, hay que venderlo. Así creo que se explica la degrada-

346
Luis González Placencia

ción que actualmente presenciamos de los derechos sociales a


su dimensión de servicios, cuya calidad depende de su asequibi-
lidad, la que depende a su vez de su precio. Y así también, peli-
grosamente nos aproximamos a un momento en el que el valor
de las personas depende no de su identidad o dignidad, sino de
sus credenciales, de las etiquetas que puedan ostentar dentro de
un mercado de competencias que terminará configurándonos a
todas y todos, asimismo como mercancías.
Desde finales del siglo xix y durante buena parte del xx,
el problema de la igualdad se resolvió de un modo tan creati-
vo como eficiente, mediante la construcción de un parámetro de
normalidad que, basado en el conocimiento científico, volvió a
las personas desiguales, mediante la construcción de conceptos
como el de anormalidad, desviación o vulnerabilidad; ello hizo
de la desigualdad un dato científico sobre el que se construyó
toda una gramática que normalizó la discriminación y vulneró
a quienes poseían identidades o vivían en situaciones apartadas
de la media. El último cuarto del siglo pasado vio emerger estas
identidades, las vio emanciparse y reivindicar su dignidad, desde
la exigencia de cuotas y acciones afirmativas hasta la positivación
de sus luchas en derechos.
Pero hoy, a la pretensión de las cuotas, las acciones afirmati-
vas o los derechos, se les oponen criterios comerciales que seg-
mentan a las personas en un mercado que las tiene disponibles
casi para todo, en distintas calidades y precios. Michael Sandel
(2013) ha documentado una importante lista de bienes que antes
estaban sustraídos del mercado y que ahora se venden al mejor
postor; entre ellos, un stock de personas que se ofrecen para hacer
filas, donar tejidos u órganos, para probar tratamientos y, desde
luego, también para el sexo. En la lógica neoliberal, si el único re-
curso que poseo es mi cuerpo, mi propiedad sobre él me autoriza
usufructuarlo. Y aunque esto es mucho más notorio en el ámbito
de la servidumbre que hoy da vida a la trata de personas con fines
laborales y sexuales, también aplica a lo que, simbólicamente, el
cuerpo representa como inversión: la cirugía estética o el cultu-
rismo físico, por un lado, y la educación formal, por el otro. Hoy

347
Ni censura, ni derecho al insulto

sabemos que la apariencia física, el fenotipo, es variable inde-


pendiente en los procesos de contratación, y que la educación
universitaria ha cedido el paso a otros criterios que son afines a la
estratificación social pues en las escuelas de marca no se estudia,
se socializa y se aprende a dirigir a los profesionales que, más
que conocimientos, adquieren competencias en las universidades
públicas. La libertad, entendida en términos llanos como libertad
para vender y libertad para comprar, está sin duda en conflicto
con la igualdad.
Por ello es que la discusión sobre un Estado que interviene a
través de los derechos para evitar que la libre empresa produzca
estas desigualdades no es cosa menor. Como es sabido, a diferen-
cia del liberalismo del laissez faire que exigía un Estado retraído
a su función de policía, el neoliberalismo reclama un Estado pre-
sente, mínimo pero presente y proactivo, que de policía ha pasa-
do a gerente de las condiciones para el buen desarrollo del libre
mercado. En sus expresiones más brutales, este Estado gerente
se ha mantenido ahí para desplazar comunidades originarias a
favor de megaproyectos industriales, comerciales y turísticos, así
como para privatizar lo público. Y quizá en ese mismo sentido
habría que leer su aquiescencia frente a la violencia comunitaria
de género, la homofobia y el racismo.
De ahí que inclinarse por reconocer unos derechos y no otros,
o aceptar que unos tienen más peso sobre otros, implica en los
hechos colocarse en la línea de aceptar que hay diferencias sus-
tantivas entre la libertad y la igualdad, lo que no solamente deja
en indefensión a quienes son desiguales sino, de hecho, contribu-
ye con la construcción de relaciones de dominio y de explotación
de éstos últimos frente a quienes les han restado valor o de plano
les han puesto precio.
Los casos que han alimentado las polémicas recientes a las
que me refiero en este texto son sintomáticos de este contexto y,
en sentido positivo, constituyen una oportunidad para profundi-
zar la discusión y para establecer estándares en los que el discurso
de los derechos se justifica como necesario porque funciona, no
como censura, sino como límite a los poderes fácticos. Después

348
Luis González Placencia

de todo, las opiniones también juegan en el mercado simbólico


de las ideas y tienen una función constitutiva, por lo que no se las
puede considerar inocuas; no puede admitirse que se emitan sin
que el emisor se haga cargo, para bien o para mal, de sus conse-
cuencias.

Encuadre teórico: las condiciones de


armonía formal entre libertad e igualdad en
el Estado constitucional de derecho(s)
Es mi convicción que un modelo de Estado que rinde tributo a
los derechos debe tener límites claros respecto de otros horizon-
tes normativos —como el derecho mismo— y desde luego con
la moral, la ciencia, la tradición, etc. Reconozco ese modelo en
lo que Ferrajoli ha denominado Estado constitucional garantista,
basado en un conjunto de premisas que el autor ha explicado de
modo extenso desde Derecho y razón (1995), y luego reiterado
y aclarado a lo largo de toda su obra (2004, 2006, 2008, 2011)
hasta Principia iuris (2014). Como él mismo ha sostenido, la
configuración de su modelo jurídico de Estado tiene correspon-
dencia también con un programa político que el propio Ferra-
joli endereza contra las tendencias que observa en lo que, frente
al mercado, ha ocurrido con el Estado italiano y que reconoce
más ampliamente en sus discusiones respecto a la globalización.
Como anuncié, de Ferrajoli extraigo un conjunto de argumen-
tos que considero necesarios para construir mi posición frente
al problema que más arriba he planteado y que expongo breve-
mente enseguida, primero para mostrar que la legitimidad del
Estado constitucional radica en el carácter de los derechos como
límites y, después, que la legitimidad de los derechos deviene de
sus propios límites.

349
Ni censura, ni derecho al insulto

Los derechos fundamentales como límites


y la legitimidad del Estado de derechos

Donde hay un poder, constituido o fáctico, hay potenciales vícti-


mas y potenciales victimarios. Ello es así, básicamente, por dos ra-
zones: o bien porque se abusa de ese poder o bien porque no se lo
ejerce debida o legítimamente. Que el potencial de victimización
se realice depende entonces del uso indebido o ilegítimo de ese
poder —ya sea por acción abusiva o por omisión del ejercicio de-
bido— lo que entonces genera violencia. Una organización social
que se preocupa por reducir la violencia hace necesario que quie-
nes son potenciales víctimas tengan la expectativa de no serlo y
quienes son potenciales victimarios reconozcan y respeten límites.
Formalmente hablando, un Estado constitucional como al
que aspiran las naciones contemporáneas debería preocuparse
por reducir la violencia y, por tanto, por propiciar la existencia de
aquellas expectativas, de los correspondientes límites y de su res-
peto. En tanto que históricamente el Estado mismo ha sido una
concentración de poder —y además una concentración de con-
centraciones de poder—, un Estado constitucional no se agota
en el sometimiento de los poderes bajo su jurisdicción, sino que
se auto somete, disciplina su propio poder, porque es de ahí de
donde extrae su legitimidad para el sometimiento de otros po-
deres. Ello ocurre mediante el establecimiento del orden jurídico
constitucional que, en tanto impuesto por el Estado incluso para
sí mismo, es el que mayor formalidad representa y, por tanto, el
que implica una exigencia de obediencia y respeto mayor, cuya
inobservancia supone incluso sanciones que el propio Estado
está obligado a imponer e imponerse. Otros órdenes normativos,
como el ético o el moral, el socio-cultural, el económico o los lla-
mados sistemas normativos internos —o de usos y costumbres—
que también son fuente de poderes, sólo pueden convivir dentro
del régimen constitucional y siempre que se sujeten a sus lími-
tes. En otras palabras, no pueden estar por encima del régimen
constitucional porque entonces este último quedaría sometido a
aquel que lo supera, sin legitimidad.

350
Luis González Placencia

A las expectativas jurídicas de no ser víctima de un abuso de


poderes positivadas en las constituciones las llamamos derechos
fundamentales. Los límites jurídicos a esos poderes, cuando se
trata de poderes establecidos se garantizan mediante el cumpli-
miento de obligaciones y, cuando se trata de poderes fácticos,
sólo pueden ser establecidos mediante compromisos de no vul-
neración, que serán éticos, morales o sociales, según el tipo de
orden normativo del que se trate.
En una formulación sencilla, este cuadro —derechos funda-
mentales, garantías, obligaciones y compromisos de no vulnera-
ción— da forma, en efecto, a un modelo de organización jurí-
dica y política —el Estado constitucional de derecho(s)— que
funciona como un sistema de pesos y contrapesos en el que se
reconoce que las relaciones humanas son asimétricas y que están
atravesadas por el ejercicio de poderes; pero reconoce además
que, en nombre del valor que, al menos desde 1948 la comunidad
internacional ha dado a la dignidad humana, esas asimetrías me-
recen ser compensadas y, desde luego, no incrementadas.
Una mirada a vuelo de pájaro a los derechos que hoy reco-
nocemos como fundamentales en las constituciones contempo-
ráneas deja ver con claridad su origen en relaciones asimétricas
y su culminación como normas positivas de reivindicación. Así,
las llamadas libertades fundamentales se construyeron como in-
munidades de los ciudadanos burgueses frente al poder que para
esta naciente clase social representaban los Estados absolutistas.
Más tarde, los llamados derechos sociales se hicieron valer de cara
al poder predatorio del capitalismo y del mercado, como garantía
de inclusión social para el proletariado y las clases socialmente
desplazadas a través del acceso a la educación, la salud y el trabajo
decente. Hacia finales de siglo, vimos emerger otro conjunto de
derechos nacidos del reconocimiento de identidades histórica-
mente vulneradas, debido a su sexo, su edad, a su orientación
sexual, su raza o su funcionalidad corporal, por otras identida-
des siempre consideradas biológica, psicológica o moralmente
superiores. En todo caso, en esta historia es posible identificar
denominadores comunes: 1) entidades que detentan poder (el

351
Ni censura, ni derecho al insulto

Estado, las clases dirigentes, las identidades que se consideran


superiores); 2) relaciones asimétricas de dominio con 3) sujetos
sometidos a esos poderes (la ciudadanía, las clases subalternas,
las identidades vulneradas) y 4) bloques o conjuntos de derechos
humanos asociados a esas relaciones entre quienes detentan po-
der y quienes están sujetos al mismo (libertades fundamentales,
derechos sociales, derechos de solidaridad) que sirven a los fines
de la deconstrucción de esas asimetrías y a la emancipación de
los sujetos a ellas sometidos.
De ahí que se pueda afirmar, con fundamento en la historia
misma de estas asimetrías, que donde hay un poder, constituido
o fáctico, se necesita un derecho fundamental como límite y, en
consecuencia, para que la expectativa que ese derecho representa
tenga sentido, se requiere también del establecimiento de obliga-
ciones y compromisos de no vulneración que puedan ser exigidos
mediante garantías jurídicas. Es así que los derechos legitiman al
Estado, al constituir los límites a los poderes, no para extermi-
narlos, sino para contenerlos, de un modo tal que todos tengan
espacios de expresión de acuerdo con las reglas que estos mismos
derechos son y, al mismo tiempo, para que ninguno prevalezca
sobre los demás. Por ello la importancia de una esfera pública
que, siendo de todas y de todos es al mismo tiempo de nadie,
garantiza el espacio real y simbólico en el que, a través de los
derechos, armonizan la multiplicidad de intereses, expresiones,
creencias, identidades, posiciones morales y estilos de vida que
dan forma a las sociedades contemporáneas.

Los límites de los derechos


fundamentales y su propia legitimidad

Coincido con la definición de los derechos fundamentales como


normas, universales, indisponibles, téticas y verticales que posi-
tivan expectativas de prestación o de no lesión adscritas a las
personas por la Constitución. Asumo, por tanto, que de estas
características se derivan, respectivamente, su jerarquía jurídica

352
Luis González Placencia

frente a otras normas, su potencial de inclusión, la sustracción de


sí mismas de los intereses privados o particularistas (la política, el
mercado o las identidades vulnerantes) su incondicionalidad y su
carácter obligatorio. De igual forma, creo que de esta estructura
jurídica de los derechos es posible derivar una definición política
de los mismos, que les otorga sentido como herramientas políticas
de emancipación e igualación. Así, es posible derivar su potencial
de emancipación en la medida en la que, al estar sustraídas de
los intereses privados o particularistas, lo están también de los
poderes que éstos representan, lo que de algún modo les otorga
una posición de contra-poderes, que es correlativa de la liber-
tad y que se afirma por su verticalidad. Enseguida, su potencial
de inclusión y su condición de normas téticas permiten derivar
asimismo su rasgo defensivo. Por una parte, su potencial de in-
clusión, que es correlativo de la igualdad, revela el compromiso
con la identificación de las asimetrías de poder presentes en las
relaciones sociales y, por otra parte, su incondicionalidad como
normas téticas transforma ese compromiso en obligaciones de
reducción o eliminación de esas asimetrías. En este sentido es
que se puede afirmar que los derechos fundamentales poseen en
su estructura un gen de libertad que se expresa en su potencial de
emancipación y un gen de igualdad que lo hace en su potencial
de inclusión. Así, derechos fundamentales sólo pueden serlo si,
además de su estructura jurídica, son políticamente necesarios
para liberar e igualar. En condiciones de normalidad democrática
este proceso es infinito en la medida en la que los poderes fácti-
cos producen desigualdad y los poderes constituidos les imponen
derechos. Es en este punto donde libertad e igualdad armonizan:
los derechos como libertades para producir igualdad: igualdad
de agencia y representación como la conseguida por los derechos
políticos y las libertades fundamentales, igualdad material como
a la que aspiran los derechos sociales e igualdad de valor identi-
tario como la que buscan los derechos de solidaridad o no dis-
criminación. Desde esta perspectiva la libertad no es un derecho
si se la invoca para producir desigualdad, como de facto ocurre
con la libertad de mercado que está destinada a producir des-

353
Ni censura, ni derecho al insulto

igualdad; como tampoco la igualdad es un derecho si se la invoca


para cancelar la libertad, como se ha pretendido en los regímenes
totalitarios que, en el ideal de ser todas y todos iguales, deja sin
sentido a los derechos.
En mi opinión, es de esta condición necesaria de donde ex-
traen los derechos su legitimidad, de ahí es que pueden ser con-
siderados como normas sustantivas a las que deben subordinarse
otros órdenes normativos —como la moral, la religión o la cul-
tura—, las políticas institucionales y las públicas, así como las
prácticas sociales. Es por ello también que su aplicación debe ser
obligatoria y no puede estar sujeta a condiciones o a interpreta-
ciones que las vinculen con intereses privados o particularistas.
Los derechos fundamentales son condición de equilibrio, si lo
que se busca es, en efecto, la reducción de la violencia. Con esto
queda claro que los derechos fundamentales siempre son para las
víctimas, reales o potenciales, y nunca pueden ser invocados por
quienes son sus victimarios, reales o potenciales. Es necesario
invocarlos sólo cuando se requiere reducir o eliminar una asime-
tría y nunca para perpetuarla o incrementarla. Son legítimos sólo
cuando se los utiliza como límite al poder, nunca para justificar
el uso ilegítimo o indebido de este último.
Pero es también de esa necesariedad de la que se deriva el
límite de los derechos fundamentales, pues éstos dejan de serlo
cuando no son necesarios: si el resultado del ejercicio de un de-
recho constituye un acto vulnerante de otros derechos, si implica
la perpetuación o el incremento de la asimetría —o la produc-
ción de desigualdad—, si genera exclusión, en suma, si produce
violencia, ello quiere decir que, en el momento mismo en el que
comenzó a producirse ese resultado, se cruzó el límite del dere-
cho. Se dejó de ejercer un derecho para entonces cometer, de-
pendiendo del acto, una falta —cívica, moral, ética o social— una
infracción o incluso un delito.

354
Luis González Placencia

Análisis de casos: ¿existe el


conflicto de derechos?

Llegados a este punto es necesario dilucidar si existe conflicto


entre los derechos relacionados con la libertad de expresión y
con la no discriminación. De entrada, diré que, invocando esta
genética de los derechos, si se reconoce que, en su estructura, su
potencial de emancipación y su potencial de inclusión son corre-
lativos —de modo que uno pierde sentido sin el otro— y que esa
correlación es condición necesaria, constitutiva del componente
político de un derecho fundamental, no hay manera de establecer
una jerarquía sustantiva entre los derechos: al mismo tiempo que
expectativas jurídicas de no lesión o de prestación, los derechos
fundamentales son también expectativas políticas de emancipa-
ción y de igualación, que responden a todas las situaciones en
las que un poder, constituido o fáctico, es ejercido en exceso o
indebida o ilegítimamente. Para decirlo de otro modo, todos los
derechos fundamentales poseen el mismo valor de cambio, aun-
que su valor de uso depende de las circunstancias.
Por tanto, los derechos fundamentales no se invaden, no se
estorban y no se oponen entre sí. En el momento en que inva-
den el ámbito de otro derecho dejan de serlo para convertirse en
transgresiones que constituyen faltas de respeto, faltas adminis-
trativas e incluso delitos. De ahí que, si es válido decir que los
derechos se limitan frente a otros derechos, no puede aceptarse
que se afirme que un derecho vence a otro, en una situación de
conflicto o de competencia. Más bien, es posible que quien juzga
una determinada situación confunda los derechos que aparente-
mente entran en conflicto y equivoque, por tanto, su apreciación.
Un primer ejemplo de esta situación lo constituye el caso
del presidente de una institución pública de quien se filtró a los
medios de comunicación una conversación telefónica privada en
la que se mofó de uno de los interlocutores con quienes había
tenido una reunión previa, aludiendo a su forma de hablar. La
conversación la estaba teniendo con el Secretario Ejecutivo de
ese órgano —lo que significa que ambos eran servidores públi-

355
Ni censura, ni derecho al insulto

cos— y el medio utilizado era asimismo un teléfono celular con


cargo al erario público. Burlarse de otra persona por una caracte-
rística constitutiva de su ser es una forma de discriminación; de
eso no queda duda. La pregunta es si la prohibición de expresar
comentarios discriminatorios alcanza a una conversación privada
y, en su caso, si el carácter de servidor público que habla con otro
servidor público a través de un medio público, torna la conversa-
ción privada en un asunto de interés público.
Sin duda, este caso no puede ser representativo de un con-
flicto de derechos porque el funcionario público en cuestión no
estaba ejerciendo un derecho; desde luego no los derechos a la li-
bertad de opinión o de expresión. No estaba opinando, se expresó
de forma discriminatoria de una persona y eso está prohibido por
la Constitución, que en el último párrafo del artículo primero
se dirige a todas y todos los habitantes y transeúntes del país
para proscribir la discriminación. Más aún, para el susodicho, en
tanto que servidor público, esa prohibición es reforzada porque
además está obligado por la misma Constitución a respetar, pro-
teger, promover y garantizar los derechos humanos. Aunque él
pudiera alegar el ejercicio de su derecho a opinar, en el momento
en el que su opinión adquirió un contenido discriminatorio dejó
de estar protegida por un derecho para convertirse en una falta.
Sin embargo, resulta que aquí entra en juego un tercer dere-
cho: el derecho a la privacidad, que además se expresa en la in-
violabilidad de las comunicaciones privadas.3 ¿Hay un conflicto
entre este derecho y el derecho a no ser discriminado? Tampoco
lo hay. El derecho a la privacidad es, por así decirlo, un derecho
que en sentido positivo funciona como una libertad y en sentido
negativo, como una inmunidad. Del sentido negativo me ocu-
paré más adelante, de modo que, por ahora, diré que el sentido
positivo del derecho a la privacidad, como libertad, tiene razón
de ser sólo si aceptamos que, salvo en el caso de la comisión de un
delito o el daño objetivo a terceros, las y los ciudadanos estamos

Sobre el derecho a la privacidad, puede verse García Ricci (2013); sobre la


3

inviolabilidad de comunicaciones privadas, véase la tesis 161334 (scjn, 2011: 221)

356
Luis González Placencia

autorizados a expresar pensamientos e incluso realizar acciones


que en lo público podrían estarnos proscritas, si lo hacemos en
privado; y ello alcanza también a las y los servidores públicos.
El potencial emancipatorio de este derecho protege a las
personas de formas de censura que pretendan eliminar o san-
cionar expresiones o actos que, aunque otros consideran inacep-
tables —e incluso uno mismo puede considerar inadmisibles
cuando son realizados por otros o nosotros mismos en el ámbi-
to público— pueden aceptarse mientras no causen una afecta-
ción a terceros. Gracias a este derecho a la privacidad podemos
tener vida privada y, en su seno, expresar lo que visceralmente
pensamos de las y los demás, proferir malas palabras e insultos,
drogarnos, tener prácticas sexuales de todo tipo, entre muchos
otros comportamientos que no tendríamos en público o que no
aceptaríamos fácilmente que otros tuvieran públicamente. En
buena medida se trata de actos que no son racionales, sino que
responden a emociones, lo que significa que no necesariamente
o sólo en menor medida son filtrados por la razón. El derecho
a la privacidad implica un espacio de inmunidad en el que po-
demos ser quienes somos, sin estar obligados a pensar antes de
hablar o de hacer.
Es claro que este derecho aplica también a situaciones, ex-
presiones y comportamientos colectivos, siempre que ocurran en
el círculo de lo que es privado. Una conversación telefónica es
un buen ejemplo, así como una charla con amigos o familiares;
hoy podríamos incluir ahí también prácticas como el sexting, los
clubes de swingers y en general todos aquellos casos que, como
dije, no constituyen delitos o afectaciones a terceros.
Por otra parte, su potencial de inclusión implica que nadie
puede ser objeto de excepciones, razón por la cual, a menos que
haya elementos fundados para que un juez autorice la inter-
vención de una comunicación, nadie —y eso incluye a las y los
servidores públicos— puede ser molestado en su vida privada, o
ser intervenido en sus comunicaciones personales. Hacerlo, de
hecho, constituye un delito. La vida de las y los servidores públi-
cos está plagada de límites en la esfera pública, por lo que este

357
Ni censura, ni derecho al insulto

derecho a la privacidad es el que les permite ser iguales a las y los


demás en el ámbito íntimo.
Finalmente, podría haber quien argumente que el uso de un
teléfono que se paga con recursos públicos vuelve público un
asunto privado y que entonces el derecho a la privacidad no pue-
de ser invocado. En mi opinión, no puede perderse de vista que la
publicidad de la conversación en cuestión es producto de un de-
lito, lo que anula este argumento; pero suponiendo sin conceder
que alguien considerara que el uso de ese teléfono, pagado con
recursos públicos, constituye una falta sancionable, entonces ha-
bría que justificar la sanción por el mal uso de un recurso público,
sin considerar los contenidos de la conversación, pues el hecho
de sancionar lo primero no autoriza de ningún modo lo segundo.
En suma, no hay conflicto de derechos porque el único dere-
cho en juego en este caso es el derecho a la privacidad y, de forma
más precisa, el derecho a la inviolabilidad de las comunicaciones,
garantizados ambos por el artículo 16 constitucional. Como he
dicho, el servidor público invocado en esta situación no estaba
ejerciendo un derecho, ciertamente estaba discriminando a al-
guien, pero no hacerlo públicamente le exime de la prohibición,
no porque tenga derecho a discriminar, sino porque su derecho
a la privacidad le permite, si ello no produce perjuicios a terceros
ni constituye un delito, ser emocional. El límite al derecho a no
ser discriminado lo pone el derecho a la privacidad. No es que
este último pese más que el primero, sino que, en una situación
que no es pública, el derecho a no ser discriminado simplemente
no tiene valor de uso, porque, a menos que se viole el derecho a la
privacidad, el agravio a un tercero nunca ocurrirá.
Un segundo caso tiene que ver con la renuncia obligada del
director de la televisión pública de la Universidad Nacional Au-
tónoma de México (tv unam), quien expresó en un periódico
comercial para el que escribe, como periodista y comunicador
que es, comentarios clasistas sobre una figura de culto popular,
fallecida el día anterior a la publicación de su nota. Como era de
esperarse, su posición generó una gran cantidad de críticas de
los fans de la desaparecida estrella, aludiendo a que su rol como

358
Luis González Placencia

director de la emisora de la principal universidad pública del país


le exigía guardarse su opinión. El asunto llegó a tal grado que, en
un hecho sin precedente, el Consejo Nacional para Prevenir la
Discriminación (Conapred) dictó medidas cautelares al perio-
dista. La presión pública exigió su destitución y, frente a ella, él
mismo decidió renunciar.
Éste es un caso en el que la censura social motivó una injusti-
ficada censura institucional y una innecesaria renuncia. En él, el
periodista estaba ejerciendo el derecho a la libertad de expresión,
como libertad de prensa. Aun cuando se trataba de un funcio-
nario público, al divulgar su nota en un medio privado, estaba
ejerciendo su profesión como periodista y no su función como
director de tv unam. De hecho, hizo una narración de sí mismo,
describió cómo se sentía frente al fenómeno que representaba
aquel cantante popular y, aunque ciertamente sus comentarios
eran clasistas, representan el tipo de opiniones que un periodis-
ta puede expresar, protegido por la libertad de prensa, sobre un
personaje público. Lo más importante en este asunto es que en
la misma nota estaba anunciando un homenaje que la televisión
a su cargo haría, lo que muestra que sus propias opiniones no
estaban interfiriendo con su función pública.
Esta última cuestión me parece muy importante porque pue-
de aplicarse en este punto el equivalente que en el derecho penal
se hace entre el derecho penal de acto y el derecho penal de au-
tor, que significa que a las personas hay que juzgarlas por lo que
hacen y no por lo que son. Ello nos permite distinguir entre la
persona y la función; y avanzar con ello en una dirección que per-
mite, a su vez, poner distancia entre la vida personal, el carácter
o la moral de una persona en lo privado, y su desempeño como
servidora pública. No es incongruente, como podría pensarse, en
primer lugar, porque ello ha sido una consecuencia de la sepa-
ración ilustrada entre derecho y moral, que en este caso implica
que, si bien es cierto que a un servidor/a público/a debemos exi-
girle que sea una persona proba, también lo es que no hay base
alguna para obligarle a ser una persona “decente”, “una buena
persona” o nada que se le parezca en lo privado, siempre que esos

359
Ni censura, ni derecho al insulto

rasgos no influyan en su función pública. Así que, si como pe-


riodista podría cuestionársele haber sido clasista, como servidor
público actuó correctamente.
En segundo lugar, si bien es cierto que el párrafo último del
artículo primero de la Constitución, que es el que prohíbe la dis-
criminación, se refiere a todas las personas, habitantes y tran-
seúntes del país, también lo es que, aunque siempre será deseable
que el ciento por ciento de ellas y ellos sean respetuosos de la
diversidad y no discriminen, este ideal no puede ser más que
una directriz de comportamiento que opera como una suerte de
advertencia que, en función de otros derechos, admite grados
de permisión. En línea de principio, lo cierto es que el último
párrafo del artículo primero constitucional sólo puede aspirar a
motivar compromisos de no vulneración que inhiban que una
persona que habitualmente es clasista, racista o discrimina, lleve
a cabo actos de esta naturaleza; pero, so pena de ser ella mis-
ma una forma de censura, la Constitución no puede prohibir un
pensamiento clasista, racista o discriminatorio. Ello opera como
un primer círculo de permisión que, por mor de la libertad de
pensamiento, protege cualquier figuración, incluso si ésta impli-
ca, por ejemplo, pensar en cometer un delito. Enseguida, como lo
demuestra el primero de los casos aquí presentados, el derecho a
la privacidad permite incluso que algunos de esos pensamientos
puedan ser expresados o ejecutados en lo privado, siempre que
no impliquen un daño a terceros, lo que constituye un segundo
círculo de permisión. Un tercer círculo de permisión se genera
desde el derecho a la información, cuando el sujeto sobre quien
se expresa una opinión es una persona pública, como es el caso
de un político o un ídolo popular, cuya exposición al público, por
efecto de la fama, la propaganda o la obligación de rendir cuen-
tas, laxa el estándar de privacidad, en la medida en que es posible
probar que sus vidas, sus propiedades y sus acciones son asuntos
de interés público. Pues bien, sobre la libertad de pensamiento, el
derecho a la privacidad y el derecho a la información, la libertad
de prensa constituye un cuarto círculo permisivo, que autoriza la
publicación libre de opiniones, en tanto no produzcan o repro-

360
Luis González Placencia

duzcan discursos de odio, inciten a la violencia o constituyan un


delito. Como puede verse, esta libertad se refuerza entonces si,
además de tratarse de una opinión protegida por la libertad de
prensa, ésta versa sobre un personaje público.
De hecho, el potencial emancipatorio del derecho a la liber-
tad de prensa protege a las personas que la ejercen contra toda
posible censura, sin más límite que su propia prudencia o bien, el
que impone la aceptación o tolerancia de quien lee, mira o escu-
cha sus opiniones. En otras palabras, este derecho implica que es
sólo quien ejerce esta libertad quien puede ponerle límites, en el
entendido de que, si el contenido de lo expresado no es aceptado
por los interlocutores, éstos tienen la libertad correlativa de re-
plicar o, en último caso, de ignorarle. Siempre se podrá cambiar
el canal, la estación de radio o evitar el diario en el que un pe-
riodista expresa opiniones que no compartimos, y hoy todos los
medios cuentan con mecanismos más o menos efectivos para que
el público manifieste sus desacuerdos.
El potencial de igualación de este derecho le garantiza a
quien lo ejerce no ser excluido de la posibilidad de opinar en
condiciones de acceso igualitario a los medios de comunicación
masiva, tal como lo haría cualquier otro periodista. Así como he
planteado que este potencial de igualación, en el caso anterior,
da a las personas servidoras públicas el derecho a ser iguales a las
demás personas en la privacidad, así también considero que, en
este caso, en el que está en juego la libertad de ejercer la profesión
cuando ello es compatible con el cargo público que se ejerce, da
a un servidor público que funge en su tiempo libre como perio-
dista, los mismos derechos que tiene cualquier otro periodista en
ejercicio privado de esa función. En un caso como el presente,
dado que el periodista dispone de tiempo libre —las horas pre-
vias y posteriores a su jornada laboral, los fines de semana y las
vacaciones— para escribir y publicar como lo ha hecho antes,
lo hizo mientras y sigue haciéndolo después de haber ejercido
como funcionario universitario, y que las fuentes de ingreso que
obtiene por ambas labores son totalmente independientes —una
es pública, la otra privada— no hay incompatibilidad ninguna

361
Ni censura, ni derecho al insulto

entre ambas funciones y, por tanto, tampoco hay razón alguna


para suponer que, mientras no se demuestre un conflicto de in-
terés, una persona funcionaria pública como quien protagoni-
za este ejemplo, este inhabilitada para ejercer su profesión, con
todos los derechos con los que lo haría cualquiera otra persona
profesional de su ramo.
En suma, tampoco aquí hubo conflicto de derechos, sino más
bien censura; y una más elusiva y difícil de probar, pero induda-
blemente cierta, interferencia en la libertad del periodista para
desempeñar el cargo público que había aceptado. La supuesta
protección contra la discriminación, al traspasar el límite del de-
recho a la libertad de prensa, deja nuevamente de representar el
ejercicio de un derecho y se revela, al contrario, como un acto
vulnerante.
El tercer caso que quiero colocar es muy similar al anterior,
aunque tiene consecuencias distintas. Se trata de las expresiones
misóginas proferidas por un líder del movimiento estudiantil de
1968 en torno a la violación de la que fue objeto una joven en el
estado de Veracruz. Lo hizo en su propio programa, transmitido
a través de Radio unam. El caso generó otra fuerte polémica, en
el centro de la cual, el programa fue cancelado y, en consecuencia,
su titular, el líder estudiantil, fue cesado en su función como locu-
tor de esa emisora. De forma desafiante, y ante las imputaciones
públicas que se le hicieron, este último no sólo no intentó justi-
ficar sus dichos —que por lo demás quedaron grabados— sino
que además los ratificó públicamente en varias ocasiones. Quizá
por ello se habló incluso de separarlo también de las funciones
que como docente desempeñaba en la Facultad de Economía de
esa casa de estudios. Cabe señalar que el personaje de esta histo-
ria falleció a los pocos meses de este incidente.
¿Estaba el líder estudiantil ejerciendo su derecho a la libre
expresión? ¿Podría decirse, incluso, que como en el caso anterior,
se trataba de expresiones protegidas por la libertad de prensa?
En primeros pensamientos la respuesta podría ser sí; sin embar-
go, la naturaleza del medio en el que estas declaraciones fueron
hechas, la investidura de quien las realizó y el carácter privado

362
Luis González Placencia

de la persona sobre la que se emite la opinión, condicionan la


respuesta. Radio unam es un medio público que forma parte de
una institución pública y, de hecho, la representa. Como tal, la
unam y su emisora están sujetas al régimen constitucional que
obliga a las y los servidores públicos a respetar, proteger, promo-
ver y garantizar los derechos humanos, lo que, en una interpreta-
ción armónica de los párrafos tercero y quinto del propio artículo
primero constitucional, le prohíbe discriminar. Esta prohibición
alcanza a quienes son responsables de las emisiones que se trans-
miten por la radio universitaria pues están ejerciendo un servicio
público, y ello les convierte en sujetos de las obligaciones antedi-
chas. En este caso, el líder universitario del que hablamos era el
titular de la emisión y debió estar al tanto de estas restricciones.
Aun si se pretendiera argumentar que no recibía un salario y que,
por tanto, no era un servidor público, estaba ejerciendo una fun-
ción pública y es eso lo que resulta relevante. Finalmente, a dife-
rencia del caso anterior, en éste, la chica sobre la que se emitieron
los comentarios misóginos no era una persona pública.
En sentido inverso al modo en que los derechos de las per-
sonas operan como círculos de permisión en el caso anterior, en
el presente asunto son las obligaciones de las personas servidoras
públicas las que constituyen círculos de restricción: en primer
término, no puede haber censura cuando previamente el marco
constitucional de derechos constituye una prohibición institu-
cional de su violación y, en consecuencia, también de la discri-
minación. En otras palabras, las instituciones tienen constitu-
cionalmente prohibido discriminar, lo que constituye un primer
círculo de restricción. Enseguida, si bien es cierto que, quien
siendo invitado y opina a través de un medio público está prote-
gido por la libertad de expresión —lo que significa que callarle
del modo que fuere, sí que constituiría un acto de censura, en
la medida en la que la institución no puede hacerse cargo de
las opiniones emitidas por quienes son invitados a sus eventos
y emisiones— también lo es que, si como en el presente caso,
quien opina representa a la institución, entonces la prohibición
institucional se concreta, en un segundo círculo de restricción, en

363
Ni censura, ni derecho al insulto

quien ejerce una función pública. El titular de esa emisión, con


sus declaraciones, transgredió ese marco constitucional y provo-
có que, institucionalmente, la unam lo hiciera. Cabe señalar que
el mismo artículo primero constitucional exige a las autoridades
que en el ámbito de sus competencias investiguen, sancionen y
reparen los daños en casos de violaciones consumadas a los dere-
chos humanos, por lo que esa institución universitaria hizo lo co-
rrecto al cancelar la emisión, como una forma de garantizar la no
repetición de la violación y en separar de su planta de locutores a
su titular, como una forma de sanción. Seguramente la evidencia
pública de las expresiones y la ratificación que el propio autor
hizo de las mismas fueron un factor para obviar la investigación.
Lo anterior significa que estos actos institucionales de sanción y
reparación no constituyen censura.
Finalmente, el carácter privado de la persona sobre la que se
emitieron los comentarios misóginos implica un tercer circulo de
restricción, pues al contrario de lo que sucede con los personajes
públicos, meterse con la vida privada de las personas exige cuida-
dos extremos para evitar incurrir en la vulneración de su digni-
dad o de su intimidad. Es en este punto donde emerge el sentido
negativo del derecho a la privacidad, que funciona en este caso
como una inmunidad que protege a las personas de los juicios de
terceros sobre su forma de vida, su identidad, su sexualidad, su
moralidad o religiosidad y, en general, sobre cualquier aspecto de
su dignidad. En el caso de una institución pública, la obligación
de no discriminar se refuerza, por lo que sus políticas institucio-
nales y públicas, así como su trato a las personas, deben respetar,
proteger, promover y garantizar su dignidad y nunca demeritarla;
para una persona servidora pública esta obligación es entonces
triple, pues la tiene como persona, como garante institucional y
como funcionaria/o del Estado.
Como puede observarse, en este caso tampoco hay un con-
flicto de derechos pues los únicos derechos que había que pro-
teger eran los correlativos a las obligaciones institucionales de
Radio unam. Su locutor incumplió esas obligaciones y con sus
expresiones simplemente no ejerció sus derechos, sino que violó

364
Luis González Placencia

los de otra persona. Radio unam, por tanto, no cometió censura;


cumplió con sus deberes constitucionales.
Hasta este punto es posible sistematizar, a partir de figuras de
círculos concéntricos, permisiones y restricciones alrededor de la
prohibición constitucional a la discriminación: hacia arriba, las
permisiones operan en beneficio de la libertad de pensamiento,
el derecho a la privacidad en sentido positivo, el derecho a la
información y la libertad de prensa; hacia abajo, las restricciones
hacen más estricta la obligación de no discriminación, a través de
la prohibición institucional de discriminar, de las obligaciones de
las y los servidores públicos frente a los derechos y del derecho
a la privacidad como inmunidad. Con este esquema a la vista, es
posible observar que ninguno de estos derechos fundamentales
entra en conflicto con otro; de hecho, armonizan y se potencian
a través del reconocimiento mutuo de los confines que existen
entre ellos. Aquí radica, me parece, la integralidad de los dere-
chos. En otras palabras, no es que un derecho pese o valga más
que otro derecho, sino que cada uno cobra sentido en función de
la situación y desde la perspectiva en la que son necesarios.
El último caso es, me parece, el más polémico. Se trata de
una situación en la que un taxista gritó “guapa”, desde la ventana
de su vehículo, a una mujer, tuitera y periodista con fama en las
redes sociales, que transitaba por la calle. Ella se sintió agredida
y, sabiendo que en la Ciudad de México los insultos constituyen
faltas administrativas que se sancionan con multas o arrestos, lo
denunció ante un agente policial que les remitió con un juez cí-
vico. Este último impuso una multa al taxista quien, falto de re-
cursos económicos, debió someterse a un arresto administrativo
que lo llevó a dormir en una celda al menos una noche. También
fue éste un caso polémico, que no estuvo exento de violencia.
En principio, es necesario hacer notar el contexto subyacente al
suceso, que hace de la Ciudad de México el espacio de mayor
violencia comunitaria de género en el país. Este dato no es me-
nor, pues implica que un número importante de mujeres viven,
varias veces durante cada día, distintos tipos de violencia que
van desde los llamados piropos hasta los tocamientos forzados

365
Ni censura, ni derecho al insulto

y la violación, tanto en las calles como en el transporte público.


Enseguida, porque la reacción ante la denuncia por ella realizada
fue interpretada como el abuso de un derecho. Se dijo que, por
tratarse de una mujer famosa y empoderada, ella había abusado
de un hombre pobre que sólo quiso halagarla. La virulencia en
las redes se mantuvo durante semanas y provocó que muchas
personas, hombres y mujeres, se metieran con la apariencia física
de la denunciante o simplemente la consideraran una abusadora.
Como en este asunto hay un alto grado de subjetividad, no
es posible conocer las intenciones reales de sus protagonistas, sin
embargo, el caso da para formular varias hipótesis. La prime-
ra plantea una situación en la que un varón, de condición so-
cioeconómica desaventajada, teniendo la intención de halagar a
una mujer socialmente más aventajada y, de hecho, una persona
pública, provoca en ella la percepción de haber sido insultada.
Él, en efecto, tenía buenas intenciones y encontró propicia la
ocasión para hacerla sentir bien, pues la consideró tan hermosa
como para ser digna de un piropo; ciertamente, no le dijo malas
palabras, sino aquella que encontró más sutil, más afín a la ex-
presión estética que esa mujer le provocó y que en el peor de los
casos consideró inocua. Ella, por su parte, se adhiere al grupo
de personas que considera que un piropo es una intromisión no
autorizada de los hombres en la privacidad de las mujeres, sin
importar si éste es “decente” o francamente vulgar, por lo que se
sintió invadida. Sin reparar en la condición socioeconómica de
aquel hombre y, más bien, sólo por el hecho de ser hombre, quiso
defenderse y buscó la protección de la autoridad porque, en el
peor de los casos, lo consideró un insulto. La segunda hipóte-
sis permite imaginar que él actuó de buena fe, en los términos
antedichos, y ella no; digamos que ella vio la oportunidad de
obtener notoriedad y de ejercer su influencia para, utilizando a
la autoridad, probar el sistema y dar una lección a los hombres,
a través de la persona del señor taxista quien, siendo socioeco-
nómicamente más débil que ella, no tendría forma de evadir la
sanción. Esta hipótesis supone entonces un uso vindicativo del
poder socioeconómico de alguien que se arroga la representación

366
Luis González Placencia

de las mujeres para someter a alguien menos aventajado, en el


que vio la representación del conjunto de los varones; en el mejor
de los casos, él y los demás hombres aprenderíamos la lección.
La tercera plantearía que el taxista le dijo guapa porque quiso y
pudo hacerlo; se sintió autorizado porque así se lo ha permitido
siempre un contexto que, de algún modo, permite a los hombres
abordar a las mujeres para someterlas al capricho de sus piropos,
más aún si éstos no son vulgares. De hecho, probablemente ni
siquiera es que lo hubiere considerado un abuso, sino un dere-
cho, el derecho, digamos, que tienen los varones a expresar juicios
sobre las mujeres sin su autorización, aunque ni siquiera las co-
nozcan; en el mejor de los casos ellas, quieran o no, terminarán
aceptándolo. Ella, como en la primera hipótesis, actúa porque,
como antes se dijo, piensa exactamente lo opuesto. Una última
hipótesis combinaría la actitud de él en la hipótesis tres —le dijo
guapa porque quiso y pudo hacerlo— y la de ella en la hipótesis
dos —ella hizo un uso vindicativo de su posición empoderada.
Estas hipótesis trazan dos continuos: uno en el que se mueve
la actitud del varón, entre la inocuidad y la imposición; el otro en
el que se mueve la actitud de ella, entre la defensa y la vengan-
za. En el primer caso, el continuum representa un conjunto de
posibilidades que caben entre “no pasa nada” y “te aguantas”. El
segundo, representa un conjunto de respuestas que, frente a estos
lances van desde: “sí pasa y no lo permito”, hasta “no sólo no me
aguanto, sino que te lo revierto”. Desde luego, no puede perderse
de vista que no es ella, sino él, quien, al producir el lance, inicia
la interacción y queda expuesto a una respuesta por parte de ella,
cuya naturaleza y magnitud sólo puede imaginar. Si, como he in-
sistido, una premisa a considerar es que no es posible argumentar
el ejercicio de un derecho para producir un daño, descarto la acti-
tud que representa una acción de mala fe en el varón y me quedo
sólo con la representada en la primera hipótesis. En el caso de
ella, mantengo ambas actitudes bajo análisis y comienzo con la
que supone una respuesta defensiva.
Supóngase entonces que él espera que, como se ha dicho, en
el peor de los casos, no deba pasar nada. Esto implica que él ha-

367
Ni censura, ni derecho al insulto

bría presupuesto, que ella debió asumir, que el lance tuvo una
buena intención y aceptar pasivamente que guapa es un halago.
Pero al no haber certeza ninguna de que su presuposición sea
cierta, él quedó a expensas de la forma en la que ella lo interpre-
tó. Sin duda, él no podía, muy a pesar de sus buenas intenciones,
imponerle a ella el significado de su lance, simple y llanamente
porque eso no estaba, ni puede estarlo de ningún modo, empí-
ricamente a su alcance. Por tanto, el asunto se tornó un juego
intersubjetivo de probabilidades: o bien ella aceptaba el piropo, o
bien lo rechazaba. Obvio es que, de haberlo aceptado, no habría
habido problema ninguno; pero como lo rechazó, el tipo y la
magnitud de su respuesta no podían haber sido anticipados por
el señor taxista. Tal vez, a pesar de rechazar el piropo, en efecto
no habría pasado nada, porque ella pudo haberse “aguantado”,
pudo quedarse callada e irse con su molestia. O tal vez ella habría
podido reaccionar insultándolo (una vez escuché a una mujer que
frente a un piropo increpó al autor preguntándole sus razones
para piropearla, a lo que el individuo contestó algo así como: “te
digo hermosa porque pienso que eres hermosa”; ella le reviró di-
ciendo, “yo pienso que usted es un imbécil y no se lo digo públi-
camente”). Tal vez, de tenerlo a mano, lo habría abofeteado. En
todos estos casos es posible asimismo que el taxista aceptara estas
respuestas y hasta se vanagloriara de haberlas provocado —como
los charros mexicanos de los filmes de mediados del siglo xx— o
tal vez habría contra reaccionado y claramente agredido física o
verbalmente a la joven tuitera. Lo que es obvio es que de todas
esas posibilidades, y quizá otras que escapan a mi imaginación,
lo que ella eligió fue recurrir a la autoridad para que, con base en
la ley, ésta decidiera lo que correspondía hacer y él tuviera que
someterse a una decisión que quedaba en manos de esta última,
no de ella.
En todo caso, difícilmente me parece que pueda argumen-
tarse, tampoco aquí, un conflicto de derechos. En esta ocasión
no se trata de una opinión expresada en privado; tampoco es una
expresión realizada sobre una persona pública, sino sobre una
persona privada cuya identidad de género la ubica entre las his-

368
Luis González Placencia

tóricamente vulneradas, aunque su identidad de clase la ubicara


como una persona empoderada. El medio que sirvió para expre-
sarla no fue un teléfono, ni una emisión de radio, ni un periódico,
sino el espacio público. Quien profirió la opinión no fue un ser-
vidor público, tampoco un periodista, sino una persona privada
cuya identidad de género se corresponde con una entre las histó-
ricamente vulnerantes, aunque su identidad de clase lo colocase
como una persona desaventajada. De hecho, la expresión no fue
por si misma discriminatoria, aunque en la consideración hecha
en esta hipótesis, ella la percibió como un insulto.
Creo que es en un caso como éste en el que se puede de-
sarrollar esa directriz de comportamiento general a la que me
referí anteriormente y que pienso se sigue de la también general
prohibición contenida en el último párrafo del artículo primero
de la Constitución, en la medida en la que ordena a todas y todos,
habitantes y transeúntes del país, no discriminar y no vulnerar
la dignidad de las personas. De hecho, es aquí donde se aprecia
el potencial de la Constitución para generar, más que prohibi-
ciones, compromisos de no vulneración. Así las cosas, de no ser
aplicable ese último párrafo del artículo primero a un caso como
éste, entonces habría que reconocer otro círculo de permisión
que indicaría que cuando alguien profiere un juicio sobre otra
persona con buenas intenciones tiene derecho a hacerlo, a pesar
de que la otra persona no lo autorice, aunque para esta situación
no hay un derecho que la respalde. De hecho, de ser así, a pesar
de la buena intención de quien emite el juicio, el resultado para
quien lo recibe es simplemente “te aguantas”, lo que desdibujaría
la buena intención y colocaría a ese varón, por el resultado de su
acción, en la hipótesis de quien actúa de mala fe.
Me parece evidente que obligar a alguien a recibir un jui-
cio sobre su persona que no ha pedido —no importa si éste es
decente, agradable, saludable o cualquier otro calificativo que lo
signifique como “positivo”— no califica en ningún caso como el
ejercicio de un derecho. Dicho en otras palabras, como se ha ar-
gumentado más arriba, resulta difícil justificar que alguien tenga
que “aguantar” que otra persona ejercite un derecho a su costa.

369
Ni censura, ni derecho al insulto

Esto no constituye, por tanto, el ejercicio de un derecho, sino la


comisión de una acción vulnerante, de una falta de respeto y, en
ese sentido, de una violación del compromiso de no vulneración
que exige la Constitución.
Visto así, considerar válido que se emitan opiniones “positi-
vas” sobre otras personas sin su consentimiento, supone poner la
carga de la significación en quienes las reciben como negativas.
Ello genera, de hecho, una sutil discriminación que se hace vi-
sible cuando vemos que, proteger sólo a quienes sí aceptan que
otros emitan juicios “positivos” sobre su persona, excluye de la
protección institucional a quienes no los ven así. Por el contrario,
un razonamiento que interprete la prohibición constitucional de
discriminar y de no vulnerar la dignidad como una obligación
general de respeto por las y los demás, puede perfectamente ins-
cribirse en la línea de la directriz de comportamiento, necesaria-
mente también general que ésta significa, en un sentido inclusi-
vo, pues proteger a quienes no aceptan que otros emitan juicios
“positivos” sobre su persona sin su consentimiento no desprotege
a quienes sí los aceptan. A mayor abundamiento, creo que hay
dos corolarios que se siguen además de esta aproximación: 1) si
la prohibición de discriminación y de no vulneración de la dig-
nidad sirve para proteger a quienes no admiten que se emitan
juicios “positivos” sobre su persona sin su autorización, servirá
también, por mayoría de razón, para el caso de los juicios con-
sensualmente considerados como negativos, y 2) la exigencia de
respeto se refuerza si, además, la persona activa pertenece a una
identidad históricamente vulnerante y la pasiva, a una identidad
históricamente vulnerada. Todas estas consecuencias son oportu-
nidades para derivar compromisos de no vulneración en la línea
de un comportamiento conforme con los valores garantistas de
la Constitución.
De este modo se hace evidente que, al no haber estado ejer-
ciendo el señor taxista un derecho, sino incumpliendo un com-
promiso de no vulneración, el único que debe protegerse es el
derecho a una vida libre de violencia de la joven tuitera. De nue-
vo, no hay conflicto de derechos, ni derechos que pesen más unos

370
Luis González Placencia

sobre otros, sino situaciones que exigen a la persona intérprete un


esfuerzo por dilucidar qué es lo que está realmente en conflicto.

Discusión y reflexiones conclusivas

Los cuatro ejemplos presentados permiten dibujar el espectro


de protección de varios derechos y libertades, de cara al dere-
cho a la no discriminación. Hacia arriba, plantea situaciones a
las que aplican los derechos a la privacidad en sentido positivo, a
la libertad de prensa, el derecho a la información y el derecho a
una vida libre de violencia, correlativo a la obligación de no dis-
criminación y de no vulneración de la dignidad, en este caso, de
las mujeres. Hacia abajo, situaciones en las que las obligaciones
refuerzan la prohibición de no discriminar porque así se exige a
las instituciones públicas, a las y los servidores públicos y por el
derecho a la privacidad en sentido negativo o como inmunidad.
Estos ejemplos, hipotéticos en su tratamiento en este texto, fue-
ron reales y generaron consecuencias de distinta magnitud que
vale la pena considerar. El Cuadro 1 (pág. 366) ofrece un resu-
men en el que esas consecuencias pueden ser observadas.
La primera cuestión que emerge se refiere al desdibujamiento
del aparente conflicto entre los derechos asociados a la libertad
de expresión y los asociados a lo no discriminación. Éste, me pa-
rece, no es un resultado menor, pues demuestra que un ejercicio
de frónesis —que es lo que en este texto se ha intentado—, que
sin mayor fundamento que la Constitución general de la repú-
blica, ni mayor herramienta que la argumentación, funciona para
problematizar estos casos como lo que en realidad son: situacio-
nes en las que prevalece un derecho frente a acciones y agentes
vulnerantes. Puede decirse que representan casos fáciles, pero
tengo la impresión de que aun los casos difíciles son susceptibles
de ser abordados como los que aquí he analizado, aunque ello
no es materia de este texto. En suma, una primera conclusión
importante arroja evidencia de que los problemas asociados con
los presuntos conflictos de derechos son sólo aparentes y repre-

371
Ni censura, ni derecho al insulto

Cuadro 1. Resumen de casos

Acción Derechos a
Medio de
Persona Persona Tipo de co­ y agente proteger y
Caso comuni­ Consecuencias
activa pasiva municación vulne­ titulares de
cación
rantes los mismos

Interven-
ción de Derecho a
Ninguna, aun-
una comu- la privaci-
Conversa- que con “cos-
Servidor/a Persona Teléfono nicación dad, como
1 ción telefó- tos políticos”
público privada público privada libertad del
nica privada para la persona
filtrada servidor/a
activa
anónima- público
mente

Derecho a la
libertad de
Servidor/a prensa del
público Censura periodista. Medidas caute-
ejerciendo Figura Artículo de Periódico social e lares y renuncia
2
funciones pública opinión comercial institucio- forzada de la
de perio- nal Derecho a la persona activa
dista información
de las au-
diencias

Cancelación
Docente Comen- Derecho a la
de la emisión a
univer- Expresión tarios privacidad
cargo de la per-
sitario Persona en una Radio misóginos como in-
3 sona activa y de
ejerciendo privada emisión pública a cargo del munidad de
su participación
funciones radiofónica titular de la una persona
como locutor
públicas emisión privada
de la emisora

Prohibición
general de
discrimina-
Manifes-
ción y no
tación de
vulneración
Inmediato un juicio Arresto admi-
Varón Mujer de la digni-
4 Grito en vía sobre otra nistrativo (con-
taxista tuitera dad como
publica persona mutado)
directriz
sin su au-
general de
torización
compor-
tamiento
debido

372
Luis González Placencia

sentan, en todo caso, problemas de aproximación —de método,


es decir— a la hora de analizarlos y resolverlos.
La segunda cuestión que se evidencia en el Cuadro 1 es que
las consecuencias derivadas de estos casos muestran un problema
de certeza jurídica, de proporcionalidad y hasta de trascendencia
de esas mismas consecuencias, que debería al menos alertarnos,
de cara al contexto en el que estas situaciones se han presentado y
seguirán presentándose en el futuro. Por una parte, llama la aten-
ción el peso que la presión social, manifestada a través de distin-
tos medios, jugó detrás de los desenlaces en todos estos casos.
En ausencia de certeza jurídica en las instituciones ocurrieron
cosas que resultan altamente cuestionables: la confusión entre las
personas y la naturaleza de sus actos, implicó para ellas sanciones
injustificadas o desproporcionadas. En los tres primeros casos, la
pretensión de que las personas servidoras públicas deben ser ellas
mismas moralmente intachables produjo:

a) En el primer caso, impunidad y, paradójicamente, una


afectación en la integridad de la persona misma, del puesto
que desempeña y de la institución que preside; en prim-
er lugar, porque debiendo ser investigado el espionaje del
que el servidor público fue víctima, la atención se desvió
a un comentario privado que, al no ser de interés públi-
co, los medios no debieron haber divulgado.4 Enseguida,
porque el costo político que ha tenido que asumir este ser-
vidor público equivale a haberlo revelado tal como es y no
como debe ser, lo que ha afectado sin duda la integridad
del puesto que ocupa y de la institución que preside. Justo
debido a la ausencia del procedimiento jurídico que debió
seguirse —que en este caso debió consistir en una inves-
tigación penal del espionaje— la sanción, que es de natu-

4
Entiendo que esto abre otra discusión cuyo análisis, anticipo, conducirá
a la misma conclusión: nadie puede argumentar que ejerce un derecho a partir
de la comisión de un delito.

373
Ni censura, ni derecho al insulto

raleza política, se tornó desproporcionada y trascendente.5


b) En el segundo caso, el efecto de la censura, tanto de la
institucional como de la social, también fue despropor-
cionado y trascendente en la medida en la que motivó
injustificadamente la renuncia de un periodista ante una
institución que, debiendo respaldarlo, aceptó sin más su
dimisión, lo que probablemente muestra su conformidad
con la censura, su temor a la presión popular o, más segu-
ramente, la debilidad para enfrentar institucionalmente su
caso. Vale decir que, aunque el Conapred levantó las me-
didas cautelares que le impuso al periodista y la solicitud
de que se disculpara por sus dichos, ello no disminuyó la
trascendencia de este asunto, que se ha convertido en un
mal precedente en materia de censura institucional a la
libertad de prensa escrita.
c) El tercer caso, que tuvo como protagonista de nuevo a la
unam, generó consecuencias institucionales más mesura-
das y proporcionales, pero, nuevamente, la reacción so-
cial terminó representando una suerte de linchamiento
simbólico que puso en riesgo la permanencia del líder es-
tudiantil como catedrático en la universidad nacional, ya
sea porque así lo hubiesen determinado las instancias uni-
versitarias o porque, dada la presión, él mismo se hubiese
visto obligado a renunciar; e incluso estaba comprometida
su libertad si, como es tendencia, esa misma presión social
hubiese terminado por influir el ánimo de la Fiscalía en la

Me permito una metáfora que puede explicar este último punto: lo im-
5

portante no es que una persona servidora pública tenga esqueletos en su clóset,


sino que ello no afecte la legitimidad de sus actos, no motive conflictos de
interés o no implique la comisión de delitos; pero, de realizar actos ilegítimos,
tener conflictos de interés o cometer delitos, esa persona servidora pública debe
ser juzgada por estos actos y de ningún modo por los esqueletos que tenga en
su clóset. Si no se sabe de esos esqueletos, la presunción de legitimidad opera en
su favor; pero si derivado de un acto de espionaje, la prensa revela la existencia
de esos esqueletos, será la presunción de ilegitimidad la que prevalezca. En una
condición así, se afecta no sólo a la persona, sino también al puesto que desem-
peña y a la institución que preside.

374
Luis González Placencia

admisión de la demanda alzada en su contra. La muerte


reciente de este profesor, quien gozaba de reconocimiento
por su rol como líder social del movimiento de estudiantes
mexicanos de 1968, dio cuenta de que en su biografía pesa
esa sanción social que al final le estigmatizó como misógi-
no y discriminador. Y es que una consideración menos
visceral sobre este caso debe reconocer que este hombre
recibió su sanción, que es lo que públicamente interesa,
por infringir las normas que estaba obligado a observar,
y de ningún modo por ser misógino, egoísta, ignorante,
necio o cualquiera otra característica que tuviera que ver
con su persona.

Por su parte, el último de los casos, el del señor taxista, tam-


bién muestra una confusión entre la persona y sus actos, aunque
de otra manera. Su condición socioeconómica desaventajada y la
aparente inocuidad de sus piropos terminaron por ocultar el he-
cho de que, nos guste o no, faltó al respeto a una mujer que tiene
derecho a no ser molestada —ni con el pétalo de un rosa, como
dice el razonamiento popular. Pero, de nuevo aquí, la impericia
de un juzgador para lidiar con un caso que debió resolverse por
conciliación, terminó con el señor taxista tras las rejas. Aunque
en este caso el clamor social estuvo mayoritariamente con él, la
virulencia de los ataques que recibió ella terminaron dándole la
razón, porque son muestra de que la violencia comunitaria de
género también se muestra en las redes sociales.
La tercera cuestión evidencia que ser objeto de censura no
implica inmunidad frente a la posibilidad de ser discriminado, y
viceversa, ser discriminado no evita que uno sea censurado. En
sentido positivo, la lucha contra la censura no es incompatible
con la lucha contra la discriminación como tampoco la lucha
contra la discriminación lo es respecto de la lucha contra la cen-
sura. Los derechos asociados a la libertad y los relacionados con
la igualdad no son oponibles, sino potenciables y complemen-
tarios, por lo que plantearlos en términos de conflicto terminan
por vulnerarlos.

375
Ni censura, ni derecho al insulto

Para terminar, vale decir que estas conclusiones abren la dis-


cusión sobre qué tipo de garantías —de justicia penal, cotidiana
o restaurativa— necesitamos instrumentar para lidiar con certe-
za, proporcionalidad e intrascendencia con situaciones como las
que estos ejemplos representan; sobre si la institucionalidad con
la que hoy contamos está preparada para instaurarlas y si las y
los servidores públicos que laboran en esa institucionalidad están
capacitados para operarlas. Pero, de modo más importante, dejan
ver que es imperativo tomarse en serio la directriz de comporta-
miento que debemos derivar de la prohibición constitucional de
discriminar, para la generación de compromisos de no vulnera-
ción que nos aproximen al respeto que deberíamos profesarnos
unos a otros.
Si insistimos en banalizar el valor de la diversidad humana
y en pensar que los derechos que la protegen, que no son otros
que los que garantizan la igualdad, son de segunda clase frente
al linaje de las libertades, más pronto que tarde la libertad de
mercado terminará por hacer de nuestras diferencias un produc-
to de anaquel, etiquetado según el mérito de nuestras calidades.
Igualdad y libertad, por tanto, no son derechos que antagonicen;
son, más bien, constitutivos de la genética de todos los derechos
fundamentales.

376
Luis González Placencia

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378
La representación de
la otredad en la ficción
televisiva mexicana:
entre la discriminación
y la inhibición de los
derechos ciudadanos
Darwin Franco Migues y Guillermo Orozco Gómez

“¿Qué haces besando a la maldita lisiada?”, es la frase que la vi-


llana de la telenovela María, la del barrio (Televisa, 1995), Soraya
Montenegro, utilizó cuando sorprendió a su pareja dándole un
beso en la mejilla a una joven en silla de ruedas. Esta frase no
sólo ejemplifica el uso de lenguaje discriminatorio dentro de la
ficción televisiva mexicana sino que, además, se ha convertido en
una expresión icónica que es utilizada en memes, gifs e imágenes
que se distribuyen en redes sociales digitales para realizar todo
tipo de burlas alrededor de aquello que es considerado diferente
e, incluso, inferior. “Marginal”, como llama el mismo personaje a
todas aquellas personas que no pertenecen a su misma clase social
La ahora ya clásica escena de “la maldita lisiada” es uno de los
contenidos virales con mayor duración dentro de internet acu-
mulando en sitios como YouTube más de 100 millones de vistas
que se centran tanto en el contenido original como en cientos de
parodias que las y los usuarios han realizado a partir del material
original transmitido hace ya 23 años. En esa escena también se
podrían escuchar frases discriminatorias como: “Te voy a dar una
paliza que no vas a olvidar en tu vida, ¡inválida del demonio!” y
“A ti también te voy a dar lo tuyo, gata maldita”.

379
La representación de la otredad en la ficción televisiva mexicana

Lo anterior es sólo un ejemplo de cómo la ficción televisiva


mexicana, específicamente las telenovelas, son y pueden conver-
tirse en espacios de representación social clave para el entendi-
miento del otro, ya que éstas, a partir de factores como la proxi-
midad cultural y las formas simbólicas que se ponen en juego en
la estructuración de sus narrativas e historias, producen y repro-
ducen estereotipos y estigmas que, devenidas siempre del marco
social de referencia, contribuyen al afianzamiento de acciones
discriminatorias contra ciertos grupos sociales a los cuales dentro
de la ficción se les ha considerado marginales; por ejemplo, muje-
res, indígenas, personas con discapacidad, pobres y todas aquellas
personas con una preferencia sexual distinta a la que marcan las
normas morales de la televisora que produce y distribuye los con-
tenidos ficcionales.
De acuerdo con los informes que el Observatorio Iberoame-
ricano de la Ficción Televisiva (Obitel) ha publicado de manera
ininterrumpida desde 2007, la ficción televisiva es el producto
de mayor consumo en la televisión abierta nacional, ocupando
—por lo regular— los tres primeros lugares entre los diez pro-
gramas más vistos anualmente (Vassallo y Orozco, 2017).
En 2016, por ejemplo, La rosa de Guadalupe de Televisa, fue
el programa más visto en toda la televisión mexicana al obtener
20.48 puntos de rating y 39.09 de share,1 lo cual significa que
durante todo ese año 45 millones de televidentes mexicanos, por
lo menos, vieron alguno de sus episodios (Orozco et al., 2017).
Este programa, cuyo eje narrativo gira alrededor de los milagros
que es capaz de realizar la Virgen de Guadalupe, es desde hace
cuatro años el programa más visto en México y es, a la par, uno
de los productos ficcionales que más exporta Televisa.
La ficción televisiva, tomando en cuenta los anteriores argu-
mentos, es relevante como objeto de estudio por ser el producto
televisivo de mayor consumo y también porque la relación cultu-

El rating mide el promedio de televidentes por emisión del programa;


1

en tanto, el share indica el total de audiencia que se reparte entre las diferentes
cadenas de televisión.

380
Darwin Franco Migues y Guillermo Orozco Gómez

ral y simbólica que las audiencias construyen con y a través de ella


funciona como un crisol de representaciones sociales mediáticas
que constantemente se reconfiguran mostrando al televidente
estereotipos, etiquetas y estigmas que pueden ser depositados en
lo otro y los otros no sólo para nombrarlos sino también para
significarlos como parte de un entorno social.
Si bien asumimos que la ficción es algo que no es real tam-
bién consideramos que podría serlo, no porque la referencia en
sí misma lo sea (el programa televisivo) sino porque el pacto que
construye con su audiencia atribuye rasgos de verosimilitud que
hacen creer que aquello que se ve sí podría ser verdadero en tanto
que refleja parte de los valores y simbolismos que rodean la vida
cotidiana de sus audiencias. Éstas —desde luego— siempre con-
tarán con múltiples mediaciones para hacer frente a los mensajes
que pueden devenir de la ficción.

La telenovela, un producto
televisivo para pensar lo social

¿Puede la realidad ser mostrada en las telenovelas? Es una


pregunta que transita no sólo las fronteras entre la realidad y la
ficción sino también alrededor de las formas simbólicas en que la
narración-realidad se conjuga para representar en la ficción algo
que no es real pero que podría serlo.
Los límites entre la realidad y la ficción comienzan a ser
trastocados por diversos géneros televisivos, desde aquellos que
se presentan como tele-realidad (reality shows o talk shows), los
que dicen trabajar “objetivamente” con la realidad y se apoyan
de la ficción para volver emotivos sus mensajes (noticieros) hasta
aquellos que se consideraban totalmente ficcionales (telenove-
las o series) y que en años recientes han tomado como materia
de referencia y significación tanto hechos como personajes de la
vida real; por ejemplo, las recientes series sobre la vida de los can-
tantes Juan Gabriel (Tv Azteca, 2016), Joan Sebastián (Televisa,
2017) y Luis Miguel (Netflix, 2018), o el narcotraficante, Joaquín

381
La representación de la otredad en la ficción televisiva mexicana

el Chapo Guzmán (Netflix, 2017); sin embargo, “la televisión no


reproduce la realidad, sino que produce realidades”, y muchas
de estas realidades nada tienen que ver con la realidad misma
(Orozco, 2001).
Para Buonanno (1999), especialista internacional de estudios
de ficción, no se trata de radicalizar lo que es real, en términos
objetivos, versus aquello que no lo es (ficción) o de suponer que
cohabitamos diversas realidades, se trata de pensar cómo es que
los medios modifican el imaginario social y, por tanto, las formas
en las que concebimos la realidad. En su análisis de la ficción
italiana, esta autora rastrea los componentes de realidad que se
mezclan en la ficción para significar tanto el espacio ficcional
como la vida cotidiana:

La ficción es real, en términos de que aquel realismo


emocional y simbólico no restituye una imagen espe-
culadora y fiel de la realidad factible, sino que abre el
horizonte de las experiencias a esferas de elaboración,
identificación y proyección fantástica que ya forman
parte de la vida cotidiana y, que por eso mismo, son
trozos significativos y activadores efectos de la realidad
(Buonanno, 1999: 60).

Esta capacidad de contar la realidad, bajo diversos géneros


y formatos, es mayoritariamente conducida por la televisión; ya
que es a través de ella, como precisa Buonanno, que la realidad
“no se representa ni se deforma sino se reescribe y se comenta”
(1999: 62) y primordialmente, creemos, se narra.
En un mundo-imagen, en que importa tanto el estilo como
la ideología y donde las construcciones de la “realidad” pasan más
por las narrativas mediáticas, pareciera que la verosimilitud es
un juego perdido en las subjetividades que nos ofrecen y ofertan
los medios de comunicación; en específico, la televisión, que se
erige como el medio principal en la producción social de sentido
al generar una “cultura mediática” o simplemente un proceso de
mediatización (Thompson, 1998).

382
Darwin Franco Migues y Guillermo Orozco Gómez

Rincón (2006), especialista latinoamericano en estudios de


televisión, precisa que la cultura mediática es “una red de signi-
ficados colectivos de carácter público” que propone nuevos mo-
dos de significar la realidad al tratarse de una “máquina narrativa
que socializa una variedad de relatos, visibiliza una gran diver-
sidad de sujetos y extiende las escenas de sentido al intervenir
simbólicamente en la sociedad” (Rincón, 2006: 19–20). Por ello,
propone una nueva forma de ver, sentir, significar y simbolizar
la televisión “desde dentro”, al interior de sus subjetividades y ca-
pacidades como ente generador de las nuevas formas narrativas
de la imagen y, por ende, de la realidad. El análisis consiste en
desentrañar la estructura de su narración y sus modos narrativos
de significar la realidad.
La capacidad de la televisión de reproducir realidades, vía su
verosimilitud y su “estar ahí”, puede ser abordada científicamen-
te por sus facultades productoras y reproductoras de los textos
mediáticos respecto a la realidad y al mundo real que los alberga
y, también, por las relaciones que el espectador establece con el
sistema social a través de la práctica del texto televisivo. Es decir,
las simulaciones in vitro que presenta la televisión fluyen en dos
vías: los textos que simulan la realidad y aquellos otros que si-
mulan los procesos de narrativización que encuentran espacio en
lo real (Eugeni, 2005: 79–80). En ese sentido, las telenovelas se
circunscriben en la representatividad de lo real, no porque lo que
aparezca en ellas lo sea, sino porque en su estructura narrativa y,
principalmente, en su formato se encuentran grandes similitudes
con la realidad de las personas que las miran.
Martín-Barbero (1998), en su Teoría de las Matrices Narra-
tivas, precisa que los productos audiovisuales están constituidos
por el entrecruzamiento de matrices narrativas que provienen del
pasado y se hacen presentes en el producto ficcional. La materia-
lización de las matrices se gesta en el formato televisivo, vía las
características de la narración y la forma en cómo se construye el
relato; y es la convergencia de éstas la que le da una singularidad
especial a la telenovela al particularizarla. Tal es su particularidad
que se han constituido esquemas y modelos específicos de pro-

383
La representación de la otredad en la ficción televisiva mexicana

ducción que caracterizan tanto a las matrices culturales como a


los formatos industriales de cada país productor de telenovelas,
tal y como establece Mazziotti (1996), especialista argentina en
ficción televisiva.
La telenovela desde su género reposa en la promesa de una
relación a un mundo, sea éste real o diegético —mundo cons-
truido en la ficción—, desde esta perspectiva se apuesta por la
veracidad al recrear las condiciones para que la o el telespectador,
hasta cierto punto, crea que lo que ve es o puede ser real.
La conjunción de estos elementos constituye las llamadas:
narrativas mediáticas, que, como establece Rincón (2006), son si-
multáneamente dispositivos de producción y de análisis de la ac-
tuación de los medios de comunicación; ya que a través de éstos
es posible comprender la gama de mensajes explícitos e implíci-
tos con los que “los medios construyen el relato de nuestros días”.
Estos mensajes contribuyen a extender nociones discriminato-
rias y de odio alrededor de aquellos grupos que, como pasa en la
vida social, son también vulnerados y sobajados en las estructuras
ficcionales.

La trama dramática creada, construida y modificada en


la telenovela no sólo hace presentes problemas cotidi-
anos sino que también los naturaliza, al igual que las
mercancías, al imponer implícitamente patrones y for-
mas de ver, de tal forma que en ellas […] se excluye y se
incluye a sujetos sociales, grupos, ideas, razas y se estere-
otipa, se legitima o deslegitima, se agranda o se minimi-
zan personas, movimientos y perspectivas ideológicas o
valores (Orozco, Hernández y Huizar, 2009: 28).

La narración sucede sólo en un sistema de reglas que es com-


partido entre la comunidad productora y sus audiencias; “estas
reglas” son las que permiten que un relato sea seguido. En las
telenovelas, por tanto, “no todo es viejo ni todo es nuevo” sino es
una mezcla que le permite al género permanecer e innovar sin
romper lo que Vassallo (2004), especialista brasileña en ficción,

384
Darwin Franco Migues y Guillermo Orozco Gómez

llama repertorio común; es decir, aquellos significantes propios de


la telenovela que la audiencia retoma para la construcción de sus
imaginarios y que la industria apropia para mantener vigente el
negocio.
La renovación en las telenovelas se da sólo sí pueden mante-
ner un “reconocimiento socializable” con su audiencia, vía el gé-
nero y la narrativa del relato, lo mismo ocurre alrededor del len-
guaje y las acciones discriminatorias que son usadas en la ficción
televisiva como formas de representación de la otredad dentro de
sus historias y narrativas. Esto significa que una expresión como
maldita lisiada no sería significativa si una buena parte de la au-
diencia o de las y los usuarios que ahora distribuyen y parodian
la escena de María, la del barrio —más allá del sentido cómico
o satírico con que pudieran asumirla— no consideraran que una
persona en silla de ruedas puede ser nombrada o etiquetada a
través de la expresión lisiada.
Ejemplos como éste son muy comunes en las narrativas e
historias de las telenovelas mexicanas, las cuales, en aras de “co-
nectar” con las audiencias, son capaces de producir e imponer
etiquetas que luego traspasan las pantallas por la apropiación
que hacen las audiencias de dicho lenguaje; por ejemplo, en la
telenovela, también de Televisa, Soñadoras (1998), un joven de
clase alta, Rubén Barraisaba, popularizó el uso de adjetivos pe-
yorativos como gatete y naquete para referirse a quienes no tenían
dinero ni educación.
En ejemplos más contemporáneos, aunque no del ámbito de
la ficción, vemos la proliferación de este mismo tipo de adje-
tivos peyorativos en un reality show que conjunta a jóvenes de
clase alta para tener las vacaciones de sus vidas, en el programa
de la cadena internacional mtv, Acapulco Shore, en el que frases
despectivas como: “el lanchero”, “la gata” o “las gárgolas” son em-
pleadas para nombrar a quienes no comparten su nicho social ni
su apariencia física.
Otro ejemplo son los videos virales sobre las llamadas #ladys
o #lords, personas que reciben estos calificativos cuando se les
graba teniendo actitudes discriminatorias en las que salen a re-

385
La representación de la otredad en la ficción televisiva mexicana

lucir el clasismo, el machismo y la homofobia que tan presentes


están en algunos sectores sociales de México.
Al respecto, la ficción no ha sido ajena a estas representacio-
nes, ya que en La rosa de Guadalupe se han realizado programas
enteros para hablar de ello; sin embargo, el centro no ha estado
en el señalamiento y castigo de las actitudes discriminatorias; al
contrario, todo ha quedado reducido a la redención personal del
personaje discriminador, eclipsando así las condiciones sociales
que hacen persistente el estigma y las representaciones peyora-
tivas que tenemos sobre lo otro y los otros. Es decir, La rosa…
hace ver que la discriminación forma parte de ese “repertorio
común” que socialmente compartimos y sobre la cual es poco o
nada lo que podemos hacer. Rezar y expiar la culpa es, quizá, el
único camino.

Las telenovelas en México: el modelo Televisa

Ideadas, producidas y materializadas bajo el modelo Televisa,


como lo ha establecido la investigadora argentina Nora Mazzio-
tti (1996, 2006),2 las telenovelas mexicanas se han realizado en
un esquema donde, esencialmente, reinan los aspectos melodra-
máticos, sentimentales, maniqueístas e, incluso, los vinculados a
la moral religiosa por encima de los temas sociales o políticos. Tal
fue su desarraigo que hasta 19963 las telenovelas no presentaron
vínculos explícitos con la realidad social que intentaron repre-

2
La investigadora engloba a la industria y producción de telenovelas en
América Latina mediante seis modelos: argentino, venezolano, colombiano, de
Miami (Estados Unidos), brasileño (tv Globo) y mexicano (Televisa).
3
Fecha paradigmática, ya que fue el año en que Televisa perdió el monopo-
lio de la ficción al estrenarse en las pantallas de tv Azteca la telenovela: Nada
personal, producción que rompió la barrera entre la realidad y la ficción al crear
una historia sobre los vínculos de corrupción entre la clase política y el crimen
organizado (Dorcé, 2005). Ésta fue la primera telenovela mexicana donde Mé-
xico y sus instituciones aparecieron. Un año más tarde, Mirada de mujer (1997)
también acabó con el tradicional melodrama mexicano al presentar una histo-
ria donde una mujer madura se enamora de un hombre joven.

386
Darwin Franco Migues y Guillermo Orozco Gómez

sentar, ya que en sus historias no existían ni países ni ciudades


reconocibles.
Sus pilares narrativos históricos como: la familia nuclear (pa-
dre, madre e hijas/os), el drama del reconocimiento, el ascenso
social, la imagen de la mujer abnegada y, sobre todo, los preceptos
católicos no habían permitido la creación de temáticas que, jus-
tamente, fueran contrarias a esa realidad ficcional, pues de ma-
nera constante los dramas de las telenovelas buscaban desviar la
mirada de lo social-real, como reiteradamente lo ha mencionado
la propia Nora Mazziotti: “son esenciales la madre, la malvada, la
inocente, el ambicioso, el joven pobre pero honesto que enmar-
cados en la narrativa se expresan en historias arcaicas, anacróni-
cas e inverosímiles” (Mazziotti, 2006: 33–35).
Esta estructura dramática y narrativa ha colocado a las tele-
novelas mexicanas como un modelo tradicional de ficción, pues
hasta hace pocos años era muy complicado pensar o imaginar
que éstas pudieran salir del molde de “cenicienta mediática”
(Marqués de Melo, 2001) o, más aún, que rompieran las “bue-
nas costumbres narrativas” cosechadas por años. Sin embargo, el
cambio o evolución de las audiencias ha obligado a un cambio de
narrativas y temáticas, aunque esto no significa que sus valores
tradicionales hayan cambiado del todo, como explicaremos más
adelante con la representación mediática de la Ley de Interrup-
ción Legal del Embarazo o la Ley de Sociedad de Convivencia,
el antecedente del matrimonio universal o entre personas del
mismo sexo en México.
Bajo el modelo Televisa, las telenovelas mexicanas han fun-
gido —hasta cierto punto— como un catálogo del “deber ser”;
la mujer, por ejemplo, tenía un rol tradicional basado en la ab-
negación, sumisión y pasividad; valores ficcionales que la hacían
soportar las más crueles de las bajezas en el nombre del amor. El
hombre, en contraparte, era de carácter fuerte e incapaz de do-
blegarse ante sus emociones (Franco y Orozco, 2010).
Sin embargo, las telenovelas mexicanas no sólo han sido tra-
dicionales en cuanto a la construcción de sus personajes sino
también en sus historias; por ejemplo, telenovelas clásicas como

387
La representación de la otredad en la ficción televisiva mexicana

Senda prohibida (1958) o El derecho de nacer (1966), ambas de


Televisa, son el claro ejemplo de narrativas donde los valores pa-
triarcales y morales condicionaron toda la historia. En El dere-
cho… un padre machista obliga a su hija a no tener a un niño que
proviene de una relación impura; sin embargo, el respeto moral y
religioso se antepone dando justamente el derecho de nacer a la
criatura. En Senda… la infidelidad es perdonada para mantener
la estabilidad familiar; el hombre que engañó a una joven cam-
pesina es perdonado; en cambio, la mujer infiel termina siendo la
única culpable por intentar romper la unión familiar.
En ambas telenovelas, el melodrama inundó los conflictos
privados-íntimos de los personajes de tal manera que los proble-
mas sociales aparecieron a merced del conflicto personal-fami-
liar; esto porque tradicionalmente las telenovelas han erradicado
la temporalidad y la geografía al no existir en ellas país recono-
cible.
La descontextualización y desterritorialización de las teleno-
velas ha propiciado que éstas prioritariamente se produzcan por
la posibilidad que brindan a la audiencia para evadir su realidad;
no obstante que muchos de los teóricos de las telenovelas hayan
encontrado que los televidentes acuden justamente a la ficción
para encontrar ahí respuestas a sus propios dramas cotidianos y
para ver en ellas sus propias realidades (González, 1998; Orozco,
2006).
Queremos precisar que esto no significa que ahora las tele-
novelas mexicanas abandonen sus valores históricos; al contrario,
creemos que los re-conceptualizan y re-actualizan para adaptar-
los a los nuevos tiempos narrativos, en los que formatos televi-
sivos erosionan y mutan en aras de satisfacer un mercado glo-
bal pero, sobre todo, a un cambio generacional en las audiencias
televisivas, las cuales, sumergidas en prácticas híper-mediáticas,
han optado por otras pantallas y contenidos que lejos están de
las narrativas que aún persisten en la ficción televisiva nacional
(Franco, 2012).
Cabe señalar que todo producto mediático conforma su ma-
terialidad simbólica a través de la conjunción o superposición de

388
Darwin Franco Migues y Guillermo Orozco Gómez

las matrices culturales y los formatos industriales. Martín-Bar-


bero (1998) explica, en su “modelo de las mediaciones”, que esto
es necesariamente así porque la lógica de producción y de con-
sumo que guían las prácticas mediáticas se nutre básicamente de
las matrices narrativas y de las formas expresivo-simbólicas con
que las naciones o pueblos han aprendido a construir y consu-
mir sus historias. La telenovela es el género televisivo que más
ha sabido explotar esto, pues como expresan Martín-Barbero y
Rey: “El melodrama ha resultado ser algo más que un género
dramático, una matriz narrativa que alimenta el reconocimiento
popular en la cultura de masas” (1999: 125).
Partiendo de esta premisa, la importancia del modelo Tele-
visa reside en que éste constituyó una forma particular de ver y
entender el mundo porque fungió como un ámbito “decisivo del
reconocimiento sociocultural, del deshacerse y rehacerse de las
identidades colectivas” (Martín-Barbero y Rey, 1999: 94), cues-
tión que por más de 60 años le ha otorgado a la telenovela mexi-
cana no sólo un statu quo dentro de la programación televisiva
sino también un pacto mediático, casi ritual, con su audiencia.

La reconfiguración del modelo


Televisiva y la actual ficción televisiva

De 19734 a 1995, Televisa fue la única empresa en México que


produjo y transmitió telenovelas. La aparición de tv Azteca5 en
1993 y su incursión en la producción y transmisión de telenove-
las como Nada personal (1995) dio al público mexicano la opor-
tunidad de tener una nueva propuesta de ficción.

4
Año en que surge Televisa, al fusionarse Telesistema Mexicano y Tele-
visión Independiente de México. Las telenovelas anteriores a esta fecha, como
Senda prohibida, fueron realizadas por la primera empresa.
5
Empresa que pertenece a Azteca International Corporation, establecida
en 1993 por Grupo Salinas como consecuencia de la privatización del Instituto
Mexicano de la Televisión (Imevisión).

389
La representación de la otredad en la ficción televisiva mexicana

Conocidas como las “nuevas telenovelas mexicanas”, las pro-


puestas de tv Azteca y Argos Comunicación6 tuvieron tal éxito
que desplazaron del rating a Televisa, principalmente con títulos
como: Nada personal y Mirada de mujer; la primera, se arriesgó a
representar una parte importante de la realidad mexicana antes
ignorada: la política (Dorcé, 2005); la segunda se convirtió en un
mito al colocar como personaje principal a una mujer madura
que busca rehacer su vida al lado de un hombre joven.
Como respuesta a esto, Televisa lanzó a finales de los años
noventa su propuesta de “neo-telenovelas”, producciones don-
de buscó reivindicar el papel de la mujer al posicionarla como
una persona profesional e independiente; incluso, como figura
de poder al colocarla al frente de empresas o negocios. La mujer
en estas historias no estaba supeditada a la figura del hombre; al
contrario, era la dueña de sus acciones.
Las neo-telenovelas significaron el abandono de las historias
clásicas, cargadas de drama, para adentrarse en diversas temá-
ticas contemporáneas como: la violencia intrafamiliar, equidad
de género, sexualidad juvenil, trastornos alimenticios, problemas
ecológicos y políticos. Algunos títulos característicos de esta co-
rriente son: La dueña (1995), Nada Personal (1996), Mirada de
Mujer (1997)7, La usurpadora (1998), Rubí (2004) y Teresa (2010).
Más allá del cambio narrativo, las temáticas aún mantenían
una gran distancia respecto de la realidad social del país que
mostraba tv Azteca con telenovelas como: Al norte del corazón
(1997), Demasiado corazón (1998) Tentaciones (1998), El candi-
dato (1999) o La vida en el espejo (1999), donde conectaban la
ficción con temas como: migración, narcotráfico, vih, corrupción

6
Encabezada por Epigmenio Ibarra —periodista—; esta productora cam-
bió radicalmente la temática de las telenovelas al colocar las preocupaciones de
la sociedad de nuestro tiempo como protagonistas de sus obras. Argos rompió
relaciones con tv Azteca en 2001, luego de diferencias administrativas y eco-
nómicas. Argos volvió a producir telenovelas en México en 2010 pero ahora
con Cadena Tres, hoy Imagen Televisión.
7
Tanto Mirada de Mujer como Nada Personal fueron producciones de Tv
Azteca pero se inscriben en esta nueva categoría de ficción televisiva nacional.

390
Darwin Franco Migues y Guillermo Orozco Gómez

política y relaciones amorosas del clero. Tal y como ahora lo ha-


cen con la nueva versión de Nada personal (2017) y La Fiscal de
Hierro (2017).
Sin llegar a estos niveles, Televisa paulatinamente ha incor-
porado nuevos temas en sus telenovelas, incluso ha hecho de és-
tas un producto con un fin social. Las llamadas “telenovelas con
causa”, producciones enfocadas para apoyar las campañas que
Fundación Televisa,8 han promocionado dentro de las narrati-
vas de sus telenovelas información para prevenir problemas de
salud como cáncer de mama, cáncer cervicouterino e influenza
AH1N1. A la par que buscan dar consejos para prevenir la dis-
criminación y la violencia de género.9
Pero no ha sido la única vez que las telenovelas mexicanas
se han usado con un fin social; en la década de los setenta y
principios de los ochenta, Miguel Sabido, vicepresidente de in-
vestigaciones de Televisa, impulsó las “telenovelas educativas”,
mismas que, con un alto mensaje social, tocaron temas como: la
planificación familiar, la alfabetización, el valor de la familia y la
paternidad responsable; elaboradas en conjunto con las secreta-
rías de Educación y Salud, estas telenovelas lograron ser un canal
informativo útil para bajar los niveles demográficos y disminuir
el analfabetismo.10

8
El organismo, creado el 20 de febrero de 2001, representa a la parte fi-
lantrópica de Televisa y se enfoca a la creación de campañas de concientización
social principalmente en dos ámbitos: salud y educación.
9
Pero no siempre los mensajes son positivos, el Consejo Ciudadano por
la Equidad de Género en los Medios de Comunicación y el Derecho a la In-
formación de las Mujeres evidenció que Fuego en la sangre (2008), telenovela
con causa, registró en dos semanas de transmisiones 498 actos en los que se
reproducen y justifican las diversas formas de violencia contra las mujeres, prin-
cipalmente la psico-emocional y la física. El monitoreo se realizó del 14 al 25
de julio de 2008.
10
En la página web (www.miguelsabido.com), Miguel Sabido expone que
sus telenovelas: Acompáñame (1977), Vamos juntos (1979) y Caminemos (1980)
jugaron un papel preponderante en el llamado “milagro demográfico mexica-
no”, haciendo que la tasa de natalidad bajara de 3.7 a 2.4. Ven conmigo (1976)
llevó a casi un millón de personas adultas a inscribirse en el Plan Nacional de
Educación de Adultos, para que terminaran su educación básica.

391
La representación de la otredad en la ficción televisiva mexicana

Otras televisoras que también han producido ficción son


Cadena Tres y Canal Once, la primera lo hizo en conjunto con
Argos Comunicación entre 2007 y 2015; las temáticas de sus
telenovelas y ficciones fueron innovadoras al tratar sin tapujos
temas de liberación sexual femenina (Las Aparicio, 2010) y la co-
lusión entre gobierno y narcotráfico (Octavo mandamiento, 2011,
e Infames, 2012)11.
Cadena Tres dejó de trasmitir sus señales para convertirse en
Imagen Televisión. Desde esta nueva televisora nacional también
se produce ficción televisiva aunque buena parte de sus produc-
ciones son originarias de Turquía; una de sus producciones más
exitosa la serie Paquita que retrató la vida de la controvertida
cantante mexicana, Paquita la del Barrio.
En el ámbito de la televisión pública nacional, Canal Once
también produce ficción televisiva de alta calidad y con temáticas
innovadoras desde el año 2009. Series como XY (2009) y Bienes
raíces (2010) abordaron abiertamente temas de diversidad sexual
tanto en mujeres como en hombres.
La apertura narrativa y temática, como ya expresamos, tiene
sus orígenes en el cambio/mutación de las audiencias y en los
requerimientos industriales que se desprenden de ello; por ejem-
plo, caída del rating. Sin embargo, hoy en día, en las telenovelas
mexicanas también están muy presentes los guiños que éstas tie-
nen para ser vehículos de la promoción política, gubernamental
y electoral.
Actualmente, por las narrativas de la ficción mexicana se
promocionan no sólo productos comerciales de toda índole y en
todo momento (dentro y fuera de la telenovela, con menciones
directas o indirectas de sus personajes e, incluso, como parte de
la trama narrativa)12 sino también —por la vía comercial— se

Actualmente, Argos sigue manteniendo esta temática en sus ficciones


11

como lo hizo con Ingobernable (2017) que se trasmitió de manera exclusiva por
Netflix. Esta serie retrata la vida de la Primera Dama de México a quien se le
acusa de haber asesinado a su esposo.
12
Las telenovelas de Televisa Hasta que el dinero nos separe (2010) y Una fa-
milia con suerte (2011) llevaron al extremo la inclusión de la publicidad al hacer

392
Darwin Franco Migues y Guillermo Orozco Gómez

presentan, promocionan y discuten derechos y obligaciones ciu-


dadanas, programas públicos, logros gubernamentales,13 partidos
políticos y políticos devenidos en actores.
La reciente incorporación del marketing político en la ficción
televisiva y las implicaciones que esto conlleva se entienden me-
jor en el clima político generado por la Reforma Electoral del
año 2007, legislación que prohibió a los partidos políticos mexi-
canos la contratación de spots en medios de comunicación. Con
las modificaciones, era el Instituto Federal Electoral (hoy Insti-
tuto Nacional Electoral, INE) —y no los partidos políticos— la
instancia encargada de otorgar y distribuir, en tiempos oficiales
y fiscales, los espacios para que éstos tuvieran presencia y visibi-
lidad mediática.14
La erradicación del principal vehículo para el debate político
en los medios (los spots) ha permitido a las televisoras explorar y
materializar en otros formatos sus posturas político-ideológicas.
En este sentido, la propaganda disfrazada en las telenovelas, no
contemplada en la Ley, se ha convertido en un fértil terreno para
que las televisoras, el gobierno y los partidos políticos “naturali-
cen” sus ideas, propuestas y logros dentro de la trama e intimidad
de los personajes de ficción.
De ahí que de forma paulatina y constante en las narrativas
de la ficción mexicana se han incorporado, con o sin contextuali-
zación, problemáticas como la violencia social, el narcotráfico, la

de ésta parte integral de su narrativa. En la primera telenovela, la marca Ford


aparecía como un personaje más al desarrollarse toda la historia en una agencia
de autos. En Una familia… todo sucede dentro de la empresa de cosméticos
Avon.
13
El caso más polémico de la incorporación de publicidad gubernamental
es la serie El equipo (Televisa, 2011), producción grabada en las instalaciones
de la Policía Federal y que construyó en su narrativa una historia que pretendió
cambiar la percepción pública de la estrategia gubernamental contra el crimen
organizado (narcotráfico). En esta serie, el Gobierno Federal invirtió 150 mi-
llones de pesos.
14
Con esto se mermó no sólo el capital financiero de los medios mexicanos,
principalmente del duopolio televisivo (Televisa y tv Azteca), sino también su
capacidad simbólica para influir de esta manera en las elecciones y en la política.

393
La representación de la otredad en la ficción televisiva mexicana

corrupción, los matrimonios gays, el aborto, la renta de vientre, la


trata de blancas, la promoción de candidatas/os y acciones em-
prendidas por diversos gobiernos estatales y municipales, entre
otros.15
Estas modificaciones narrativo-temáticas han propiciado un
cambio de 360 grados en el modelo Televisa (Orozco, Huizar,
Franco y Hernández, 2010) y han permitido observar que dichas
configuraciones no sólo atañen a las propias televisoras que hasta
ahora se dividen el mercado de la ficción en México (Televisa y
tv Azteca) sino también a diversas instancias gubernamentales,
partidos políticos y empresas que fuera de ellas inciden y pujan
desde lo comercial e institucional para que éstas incluyan a la
realidad social como motor narrativo.
Estos cambios se están realizando en tres dimensiones que
interna o externamente han influido para que las telenovelas
rompan su modelo histórico de producción:

› Dimensión político-institucional: Modificaciones legales


que han orillado a las televisoras a buscar nuevos forma-
tos para naturalizar tanto sus posturas político-ideológi-
cas como para comercializar la publicidad política.
› Dimensión económica: Estrategias mercantiles que han
incidido como unidades significativas en los cambios nar-
rativos-temáticos. Técnicas como brand placement, product
placement, merchandising social, engagement y marketing
político han modificado la telenovela al introducir en ella
no sólo publicidad comercial sino también política y gu-
bernamental.

En este rubro destacan el proselitismo que se hizo en la telenovela La


15

fea más bella (Televisa, 2006) a favor del ex Presidente de México Felipe Cal-
derón; la promoción de las plataformas políticas del Partido Verde Ecologista
de México en las telenovelas Un gancho al corazón (2009) y Triunfo del amor
(2011), ambas producciones de Televisa; el anuncio —durante una semana de
transmisión— de los logros del gobierno de Chiapas en la telenovela de tv
Azteca, Pasión morena (2009).

394
Darwin Franco Migues y Guillermo Orozco Gómez

› Dimensión narrativa: Mutaciones/cambios en las temáti-


cas, producto de la apertura de los mercados globales de
la ficción. Esto ha potencializado la estandarización de los
contenidos y la adaptación/apertura hacia nuevas temáti-
cas que escapan de lo local para incorporarse a los gustos
globales (Franco, 2012: 47).

A través de estas dimensiones, deseamos precisar que las te-


lenovelas mexicanas están en plena reconfiguración, lo cual no
significa el abandono del modelo Televisa; al contrario, conside-
ramos que éste se ha adaptado a los nuevos tiempos ficcionales
que amenazan con cubrir de publicidad y política sus narrativas.
En este sentido, sostenemos que las televisoras mexicanas
están apostando a la ficción como una nueva manera de fijar la
“agenda”, una agenda no precisamente racional sino fundamen-
talmente sentimental. Esta agenda ficcional ha roto su cerco na-
rrativo y simbólico para adentrarse en la discusión pública de
múltiples problemáticas sociales porque ahora sus referentes ya
no son únicamente ficcionales sino que cada vez más éstos tienen
que ver con situaciones reales que se discuten a niveles social,
político, cultural y, desde luego, mediático.
Esta agenda ficcional, como se establece en las dimensiones
que se proponen para entender el cambio en las telenovelas
mexicanas, hace evidente que detrás de esas historias dramáticas
y sentimentales se esconde un sentido político-económico que,
de manera velada, trata de colocar en las audiencias mensajes
y moralejas sociales que podrían ser más contundentes que la
información “objetiva” de los noticieros y que pueden tener tam-
bién mucha injerencia en la manera en la que se puede nombrar
y visibilizar la otredad, la cual puede mostrarse en la pantalla con
una carga simbólica y significativa tan fuerte que vuelva “natural”
los tintes discriminatorios con los que se retratan; por ejemplo,
las relaciones entre hombres y mujeres; personas adultas y jóve-
nes; ricos y pobres; población urbana y rural; heterosexuales y
homosexuales; mestizos e indígenas; personas adultas y niñas/
os; quienes son católicos y quienes no son creyentes, esto tan sólo

395
La representación de la otredad en la ficción televisiva mexicana

por citar algunos ejemplos que a diario se discuten y representan


en las narrativas e historias de las series y telenovelas mexicanas.

La telenovela como un vehículo para la


inhibición de derechos ciudadanos

Un ejemplo de cómo las telenovelas producen y constituyen


“agenda” pudo ser comprobado por Franco (2012) en el análi-
sis que realizó de la telenovela Alma de hierro (Televisa, 2008),
donde la ficción buscó ser un mejor y más emotivo canal para la
discusión privada y pública de derechos ciudadanos como la Ley
de Interrupción Legal del Embarazo (lile) y la Ley de Sociedad
de Convivencia (lsc), aprobadas en la Asamblea Legislativa del
Distrito Federal (aldf ) en noviembre de 2006 y abril de 2007,
respectivamente.
En esta telenovela, la discusión de ambos derechos asumió
los siguientes criterios:

› Privilegió al espacio privado como el único lugar de referencia:


Lo cual automáticamente excluyó cualquier otro tipo de
espacio o escenario social colectivo, público. La ficción no
negó su existencia de manera explícita pero al no men-
cionarlos ancló la trama en el único espacio privilegiado:
el íntimo-privado.
› Visibilizó y ocultó las problemáticas obstaculizando, así, el de-
bate público: La manera de ventilar, discutir y solucionar
ambas problemáticas sociales se hizo sólo a través de una
sola dimensión: la afectiva y/o la privada. En la telenove-
la, ambos derechos ciudadanos quedaron reducidos a una
cuestión de amores, de afectos y no de hechos, ni de re-
sponsabilidades ciudadanas.
› Exhibió e inhibió los derechos y obligaciones a partir de crite-
rios morales y religiosos. En la telenovela no hubo referen-
cias explícitas a las leyes que garantizaban ambos derechos
pero sí una sobre visibilización de sus consecuencias mo-

396
Darwin Franco Migues y Guillermo Orozco Gómez

rales. Su mensaje fue “podrán ser legales pero no morales”.


› Promovió acciones de inclusión o exclusión de ambas man-
ifestaciones y derechos sociales: La racionalidad o la “figu-
ra de razón” que operó en muchos de los juicios usados
en la telenovela nada tuvieron que ver con los derechos
previamente garantizados sino que el juicio sumario a los
ciudadanos que podrían y tenían el derecho a ejercerlos se
nutrió de juicios y nociones diversas que emergieron y se
justificaron alrededor de aspectos afectivos que la propia
narrativa de la telenovela construyó para mostrar las con-
secuencias morales y sociales del ejercicio ciudadano. Es
decir, ficcionalmente se discriminó y excluyó al persona-
je que optó por hacer válido su derecho (Franco, 2012:
49–50).

Estos factores se sumaron a las posiciones abiertas y activas


con las cuales las telenovelas mexicanas actualmente han comen-
zado a posicionar en sus narrativas y temáticas determinados
derechos ciudadanos que sirven —de texto y pretexto— para
discutir y proponer desde la ficción su alcance y validez a través
de representaciones ficcionales que conforman discursos ciudadanos
capaces de conjuntar la acción de sus personajes con los sentires
políticos, sociales y mediáticos generados en relación con la dis-
cusión pública del derecho representado.
Las representaciones ciudadanas vertidas en Alma de hierro
en relación con la lile y lsc tienen diversas lecturas que com-
prueban que más allá de la aparente apertura narrativa/discursiva
y la reconfiguración del modelo Televisa, sigue predominando
en la ficción mexicana una fuerte carga moral y religiosa que
se manifiesta de distintas maneras en cada uno de los derechos
analizados por Franco (2012).
En el caso de la lile estos valores son evidentes porque en
todo momento el discurso fue construido para anteponer a la
legalidad y a los derechos de la mujer: el derecho a la vida. En la
lsc, el tratamiento narrativo/discursivo apostó por representar
un proceso instituyente de “aparente” defensa; es decir, en todo

397
La representación de la otredad en la ficción televisiva mexicana

momento se manifestó que “incluso” los homosexuales tenían


derecho a ser felices y unir sus vidas. Cuestión que al final quedó
sin efecto cuando desde una dimensión cultural y social de la
ciudadanía se construyó no sólo la identidad homosexual sino
también el tipo de relaciones que éstos podrían y debían tener.
Alma de hierro, en ambos casos, apostó por no ocultar la exis-
tencia legal de los derechos ni tampoco los posicionamientos que
se tenían hacia ellos. Al contrario, los colocó y conjuntó como
parte del discurso ficcional, de tal manera que pareciera que to-
dos esos discursos intertextuales formaban parte de las preocu-
paciones, prácticas y discursos de sus ciudadanos de ficción.
En ese sentido, la telenovela interpeló a la razón vía la emoti-
vidad y a partir de esto construyó un discurso donde el drama de
esos otros ciudadanos puede semejarse a situaciones vividas o por
vivir de sus televidentes; es decir, si se parte de que la lógica de
producción se cruza con la lógica de consumo, como precisa Mar-
tín-Barbero (1998), y que éstas a su vez son interceptadas por los
discursos de poder y placer que dominan el entramado mediático
(Meyrowitz, 2008, y Castells, 2009), es posible entender que las
narrativas ficcionales buscan situarse al centro del debate social
no generando sino potencializando un nuevo discurso sobre la
cosmovisión político-institucional de la televisora —en este caso
Televisa— dentro de las situaciones ficcionales de sus personajes.
Por eso, no fue casualidad que cuando más estaban siendo
debatidos estos derechos en las esferas sociales, políticas y me-
diáticas, la telenovela decidiera llevarlos a su mundo ficcional.
Con ello, la televisora podría trasladar la narrativa mediática
construida en sus noticieros a un nuevo texto donde podría ma-
nifestar de manera más clara su postura sin riesgo a perder la
“objetividad de su información”.
Las moralejas ficcionales que se construyeron en relación con
los derechos analizados no negaron su existencia; al contrario, lo
que se buscó —como estrategia política e institucional— dentro
de las telenovelas fue inhibir tanto el derecho como el ciudada-
no/a no por omisión, como ocurría anteriormente, sino por una
sobre representación que inhibió su capacidad ciudadana.

398
Darwin Franco Migues y Guillermo Orozco Gómez

Una vía de análisis para entender esto sería revisar la agen-


da que en un periodo determinado construyan las telenovelas
mexicanas, ya que esto podría dar algunas pistas de cómo la rea-
lidad social y sus múltiples problemáticas se van insertando en
el discurso ficcional con la intención (institucional y política de
las televisoras) de generar desde ahí discursos muy precisos que
en sí mismos ya ofrecen a la audiencia un ejemplo de las conse-
cuencias sociales y personales que tendría para ellas ejercer algún
derecho, votar por determinado partido, apoyar tal movimiento
social o no aceptar las disposiciones o planes gubernamentales.

Etiquetas, estigmas y discriminación de


género en la ficción televisiva mexicana

En el análisis que el equipo México del Observatorio Iberoame-


ricano de Ficción Televisiva (Obitel) realizó en 2015 sobre las
representaciones de género presentes en las telenovelas mexica-
nas, Adrien Charlois mostró —como aquí hemos dado cuenta—
que la telenovela mexicana se ha permitido mantener muchos
de los modos tradicionales de narrar la realidad, las relaciones
sociales y de representar el mundo que durante 60 años le ha
funcionado bien (Orozco, Franco, Gómez, Charlois y Hernán-
dez, 2015: 347).
El comentario anterior no es menor, porque mientras en
otros países de la región los productos ficcionales han tenido
evoluciones importantes en términos de las estrategias de repre-
sentación, el anclaje nacional en la fórmula de éxito de las tele-
novelas mexicanas las vuelve altamente reiterativas. Ya sea que se
hagan remakes de productos viejos o que se compren guiones de
otros países, “la industria televisiva nacional impone las marcas
de reconocimiento tradicionales y una batería de estrategias an-
cladas en el melodrama más clásico” (Orozco et al., 2015: 347).
Esta caracterización del modelo mexicano, como hemos pre-
cisado, tampoco es menor en tanto que, justamente, las estruc-
turas narrativas del melodrama clásico ya contienen una lógica

399
La representación de la otredad en la ficción televisiva mexicana

de representación de género bien establecida, y que tiene que ver


con la propia lógica ética y moral dentro del género televisivo.

El manejo del pathos, la moral binaria, la alta polar-


ización, la sobreexcitación emocional, siempre han req-
uerido de un manejo cuidadoso de las representaciones
de lo masculino y lo femenino que estén en sintonía
con el entramado de los absolutos morales que guían la
historia. Ello permite que, a través de la personalización
y la individualización de arquetipos, se tematicen todo
tipo de problemáticas sociales, sin afectar los principios
básicos del formato (Orozco et al, 2015: 348).

Es en este contexto narrativo que las telenovelas mexicanas


han continuado con el tipo de representaciones de la configura-
ción genérica tradicional del melodrama a través de la adscrip-
ción de cada personaje a un tipo de mujer u hombre, ambos pen-
sados a través de un discurso altamente heteronormativo y de
su vinculación simbólica con absolutos éticos y morales que se
dividen esquemáticamente en “el bien” y “el mal”; en este sentido,
Charlois encontró que esta representación de género se divide en:

› Mujeres buenas y víctimas: La excitación emocional pues-


ta en escena en el melodrama telenovelero tiene que ver,
básicamente, con la comisión constante de injusticias
morales extremas que, eventualmente, son resueltas en la
trama. Para ello, siempre es necesario el papel de víctima,
asociada comúnmente con el rol femenino. Estas mujeres
“buenas” son personajes desprovistos de agencia personal,
lo cual las deja al arbitrio del destino. Para la mujer vícti-
ma, el destino tiene entonces personalidad masculina. Son
hombres malos los que las orillan a destinos trágicos en
la moral tradicional (la prostitución, las malas decisiones
económicas, etc.), pero son también hombres las que las
rescatan de las garras de ese destino para volverlas a su pa-
pel asignado: madres de familia, mujeres profesionales y,

400
Darwin Franco Migues y Guillermo Orozco Gómez

en general, roles que se deben desempeñar con el espacio


privado. La imagen, el símbolo, que narrativamente repre-
senta este papel femenino es, obviamente, el de la Virgen
María, en su advocación guadalupana.
› Malvada/Villana: Mujeres ambiciosas con capacidad de
agencia que aprovechan los avatares del destino, los prob-
lemas del amor y desamor, el secreto y la perpetua posi-
bilidad de la revelación identitaria, para forjar un cami-
no vinculado a los pecados de envidia y de ambición. Su
poder de manipulación de las conciencias y actitudes del
resto de los personajes radica en el manejo de valores de
clase, en su proclividad a revelar el secreto escondido de
los hombres y mujeres de bien.
› De héroes y villanos: De manera similar que en el caso
de los roles femeninos, la representación del hombre de
telenovela es altamente polarizada. No hay misterios, ni
recovecos, ni complejidad alguna en la personalidad mas-
culina. Estos pueden ser héroes o villanos, en función de
su apego a los valores tradicionales. La gran diferencia
con la representación femenina es que los hombres son
quienes tienen agencia, sus acciones son tan poderosas
que pueden resultar en cambios fundamentales de la tra-
ma. Tanto los buenos como los malos están investidos del
poder de decidir en los destinos de las mujeres (Orozco et
al., 2015: 379–381).

Como podemos observar, la telenovela —en términos de


representación de género— no se ha desapegado del anclaje y
características del melodrama narrativo tradicional. Las repre-
sentaciones de lo masculino y lo femenino, en este sentido, si-
guen estando fuertemente vinculadas a la extrema polarización
de valores tradicionales, en ciertos puntos esenciales, “en cuyo
juego y puesta en escena están los límites narrativos de lo mas-
culino y lo femenino” (Orozco et al., 2015: 383) pero también es
ahí donde dichas representaciones hacen explícitos e implícitos
los discursos y acciones discriminatorias que, desde la ficción, se

401
La representación de la otredad en la ficción televisiva mexicana

muestran en la relación ficcional que se establece entre hombres


y mujeres, y desde la cual es posible justificar conductas machis-
tas, misóginas o clasistas, sin que esto se muestre en pantalla de
manera abierta como una acción discriminatoria por condiciones
de género.
Al naturalizar estas posiciones y representaciones de género
también se justifican y naturalizan los actos discriminatorios que
se muestran en la ficción y que, debido a “los pactos y reconoci-
mientos socializables” (Vassallo, 2004) que se establecen con las
audiencias, existe un fuerte potencial de que esto afiance prácti-
cas y creencias socioculturales en las que se acepta como parte de
lo cotidiano la violencia de género o, como también revisamos, la
inhibición de los derechos ciudadanos hacía grupos vulnerables
o minoritarios. De ahí que ya no parezca ni aséptico ni neutral el
hecho de que la ficción televisiva haga énfasis en tales represen-
taciones tanto ciudadanas como de género.

Conclusiones e incitación

Como audiencias, pero también como ciudadanas y ciudadanos,


tenemos derecho a que se nos informe de manera clara y con-
tundente cuál es la clasificación de los programas televisivos que
estamos recibiendo de parte de las televisoras (artículo 227 de
la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión, lftr),
ya que a partir de esta clasificación podemos saber de manera
general si el contenido es o no adecuado para ciertas edades o
para prevenirnos de posibles comentarios o imágenes que pue-
dan mostrar; estas clasificaciones pueden hacerse conforme prin-
cipios vinculados a la violencia, el lenguaje y el contenido sexual
explícito.
De ahí que estos anuncios se coloquen, como marca el artícu-
lo 226 de esa misma Ley, alrededor de una advertencia parental
donde el objetivo es mostrar a los padres y a las madres si el
contenido de tal o cual programa “puede afectar el desarrollo de
la infancia”; sin embargo, no existen hasta ahora avisos preven-

402
Darwin Franco Migues y Guillermo Orozco Gómez

tivos que puedan informarnos, por ejemplo, si el contenido que


estamos próximos a observar, sea o no ficcional, tiene y emplea
discursos, lenguajes que pudiesen resultar discriminatorios.
Como observamos en este capítulo, las telenovelas mexicanas
están cargadas de una serie de representaciones y discursos que,
en efecto y sobre la práctica, resultan altamente discriminatorios
no sólo porque en estas representaciones se soslayan y minimizan
a ciertos sectores sociales sino también porque a través de éstas se
inhiben, ficcionalmente hablando, a aquellos personajes que op-
tan por hacer válidos, por ejemplo, algunos derechos ciudadanos
o, bien, mostrar posturas más liberales que condenan o señalan a
la moralidad en turno vigente en la ficción.
Advertir a la audiencia sobre la clasificación de la ficción y
sobre su contenido sería una acción fundamental para garantizar
que sea respetado el derecho de las audiencias a: “Recibir servi-
cios públicos de radiodifusión sin ningún tipo de discriminación
sea por origen étnico o nacional, el género, la edad, las discapa-
cidades, la condición social, las condiciones de salud, la religión,
las opiniones, las preferencias sexuales, el estado civil o cualquier
otra que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto
anular o menoscabar los derechos y libertades de las personas”
(artículo 256, lftr).
Esta tarea urge porque hoy la ficción y también diversos con-
tenidos televisivos no cumplen con los criterios de no discrimi-
nación que marca la Ley y que están vinculados a los derechos
que tenemos y poseemos como audiencias.
Correspondería al Instituto Federal de Telecomunicaciones
(ift) y al Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación
(Conapred) crear políticas y estrategias de clasificación para,
inicialmente, visibilizar el lenguaje y acciones discriminatorias
dentro de las telenovelas mexicanas pero, posteriormente, para
señalar a quien las incorpore como parte de sus historias y na-
rrativas. No se trata de coartar la libertad de expresión de quien
escribe, produce y transmite las telenovelas sino de señalarle a las
audiencias que su contenido violenta el derecho humano a la no
discriminación, pues aunque la ficción es algo que no es real, sus

403
La representación de la otredad en la ficción televisiva mexicana

representaciones sí podrían serlo al constituir éstas referencias


que pueden ser utilizadas para nombrar o interactuar con lo otro
y los otros.
Contar con una leyenda que exprese antes de la emisión algo
como esto: “El siguiente contenido posee lenguaje y acciones que
pudiesen ofender la integridad de las audiencias o pudiesen aten-
tar la dignidad humana al mostrar representaciones que tienen
por objeto anular o menoscabar los derechos y libertades de las
personas”, sería fundamental para que la audiencia pueda tomar
la decisión de ver o no determinada telenovela o serie televisiva,
tal y como ahora lo puede hacer una persona que es fumadora
y que va a comprar cigarros en cuya envoltura se le muestran
abiertamente las consecuencias que podría traerle el fumar. En
su decisión, más allá del señalamiento, estaría el hacerlo o no; sin
embargo, se estaría cumpliendo la norma de salud que obliga a
señalar lo dañino que podría resultar su consumo.
Insistimos, no se trata de coartar la libertad de expresión de
nadie sino de enfatizar que, en aras de esa libertad de expresión,
hoy en día las telenovelas y series televisivas mexicanas están re-
presentando lenguajes y acciones que resultan altamente discri-
minatorias. El uso de tal etiqueta, desde luego, deberá pasar por
un análisis académico del contenido, y para esto estamos puestos
y dispuestos los autores de este texto. El reto y responsabilidad
es y será del ift y el Conapred, a quienes les toca velar por la no
trasmisión de contenidos discriminatorios.

404
Darwin Franco Migues y Guillermo Orozco Gómez

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La representación de la otredad en la ficción televisiva mexicana

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407
La iliteracidad
democrática mexicana
Carlos Pérez Vázquez

Introducción

Gran parte de la historia constitucional mexicana está marcada


por una clara intolerancia establecida en las normas que integran
el texto de la ley fundamental, lo que ha comenzado a cambiar
apenas en años recientes, particularmente en virtud de lo dis-
puesto por la reforma constitucional del verano de 2011, que es-
tableció —no debemos olvidarlo— una prohibición expresa de
suspender incluso las propias normas constitucionales que pro-
tegen el derecho a la no discriminación.
Son muchas las pruebas de que nuestro texto constitucional
ha sido históricamente intolerante, pero la forma en la cual la
tradición mexicana ha tratado el derecho a la libertad de expre-
sión resulta ser un dato particularmente revelador.
En efecto, desde la promulgación del Plan de Iguala, docu-
mento fundador del constitucionalismo mexicano, encontramos
que la primera de las bases que expresa la resolución del Ejército
Trigarante para dar independencia a la nueva nación reconoce a:

1. La religión católica, apostólica, romana,


sin tolerancia de otra alguna1

No resulta sorprendente que un movimiento de independencia


que propuso restablecer una monarquía más que iniciar una repú-
1
Véase Plan de Iguala en Instituto Nacional de Estudios Históricos de las
Revoluciones de México (inehrm) (s. f.), Centenario de la Constitución Política
de los Estados Unidos Mexicanos, 1917-2017. Recuperado de <http://constitu-
cion1917.gob.mx/work/models/Constitucion1917/Resource/263/1/images/
Independencia18.pdf> (Consulta: 4 de agosto, 2017).
409
La iliteracidad democrática mexicana

blica, es decir, que no optó por establecer de entrada un régimen


democrático para organizar a la nueva nación,2 propusiera tam-
bién mantener, en lo posible, los rasgos culturales más caracte-
rísticos de la etapa colonial, entre ellos, por supuesto, la religión,
que se impuso a sangre y fuego y se profesó con toda devoción
durante tres siglos.
Lo que sí sorprende, sin duda, es que este principio o base de
organización del Estado haya sido puntualmente repetido por
el resto de los textos constitucionales mexicanos hasta casi el fi-
nal del siglo xix. Sorprende que, en esta materia, las divisiones
políticas que caracterizaron la primera etapa del México inde-
pendiente no se hayan manifestado, pues tanto liberales como
conservadores, federalistas y centralistas abrazaron el mismo cre-
do: la única religión posible sería la católica, con intolerancia de
cualquier otra.
En este sentido, resultaba absolutamente congruente que el
Plan de Iguala no reconociera el derecho a la libertad de ex-
presión, pues si durante tres siglos estuvo prohibido pensar en
más de una religión, entonces la prohibición de expresar el más
mínimo disenso en relación con los efectos prácticos y políticos
que el ejercicio de esa religión pueden tener para la organización
de la sociedad es una consecuencia directa. No olvidemos que el
propio Plan de Iguala ordenó la conservación de todo el clero
secular y regular, así como de sus fueros y propiedades.
México nace entonces como un país independiente de Es-
paña, pero no de la Iglesia católica que gobernó la Colonia con
puño de hierro y de la mano de la monarquía durante trescientos
años. Los efectos de esta decisión constitucional se sienten aún
hoy en día, como se expondrá con mayor detenimiento un poco
más adelante.

La América Septentrional imaginada por Agustín de Iturbide no sería


2

un país democrático, sino una monarquía ilustrada gobernada por el rey de


España para “precaver los atentados funestos de la ambición”, tal como bien los
encarnaría el propio Iturbide ante la negativa de Fernando VII de gobernar al
nuevo país.

410
Carlos Pérez Vázquez

2. El maridaje entre la religión católica


y la intolerancia en México

Cómo hemos advertido, la defensa constitucional a ultranza de la


religión católica en México se extendió a lo largo de casi todo el
siglo xix. Incluso hasta el 25 de septiembre de 1873, es decir, 52
años después de la consumación de la Independencia nacional, la
Constitución de 1857 señaló expresamente que le estaba prohi-
bido al Congreso suprimir o imponer religión alguna.3
Así, durante la mayor parte de la vida decimonónica del país
no estuvo prohibido que el Estado ejerciera facultades intole-
rantes acerca de la posibilidad de pensar y discutir con libertad
las ideas relacionadas con la existencia y funcionamiento de la
religión católica.
El mecanismo para combatir la expresión de ideas o escritos
estuvo plasmado en el artículo 7º de la Constitución de 1857,
que en su texto original estableció los límites a la libertad de
escribir y publicar en el respeto a la vida privada, a la moral y a
la paz pública.
El daño realizado a la capacidad de opinar sobre los asuntos
públicos puede verse con toda nitidez al leer los artículos seña-
lados de la Constitución de 1857, pues la moralidad pública en
México se construyó durante casi cuatro siglos a partir de los
dictados de la moral católica dados por la Iglesia.
Aún no ha sido suficientemente estudiado el efecto que esta
mutilación de la vida pública de la nueva nación independiente
pudo tener en los acontecimientos que caracterizaron al siglo xix
mexicano. Por ejemplo, ¿habría tenido algún efecto en la defensa
del territorio nacional el haber contado con más puntos de vista,
con más opiniones que las de un dictador? Lo que está claro es
que la constitucionalización del pensamiento único y el despre-

3
Véase el artículo 1, de las adiciones de 25 de septiembre de 1873 de la
Constitución de 1857, con sus adiciones y reformas hasta 1901, en http://www.
diputados.gob.mx/biblioteca/bibdig/const_mex/const_1857.pdf, p. 170 (Con-
sulta: 4 de agosto, 2017).

411
La iliteracidad democrática mexicana

cio de la pluralidad de ideas y opiniones tuvieron como efecto el


empobrecer la respuesta de México ante la agresión proveniente
de los vecinos del norte.4
Lo cierto es que México vivió años marcados por el ejercicio
de gobiernos nacionales que se caracterizaron por la ausencia de
controles propiamente democráticos y por la intervención de go-
biernos extranjeros ajenos también a esos principios.
Un sistema constitucional acostumbrado a la disidencia ins-
titucional ¿habría permitido por ejemplo las intentonas dictato-
riales de Benito Juárez o la imposición del régimen dictatorial de
Porfirio Díaz? Son preguntas que ameritan contestarse a partir
de un análisis contrafáctico que imagine el desarrollo del Méxi-
co decimonónico caracterizado por la libertad de pensamiento y
expresión.
Lo cierto es que la ideología única, atada de los dogmas de
fe de la religión católica y a su intolerancia intrínseca, contagia-
ron incluso los debates políticos que enmarcaron la historia del
primer siglo independiente del país, pues ninguno de los bandos
que se disputaron el control de la nación pudieron entender a
cabalidad la importancia de la libertad de credo.

3. La relación constitucional entre la libertad


de expresión y la libertad de credo

Una de las cosas que resultan sorpresivas para un lector constitu-


cional educado en la tradición formalista mexicana del siglo xx,
al enfrentarse al texto de la Constitución de los Estados Unidos
de América, se encuentra en la Primera Enmienda.
En efecto, desde la aprobación de la Primera Enmienda por
el Primer Congreso de los Estados Unidos en 1791, la Constitu-

En este sentido, sería interesante estudiar, en un próximo proyecto, el peso


4

que tuvo la presencia de John Austin como congresista mexicano. La hipótesis


que invito a considerar es si las ideas del coahuilense-texano fueron debatidas,
tomadas en serio, mayoriteadas, etcétera.

412
Carlos Pérez Vázquez

ción de ese país colocó en el mismo lugar preminente a la liber-


tad de creencia y a la libertad de expresión. Es preciso recordar
que la enmienda prohíbe establecer o prohibir religión alguna,
así como prohibir o limitar la libertad de expresión, la libertad de
prensa, la libertad de asociación y el derecho de petición.
En todo caso, lo relevante en el modelo constitucional de
los Estados Unidos son las implicaciones que pueden derivarse
de la presentación constitucional de estos dos derechos en con-
junto.
Si está prohibido para el Estado imponer o prohibir alguna
religión, es claro que, al menos en principio, tampoco puede exi-
gir que se critique algún credo o impedir que se debata en torno
a los fundamentos de otro. La libertad de opinar no existe sin
la libertad de pensar, de reflexionar también en libertad, con el
objetivo de construir una opinión equilibrada y personal sobre
todas las cosas, incluido por supuesto la existencia y funciona-
miento de una religión, así como los efectos que la misma y sus
agentes pueden tener en la organización de una sociedad.
Una comunidad en la que se permite pensar en los aciertos
y bondades, pero también acerca de los abusos e incongruencias
de un credo o una religión, es una sociedad en la que se permite
emitir opiniones fundadas que están llamadas a ser debatidas, a
incidir en la sociedad.
Una sociedad en la que ambos derechos van de la mano es
una sociedad que genera conocimiento, que está permanente-
mente abierta a la crítica y a la mejora, al avance y al perfeccio-
namiento del propio cuerpo social.
Este modelo de organización social es completamente opues-
to a aquel que propone la exigencia de respaldar una sola visión
del mundo, más aún si esa visión se funda en la creencia de la
existencia de un orden de cosas en el que no participa la volun-
tad humana: ante la obra de la creación divina, el ser humano no
tiene nada que decir, mucho menos nada que opinar.
No en balde Yahvé recuerda a Job, en la poderosa alegoría
bíblica, que nada puede replicarse a Dios:

413
La iliteracidad democrática mexicana

40:1 El Señor se dirigió a Job, y le dijo: 


40:2 ¿Va a ceder el que discute con el Todopoderoso?
¿Va a replicar el que reprueba a Dios? 
40:3 Y Job respondió al Señor: 
40:4 ¡Soy tan poca cosa! ¿Qué puedo responderte?
Me taparé la boca con la mano.
40:5 Hablé una vez, y no lo voy a repetir; una segunda
vez, y ya no insistiré.5

En un mundo ordenado por la divinidad, en el que incluso


los asuntos públicos están de antemano resueltos, cualquiera es
tan poca cosa que no puede discutir, no puede replicarle absolu-
tamente nada a Dios.
Y puesto que no puede discutirse, ni rebatirse el orden de las
cosas, la libertad de pensamiento y la de expresión se vuelven tan
innecesarias como la libertad de credo.
Este argumento puede también ayudarnos —como lo men-
cioné anteriormente— a presentar algunas de las razones que
intentan explicar la pobreza en la transformación social que ha
caracterizado a nuestro país desde su independencia hasta nues-
tros días.

4. La literacidad antidemocrática mexicana

De acuerdo con el consenso de especialistas, por literacidad de-


bemos entender la capacidad de descifrar textos que tienen una
intención comunicativa. Daniel Cassany nos propone la defini-
ción siguiente:

El concepto de literacidad abarca todos los conoci-


mientos y actitudes necesarios para el uso eficaz en una
comunidad de los géneros escritos. En concreto, abarca

Capítulo 40, “El desafío del Señor y la respuesta de Job”. Recuperado de


5

http://www.vicariadepastoral.org.mx/sagrada_escritura/biblia/antiguo_testa-
mento/42_job_08.htm#cap39 (Consulta 4 de agosto, 2017).

414
Carlos Pérez Vázquez

el manejo del código y de los géneros escritos, el cono-


cimiento de la función del discurso y de los roles que
asumen el lector y el autor, los valores sociales asocia-
dos con las prácticas discursivas correspondientes, las
formas de pensamiento que se han desarrollado con
ellas, etc. (Cassany, 2005: 1).

Sin embargo, como el propio autor catalán nos recuerda, este


concepto se ha modificado puesto que hoy en día refiere a:

Un ámbito especialmente interesante son los llamados


Nuevos estudios de literacidad, que con una perspecti-
va etnográfica entienden la lectura y la escritura como
prácticas sociales, en las que las personas utilizan los
textos, situados sociohistóricamente, dentro de contex-
tos particulares, para desarrollar funciones concretas,
en el seno de instituciones establecidas, con unas rel-
aciones de poder determinadas. El escrito es aquí solo
la punta del iceberg de la práctica comunicativa escrita
(Cassany, 2005: 2–3).

Por eso, el académico español sugiere que en los estudios fu-


turos sobre literacidad se agregue la perspectiva sociocultural a
las perspectivas lingüística y cognitiva, adoptándose un punto de
vista “más global, interesándose por los interlocutores, sus cultu-
ras, sus organizaciones sociales, las instituciones con las que se
vinculan” (Cassany, 2005: 7).
El punto es que la literacidad depende de la cultura en la
que se desarrollan los contextos interpretables. En este sentido,
la literacidad tradicional de las instituciones mexicanas y de las
personas que se enfrentan a ellas o las encarnan ha estado tradi-
cionalmente marcada por una cultura cerrada a la discusión y a la
réplica, esto es, por una tradición abiertamente antidemocrática.
En esta línea de razonamiento, se puede decir que mexicanos
y mexicanas interpretamos nuestra relación con las instituciones
públicas como una en la que está prohibido disentir. Esto es ya

415
La iliteracidad democrática mexicana

de por sí grave, pero no lo es tanto como el señalar que las ins-


tituciones del país, herederas de la intolerancia religiosa estable-
cida por casi cuatrocientos años como base angular del sistema
constitucional, están acostumbradas a emitir textos indiscutibles
en formas de normas, reglas, leyes, ordenamientos y otros actos
de autoridad.
La pluralidad de la sociedad mexicana, acrecentada de ma-
nera acelerada desde la segunda mitad del siglo xx, ha puesto de
manifiesto el agotamiento de este modelo de comunicación entre
las personas y las autoridades de todos los niveles.
En realidad, desde un punto de vista de gobierno y Estado
de derecho, México ha tenido una alta literacidad católica y una
clarísima iliteracidad democrática. En otras palabras, debido al
apego a la religión única y a su consustancial intolerancia, Mé-
xico no ha desarrollado competencias para que las personas y las
instituciones puedan comunicarse democráticamente.
La prueba más clara de nuestra iliteracidad democrática la
encontramos en la incapacidad extendida, tanto en las autorida-
des como incluso en integrantes estentóreos de la sociedad civil,
para discutir los dilemas y retos interpretativos que puede traer
consigo el intentar comunicarnos en un lenguaje basado en el
más amplio respeto a los derechos humanos. El hecho de que en
México no acabe de entenderse el valor democrático del princi-
pio de presunción de inocencia, por ejemplo, es el más emblemático
botón de muestra.
Las ventajas que surgen de analizar la historia constitucional
del país desde la perspectiva de la literacidad son muchas, pues
proporciona nuevas claves de entendimiento de fenómenos que
han agotado diversas aproximaciones y abordajes teóricos.
Así, de estudiarse el desarrollo del derecho constitucional
mexicano desde un punto de vista que contemple la pertinencia
de incluir las nuevas literacidades, se obtendrán nuevos insumos
para analizar las ya ampliamente criticadas prácticas judiciales
del país, lo que sin duda abre la oportunidad de refrescar el de-
bate en relación con asuntos que hoy son tan urgentes en México
como la consolidación del Estado de derecho, el combate a la

416
Carlos Pérez Vázquez

impunidad, la consagración del sistema de procuración y admi-


nistración de justicia a los estándares que exigen el acceso a la
justicia efectivo para todos.
¿Cómo reformar el sistema de combate a la corrupción en
el país, si ni siquiera hemos logrado que las instituciones y sus
integrantes entiendan la obligación que tienen de rendir cuentas,
que no se trata de simular transparencia y apertura, que deben
estar abiertas al escrutinio, a la crítica, a la réplica?
¿Qué camino sería el más adecuado para empezar a remontar
los malos hábitos impresos en nuestra sociocultura por casi cinco
siglos?

5. Un bosquejo de propuesta a manera de conclusión

Si en realidad lo que nos hace falta es aprender a leer y descifrar


la democracia, una ruta posible es la de ejercer sin tapujos los
alcances que nos propone el constitucionalismo democrático en
sus orígenes y que se opone, por principio, a la admonición de
que Yahvé hizo a Job: tenemos que aprender a discutir, a debatir,
a replicar. A no estar de acuerdo, en suma. Tenemos que aprender
a disentir, especialmente de la autoridad.
Sin embargo, la construcción de una nueva sociocultura que
sostenga los contextos interpretativos que exige la comunicación
democrática no será nunca suficiente si no logramos que la ope-
ración y actividad de las instituciones participen en ese esfuerzo.
En este sentido, es preciso elegir representantes comprome-
tidos con el cambio de las relaciones entre la sociedad y sus ins-
tituciones, personas que entiendan que la forma en la que aún
se dan las relaciones entre los individuos y las instituciones no
es muy distinto al que se dio por tanto tiempo entre la Iglesia y
sus fieles.
En otras palabras, debemos elegir personas comprometidas
con la rendición de cuentas, individuos que entiendan que, de
acuerdo con los principios de la comunicación democrática, todo
lo que hagan debe estar sujeto a discusión y a réplica. En otras

417
La iliteracidad democrática mexicana

palabras, debemos encontrar demócratas, no iluminados con as-


piraciones divinas.
Para ello es preciso, primero, transformar el enojo social que
vivimos en relación con el desempeño de las instituciones y de
las personas que laboran en el servicio público, en una agenda de
cuestionamiento y desafío democrático.
Discutir sobre la corrupción y sus efectos perniciosos, pero
no sólo desde un punto de vista formal y legalista, sino uno que
tome en cuenta la sistemática simulación institucional al respec-
to y la construcción del sistema político mexicano como lo cono-
cemos a partir de sus postulados más ruines: pactos de silencio,
compadrazgos económicos, compra y supresión de investigado-
res y críticos.
Discutamos la inseguridad y su origen real: la construcción
de las grandes organizaciones criminales desde el poder.
Discutamos la violencia de género como un lastre que impide
el desarrollo y la prosperidad para todas las personas que habitan
el país, pero sin pasar por alto la voz de mujeres y miembros de
comunidades tradicionalmente agredidas y silenciadas.
En otras palabras, debemos comenzar a ejercer el derecho
que tenemos de pensar y expresarnos en libertad, sin exclusiones,
sin intolerancia, sin discriminación.

418
Carlos Pérez Vázquez

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419
Sobre las autoras
y los autores
Nicolás Alvarado es escritor y comunicador. Hizo estudios de
ciencias de la comunicación en la Universidad Iberoamericana.
Es autor de los libros Con M de México (Norma, 2006) y La Ley
de Lavoisier (Norma, 2008), así como de las obras de teatro Cena
de Reyes (2011) y Te vuelvo a marcar (2014), y coautor de los li-
bros México 2010, hipotecando el futuro (Taurus, 2010) y Ellas…
por ellos (Conapred, 2012), entre otros. Fue miembro fundador y
subsecretario de Imagen Institucional del partido político De-
mocracia Social, así como de la Comisión Ciudadana de Estu-
dios contra la Discriminación, cuyos trabajos dieran origen tanto
a la promulgación de la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la
Discriminación como a la existencia misma del Conapred. Ha
sido productor, guionista, conductor y/o comentarista de diver-
sos espacios televisivos para Canal 22, Televisión Azteca, Televi-
sión Mexiquense, Televisa, Televisión Educativa, pctv, el spr y
Milenio Televisión en México. También ha sido director general
de la revista El Huevo, asesor en educación artística del programa
SaludArte de la Secretaría de Educación de la cdmx, director ge-
neral de tv unam y vicepresidente de la Asociación de las Tele-
visiones Educativas y Culturales Iberoamericanas. Actualmente
es profesor de semiótica en Centro de Diseño, Cine y Televisión,
productor asociado de la compañía Teatro de Babel y de su fes-
tival internacional de dramaturgia contemporánea DramaFest,
asesor en comunicación y cultura del Centro Universitario de los
Altos de la Universidad de Guadalajara, columnista de Milenio
Diario y colaborador del noticiario Contraportada de Radio Fór-
mula. Es también miembro del Salzburg Global Seminar.

421
Sobre las autoras y los autores

Article 19 México y Centroamérica es una organización inde-


pendiente y apartidista que promueve y defiende el avance pro-
gresivo de los derechos de libertad de expresión y acceso a la
información de todas las personas, de acuerdo con los más altos
estándares internacionales de derechos humanos, contribuyendo
así al fortalecimiento de la democracia. Article 19 se fundó en
Londres, Reino Unido, en 1987, y toma su nombre del artículo
19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Amneris Chaparro Martínez es doctora y maestra en teoría


política por la Universidad de Essex en el Reino Unido y es li-
cenciada en sociología por la Universidad Autónoma Metropo-
litana (uam)-Azcapotzalco. Además es co-fundadora y coordi-
nadora de investigación de Congenia, A. C. Su tesis doctoral se
titula Dignity in feminist political theory: Rape, prostitution, and
pornography. En 2014, fue invitada a la Universidad de Lovaina
en Bélgica como investigadora posdoctoral en la Chaire Hoover
de ética económica y social. Actualmente es becaria posdoctoral
del Conacyt en el área de Análisis y Teoría de la Política de la
uam-Azcapotzalco con un proyecto que indaga sobre si las per-
sonas tienen deberes éticos, y de qué tipo, con quienes cometen
ofensas sexuales. Ha presentado su trabajo en conferencias en
Estados Unidos, Francia, Alemania y México, entre otros. Sus
publicaciones incluyen artículos sobre el lugar del concepto dig-
nidad en la teoría feminista contemporánea y los deberes éticos
que aquélla demanda sobre las personas, el debate prostitución/
trabajo sexual, así como sobre la importancia de la perspectiva de
género en la investigación social. 

Juan Antonio Cruz Parcero estudió la Licenciatura en Derecho


en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autó-
noma de México (unam), titulándose en 1992 con la tesis His-
toria contemporánea de la filosofía del derecho en México. Realizó
el doctorado en derecho en la Universidad de Alicante, España.

422
Sobre las autoras y los autores

Se tituló en 1998 con la tesis El concepto de derecho subjetivo en


la teoría contemporánea del derecho, dirigida por Manuel Atienza.
Ha sido profesor de posgrado de la Facultad de Derecho de la
unam, donde ha impartido diversas materias: Historia de la Fi-
losofía del Derecho (I y II), Teoría de Derecho Contemporánea
(I y II), Técnicas de Investigación Jurídica, Teoría de la Justicia y
Derechos Humanos. Actualmente imparte la materia de Teorías
de la Argumentación Jurídica. Es miembro del Sistema Nacional
de Investigadores del Conacyt, nivel II. Ha realizado estancias
de investigación en las universidades de Alicante (2001), Oxford
(2005-2006), Torcuato di Tella (2006), Pompeu Fabra (2009) y
en el Institute for Science, Ethics and Innovation de la Universi-
dad de Manchester (2011). Es autor de El concepto de derecho sub-
jetivo (Fontamara, 2004), El lenguaje de los derechos. Ensayo para
una teoría estructural de los derechos (Trotta, 2007), Prueba y están-
dares de prueba en el derecho (con Larry Laudan [eds.], unam-iif,
2010).

H. Darwin Franco Migues es profesor-investigador de la Uni-


versidad de Guadalajara. Doctor en educación por la Universidad
de Guadalajara. Investigador de la Cátedra unesco de Alfabeti-
zación Mediática e Informacional e integrante del Observatorio
Iberoamericano de la Ficción Televisiva (Obitel).

Teresa González Luna Corvera realizó sus estudios universita-


rios en la Universidad iteso de Guadalajara (Instituto Tecno-
lógico y de Estudios Superiores de Occidente). Es licenciada en
ciencias de la comunicación, maestra en política y gestión públi-
ca, y en 2009 obtuvo el grado de doctora en estudios científicos
sociales.
Actualmente es profesora-investigadora en el Departamen-
to de Estudios Políticos del Centro Universitario de Ciencias
Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara. En
la docencia, imparte dos cursos en la Licenciatura de Estudios

423
Sobre las autoras y los autores

Políticos y Gobierno: a) Ciudadanía y sociedad civil en México


y b) Ética pública; en el posgrado en Ciencia Política (maestría
y doctorado) es docente, forma parte de la Junta Académica y
coordina el Seminario de Especialidad en Política y Gobierno
del posgrado en Ciencia Política.
Coordina la Cátedra unesco “Igualdad y no discriminación”
que, desde 2010, impulsan de manera conjunta la Universidad
de Guadalajara y el Consejo Nacional para Prevenir la Discrimi-
nación (Conapred). Asimismo, en 2011 promovió la creación de
la Red de Investigación sobre Discriminación (Rindis) y desde
entonces participa en la coordinación nacional de esta Red.
En su trayectoria profesional, fue consejera electoral del Con-
sejo General del Instituto Federal Electoral y presidenta de la
Comisión de Capacitación Electoral y Educación Cívica duran-
te el periodo noviembre de 2003 a agosto de 2008. Como acadé-
mica, participó en la creación del Centro de Estudios de Género
de la Universidad de Guadalajara y formó parte del equipo de
investigación.

Luis González Placencia es profesor-investigador titular de


tiempo completo en el Centro de Estudios Jurídicos y Políticos
de la Universidad Autónoma de Tlaxcala e investigador líder del
cuerpo académico “Justicia internacional, contextos locales de
injusticia y derechos humanos”, adscrito a la Facultad de Dere-
cho y Ciencias Políticas de la misma universidad. Coordinador
de la Red Nacional de Estudios, Investigación e Incidencia en
Derechos Humanos. Es miembro del Sistema Nacional de In-
vestigadores, nivel I.  

Gustavo Ariel Kaufman es abogado argentino por la Universi-


dad de Buenos Aires (uba) residente en Francia. Autor de nu-
merosos artículos sobre el derecho a la no discriminación, así
como de un par de libros sobre el tema: Dignus inter pares. Un
análisis comparado del derecho antidiscriminatorio (Abeledo Perrot,

424
Sobre las autoras y los autores

2010) y Odium dicta. Libertad de expresión y protección de grupos


discriminados en internet (Conapred,2015). Como colaborador
de diversas instituciones internacionales, ha sido conferenciante
internacional y maestro de cursos en Argentina, Brasil, Gabón,
Estados Unidos, Francia, Noruega, Croacia, Serbia, Holanda,
India, China e Irán. Ha recibido varios reconocimientos, inclu-
yendo el Premio Academia Nacional de Derecho y Ciencias So-
ciales de Buenos Aires por el trabajo Poder de policía y crisis del
derecho constitucional.

Marta Lamas es etnóloga de la Escuela Nacional de Antropo-


logía e Historia y doctora en antropología por el Instituto de
Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Au-
tónoma de México (unam). Es investigadora de tiempo comple-
to del Centro de Investigaciones y Estudios de Género (cieg)
de la unam. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores de
Conacyt, nivel II. Es integrante del Comité Editorial de An-
tropología del Fondo de Cultura Económica (fce), del Consejo
Económico y Social de la Ciudad de México y de la Asamblea
Consultiva del Conapred. Tiene ocho libros y más de 50 ensa-
yos académicos publicados. Sus libros más recientes son: La in-
terrupción legal del embarazo. El caso de la Ciudad de México (fce,
2017); El fulgor de la noche. El comercio sexual en las calles de la
Ciudad de México (Océano, 2017). También se dedica al perio-
dismo y es editorialista en la revista Proceso y comentarista en el
programa televisivo Agenda pública.

Guillermo Orozco Gómez es profesor-investigador de la Uni-


versidad de Guadalajara. Doctor en educación por la Universi-
dad de Harvard. Coordinador general de la Cátedra unesco de
Alfabetización Mediática e Informacional y co-coodinador ge-
neral del Observatorio Iberoamericano de la Ficción Televisiva
(Obitel).

425
Sobre las autoras y los autores

Mayra Ortiz Ocaña es egresada de la Facultad de Derecho de la


Universidad Nacional Autónoma de México (unam) con la tesis
Análisis del método de ponderación para los casos de colisión entre la
libertad de expresión y el derecho a la no discriminación en contra de
las mujeres. Actualmente es asistente de investigación en el Ins-
tituto de Investigaciones Jurídicas (iij) de la unam, donde par-
ticipa en diversos proyectos como el de educación “Programa de
colaboración académica entre la cndh y el iij de la unam”. Fue
acreedora de la beca de Movilidad Internacional Estudiantil para
estudiar un semestre en la Universidad de Pekín en China y de
la beca del Programa de Capacitación en Métodos de Investiga-
ción para realizar una estancia de investigación en la Universidad
de Yale. Asimismo, es co-conductora del programa Observato-
rio semanal en tv unam e integrante fundadora del Colectivo
de Abogadas y Abogados Solidarios Causa, organización que
acompaña casos de libertad de expresión, protesta y pueblos y
comunidades indígenas.

Carlos Pérez Vázquez es licenciado en derecho por la Univer-


sidad Nacional Autónoma de México (unam), obtuvo su maes-
tría en derecho por la Harvard Law School de Boston, Estados
Unidos. Obtuvo el grado de doctor en Letras Modernas por la
Universidad Iberoamericana. También cuenta con estudios de
doctorado por la University College London, en el Reino Uni-
do. En el Poder Judicial de la Federación se ha desempeñado
como asesor, secretario particular de mando superior, secretario
de estudio y cuenta, sala penal y civil, y coordinador de asesores.
Se ha desempeñado como coordinador de asesores de la Presi-
dencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. También
ha sido analista en el Instituto Federal Electoral (ife); pasante
de derecho y socio del despacho Pérez González y Asociados;
capacitador en la Comisión Nacional de Derechos Humanos;
asesor jurídico y consejero electoral en el ife, e investigador del
Instituto de Investigaciones Jurídicas de la unam. Dentro del
ámbito académico ha impartido cátedra en instituciones como el

426
Sobre las autoras y los autores

Centro de Investigación y Docencia Económicas, el Centro de


Capacitación Judicial Electoral del Tribunal Electoral del Poder
Judicial de la Federación, el Instituto Nacional de Ciencias Pe-
nales y en el Centro Universitario México. Actualmente es socio
director del Centro por un Recurso Efectivo, A. C., y profesor
de Derechos Humanos en la Facultad de Derecho de la unam.

Jesús Rodríguez Zepeda es doctor en filosofía moral y política.


Es profesor-investigador del Departamento de Filosofía de la
Universidad Autónoma Metropolitana (uam), unidad Iztapala-
pa. Es investigador nacional, nivel III, en el Sistema Nacional
de Investigadores (sni) y fue presidente de la Cátedra unesco:
“Igualdad y no discriminación” (2010-2014), auspiciada por la
Universidad de Guadalajara y el Consejo Nacional para Prevenir
la Discriminación. Sus libros más recientes son: Un marco teórico
para la discriminación (Conapred, 2006), El igualitarismo liberal
de John Rawls. Estudio de la teoría de la justicia (Miguel Ángel Po-
rrúa / uam, 2010), Iguales y diferentes. La discriminación y los retos
de la democracia incluyente (Tribunal Electoral del Poder Judicial
de la Federación, 2011), Democracia, educación y no discriminación
(Cal y Arena, 2011), La justicia y las atrocidades del pasado. Teo-
ría de la justicia transicional (con Tatiana Rincón Covelli; Miguel
Ángel Porrúa / uam, 2012), Hacia una razón antidiscriminatoria.
Estudios analíticos y normativos sobre la igualdad de trato (con Te-
resa González Luna; Conapred, 2014), Ética y derecho a la infor-
mación: los valores del servicio público (Instituto de Acceso a la In-
formación Pública del Distrito Federal, 2016), y Para discutir la
acción afirmativa, en dos volúmenes (con Teresa González Luna
y Alejandro Sahuí, México, Universidad de Guadalajara, 2017).

Pedro Salazar Ugarte es licenciado en derecho y doctor en fi-


losofía política. Es director del Instituto de Investigaciones
Jurídicas (iij) de la Universidad Nacional Autónoma de Méxi-
co (unam) e investigador “B” de tiempo completo del mismo.
Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (nivel III). In-

427
Sobre las autoras y los autores

tegrante del Grupo Nacional Mexicano de la Corte Permanente


de Arbitraje de La Haya. Forma parte del Claustro de Doctores
de la Facultad de Derecho de la unam y es profesor de garantías
constitucionales y teoría política en la misma.
Entre sus libros se encuentran: Estado laico en un país reli-
gioso. Encuesta Nacional de Religión, Secularización y Laicidad (en
coautoría con Paulina Barrera y Saúl Espino; iij-unam, 2015);
La república laica y sus libertades. Las reformas a los artículos
24 y 40 constitucionales. (iij-unam, 2015); Derechos humanos y
restricciones. Los dilemas de la justicia (en coautoría con Luis Da-
niel Vázquez y Alejandra Medina Mora; Porrúa, 2015); Derecho
y poder. Derechos y garantías (Fontamara, 2013); Crítica de la mano
dura. Cómo enfrentar la violencia y preservar nuestras libertades
(Océano, 2012); La reforma constitucional de derechos humanos. Un
nuevo paradigma (coordinado con Miguel Carbonell; iij-unam,
2012); La democracia constitucional. Una radiografía teórica (fce /
unam, 2006); El derecho a la libertad de expresión frente al derecho a
la no discriminación (en coautoría con Rodrigo Gutiérrez; Cona-
pred / unam, 2003); La mecánica del cambio político (en coautoría
con Ricardo Becerra y José Woldenberg; Cal y Arena, 2000).

Raúl Trejo Delarbre es investigador en el Instituto de Inves-


tigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de
México (unam) y profesor en el Posgrado en Ciencias Políticas
y Sociales de la misma universidad. Miembro del Sistema Na-
cional de Investigadores, nivel III. Autor de 18 libros, entre los
más recientes: Viviendo en El Aleph. La sociedad de la información
y sus laberintos (Gedisa, 2006), Simpatía por el rating. La política
deslumbrada por los medios  (Cal y Arena, 2010) y  Alegato por la
deliberación pública (Cal y Arena, 2015). Es columnista semanal
en el periódico Crónica. Es miembro del Instituto de Estudios
para la Transición Democrática y de la Asociación Mexicana de
Investigadores de la Comunicación.

428
Sobre las autoras y los autores

José Woldenberg es licenciado en sociología, maestro en es-


tudios latinoamericanos y doctor en ciencia política por la
Universidad Nacional Autónoma de México. Profesor de la Fa-
cultad de Ciencias Políticas y Sociales de la misma universidad
desde 1974. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
Consejero Ciudadano del Consejo General del Instituto Fede-
ral Electoral de 1994 a 1996. Presidente del Consejo General
del mismo Instituto, cargo que desempeñó del 31 de octubre de
1996 al 31 de octubre de 2003. Actualmente es colaborador del
periódico Reforma y de la revista Nexos. Sus libros más recientes
son: Después de la transición. Gobernabilidad, espacio público y dere-
chos (Cal y Arena, 2006), El desencanto (Cal y Arena, 2009), No-
bleza obliga. Semblanzas, recuerdos, lecturas (Cal y Arena, 2011),
Historia mínima de la transición democrática (El Colegio de Mé-
xico, 2012), Política y delito y delirio. Historia de tres secuestros (Cal
y Arena, 2012), México: la democracia difícil (Taurus, 2013), La
voz de los otros. Libros para leer el siglo (Cal y Arena, 2015), La
democracia como problema (un ensayo) (El Colegio de México /
Universidad Nacional Autónoma de México, 2015) y Cartas a
una joven desencantada con la democracia (Sexto Piso, 2017).

429
Directorio
Secretaría de Gobernación Consejo Nacional para el Desarrollo
Alfonso Navarrete Prida y la Inclusión de las Personas con
Secretario Discapacidad

conSejo nacional para Comisión Nacional para el Desarrollo


prevenir la diScriminación de los Pueblos Indígenas
Alexandra Haas Paciuc
Presidenta Instituto Mexicano de la Juventud

junta de Gobierno Instituto Nacional de Migración


Representantes del
Poder Ejecutivo Federal Instituto Nacional de las Personas
Adultas Mayores
Rafael Adrián Avante Juárez
Secretaría de Gobernación Sistema Nacional para el Desarrollo
Integral de la Familia
Úrsula Carreño Colorado
Secretaría de Hacienda y Crédito Público Órgano de vigilancia

Pablo Antonio Kuri Morales Manuel Galán Jiménez


Secretaría de Salud Roberto Muñoz y Leos
Secretaría de la Función Pública
Javier Treviño Cantú
Secretaría de Educación Pública aSamblea conSultiva
Mariclaire Acosta Urquidi
David Arellano Cuan Presidenta
Secretaría del Trabajo y Previsión Social
Salomón Achar Achar
Silvia Dalí Ángel Pérez
Secretaría de Desarrollo Social Elena Azaola Garrido
Miguel Concha Malo
María Marcela Eternod Arámburu Santiago Corcuera Cabezut
Instituto Nacional de las Mujeres Sarah Corona Berkin
Tiaré Scanda Flores Coto
Representantes designados por la Mario Luis Fuentes Alcalá
Asamblea Consultiva Amaranta Gómez Regalado
José Antonio Guevara Bermúdez
Mariclaire Acosta Urquidi Carlos Heredia Zubieta
Haydeé Pérez Garrido Marta Lamas Encabo
Elena Azaola Garrido Esteban Moctezuma Barragán
Miguel Concha Malo Jacqueline Peschard Mariscal
Gabriela Warkentin de la Mora Haydeé Pérez Garrido
Amaranta Gómez Regalado Carlos Puig Soberon
Marta Lamas Encabo Alejandro Ramírez Magaña
Pedro Salazar Ugarte
Instituciones invitadas Gabriela Warkentin de la Mora
Centro Nacional para la Prevención
y el Control del VIH/Sida
El prejuicio y la palabra: los derechos a la libre expresión
y a la no discriminación en contraste, se terminó de imprimir en
junio de 2018 en los talleres gráficos de Impresora y Encuadernadora
Progreso (iepsa), S. A. de C. V., San Lorenzo 244, col. Paraje San Juan,
del. Iztapalapa, 09830, Ciudad de México.

Se tiraron 1 000 ejemplares


l prejuicio y la palabra es un libro necesario para el esclarecimiento
intelectual de ese inestable espacio de fricción formado por los
derechos humanos a la libre expresión y a la no discriminación.
Este conjunto de estudios, que se publica gracias al apoyo del
Conapred y el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM a partir de una
convocatoria de la Red de Investigación sobre Discriminación (Rindis), ofrece
una profunda reflexión conceptual y académica acerca de esa difícil relación
entre dos derechos fundamentales que las sociedades democráticas, entre ellas la
mexicana, viven como un dilema de difícil solución.
Siendo, en efecto, una obra pionera que integra resultados de un proyecto de
investigación, es a la vez una fuente de argumentos y discusiones para la
ciudadanía interesada, el periodismo, el Derecho, las acciones gubernamentales,
los estudios universitarios y, en general, la agenda política e institucional de
derechos humanos.
Hemos querido articular una obra marcada por la seriedad de sus
argumentos, que recoge textos de investigación en los que, como no podría ser
de otra manera, se expresan distintos enfoques y se ponen en juego diversos
emplazamientos disciplinarios, teóricos y hasta políticos. Todos los enfoques
coinciden en la necesidad de encontrar un punto de equilibrio entre los
derechos estudiados y lo hacen también en la identificación de las dificultades
para lograrlo.
En la obra se analizan temas que van desde la naturaleza político-filosófica
de los discursos de odio hasta la legitimidad de la intervención gubernamental
y judicial en el libre discurso, pasando por la configuración del lenguaje
discriminatorio hacia las mujeres y la crítica de los mecanismos simbólicos de
la discriminación que operan a través de los medios de comunicación.
El prejuicio y la palabra es una obra apasionante que invita a tomarse en serio
un tema central de nuestra vida democrática.

Red de Investigación sobre Discriminación

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