Professional Documents
Culture Documents
Hay fuertes relaciones entre psicoterapia y el contexto cultural, siendo intrínsecas entre sí. Esto no es
evidente y no es manejado por la mayoría de los psicoterapeutas
Más allá de la evidencia consensual de que toda psicoterapia se da -o está- en algún contexto cultural,
hay un hecho científico donde todo contexto cultural está influyendo en toda psicoterapia. Está “dentro”
de ella y de múltiples modos: “dentro” de la tradición teórica y técnica de tal escuela psicoterapéutica,
dentro de la nación, región y época en que se da la terapia, dentro de las respectivas subculturas del
terapeuta y su consultante (que casi nunca son iguales), y por tanto dentro del lenguaje, supuestos
metafísicos, y éticos, comunicación no verbal, vivencia del tiempo y dinero, agresión, dependencia,
sexualidad, etc. En cada uno de lo actores.
Si la psicoterapia influye a más de dos personas, los contextos culturales se multiplican y la comunicación
entre personas queda intrínseca e inevitablemente condicionada por la comunicación entre contextos.
Toda persona es portadora de un contexto (cultural) y de varios subcontextos (subculturas) en su vida
cotidiana, incluida la visita a la consulta. Además, en cada persona coexisten diversas subculturas.
Históricamente hablando, no se ha puesto atención de ninguna forma a esta situación crucial: toda
transferencia y contratransferencia está influida, “penetrada” por una trama compleja de subculturas
frecuentemente contradictorias.
Por otro lado y en relación, el cambio cultural -siempre acrónico- genera cambios en los conflictos y así
en las metas terapéuticas. “Cada época tiene sus neurosis y cada tiempo necesita su psicoterapia” (Frankl
1986 p.9).
De este modo, hay varias formas de analizar las relaciones entre psicoterapia y contexto cultural, todas
siendo importantes:
De todas estas diversas formas, se explicarán las imágenes del ser humano (j), las distintas
neurosis predominantes a través de la historia cultural y sus cambios en el siglo XX (c) y el manejo
de la contratransferencia y subculturas de los terapeutas y consultantes (i).
Toda psicoterapia está influida por alguna corriente psicoterapéutica predominante. Toda Escuela está a
su vez influida por una psicología general y toda teoría psicológica general es una concepción de la psyche
previamente definida, de manera explícita o implícita. Todos llevamos una antropología filosófica,
generalmente implícita, en gran medida por las pretensiones de la psicología a ser una ciencia racional
como la biología, con visiones de lo humano frecuentemente inconscientes y/o ingenuas.
Esta es la raíz principal sobre las pseudodiscusiones de si lo que debe cambiarse es más bien la conducta,
la afectividad o los procesos cognoscitivos (de “cognición”, llamados así debido a un anglicismo
hegemónico también inconsciente).
La antropología filosófica ha definido y solucionado parcialmente esta discusión hace siglos. Expresiones
clásicas refieren a esto: el humano es un “homo sapiens”, un “animal racional”, aquí se enfatiza lo
cognitivo. Pero también el humano es un “homo faber”, un “hacedor” (Borges), Goethe decía que “en el
principio era la acción”: aquí se enfatiza lo “activo” o “conductual”. Sin duda, el hombre es además un
“homo patiens”, un ser “sintiente” o “pasional”: aquí se enfatiza lo afectivo. (Pathos en griego significa
tanto afectivo -apático, simpático- como enfermedad -patología-)
El predominio racionalista decía que había que controlar las emociones, lo que generó diversos conflictos.
Este predominio reaparece con las Teorías Cognitivas actuales, como antítesis a los énfasis irracionalistas-
afectivistas (psicoanális) y “accionalista” (conductismo).
La tercera tradición está filosófica y culturalmente ligada a contextos románticos, vistas en el psicoanálisis.
Particularmente Freud mezcló estos elementos con una tradición darwinista, mientras que Jung mezcló
el supra-racionalismo religioso, predominantemente de raíces orientales. Ambos expresan de modo
diverso las crisis del homo sapiens en la Europa y Occidente del siglo XX.
La derivación causal para la psicoterapia fue considerar en general lo emocional como “variable
independiente” y la conducta y pensamiento como “variables dependientes”. Si se mejoraban las
emociones -lo afectivo- se mejoraba lo psíquico y la persona. Predomina el homo patiens. Para el
conductismo -predominio del homo faber- la causalidad era a favor de la conducta, y el pensamiento y la
afectividad eran consecuencias. Para el racionalismo existencial de los 30’ o cognitivismo posterior la
causalidad era con el supuesto del “animal racional”.
Hay diversas mezclas, pero hasta ahora casi todas han sido teóricamente ingenuas. Ej.: Terapia “racional-
emotiva” de Ellis.
Se requiere hacer una síntesis crítica y dialéctica de todas estas ilusiones de alternativas, llenas de
verdades, pero parcialmente miopes.
El caso de Anna O. resume y simboliza la tradición cultural puritana. Freud y Breuer introducen aquí
algunos de los grandes temas del psicoanálisis clásico, vigentes hoy con las transformaciones: conflicto
con la agresión, con el padre, con el cuerpo, la represión, el pecado, la culpa.
La imagen de la histeria se vincula a la mujer, a fines del siglo pasado a la mujer reprimida. A pesar de que
Freud buscara ampliar diversos conflictos histéricos hacia los hombres, ni la psiquiatría, ni el lenguaje
cotidiano ni el sentido común aceptó la ampliación del término con facilidad.
Hay cambios con posterioridad al avanzar las instancias culturales. Mientras se mantenía cierto
puritanismo en casi toda Europa, avanzaba la cultura liberalizante, particularmente en París y los EE.UU.:
“los locos años veinte”, el Charleston, el surrealismo, etc.
La histeria continúa siendo predominante. La represión predomina aunque está en cambio y el modelo
de mujer pasa de Anna O. a Greta Garbo. Ni Madonna ni prostitutas, sino misterio y pasión enigmática. A
este arquetipo se le imponen modificaciones: las divas y lo crecientemente “sexy”. La cultura
norteamericana converge hacia Hollywood y desde allí desparrama hacia el mundo. Inicio del Star System:
Marilyn Monroe, Brigitte Bardot, etc.
La Primera Guerra Mundial quitó desde Freud, Fromm hasta Einstein la fe en la razón y el progreso lineal.
La autoimagen occidental cayó: el hombre no era simplemente un “animal racional”.
Cambia la situación mundial en diversos grados y sentidos, incluido los ambientes psicopatológicos, con
los fenómenos venideros: el nazismo, la segunda guerra mundial, la descolonización de muchas naciones
en África y Asia, el paso de la hegemonía europea hacia los EE.UU. y U.R.S.S., etc.
En los EE.UU. la histeria se hace menos reprimida y se mezcla con elementos hipomaníacos. El país se
siente fuerte y “ganador”, la industria cultural hollywoodense generaliza al mundo a la omnipotencia del
cowboy bueno y los happy-ending idealizatorios. Mientras los EE.UU. se muestran como un país de
héroes, Europa monopoliza al antihéroe: el realismo poético francés, el neorrealismo italiano, la novuelle
vague, el free cinema, etc., expresan fases de desolación, impotencia y sentimientos de inferioridad.
Ronald Laing, uno de los mayores psicólogos de la segunda mitad de siglo, acuña la expresión “inseguridad
ontológica” (El yo dividido).
Esta patología dura algunas décadas, luego se va lento y heterogéneamente transformando en los últimos
decenios.
EE.UU. tiene su gran tropezón en la década de los 60, del que no se ha recuperado. Desaparecieron los
héroes del siglo pasado y los happy-ending, y en su lugar se expandieron la pornografía, las drogas, la
hipomanía y lo psicopatoide.
La “Angustia Existencial” dejó de estar de moda y se difundió el “pasarlo bien” y el “vivir el momento”. La
competencia individualista se maximiza y reaparece un neoconservadurismo mezclado con el
ultramodernismo, referido vacíamente como “post-modernismo”.
Los hippies pasan a ser yuppies, el marxismo cae y el secularismo desacraliza todo. Los ritos se degradan
o desaparecen y ello es asociado a ser más libre. La natalidad baja y el luto prácticamente desaparece. El
“Ego” se transforma del logos que era en Freud, a un desodorante hipomaníaco-histérico-megalomaníaco
creado por el mercado.
La sexualidad se hizo más precoz y promiscua, también las drogas y el alcohol, incluido nuestro país: Chile.
Los nacimientos de madres solteras adolescente aumentaros dramáticamente, sobretodo en las clases
medias y altas de Chile (1990). Los suicidios adolescentes aumentaron en los EE.UU., las dificultades en la
intimidad sexual de la primera mitad del siglo se fueron parcialmente transformando en dificultadoes en
la intimidad emocional, retratadas en diversas películas de la época (John and Mary, La amante del
teniente francés) y el término ad-hoc creado por Marcuse: “La desublimación represiva”.
En respuesta a uno de los ejes de la crisis actual, tenemos esta ilustrativa cita de Hillman (1984):
“… La psicopatía. No estamos más en una era de angustia, histeria o esquizofrenia (…) Todo es psicopatía
invisible, muy bien adaptada y perfectamente lograda (…) En Texas las personas no angustiadas, no tienen
las inhibiciones de los hebreos vieneses, no se pierden en obsesiones esquizofrénicas, simplemente van
adelante en el mundo y hacen un saco de dinero. Se dispara al propio padre, se estupra, se bebe, se toma
esta o aquella droga, se hace cirugía estética, se compran cabellos para ser trasplantados en la propia
cabeza (…) y si alguno se cansa de su vida, vende lo que tiene y se cambia a otro lugar, se divorcia, se casa
de nuevo, se cambia de sexo, etc. (…) Ninguno en Dallas es “psicológico” en sentido neurótico,
interiorizado, como la gente de Zúrich. Dallas es la ciudad moderna, el desafío cultural a la Psicología, es
el lugar donde aparecen nuevos síndromes, la psicopatía, el vacío cultural, el fundamentalismo cristiano,
el fanatismo, el culto a la economía y la mentalidad tecnológica. Es un poco como la Viena de hace cien
años, donde la neurosis, la histeria, la imaginación sexual y la represión familiar aparecieron por primera
vez”.
En los mundos retratados por el cine de esta realidad, las lealtades permaneces invisibles (B. Nagy),
reprimiéndose y negándose sistemáticamente. Es justo la patología opuesta a la del autoritarismo
hipertradicionalista.
Frente a ello se desarrollan la psicología transpersonal, las religiones orientales y la ecología, mientras que
en América Latina aparece también un despertar del catolicismo crecientemente cercano a la propia
cultura, a la justicia social y ala imagen de Jesús como Padre y Hermano a la vez. La democracia y los
DD.HH. son reivindicados en todo el mundo, y Occidente y Oriente reconocen que se necesitan
recíprocamente.
Si en la terapia conyuga, familiar, grupal e institucional se dice que el terapeuta puede tender a “aliarse”
con: los jóvenes o con los viejos, con las mujeres sumisas o los reivindicacionistas, con los hombres
machistas o los demócráticos, con los tradicionales o los modernos, etc., con ello se quiere decir que los
diferentes terapeutas tendrán diferentes preferencias, valores conscientes e inconscientes, focos de
atracción, etc. Gran parte de estas preferencias se deben a las pautas de subculturas, y todas ellas a la
historia de la vida del terapeuta, que mezcla las influencias que recibimos de la cultura occidental con la
chilena, la tradicional con la moderna, la liberal con la conservadora y la socialista, etc., con nuestro
temperamento, historia individual situada y grados de elección y de libertad frente al contexto cultural en
que hemos nacido y vivido, y que se concretiza en una subcultura predominante.
B. Nagy plantea que una falla contratransferencial frecuente es que la “mayor parte de los terapeutas
deben aprender a superar los propios prejuicios que los lleven a aliarse con los hijos contra los padres”.
Freud tenía razón en que no es posible no transferir. No es posible no comunicar ni tampoco es posible
no tener preferencias y temores, esperanzas y valores, deseos y antipatías. El buen manejo de la
contratransferencia exige modestamente:
a) Además de tener cierta conciencia al menos parcial de nuestras limitaciones neuróticas, podemos
ampliarnos a cierta conciencia también de nuestras limitaciones subculturales.
a. ¿Somos creyentes y religiosos o no, cómo, en qué y desde cuándo?
b. ¿cuáles son nuestras preferencias y rechazos políticos? ¿Cuán rígidos son? ¿Cuán fiel soy
a mis convicciones políticas?
c. ¿Qué me molesta más, la promiscuidad o el puritanismo? No se diga que “ambos me
molestan, porque ambos son polos neuróticos”, sino que preguntémonos: si tuviera yo
que elegir entre ser amigo de un promiscuo o de un puritano, ¿con cuál me sentiría
mejor?
d. ¿Quiénes me caen peor, la gente dominante o la gente sumisa? ¿Cómo, cuánto, desde
cuándo, para qué?
e. ¿Prefiero a los simpatizantes del opus dei o a los de la teología de la liberación?
f. ¿Prefiero a la causa mapuche o republicana?
g. ¿Prefiero a la UDI o a los socialistas?
h. ¿Prefiero a los autoafirmativos o a los tímidos?
i. ¿Prefiero a Freud o Skinner, a Jung o a Guidano, a Frankl o a Perls, a Laing o a Beck, a
Basaglia o a Klein, a Bandura o a Nagy, a Selvini o a Wilber, a E. Erikson o a M. Erickson, a
Moffat o a Fiorini, a Ignacio Matte Blanco a Elizabeth Lira, a Mario Gomberoff o a Roberto
Opazo, a Alex Kalawski o a Jamie Coloma...
j. ¿Prefiero “Oriente” u “Occidente?
Si uno dijera que siempre prefiere el camino intermedio, no necesariamente significa que se tenga la “luz
total” (como sugirió una vez Aristóteles). También podría significar que “a uno no le toca nada” o que uno
no es “ni chicha ni limoná”.
Si usted entra en una confusión aguda ante alguna pregunta de este estilo como de a lista precedente,
sería conveniente que consultara con algún buen psicoterapeuta. Se recomienda también plantarle las
preguntas de la lista más críticas para usted, para estimular en él algún insight al respecto, y en usted el
insight transferencial correspondiente.
c) El tercer y último consejo para la técnica psicoterapéutica deriva de este breve y rápido análisis,
sobre tener experiencias interculturales o inter-subculturales.
Por ejemplo, cuando vamos a Bs. As., nos damos cuenta de que estamos en una subcultura. Al principio
nos asustamos, pero poco a poco vamos decodificando mejor los mensajes: no siempre hablar fuerte es
agresión, el énfasis en decir “yo” no significa que no nos respeten, la argumentación insistente tampoco
significa que nos consideren tontos… Allá – o en cualquier otra subcultura – nosotros somos el “otro”, el
“visitante”, el “extranjero”. Los problemas contratransferenciales y transferenciales condicionados
subculturalmente son isomorfos con el etnocentrismo.
El diálogo intercultural nos enriquece en todo sentido, nos abre el mundo, la experiencia externa e interna
se fecundan, la “realidad” nuestra no es la realidad, hablar fuerte no significa ataque, hablar poco (como
en el campo) no significa tontería ni ignorancia.
Los supuestos de cada cultura son “evidentes” para los actores como el agua para los peces. Al cambiar
de subcultura empezamos a ver de nuevo y se nos destaca como figura aquella en que somos diferentes.
Los supuestos y las evidencias hay que relativizarlas. Ganar en diálogo y experiencia intercultural es ganar
“fuerza del yo” y en “repertorio conductual”, en “riqueza de cogniciones y semantizaciones”, en capacidad
de “reestructurar, en imaginar “cambios dos”, en “memoria” y “proyectos”. Es ganar capacidad de
empatía, cognitiva afectiva y activamente.
La pregunta ingenua sería: ¿y para qué, si nunca voy a hacerles psicoterapia a bonaerenses ni a hindúes
ni a mapuche ni norteamericanos?
Esta pregunta ingenua y legítima (quizás todas las preguntas ingenuas lo son), se puede contestar de dos
breves modos:
Porque todos somos “algo” bonaerenses, hindúes, mapuche, norteamericanos, no sólo los que están allá.
Este “algo” es por los arquetipos, pero también por las transculturaciones.
Por lo tanto, la experiencia intercultural no exige ir a la india o al Cuzco (aunque se aconseja). Basta con
“ir” a algunas de las subculturas de nuestra ciudad: en lo religioso, abrirse al diálogo con los católicos,
protestantes, judíos, budistas, hinduistas, musulmanes, etc., y abrirse al diálogo con los que nos resultan
de subculturas más ajenas: abrirse a subculturas que nos puedan traer dificultades contratransferenciales.
Si somos ateos, practicar diálogos con creyentes. Si somos feministas, tratar de “aliarse” con una mujer
sumisa. Si somos progresistas, entablar diálogo con un conservador.
Estas experiencias bajarían las fronteras internas y externas a la vez y así disminuirían los prejuicios y
conoceríamos mejor nuestra realidad. Todo terapeuta debe tener amigos de diversas clases sociales y
orientaciones políticas, aunque cuesta porque todos los senderos de las subculturas suelen ser estrechos.
Esto se ve en el diálogo entre psicoterapeutas y las distintas escuelas de preferencia para enriquecer y
ampliar la práctica, abriéndose, pero sin necesidad de renunciar a lo que nos parezca más adecuado.
De este modo, la mejoría de la psicoterapia y la mejoría de los psicoterapeutas irían de la mano. Ambas
implican, en Chile, conocer la diversidad de los chilenos. Esta apertura a la nación enriquecerá la psicología
toda, la cultura y la autoconciencia nacional, y disminuirá las múltiples barreras y prejuicios de los que
somos todos herederos, de diversas formas en nuestras diferentes tradiciones subculturales.