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Integración en Psicología – Capítulo 31 – Psicoterapia y contexto cultural, notas para una investigación

- Jorge Gissi (adaptado)

Hay fuertes relaciones entre psicoterapia y el contexto cultural, siendo intrínsecas entre sí. Esto no es
evidente y no es manejado por la mayoría de los psicoterapeutas

Más allá de la evidencia consensual de que toda psicoterapia se da -o está- en algún contexto cultural,
hay un hecho científico donde todo contexto cultural está influyendo en toda psicoterapia. Está “dentro”
de ella y de múltiples modos: “dentro” de la tradición teórica y técnica de tal escuela psicoterapéutica,
dentro de la nación, región y época en que se da la terapia, dentro de las respectivas subculturas del
terapeuta y su consultante (que casi nunca son iguales), y por tanto dentro del lenguaje, supuestos
metafísicos, y éticos, comunicación no verbal, vivencia del tiempo y dinero, agresión, dependencia,
sexualidad, etc. En cada uno de lo actores.

Si la psicoterapia influye a más de dos personas, los contextos culturales se multiplican y la comunicación
entre personas queda intrínseca e inevitablemente condicionada por la comunicación entre contextos.
Toda persona es portadora de un contexto (cultural) y de varios subcontextos (subculturas) en su vida
cotidiana, incluida la visita a la consulta. Además, en cada persona coexisten diversas subculturas.

Históricamente hablando, no se ha puesto atención de ninguna forma a esta situación crucial: toda
transferencia y contratransferencia está influida, “penetrada” por una trama compleja de subculturas
frecuentemente contradictorias.

Por otro lado y en relación, el cambio cultural -siempre acrónico- genera cambios en los conflictos y así
en las metas terapéuticas. “Cada época tiene sus neurosis y cada tiempo necesita su psicoterapia” (Frankl
1986 p.9).

De este modo, hay varias formas de analizar las relaciones entre psicoterapia y contexto cultural, todas
siendo importantes:

a) Comparaciones transversales y sincrónicas entre teorías y/o técnicas psicoterapéuticas


predominantes en Europa, A. Latina, EE.UU., África, etc.
b) Comparaciones longitudinales y diacrónicas sobre la historia de la psicoterapia occidental en los
últimos cien años, con las variaciones teóricas y/o técnicas históricamente condicionadas y
condicionantes entre psicoterapias y contextos histórico-culturares occidentales. Las
psicoterapias como influidas por el período y como influyentes en él a través de diversos
márgenes situados: sano-enfermo, normal-anormal, adaptado-desadaptado, conformista-
creador, etc.
c) Comparación longitudinal en el siglo XX entre conflictos neuróticos e historia cultural
d) Comparaciones sincrónicas extrapsicoterapeúticas: analizar semejanzas y diferencias, ventajas y
limitaciones de psicoterapias no occidentales en relación con las occidentales: culturas indígenas
de A. Latina, India, Japón, África, etc.
e) Comparar psicoterapia con negros, indios, clases populares minorías y/o marginados en general,
en relación con los “normales”
f) Comparar “psicoterapias” en contextos culturales diversos en Occidente, más allá de la época de
la psicoterapia “científica”: Grecia Clásica, Renacimiento Italiano, etc.
g) Analizar psicoterapia “de” contextos culturares: cambios psicoterapéuticos producidos
macrocultular o microculturalmente por cambios benéficos, políticos, religiosos, económicos,
transculturaciones diversas, etc. Ej.: La caída del Muro de Berlín, recuperación de democracias en
países con dictaduras largas, independencias de colonias, etc. Análogamente la psicoterapia
comunitaria
h) Considerar la cultura occidental contemporánea en cuanto a su influencia sobre los motivos de
consulta, conflictos predominantes, síntomas más frecuentes, áreas de limitación cognitiva,
conductual o emocional, etc. Problemas culturales y subculturales típicos de las familias
incompletas, familias nucleares aisladas, anomia, epidemias de toxicomanías, etc.
i) Relacionar el manejo de la contratransferencia con las subculturas
j) Relacionar imágenes culturales del ser humano y su influencia en las psicoterapias

De todas estas diversas formas, se explicarán las imágenes del ser humano (j), las distintas
neurosis predominantes a través de la historia cultural y sus cambios en el siglo XX (c) y el manejo
de la contratransferencia y subculturas de los terapeutas y consultantes (i).

1. Imágenes culturales del hombre y su influencia en las psicoterapias

Toda psicoterapia está influida por alguna corriente psicoterapéutica predominante. Toda Escuela está a
su vez influida por una psicología general y toda teoría psicológica general es una concepción de la psyche
previamente definida, de manera explícita o implícita. Todos llevamos una antropología filosófica,
generalmente implícita, en gran medida por las pretensiones de la psicología a ser una ciencia racional
como la biología, con visiones de lo humano frecuentemente inconscientes y/o ingenuas.

Esta es la raíz principal sobre las pseudodiscusiones de si lo que debe cambiarse es más bien la conducta,
la afectividad o los procesos cognoscitivos (de “cognición”, llamados así debido a un anglicismo
hegemónico también inconsciente).

La antropología filosófica ha definido y solucionado parcialmente esta discusión hace siglos. Expresiones
clásicas refieren a esto: el humano es un “homo sapiens”, un “animal racional”, aquí se enfatiza lo
cognitivo. Pero también el humano es un “homo faber”, un “hacedor” (Borges), Goethe decía que “en el
principio era la acción”: aquí se enfatiza lo “activo” o “conductual”. Sin duda, el hombre es además un
“homo patiens”, un ser “sintiente” o “pasional”: aquí se enfatiza lo afectivo. (Pathos en griego significa
tanto afectivo -apático, simpático- como enfermedad -patología-)

El predominio racionalista decía que había que controlar las emociones, lo que generó diversos conflictos.
Este predominio reaparece con las Teorías Cognitivas actuales, como antítesis a los énfasis irracionalistas-
afectivistas (psicoanális) y “accionalista” (conductismo).

El énfasis en la conducta es de tradición predominantemente soviético-estadounidense (más semejantes


a lo que nos han hecho creer). Encontramos la obra “Pragmatismo” de James, la condición práctica del
conductismo. Sus raíces positivistas y cientificistas lo llevaron en otras épocas a múltiples afirmaciones
peregrinas, las que se han superado totalmente en lo que respecta a la psicoterapia actual, con la síntesis
parcial “conductual-cognitiva”.

La tercera tradición está filosófica y culturalmente ligada a contextos románticos, vistas en el psicoanálisis.
Particularmente Freud mezcló estos elementos con una tradición darwinista, mientras que Jung mezcló
el supra-racionalismo religioso, predominantemente de raíces orientales. Ambos expresan de modo
diverso las crisis del homo sapiens en la Europa y Occidente del siglo XX.

La derivación causal para la psicoterapia fue considerar en general lo emocional como “variable
independiente” y la conducta y pensamiento como “variables dependientes”. Si se mejoraban las
emociones -lo afectivo- se mejoraba lo psíquico y la persona. Predomina el homo patiens. Para el
conductismo -predominio del homo faber- la causalidad era a favor de la conducta, y el pensamiento y la
afectividad eran consecuencias. Para el racionalismo existencial de los 30’ o cognitivismo posterior la
causalidad era con el supuesto del “animal racional”.

Hay diversas mezclas, pero hasta ahora casi todas han sido teóricamente ingenuas. Ej.: Terapia “racional-
emotiva” de Ellis.

Concluyendo, el y los contextos culturales de la historia, tradición, suposiciones y prácticas de las


psicoterapias occidentales han estado teñidas de sobrevaloraciones y énfasis unilaterales que han
privilegiado causas parciales, necesarias pero no suficientes, en la teoría y técnicas de las psicoterapias.
Hay una ingenuidad frente a lo consciente y lo inconsciente, del pasado o el presente (aquí y ahora) o el
futuro (el “proyecto”), de lo psíquico o lo espiritual, de la mente o el cuerpo, etc.

Se requiere hacer una síntesis crítica y dialéctica de todas estas ilusiones de alternativas, llenas de
verdades, pero parcialmente miopes.

2. Siglo XX: Conflictos Neuróticos y Cambio Cultural

El caso de Anna O. resume y simboliza la tradición cultural puritana. Freud y Breuer introducen aquí
algunos de los grandes temas del psicoanálisis clásico, vigentes hoy con las transformaciones: conflicto
con la agresión, con el padre, con el cuerpo, la represión, el pecado, la culpa.

La imagen de la histeria se vincula a la mujer, a fines del siglo pasado a la mujer reprimida. A pesar de que
Freud buscara ampliar diversos conflictos histéricos hacia los hombres, ni la psiquiatría, ni el lenguaje
cotidiano ni el sentido común aceptó la ampliación del término con facilidad.

Hay cambios con posterioridad al avanzar las instancias culturales. Mientras se mantenía cierto
puritanismo en casi toda Europa, avanzaba la cultura liberalizante, particularmente en París y los EE.UU.:
“los locos años veinte”, el Charleston, el surrealismo, etc.

La histeria continúa siendo predominante. La represión predomina aunque está en cambio y el modelo
de mujer pasa de Anna O. a Greta Garbo. Ni Madonna ni prostitutas, sino misterio y pasión enigmática. A
este arquetipo se le imponen modificaciones: las divas y lo crecientemente “sexy”. La cultura
norteamericana converge hacia Hollywood y desde allí desparrama hacia el mundo. Inicio del Star System:
Marilyn Monroe, Brigitte Bardot, etc.

La Primera Guerra Mundial quitó desde Freud, Fromm hasta Einstein la fe en la razón y el progreso lineal.
La autoimagen occidental cayó: el hombre no era simplemente un “animal racional”.

La mezcla de problemas psicosociales con políticos y socioeconómicos cambian el paisaje cultural


europeo. La cultura y la gente se deprime, la depresión y la angustia se hacen un problema cotidiano,
tematizado en la prosa, poesía y arte en general. La crisis del 29 agudiza esta crisis psicosocial y cultural.
A tal crisis surgen respuestas de narcisismos etnocéntricos y racistas en Europa y los EE.UU., se anticipa la
Segunda Guerra Mundial y la desesperada búsqueda de arraigo en una “patria perfecta”, lo que facilita la
psicosis colectiva. El país más desorientado llegó a ser aquel que parecía a muchos el más racional del
mundo: Alemania. La experiencia del “sin sentido” da lugar a lo mejor y a lo peor de Heidegger, la
psicología existencial nace y se desarrolla.

Cambia la situación mundial en diversos grados y sentidos, incluido los ambientes psicopatológicos, con
los fenómenos venideros: el nazismo, la segunda guerra mundial, la descolonización de muchas naciones
en África y Asia, el paso de la hegemonía europea hacia los EE.UU. y U.R.S.S., etc.

En los EE.UU. la histeria se hace menos reprimida y se mezcla con elementos hipomaníacos. El país se
siente fuerte y “ganador”, la industria cultural hollywoodense generaliza al mundo a la omnipotencia del
cowboy bueno y los happy-ending idealizatorios. Mientras los EE.UU. se muestran como un país de
héroes, Europa monopoliza al antihéroe: el realismo poético francés, el neorrealismo italiano, la novuelle
vague, el free cinema, etc., expresan fases de desolación, impotencia y sentimientos de inferioridad.

Esta “incontrolabilidad” (Seligman) transforma la depresión y la angustia en conflictos esquizoides,


materializados en expresiones como la literatura y cine existencialista: La náusea de Sartre y El extranjero
de Camus. El sentimiento de auto extrañeza está en el título de Camus, la despersonalización es recogida
del ambiente y devuelta y expandida artísticamente. Sartre deviene al multisignificante “Best-Seller”,
mientras Fromm, Jaspers y muchos otros diagnostican la mezcla de enajenación con lo esquizoide. Jaspers
escribe en Genio y locura que la esquizofrenia se pone de mona, y se relaciona la plástica contemporánea
también con la descomposición del mundo (Ortega, Jaspers, López Ibor).

Ronald Laing, uno de los mayores psicólogos de la segunda mitad de siglo, acuña la expresión “inseguridad
ontológica” (El yo dividido).

Esta patología dura algunas décadas, luego se va lento y heterogéneamente transformando en los últimos
decenios.

EE.UU. tiene su gran tropezón en la década de los 60, del que no se ha recuperado. Desaparecieron los
héroes del siglo pasado y los happy-ending, y en su lugar se expandieron la pornografía, las drogas, la
hipomanía y lo psicopatoide.

Europa se recuperó económica y políticamente, pero culturalmente quedó bajo la hegemonía


norteamericana, padeciendo a su vez los mismos problemas mencionados. En menor grado ocurre lo
mismo en América Latina, con otros problemas y matices a su vez.

La “Angustia Existencial” dejó de estar de moda y se difundió el “pasarlo bien” y el “vivir el momento”. La
competencia individualista se maximiza y reaparece un neoconservadurismo mezclado con el
ultramodernismo, referido vacíamente como “post-modernismo”.

Los hippies pasan a ser yuppies, el marxismo cae y el secularismo desacraliza todo. Los ritos se degradan
o desaparecen y ello es asociado a ser más libre. La natalidad baja y el luto prácticamente desaparece. El
“Ego” se transforma del logos que era en Freud, a un desodorante hipomaníaco-histérico-megalomaníaco
creado por el mercado.

La sexualidad se hizo más precoz y promiscua, también las drogas y el alcohol, incluido nuestro país: Chile.
Los nacimientos de madres solteras adolescente aumentaros dramáticamente, sobretodo en las clases
medias y altas de Chile (1990). Los suicidios adolescentes aumentaron en los EE.UU., las dificultades en la
intimidad sexual de la primera mitad del siglo se fueron parcialmente transformando en dificultadoes en
la intimidad emocional, retratadas en diversas películas de la época (John and Mary, La amante del
teniente francés) y el término ad-hoc creado por Marcuse: “La desublimación represiva”.

En respuesta a uno de los ejes de la crisis actual, tenemos esta ilustrativa cita de Hillman (1984):

“… La psicopatía. No estamos más en una era de angustia, histeria o esquizofrenia (…) Todo es psicopatía
invisible, muy bien adaptada y perfectamente lograda (…) En Texas las personas no angustiadas, no tienen
las inhibiciones de los hebreos vieneses, no se pierden en obsesiones esquizofrénicas, simplemente van
adelante en el mundo y hacen un saco de dinero. Se dispara al propio padre, se estupra, se bebe, se toma
esta o aquella droga, se hace cirugía estética, se compran cabellos para ser trasplantados en la propia
cabeza (…) y si alguno se cansa de su vida, vende lo que tiene y se cambia a otro lugar, se divorcia, se casa
de nuevo, se cambia de sexo, etc. (…) Ninguno en Dallas es “psicológico” en sentido neurótico,
interiorizado, como la gente de Zúrich. Dallas es la ciudad moderna, el desafío cultural a la Psicología, es
el lugar donde aparecen nuevos síndromes, la psicopatía, el vacío cultural, el fundamentalismo cristiano,
el fanatismo, el culto a la economía y la mentalidad tecnológica. Es un poco como la Viena de hace cien
años, donde la neurosis, la histeria, la imaginación sexual y la represión familiar aparecieron por primera
vez”.

La tendencia a la legitimación psicopatoide se asocia a la anomia ya l a crisis de la cultura occidental, a la


caída de las ideologías y a la “tiranía del mercado”, al terror al sida, a la contaminación y al efecto
invernadero, que reemplazaron el terror a la guerra nuclear aún antes de que esta disminuyera su
amenaza.

En los mundos retratados por el cine de esta realidad, las lealtades permaneces invisibles (B. Nagy),
reprimiéndose y negándose sistemáticamente. Es justo la patología opuesta a la del autoritarismo
hipertradicionalista.

Frente a ello se desarrollan la psicología transpersonal, las religiones orientales y la ecología, mientras que
en América Latina aparece también un despertar del catolicismo crecientemente cercano a la propia
cultura, a la justicia social y ala imagen de Jesús como Padre y Hermano a la vez. La democracia y los
DD.HH. son reivindicados en todo el mundo, y Occidente y Oriente reconocen que se necesitan
recíprocamente.

3. Nota sobre manejo de la contratransferencia y subculturas: un problema de técnica


psicoterapéutico-cultural

La importancia de la relación transferencia-contratransferencia en psicoterapia ha venido a ser redefinida


por la teoría de comunicación contemporánea como los matices complejos de interacción verbal-no
verbal. Ligada a tal teoría, la terapia familiar presenta los términos “alianza” y “coalición”, que cuando se
refieren al terapeuta son herederos del concepto freudiano de contratransferencia, aunque no sinónimos.

Si en la terapia conyuga, familiar, grupal e institucional se dice que el terapeuta puede tender a “aliarse”
con: los jóvenes o con los viejos, con las mujeres sumisas o los reivindicacionistas, con los hombres
machistas o los demócráticos, con los tradicionales o los modernos, etc., con ello se quiere decir que los
diferentes terapeutas tendrán diferentes preferencias, valores conscientes e inconscientes, focos de
atracción, etc. Gran parte de estas preferencias se deben a las pautas de subculturas, y todas ellas a la
historia de la vida del terapeuta, que mezcla las influencias que recibimos de la cultura occidental con la
chilena, la tradicional con la moderna, la liberal con la conservadora y la socialista, etc., con nuestro
temperamento, historia individual situada y grados de elección y de libertad frente al contexto cultural en
que hemos nacido y vivido, y que se concretiza en una subcultura predominante.

B. Nagy plantea que una falla contratransferencial frecuente es que la “mayor parte de los terapeutas
deben aprender a superar los propios prejuicios que los lleven a aliarse con los hijos contra los padres”.

Freud tenía razón en que no es posible no transferir. No es posible no comunicar ni tampoco es posible
no tener preferencias y temores, esperanzas y valores, deseos y antipatías. El buen manejo de la
contratransferencia exige modestamente:

a) Darnos cuenta de cuáles y cómo son tales preferencias y rechazos


b) Aceptarlos como tales, quitándoles o disminuyéndoles la pretensión de que se funden
necesariamente en juicios válidos o en valores justos, y limitándonos a considerarlos como gustos
y “antojos”
c) Aceptar que el hecho de que algunas personas, incluso algunas características concretas de estas
nos puedan caer mal. Esto no es malo ni raro, es garantizado e inevitable.
d) Ante el reconocimiento de las propias dificultades contratransferenciales con tales tipos de
personas o lo que impliquen estas (normas, valores, estilos de vida), remitir a estas personas a
otro terapeuta, reconociendo que “yo no soy la persona más indiciada para ayudarle con sus
problemas”. No se deben dar explicaciones (cuán neuróticos, liberales, conservadores, etc.,
somos), solo reconocerlo y actuar. Así, le haremos un bien tanto a la persona como a nosotros
mismos. No se debe luchar contra la propia contratransferencia, hay mayor angustia al hacerlo.
El terapeuta que lo hace se cansa más, se desgasta más y es menos útil para ello, terminando por
sentirse culpable e inútil. Además, los conflictos de contratransferencia, análogos a los
transferenciales, se transmiten a través de la comunicación no verbal y de la comprensión hacia
el consultante.

Tres consejos técnicos derivan de lo anterior:

a) Además de tener cierta conciencia al menos parcial de nuestras limitaciones neuróticas, podemos
ampliarnos a cierta conciencia también de nuestras limitaciones subculturales.
a. ¿Somos creyentes y religiosos o no, cómo, en qué y desde cuándo?
b. ¿cuáles son nuestras preferencias y rechazos políticos? ¿Cuán rígidos son? ¿Cuán fiel soy
a mis convicciones políticas?
c. ¿Qué me molesta más, la promiscuidad o el puritanismo? No se diga que “ambos me
molestan, porque ambos son polos neuróticos”, sino que preguntémonos: si tuviera yo
que elegir entre ser amigo de un promiscuo o de un puritano, ¿con cuál me sentiría
mejor?
d. ¿Quiénes me caen peor, la gente dominante o la gente sumisa? ¿Cómo, cuánto, desde
cuándo, para qué?
e. ¿Prefiero a los simpatizantes del opus dei o a los de la teología de la liberación?
f. ¿Prefiero a la causa mapuche o republicana?
g. ¿Prefiero a la UDI o a los socialistas?
h. ¿Prefiero a los autoafirmativos o a los tímidos?
i. ¿Prefiero a Freud o Skinner, a Jung o a Guidano, a Frankl o a Perls, a Laing o a Beck, a
Basaglia o a Klein, a Bandura o a Nagy, a Selvini o a Wilber, a E. Erikson o a M. Erickson, a
Moffat o a Fiorini, a Ignacio Matte Blanco a Elizabeth Lira, a Mario Gomberoff o a Roberto
Opazo, a Alex Kalawski o a Jamie Coloma...
j. ¿Prefiero “Oriente” u “Occidente?

Si uno dijera que siempre prefiere el camino intermedio, no necesariamente significa que se tenga la “luz
total” (como sugirió una vez Aristóteles). También podría significar que “a uno no le toca nada” o que uno
no es “ni chicha ni limoná”.

Si usted entra en una confusión aguda ante alguna pregunta de este estilo como de a lista precedente,
sería conveniente que consultara con algún buen psicoterapeuta. Se recomienda también plantarle las
preguntas de la lista más críticas para usted, para estimular en él algún insight al respecto, y en usted el
insight transferencial correspondiente.

b) En varios de los principales centros psicoterapéuticos del mundo se simula entrevistas y se


reiteran aquellas que le resultan difíciles al terapeuta para así estimularle justamente el insight
contratransferencial (influencia de V. Satir, entre otros). También se cambia al terapeuta de roles
y asumiendo unas u otras características difíciles de diversos “tipos”. (Difíciles
contratransferencialmente para uno).
 Dicho en términos psicoanalíticos, esto permite reconocer las defensas, los impulsos y lo
atingente a lo contratransferencial. Aprendemos a identificarnos mejor con los que
reprimen y niegan acceso, nos identificamos fácilmente con los racionalizadores, y
viceversa.
 Dicho términos sistémicos, podemos aprender a aliarnos con los distintos estilos de ser
personas en una familia o grupo, y con las distintas “partes” o “áreas” de una misma
persona. Por ello hay que entrenarse a enfrentar a los tipos de personas difíciles.
 Dicho en términos conductuales-cognitivos: podemos intentar ampliar nuestro repertorio
conductual como terapeutas, siendo capaces de aceptar o regañar, hablar con énfasis o
callar, prescribir o consultar, deprimirnos o entusiasmarnos, etc., según lo aconseje el
modelaje del caso. Y cognitivamente podemos aprender a discriminar qué preguntar o
decir, cuándo, cómo, para qué, a quién, sobre qué, incluyendo progresivamente aquellas
áreas que nos son difíciles, o tabúes, u “obvias”, o supuestos o prejuicios, etc.
 Dicho en términos existenciales, podemos mejorar nuestro aprendizaje de captar la
existencia del otro como “otro”, su “alteridad” y a la vez “mismidad” como “yo”, y
también de ser él (ella, ellos) como otra forma diversa de ser persona, esto es, de ser
iguales. Como otro existente de la esencia. Y como alguien que vive “en otro mundo” y
da otro “sentido” a las cosas, a las palabras, a (algunas) personas, al cuerpo, a lo
enigmático, a la inteligencia, al dinero, al tiempo, a la vida, etc.
 Dicho en términos neurolingüísticos (lo que no es una escuela distinta sino una teoría y
técnica importante que debe incorporarse en todas las grandes escuelas), las palabras
difíciles podemos aprender a usarlas y aceptarlas y traducirlas y redefinirlas
crecientemente bien. Se puede y debe aprender a “abrir” y “cerrar” sistematizaciones,
todo lo cual exige entrenamiento con tales palabras, campos semánticos y
transformaciones sintácticas con diversas personas y situaciones: la política, la religión, la
sexualidad, la moral, la economía, la cocina implican complejos de detonaciones y
connotaciones que nunca aprendemos a manejar del todo.
 Dicho en términos gestálticos, podemos y debemos aprender a cambiar figura-fondo
según sea útil para el diálogo terapéutico y por tanto para el consultante y para nosotros
mismos. Y matiza tonos, expresión corporal, dramatizaciones, “sillas”, etc., sin caer en
temer ni en forzar posibles “vía regia” de acceso a algo mejor.

c) El tercer y último consejo para la técnica psicoterapéutica deriva de este breve y rápido análisis,
sobre tener experiencias interculturales o inter-subculturales.

Por ejemplo, cuando vamos a Bs. As., nos damos cuenta de que estamos en una subcultura. Al principio
nos asustamos, pero poco a poco vamos decodificando mejor los mensajes: no siempre hablar fuerte es
agresión, el énfasis en decir “yo” no significa que no nos respeten, la argumentación insistente tampoco
significa que nos consideren tontos… Allá – o en cualquier otra subcultura – nosotros somos el “otro”, el
“visitante”, el “extranjero”. Los problemas contratransferenciales y transferenciales condicionados
subculturalmente son isomorfos con el etnocentrismo.

El diálogo intercultural nos enriquece en todo sentido, nos abre el mundo, la experiencia externa e interna
se fecundan, la “realidad” nuestra no es la realidad, hablar fuerte no significa ataque, hablar poco (como
en el campo) no significa tontería ni ignorancia.

Los supuestos de cada cultura son “evidentes” para los actores como el agua para los peces. Al cambiar
de subcultura empezamos a ver de nuevo y se nos destaca como figura aquella en que somos diferentes.
Los supuestos y las evidencias hay que relativizarlas. Ganar en diálogo y experiencia intercultural es ganar
“fuerza del yo” y en “repertorio conductual”, en “riqueza de cogniciones y semantizaciones”, en capacidad
de “reestructurar, en imaginar “cambios dos”, en “memoria” y “proyectos”. Es ganar capacidad de
empatía, cognitiva afectiva y activamente.

La pregunta ingenua sería: ¿y para qué, si nunca voy a hacerles psicoterapia a bonaerenses ni a hindúes
ni a mapuche ni norteamericanos?

Esta pregunta ingenua y legítima (quizás todas las preguntas ingenuas lo son), se puede contestar de dos
breves modos:

Porque todos somos “algo” bonaerenses, hindúes, mapuche, norteamericanos, no sólo los que están allá.
Este “algo” es por los arquetipos, pero también por las transculturaciones.

La segunda respuesta es: porque en Santiago/Valparaíso/Temuco/Iquique hay múltiples subculturas ya


aludidas previamente: de sexos, de clases sociales, de razas, de naciones, de tradiciones religiosas, éticas,
políticas, etc.

Por lo tanto, la experiencia intercultural no exige ir a la india o al Cuzco (aunque se aconseja). Basta con
“ir” a algunas de las subculturas de nuestra ciudad: en lo religioso, abrirse al diálogo con los católicos,
protestantes, judíos, budistas, hinduistas, musulmanes, etc., y abrirse al diálogo con los que nos resultan
de subculturas más ajenas: abrirse a subculturas que nos puedan traer dificultades contratransferenciales.
Si somos ateos, practicar diálogos con creyentes. Si somos feministas, tratar de “aliarse” con una mujer
sumisa. Si somos progresistas, entablar diálogo con un conservador.

Estas experiencias bajarían las fronteras internas y externas a la vez y así disminuirían los prejuicios y
conoceríamos mejor nuestra realidad. Todo terapeuta debe tener amigos de diversas clases sociales y
orientaciones políticas, aunque cuesta porque todos los senderos de las subculturas suelen ser estrechos.
Esto se ve en el diálogo entre psicoterapeutas y las distintas escuelas de preferencia para enriquecer y
ampliar la práctica, abriéndose, pero sin necesidad de renunciar a lo que nos parezca más adecuado.

De este modo, la mejoría de la psicoterapia y la mejoría de los psicoterapeutas irían de la mano. Ambas
implican, en Chile, conocer la diversidad de los chilenos. Esta apertura a la nación enriquecerá la psicología
toda, la cultura y la autoconciencia nacional, y disminuirá las múltiples barreras y prejuicios de los que
somos todos herederos, de diversas formas en nuestras diferentes tradiciones subculturales.

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