You are on page 1of 6

Canopus orientado hacia el sur festejaba su nacimienmiento en el equinoccio d everanoCronología del templo de

Edfu:

23 de Agosto de 237 a C. Inicio de las obras por Ptolomeo III Evergetes. 212 a C. Construcción estructura principal
por Ptolomeo IV Filopator. 142 a C. Fin decoración por Ptolomeo VIII Evérgetes II. 124 a C. Construcción de la
segunda sala hipóstila por Ptolomeo VIII Evergetes II. 57 a C. Fin obras con la colocación de las puertas por Ptolomeo
XII Neo Dionisio (le llamaron Auletes, el flautista (padre de Cleopatra VII)

Simbolismo mágico-ritual.

La construcción comenzó el 23 de agosto de 237 a.C. bajo el mandato de Ptolomeo III Evergetes; en 206 a. C la
construcción se para por una revuelta de dos príncipes de la zona de Tebas que se declararon independientes de los
faraones lágidas[1]; finalmente el templo fue consagrado por Ptolomeo VII Neo Filopator.

Es el templo mejor conservado de Egipto y el más importante después del de Karnak. Mide 137 metros de longitud
por 79 de ancho y 36 de altura, y representa la típica construcción de los templos con el pilono, el patio, dos salas
hipóstilas, una cámara de ofrendas, la sala central y el santuario.

Es característica la iluminación del templo, con habitaciones cada vez más pequeñas que impedían el paso de la luz
gradualmente hasta llegar al oscuro santuario, que recibe la iluminación sólo desde el eje. Entre las columnas y en el
techo existen pequeñas aberturas que permitían el paso de la luz a determinadas habitaciones. Está orientado al sur,
de forma inusual, posiblemente debido a la propia naturaleza de la zona.
Los muros del templo de Edfu no sólo servían de morada para el dios Horus, sino que entre sus paredes tenía lugar la
«Fiesta del Bello Encuentro».
El dios Horus de Edfu formaba pareja con la diosa Hathor de Dendera [emplazamiento situado a unos 130 km al norte].
Una gran distancia los separaba, así que, para permitir a los dioses estar juntos, se creó una festividad durante la cual,
una vez al año, la diosa Hathor visitaba al dios Horus en su santuario. En esta festividad la diosa era llevada en un barco
ceremonial hasta Edfu, donde la figura del dios Horus la esperaba en el embarcadero del templo. Una vez arribaba,
ambos dioses eran llevamos en procesión, y acompañados con bailes y música de sistros, al interior del templo donde
la diosa permanecería junto al dios durante unos 14 días.
 Mammisi
Situado a unos 100 m al sur del templo, completamente independiente del mismo, tanto el mammisi [«casa del
nacimiento»] del templo de Edfu como el de Dendera, servían para celebrar el nacimiento de Harsomtus, hijo de los dioses
Hathor y Horus. Arquitectónicamente, el núcleo central se rodeó con un deambulatorio de columnas unidas, una vez
más, con muros intercolumnares. Sus relieves nos muestran la historia del nacimiento del dios Harsomtus, denominado
«Horus el Unificador», imágenes del dios Bes, ofrendas del monarca Ptolomeo VIII, así como escenas de la «Fiesta
del Bello Encuentro».

Se encuentra en esta capilla de Ra una lista de las diversas formas de Horus y otros dioses entre los que se encuentra
algunos monos cinocéfalos. A estos animales los antiguos siempre lo vincularon al sol, ya que en sus orígenes
matutinos fueron interpretados como una llamada al astro benefactor.

La Capilla de la barca sagrada ritual, esta ricamente adornada en el mascaron de la proa y popa con la imagen de
Hathor, la amada esposa de Horus. Sorprende los relieves en que Horus dirige el timón de la nave. La capilla de la
barca se halla justo detrás del sancta sanctorum, en el centro axial del edificio. La barca fue reconstruida gracias a
los hallazgos de Auguste Mariette, que inicio las excavaciones del templo en 1859. El santuario contiene 10 pequeñas
salas con un nombre grabado en el exterior. Estas son: las anteriormente citadas más:
1. Cámara de las telas.
2. Tumba.
3. Dos salas de Sokar que constituían el templo de Osiris. De ellas una tiene grabados del culto de Osiris muerto.
4. La cuna que incluía el sistro de oro y la barca.
5. Cámara de la pierna y sala adjunta dedicadas al dios Jonsu.
6. Cámaras de Ra y de la triada Menhyt, Nekhbet y Neftis.

En las salas sagradas del templo podemos admirar al dios Hapy hermafrodita que representa al Nilo en su versión
femenina y masculina del rio, como toda fuente de vida, portan en su cabeza emblemas y estandartes de los nomos
(provincias) del antiguo Egipto, en actitud de donación de sus abundantes dones.

Una pequeña capilla lateral se puede observar en su dintel la forma de Horus Behedeti, aquí esculpido en la entrada
a ella.
En el muro circundante o deambulatorio vemos los mismos relieves de Hapy tantos Nilos, como nomos[2] del alto
y bajo Egipto. La repetición es explicable dado que al templo solo accedían los sacerdotes, su simbolismo no repercutía
al pueblo. Pero en el deambulatorio donde en las grandes fiestas en general podían entrar el público, y estas imágenes
ejercían la influencia mediática y publicitaria. En el interior las imágenes ejercían la función de auto reafirmación de
quienes creían en lo que presentaban y tenían un interés en divulgarlo

Edfú constituye una verdadera fuente de conocimientos sobre el mundo sagrado del Egipto faraónico.
Hemos elegido el templo de Edfú como motivo central de este artículo, dado que sobre él los egipcios nos han dejado
una completa serie de mitos y descripciones de ritos cotidianos.
Según los trabajos efectuados en este templo del Alto Egipto desde la época de la expedición de Bonaparte en 1799,
continuados luego por el francés Mariette, por Maxence de Rochemonteix, y finalmente acabados por Emile Chassinat
en 1934, Edfú constituye una verdadera fuente de conocimientos sobre el mundo sagrado del Egipto faraónico. La
traducción de los textos labrados en hieroglifos en los muros, columnas y techos de Edfú hace posible que hoy nos
acerquemos a Egipto con elementos más directos y concretos a la hora de investigar los desconocidos frutos de su
civilización.

El mito de los orígenes


En las diversas ciudades y templos egipcios, el mito cosmogónico va a tomar formas diferentes, adaptadas a las
distintas épocas históricas e incluso a la situación de cada templo del Alto o Bajo Egipto. Según los trabajos definitivos
de traducción de Emile Chassinat, los constructores del último templo de Edfú, el que actualmente podemos visitar
(comenzado por Nectanebo II y continuado durante toda la época ptolemaica), emplearon textos sacados de antiguas
bibliotecas de las primeras Dinastías, y los retranscribieron en muros, columnas e incluso techos de este templo, bien
que muchos de ellos no eran ya comprensibles para los sacerdotes de la época.
He aquí una de las traducciones que poseemos: En el inmenso Océano Primordial, dos seres van a anunciar la
creación; el primero será Oua, «El Lejano», el Gran Pájaro planeando en el espacio primordial encima de las aguas.
De pronto el Gran Pájaro está inmóvil en el cielo, de pronto gira poderosamente haciendo grandes círculos silenciosos,
hasta fijar así la superficie agitada del torrente. Gracias a la agudeza de su mirada, las aguas se calmaron poco a poco
y las turbulencias se tranquilizaron; luego, sobre las aguas calmas aparece una mancha verde: es una mata de juncos,
la primera colina o la primera barca natural. De ella, un tallo apunta hacia el cielo, ofreciendo la primera percha al Pájaro
Sagrado.

Como el Pájaro vino de lo alto, Aá, el otro creador, había surgido de las profundidades, contribuyendo así a fijar el
torbellino de las aguas. Poco a poco, alrededor de la primera mata de juncos, depositó las primeras playas aluviales e
hizo emerger bancos de arena y de limo. Habiendo así nacido la tierra, entre el cielo y las aguas, la creación va a
densificarse a medida que los dos creadores conciban los elementos: el espacio se organiza, las murallas limitan el
terreno sagrado sobre las riberas secas. La serpiente adversa ha sido vencida en el combate, los Dioses se instalan
sobre los primeros lugares sagrados del mundo creado. Y entre ellos Horus, el Halcón de plumaje moteado,
descendiente del gran Pájaro inicial, se convertirá en el Señor de Edfú.

La imagen de Horus se encuentra en todo el templo, bajo aspectos diferentes, con forma humana y cabeza de halcón,
como disco solar provisto de dos largas alas o como pájaro de piedra de mirada insostenible, garras poderosas y alas
llenas de vigor.

Sus primeros templos desaparecieron hace muchos milenios; como las leyendas cosmogónicas han dejado entrever,
éstos fueron simples chozas rodeadas de una empalizada, símbolo de la primera rama donde el Pájaro Divino vino a
posarse, en medio de su espacio sagrado. Nada sabemos tampoco de los templos en adobe y piedra que luego
siguieron, salvo algunos vestigios de un pilón que subsiste del Nuevo Imperio, encima del cual se construyó el actual
templo ptolemaico.

La inauguración del templo ptolemaico de Edfú.


Una inscripción describe la alegría popular el día que, como dice una frase egipcia, al final de la primera etapa de
construcción el templo fue entregado a su Dueño, Horus, a fin de que el Halcón sagrado venga a ocuparlo:
Fue la fiesta en la ciudad, la alegría en los corazones, y el entusiasmo en las calles; el bullicio producido por la alegría
popular se vierte sobre las plazas y las callejuelas se llenan de agitación. Hay más alimentos que arena en una playa,
numerosos panes, tantos como los granos de una cosecha, bueyes de todas las razas son sacrificados y hay tantos
como las nubes de langostas, aves de toda especie arden sobre los altares y su humo sube hasta el cielo, el vino se
distribuye en las calles, como si el Nilo derramara su corriente. La ciudad está de fiesta, decorada de flores. Los
sacerdotes vestidos de lino fino, y los seguidores del Rey cubiertos de joyas... Los jóvenes ríen alegres pues han bebido
y las damas se muestran más bellas que nunca. Así, no se pudo dormir hasta altas horas de la madrugada...

Horus, viendo desde el cielo el magnífico edificio que le había sido construido, asistió a la fiesta que siguió a la
inauguración del mismo. Cuando las ceremonias vivificaron todas las representaciones divinas del templo,
confiriéndoles una existencia y un sentido, el Dios descendió de los espacios etéreos y vino a habitar el castillo que le
estaba reservado.
Desde ese momento el templo estuvo apto para cumplir el rol sagrado que le correspondía.
Rol del templo
El templo egipcio no era un lugar de rezo para el pueblo. Aparentemente, el pueblo no entraba más allá de ciertos
límites. El templo era un lugar cerrado al mundo profano, frecuentado únicamente por los sacerdotes, que son los
servidores del Dios.
Todo se organiza como si los templos egipcios hubieran sido lugares eminentemente sagrados, y santificados por la
presencia efectiva del dios al cual estaban dedicados, y cuya alma o Ba descendía de las regiones celestes para animar
la estatua. En consecuencia, había que preservar el lugar de todo lo que venía del exterior, de toda impureza que
pudiera atenuar el carácter divino del templo o que pudiera incitar a la divinidad a abandonar el lugar.

En Egipto, los sacerdotes tenían que asegurar a través del ritual la presencia de la divinidad en el templo: de tal modo,
la alimentan, la visten, la tratan directamente como un Ser que habita el lugar. En compensación a ello, los Dioses
aseguran a los hombres mantenimiento de la existencia del mundo y de los seres, tal como la creación lo ha definido.
Receptáculo del Dios en la tierra, verdadera ciudadela donde se mantiene su esencia divina, el templo es el lugar
donde, al precio de ciertos ritos, la integridad del mundo se puede preservar. En consecuencia, el templo egipcio fue
mucho más de lo que puede representar una iglesia para un cristiano o una mezquita para un musulmán. Para el
creyente actual, Dios es y está, aunque se le rece o no, aunque el hombre se ocupe de él o no, pero para el egipcio, la
ausencia de un templo o la falta de culto, habría traído consigo el inexorable fin del mundo organizado.

El ritual en el templo
Los ritos constituyen el culto diario del templo, y éstos son muy complejos; para mejor comprenderlos, hay que recordar
que para el egipcio, la divinidad, a través de su alma o Ba, está presente en el santuario. Su estatua no es una simple
estatua, es el soporte de una presencia real. La finalidad del culto cotidiano es la de atender y mantener este poder
divino descendido a la tierra. El mantenimiento de este poder debe entenderse aún en el sentido más concreto.

Los tres oficios destinados al culto de la divinidad corresponden a los momentos decisivos de la marcha del sol: el
amanecer, el mediodía y el crepúsculo.

El oficio de la mañana comienza muy temprano, antes de que el cielo se cubra de brumas en el oriente. Hace falta
hacer el pan, sacrificar los animales, preparar las ofrendas alimentarias para la divinidad; así, antes del amanecer, una
doble procesión penetra en el templo: una, por la puerta lateral este, trae las ofrendas sólidas; la otra, por la puerta
lateral oeste, el agua recogida del pozo del templo. El doble cortejo se reagrupa en la calzada central y se dirige hacia
el santuario.

La apertura del santuario era un momento solemne, en el que la luz reemplaza las tinieblas nocturnas, donde el Dios
solar aparece efectivamente en el horizonte. Los portadores depositan las ofrendas en los altares de la sala dispuesta
para tal fin frente al santuario, los sacerdotes las purifican a través de aspersiones de agua y fumigaciones de incienso,
y luego el personal laico se retira dejando la fase final al sacerdote de más rango.

Los oficiantes agrupados frente al santuario entonan el himno de la mañana: Despiértate en paz, oh gran Dios,
despiértate pacífico. El sacerdote principal entra en el santuario, rompe el sello de arcilla que cierra el naos y abre los
dos batientes de la puerta de la capilla exponiendo a la luz la estatua de la divinidad, y ofrendándole simbólicamente
su alma. Luego llena una fuente con las ofrendas, las mismas que antes depositara delante de la estatua.
Simultáneamente, los otros Dioses del templo, cuyas capillas están agrupadas en la sala de la Enéada, reciben también
su alimento matinal. Estas ofrendas, una vez presentadas a los Dioses, serán retiradas y presentadas de nuevo en las
mesas de ofrendas de los Reyes y altos personajes difuntos que recibieron el derecho a estar representados en el
templo, y que gracias a estos ritos podrán prolongar aún su estancia en el más allá; finalmente, las ofrendas regresarán
a los talleres desde donde serán distribuidas como alimentos para el personal del templo.

Después de las ofrendas, la estatua del Dios será lavada, se la vestirá con telas de calidad, se la maquillará y peinará,
finalmente se le pondrán las joyas rituales y tendrán lugar las aspersiones purificadoras y las fumigaciones; luego se
cerrará el naos, y el sacerdote saldrá del santuario retrocediendo sin dar la espalda a la divinidad, borrando detrás de
él las huellas que sus pasos han dejado sobre la arena fina que recubre las losas del templo. El santuario recuperará
la sagrada oscuridad y el silencio divino.

A mediodía un servicio más corto tenía lugar: el naos quedaba cerrado, y el sacerdote rociaba y fumigaba únicamente
el naos de los Dioses asociados y las capillas que rodean el santuario.

En la noche, el oficio tenía lugar alrededor del santuario, que no se abría. Se aportaban las ofrendas, las libaciones y
las purificaciones de incienso, se retiraban las fuentes de ofrendas y finalmente se cerraba la puerta de las capillas.

Con la caída del sol, los cultos llegaban a su fin. El templo retomaba su tranquilidad, aunque un sacerdote que
conocía las constelaciones del cielo permanecía de guardia para anunciar la hora exacta, según el movimiento del
cielo nocturno, y dar el comienzo a los ritos de protección, un poco a la manera del muezzin en las mezquitas
islámicas, que llama al rezo durante la noche a los fieles.
El culto cotidiano presentaba a la vez un aspecto material y uno espiritual. Todo se ponía en obra para mantener
esta parcela esencial del ser divino descendido por un momento entre los hombres. El valor espiritual del servicio
divino, el carácter sagrado del templo eran perfectamente sentidos por los hombres que aseguraban el servicio de la
divinidad.

Las fiestas principales


El año egipcio comportaba un número extraordinario de fiestas, algunas de ellas nacionales, otras locales, cuya
duración solía ser de cuatro o cinco días y que matizaban la monotonía del culto cotidiano.
Cada fiesta tenía sus ritos propios y era acompañada de una «procesión del Dios», lo que hacía accesible a los fieles
disfrutar del Dios fuera de su templo, por un tiempo. Era el momento en que la divinidad efectuaba los oráculos y
rendía justicia en los problemas nacidos entre los hombres.

La función de estas fiestas era bien precisa, aunque los libros de egiptología no le den mucha importancia. La fiesta
no se realizaba para conmemorar un evento ni para recordar lo que un día se produjo, sino que era una repetición
de un acto necesario para la Creación o para el mantenimiento del mundo. Eran tan eficaces como el acto inicial,
pues reproducían periódicamente un momento del pasado, cuyos efectos con el tiempo corrían el riesgo de
detenerse.

Esto es lo que vamos a tratar de comprender, al ir describiendo las fiestas esenciales del año litúrgico en Edfú.

La fiesta de año nuevo


Esta fiesta tenía lugar en el momento de cambio de año egipcio. Es interesante, sobre todo, porque nos permite ver
la diferencia entre nuestra concepción del tiempo y la concepción egipcia.

Nuestro tiempo es fundamentalmente «lineal», es decir que los hechos, en nuestra época, se suceden siempre en el
mismo sentido a lo largo de una película que nunca retrocede, y en la cual los espacios se miden en referencia a una
numeración continúa de años. Para los egipcios este mismo tiempo está entrecortado por ciclos, cada uno de éstos
puede traer el caos anterior a la Creación o bien permitir el nacimiento de un nuevo ciclo comparable al precedente,
pero el pasaje de un ciclo a otro nunca es automático y lleva consigo un peligro fundamental, por lo que hay que
ayudar a que el pasaje se efectúe sin problemas.

El fin de año está marcado por cinco días nefastos y peligrosos antes del nacimiento de un nuevo año. Son días de
incertidumbre que preceden al inicio de la crecida del Nilo y donde reina la peste. En este mismo sentido la muerte
de un soberano es una transición peligrosa, en la que el equilibrio del mundo vacila. También los cambios del mes o
de estación pueden ser peligrosos, pues el reinicio de un nuevo ciclo, cualquiera que sea, no está jamás asegurado
totalmente.

Esta incertidumbre del pasaje a un nuevo ciclo, atañe igualmente a la presencia divina en la tierra. Horus es un
habitante del Cielo, como Halcón divino volando en el azur, o como Sol alumbrando de lejos la tierra. Su estatua
terrestre, que habita en el santuario, no sería sino un simulacro absurdo si no fuese porque el alma de la divinidad
(el Ba), consintió dejar los espacios inaccesibles para venir a animar este soporte terrestre.

You might also like