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Diciembre, 1995.
En 1994 Chile se incorporó como miembro activo del Asia-Pacific
Economic Cooperation, APEC, una instancia creada en 1989 a proposición de
Australia, concebida originalmente para liberalizar el comercio entre las naciones de
Asia Oriental y Oceanía, pero que, en definitiva, incluyó desde su constitución a
Canadá, Estados Unidos y México. Se trata de un foro gubernamental que, no
obstante, se autodefine como un concierto de economías, en el que, a través de
organismos propios -como el Eminent Persons Group y Asia Pacific Business
Network- y de apoyo -como el Pacific Business Forum-, se da cabida a académicos y
empresarios, cuyas opiniones han resultado determinantes en los acuerdos adoptados
hasta ahora, particularmente en la elaboración de la Declaración de Bogor, suscrita a
fines de 1994 en Indonesia por los jefes de estado (denominados “líderes
económicos”) de los dieciocho países miembros, y que contiene los objetivos
generales del Foro tricontinental.
La enorme importancia que reviste un mercado que comprende a la
quinta parte de la población mundial, con un 45% del Producto Interno Bruto
mundial, se ve realzada por involucrar a las naciones con mayores tasas de
crecimiento en las ultimas décadas, como son Japón y los llamados NICs (New
Industrialized Countries): Corea, Singapur, Hong Kong y Taiwán, países que en
menos de treinta años han experimentado un desarrollo superior a cualquier
precedente que registre la historia, éxito que se ha extendido a casi todo el este
asiático.
La apertura de su economía y el buen manejo de los parámetros
macroeconómicos, unidos a la solidez de sus restauradas instituciones democráticas,
han brindado a nuestro país la oportunidad de acceder a diversos órganos
multinacionales orientados a liberalizar sus respectivos comercios, siendo sin duda
conveniente -y compatible- participar en todos ellos. Precisamente por ello una
nación en desarrollo, ubicada en un rincón del mundo, con un mercado consumidor
que no alcanza a 14 millones de personas, resulta atractiva para naciones que hasta
hace unos años considerábamos exóticas y con las cuales parecía no haber otro
elemento en común que el acceso al Océano Pacifico. Hoy ellas perciben a Chile
como una puerta de ingreso de sus productos al mercado sudamericano y como un
posible receptor de sus inversiones, las que, cada vez en mayor medida, deberán
buscar un destino fuera de sus propias fronteras ante el incremento de la mano de
obra originado por los impresionantes crecimientos de los ingresos individuales. Por
otra parte, los proyectados corredores bioceánicos permitirán a nuestros vecinos del
Atlántico exportar sus productos hacia el Oriente desde puertos nacionales. Lo
anterior queda fielmente reflejado en las palabras del Primer Ministro japonés,
Tomiichi Murayama: “En cualquiera de estas corrientes (mantenimiento y
consolidación de la democracia, recuperación económica e integración económica
regional) Chile ha conseguido el resultado más notable y, en consecuencia, se ha
convertido en un país que puede desempeñar el rol de puente que una a América
Latina con Asia Pacifico”.(1)
El desafío de APEC es consolidar una región de plena libertad para el
comercio y las inversiones dentro de los próximos quince años, provocando un
aumento del ingreso agregado tres veces superior al previsto como resultado de la
implementación de los acuerdos de la Ronda Uruguay del GATT. Esta meta implica
para Chile un esfuerzo colectivo sostenido que, en líneas generales, debe ser
conducido por el gobierno, pero que, en lo sustancial, tendrá que ser asumido por el
sector privado, para el que resultará indispensable impregnarse del espíritu y de los
objetivos de este importante Foro, lo cual forzosamente involucra un conocimiento
adecuado de las economías asociadas a él y de los factores que han permitido su
crecimiento, así como una honesta evaluación critica de nuestras propias debilidades,
cuya superación deberá constituirse en condición necesaria para viabilizar las metas
pactadas en Bogor.
DE LA POBREZA A UN LABORIOSO DESARROLLO
Hace solo veinte años los llamados NICs no ofrecían mayor interés
para las pocas naciones que entonces mantenían una economía abierta al mundo.
Japón, en cambio, ya tenía algunos logros que exhibir, aún cuando no se vislumbraba
como la gran potencia industrial que hoy conocemos.
¿Cómo se explica el excepcional crecimiento de los países del este
asiático en tan breve periodo de tiempo? El informe del Banco Mundial sobre
investigaciones relativas a políticas de desarrollo, publicado bajo el nombre “El
Milagro de Asia Oriental”, afirma que, en lo sustancial, las razones se encuentran en
la excepcional acumulación de recursos humanos y materiales. Lewis T. Preston,
presidente de esa entidad a la fecha del Informe (agosto 1993), acota que “no hay
nada de milagroso acerca del éxito de los países de Asia Oriental: cada uno ha
cumplido las tareas fundamentales del crecimiento mejor que muchos otros países”,
lo cual explica que ellos estuvieran “en mejores condiciones que la mayoría para
asignar recursos materiales y humanos a inversiones sumamente productivas y para
adquirir y dominar tecnologías”(2). Por cierto no hubo un modelo único de
desarrollo, ya que las respectivas políticas económicas oscilaron desde la
prescindencia hasta distintos grados de intervencionismo, lo que para Preston
confirma que las políticas deben ser especificas para cada país a fin de que sean
eficaces.
Sin embargo, el mismo Preston agrega que hay también algunas
características comunes al conjunto de países asiáticos de gran crecimiento
económico, entre las cuales se distingue “la aplicación de un conjunto de políticas
económicas comunes, favorables al mercado, que llevaron a la mayor acumulación y
a la mejor asignación de recursos”. La investigación del Banco Mundial concluye en
la conveniencia de un doble enfoque para una política de desarrollo, haciendo
hincapié en la estabilidad macroeconómica por una parte y las inversiones en recursos
humanos por otra. En todo caso, se destaca que las intervenciones, cuando se
produjeron, fueron siempre selectivas y abordaron problemas de funcionamiento de
los mercados y se adoptaron en un contexto de políticas fundamentales apropiadas,
siempre con el objetivo de crear “concursos económicos”.
Japón fue el pionero y, en cierto modo, el líder que marcó la pauta para
el desarrollo regional. Luego siguieron Corea (del Sur), Hong Kong, Singapur y
Taiwán. Lo más sorprendente es que estas naciones, así como algunas vecinas
(Indonesia y Tailandia y, en menor medida, Malasia) no solo exhiben n crecimiento
acelerado sino que han disminuido significativamente los niveles de desigualdad. Los
indicadores de su éxito son impresionantes: la región del Asia Pacifico detenta el
41% del total de las reservas bancarias del mundo, con un promedio de ahorro de
30%; en tanto que su intercambio comercial crece a tal ritmo que para el año 2000
podría corresponder a la mitad del comercio mundial.
Hacia 1960 Corea era una paupérrima sociedad agraria, con una
economía pequeña y estancada. En 1961 lanzó su primera fase de desarrollo,
priorizando la producción de bienes exportables con uso intensivo en mano de obra,
considerando que ésta era la única ventaja comparativa de un país que carecía de
recursos naturales. En la década de los 70 se centró en el desarrollo de la industria
pesada y la industria química, así como en la modernización de las áreas rurales,
contribuyendo a consolidar monopolios para conseguir economías a escala. A partir
de 1979 puso énfasis en la estabilidad de los precios, la liberalización del mercado y
el crecimiento económico equilibrado. Circunstancias externas favorables – como el
bajo precio del petróleo, las bajas tasas de interés y la sobrevaloración del yen –
permitieron que a partir de 1986 se produjera un boom, con tasas de crecimiento que
alcanzaron el 12,8% provocando un aumento del producto superior en 35 veces al de
hace veinticinco años.(3)
Singapur se convirtió, de una sociedad postrada y sometida al poder
colonial, en una de las naciones más pujantes de nuestros tiempos, que lidera siete de
los ocho parámetros básicos utilizados para determinar la competitividad de las
economías. Mas de 3,000 empresas extranjeras operan en ese país – entre las cuales
están Codelco, Soquimich y Compañía Chilena de Navegación Interoceánica -,
motivadas por su estratégica calidad de centro de distribución de servicios y
productos en el Este Asiático. Se trata de una economía de mercado altamente
desarrollada, con fuertes controles estatales e importantes incentivos al ahorro social,
orientada de lleno al comercio exterior, que opera como zona franca, y mantiene
aranceles solo para siete líneas de productos, tales como vehículos, licores, tabacos y
combustibles.(4)
En Taiwán se puso fin a la modalidad de sustitución de importaciones
en la década de los 60, tras lo cual se impulsaron las exportaciones, junto al desarrollo
de la industria ligera y bienes de consumo. Entre 1953 y 1985 registró una tasa
promedio record de crecimiento, de 8,7%, lo que convirtió su rudimentaria economía
agrícola en una basada en manufacturas y servicios. El significativo aumento en los
ingresos individuales ha impulsado una creciente conversión de la industria hacia la
producción de bienes intensivos en capital.(5)
El territorio de Hong Kong no supera los 1.057 kilómetros cuadrados, en los que
viven 5 millones y medio de habitantes, mas una impresionante población flotante.
En pleno proceso de regreso a la soberanía China (1 de julio de 1997),
el característico dinamismo de esta colonia británica no muestra señales de detenerse.
Aunque cuenta con escasos recursos naturales y debe importar prácticamente toda el
agua que consume, su estratégica posición, sus excelentes instalaciones portuarias y
la calidad de sus recursos humanos han consolidado a Hong Kong como un
importante centro manufacturero, comercial y financiero. En lo sustancial, su
estrategia productiva consiste en dirigir la producción domestica hacia bienes de alto
valor agregado, transfiriendo a China la elaboración de bienes que involucran un alto
contenido de mano de obra, materia prima y consumo de energía, los que son
exportados a Hong Kong a precio de transferencia y luego reexportados al resto del
mundo a precios de mercado. (6)
Naturalmente estas son tareas que deben llevarse a cabo tanto por los
actores públicos como por los privados, en una acción conjunta y coordinada, la que
necesariamente debe ser estructurada sin perder de vista los principios permanentes
de nuestra política exterior. A este respecto el Ministro de Relaciones Exteriores
afirmaba a comienzos de 1995: “En la fijación de sus principios, las naciones – sobre
todo sus representantes políticos – deben tomar siempre en consideración el bienestar
de sus pueblos, sus intereses y los medios con que cuentan para hacerlos valer.
Pienso, sin embargo, que esos intereses no son bien servidos y esos recursos no son
bien utilizados cuando la política exterior de un país es, a pretexto del interés presente
en cada coyuntura, conducida de manera errática e incoherente. Al contrario, cuando
una nación establece de modo permanente un conjunto de reglas de conducta
generalmente aceptadas, su accionar internacional se hace respetable y eficaz. Es a
ese conjunto de reglas generales de conducta, que la nación está dispuesta a asumir de
manera permanente como guía de su acción internacional, a lo que me refiero cuando
hablo de política exterior chilena”.(26)
Otro aspecto a tener en consideración, dentro del contexto demarcado
por tales principios, es el objetivo último de las políticas nacionales, que corresponde
al gobierno definir. Éste fue señalado por el Ministro de Hacienda: “Tenemos las
bases, pero se requiere de un gran esfuerzo conjunto que permita superar la pobreza
por la vía del crecimiento con equidad. Los recursos, en gran medida, provienen de
nuestro proceso de internacionalización económica. Casi el 40 por ciento del
producto se explica por el sector externo”.(27)
El propio ministro Aninat destacaba otro factor de suyo importante
para enfrentar cualquier estrategia exportadora que aspire a la permanencia y a la
profundización: “Si queremos ser un país abierto al mundo desde nuestra posición
privilegiada en el Pacifico Sur, resulta indispensable adquirir, cada vez más, una
cultura internacional. Sólo así podremos integrar las dimensiones políticas,
económicas, sociales y culturales de los distintos conglomerados de países con los
que interactuamos”(28). Y en el mismo sentido se explayaba el Subsecretario de
Relaciones Exteriores: “Nuestra cultura se está internacionalizando. Nuestros medios
de comunicación nos ponen en contacto directo con realidades que en un pasado
reciente nos eran enteramente desconocidas. Nos estamos vinculando de manera cada
vez más estrecha con realidades culturales muy diversas. La revolución tecnológica
que está teniendo lugar en este campo nos afectará de manera cada vez más profunda
en las próximas décadas. Las nuevas autopistas de la información que se están
construyendo en Estados Unidos, Europa y Japón ya están llegando a nuestras
empresas, universidades y casas. Las tendencias globales tienen un impacto creciente
en nuestra región y en nuestro país. La política exterior debe responder a esta nueva
realidad internacional”.(29)
LA IMPORTANCIA DE APEC
Historia y composición.
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Citas bibliográficas.