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CUBANAS CONTEMPORÁNEAS
Susanna Regazzoni
UNIVERSIDAD CA'FOSCARI DE VENECIA
' Susana A. Montero, La narrativa femenina cubana, 1923-1959, La Habana: E. Academia, 1989.
Mirta Yáñez, Marilyn Bobes (comp.), Estatuas de sal. Cuentistas cubanas contemporáneas, La Ha-
bana: Ediciones Unión, 1996.
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tre otra, reproductora de un realismo, con distintos grados de complejidad». La
oposición a la visión simplista de la realidad se advierte desde los años 50 por auto-
res como Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Lydia Cabrera, etc.
Según la ya clásica división propuesta por Susana Montero existe una tendencia
femenina narrativa que se centra en narraciones del folklore afrocubano y que ve
en la obra de Alejo Carpentier y Nicolás Guillen los precursores más importantes
y famosos.4
La raíz de esta postura remonta a los años 20 cuando se pone en marcha un se-
rio movimiento renovador en la cultura cubana que busca lo autóctono y al mismo
tiempo ensancha los horizontes de la universalidad. Imeldo Alvarez comenta, a este
propósito: «Esta nueva búsqueda, a partir de estímulos foráneos -los talleres afri-
canos, las leyendas de Cendrars, los relatos y fábulas de Frobenius-, conduciría al
tema negro y a través de él al conocimiento menos epidérmico de nuestro ser na-
cional».5
El descubrimiento del llamado «negrismo» o lo que se considera como influjo
africano en la cultura cubana en los años 30, hay que buscarlo especialmente en el
movimiento pictórico del cubismo.
Culto estético al negrismo, en efecto, rindieron en su época artistas como Pi-
casso, Braque, Derain y Vlamink. Son los años de composición del Romancero gi-
tano de Lorca, del criollismo, de la música jazz, etc. A este propósito hay que re-
cordar la amistad de Lydia Cabrera con Lorca que queda registrada en un poema
del Romancero gitano «La casada infiel» que Federico dedica a «Lydia Cabrera y
su negrita».
La propia situación geográfica de la isla de Cuba ha influido en los problemas
culturales que enfrenta el país. Colocada entre dos orbes culturales muy distintas,
entre la cultura hispánica o iberoamericana y la cultura anglosajona, Cuba constitu-
ye una verdadera «marca hispánica». Existe un verdadero espíritu de frontera cultu-
ral, —hoy más que nunca.
En pleno siglo XX, el ensayista Fernando Ortiz proclama «la negritud» de lo
cubano («sin el negro Cuba no es Cuba»). Para el crítico el negro es en estos siglos
el factor básico de lo cubano que se instala como polo imprescindible de lo espa-
ñol, en un movimiento de transculturación que proyecta tanto como recoge. Fer-
nando Ortiz declara: «Si el negro se cubaniza, Cuba se africaniza correspondiente-
mente, hasta formar lo definible como 'afrocubano'».6
Esta, como se ha visto, importante tendencia de la narrativa cubana, se afirma
en un primer momento con la obra de Lydia Cabrera (1900-1991), que en 1936 pu-
blica en París Contes négres de Cuba, justo unos pocos años después de las Légen-
des du Guatemale de Miguel Ángel Asturias publicadas en la capital francés en
3
/tó/.,pág. 31.
4
Cfr. Susana Montero, ob. cit., passim.
Imeldo Alvarez, La novela cubana en el siglo XX, La Habana: Ed. Letras Cubanas, 1980, pág. 33.
Julio E. Miranda, Nueva literatura cubana, Madrid: Taurus, 1971, pág. 13.
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Lydia Cabrera, Contes négres de Cuba, traduits de l'espagnol par Francis de Miomandre, París: Ga-
llimard, 1936; Miguel Ángel Asturias, Légendes du Guatemala, París: Gallimard, 1930.
8
Rosario Hiriart, Lydia Cabrera. Vida hecha arte, New York: Eliseo Torres & Sons, 1978, pág. 23.
9
Lydia Cabrera, Cuentos negros de Cuba, La Habana: Imprenta de la Verónica, 1940.
10
Rosario Irían, op. cit., pág.38.
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Entre la novelas de Mayra Montero (La Habana, 1952) la que más presenta una
historia marcada por una zona mágica y alucinante es Del rojo de su sombra.11
El tema de Haití, junto con las religiones caribeñas ha primado, sobre casi todo
lo que Mayra Montero ha escrito, debido a su formación en Cuba, país donde la
herencia africana ha sido y continúa siendo mayor que en cualquier otro país del
Caribe. La misma escritora declara su reconocimiento de las raíces africanas, en
común con muchos escritores caribeños como Nicolás Guillen, Luis Palés Matos,
Rene Depestre, Alejo Carpentier y la misma Lydia Cabrera.
Del rojo de su sombra (1992) presenta como temática general la del vudú con
sus prácticas, sus ministros, cuenta la historia de amor y de odio entre un «bokor»
del vudú -sacerdote hechicero- y una dueña sacerdotisa jefa muy conocida y res-
petada, historia inspirada en un hecho de crónica auténtico, que ocurrió hace años
en la parte española de la isla de Haití, en la región de la Romana.
La novela se estructura en veinte capítulos sin numeración ni título, precedidos
por una nota de la autora que aclara cómo la historia narra hechos verídicos y se
cierra con un glosario útil para descifrar los términos relativos al culto y a los ritos
vudú.
La acción se construye en diferenes planos temporales y en capítulos alternos
se desdobla en dos niveles, uno que pertenece al pasado, y que cronológicamente
cuenta la historia de Zulé desde la infancia, y otro que pertenece al presente de la
narración y relata con ritmo apremiante los dos días de Semana Santa que preceden
el enfrentamiento final entre Similá y la mambo. El primer plano se funda con el
segundo en los dos últimos capítulos donde el cuento se focaliza en una única di-
rección, llegando a su apogeo.
Tres son los planos que se entrecruzan en la narración: la mortal pasión entre
Zulé y Similá; la descripción de la vida miserable de los emigrantes haitianos que
viven en los barracones en los alrededores del ingenio azucarero y el relato del
culto del vudú. El primero pertenece al ámbito de la fábula, es la historia sobre la
que se construye la novela; los otros dos son relativos a la intriga, se entrecruzan
y se explican recíprocamente.
Protagonista de la obra es un pueblo que busca en el culto vudú y en el azar
motivos para sobrevivir, la práctica de este culto se acompaña con ritos misteriosos
y libertadores, «posesiones» del hombre por los dioses que elevan a una humanidad
embrutecida por la miseria y la opresión hacia lo divino.
La descripción de este pueblo no pertenece al Caribe legendario de Lydia Ca-
brera y ni Carpentier ni Depestre han logrado comunicar con tanta fuerza la deses-
peración de esta gente entre la más pobre de la tierra. En muchas ocasiones la voz
narradora abandona el cuento fascinante de las prácticas religiosas para enfocar su
atención sobre las condiciones de los trabajadores. En otras partes los dos tonos,
el mágico de las descripciones de los ritos de la religión vudú y el periodístico de
la denuncia de las condiciones de los campesinos se mezclan: «Los días que siguie-
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Mayra Montero, Como un mensajero tuyo, op. cit., pág. 102.
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