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Ruiz Rodríguez, Carlos.

“Hacia una Mar del Sur extensa: la costa musical afro-pacífica”, en Memoria del
Congreso Internacional Diáspora, Nación y Diferencia. Poblaciones de origen africano en México y
Centroamérica, México, CEMCA-CIESAS-INAH-UNAM-UV-IRD, 2008 (Memoria electrónica, ISBN:
968-864-450-1).

Hacia una Mar del Sur extensa: la costa musical afro-pacífica

Carlos Ruiz Rodríguez


Fonoteca del INAH

Quizá el género musical tradicional más representativo de la Costa Chica sea la llamada
chilena. Como su nombre lo indica, la chilena proviene de Sudamérica,
presumiblemente de Chile. En México, la literatura en torno al tema reiteradamente ha
señalado que este género llegó a las costas del Pacífico mexicano a mediados del siglo
XIX. Uno de los primeros investigadores que señala este contacto musical entre el
Pacífico mexicano y la costa de Sudamérica es Vicente T. Mendoza quien en su ensayo
titulado “La canción chilena en México” 1 observa que la chilena llega a costas
mexicanas desde Valparaíso gracias a la enorme afluencia de embarcaciones que
provocó la “fiebre del oro” de California a mediados del siglo XIX; el paso obligado por
Acapulco de navíos que se dirigían hacia EU sería la razón principal de la presencia de
este género sudamericano en México. Investigadores subsecuentes como Epigmenio
López Barroso, José E. Guerrero y Thomas Stanford, entre otros, reiteran durante las
décadas de los sesentas y setentas esa versión del arribo de la chilena a México.2
Hacia fines de los ochenta, el investigador Moisés Ochoa Campos publica su libro La
Chilena Guerrerense, en el cual toma como prioridad de estudio esta temática. Ochoa
ofrece un acalorado pugilato de autores y citas en torno a la controversial fecha de
llegada de la chilena a México, sin embargo, culmina con la “feliz demostración” del
autor de que el arribo de la chilena a México fue previo a 1850, es decir, en 1822.
Ochoa Campos fundamenta su afirmación arguyendo que en ese año se hace presente en
Acapulco una escuadra militar chilena que pretende reforzar –tardíamente- la lucha de
independencia mexicana. 3 Según su perspectiva, gracias a esta incursión militar la
chilena llega a México. Unos años después, Thomas Stanford reconsidera sus propios
asertos en torno al tema, recula y refrenda el supuesto de la entrada de la chilena a
México en 1822 acreditando la propuesta de Ochoa Campos. Con ello, refuerza la
generalización de esa interpretación histórica sobre la chilena que, hasta nuestros días,

1
se reproduce reiteradamente en no pocos estudios sobre esta región del Pacífico
mexicano.
Considero que estas aseveraciones específicas y en general el tema de la relación
colonial entre México y el Pacífico sudamericano requieren de varias acotaciones. La
chilena en México ha tenido presencia no sólo en la región de la Costa Chica, sino en la
Costa Grande, la Tierra Caliente de Guerrero y Michoacán, la región de Occidente, y
hasta en Sinaloa y Sonora; 4 inclusive se ha encontrado tierra adentro, hacia el altiplano,
hasta los rumbos de Tlaxcala. 5 Es difícil creer que una sola escuadra de barcos militares
durante su breve estadía en el país haya podido tener tal repercusión cultural y tal
alcance geográfico. Ni aun concediendo que todos los tripulantes de dicha flota
hubiesen sido músicos y que las circunstancias hubiesen sido las más favorables sería
verosímil tal conjetura. Por tanto, propongo aquí que el tipo de perspectiva histórica de
Ochoa Campos, unilineal, unilateral, aprocesual, en que un filón de la cultura viaja de
un lugar a otro mediante un solo evento y en una fecha específica, es manifiestamente
imprecisa y requiere de matices, pues percibe de manera simplista un largo proceso
histórico-económico en el que se relacionaron regiones distantes, en gran medida, a
través de sus culturas musicales.
Así como la costa del Golfo ha mostrado tener una fuerte relación histórico-cultural con
el Caribe, las islas Canarias y el sur de España; 6 la región del Pacífico mexicano
presenta también vínculos importantes y tempranos durante la Colonia con las zonas
portuarias de América del Sur (Colombia, Ecuador, Perú y Chile). Desafortunadamente,
esta significativa relación ha sido poco estudiada en cuanto al intercambio cultural
ocurrido en este amplio espacio geohistórico que, en lo musical, tuvo duradero contacto
y recíproca influencia.
La presente ponencia pretende ofrecer datos acerca de la larga relación comercial –tanto
legal como ilegal- que existió entre México y Sudamérica durante la Colonia y que
favoreció el subsecuente intercambio cultural de estos espacios geográficos; con ello
argumento que el vínculo entre tradiciones musicales no comienza en el siglo XIX,
como se ha supuesto, sino que más bien viene a coronarse durante ese siglo, luego de
casi tres centurias de intercambio entre el Cono Sur y tierras mexicanas.

La larga relación comercial con Sudamérica y la temprana fractura con Centroamérica

Durante la colonia, la vasta red de fortificaciones que protegían y apuntalaban el


complejo portuario español no contemplaba el resguardo de la franja atlántica

2
centroaméricana al no contar con puertos amurallados desde Portobelo (en la actual
Panamá) hasta la zona de Chetumal. Esta situación ocasionó que esos territorios se
mantuvieran ocupados por adversarios de la Corona española; según García de León,
esta franja de discontinuidad impide la integración colonial hispana del litoral atlántico
centroamericano a las provincias españolas del Caribe y, por el contrario, hace que
Centroamérica tenga mayor relación con los territorios caribeños dominados por los
ingleses y encabezados por la isla de Jamaica.
Asimismo, dos barreras naturales impedían que se abriera una ruta por tierra entre
México y Lima: las abruptas cordilleras montañosas de Costa Rica y las espesas selvas
del norte de Panamá. 7 Por el lado del Pacífico, desde Chiapas hasta Costa Rica, “el
cancionero colonial no logró implantarse, al menos bajo las formas típicas del Caribe
español” permitiendo una mayor relación con el Pacífico sudamericano y su integración
“al complejo de las cuecas, zamacuecas y marineras, que como chilenas llegarán hasta
la costa Pacífica de Nueva España”. 8 Esta relación obedece principalmente a la
constante navegación y comercio que hubo a partir de la segunda mitad del siglo XVIII
entre los puertos en posesión de la corona española ubicados en el Pacífico continental.
Pero, si bien el contacto con Sudamérica fue intenso hacia fines del siglo XVIII y
durante el XIX, la relación por el Océano Pacífico tiene una larga trayectoria que se
remonta hasta épocas tempranas del virreinato. Desde la tercera década del siglo XVI,
Hernán Cortés había intentado establecer astilleros en las entonces costas de la Mar del
Sur, primero en el río Zacatula, más tarde, en el Istmo de Tehuantepec, de más fácil
acceso que la costa occidental. También hubo intentos de consolidar puertos en
Mazatlán, Zihuatanejo, Navidad y Acapulco. Aunque en esta primera etapa la
navegación en las costas pacíficas novohispanas obedece primordialmente a fines de
exploración, asienta sólidos precedentes para la ulterior relación marítima entre los
virreinatos de Nueva España y Perú.
Fue dentro del marco de la intensa actividad marítima y comercial que hacia mediados
del siglo XVI tenían los puertos de Panamá y Realejo (en la actual Nicaragua) con Perú,
que se desarrolló la navegació n entre los dos poderosos virreinatos americanos. La
escasez de cacao –de gran demanda entre la sociedad novohispana- obliga, en 1540, a
reabrir las rutas marítimas precortesianas a Guatemala y Nicaragua para transportar el
preciado fruto desde Centroamérica a Huatulco. Rolf Widmer señala que hacia 1560
anualmente entraban por Huatulco 50,000 cargas de cacao y unos 1,200 millones de

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granos, provenientes principalmente del puerto de Acajutla perteneciente a la provincia de
Izalcos (El Salvador).
No obstante, el comercio fue recíproco y abarcó también el Cono Sur: “De Nueva España,
los barcos salían repletos de algodón, caballos, mulas y esclavos, ocasionalmente también
portando plantas europeas como el membrillo, el durazno, el peral y el manzano. Este
contacto con Centroamérica, la razón de ser de Huatulco, se complementaba con dos o
tres navíos que se mandaban cada año al Callao, en el Perú”. 9 Según Borah, desde 1533
existe ya contacto indirecto de Nueva España con el Perú. Tan solo tres años más tarde,
en 1536, comienza la navegación directa con fines comerciales entre Huatulco y el
Callao; derrotero que adquiere cierta regularidad a partir de 1539.10 Para mediados del
siglo XVI la ruta por mar entre Perú y México estaba bien establecida. Huatulco fue el
principal puerto de la costa del Pacífico mexicano entre 1537 y 1573; por esa vía se
transportaron pasajeros y se comerciaron armas, caballos y provisiones. Durante casi
todo el siglo XVI el comercio por el Pacífico fue libre y sin demasiado control de parte
de las autoridades coloniales. El Callao era el puerto principal de Perú y era el último
puerto sureño que tocaban los barcos en esa época.
No obstante, el auge de Huatulco sólo duraría tres décadas. Alrededor de 1570, el virrey
don Luis de Velasco ordena la culminación del camino de herradura que va de la ciudad
de México a Acapulco y se dota a esta bahía de infraestructura mínima para ser de ahí
en adelante el principal puerto comercial de la Mar del Sur. En 1573 se consolida la ruta
entre Acapulco y oriente mediante el Galeón de Manila y, con esto, se regulariza una
feria anual de mercancías realizada en el puerto a la que acuden comerciantes de
muchos pueblos de la costa, desde Zacatula hasta Jamiltepec, así como de la capital
novohispana. 11 A partir de ahí, el auge de Acapulco, basado en su constante influjo de
mercancías de oriente, provoca el abandono del puerto de Huatulco, que después es
frecuentemente invadido por piratas. Sin embargo, el decaimiento de Huatulco no evita
que Acapulco conserve contacto con Sudamérica, por el contrario, el puerto
acapulqueño mantiene un tráfico significativo de mercancías orientales con Guatemala,
Perú y otros puertos del sur. Esto obedece a que en 1582 las autoridades españolas
prohíben la navegación y comercio directo entre Filipinas y Perú, hecho que sitúa al
puerto de Acapulco como único intermediario comercial entre ambos.
La relación oficial de Acapulco con los puertos sudamericanos dura hasta 1631, año en
que la Corona prohíbe el comercio y navegación entre ambos virreinatos. Pese a que la
prohibición duró hasta inicios del siglo XVIII y el puerto de Acapulco vio una gradual

4
disminución de actividades a partir de 1640, la navegación y el comercio con Centro y
Sudamérica se mantuvieron de manera clandestina durante el siglo XVII.12 Hay noticias
coloniales que reportan, desde 1637, la importación de cacao desde Guayaquil vía el
puerto de Acapulco. 13 Este comercio ilegal, de contrabando, es subrayado en 1697 por el
viajero Francesco Gemelli Carreri, quien permanece en Acapulco durante un mes y
describe el sitio como un puerto intermitente habitado por una minoría de españoles y
una mayoría de negros y mulatos, al que concurren comerciantes para comprar las
mercancías traídas por la nao de Oriente. Según Gemelli Carreri, los navíos de Perú
“suelen aportar allí cargados de cacao”, pero no llegan específicamente a la bahía de
Acapulco, sino “a dos leguas de este puerto, hacia la parte del sudeste, [en que ] hay otro
llamado del Marqués, con buen fondo, y capaz de contener grandes navíos; van a él
ordinariamente las naves del Perú, para vender las mercancías prohibidas que les
impiden entrar en Acapulco”.14
Sin embargo, el tráfico de cacao se intensifica hacia el último tercio del siglo XVIII, ya
con la entonces Nueva Granada. Desde 1775 y en adelante, varios documentos estantes
en el Archivo General de la Nación dan cuenta del intenso tráfico mercantil y de
pasajeros que hubo desde Chile hasta las Californias; pretendidas “arribadas forzosas”
en San Blas de navíos procedentes de Guayaquil, así como menciones de intensa
actividad entre el Callao y los puertos de Navidad, Zihuatanejo, Zacatula, Tecuanapa,
Acapulco, Barra de Miniso y Puerto Escondido. 15 En las costas del noroeste la navegación
fue también acentuada; desde San Blas hasta la Alta California, la llegada de buques
rusos, ingleses y anglosajones fue frecuente.16
Es destacable la enorme cantidad de cacao que se importó desde Guayaquil al puerto de
Acapulco durante el último tercio del siglo XVIII, tráfico que a partir de 1775 y hasta
consumada la independencia de México prácticamente fue ininterrumpido.17 Entre los
navíos cargados de cacao, también fue frecuente el arribo de cargamentos de vino,
vinagre, aceite y aguardiente, así como numerosos contingentes de personas. El propio
Alexander von Humboldt, en su Atlas Geographique et physique du Royaume de la
Nouvelle-Espagne, menciona que para marzo de 1803 la constante presencia de
“viajeros que llegan por el Mar del Sur, ya sea de Filipinas, o del Perú” y, más adelante,
agrega que Acapulco “es el puerto central del comercio del Mar del Sur y de Asia.
Recibe los barcos procedentes de las islas Filipinas, de Perú, Guayaquil, de Panamá, y
de la Costa del Noroeste de América Septentrional”. 18

5
Luego de las guerras de independencia, se mantiene el tráfico marino comercial entre
Concepción, Valparaíso, Callao, Guayaquil, Huatulco y Acapulco. 19 El contacto entre el
Pacífico y el Atlántico se agiliza a partir de 1820 con la llegada de veloces “Clippers“
de cabotaje que podían hacer el viaje completo de Nueva York a San Francisco,
navegando el estrecho de Magallanes, en menos de 100 días. 20 Aunque para 1825 la
importación de cacao desde Guayaquil decae, Acapulco adquiere nuevo auge hacia
mediados del siglo XIX, al ser paso obligado en la ruta de los barcos de vapor que se
dirigen a la Alta California durante la fiebre del oro. A partir de 1849, “la concurrencia
de pasajeros que continuamente arribaban tanto en los vapores como en buques de vela
proporcionaban una circulación cuantiosa; repetidas veces se contaron mas de mil
personas de esta clase que permanecían dos y tres dias” en ese puerto. 21
En suma, esto da cuenta de casi un siglo de incipiente contacto “legal” entre los
virreinatos de Nueva España y Perú (ss. XVI y XVII), seguido por otro siglo de relación
“ilegal” (hasta inicios del XVIII) y una centuria más en que se incrementa el comercio
con Nueva Granada y Perú hacia fines del siglo XVIII. Esta continua relación, de
variable intensidad por periodos, fundaría los cimientos de un importante intercambio
cultural que ejercería, desde entonces y hasta fines del siglo XIX, fuerte influencia en
las tradiciones musicales de las costas del Pacífico mexicano.

El entorno “criollo” afromestizo en la vida portuaria del Pacífico mexicano y


sudamericano

La intensa presencia que tuvieron los afrodescendientes durante la colonia y el periodo


independiente en los rumbos del otrora Mar del Sur; no solo abarcó la Costa Chica y la
Costa Grande, sino una extensa porción del litoral Pacífico mexicano que alcanzó
también la región de occidente y el actual Estado de Sinaloa. Desde inicios de los
ochenta, varios autores han señalado la importancia de la presencia y el aporte musical
africano en esta franja costera. 22 De similar manera, relatos de viajeros dan cuenta de la
importante influencia africana en Guayaquil, Paita y Valparaíso, pero sobre todo en el
puerto de Callao y su urbe, Lima, ciudad que durante el siglo XVII y la primera mitad
del XVIII conservó un alto índice de población africana (casi la mitad del total de sus
habitantes en todo ese periodo). Este hecho es muy significativo pues hay que recordar
que Lima

se había convertido en el principal centro administrativo de una cadena de interrelaciones


económicas que se establecieron entre el Perú, el Alto Perú, Chile y el noroeste argentino, cuyo

6
polo-dinámico era la producción de plata extraída de las minas de Potosí y Porco y procesada con
el mercurio de Huancavelica. Debido a ello, durante el siglo XVII se formó en Lima un cancionero
criollo que se convirtió para gran parte de Sudamérica en un centro difusor más eficaz que la
metrópoli misma, como ya apuntara Carlos Vega. Lo que habitualmente se olvida o se niega
expresamente es la participación que tuvo que tener en la formación de ese cancionero la gran
proporción de negros existentes en la capital virreinal durante dicho siglo, y aún durante el
siguiente, en que tales creaciones populares –producto de lógicos procesos transculturales-
debieron consolidarse. Dicho cancionero, pues, no puede haber surgido exclusivamente de la
estilización de elementos europeos, como Vega lo plantea.23

La intensa práctica musical de africanos y afrodescendientes en Perú durante los siglos


XVII y XVIII irradió formas criollas amulatadas en los circuitos de comercio y viaje
entonces establecidos.
Otro aspecto compartido entre México y la costa occidental sudamericana fue el que, no
pocas veces, las regiones costeras y tierras calientes fueron reductos de asentamientos
de esclavos fugados (en el caso del litoral Pacífico de Colombia y Ecuador), dada su
relativa cercanía a las empresas coloniales hispanas que requerían un alto número de
esclavos. De similar manera, las regiones litorales tanto de México como de Sudamérica
comparten el hecho de haber mantenido un intenso contacto regional mediante la
navegación de cabotaje en sus litorales. Como lo asientan varios documentos, en el
Pacífico mexicano el comercio de perlas y el transporte de personas fueron dos de las
actividades que auspiciaron el contacto costero regional. 24
Más arriba mencioné la permanente vigencia de la ruta marítima entre las costas
mexicanas y los puertos del Cono Sur, según Widmer, en tiempos coloniales el viaje
entre Acapulco y Valparaíso duraba varios meses; es difícil pensar que en esos largos
trayectos, entre los viajeros, sin más lugar a donde ir y, frecuentemente sin mucho qué
hacer, no existiese la necesaria presencia de un medio de solaz esparcimiento como la
música. Aunque el tema de la música en el “navío colonial” no es un tema mayormente
trabajado,25 puede suponerse que la música en las fragatas, goletas, bergantines y
paquebotes tuvo un papel, si no central, por lo menos significativo. La gran cantidad de
correspondencias musicales que todavía pueden rastrearse entre las zonas portuarias
costeras de Sudamérica y México son reflejo de su singular importancia. Instrumentos
musicales, repertorios, géneros y hasta ocasiones performativas dan cuenta de este
basamento común en que música, danza y literatura enlazan a una región marítima que
comparte canales de viaje y una cultura portuaria similar.

Un fandango Pacífico, un Pacífico extenso

7
Varios aspectos dan cuenta de las correspondencias musicales entre México y
Sudamérica. Uno de ellos es el piso común que significó el llamado cancionero ternario
occidental 26 cimentado, entre otras expresiones, por el fandango americano: ocasión
festiva aglutinante de géneros literarios, musicales y dancísticos que ofreció un formato
común para el encuentro de sociedades y culturas. Mulatos, negros criollos y pardos
fueron los principales portadores de ese cancionero, aunque de igual forma participaron
indios y peninsulares; jaranas, bundes y fandangos reunieron a colectivos de personas
que al son del canto y la versada zapateaban sobre plataformas de baile. No es casual
que la zamacueca, género zapateado de pareja mixta, echara raíz en México en una de
las franjas más nutridas de afrodescendientes y con larga tradición de baile zapateado,
es decir, en las regiones de la Costa Chica y la Costa Grande. De hecho, la chilena
sudamericana “se sube” a los varios tipos de plataformas de zapateo costeñas durante el
siglo XIX, luego de una centuria precedente de plenitud fandanguera en el Pacífico
mexicano. El vínculo de la chilena con el fandango costeño es estrecho, la antigua
zamacueca sudamericana llegó a integrarse de tal manera a esta ocasión festiva que
hasta mediados del siglo XX casi la totalidad del repertorio de artesa de los rumbos de
Cuajinicuilapa y Pinotepa Nacional era considerado genéricamente como chilenas.
Asimismo, entre los “viejos” de la Costa Chica se recuerda el uso de dos antiguas
categorías para diferenciar el zapateo sobre plataformas (baile de artesa) del zapateo
sobre el suelo (baile de tierra). De forma similar, en Perú y Chile se habla de
baile’tierra o golpe’tierra para referirse a los bailes que se realizan fuera de un tablado.
También entre los músicos viejos de la Costa Chica se conserva el recuerdo de antiguos
términos como la tonada, categoría que agrupa a una serie de géneros musicales afines,
y que tiene uso similar en Chile (además de referir a un género específico acompañado
de guitarra o arpa tapeada).
Pueden hallarse todavía más rastros de la reciprocidad del baile sobre plataformas entre
México, Perú y Chile. El fandango encontraba su cauce en espacios físicos similares
tanto en México como en Sudamérica, las ramadas, palenques y chacacuales costeños
daban cobijo al festejo mexicano de manera similar a sus homólogas, las chinganas
chilenas y peruanas. Del zapateo sobre plataformas destaca como factor común el baile
de pareja mixta, suelta, con pañuelo, que no es privativo de la chilena y que caracteriza
también a otros géneros bailables sudamericanos, como la zamba-refalosa (que según
algunos, hace referencia nominal al escobilleo de pies de las mulatas al bailar). También
quedan en México huellas de melodías modales características del antiguo cancionero

8
ternario occidental y el uso de estructuras literarias que remiten a viejas tradiciones del
ternario occidental como el frecuente uso de seguidillas combinado con coplas
hexasílabas y octosílabas. La estrecha relación que guarda el ritual del velorio de
angelito (también conocido en el Cono Sur como chihualo, wawallo o baquiné) con los
géneros músico-dancísticos locales más significativos así como con formas poéticas
como los parabienes, es otro vínculo que emparenta a las franjas afrodescendientes de
Colombia, Ecuador, Perú y México. Algo similar puede decirse de las disputas poéticas,
cantadas o recitadas entre dos contrincantes y el uso de la décima en otro tiempo
presentes en todo el litoral afro-pacífico.
Algunos instrumentos musicales presentes en México también muestran características
morfológicas, tímbricas y de ejecución compartidas con el Cono Sur. Uno de los
instrumentos musicales que emparenta a esta amplia región es el arpa. Si bien este
instrumento fue utilizado ampliamente en Latinoamérica, un aspecto que caracteriza su
lazo colonial en los litorales del Pacífico es su particular manera de ejecución donde el
arpa no sólo es ejecutada por un músico, a la manera corriente europea, sino que otro
músico a su vez golpetea el ritmo con las manos en la caja de resonancia. Esta manera
de ejecutar, generalmente conocida como tamboreo, en tiempos actuales ya no es
exclusivamente afrodescendiente, sin embargo, destaca la presencia de tal técnica en
esta franja costera fuertemente influenciada por el aporte africano.
Se tiene noticia de esta manera de ejecutar el arpa al menos desde el último tercio del
siglo XVIII en la costa de Perú. El obispo Baltasar Martínez Compañón hacia 1785
ordena realizar varias acuarelas que ilustran algunas tradiciones de la Provincia de
Lambayeque. En una de ellas aparece un arpa tocada por dos ejecutantes, uno de ellos
punteando las cuerdas y el otro “tamboreando” la caja de resonancia acuclillado a un
lado del arpa. Entre 1820 y 1822, el viajero Basil Hall realiza una larga travesía por el
contorno del Pacífico, su itinerario recorre las costas de Sudamérica (pasando por
Concepción, Valparaíso, Callao, Arica, Paita, Guayaquil, Manta, entre otros) y parte de
centroamérica (Panamá) hasta llegar a México (Acapulco y San Blas). Del distante
puerto de Valparaíso describe, en 1820, bailes sobre tablados acompañados de arpa
tamboreada, guitarra y percusión. En ese mismo año, Hall llega al Puerto de San Blas,
Nayarit y visita Tepic. De allí describe bailes zapateados acompañados de arpa y de los
que opina: “es muy notable que este baile tenga la mayor semejanza con el de Chile, y
el de cualquier otro país que visitamos en toda la costa”.27 Es conocida la amplia
presencia que tuvo el arpa tamboreada acompañando al zapateo sobre plataformas en la

9
fracción guerrerense de la Costa Chica, en la Costa Grande y la Tierra Caliente de
Michoacán. 28 El conjunto instrumental del que forma parte, es decir, acompañada de
uno o varios laúdes rasgueados y algún tipo de percusión es precisamente un tipo de
conjunto instrumental muy socorrido en las costas sudamericanas.
Entre los instrumentos del ensamble de marimba de la costa sur afrocolombiana se
encuentra la tambora, bimembranófono que presenta gran similitud de construcción y
tamaño con la tambora de la Tierra Caliente de Guerrero, al compartir también el uso de
una de las baquetas de percusión recubierta con cuero o tela en la punta, permitiendo
variantes tímbricas. Llama la atención en ambos instrumentos que, a la usanza de
muchos tambores africanos, el sonido proviene no sólo de golpear las membranas del
instrumento, sino del cuerpo o vaso del tambor percutido con las baquetas. Aunque el
sistema tensor de las membranas difiere un poco entre instrumentos, el timbre
producido por ambos es particularmente parecido. Cabe recordar que los tambores
bimembranófonos de forma tubular utilizados en México han sido considerados por
varios estudiosos como aporte exclusivamente africano a las culturas tradicionales
mexicanas.
Otra evidencia de la temprana relación México-Colombia es el guasá o guacho. Este
idiófono de golpe indirecto, característico de la zona sur del Pacífico colombiano y la
costa norte ecuatoriana, puede encontrarse en su versión mexicana en la Costa Chica
con el nombre de guacharrasca, incluida en el conjunto instrumental del fandango de
artesa. El guasá de la costa Pacífica colombiana -que participa en el currulao de
marimba, quizá uno de los géneros de mayor raigambre africana en Latinoamérica- no
sólo comparte timbre, forma de construcción, dimensiones y manera de ejecutarse con
la guacharrasaca mexicana, sino que cumple funciones musicales similares dentro del
conjunto instrumental. Cabe señalar que en Colombia su uso se registra desde 1789, año
en que John Potter Hamilton documenta la presencia del alfandoque, pariente del guasá,
en las provincias internas colombianas.
Otro idiófono tradicional que presenta similitud con instrumentos sudamericanos es el
bule o calabazo percutido, denominado bandeja en la Costa Chica. Amado Del Valle en
su Velorio Costeño de 1877 registra un velorio de angelito en el que se tocan chilenas
con la instrumentación tradicional del fandango costeño, es decir, violín, guitarra y
bandeja. Según testimonios orales, por lo menos hasta mediados del siglo XX el uso de
bandejas fue común en las comunidades afromestizas de la Costa Chica para acompañar
instrumentos cordófonos. De manera similar, en comunidades afrodescendientes de

10
Perú se acostumbró el acompañamiento musical con base en la percusión de calabazos
percutidos. Una de las obras del pintor peruano Ignacio Merino, de mediados del siglo
XIX, muestra una festiva jarana peruana en la que un mulato palmotea un gran
calabazo para acompañar los acordes tocados por otro músico. Según varias fuentes,
este calabazo tapeado denominado angara o checo, fue tradicionalmente utilizado para
acompañar las zamacuecas en el norte de Perú y el sur de Ecuador hasta mediados del
siglo XX.
Quizá los calabazos tapeados hayan sido el antecedente de otro instrumento también
vinculado al acompañamiento de chilenas en la Costa Chica, es decir, el cajón tapeado
del fandango de artesa, que posiblemente guarde relación con el cajón de la costa
afroperuana, pese a su diferente modo de ejecución. El cajón peruano tiene también
larga presencia, se tiene noticia de su uso en contextos festivos afrolimenses desde la
tercera década del siglo XIX.
Las cajitas de entrechoque y percusión utilizadas en la costa de Perú también tienen sus
semejantes en varias partes de Guerrero. Lo mismo puede decirse de las quijadas de
asno de amplio uso en México y Perú, pero nombradas en Sudamérica carracas o
carrachachas. En Perú puede rastrearse su uso hasta mediados del XIX, ya que ambos
instrumentos aparecen en las acuarelas del mulato Pancho Fierro que ilustra las
comparasas del son de diablos. La quijada acompaña al conjunto se incluye no sólo en
éste, sino varios géneros afroperuanos, principalmente en el llamado festejo. También
en las provincias de Imbabura y Esmerladas, en Ecuador, existe todavía profusa
utilización de quijadas.29 Algo similar ocurre en la región central de Chile, donde las
cuecas suelen acompañarse con una guitarra (tapeada por un segundo cantante), una
cacharaina o quijada y una pandera (pandereta).
Por otra parte, para la segunda década del XIX en Chile, el ensamble de banda de viento
militar ya tiene presencia africana. Samuel Claro Valdés menciona que, para 1817, una
de las dos bandas valparisinas del ejército libertador de Bernardo O’Higgins está
conformada por “negros africanos y por criollos argentinos”. 30 De hecho, el Puerto de
Arica, en el extremo norte de Chile, tiene larga tradición de bandas de viento que tocan
cuecas o chilenas, sin canto, tal como sucede en sus semejantes oaxaqueñas y
guerrerenses de la Costa Chica, también de añeja tradición.
A México no sólo llegaron chilenas sino también colombianas, una buena muestra de
estas piezas puede hallarse todavía en el repertorio actual de algunos trovadores de la
Costa Chica. Como las chilenas, el alcance geográfico de las colombianas en tierras

11
mexicanas es sorprendente. Según Luz María Robles, la colombiana, columbiana o
canción clave, se registró además de en Guerrero y Oaxaca, en Morelos, Puebla,
Tlaxcala y la Ciudad de México. Seguramente las primeras formas del bambuco
afrocolombiano de fines del XVIII dejaron su impronta en las llamadas colombianas, de
similar manera en que remotas formas de la resbalosa, el tondero, el landó, el cuando y
el festejo dejarían huella en las chilenas.
Aunque los géneros musicales y dancísticos muestran también algunos vínculos, este
amplio tema por ahora sólo puede ser mencionado de paso. Seguramente una gran
cantidad de géneros y formas musicales arribaron a costas mexicanas desde el Cono Sur
durante y después de la colonia. De ellas asoman ahora, sólo las más significativas:
chilenas y colombianas.
No obstante, si bien es cierto que la chilena en lo musical posee una forma
relativamente compartida en los países donde se conserva, dista mucho de ser un género
de estructuras y rasgos musicales consensados tanto en México como en Sudamérica.
Las distintas vertientes étnicas y regionales dan cuenta de la multiplicidad de acepciones
de esta manifestación músico-coreográfica. Más aún, si se observa el antiguo repertorio
fandanguero de la costa Pacífica mexicana pueden encontrarse “sones” específicos que
posiblemente aludan a lo que otrora fueron géneros coloniales sudamericanos de pareja
suelta y “baile de paño”, es decir, zambas, rumberos, resbalosas, zapateros y
mariquitas, entre otros.
Aunque actualmente en las costas del Pacífico mexicano se conceptualice por chilena o
colombiana a un tipo específico de pieza musical, es posible sugerir que, en el pasado,
esos mismos términos además de identificar al par de géneros dominantes, también
hayan referido a una multiplicidad de formas musicales sudamericanas que, con el paso
del tiempo, devinieron en piezas específicas de un repertorio comprendido ahora dentro
de la amplia y ambigüa categoría de “son”. Si esto resulta verosímil, entonces los
términos chilena y colombiana además de haber definido su ascendencia sudamericana,
fungieron como dos “cajones de sastre” musicales, en los que cupieron también muchos
otras vertientes músico-dancísticas del Cono Sur. Esa trama de “géneros musicales” se
consolida como un puñado de formas estandarizadas durante un fecundo periodo
musical entre puertos sudamericanos; periplo en que los géneros tradicionales -si alguna
vez han podido ser definidos- eran difícilmente discernibles. 31
Más tarde, todas estas expresiones musicales, luego de consolidadas, tendrían que
afrontar primero un siglo de industrialización y modernidad, y después una centuria de

12
apogeo de los medios de comunicación. Luego del turbulento paso del siglo XX, sólo
algunas tradiciones musicales arraigadas perdurarían en los repertorios regionales, como
señala Antonio García de León, las formas diversas del cancionero ternario (en este caso
occidental) “sobreviven a duras penas en un rosario expandido de supervivencias y
fragmentos estallados cuyos restos hemos intentado ensamblar. La música de este
mundo rural, como producto de estos procesos irreversibles, que a fin de cuentas son los
del capitalismo, se construirá un parapeto de normas convencionales que solamente
hasta nuestros días, con el surgimiento de los encuentros y los festivales, empezará a
reconocerse asombrada en los demás géneros de su especie”. 32 Como quiera que sea,
chilenas y colombianas llegaron a México para quedarse, asimilando su pasado y
adquiriendo raigambre e identidad costeña de fascinantes particularidades y subrayado
cariz afrodescendiente.
Retornando a los argumentos de Moisés Ochoa Campos expuestos al inicio de este
trabajo: es cierto, las primeras menciones a la zamacueca datan de las décadas iniciales
del siglo XIX, los nombres de chilena y colombiana arraigados en México conservan en
sí mismos un fuerte aire patriótico producto del contexto independentista
latinoamericano en el que se consolidaron. Ambos términos subrayan su época de
efervescencia decimonónica, caracterizada por el pronunciado sentimiento nacional de
los paises americanos que caminan sus primeros pasos independientes de la Corona
española. Sin embargo, es importante destacar que la chilena no llega en un barco y en
una fecha específica, sino mediante una constante relación interportuaria México-
Sudamericana que entreteje géneros en ocasiones festivas afines. Desde antes del siglo
XIX, una plétora de instrumentos, repertorios y géneros musicales, así como de formas
dancísticas y literarias antecedentes, ya circulaban en el entorno portuario del Pacífico
americano cimentando un piso intercultural fértil que favoreció el arribo de expresiones
musicales distantes finalmente consolidadas durante dicho siglo en el litoral afro-
pacífico de una Mar del Sur extensa.

1
VICENTE T. MENDOZA, “La Canción Chilena en México”, Revista Musical Chilena, IV, 28, 1948, pp.7-
21.
2
Puede verse: EPIGMENIO LÓPEZ BARROSO, Diccionario Geográfico, Histórico y Estadístico del Distrito
de Abasolo, del Estado de Guerrero, México, Ediciones Botas, 1967; JOSÉ E. GUERRERO, notas al
fonograma Sones y chilenas de Guerrero y Oaxaca, México, FONADAN, s.f.; THOMAS S TANFORD,
Música de la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca (fonograma con notas), México, INAH, 1977.
3
El argumento se basa en los datos ofrecidos por CARLOS LÓPEZ URRUTIA, La escuadra chilena en
México (1822). Los corsarios chilenos y argentinos en los mares del norte, Buenos Aires, Editorial
Francisco de Aguirre, 1971.
4
Cfr. JOSÉ E. G UERRERO, op. cit.

13
5
T HOMAS S TANFORD, Catálogo de Grabaciones del Laboratorio de Sonido del Museo Nacional de
Antropología, México, INAH, 1968, consigna varias chilenas registradas en 1958 en la comunidad de
Huamantla, Tlaxcala.
6
Cfr. ANTONIO GARCÍA DE LEÓN , El mar de los deseos, op. cit.
7
Cfr. W OODROW BORAH, Comercio y navegación entre México y Perú en el siglo XVI, México, Instituto
Mexicano de Comercio Exterior, 1975.
8
A NTONIO G ARCÍA DE LEÓN, El mar de los deseos, op. cit., p. 45.
9
ROLF WIDMER , Conquista y despertar de las costas de la Mar del Sur, México, CNCA, 1990, p. 99.
10
Cfr. W OODROW BORAH, Comercio y navegación…, op. cit.
11
Cfr. CARMEN Y USTE, El comercio de Nueva España con Filipinas, México, INAH, 1984.
12
No hay que olvidar tampoco la ruta de introducción de esclavos al Perú vía Panamá-Callao, que
pretendía evitar la fuga de metales preciosos por concepto de comercio de negros y otras mercaderías en el
Atlántico, y el profuso contrabando de esclavos llegados por Buenos Aires y Brasil hacia los puertos al sur
de Lima durante el siglo XVII.
13
Archivo General de la Nación, Archivo Histórico de Hacienda, No. soporte 1432, exp. 38.
14
JUAN F RANCESCO G EMELLI CARRERI, Viaje a Nueva España: México a fines del siglo XVII (1700),
México, Biblioteca Mínima Mexicana, 1955.
15
AGN, Californias, vol. 66, exp. 170, fojas 372-384; Californias, vol. 76, exp. 82, foja 333; Provincias
internas, vol. 33, exp. 1; fojas. 1 -528; Provincias internas, vol. 214, exp. 1, fojas 1-108; Provincias
internas, vol. 218, exp. 44, foja 228; Marina, vol. 49, exp. 29, foja 29; Alcaldes Mayores, vol. 8, foja 67;
Marina, vol. 268, exp. 4, fojas 43-116; Alcabalas, vol. 425, exp. 12, fojas 98-134; entre otros.
16
Cfr. SERGIO O RTEGA NORIEGA, “El comercio transpacífico y su impacto sobre el noroeste, 1769-1848”,
en Memoria del XVI Simposio de historia y antropología de Sonora, Hermosillo, Universidad de Sonora,
1993, pp.175-186.
17
El puerto de Guayaquil, inclusive, en 1779, contaba con un activo astillero de corbetas. Cfr. JOSÉ
P ORRÚA TURANZAS , editor, Relación del Viage hecho por las goletas Sutil y Mexicana en el año de 1792
para reconocer el estrecho de Fuca; con una introducción en que se da noticia de las expediciones
executadas anteriormente por los españoles en busca del paso del noroeste de la America , Madrid, 1958.
18
A LEXANDER VON HUMBOLDT , Atlas de México, México, FCE, 1971 [París, 1811], pp. 33 y 79.
19
Archivo General del Estado de Oaxaca, Periodo Independiente vol. 62, exp. 1, foja 50; Archivo General
de la Nación, Infidencias vol. 143, exp. 1-106, foja 278.
20
MARCELO ADANO, Folleto de presentación del Museo Histórico Naval de Acapulco, A. C., Acapulco,
Museo Histórico Naval de Acapulco, A. C.
21
M. M. DEL TORO Y LORENZO LIQUIDANO Y MANUEL DE LA BARRERA, “Noticia estadística del distrito
de Acapulco de Tabares perteneciente al estado de Guerrero”, fechado en Acapulco, junio 6 de 1857.
Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, 1ª epoca, tomo VII, 1859, México, p. 417.
22
Gabriel Moedano, Arturo Chamorro, Alvaro Ochoa, Rolando Pérez Fernández, Guillermo Contreras,
Miguel Ángel Gutierrez y, más recientemente, Helena Simonett, han destacado el peso de la influencia
africana en el Pacífico mexicano. Un amplio recuento de sus aportes y una extensa bibliografía puede
encontrarse en CARLOS RUIZ RODRÍGUEZ, “Estudios en torno a la influencia africana en la música
tradicional de México: vertientes, balance y propuestas”, en Revista Transcultural de Música. TRANS, no.
11, 2007. Disponible en Internet: http://www.sibetrans.com/trans/
23
ROLANDO A. PÉREZ FERNÁNDEZ, La música afromestiza mexicana, Xalapa, Universidad Veracruzana,
1990, pp. 43-44. El velado aire de “racismo académico” que subyace a la obra general de Vega
desafortunadamente se conserva entre no pocos investigadores argentinos, chilenos y ecuatorianos.
24
Archivo General de la Nación, General de Parte vol. 73, exp. 250, fojas 279v-280; Archivo Histórico
de Hacienda, No. Soporte 451, exp. 141.
25
Hasta ahora existen pocos aportes en torno al papel de la música en los largos trayectos de viajeros y
navegantes coloniales, una notable excepción son los diversos aportes que en torno al Caribe ha ofrecido
Antonio García de León.
26
CARLOS V EGA, Panorama de la música popular argentina, Buenos Aires, Losada, 1944.
27
BASIL H ALL, Extractos del diario escrito en las costas de Chile, Perú y México en los años 1820, 1821
y 1822, Administración General, Buenos Aires, 1920, p. 248. Destacan asimismo las múltiples menciones
sobre la preminencia de mujeres como ejecutantes virtuosas del arpa en Chile y Argentina.
28
Cfr. ARTURO CHAMORRO, Los instrumentos de percusión en México. Zamora, El Colegio de
Michoacán-CONACYT, 1984; GUILLERMO CONTRERAS ARIAS, Atlas Cultural de México. Música.
México, SEP-INAH-Planeta, 1988; ÁLVARO OCHOA SERRANO, Mitote, Fandango y Mariacheros,
Zamora, El Colegio de Michoacán -El Colegio de Jalisco, 2000.

14
29
JOHN M. SCHECHTER, “Ecuador”, en Dale Olsen y Dan Sheehy (eds.). The Garland Encyclopedia of
World Music, vol. 2, Nueva York, Garland Publishing, 1998, pp. 413-433.
30
SAMUEL CLARO VALDÉS, Oyendo a Chile, Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1979, p. 61.
31
La propia zamacueca se cimenta casi simultáneamente en toda una región que mantiene intenso
contacto cultural tanto marítimo como terrestre. Quizá por ello, desde mediados del siglo XX, una fuerte
polémica ha caracterizado el estudio de sus “orígenes” en el Cono Sur, ya sea comprendiéndola como
zamacueca, marinera, cueca o chilena y sus emparentadas: zamba, zambarefalosa, resbalosa, mozamala,
etc.
32
A NTONIO GARCÍA DE LEÓN, El mar de los deseos, op. cit., p. 192.

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