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¿Que química enseñamos en la Universidad?

Matemática hay una sola, como ocurre con todas las ciencias básicas –la física, la química, etc.- si
bien con frecuencia se recurre al barbarismo las matemáticas. Sin embargo G. H. Hardy –
celebrado matemático de la primera mitad del siglo pasado- escribió que

“… hay dos matemáticas. Está la matemática real de los verdaderos matemáticos, y


otra que yo llama matemática trivial, a falta de una expresión mejor.”
G. H. Hardy, A Mathematician’s Apology, p43
University of Alberta Mathematical Sciences Society, 1940

La matemática trivial es la que usa el comerciante en sus facturas, el químico en sus


estequiometrías, los contadores en sus balances, los astrónomos en sus cálculos, los físicos en la
predicción de la existencia del bosón de Higss. La humanidad así como la conocemos no funcionaría
sin esa matemática, que sin embargo tiene poco que ver con la matemática de la que disfrutan los
verdaderos matemáticos, esa que no parece ser útil como la trivial. La matemática real es la que
aman los matemáticos reales, esa que genera la sensación de poder moverse con seguridad en un
universo de números, axiomas, definiciones, conceptos, conjeturas entrecruzados, saltando como
el legendario Tarzán de una liana a la otra, sin fin. Una jungla que representa sin compromiso al
mundo real, ese lugar donde es válido pesar la utilidad de las cosas. Allí donde reina la matemática
trivial, porque

“… no tiene lógica … no es posible probar matemáticamente que mañana habrá un


eclipse, … los eclipses, y los otros fenómenos físicos, no forman parte del mundo
abstracto de la matemática; supongo que todos los astrónomos han de admitirlo, no
importa cuantos eclipses hayan predicho correctamente.”
Id, p26
Como diría Einstein más tarde
“Cuando las leyes de la matemática se aplican a los sistemas reales, no son confiables;
para serlo, no deben guardar ninguna relación con la realidad”

Los verdaderos matemáticos, esos “pocos excéntricos que siempre aparecen en cada generación” -
como caricaturizaba otro matemático, A. N. Whitehead- pueden operar en ese mundo ideal de la
verdadera matemática, librados de la incertidumbre que siempre acompaña a los fenómenos
meteorológicos, los terremotos, los eclipses o cualquier otro de esos entes reales, caprichosos,
imperfectos con los que, a pesar de no ser ellos conceptos matemáticos, se opera en la matemá-
tica trivial.

¿Que sensaciones -¿sentimientos?- despertará en un matemático real observar a un constructor


que recurre a la regla del 3-4-5 para escuadrar las paredes de una habitación? La matemática le
ha provisto de una regla sencilla y precisa: si la distancia entre dos puntos tomados a la misma
altura sobre ambas paredes, uno ubicado a 3 metros del ángulo, y el otro a cuatro, es de cinco
metros, es porque el ángulo es recto, 90 grados.
3 2 + 4 2 = 5 2; 9 + 16 = 25
Hasta es posible que el constructor sea capaz de recitar que “en un triángulo rectángulo el valor
de la suma de los cuadrados de los catetos es igual a cuadrado de la hipotenusa”, pero casi con
seguridad ignora la belleza de las pruebas del teorema de Pitágoras. ¿Es válido decir que sabe
matemática porque aplica un resultado útil?

Lo que sí parece válido es preguntarse ¿que química enseñamos a los estudiantes de ingeniería,
biología, geología, medicina? Un estudiante que puede resolver correctamente un problema de
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diluciones, o de estequiometría, que escribe bien la fórmula del dicromato de potasio ¿va camino
de convertirse en un profesional que sabe algo de química? Probablemente, sólo haya prestado
atención a la química trivial, nombra a las sustancias como un químico, formulea como un químico,
por un tiempo largo recordará que los gases ocupan un volumen de 22.4 litros en alguna
circunstancia. Pero ¿le habremos ofrecido la oportunidad de asomarse a nuestro mundo, el de la
química real? No es que todos deban ser químicos, pero antes de decidir no serlo, deberían saber
que hay otra química, la verdadera química, seguramente algo de ella le será útil en adelante.

Los químicos verdaderos, esos otros escasos “excéntricos que siempre aparecen en cada
generación” deberíamos encontrar la forma de mostrarle a los estudiantes donde está la gracia
de operar con objetos francamente reales –soluciones corrosivas, humos y olores, tubos que
cambian de color- mientras mentalmente operamos con otros francamente imaginarios –átomos,
moléculas, uniones y disociaciones, electronegatividades, resonancia.

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