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Seminario
Las alucinaciones en la psicosis. Estructura y operación
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Dictado por
Andrea Perdoni
Clase 2
INTRODUCCIÓN AL PROBLEMA DE LA ALUCINACIÓN
Razones de un callejón sin salida.

La idea del recorrido propuesto en este encuentro, es revisar juntos los cimientos
filosóficos sobre los que se han edificado las hipótesis desplegadas en el marco de la ciencia,
para encontrar lo subversivo de las ideas introducidas por Lacan, en tanto transforman ni
más ni menos que aquellos cimientos del pensamiento elaborado en torno de nuestro
problema.

INTRODUCCIÓN
El problema de la alucinación nos propone con actualidad siempre renovada enigmas que
han conmocionado primero a la filosofía y luego al campo de la salud mental, interrogando
hasta nuestros días la confianza misma que tenemos en la realidad como en la propiedad de
nuestros actos, ideas y palabras.
Este fenómeno ha tenido distintas respuestas en la evolución del concepto acuñado con
el nacimiento de la psiquiatría, y, si bien el fenómeno no nace con ella, la psiquiatría lo funda
cirniéndolo en las coordenadas del campo de las patologías mentales (1).
Tales respuestas pueden dividirse en tres grandes períodos ordenadores de nuestras
hipótesis:
Un primer período se abre con la definición dada por Esquirol en 1817. La Sociedad
Médico Psicológica de París le consagra memorables discusiones en su orden del día entre los
años 1855-56, discusiones que cuentan entre sus participantes a Leuret, Baillarger y Moreau
entre otros, que quedan sin conclusión precisa.
El primer giro sobre las ideas inicialmente propuestas se introduce con el
descubrimiento de las localizaciones cerebrales de la sensibilidad alrededor de 1875. Esta
adquisición de orden anatómico sugiere nuevas teorías de la alucinación encabezadas por
Tambourini y seguidas por Tanzi, Seglás, Ballet, Blondel y Masselon.
Finalmente, podemos situar un tercer período, en el que se oponen desde principios del
siglo pasado el organicismo con De Clerambault y la psiquiatría dinámica con Mourgue,
Claude, Ey y sobre todo Janet, quienes introducen las hipótesis psicológicas con nueva
fuerza.
De estos trabajos y de esta historia es imposible hacer un recorrido exhaustivo sin
tomarlo como sujeto específico de una investigación en particular. No es este nuestro objeto
aquí, sino tan sólo señalar los ejes en que se ordenan las respuestas dadas que, como
veremos, hacen serie en un dualismo propiamente cartesiano que busca salvar las paradojas
que engendra volviendo a Aristóteles, encontrando al término de su rodeo el mismo fracaso: la
incapacidad para dar cuenta del problema de la alucinación.
Todas las preguntas que se han planteado sobre la alucinación pueden reducirse a una,
ella ha tenido a lo largo del tiempo distintas formulaciones y según como sea respondida
divide las aguas en relación al problema; sin ornamentos tal pregunta puede formularse así:
¿En tanto el alucinado afirma ver y escuchar en ausencia de un objeto capaz de
estimular sus sentidos, en tanto él se comporta como si viera o escuchara, ve y escucha
realmente como lo haría en el caso de una sensación verdadera, o al contrario cree ver
y escuchar?.
Paul Giraud plantea la pregunta en estos términos: "¿La alucinación es sobre todo
un problema de la percepción, un hecho de estesia, o bien por el contrario un
problema del juicio un hecho de creencia?" (2).
Esta es la bisagra que articula históricamente las respuestas formuladas al problema.
Jean Paulus bosqueja claramente la división que se suscita (3):
Si admitimos que el alucinado experimenta la misma impresión concreta que tiene en el
caso de una sensación fundada, como la sensación supone una modificación precisa de los
órganos, las vías y los centros sensoriales, será necesario asignar por fundamento de la
alucinación una modificación análoga: la explicación será entonces neurológica y mecánica;
la alucinación será "anideica", ya que no conlleva ninguna relación con las ideas del enfermo,
no forma parte de ningún delirio y, siendo inicial, lo engendra. La alucinación es en sí misma
patológica, un fenómeno aislado, orgánico, pudiendo presentarse entonces en un psiquismo
sano.
Todas estas proposiciones cambian de signo si respondemos a ellas en términos de
creencia. Paul Giraud, situado claramente en la corriente teórica anterior, define con
precisión a sus adversarios: "En el fondo estos autores -los teóricos de la creencia- a pesar de
todas las afirmaciones de los enfermos, no creen en la realidad de la estesia alucinatoria en los
delirios crónicos. Para ellos, los enfermos son víctimas de ideas falsas, de creencias, pero no
experimentan realmente los fenómenos que describen" (4). Es claro que en el juicio, el aparato
sensorial no tiene, en principio, participación alguna, y en consecuencia el fenómeno
alucinatorio debe buscar su explicación entre las actividades intelectuales. La interpretación
neurológica deja lugar entonces a la psicológica y dinámica. Es subrayado así el contenido
intelectual de la alucinación en íntima relación con las ideas dominantes del enfermo. No
precede al delirio ni explica su eclosión, sino que es parte de él. Tampoco se trata de una
fenómeno patológico aislado, sino de un elemento de conjunto que ha de ser estudiado como
tal inserto en el "estado mental global" que lo contiene y lo produce.
Tenemos así planteada una dualidad:

La alucinación = problema de las La alucinación = problema del juicio,


funciones sensoriales, fenómeno fenómeno del orden de la creencia,
estésico, orgánico intelectual o psicológico.

En todo el curso de la discusión sobre el problema de la alucinación encontramos planteadas


estas dos vías, con los matices que los hallazgos neurológicos introdujeron, desviando el
problema del aparato sensorial al centro cortical que constituye su base; o más atrás aún,
encontramos ambas posiciones aunadas en la teoría mixta o psicosensorial propuesta por
Baillarger. Él escribe: "La naturaleza de la alucinación es muy diversamente comprendida por
los distintos autores. Unos la consideran como síntoma físico, del que el zumbido en los oídos
es el grado más simple, otros como una especie particular de delirio que no difiere de las
concepciones delirantes en general más que por su forma. Para unos los alucinados son
realmente afectados como si ellos vieran, escucharan, etc., para los otros estos enfermos se
engañan y no experimentan nada de lo que dicen. Los partidarios de esta primera opinión
preconizan sobre los medios físicos, los de la segunda sobre el tratamiento moral". Baillarger
divide en función de la naturaleza del fenómeno -estésico o xenopático- la naturaleza de las
causas y del tratamiento, a partir de diferenciar fenómenos no sensoriales en términos de
estesia y objetividad espacial, sino objetivos para el yo, es decir, experimentados como
impuestos. Así la naturaleza física es atribuida a las alucinaciones estésicas y, la naturaleza
psíquica y la "escisión de la conciencia" (preconizada previamente por Lelut) a las xenopatías
o alucinaciones psíquicas.
Ahora bien, esta dualidad Jean Paulus en su estudio sobre "El problema de la
alucinación y la evolución de la psicología", la propone como heredera de una "ambigüedad
secreta" que guarda el cartesianismo en su seno. Paulus toma partido para salvar el
problema por una "filosofía realista", heredera de Aristóteles, versus aquella "filosofía
idealista".
La base de esta posición es la idea que se tenga de la relación que guardan sensación e
imagen, situando a partir de ella el lugar de la alucinación. La tesis de J. Paulus es que a partir
de Descartes, imagen- representación mental y sensación no conllevan más que una diferencia
de grado. Paulus sostiene que: "Lo propio de esta filosofía es ponernos en presencia de dos
realidades fundamentales mutuamente incompatibles: la materia y el espíritu. Ya que estas
realidades aparecen como incompatibles forzoso ha sido a los lejanos sucesores de Descartes
sacrificar una en beneficio de la otra. Así el cartesianismo ha engendrado por absorción de la
materia en el espíritu o a la inversa, sea el idealismo, sea el materialismo".
Esta doble dirección posible imprime su sello a los teóricos de la identidad entre
sensación e imagen: -o bien, se eleva la sensación al nivel de la imagen, dejando de lado la
estesia y la objetividad que se supone ella comporta; o bien, por el contrario, se resigna la
imagen en favor de la sensación, dotándola de sus características "debilitadas".
La primera dirección es la del intelectualismo, que interpreta sensación he imagen en
términos intelectuales e insiste en consecuencia en el carácter mental de la alucinación.
Sensación e imagen así identificadas pueden ser discernidas normalmente en función de
criterios variables, estos criterios desaparecen en el caso de la alucinación, y, teniendo
entonces la imagen una vivacidad inhabitual el espíritu fracasa en la discriminación,
habiendo "un ejercicio involuntario de la memoria y la imaginación" - al decir de Esquirol-, al
que han sido atribuidas causas variadas como insuficiencia del control racional, pero
siempre y en todo caso de naturaleza psicológica o intelectual.
Si por el contrario, concebimos esta identidad desde el punto de vista materialista, en
lugar de despojar a la alucinación de su estesia (de lo que constituye la materialidad de la
alucinación, por ejemplo, en el caso de la alucinación auditiva-verbal que tenga sonido), se le
confiere esta estesia a la imagen (en nuestro ejemplo, acústica). Dejamos el plan mental por
el sensorial y a la interpretación psicológica nuevamente por la mecánica. De los procesos
neurológicos pertenecientes a la percepción condicionaremos sensación e imagen. La
amplificación de los mismos en ausencia de estimulación externa -el objeto a percibir-
implicará pasar de la imagen a la alucinación que tiene todos los atributos de la sensación.
La teoría cartesiana de la imagen avala en este sentido a las dos teorías contrarias que
explican la alucinación: como trastorno de las funciones sensoriales o como trastorno del juicio.
El materialismo como el idealismo nacen de la meditación cartesiana, por lo que ambos
responden a la filosofía idealista en relación a los supuestos en los que se cimientan.
La crítica de J. Paulus al idealismo, es el reduccionismos de la relación del individuo a
los objetos, en el yo -cognoscente de los sentidos-, aislado de toda relación verdadera al
mundo. De este modo entiende que el sujeto cartesiano del conocimiento inaugura el
borramiento del objeto, de los hechos del conocimiento, al sustituirlos por representaciones
mentales, es decir, bajo el carácter común de "hechos de conciencia", y no ya hechos
independientes del sujeto que los concibe. Es por esta razón que la percepción objetiva, en
otros términos, la sensación y la imagen ya no se oponen más que por su vivacidad,
intensidad y riqueza en detalles, ya que ambas se identifican desde el punto de vista de la
conciencia. El cuestionamiento para este autor, de la identidad entre sensación e imagen se
funda en que, colmando la distancia que las separa, ya no hay ninguna razón para tener que
responder sobre la naturaleza de la alucinación sensorial o mental y aún más puede parecer
que la alucinación no plantea ningún problema entendiendo que viene a intercalarse entre
dos fenómenos normales.
Acordamos con él, que llevada en su lógica al extremo, esta filosofía engendra
paradojas insalvables, como lo demuestra el trabajo de Taine "De L´Intelligence" en el que
concluye proponiendo a la percepción como una "alucinación verdadera", lo que no deja de
ser coherente con la filosofía clásica entendiendo lo verdadero como garantizado por la
existencia de una Dios que no engaña.
J. Paulus considera tal paradoja ya instalada en las premisas, por lo que su respuesta
es diferenciar estas dos realidades confundidas escindiendo lo que constituye "un concepto
bífido yuxtapuesto". Propone entonces una dualidad más antigua, la del individuo y el objeto,
de corte aristotélico. Realidad no cuestionada en tanto "objetiva", por un lado; y un sujeto
"activo" por el otro, que con la "psicología del acto" y el "funcionalismo" pasa a ser objeto de
actividades observables y funciones mensurables. Buscando volver por este camino a la tan
mentada "objetividad" necesaria a la ciencia, para lo que toma su apoyo en Meyerson, Watson
y sus seguidores, Paulus nos propone el encuentro de un sujeto con un objeto con "acciones"
y "reacciones" respectivas, encontrándonos con una nuevo problema y es que se trata en la
alucinación justamente de la ausencia del objeto. La solución es más que sencilla en este
nuevo planteo: no siendo la imagen la reproducción mecánica y debilitada de la sensación
que recuerda sino "el espíritu activo que imagina", en el caso de la alucinación se tratará del
"espíritu activo que alucina". El planteo de Paulus concluye con el siguiente interrogante:
"¿Debemos decir que el espíritu está alucinado, preso de falsas sensaciones, o que
alucina activamente como cuando imagina?".
En esta última oposición hacen serie, nuevamente, de una lado De Clérambault, a la
cabeza del organicismo, dando cuenta de la pasividad; y las teorías psicogenéticas de Claude
y Janet, con Ballet como antecedente, en la respuesta contraria, quedando la creencia
sustituida por la actividad.

El corte epistemológico operado desde el psicoanálisis.


La inversión de la pregunta.

Hasta aquí hemos hecho el recorrido que nos introduce al problema de la alucinación y
las razones de los callejones sin salida que la estructura del planteo conlleva. Quisiéramos
señalar en qué sentido el planteo del psicoanálisis invierte las coordenadas de la pregunta
formulada reduciendo a uno el salto epistemológico que constituye su error.
Podemos plantear dos respuestas bifurcadas a su vez:
1.Partiendo de Descartes, “el idealismo” y la primera bifurcación: a) la corriente “materialista”
y b) la “intelectualista”.
En oposición al idealismo:
2. “el realismo” que pone toda su pregunta en: a) la "actividad" o b) la "función" alterada con
la alucinación, reproduciendo la dicotomía anterior.

La pregunta respecto de esta "percepción sin objeto" siempre cae del lado del sujeto que
percibe o cree percibir, eso que nadie percibe o en lo que nadie cree. Más aún con la vuelta
final de las llamadas "teorías psicológicas" en que el planteo concluye en la actividad
alucinatoria.
Sea una lesión neuronal, sea un problema del juicio; o bien que alucina activamente o
que está alucinado: todas estas teorías dan cuenta del fenómeno sin interrogar el perceptum
en juego, todas las respuestas son buscadas del lado del sujeto.
El punto de partida inédito desde el psicoanálisis, propuesto por Lacan a partir de
Freud, es invertir los términos. En lugar de pedir razón al percipiens -el sujeto que percibe-
de ese perceptum -lo percibido- sin objeto, Lacan plantea que se ha saltado un tiempo: el de
interrogar la estructura del perceptum en juego y como ella afecta al sujeto (7).
Podemos decir que esta es la tesis positiva, en el momento en que Lacan se ocupa de la
teoría de la alucinación específicamente. Esta tesis tiene como antecedente una oposición
previa que no vamos sino a puntuar:
En 1936 "Más allá del principio de realidad", texto en que discute con Taine, unificando
empiristas e idealistas; en 1945 "Acerca de la causalidad psíquica" y la crítica a la teoría de
Henri Ey, donde se inscribe ya contra el mecanicismo situando, más cerca de la
fenomenología, a la locura en el registro del sentido. La causalidad psíquica lo opone tanto a
H. Ey como K. Jaspers, y aunque compartiendo el terreno de la significación, Lacan ya ubica
al fenómeno alucinatorio como fenómeno de lenguaje, criticando a Ey el fisicalismo ligado a
la división cartesiana (8).
En estos textos Lacan prosigue una polémica con las tesis anteriores referidas al
problema de la percepción y la realidad. Pero vamos a detenernos en su tesis ya no crítica,
sino positiva respecto de la alucinación en particular, expuesta en el apartado "Hacia Freud"
de "De una cuestión preliminar..." Lacan hace allí un barrido, dice: "Nos atrevemos a meter en
el mismo saco todas las posiciones, sean mecanicistas o dinamistas en la materia, sea en ellas
la génesis del organismo o del psiquismo, y la estructura de la desintegración o del conflicto, sí
todas, por ingeniosas que se muestren, por cuanto en nombre del hecho manifiesto, de que una
alucinación es un perceptum sin objeto esas posiciones se atienen a pedir razón al percipiens
de ese perceptum, sin que a nadie se le ocurra que en esa pesquisa se salta una tiempo, el de
interrogarse sobre si el perceptum mismo deja un sentido unívoco al percipiens aquí conminado
a explicarlo" (9).
¿Qué las homogeiniza?. El que percibe es el agente, y más aún el perceptum recibe algo
de la realidad, es decir hay un objeto y se supone que lo percibido se engendra a partir de las
impresiones que parten del objeto, a condición de que el percipiens introduzca la unidad en
las impresiones recibidas. Lacan por esto habla de percipiens unificador para oponerle el
sujeto equívoco y dividido.
Ya se trate de que el enfermo cree ver o escuchar realmente una "representación
mental", o imagen que la memoria reproduce sin intervención de los sentidos; o que
realmente vea o escuche por una excitación de una centro sensorial; como "representación
muy viva" o como "sensación patológica”; que activamente alucine o que esté alucinado,
todas suponen:

Objeto Impresión Imágene Sujeto que


sensorial s lo registra.

En el caso de la alucinación, faltando el objeto el "registro falso" es un problema del sujeto.

Sensación
Percepción sin
patológica
objeto.
Juicio falso
Actividad
alucinatoria.
El sujeto es activo, constituyente de la realidad que capta a través de los sentidos, M. Ponty
lo dice en estos términos: "pensamos ver las cosas mismas y que el mundo es lo que nosotros
vemos". (“Lo visible y lo invisible”).
La primera subversión operada es que la percepción se encuentra bajo la dependencia
del orden simbólico ya estructurado, y no del sujeto. No es un sujeto constituyente, sino
constituido, no es activo sino pasivo 1. El campo de la percepción es un campo ordenado en
función de las relaciones del sujeto con el lenguaje. El lenguaje ya no es instrumento de
expresión, sino operador que produce al sujeto mismo. En "De una cuestión preliminar..."
Lacan va a considerar el campo de la percepción del lenguaje y la palabra, acotando el
problema de la alucinación a la alucinación verbal, a la cadena significante en tanto
perceptum (cierto es que hay una tesis más radical en Lacan, que concierne a todo el campo
de la percepción, por la que es posible postular que incluso lo que veo, lo veo en tanto
humano, en tanto sujeto del significante). Nos vamos a ocupar de este perceptum singular: la
cadena significante. En oposición a las teorías clásicas donde el perceptum es una actividad
del percipiens, la tesis de Lacan consiste en mostrar que el perceptum ya está estructurado
(12), que la estructura no viene del percipiens, y que es esta estructura la que determina no
al percipiens sino al sujeto.
El sujeto es afectado por la cadena significante y Lacan lo demuestra en términos de
los efectos que ella tiene sobre él. Puntualiza un número de fenómenos solidarios del hecho
de que la palabra y la cadena tengan una organización previa y determinante. Cuando es el
otro quien habla, el sujeto es afectado por un efecto de sugestión; cuando es él quien habla,
también se escucha, y esto conlleva un efecto de división sobre sí. La alucinación verbal no
se reduce, ni a un problema del sensorium en tanto es indiferente para producir una cadena
significante (además de mostrarlo de modo patente el hecho de que los sordomudos padezcan
alucinaciones "auditivas", lo que en sí mismo es una paradoja en la concepción clásica); ni a
un problema de quien percibe, dándole la supuesta unidad; sino a tres condiciones
impuestas por la estructura, siendo este el "punto crucial" no articulado -según Lacan-
cuando los clínicos, Seglás precisamente, descubrieron la alucinación motriz verbal por
detección de los movimientos fonatorios esbozados (esto es que los pacientes decían escuchar
las palabras que ellos mismos articulaban).
Cito aquí las tres condiciones impuestas por la estructura del lenguaje y el circuito de la
palabra, a toda cadena significante:
1. Que se impone por sí misma al sujeto en su dimensión de voz,

1
No respecto de la alucinación, sino respecto del lenguaje, no patológicamente, sino por la razón
de constituirse como “parletre”, ser hablante.
2. Toma como tal una realidad proporcional al tiempo, perfectamente observable en la
experiencia, que implica su atribución subjetiva,
3. Su estructura propia en cuanto significante es determinante en esa atribución que,
por regla es distributiva, es decir, a muchas voces, y pone pues, como tal, al
percipiens pretendidamente unificador, como equívoco. (13).
Del primer punto no podemos mas que hacer una corroboración clínica, sólo voy a
comentar los otros dos, ya que en ellos se sustenta a mi entender el punto original: el
percipiens como equívoco.

Problema: El ejemplo de la cita quizás nos sirva para echar la luz a la cuestión. Puedo decir
_"Yo vengo del fiambrero", balbuceaba la paciente de la presentación de Lacan; y aunque
hable en la primera persona del singular, puede no ser yo quien dijo "vengo del fiambrero"
(14), la frase queda atribuida al sujeto de ese enunciado, diferenciado del sujeto de la
enunciación.
El "acto de oír" como percepción, implica siempre un acto de atribución, incluso si
fuera mi voz la que anunciara la frase "Vengo de la fiambrería". Se trata para "el sujeto de la
percepción" de atribuir una frase que es enunciada a la voz que la enuncia, concibiendo la
voz aquí como puro punto de enunciación. Basta aún, que la palabra sea percibida, para que
la pregunta se le plantee a nivel de la percepción en éstos términos: ¿Es el sujeto o es el otro
quien habla?. Que una secuencia se articule no es suficiente para que la respuesta sea
inmediatamente aportada; no sólo porque la cadena sea polifónica, sino porque me escucho
del mismo modo que escucho a los otros. El enlace entonces entre el sujeto de la enunciación
y el del enunciado, entre quien profiere la frase y el sujeto de la frase proferida, no está dado
por la percepción, ya que el sujeto es así equívoco y doble. La cadena nada dice de quién es
yo, no está en su estructura que sea yo quien hablo, por eso alguien puede decir yo y no
saber a quién se refiere, alguien puede decir yo y no ser él el sujeto que habla, incluso ¿cómo
saber que soy yo quien hablo si ni siquiera digo lo que quiero?.
Este es todo el problema que nos plantea S. Beckett descarnadamente en la relación
del que habla y la voz (15). La pregunta de sus escritos es radical: ¿ es su voz o es una voz?.
Él dice: "ella sale de mí, ella me colma, ella clama contra mis muros, ella no es la mía, yo no
puedo detenerla, yo no puedo impedirle que me atormente, que me sacuda, que me asedie", y
termina diciendo "ella entra en mí". Beckett continúa, "ella no es mía, yo no tengo voz y yo
debo hablar, es todo lo que sé, es en torno de esto que debo dar vueltas, es a propósito de ello
que es necesario hablar, con esta voz que no es la mía, pero que no puede sino ser la mía
porque no hay nadie más que yo". La voz que habla y que dice yo en "El innombrable", quien
escribe no la tiene por propia y busca el modo de concluir a quién pertenece. El se pregunta:
"¿hay una sola palabra de mí en lo que yo digo?". La única certeza es que él escucha, que está
sujetado a su voz en la que es pasivo.
Beckett concluye dando una respuesta: "yo soy ella, yo lo he dicho, ella lo dice...". No
deja de ser vacilante, mostrando crudamente que el sujeto de la enunciación es la voz, y que
este ser, desde el momento en que dice yo, es innombrable.

Citas bibliográficas:

(1) Nos remitimos aquí al trabajo previamente publicado: "La alucinación en el campo
de la psiquiatría. Reseña histórica". Andrea D. Perdoni. Cuadernos de extensión.
Cátedra de Psicopatología 1. Edit. de la U.N.L.P.
(2) Discusión de 1855-1856. Société-Médico-Psychologique et l`état actuel du problème
de l`activité hallucinatoire. Annales Médico-Psychologique 1935 páginas 478-482.
(3) Jean Paulus "le problème de l`hallucination et l`évolution de lo Psychologie" páginas
11 y 12.
(4) Ob. Cit 2 página 619.
(5)
(6) Ob. Cit 3 páginas 16 y 17.
(7) Ob. Cit 3 página 22.
(8) J. Lacan "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis".
Apartado "hacia Freud".
(9) Nos remitimos con relación al recorrido por los antecedentes a los siguientes
trabajos publicados: "El problema de la percepción en el "Más allá del principio de
realidad": L. Rizzo y D. Gorostiaga."De la verwerfung a la forclusión". A. Bertolotto. "La
psicosis en los complejos familiares" A. D. Perdoni. Todos publicados en Extensión
número seis boletín de la Cátedra de Psicopatología 1 Editorial de La Campana.
(10) Ob. Cit 8 página 514.
(11) Esquirol. "Traité des maladies mentales" 1938.
(12) Tesis que está de acuerdo con Jakobson quien deslinda leyes del lenguaje que
determinan sus patologías mas allá de toda lesión cerebral. "Los fundamentos del
lenguaje". R. Jakobson.
(13) Ob.cit 8 página 515.
(14) S. Beckett "Compagnie". Editions de minuit. París. 1895. Y "L´innomable". Editions
de minuit. París. 1953.
(15) Si esto fuera dicho oralmente sería aún mas claro. La escritura pone de manifiesto
el equívoco posible sirviéndose de las comillas como marca que diferencia los dos
sujetos en juego.

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