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La cita de la Crítica de la razón práctica (CRPr.1788) resume no sólo una filosofía sino
una vida. Por eso resulta significativo que abra el Colofón de dicha obra con esta cita y
que, a su vez, figure como epitafio de una existencia que en su infinita fragilidad logró
partir en dos la modernidad misma, dando lugar a una filosofía original que resultó ser
un pilar fundamental para el desarrollo de ese poderoso movimiento intelectual que se
conoció con el nombre de idealismo alemán (del que formaron parte Schelling, Fitche
y Hegel, entre otros) y cuya influencia es poco más que determinante para entender
ciertas discusiones y apuestas de la filosofía contemporánea.
Kant nació en 1724 y murió en 1804. De origen humilde, de padre artesano, fue el
cuarto de nueve hermanos de los cuales sólo cinco alcanzaron la edad adulta. Su
madre, que falleció cuando contaba tan solo catorce años, lo hizo simpatizar con el
pietismo. A pesar de las adversidades personales accedió a la universidad en 1740, el
mismo año que subió al trono Federico II de Prusia, una de las figuras más notables del
Despotismo Ilustrado. No es exagerado decir que la única herencia que tuvo Kant fue
su educación. Sus obras más importantes las produjo siendo él relativamente grande.
La Crítica de la razón pura (CRP) se publica en 1781, pocos años antes de que Kant
cumpliera los sesenta años, y la obra que vamos a estudiar con cierto detalle en estas
clases, la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, es ya de 1785. Es decir,
la obra (no la única, pero sí la principal) por la cual hoy estudiamos a Kant en esta
materia se publica cuando éste atraviesa sus dos últimas décadas de vida.2
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APUNTES DE TEÓRICOS UII
Hay un bellísimo texto del escritor inglés Thomas de Quincey, Los últimos días de
Immanuel Kant, en el cual retrata el declinar hacia la muerte del filósofo y los funerales
con los cuales Königsberg (una ciudad de Prusia Oriental que por entonces contaba con
no más de 50000 habitantes) homenajeó a su hijo predilecto:
Nos interesa resaltar esta imagen del filósofo acompañado por una multitud, que es
conmovedora quizás por su excepcionalidad. Imagen nítida, que aparece subrayada
con “las expresiones de veneración popular” según el relato de Thomas De Quincey:
un pueblo acompaña a uno de sus maestros, a uno de sus profesores, que a su vez se
sentía, como leemos en algunas de sus cartas, “maestro del pueblo”. Porque si algo
puede decirse de Kant es que su genio filosófico no estuvo escindido de las tareas de
transmisión y de docencia, a las que dedicó por otra parte toda su vida. Enseñó
antropología, lógica, pedagogía, ética, filosofía de la religión, metafísica, geografía,
física, matemática, etc. Vivía de esas clases y esas clases fueron parte de su vida. Las
Lecciones de Ética4 de Kant que les sugerimos leer como bibliografía complementaria
son apuntes de esas clases que, como las otras solía impartir por la mañana, para
dedicar la otra parte de la jornada a la vida social (ir a comer, a jugar al billar y a las
cartas, al teatro y a los salones con amigos) y las responsabilidades institucionales: fue
varias veces decano de su facultad y rector de la universidad.
La vida de Kant no dejó de ser por ello una vida metódica, disciplinada y rutinaria hasta
la exageración, a tal punto que todos sus biógrafos coinciden en señalar los famosos
paseos que por las tardes daba el maestro y que eran aprovechados por sus
conciudadanos de Königsberg para poner en hora sus relojes cuando lo veían pasar
puntualmente, bajo los tilos por los que luego sería denominado “el paseo del
filósofo”.5 Ese itinerario que se repetía cronométricamente sólo se alteró algunas
veces: una de ellas por quedarse atrapado en la lectura del Emilio de Rousseau, y otras,
para recibir la prensa que traía noticias de la revolución francesa. La escena de una
vida rutinaria y metódica, alterada por la potencia de una lectura y por el entusiasmo y
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la inquietud que sólo producen las revoluciones, es una escena que no está deslindada
del filósofo acompañado de la multitud. Había en Kant una preocupación práctica, que
su filosofía trascendental, por novedosa y compleja que pudiera parecerle a sus
contemporáneos (y a nosotros, que lo somos de otro modo), resultaba, a la vez,
evidente e insoslayable.
Entonces, cabría decir, Rousseau y la revolución: dos pasiones que trastocan la rutina
del filósofo. “Debo continuar releyendo a Rousseau hasta que la belleza de su
expresión no me distraiga y pueda estudiarlo ante todo con la razón”, anotará Kant en
el margen de uno de sus libros, y nos dará un indicio precioso de lo que será a lo largo
de su vida una de sus obsesiones: la educación y constitución del sujeto moral en el
marco del contrato social.6 Y como es obvio, una pasión está unida a la otra: la
formación del sujeto moral encuentra sentido en el horizonte político de la época. De
ahí la inquietud por la revolución francesa:
El entusiasmo que genera la revolución más allá de los resultados, entusiasmo que
resulta ser un signo de la disposición moral del género humano, es también un signo
del progreso hacia lo mejor de nosotros mismos: la emancipación de las tutelas, el
ejercicio de las libertades de hacer y pensar, de obrar y conocer. Así, la interrupción, el
desvío de la rutina, sólo está justificado por cuestiones eminentemente prácticas: la
educación moral y el progreso del género humano. En la participación en un deseo de
transformación presidido por la razón, enseña Kant el talante de una filosofía crítica y
utópica que implica la revisión de todos los supuestos (contra todo dogmatismo) y una
apuesta sin condiciones por el fundamento (contra el escepticismo).
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APUNTES DE TEÓRICOS UII
Con todo, una pregunta que es preciso aventurar frente a la obra de Kant (y quizás,
frente a la obra de cualquier otro gran filósofo) es: ¿cómo fue posible? No resulta
sencillo responder, pero podemos brevemente presentar dos hipótesis: la primera
sostiene que Kant es simplemente un genio que se impuso a circunstancias adversas, a
su origen humilde. Es la posición que podemos leer en la excelente presentación de
Kant que realiza Adolfo Carpio en Principios de Filosofía. Este profesor no duda en
sostener que la obra de Kant muestra “cómo el verdadero genio se sobrepone a las
circunstancias: al origen familiar, a las condiciones ambientales”.8 Esta hipótesis es
matizada en el libro que el filósofo español Roberto Aramayo dedica a la vida y el
pensamiento de Kant, sobre todo al mencionar la importancia que tuvo en la vida del
filósofo alemán no sólo la educación sino el clima político de tolerancia que impuso
Federico II de Prusia.9 En ambos casos (Carpio y Aramayo) lo que se pone en
entredicho es la idea de que existe un determinismo social y económico que hace
imposible a los sujetos sobreponerse a las adversidades.
Hay, con todo, una segunda hipótesis en la que quisiéramos demorarnos un poco. Es la
que sostiene que el pensador es hijo o expresión de su tiempo, que no está por encima
de su época y que en buena medida sus preocupaciones e inquietudes están en directa
relación con las condiciones materiales y simbólicas bajo las cuales emergen sus ideas.
Esta hipótesis la encontramos en el libro del filósofo rumano-francés Lucien Goldman:
Introducción a la filosofía de Kant.10 Discípulo de Lukács, Goldman intentó (a su modo)
renovar el marxismo y avanzar en el estudio de la génesis de las ideas europeas, y
propuso en el libro sobre Kant un par de ideas que vale la pena resumir.
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APUNTES DE TEÓRICOS UII
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De ahí que para Goldman, una filosofía como la kantiana, de talante a la vez crítico y
utópico (en busca de la emancipación humana) y por qué no, por momentos,
melancólico y trágico (por la inevitable escisión que constituye al ser humano y la
verificación continua de los límites del conocer y del obrar) sólo fuera posible en
Alemania. Imposible en Francia, cuya confianza en el futuro a partir del triunfo cultural
y político de los principios de la libertad individual y la igualdad jurídica, inclinaba a sus
filósofos a dar respuestas dogmáticas a la pregunta por la armonía entre estos
elementos y los del universo en general. Imposible en Gran Bretaña, cuya burguesía,
mucho menos radical, creía tan poco en la matemática universal como en la moral
estoica, tan afines ambas a la burguesía francesa. La actitud de sus filósofos, por
ejemplo la del escocés David Hume, fue siempre más realista y escéptica respecto de
la posibilidad de encontrar fundamentos últimos para el conocimiento y la acción. Sin
necesidad de fundamentos a priori, en todo caso se podían encontrar en la realidad las
soluciones a las continuas contingencias de la experiencia humana. No extraña en
absoluto que el utilitarismo encuentre buenos argumentos (y suelo para su desarrollo)
en esta tradición.
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APUNTES DE TEÓRICOS UII
Ahora bien, este uso sin tutelas externas, permite hacer un movimiento de reflexión
sobre nuestras facultades: la sensibilidad, la imaginación, el entendimiento, en fin,
sobre la razón misma. Es decir, nada queda fuera de la influencia de la crítica y
tampoco la razón. El tema es que al ejercer la crítica sobre los usos de la razón,
descubrimos el “escándalo de la razón”.
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APUNTES DE TEÓRICOS UII
¿En qué consiste el escándalo de la razón que hay que enfrentar? Básicamente en el
descubrimiento de que las fuentes del error hay que buscarlas no sólo en los prejuicios
y creencias religiosas, en las supercherías populares y en las tradiciones fundadas en
mitos, leyendas y costumbres, sino en la razón misma. La historia de la metafísica, que
no ha encontrado el camino firme de una ciencia y es un campo de batalla en el cual
no se ha avanzado demasiado, es una muestra de ello. En este sentido la propia
facultad de la razón debe ser sometida a crítica con el objeto de establecer las fuentes
y los límites de la razón misma en su uso especulativo.15 Esta empresa enfrenta, entre
otros, dos grandes enemigos: el dogmatismo y el escepticismo.
Sólo a través de la crítica es posible cortar las mismas raíces del materialismo, del
fatalismo, del ateísmo, de la incredulidad librepensadora, del fanatismo y la
superstición, todos los cuales pueden ser nocivos en general, pero también las del
idealismo y del escepticismo, que son más peligrosos para las escuelas y que
difícilmente puedan llegar a las masas.
Si los gobiernos creen oportuno intervenir en los asuntos de los científicos, sería
más adecuado a su sabia tutela, tanto respecto de las ciencias como respecto de
los hombres, el favorecer la libertad de semejante crítica, único medio de
establecer productos de la razón sobre una base firme, que el apoyar el ridículo
despotismo de unas escuelas que levantan un griterío sobre los peligros públicos
cuando se rasgan las telarañas por ellas tejidas, a pesar de que la gente nunca les
ha hecho caso y de que, por tanto, tampoco puede sentir su pérdida. [CRP. Prólogo.
B XXXIV/V]
Por eso mismo Kant intenta promover una metafísica que sea tan sólida como una
ciencia. En ese sentido, la filosofía crítica que propone no puede quedarse a medio
camino entre el dogmatismo y el escepticismo: debe superarlos preparando el terreno
de todo saber fundado.
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APUNTES DE TEÓRICOS UII
Con todo, el problema que abre esta crítica es justamente la dificultad que enfrenta la
razón para establecer certezas últimas respecto del fundamento mismo. Según Arendt,
Kant no observó las consecuencias claramente destructivas de su empresa, siempre
creyó que la destrucción se dirigía sobre todo al monopolio de las escuelas sobre la
filosofía y no se percató que había comenzado a desmantelar la maquinaria de una
metafísica que había resistido más de dos mil años. La intuición de Arendt parece
correcta, y sin embargo citas como la del anterior apartado nos dejan entrever que
Kant tenía no poca conciencia de lo que suponía cortar de raíz con ciertas prácticas de
la tradición.
Quien supo leer este aspecto destructivo y revolucionario fue Marx que se animó a
definir a Kant (como su maestro Hegel) como el filósofo de la revolución francesa. Es
interesante observar que Marx piensa que la crítica es justamente lo que permite la
mediación entre la teoría y la praxis, tal como se puede entrever también en la cita de
Kant. Sobre todo el joven Marx veía en el Siglo de las Luces y en el ejercicio de la crítica
los prolegómenos de la revolución, la creencia de que hubo un desmantelamiento
teórico al que había seguido la destrucción práctica. Con todo, para Kant la mediación
es propia del juicio y no tanto de la crítica que está destinada, como veíamos recién, a
liberar y delimitar fronteras entre lo cognoscible e incognoscible, entre la acción
moralmente fundada y la que no lo está.
Pero además, cabría sumar aquí otra figura para pensar los usos de la crítica que se
infiere de los textos de Kant y que Arendt no desarrolla. La figura de la creación: la
crítica es la condición bajo la cual se realizan fabulosas operaciones de inversión de
valor que dan lugar a conceptos enteramente nuevos: de lo trascendente a lo
trascendental, de la realidad al sujeto, de la felicidad al deber, de la naturaleza a la
razón, de la necesidad a la libertad. La crítica alimenta la invención porque es preciso
empezar la construcción luego de la destrucción, y la invención alimenta a la crítica,
que no puede funcionar sin establecer al mismo tiempo los nuevos valores a criticar.
En este sentido hay que entender que para Kant la tarea de fundamentar una
metafísica de las costumbres no está escindida de la crítica sino que la presupone en
tanto sólo puede sostenerse una construcción conceptual que pasa la prueba de la
crítica. Tal como afirma el propio Kant de un modo tan extraordinario en el Prólogo a la
FMC:
Finalmente, habría que volver a recordar aquí para cerrar estas figuras, la crítica como
analítica de la verdad y la crítica como condición de una ontología de nosotros mismos,
tal como las presentamos en la unidad introductoria, y tal como lo desarrollaremos en
la unidad con la cual cerraremos la materia.
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Decíamos recién que el espíritu crítico define el talante de la filosofía de Kant. Ese
espíritu crítico se expresa en sus obras y en los problemas que se proponen en ellas, y
también en la trascendencia de las preguntas que formula. En efecto, Kant afirma en la
Crítica de la razón pura (1era. edición: 1781, 2da edición: 1787, "El canon de la razón
pura. Sección segunda.", [A805]-[B 833], 820) que el interés de la razón, tanto
especulativo como práctico, se puede sintetizar en las tres preguntas siguientes:
Las preguntas interrogan los límites del sujeto que conoce, que actúa y que espera. El
propio Kant luego va a remitir en su curso sobre Lógica las tres preguntas de la Crítica
de la razón pura a una cuarta interrogación por el hombre.17 La cuarta pregunta
kantiana, central al desarrollo de la antropología filosófica, reza:
4. ¿Qué es el hombre?
El giro hacia esta nueva pregunta no sólo señala la consabida vocación antropológica
de la filosofía moderna en general, y de la kantiana en particular, sino que alumbra un
campo problemático de articulación entre la reflexión metafísica (o especulativa), ética
(o práctica), y teológica-histórica, con la pregunta por aquello que somos en tanto
hombres, lo que equivale a decir, en tanto seres racionales y finitos.
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nos resulta muy útil en el terreno de las ciencias sociales). Lo interesante es que Kant
afirma que cuando la razón teórica pretende ir más allá de lo autorizado por la
estructura del sujeto cognoscente, es decir, cuando quiere ir más allá de la experiencia
(de las intuiciones que recibe la sensibilidad y categorizan los principios del
entendimiento), se ve inmersa en dificultades o antinomias.
Entre las dificultades a las que se enfrenta la razón, hay una que nos interesa
principalmente. Kant la denomina tercera antinomia de la razón pura en la que se
enfrenta la tesis que afirma que la causalidad natural no es la única de la que pueden
derivar todos los fenómenos del mundo (“para explicar estos nos hace falta otra
causalidad por libertad”) y la antítesis que dice que no hay libertad y que todo se
desarrolla según las leyes causales de la naturaleza. ¿En que consiste el problema que
abre la antítesis entre determinismo y libertad en el plano práctico? Brevemente:
cuando describimos las acciones de los seres humanos podemos hacerlo explicando las
conductas en virtud de las condiciones sociales o naturales. Explicar la conducta según
causas naturales o según los condicionamientos y presiones sociales, no le quita
consistencia a la posición “causalista”. Con todo, esta reducción puede implicar
también una reducción de nuestra responsabilidad moral respecto de los actos que
realizamos. Ello se verifica cuando algunas personas suelen decir que no pueden
actuar de otra manera, o que las circunstancias las obligan a hacer lo que hacen. El
problema que se abre aquí, al menos para Kant, es si la renuncia a la condición de
persona libre y responsable de los propios actos, no implica una renuncia a la
dimensión propiamente humana. Es decir: si obramos sólo según la causalidad natural
pareciera ser que no somos libres, pero si obramos según una supuesta libertad
pareciera ser que obramos más allá de las condiciones naturales y los
condicionamientos sociales.19
Kant acepta que esta antinomia plantea un problema para la razón en su uso teórico:
hay argumentos consistentes para sostener la tesis de la causalidad natural tanto
como la tesis de la libertad. ¿Cómo resolverla entonces? Dirá Kant: en tanto hombres
somos en parte seres naturales y sociales, sometidos a una causalidad u otra. Pero no
somos sólo eso: también obramos como seres racionales, es decir, libres. Esto es, “la
libertad de la que no podemos exonerarnos en cuanto hombres” nos lleva más allá de
lo que somos natural o socialmente, nos lleva “más allá del reino del ser para
enfrentarnos con el deber”.20 En este sentido, es preciso advertir que un animal no se
cuestiona si es o no libre. No se realiza esta pregunta. El ser humano sí. Y para
responderla no alcanza con el ámbito del conocimiento. La ciencia natural o social
pueden aportarnos indicaciones útiles sobre las condiciones en las que tenemos que
elegir, pero la elección y decisión es sólo nuestra y no admite condiciones moralmente
más relevantes que las impuestas por la razón misma. Debemos suponer entonces
otro tipo de causalidad dirá Kant: la causalidad por libertad. Si bien no se puede
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conocer la libertad según las exigencias del sujeto cognoscente que afirma que sólo se
puede conocer aquello de lo que tenemos experiencia, se la debe postular porque hay
un tipo de acciones, las morales, que no están fundadas en más condiciones que el
respeto a la razón que manda una ley que emana de nosotros mismos.
Cabe advertir, por otra parte, el carácter universal de la segunda pregunta, que no
admite respuestas preestablecidas desde los particularismos concretos de una
comunidad determinada. La pregunta "¿qué debo hacer?" (y qué no-debo hacer) se
responde desde la perspectiva universalista que otorga una ley cuya moralidad nos
coloca ante una filosofía de la libertad entendida como autonomía, que resulta ser uno
de los puntos más significativos del pensamiento moderno del sujeto como subjectum.
La tercera pregunta, aquella que se interroga por lo que nos está permitido esperar -
"si hacemos lo que debemos"-, es tanto práctica como teórica, abre la dimensión del
futuro, y es propia de los escritos de filosofía de la religión y filosofía de la historia,
tales como Ideas para una historia universal en clave cosmopolita (1784), La religión
dentro de los límites de la mera razón (1793) y otros.
Como se puede apreciar, las preguntas kantianas encarnan el ethos crítico propio de
su filosofía. La anima el intento de instituir los límites que harán libre a nuestra razón.
La razón puede liberarse del embrujo de las ilusiones trascendentales si se mantiene
dentro de los confines de la isla segura del conocimiento objetivo (y fenoménico). Y
también se libera de las coacciones y restricciones subjetivas al limitar su aplicación
práctica a un imperativo de la moralidad que oficia de ley restrictiva, categórica y
necesaria de nuestras acciones. En este sentido, como veíamos recién, en el horizonte
de la filosofía kantiana, la razón entendida como facultad suprema y tribunal último de
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APUNTES DE TEÓRICOS UII
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Cada vez que abandonamos la isla segura del saber fenoménico, y nos aventuramos al
mar de lo absoluto -continuará Kant en su "Dialéctica Trascendental"- nos adentramos
en los aporéticos y contradictorios desvaríos de la razón pura y en las "ilusiones
trascendentales". Las ideas de lo incondicionado, que en esta primera crítica reciben
los nombres de "alma", "dios", y "mundo", no pueden ser objetos de nuestro
conocimiento teórico. Son en todo caso, y aquí podemos ver la fuerza liberada que
Nietzsche reconoce en Kant, ideas regulativas, pensables -en tanto no comportan
contradicción alguna-, pero en sí mismas incognoscibles -dado que no hay
conocimiento objetivo de lo absoluto-.
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APUNTES DE TEÓRICOS UII
La conciencia moral a través de la cual se nos hace manifiesta la ley moral está
presente en cada unx de nosotrxs, más allá de nuestra aplicación a la filosofía o la
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APUNTES DE TEÓRICOS UII
Así las cosas, no ha de extrañarnos que Kant inicie la FMC, cuyo objetivo específico es
la indagación del "principio supremo de la moralidad", partiendo de un análisis del
"conocimiento vulgar", es decir, analizando nuestra conciencia (empírico-práctica) del
deber para "pasar analíticamente del conocimiento vulgar de la razón al conocimiento
filosófico" (a lo que se aboca el capítulo primero). Una vez hecho esto, será posible
desarrollar una fundamentación de la moral cuyos objetivos serán no sólo fijar el
principio supremo de la moralidad (lo que hará mediante la formulación del Imperativo
Categórico y la presentación del principio de Autonomía) sino también fundamentar de
manera pura, es decir "a priori exclusivamente en conceptos de la razón pura" dicho
principio supremo, proporcionando lo que a juicio de Kant es la condición de toda ley
moral.
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Ni en el mundo ni, en general tampoco fuera del mismo, es posible pensar nada
que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo una buena
voluntad.27
Esta voluntad no puede ser todo el bien ni el único, pero sí tiene que ser el bien
supremo y la condición de cualquier otro, incluso del deseo de felicidad.28
Dado que la buena voluntad es considerada como lo bueno sin condición o restricción,
proseguirá Kant, su valor no puede quedar supeditado al éxito o fracaso de la acción.
Para ilustrar lo que está señalando el filósofo, podemos pensar en el caso de una
persona que intenta, movilizando todos los medios que están a su alcance, salvar a
otra persona que se está ahogando. Si, por azares de la fortuna (imaginen que la
situación transcurre en Mar del Plata y el mar está embravecido), o por una escasa
dotación física (supongan que la socorrista es una persona con escaso o nulo
entrenamiento en natación), no logra cumplir con su cometido; acaso, se pregunta
Kant, ¿diríamos que esa persona es mala o esa acción injusta? La respuesta, según el
autor de la Crítica de la facultad de juzgar, es clara: esa acción seguiría siendo justa,
dado que la persona actuó con corrección, tratando de hacer lo que debía hacerse:
salvar a la persona que lo necesita. La conclusión kantiana no deja dudas:
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APUNTES DE TEÓRICOS UII
A este respecto, cabe destacar dos cuestiones sobre las que el propio Höffe insiste. En
primer lugar, es necesario notar que Kant no entiende la intención o el principio
subjetivo del querer en términos del "mero deseo" sino, como citamos, como la
"movilización de todos los medios que están en nuestro poder". A este respecto, tanto
Höffe como Silvia Schwarzböck señalan la especificidad (y propósito) de la ética
kantiana: proponer una pauta moral a la altura de nuestra limitada y finita condición
humana.31 En ese sentido, la fundamentación kantiana no sólo tiene por fin fijar el
principio supremo de la moralidad, sino aplicarlo al ámbito de lo humano (sobre lo que
volveremos varias veces en lo sucesivo). La misma, por tanto, afecta al ámbito de
responsabilidad del sujeto, a lo que está en sus manos, y esto no puede ser entonces el
resultado efectivo (o inefectivo) de la acción. Una filosofía alternativa que contemple
el resultado fáctico de nuestras motivaciones (las que sí están en nuestro poder) sería
de algún modo una "ética inhumana", según sugieren los autores referidos, en tanto
supondría que el hombre es plenamente responsable de las condiciones que, en
realidad, están más allá de su control y que, por tanto, no puede asumir plenamente.
Kant afirmará que el destino de nuestra razón práctica no es otro que la consecución
de la buena voluntad. Y para ello discutirá con las posiciones eudaimonológicas que
consideran que el fin (y mayor bien) de nuestra racionalidad práctica es la felicidad
(como lo propusiera la ética aristotélica). Al afirmar este (nuevo) destino de nuestra
razón práctica, Kant consuma su revolución (copernicana) en el campo de la ética,
apartándose no sólo del gran paradigma eudaimonista de la antigüedad, sino también
distanciándose tanto del empirismo y el escepticismo ético (que podemos ubicar, por
ejemplo en Hobbes) como de la moral provisoria cartesiana.
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APUNTES DE TEÓRICOS UII
Resumiendo: si la felicidad fuera el fin de la razón práctica, debería ser adecuada para
el mismo; y como no lo es, es necesario replantearse dicha finalidad. De allí que,
atendiendo no sólo a la capacidad práctica de nuestra razón sino también al principio
teleológico, Kant concluya:
Para Kant, el destino y finalidad de nuestra razón práctica es producir una buena
voluntad. Y la felicidad, en todo caso, se presenta como un bien condicionado (que,
concederá el autor, debemos suponer como fin natural de los hombres), cuya
consecución debe tener como restricción fundamental el bien primero y moral. No es
de extrañarnos, entonces, que Kant defina "la buena voluntad como la condición
indispensable para ser dignos de ser felices",34 a la vez que limita el ámbito de la
felicidad al horizonte de la heteronomía y los imperativos hipotéticos (volveremos
sobre esta cuestión en los siguientes apartados).
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APUNTES DE TEÓRICOS UII
Dejar de perseguir los cantos de sirena de la felicidad (cuyas notas no son otras que las
inclinaciones), le permitirá a nuestra voluntad adecuarse a su más alta meta: la
consecución de una buena voluntad que se asienta en la voz de la razón (práctica). 35
Kant considerará que para desarrollar el concepto de una buena voluntad finita y
"dual" (como lo es la humana) será necesario considerar el concepto de deber. De
hecho, sólo desde la óptica de los sujetos finitos que somos, tiene sentido postular una
moralidad que reviste el carácter de la constricción y que se expresará en el modo del
imperativo. Una voluntad santa, dirá Kant, en la que "la voluntad es en sí plenamente
conforme a la razón" y ésta determina por sí sola a la voluntad, la moralidad no se
presenta con el carácter del deber. Sólo para sujetos como nosotros, en los que lo
objetivamente necesario (identificado por la razón) se presenta como subjetivamente
contingente, la representación del principio objetivo de la moralidad tendrá la forma
del mandato, y se presentará como "constrictivo para la voluntad".
Así, dirá Kant, los imperativos son sólo fórmulas para expresar la relación entre las
leyes objetivas del querer en general y la imperfección subjetiva de la voluntad de tal
o cual ser racional, por ejemplo, de la voluntad humana. A partir de esta
"inadecuación" entre lo objetivamente necesario y lo subjetivamente contingente,
Kant puede introducir la perspectiva deontológica que signará toda su propuesta
práctica:
Para desarrollar el concepto de una voluntad digna de ser estimada por sí misma,
de una voluntad buena sin ningún propósito ulterior, tal como ya se encuentra en
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APUNTES DE TEÓRICOS UII
el entendimiento natural sano -sin que necesite ser enseñado, sino más bien
iluminado, para desarrollar ese concepto que se halla en la cúspide de toda la
valoración que hacemos de nuestras acciones y que es la condición de todo lo
demás- vamos a considerar el concepto del deber, que contiene el de una buena
voluntad, si bien bajo ciertos obstáculos y restricciones subjetivas, los cuales, sin
embargo, lejos de ocultarlo y hacerlo incognoscible, más bien por contraste lo
hacen resaltar y aparecer con mayor claridad.36
Resumiendo: Kant define la buena voluntad a partir de la idea del deber desde,
considerando a la buena voluntad como doblemente determinada: por un lado, por la
razón (que legisla lo objetivamente necesario), y por el otro, por las inclinaciones que
constituyen los obstáculos y restricciones subjetivas. El deber es la voluntad buena,
sólo que colocada bajo ciertos impedimentos que le sirven para manifestarse por sí
sola. Esto (como desarrollará a lo largo de toda la FMC, y especialmente en el capítulo
tercero) nos define a los seres humanos como ‘habitantes de dos mundos’. En
nosotros, sujetos finitos que experimentamos lo objetivamente necesario como
subjetivamente contingente, conviven dos mundos: el sensible o fenoménico (fuente
de nuestras inclinaciones) y el inteligible o nouménico (fuente de nuestros mandatos
racionales).
Por todo lo cual, un ser racional debe considerarse a sí mismo como inteligencia
(esto es, no por la parte de sus potencias inferiores) y como perteneciente, no al
mundo sensible, sino al inteligible; por tanto, tiene dos puntos de vista desde los
cuales puede considerarse a sí mismo y conocer leyes del uso de sus fuerzas y, por
consiguiente, de todas sus acciones: el primero, en cuanto que pertenece al mundo
sensible, bajo leyes naturales (heteronomía), y el segundo, como perteneciente al
mundo inteligible, bajo leyes que, independientes de la naturaleza, no son
empíricas, sino que se fundan solamente en la razón.37
Dado que nuestra voluntad está determinada por estos dos órdenes (antagónicos),
para poder cumplir con nuestro destino práctico, será necesario acallar los cantos de
las inclinaciones para poder hacer lugar a la voz del deber. De este modo, la buena
voluntad, o mejor dicho, nuestra buena voluntad, se juega su libertad y su dignidad en
la lucha entre estos dos órdenes o legalidades, el fenoménico y el nouménico, el de las
inclinaciones o el de la razón, el sensible o el inteligible.
Por otro lado, la introducción del concepto del deber le permite a Kant desarrollar su
tipología de las acciones, a la que nos referiremos inmediatamente, así como llegar a la
postulación de su célebre Imperativo Categórico.
Una vez introducida la noción de deber, Kant desarrolla su clásica tipología de las
acciones. La misma no sólo fija una línea divisoria fundamental para sus desarrollos,
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APUNTES DE TEÓRICOS UII
aquella que distingue entre lo que no-debe-ser y lo que debe-ser, sino que también
permite anudar de manera definitiva el deber, la buena voluntad y la máxima o
principio subjetivo del querer.
Precisamente en eso consiste el valor del carácter moral, del carácter que, sin
comparación, es el supremo: en hacer el bien, no por inclinación, sino por deber.38
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APUNTES DE TEÓRICOS UII
El segundo postulado es éste: una acción hecha por deber tiene su valor moral no
en el propósito que por medio de ella se quiere alcanzar; sino en la máxima por la
cual ha sido decidida. Por lo tanto, el valor moral no depende de la realidad del
objeto de la acción, sino exclusivamente del principio del querer, de acuerdo con el
cual ha sucedido la acción, prescindiendo de todos los objetos de la facultad de
desear.39
Anclando la buena voluntad a una máxima que se rige por el deber (y no por una
inclinación), Kant sienta las bases para desarrollar su famoso IC. Antes de desplegar el
modo en que este deber se concretiza en dicho Imperativo Categórico, quisiéramos
explicitar qué entiende Kant por máxima (sin lo cual no podremos comprender de
manera cabal el funcionamiento del principio de la moralidad). En la FMC define a la
máxima como el principio subjetivo del querer que debe distinguirse, en ese sentido,
del principio objetivo del querer o ley práctica. Podríamos definir a la máxima en
términos de un "lineamiento general de la conducta", para usar una idea del filósofo
alemán O. Höffe, que funciona como principio subjetivo de nuestra voluntad. En este
sentido, y como retomaremos en el apartado siguiente, la máxima engloba (en tanto
representa una línea o regla general de nuestras conductas) a todas las acciones que
caen (potencialmente) bajo dicho principio subjetivo del querer. De allí que sea
necesario reparar en el grado de generalidad (más no de universalidad) que comportan
las mismas, y recordar que Kant -una vez especificados estos principios de la
moralidad- centrará su análisis en la evaluación de las máximas (y no directamente de
las acciones concretas o individuales) en función de la posibilidad (o no) de su
universalización.
Si el deber no es otra cosa que la necesidad -imperativa- de una acción por respeto a la
ley, la posibilidad de determinar correctamente nuestra voluntad radica en la
explicitación de la ley que determina dicha constricción. Kant se pregunta, entonces,
24
APUNTES DE TEÓRICOS UII
cuál es la ley "cuya representación- aún sin referirnos al efecto que se espera de ella
[puesto que, recordemos, la utilidad o infructuosidad de nuestras acciones nada
pueden quitar o agregar al valor moral de las mismas]- tiene que determinar la
voluntad para que ésta pueda llamarse buena absolutamente y sin restricción
alguna”.41 Dicha ley no puede quedar atada, entonces, al campo contingente y variable
de la empiria o del mundo fenoménico, puesto que (y volveremos sobre ello) ha de
fundar un mandato absoluto para nuestra razón. De allí que, concluya Kant, no pueda
recurrir al campo de las inclinaciones materiales de los sujetos para determinar su
contenido:
Como he abstraído a la voluntad de todas las apetencias que pudieran apartarla del
cumplimiento de una ley, no queda más que la legalidad universal de las acciones
en general- que debe ser el único principio de la voluntad.42
No debo obrar nunca más que de modo tal que pueda querer que mi máxima deba
convertirse en ley universal.43
Un ejemplo kantiano es el de "la promesa falsa". Kant analiza en este caso la moralidad
(o no) de pedir dinero a sabiendas de la imposibilidad de devolverlo. Frente a ello
debo, en primer lugar, determinar la máxima bajo la cual subsumir dicha acción. Según
Kant, la misma puede especificarse en los siguientes términos: "[Cada vez que lo
requiere, puedo] salir de apuros por medio de una promesa mentirosa".44 En segundo
lugar, y una vez especificado el principio subjetivo del querer, debo preguntarme:
"¿puedo querer que dicha máxima sea elevada a ley universal y por tanto sea válida
para todos los sujetos?". En caso de responder negativamente, como es el caso
analizado, la máxima (y las acciones que caen bajo la misma) será inmoral, mientras
que si la respuesta fuera positiva la máxima revestiría un valor moral positivo. De este
modo, el IC explicita un mecanismo formal para determinar la moralidad e inmoralidad
25
APUNTES DE TEÓRICOS UII
Antes de detallar los tipos de imperativos que distingue Kant, es necesario recordar la
tipología de los juicios que el autor despliega en su "Analítica Trascendental" de la
Crítica de la razón pura. Allí, el filósofo divide los juicios en cuatro rúbricas que se
especifican, a su vez, en tres momentos cada una:
26
APUNTES DE TEÓRICOS UII
1. Cantidad
Universales
Particulares
Singulares
2. Cualidad 3. Relación
Afirmativos Categóricos
Negativos Hipotéticos
Infinitos Disyuntivos
4. Modalidad
Problemáticos
Asertóricos
Apodícticos
Según su modalidad, los juicios pueden ser: a. Problemáticos: "son aquellos que en los
que se toma el afirmar o el negar como meramente posible (arbitrario)", es decir, que
son juicios que expresan o enuncian una posibilidad, por ej: "es posible que vaya a la
reunión"; b. Asertóricos: son los juicios "en los que [el afirmar o el negar] es
considerado como efectivamente real (verdadero)", y enuncian por tanto un hecho
contingente, pero real, por ej: "está lloviendo"; o c. Apodícticos: son aquellos "en los
que se lo[s] considera como necesario". Estos juicios expresan la necesidad de la ley,
los juicios de la ciencia como, por ej., "la suma de los ángulos de un triángulo equivale
a 180 grados".
27
APUNTES DE TEÓRICOS UII
Será a partir de este molde de la tabla de los juicios, específicamente a partir de las
rúbricas de la relación y la modalidad, que Kant desarrollará su distinción, y
especificaciones, de los Imperativos Hipotéticos (tanto problemáticos como
asertóricos) y los Imperativos categóricos (apodícticos).
Los Imperativos hipotéticos, al igual que los juicios hipotéticos, poseen una estructura
condicional. En el caso específico de los imperativos, la relación se establece entre una
acción y su condición. Así, si sostengo: "Debes estudiar, si quieres aprobar el examen",
la fórmula del mandato expresa la necesidad de una acción (estudiar) en base a una
cláusula condicional (querer aprobar el examen). La acción mandada está
condicionada, por tanto, a la vigencia (o no) de la clausula que la vuelve necesaria. Y su
grado de constricción es, por lo tanto, relativo, pues depende del sostenimiento (o no)
de dicha condición restrictiva.
28
APUNTES DE TEÓRICOS UII
Por su parte, el Imperativo Categórico manda una acción "sin poner como condición
ningún propósito a obtener por medio de cierta conducta, [en su lugar,] manda esa
conducta inmediatamente.", sin referirla a ninguna condición o restricción. Dicho
imperativo, dirá Kant, "no se refiera a la materia de la acción ni a su resultado, sino a la
forma y al principio del que ella se sigue".52 En tanto manda de manera absoluta –i.e.,
sin referirse a ninguna condición- es apodíctico, pues prescribe la necesidad de una ley.
Sólo un imperativo tal, que lleva consigo una constricción absoluta, podrá ser el
Imperativo de la moralidad. En el siguiente apartado, detallaremos las distintas
formulaciones de este I.C, o principio supremo de la moralidad.
29
APUNTES DE TEÓRICOS UII
En lo que refiere a la consideración formal y abstracta del IC, y sobre la que hemos
comenzado a trabajar en el apartado 5. a., la formulación del mismo se apoya en la
estructura o forma de la ley, es decir, en su universalidad, que se traduce en la
necesidad de poder universalizar nuestras máximas, de modo tal que se conviertan en
leyes. En el capítulo segundo de la FMC, encontramos las siguientes explicitaciones de
esta perspectiva. La primera reza:
Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se vuelva
ley universal.53
En base a este matiz, Kant puede pensar dos modos u órdenes de contracciones -o
inadecuación- entre la ley (o principio objetivo) y la máxima (o principio subjetivo del
querer). En algunos casos, el tipo de discrepancia entre el principio objetivo y el
subjetivo es de orden formal o lógico, es decir, que remite a la misma (im)posibilidad
"interna" de la máxima de convertirse en ley universal. La segunda explicitación del IC,
por su parte, refiere a otro tipo de discordancia entre la máxima y la ley, en tanto
refiere a la necesidad de la voluntad de querer dicho pasaje a la universalización de su
máxima. Kant postula así un segundo tipo o modo de contradicción, distinta a la
contradicción lógica, y a la que explicita en términos de una contradicción de la
voluntad. En este último caso, se contempla la posibilidad de que si bien una máxima
puede -sin incurrir en contradicción lógica alguna- convertirse en ley universal, y aún
así no sea posible querer, por nuestra voluntad, que dicha máxima se convierta en ley
universal.
30
APUNTES DE TEÓRICOS UII
Sobre la base de esta doble idea de contradicción entre la máxima y la ley, "lógica" y
"de la voluntad", Kant distingue dos tipos de deberes: estrictos y meritorios. Los
deberes estrictos e ineludibles son referidos a la posibilidad (lógica) de universalizar la
máxima, y surgen de la primera formulación que estamos analizando. Los dos ejemplos
kantianos son: i. el deber de no cometer suicidio (que es un deber estricto para con
uno mismo, y se apoya en la imposibilidad de la máxima -según la cual me estaría
permitido quitarme la vida en caso de muchas desgracias- de volverse ley universal) y
ii. el deber estricto, para con los demás, de no realizar promesas falsas. Analicemos
este segundo ejemplo de los deberes ineludibles kantiano. En primer lugar, y como
hemos señalado, es necesario extraer la máxima a partir de la cual se pondrá a rodar el
IC. La misma, especifica Kant, puede expresarse del siguiente modo: "cuando crea
estar necesitado de dinero, pediré prestado y prometeré el pago, aun cuando sé que
eso no sucederá nunca".55 En segunda instancia, es necesario ver si es posible elevar
dicha máxima a ley universal de la naturaleza. Frente a ello, concluye Kant:
En seguida veo que nunca puede valer como ley universal, ni concordar consigo
misma, sino que tiene que ser necesariamente contradictoria, porque la
universalidad de una ley que diga que quien crea estar en apuros puede prometer
lo que se le ocurra proponiéndose no cumplirlo, haría imposible la promesa misma
y el fin que puede obtenerse con ella, ya que nadie creería que recibe una promesa
y todos se reirían de tales expresiones como de un vano engaño.56
Ahora bien, ocurre que si bien en algunas máximas "no se encuentra esa imposibilidad
interna, [sí] es imposible querer que su máxima se eleve a la universalidad de una ley
natural, porque tal voluntad sería contradictoria consigo misma".57 En estos casos,
estamos frente a acciones cuyas máximas son factibles de ser pensadas como leyes, en
la medida en que no incurren en ninguna contradicción interna o formal -como lo
hiciera el principio de la promesa falsa-, pero que no pueden ser queridas, por nuestra
voluntad, como parte de una legislación universal. Este segundo tipo de máximas (que
pueden ser pensables más no queribles como leyes universales) contradicen los
deberes meritorios o amplios. Los dos ejemplos kantianos son: i. el deber (amplio)
para con uno mismo de cultivar los propios talentos, y ii. el deber para con los demás
de contribuir al bienestar de la humanidad. Para ver cómo funciona el segundo tipo de
contradicción podemos centrarnos en el segundo de los ejemplos. Kant propone
analizar el caso de un individuo que frente a la posibilidad de ayudar a los demás,
dijese: "¡Que cada cual sea lo feliz que el cielo o él mismo quiera hacerle: no voy a
quitarle nada, ni siquiera le tendré envidia; no tengo ganas de contribuir a su bienestar
o a su ayuda en la necesidad!".58 Dicha máxima, si bien no posee una imposibilidad
interna de ser elevada a ley universal, no puede sin embargo ser querida como tal:
Pero aun cuando es posible que aquella máxima se mantenga como ley natural
universal, es, sin embargo, imposible querer que tal principio valga siempre y en
31
APUNTES DE TEÓRICOS UII
todas partes como ley natural, porque una voluntad que así lo decidiera se
contradeciría a sí misma, ya que podrían suceder algunos casos en que necesitase
del amor y compasión ajenos.59
Como no podemos querer que dicha máxima se convierta, por nuestra voluntad, en ley
universal de todos los seres racionales, la misma no puede ser considerada como
buena o justa, y viola los derechos meritorios.60 Con estos ejemplos, Kant intenta
mostrar el modo o procedimiento de aplicación de un criterio de moralidad que, como
desarrollamos, requiere para funcionar de la explicitación (y por tanto, la
interpretación moral de nuestras acciones en términos de) máximas.
Según Kant, el único fin en sí mismo, poseedor por tanto de un valor absoluto y
fundamento de un posible IC, es el hombre y los seres racionales en general. De hecho,
afirmará:
el hombre y, en general, todo ser racional, existe como fin en sí mismo, no sólo
como medio para el uso arbitrario de esta o aquella voluntad.61
Los seres racionales, a los que Kant define como personas, debemos ser considerados
como fines en sí mismo, no reductibles por tanto a meros medios que pueden ser
usados de manera arbitraria. Respetar la dignidad de nuestra persona -y las demás- es
no reducirnos a meras cosas o -dirá Kant- a meros animales irracionales. Reconocer
esto, implica distinguir a los seres racionales, en contraste con los irracionales, y
reconocerles su carácter distintivo y su dignidad, la de ser fines en sí mismos, y que por
tanto no puede ser usado meramente como medio. El fundamento de este principio
32
APUNTES DE TEÓRICOS UII
Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona
de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como
un medio.63
Una metafísica de las costumbres es, pues, indispensable, necesaria, y lo es, no sólo
por razones de orden especulativo para descubrir el origen de los principios
prácticos que están a priori en nuestra razón, sino porque las costumbres mismas
están expuestas a toda suerte de corrupciones, mientras falte ese hilo conductor y
33
APUNTES DE TEÓRICOS UII
Esta investigación que, según nos dice, resulta necesaria para establecer el origen de
“los principios prácticos que están a priori en nuestra razón” que nos permitan a su vez
enjuiciar concretamente el valor moral de nuestras acciones, se resume en una tarea:
Así, es posible sintetizar los tres capítulos de la FMC en este “asunto”: todo el esfuerzo
de Kant consiste en buscar y establecer el principio supremo de moralidad. Y para
llevar a cabo esta tarea se impone una prescripción metodológica: encontrar este
principio en la razón pura, enteramente a priori, de modo tal que se pueda garantizar
la universalidad y la necesariedad que sólo la razón está en condiciones de garantizar,
ubicándose por encima de las contingencias y variaciones de los usos y costumbres,
que, como nos advierte una y otra vez, no pueden fundar principios ni leyes morales
que obliguen a todos por igual. La razón, en tanto facultad que compartimos todos los
seres racionales (y que, por lo tanto, podemos someter a crítica) es la sede de una
fundamentación universal, posible y necesaria, del obrar ético. Hay que disponerse
entonces a analizar en interioridad los elementos de la conciencia moral con el objeto
de encontrar el principio de moralidad que, más allá de las diferencias sociales,
culturales o étnicas, permita evaluar y distinguir, en la medida que nos es posible, las
acciones hechas por deber, de las conformes a deber o contrarias al deber.
Ahora bien, para encontrar ese principio enteramente a priori, en la razón, Kant debe
definir si la razón tiene en sí misma un fin, o si, más bien, es una facultad sin más fines
que los que pueda proveer la sociedad, la comunidad o el grupo de pertenencia
cultural. Al respecto Kant es extraordinariamente claro, al menos si aceptamos su
sorprendente presupuesto teleológico-naturalista, es decir, al menos si aceptamos que
la razón tiene como destino (como ya hemos desarrollado) la consecución de la buena
voluntad. Dado que el destino de la razón en su uso práctico es producir una voluntad
buena (lo cual presupone que la voluntad no es buena necesariamente, porque, ya
sabemos, el hombre participa también del mundo sensible y está sometido, en parte,
al juego de las inclinaciones), es preciso remitir el concepto de buena voluntad a otro
que abarque junto a su extensión, sus limitaciones. Para desarrollar el concepto de
buena voluntad, como vimos, Kant apela al concepto del deber, que contiene el de
34
APUNTES DE TEÓRICOS UII
buena voluntad finita. O para decirlo más claro aún: el deber enseña en qué consiste la
buena voluntad pero “bajo ciertas restricciones y obstáculos subjetivos”. La buena
voluntad se expresa en lucha con las inclinaciones, como una exigencia que se opone a
éstas, y en la medida en que ocurre tal conflicto la voluntad se llama deber.
Recordemos aquí la diferencia de nuestra voluntad con una voluntad santa,
perfectamente buena. En esta voluntad, el querer coincidiría con el deber, y no tendría
sentido la idea de obligación o, lo que es igual, de constricción del sujeto a la norma. La
constricción sólo resulta necesaria en seres cuya voluntad está empíricamente
condicionada y no coincide necesariamente con la razón. Las fórmulas de esta
constricción se llaman, ya lo vimos, imperativos, porque mandan, y categóricos,
porque lo hacen sin condiciones.
7. a. Moralidad y autonomía.
La moralidad es la condición bajo la cual un ser racional puede ser fin en sí mismo;
porque sólo por ella es posible ser miembro legislador en el reino de los fines. Así,
pues, la moralidad y la humanidad, en cuanto que ésta es capaz de moralidad, es lo
único que posee dignidad. 66
35
APUNTES DE TEÓRICOS UII
En la primera de las afirmaciones están de algún modo recogidos los tres sentidos que
Kant atribuye al imperativo categórico: según la forma (universalidad), la materia
(humanidad), y la determinación integral (reino de los fines), sentidos que quieren
corresponderse en el plano de las categorías del entendimiento con los conceptos de
unidad, pluralidad y totalidad (ver punto 6 de este texto, y ficha de Cátedra de Kant).
Sólo en tanto seres racionales, es decir, no como cosas sino como personas, como
fines en sí, podemos pensarnos como miembros de un reino de los fines posible (tal
como somos, en tanto seres sensibles, miembros -a la vez- del reino de la naturaleza).
Es como seres racionales que podemos universalizar las máximas que orientan
nuestras conductas para evaluar su presunta moralidad. Es esta capacidad de legislar,
de representar, en fin, de universalizar, lo que nos permite pasar del punto de vista de
la primera persona al punto de vista de la tercera persona, del yo como ser racional al
nosotros que implica a todos los seres racionales.68 Es interesante notar que es la
moralidad lo que nos hace verdaderamente humanos, y es también la que nos hace
dignos de la felicidad. Pero esta dignidad que es la de toda buena voluntad, es posible
sí y sólo sí obramos según el mandato del IC.
36
APUNTES DE TEÓRICOS UII
IC), sin la intervención como fundamento de ningún impulso o interés, hace posible
que la voluntad se determine racionalmente por la ley moral. La última cuestión que
queda pendiente es entonces la siguiente: ¿es posible pensar la autonomía sin dar
cuenta de la idea de libertad?
37
APUNTES DE TEÓRICOS UII
en el mundo se regiría según leyes naturales. La dificultad que revela una concepción
determinista de la totalidad de la existencia remite, tal como ya lo anticipamos, a la
noción de responsabilidad o imputabilidad de nuestros actos. ¿Cómo atribuir
responsabilidad en los actos que acometemos si no hay posibilidad de legislar y elegir
libremente un curso de acción? Sólo a partir de una concepción de libertad
trascendental es posible presuponer la libertad práctica: es decir, la libertad de dictar
leyes que son imperativos, que establecen lo que debe suceder aunque nunca suceda,
tal como pone de relieve una y otra vez Kant.
¿Pero es real esta libertad? ¿Cuál es su sujeto? Para Kant el hombre es habitante de
dos mundos: el sensible y el inteligible y la persona es la expresión más acabada de
este mundo inteligible y, al mismo tiempo, de la posible libertad, tal como lo revela
una de las formulaciones del IC que ya citamos: obra de tal modo que uses la
humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como
un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio. Dicho de otro modo: la
libertad de obrar como fines en sí nos define como personas y nos separa de las cosas
que son puros medios. Al concluir la FMC Kant lo presenta de este modo:
Como mero miembro del mundo inteligible, serían todas mis acciones
perfectamente conformes al principio de la autonomía de la voluntad pura; como
simple parte del mundo sensible, tendrían que ser tomadas enteramente de
acuerdo con la ley natural de los apetitos e inclinaciones y, por tanto, de la
heteronomía de la naturaleza. (Las primeras se asentarían en el principio supremo
de la moralidad; las segundas, en el de la felicidad.) Pero como el mundo inteligible
contiene el fundamento del mundo sensible, y por ende también de las leyes del
mismo -y así el mundo inteligible es, con respecto a mi voluntad (que pertenece
toda ella a él), inmediatamente legislador y debe, pues, ser pensado como tal-,
resulta de aquí que, aunque, por otra parte, me conozca también como ser
perteneciente al mundo sensible, habré de conocerme, como inteligencia,
sometido a la ley del mundo inteligible, esto es, de la razón, que en la idea de la
libertad encierra la ley del mismo y, por tanto, de la autonomía de la voluntad; por
consiguiente, las leyes del mundo inteligible habré de considerarlas para mí como
imperativos, y las acciones conformes a este principio, como deberes.
Y así son posibles los imperativos categóricos, porque la idea de la libertad hace de
mí un miembro de un mundo inteligible; si yo no fuera parte más que de este
mundo inteligible, todas mis acciones serían siempre conformes a la autonomía de
38
APUNTES DE TEÓRICOS UII
la voluntad; pero como al mismo tiempo me intuyo como miembro del mundo
sensible, esas mis acciones deben ser conformes a la dicha autonomía. Este deber
categórico representa una proposición sintética a priori, porque sobre mi voluntad
afectada por apetitos sensibles sobreviene además la idea de esa misma voluntad,
pero perteneciente al mundo inteligible, pura, por sí misma práctica, que contiene
la condición suprema de la primera, según la razón; poco más o menos como a las
intuiciones del mundo sensible se añaden conceptos del entendimiento, los cuales
por sí mismos no significan más que la forma de ley en general, y así hacen posibles
proposiciones sintéticas a priori, sobre las cuales descansa todo conocimiento de
una naturaleza.71
La segunda idea de libertad, la libertad como libre arbitrio es la libertad de elegir entre
máximas buenas y malas. Si no existiera esa libertad, no se explicaría la posibilidad de
no elegir lo que a todas luces es el camino de la buena racionalidad. Es decir, es preciso
39
APUNTES DE TEÓRICOS UII
entender que de algún modo la voluntad puede ser constreñida a obrar según la razón,
o puede ceder al canto de sirena de las inclinaciones. De otro modo: la voluntad que
legisla (wille) no erra, porque responde a la fuente de lo incondicionado, es la razón
práctica misma cumpliendo su destino de hacer buena a la voluntad. Pero la voluntad
que elige (willkür) puede errar: no es buena ni mala, es más bien arbitraria, libre de
hacer realidad las potencialidades autónomas y heterónomas.
El tema es que las razones por las cuales elegimos el mal cuando tenemos en nuestra
conciencia el camino del bien son inescrutables y seguirán siéndolo para nosotros. Con
todo, y aunque elijamos las más de las veces (o todas las veces) según máximas
heterónomas, deberíamos elegir según máximas autónomas. Tal es el talante utópico
de la filosofía de Kant, que no descansa ante las adversidades que puede presentar la
experiencia, incluso cuando esta se muestra cruel:
Así, por ejemplo, ser leal en las relaciones de amistad no podría dejar de ser
exigible, aunque hasta hoy no hubiese ningún amigo leal, porque este deber reside
–como deber general- antes que en cualquier experiencia, en la idea de una razón
que determina la voluntad por fundamentos a priori.73
40
APUNTES DE TEÓRICOS UII
NOTAS
1
La totalidad de estos APUNTES de TEÓRICOS son reflexiones y explicaciones que
sirven de encuadre y orientación para la lectura de los textos citados. Ofician de
material para las clases y no tienen carácter exhaustivo ni la pretensión de constituir
una "explicación última" de los escritos, tesis, problemas y autorxs tratados. Se trata,
más bien, de hipótesis provisorias de lectura y trabajo en proceso, tentativas
hermenéuticas que se saben (y se asumen) como tales. Les pedimos, entonces, que los
tomen como lo que son: “apuntes” de clases. No reemplazan la lectura de la fuente
principal aquí tratada y citada: la Fundamentación de la metafísica de las costumbres,
ni la tarea que lxs estudiantes deben realizar por sí mismos con el texto.
2
Para una aproximación a la biografía y a la filosofía de Kant se puede consultar, entre
muchas otras, las introducciones de Roberto Aramayo: Immanuel Kant, Madrid, Edaf,
2001, y Otfrieff Höffe: Immanuel Kant, Barcelona, Herder, 1986.
3
Quincey, T., Los últimos días de Immanuel Kant, Bs. As., Miluno, 2011, págs. 118-119.
4
Kant, I., Lecciones de Ética, Barcelona, Crítica, 2001.
5
Kuno Ficher ha escrito una páginas también muy bellas sobre la vida de Kant
publicadas en 1875 que pueden encontrar en Revista contemporánea, Madrid 1875-
1907. Ver Años I y II, Nº 1, 2, 3. “Vida de Kant”. También pueden leer online en la
página de T. Abraham una muy linda apostilla de Ernesto D Amico titulada “Un día en
la vida de Kant”.
6
Aramayo, ob. cit. pp. 21-23.
7
Kant, I., “Si el género humano se halla en progreso constante hacia lo mejor” en
Filosofía de la historia, México, FCE, 1994, pp. 105-106.
8
Carpio, A., Principios de filosofía. Una introducción a su problemática, Buenos Aires,
Glauco, 1997, p.228.
9
Aramayo, R., ob. cit. pp.18-19.
10
Goldman, L., Introducción a la Filosofía de Kant. Hombre, comunidad y mundo,
Buenos Aires, Amorrortu, 1974.
11
Goldman, L., ob. cit. p. 33.
12
Goldman, L., ob. cit. p.37.
13
Arendt, H., Conferencias sobre la filosofía política de Kant, Buenos Aires, Paidós,
2009.
14
Citado en Arendt, H., ob. cit., pp. 64-65.
15
La crítica sirve así como propedéutica al sistema de la razón pura, y resulta ser lo
contrario de la doctrina, que sólo puede establecerse una vez ejercida la crítica y no al
revés. La crítica debe esbozar entonces, de modo arquitectónico, el plan que garantice,
dirá Kant, la completud y certeza de todas las partes que componen el sistema.
16
Kant, I., Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Bs. As., Eudeba, 1998,
“Prólogo”.
41
APUNTES DE TEÓRICOS UII
17
Kant, I., Lógica, Trad. Carlos Correas, Bs. As., Corregidor, 2010, “Introducción. III. 25.”
18
Muguerza, J., “Kant y el sueño de la razón”, en Granja Castro, D.M., Kant: De la
Crítica a la Filosofía de la religión, México, Anthropos, 2005. Kant, I., CRP, B.106. En las
próximas líneas seguimos con bastante fidelidad el argumento de Muguerza.
19
Muguerza, J., ob. cit., 137.
20
Muguerza, J., ob. cit., 139.
21
Carpio, A., ob. cit. p. 279.
22
Kant, I., Teoría y praxis, trad. C. Correas, Buenos Aires, Leviatán, 1984.
23
Kant, I., Teoría y praxis, p. 32.
24
Kant, I., FMC, p. 24.
25
Kant, I., FMC, p. 42.
26
De allí que el Imperativo categórico, que es asequible incluso al hombre vulgar,
posea su fundamentación a nivel de la filosofía pura, que -a diferencia de la filosofía
empírica que se basa en fundamentos de la experiencia; (...) presenta sus teorías
derivándolas exclusivamente de principios a priori" (FMC, p. 18). Dicha derivación
brindará la clave para transitar del conocimiento vulgar o filosofía popular a la
fundamentación de la metafísica de las costumbres propiamente dicha.
27
Kant, I., FMC, p. 25. La negrita es nuestra.
28
Kant, I., FMC, p. 29.
29
Kant, I., FMC, p. 26. La negrita es nuestra.
30
En este punto seguimos a Höffe, O., I. Kant, ob. cit., "Capítulo 8: La crítica de la
razón práctica".
31
Ver: Schwarzböck, S., "La moralidad dentro de los límites de la mera razón" en Kant,
I., FMC, ob. cit.
32
Kant, I., FMC, p. 27.
33
Kant, I., FMC, p. 29.
34
Kant, I., FMC, p. 26.
35
El lugar de la felicidad en la filosofía práctica kantiana es, por lo menos, dual. Y
podemos decir es de algún modo el fantasma (y la esperanza) que asecha el corpus
kantiano. Cabe señalar entonces que la felicidad se entiende, en el marco de la obra
del filósofo, en dos acepciones básicas. En un sentido fenoménico, refiere a la suma de
las inclinaciones y a la (im)posibilidad de una satisfacción total o acabada de las
mismas. En este sentido, y por el carácter heterónomo e indeterminado de la felicidad
"fenoménica", Kant considerará que su consecución debe quedar supeditada al fin
primordial de conseguir una buena voluntad. Esta acepción de la felicidad constituye el
sentido primario desarrollado en la FMC y abordado en estos Apuntes. En sentido
nouménico, por otro lado, la felicidad ha de referir no al campo de las inclinaciones,
sino al sosiego de espíritu que provoca el cumplimiento del deber. Más allá de estas
dos especificaciones, que Aramayo desarrolla de manera cuidadosa en su texto
Immanuel Kant, quisiéramos demorarnos brevemente sobre la interpretación de este
42
APUNTES DE TEÓRICOS UII
autor. Según Aramayo la apuesta kantiana es la de desarrollar una "utopía moral como
emancipación del azar" que recluya el campo de la moralidad a un ámbito de dominio
de los individuos. Así, afirmará, "la felicidad es, en buena medida, un regalo de la
suerte, un don concedido caprichosamente por la fortuna y no algo que dependa
enteramente de nosotros mismos. Por contra, el principal objetivo de la ética kantiana
es procurar una fórmula que justamente nos permita emanciparnos del contingente
azar. El principio de felicidad `depende sobremanera del azar', pero el de la moralidad
'siempre se halla bajo nuestro' poder" (México, EDAF, 2001, pp. 45-46). Es interesante
ver el modo en que Aramayo vuelve sobre el carácter de la ética kantiana. Si para
Höffe y Schwarzböck, la apuesta kantiana era la de pensar una moralidad humana a la
altura de su impotencia y finitud, la lectura de Aramayo invierte el signo de dicha
interpretación, y piensa a la ética kantiana en términos de un ética de la potencia y la
posibilidad de emanciparte del azar, y de aquello que no dominamos.
36
Kant, I., FMC, p. 30.
37
Kant, I., FMC, p. 106
38
Kant, I., FMC, p. 32.
39
Kant, I., FMC, p. 34.
40
Ibídem.
41
Kant, I., FMC, p. 37.
42
Ibídem.
43
Ibíd.
44
Kant, I., FMC, p. 38.
45
Kant, I., FMC, p. 39.
46
La tipología de los juicios se ubica en "La analítica trascendental" que forma parte de
la "Lógica trascendental", "§9. De la función lógica del entendimiento en los juicios", [A
70] / [B 95]- [A 76] / [B102]. Se cita la siguiente traducción: Kant I., Crítica de la razón
pura, Trad. M. Caimi, Bs. As., Colihue, 2009, pp. 139-144.
47
Kant, I., FMC, p. 54.
48
Kant dirá que estos son "reglas de la habilidad", y no imperativos de la moralidad, en
tanto "no se trata [en ellas]de si el fin es racional y bueno, sino sólo de lo que hay que
hacer para conseguirlo" (Kant, I., FMC, p. 55)
49
Kant, I., FMC, p. 56.
50
Ibídem.
51
Kant, I., FMC, p. 54.
52
Kant, I., FMC, p. 56.
53
Kant, I., FMC, p. 63.
54
Ibídem.
55
Kant, I., FMC, p. 65.
56
Ibídem.
57
Kant, I., FMC, p. 67.
43
APUNTES DE TEÓRICOS UII
58
Kant, I., FMC, p. 66.
59
Ibídem.
60
Lo expresado en este apartado puede esquematizarse en los cuadros siguientes, que
también encontrarán en la Ficha de Kant:
Tipos de deberes:
61
Kant, I., FMC, p. 72.
62
Kant, I., FMC, p. 83.
63
Kant, I., FMC, p. 74.
64
Kant, I., FMC, p. 21.
65
Kant, I., FMC, p. 23.
44
APUNTES DE TEÓRICOS UII
66
Kant, I., FMC, p. 81.
67
Kant, I., FMC, pp. 87-88.
68
Este "nosotros" debe entenderse en el sentido de "todos", donde el "todos" se
identifica con el "nosotros los seres racionales". Por tanto, no remite a aquella
modalidad del "nosotrxs" que intenta escapar a la dicotomía que signa el pensamiento
kantiano y que constituye la polaridad yo (individual, egoísta) - todos (universal, no-
egoísta). Como desarrollaremos, puntualmente en la última unidad de nuestro
programa, el "nosotrxs" también puede pensarse a distancia tanto del "todos", como
del "ego", e incluso, en su tensión.
69
Kant, I, FMC, p. 94.
70
Kant, I., Crítica de la razón práctica, Madrid, Alianza, 1999, “Prólogo”.
71
Kant, I., FMC, 107-108.
72
Kant, I., FMC, p.106.
73
Kant, I., FMC, p. 45.
74
Ver Apuntes de Teóricos. Clases 1-2.
45