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CHILE MUERTO: IMPLICANCIAS DEL FENÓMENO ZOMBIE CRIOLLO EN LA SAGA GRÁFICA

ZOMBIES EN LA MONEDA Y OTRAS EXPRESIONES SOCIALES Y CULTURALES PURULENTAS.

SOCIEDAD ZOMBI

El zombi es la metaforización de la sociedad de consumo en la que vivimos desde la


instauración global del neoliberalismo. Eso no es nada nuevo. En la película Night of the
Living Dead (1968) de George Romero —que da origen al género como lo conocemos—,
vemos cómo los individuos se convierten en seres inconscientes e indolentes, cuyo única
razón de ser es la de consumir carne humana. En este sentido, el que antes fuera humano ha
dejado de serlo y ahora es parte de la horda, no se trata de individuos sino de una masa
purulenta e inconsciente que actúa sin saber el porqué.
De ahí que el zombi sea el resultado del vaciamiento de todo lo que compone una
sociedad. Ahora lo que manda es el instinto, el animalismo, el consumo irracional y
desmedido; en palabras del propio Romero y Borja Crespo, al hablar de zombis, hablamos
de una “humanidad deshumanizada” (ctd. Filosofía zombi 23).
Asimismo, como explica Fernández Gonzalo en su Filosofía zombi, los no-muertos
representan el agotamiento del discurso, la desaparición total de éste, lo que significa el fin
—el exterminio— de todo carácter identitario, político, social, cultural o lo que sea
(Fernández, p. 23). Todo, absolutamente todo lo que nos compone como sociedad
desaparece ya sólo tratándose de muertos y más aún de no-muertos, pues si bien Thomas
Jefferson en su célebre frase dijo “los muertos no tienen derechos”, son los zombis los que
hacen valer la máxima.
En ese panorama debemos situar la transformación de nuestras ciudades en idóneas
para la infección, donde las micros quemadas, megatiendas saqueadas y señaléticas en el
suelo no hacen sino recordarnos los apocalípticos paisajes del videojuego Resident evil o de
la serie The walking dead.
Zombies en la Moneda y Zombies en la Moneda: Misión Valparaíso, canciones de
la bandas nacionales Dorso y Voodoo zombie, el Thriller por la educación del año pasado y
el oscuro carnaval casi desconocido llamado Zombie walk Chile, son sólo algunas de las
expresiones donde encontramos apocalipsis zombi en el entorno nacional, sin embargo nos
servirán de paradigma a la hora de analizar cualquier obra o expresión de esta índole.
Lo particular de este fenómeno adoptado a Chile es que surge con un doble rol:

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1) por sobreentendido está el rol metafórico de todo zombi, explicado ya desde el
principio, y que se relaciona con la sociedad de consumo o, lo que para el caso es lo mismo,
“humanidad deshumanizada”. Y
2) la inversión del significado del zombi como un no-pensante, un no-humano, un
no-ser, un no-vivo y no-muerto a la vez, etc., transformándose en justamente lo contrario:
una forma de expresión crítica y de empoderamiento, un ser con memoria histórica y social
capaz de desacralizar e invertir ambos términos a su antojo, un ser consciente de su afán de
consumo y de su inamovilidad otrora de vivo, entre otras tantas paradojas zombíricas.
A esto podríamos sumarle un tercer punto, la idea de desacralización patrimonial y
el valor paródico de estas expresiones (ambos términos aplicables a todos los casos a
estudiar aquí), sin embargo prefiero que este punto se fusione con el anterior o incluso con
ambos, pues considero que se trata de efectos complementarios e, incluso, algunas veces
dependientes tratándose de la lectura de la no-muerte chilensis, en donde la polisemia se
debe en muchos casos a una de nuestras grandes interrogantes patrias, esto es, la discutida
identidad chilena o chilenidad. La polisemia es también el resultado de un mestizaje racial
y cultural que no termina todavía.
Pero antes de abordar estos puntos, un pequeño repaso histórico reciente.
Chile fue el conejillo de indias del modelo capitalista ahora imperante en el mundo.
El único país donde se instaura el modelo neoliberal durante una dictadura es éste y, si a
eso agregamos que el asesor personal del dictador Augusto Pinochet fue el estadounidense
Milton Friedman, uno de los mayores defensores del modelo en la historia, rápidamente se
nos va aclarando el panorama de cómo sería la sociedad chilena en las próximas décadas, es
decir, las que estamos viviendo.
En el Chile de aquel periodo, hubo al menos dos grandes conmociones: una a nivel
social —el impacto de la violencia golpista—, y una a nivel económico —el impacto del
libre mercado—. Como dice Klein, “Se trataba de la transformación capitalista más
extrema que jamás se había llevado a cabo en ningún lugar” (Klein, p. 8).
Chile, en consecuencia, ve crecer el modelo neoliberal en lo más hondo de sí y sin
nadie que se le oponga, con plena aceptación o sumisión. Por ende, el país mismo adopta
sin problemas, al puro estilo del shock, todo lo que implica ser una sociedad
deshumanizada, una sociedad de/por el consumo.

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Seguido a esto, los chilenos comienzan a sufrir una pérdida de memoria sostenida.
Esto producto del shock que produce la violencia, el miedo, las noticias del crecimiento
económico, las facilidades de consumo, el auge de los malls, etc.
Esta pérdida de memoria viene de la mano de una inseguridad —paranoia—
constante y creciente (todos sabemos que una de las grandes peticiones a los políticos —y
por ende promesas— es la de seguridad ciudadana) y, como en la película romeriana, esa
seguridad la encontramos en el centro comercial (Fernández, pp. 43-44). Del mismo modo
los lugares de reunión dejan de ser nuestros hogares, barrios o plazas, todo lo capta el mall,
que es la sinécdoque de la sociedad de consumo.
La incesante progresión y propagación de los centros comerciales en Chile (más
literalmente no podría ser si tenemos al Costanera Center1), habla de los deseos y la forma
de supervivencia de una población neoliberal de tomo y lomo, una población zombi a más
no poder.
De esta forma el mall no sólo será la solución a la anhelada seguridad y acceso
directo a todo lo deseado, sino que también se puede traducir como la solución a la
búsqueda catártica a nuestras penas diarias y, por qué no, también las históricas (Sarlo, 20).
El mall, más allá de su carcasa de ilusiones, es el brujo o bokor que nos mantiene vivos
pero privados de voluntad, sirviéndole a su antojo (Hurbon, pp. 61-62).
Trazadas ya todas estas líneas, vamos a lo de los muertos que caminan.

LA MONEDA Y LA MUERTE

Zombies en la Moneda es una novela gráfica colectiva o conjunto de historias enlazadas,


escritas e ilustradas por varios autores nacionales, y cuyo tema central es la plaga zombi
trasladada a Santiago. En gran parte de los casos, el énfasis está en el curioso acto instintivo
de parte del pueblo no-muerto de dirigirse al Palacio de la Moneda. De ahí nuestro tema.
La primera impresión es la siguiente. El presidente de la república sentado en el
escritorio presidencial junto a una bandera chilena. Las cortinas, aparentemente roídas en
las orillas, quizá por la misma masacre zombi en la que desde luego intuimos están metidos

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Lo que viene a corroborar lo que alguna vez dijo Rem Koolhaas “La adicción al consumo es lo que reunirá a
la gente” (Ctd. en Sarlo, La ciudad vista, 16).

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nuestros políticos de turno, están abiertas y dejan ver el Paseo Bulnes, con el detalle de sus
numerosas banderas recordando ese concepto abstracto y mutante llamado chilenidad.
Las banderas, por supuesto, cumplen, entre otras cosas, el rol de llenar ese vacío
identitario y mitológico con el que carga nuestro país. Es sabido que una bandera es, aparte
de un trozo de tela generalmente rectangular, la representación de lo patrio, indica lo que es
una nación y, en consecuencia, habla y refleja a todos sus habitantes.
Según Cirlot en su diccionario de símbolos, la importancia de la bandera no radica
necesariamente en los símbolos que contiene, sino más bien en que “ésta se coloque en lo
alto de una pértiga o asta”. Dice: “dicha elevación es correlativa de la exaltación imperiosa,
significando la voluntad de situar la proyección anímica expresada por el animal o figura
alegórica, por encima del nivel normal. De este hecho deriva el simbolismo general de la
bandera, como signo de victoria y autoafirmación” (Cirlot, p. 106).
Debido a ello es que luego del golpe de Estado del ‘73, hay una ruptura memorial e
identitaria, pues si la Moneda es bombardeada, la relación metonímica hace que el ataque lo
sienta el país y todos sus símbolos: la Bandera, el escudo, el huemul y el airoso cóndor.
Digo esto, y me desvío unos segundos de la imagen, a propósito de la canción
“Deadly pajarraco”, de la ya insigne banda de metal chileno Dorso, liderada por Rodrigo
“Pera” Cuadra. La letra de este tema desacraliza al monumento natural chileno por
excelencia y lo transforma en un —sic— “buitre no-muerto”, lo que no solo significa que el
flamante cóndor ahora es un zombi, como el Presidente en la imagen, sino que también
pone de relevancia su condición natural de animal de carroña.
En el diccionario de modismos de Mainframe.cl encontramos un montón de
acepciones negativas a la palabra “carroña” y sus derivaciones. Me quedo con dos: 1)
“mino que se pesca todo lo que puede”; y 2) su equivalente femenino “mina fácil”. Esto es
decidor en cuanto se trata de una banda que en sus letras incluye constantemente
modismos, spanglish y diversos elementos propios de la cultura pop. Nuestro pajarraco
insigne, por ende, se viste de estos significados también.
De hecho, no es irrelevante en ningún caso que el título de la canción esté escrito en
un híbrido de inglés-español, pues nos recuerda el mestizaje cultural y hace ver que las
raíces de lo chileno son difusas (lo que podría ser una ventaja a la hora de crear y una
desventaja cuando se busca sentirse parte de algo). El título es desacralizador además, en

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cuanto se refiere al cóndor como un pajarraco. Pajarraco, es la nominación despectiva a un
pájaro grande cuyo nombre se desconoce (RAE) o, bien, no se quiere enunciar. Por otra
parte “deadly” significa mortal, letal o de peligrosidad significativa. Es un ave de temer,
poderosa, mortífera, pero es un ave con la que no nos identificamos sino más bien
despreciamos.
De esta manera nuestro animal de carroña zombi emprende su viaje y cito: “en
busca de comida volará/ y a su majestuosa montaña/ con trozos de cadáver volverá”. Lo
virulento invade todo lo nacional, el himno, las montañas: el Símbolo entendido de manera
jungueana en donde “los arquetipos intervienen regulando, modificando o motivando la
configuración de los contenidos conscientes” (Jung, p. 149). Además, esta imagen del
cóndor volviendo con trozos de cadáver a las montañas, recuerda el consejo que le diera el
“guatón” Romo a Pinochet, de arrojar los restos de los asesinados políticos en lo cráteres de
los volcanes cordilleranos. A la cordillera, finalmente, si hacemos caso a esta mirada para-
histórica, con todo derecho podemos encararla diciendo “y de blanco, la patuda”.
Volviendo a la imagen inicial, y estableciendo el vínculo simbólico con lo recién
mencionado, las banderas que vemos tras la ventana de la Moneda —la misma que otrora
fuera bombardeada y hoy es atacada por la infección zombi—, son sólo unas pocas de las
que realmente hay en el lugar, y ni hablar de la gigantesca bandera con motivo del
bicentenario que debe valer por unas diez; la controversia histórico-identitaria es evidente.
La bandera habla de un ideal identitario, de características inherentes e inmutables
del ser chileno que no se repiten en ningún otro lugar del mundo. Quizás habla del chileno
solidario, del chileno que se repone ante la adversidad, del chileno emprendedor, del Chile
jaguar de Latinoamérica, incluso habla de su mito de infancia y en algún lado de su historia
guarda el galardón por ser la más hermosa de todas (Historias y mitos… 40)2 o bien, como

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Cf. Leyendas urbanas: la bandera y el himno chilenos con "premios internacionales". Cito un extracto:
“"Nuestra vanidad ha quedado grandemente satisfecha con este triunfo. Por insignificante que se le
considere, hay que confesar que él ha contribuido con éxito a dar a conocer nuestro país en el Viejo
Mundo".
Hay razones para poner en duda al menos una parte de esta noticia, sin embargo. La crónica habla
erróneamente de Blankenberghe como un balneario "del báltico" y muestra una supuesta fotografía en la
orilla de la playa de una niña con la bandera ganadora, que es evidentemente un truco, pues el paisaje
marino se advierte como una imagen plana, en telón de fondo. Joaquín Edwards Bello dice, sin embargo,
que el concurso pudo existir y sugiere que el primer lugar habría sido para Francia, mientras que Chile sacó
el segundo. Otros consideran que sólo se trató de una discusión entre un pequeño grupo de intelectuales y
que jamás se trató de un concurso, como creyeron los periodistas criollos mal informados de la noticia.”

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glosa el credo popular, que los colores blanco, azul y rojo representan respectivamente al
blanco de nuestras montañas nevadas, al azul de nuestro océano y al rojo de la sangre de
nuestros héroes caídos (Soublette, párr. 16).
Esto último se invierte y desacraliza en la imagen, puesto que la sangre no es sólo
vertida por los héroes y mártires, ni mucho menos por los enemigos a manos de nuestros
valientes soldados, sino que es la sangre infecta resultado de la masacre zombi de la que
vemos al Presidente Piñera ser actor activo; su boca devela mordidas de civiles o bien de
sus contendientes políticos o ambos, su rostro está roído, su ojo derecho inyectado en
sangre no-muerta, su camisa blanca está manchada de color rosado como si se tratara de
una mezcla de saliva y sangre, y su sonrisa siniestra deja entrever pequeños hilos de carne
que intuimos no es la suya.
Sumado todo, es esa sangre la que mancha el escritorio de la Moneda y al mismo
tiempo se confunde con el rojo de la bandera que sostiene con manos de zombi el Ministro
del Interior, en el ángulo superior izquierdo de la imagen, es decir, a mano derecha del
zombi mandatario.
De entrada se nos sugiere la lectura de la patria como repleta de sangre, el rojo de la
bandera no volverá a ser el rojo heroico, sino más bien un rojo culposo, un rojo de muerte,
un rojo del que nada bueno puede venir.
Además, vemos en la imagen un montón de elementos que interactúan con la
contingencia. Sobre el escritorio presidencial hay un libro que dice “Caso Bielsa”, un grupo
de juguetes de pingüinos —uno encapuchado—, un cuaderno o algo del Colo-colo, otro de
la CUT, el memorable papelito de los mineros muy cerca de las manos de Piñera, la
calavera del Negro y de manera más difusa encontramos las acciones de LAN, los titulares
de algunos diarios en donde se habla de encuestas a la baja y otro que titula “Wikileaks”,
recordándonos el momento en que se liberó la información tenida por los organismos de
inteligencia estadounidenses sobre el entonces candidato o bien, sugiriendo la idea de que
la infección zombi que nos acecha en este relato para-histórico, era conocida previamente
por los mismos organismos y también había sido filtrada. Todo esto, más la foto de Pablo
Longueira mirando hacia el sillón presidencial, hacen de la sátira una burla extrema que nos
avisa que no se le escapará ningún detalle del panorama nacional, es más, se tratará de una

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fotografía exacta y sin pelos en la lengua, que por medio del carnaval satírico-ucrónico
pretende sacar a luz inquietudes globales y debates pendientes.
La saga la abre una historia titulada “TV zombie”. Se trata de un típico programa
de farándula, cuyo discurso no pretende en ningún caso generar pensamiento crítico, ni
debates sustanciales, sino todo lo contrario. En este sentido, desde ya se trata de una
televisión zombi, en cuanto entendemos al zombi como un ser de discurso nulo o vacío.
Los personajes que ocupan estas páginas son las figuras de la farándula criolla.
Tenemos a Patricia Maldonado, Luli, Álvaro Ballero, Jordi Castell, Adriana Barrientos,
Giancarlo Petaccia y Francisca García. La discusión de backstage tiene que ver con el
rating mermado, sin embargo Álvaro Ballero tiene una historia más importante que
involucra muertos vivientes y, por supuesto, nadie lo escucha. El programa comienza y la
sorpresa está en que el público es un público no-muerto, increíble, Ballero tenía razón.
Primer punto. El público zombi vuelve literal lo que intuíamos en el título como
metafórico. La cultura del vaciamiento movida por el consumo y la distracción a través de
programas de farándula, se hace real. Los zombis comienzan a arrasar con todo lo que hay a
su paso y sólo se calman cuando oyen hablar —gritar— a Patricia Maldonado: “¡Le temen
a un puñado de muertos! ¡Si mi general estuviera aquí, otro gallo nos cantaría, en un
satiamén acabamos con el problema!” (18). Entonces la historia concluye con nuestros
protagonistas debiéndose a su público y siguiendo el programa para mantener a los zombis
en estado de sumisión, atentos a los distractores televisivos —a la “TV Zombie”—.
El narrador del relato devela finalmente su posición con la siguiente frase: “El
show… ¿debe continuar?”, como si deseara que así no fuera o anhelara el colapso y la
destrucción tan meritoria de los no-muertos, que implica el chorro de sangre que rebalsa el
vaso del adormecimiento en el que estamos.
Más adelante tenemos el relato titulado “Escape de la Estación Mapocho”, que
básicamente trata de una convención de ñoños con videojuegos, ciencia ficción, cosplay,
etc., interrumpida por la plaga zombi. Al igual que el relato anterior, la función humorística
reside en su carácter satírico en constante dialogo con la realidad actual: antes era a la
farándula, ahora es a las tribus urbanas, sobre todo a las desadaptadas socialmente como los
otakus.

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Los protagonistas de esta historia son cuatro gamers que se encuentran con un grupo
numeroso de lo que ellos creen ser freakies disfrazados de zombis. Sólo se dan cuenta de
que esto no es así cuando uno de ellos es decapitado por la horda que ingresó al lugar donde
se realizaba el evento.
Lo curioso de la historieta está en el diálogo con la película Dawn of the dead,
puesto que los protagonistas deciden derivar su escape hacia el centro comercial como
ocurriera en la película. Ellos se sienten preparados para la fuga, puesto que han dedicado
su vida a jugar juegos de zombis y ver películas del género, y saben que en el lugar tendrán
de todo para sobrevivir, incluso videojuegos que es lo que tanto los apasiona.
El final de esta historia complementa la reflexión en torno sociológica implícita en
el clásico romeriano, y en su última viñeta, cuando los personajes consiguen llegar al centro
comercial, se encuentran con que de antemano estaba atestado de no-muertos. El giro
metafórico es genial: el Mall desde siempre repleto de zombis, muertos caminantes
controlados mentalmente y reunidos todos en la calidez del shopping. Recordamos con esto
el memorable diálogo de Dawn of the dead que apuntaba a lo mismo:
“—Todavía están ahí.
—Y nos buscan. Saben que estamos aquí.
—No, es por costumbre, No saben bien por qué. En sus vidas pasadas venían aquí
[al mall] y lo recuerdan vagamente.
—Pero ¿quiénes son ellos?
—Son como nosotros. En el infierno ya no queda sitio.”

Las imágenes sin duda más impactantes y decidoras del texto, son las que
encontramos en los relatos “Camino a la Moneda” y “La casa donde tanto se sufre”, donde
se muestra el palacio bombardeado una vez más por las fuerzas militares —esta vez por
error— en el intento desesperado de salvarla de la plaga que avanza sin tranzar, por la
cabeza de sus mandatarios.
La idea de la historia en constante repetición, se relaciona con el no aprender de
nuestros errores. En esto radica la importancia de la memoria histórica de una nación.
Entonces, qué más decidor que una horda pútrida y desmemoriada en rededor de la zona de
la controversia por excelencia.

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Los zombis sin memoria se posan delante de La Moneda —la invaden—
precisamente para generar ese espacio memorial: los sin memoria en frente de una Moneda
bombardeada por los mismos que debiesen estar custodiándola en su relación metonímica
con toda la nación: cuidar la Moneda, cuidar la Bandera, cuidar a todos quienes habitamos
el país; en el caso del bombardeo es inversamente proporcional. De hecho estos zombis, no
son sólo zombis, son los cadáveres andantes de obreros con salarios miserables, hinchas
que ven su pasión relegada a lo que mande el mercado, mapuche urbanos cansados de tanta
huelga de hambre que ahora van a comer los cerebros del Estado chileno y cuántos otros
que no alcanzamos a diferenciar de entre la multitud. Pero ahí está lo importante, se trata de
una multitud, esos zombis son el pueblo.
El paralelo con el Thriller por la educación del 24 de junio del 2011, es evidente.
La idea de no-muertos sin personalidad ni razón de ser, aceptando el estado de las cosas de
buenas a primera, es puesto en tela de juicio a la hora de disfrazarnos —o mostrarnos tal
como somos— de zombis y mostrar que este Chile neoliberal hasta el hartazgo, está al
borde del colapso, al borde de transformarse en un Chile muerto de pies a cabeza.
La población —el pueblo unido en la muerte— como una sola gran fuerza, hace
colapsar el status quo en el lugar donde todo empezó, o acogiendo la paráfrasis que el
mismo texto ofrece desde uno de los títulos, “La casa donde tanto se sufre”, como la
apodara el Presidente Alessandri en los años 20 (71).

CONCLUSIONES PARA DESCANSAR EN PAZ: MORIR DE PIE A VIVIR DE RODILLAS

El trabajo arduo, los salarios bajos, la congestión vehicular, el metro o la micro llenos, en
fin, el mundo hábil en su totalidad, para un gran porcentaje de nosotros es causante de ira y
estrés. La huída a ese indeseado mundo está en la televisión, redes sociales o en cualquier
objeto de deseo. Los objetos de deseo o ese mundo ideal que nos muestra la publicidad, el
cine, las teleseries o lo que sea, nos hacen recordar Matrix. Y la mátrix, a su vez, nos
recuerda La sociedad del espectáculo de Debord. En fin, todos nos dicen, el mundo en el
que vivimos no es real (Heath y Potter, p. 12-15).
En la canción del grupo chileno Psychobilly Voodoo Zombie titulada “Tierra de
zombies”, se le quita ese velo ilusorio a nuestro entorno y se muestra tal cual es. “Seis y

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media de la tarde/ ya termina/ desde el trabajo/ al maldito autobús”, hasta aquí la canción
habla de una persona estresada, agotada del trabajo y de tener que tomar la micro para
llegar a su casa, descansar quizás un par de horas, luego dormir y comenzar un día más.
El giro está en que esta persona ve la ciudad atestada de zombis. Pero no se trata de
una horda destruyendo todo a su paso, sino de personas sin temple, resignados a esa vida
circular donde solo el deseo puede hacer algo por nosotros. Dice la canción: “me quiero ir a
descansar/ ya en la fila esperando el colectivo/ la gente ha empezado a enfermar/ caen al
suelo se retuercen como locos/ si quedan vivos o muertos yo no sé/ (…) ya cansada
esperando en la parada/ la gente cae muerta a mis pies/ y es que ya el trasporte no funciona/
tan solo quiero llegar a descansar”. En esta canción el hecho de que se trate de una “tierra
de zombies” no es lo relevante, al menos no en su acepción de horda destructiva, se trata de
zombis en estado de sumisión, al más puro estilo del misticismo vudú, donde el control
mental o espiritual, para ser más exactos, es el que impide el descanso en pos de crear
sirvientes de un bokor (Hurbon, p. 64-65). En este caso ya hemos dicho quién es ese bokor.
La población que nos muestra la canción, es zombi a causa del estrés. Esto toma
mucho más sentido si tomamos en cuenta los estudios de un grupo de sicólogos cognitivos
del universidad de Madison-Wisconsin, que sugieren que el estrés es una de las principales
causas de pérdida de memoria y de atención (Barncard, párr. 1-5).
Considerando aquello su vuelve urgente romper ese estrés que nos mantiene en
estado de desatención. Es ahí donde se ofrece el vuelco desde la sumisión zombi neoliberal,
a la rebelión zombi anárquica. De pronto todos se empiezan a comer entre sí, la destrucción
se abre paso, pero nuestra protagonista sigue sólo anhelando el descanso: “tan solo quiero
llegar a descansar”, dice una vez, “tierra de zombies/ nada funciona/ yo solo quiero llegar a
mi hogar”, vuelve a decir. Cuando los zombis dejan su estado de sumisión y entran en
descontrol, “los milicos” —sic— cierran la ciudad y la dejan en estado de sitio. Esta última
estrofa nos recuerda los momentos en que el toque de queda diluía cualquier intento de
escape por medio del carnaval al estrés del mundo hábil y la dictadura, al shock y su
consecuencia en la memoria. De hecho, llamarlos “milicos” muestra la distancia que toma
la voz lírica-personaje de la canción y esto se evidencia más cuando, seguido de la
aparición de las fuerzas militares, ésta “decide” unirse a la rebelión zombi, dice: “ya no me

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importa llegar a mi casa/ con los zombies me voy a masacrar”, rematando con una risa final
impedida en la fase estado de zombi alienado.
Este mismo final carnavalesco se ve muy claramente en “Zombies from Mapocho”
de Dorso, donde la masacre zombi adquiere un cariz fecal. En este caso, el impacto zombi
ensucia toda la ciudad y la deja “peor que el wáter del estadio”. La sátira y el humor
funcionan como alternativa de esa otra realidad ilusoria, valga la paradoja, de la que
necesitamos despertar, si acogemos la idea de La sociedad del espectáculo.
El carácter satírico se antepone rotundamente a las siutiquerías de algunas partes del
estrato alto de la sociedad chilena. Dice: “Y los zombies de barro/ que en realidad son pura
meca/ llegaron a una gran fiesta/ en el mejor salón de té/ atracándose a las viejas con su
aliento a baño ‘e campo/ con diarrea y grano ‘e choclo/ continuaron el festín”.
La canción propone una inversión a la máxima de que todos de muertos somos
iguales, pues bien, en Chile al parecer las distinciones de clase son tan grandes que no es
así, sin embargo hay algo que sí nos iguala y eso sería el excremento y su contenedor
nacional por excelencia: el Rio Mapocho. La cito habla por sí sola: “When the river of
Mapocho/ estuvo total infectado/ con desagües innombrables/ y excrementos a granel/ hasta
la calle más cuica/ se tornó color café”.
Estas expresiones zombíricas carnavalescas, se materializan en Zombie Walk Chile.
Este carnaval evidencia un Chile zombi que se toma las calles, las grandes alamedas por
donde caminaría el hombre libre, no son tales. Sí lo son para los no-muertos. En
consecuencia, el carnaval o marcha zombi, nos viene a demostrar, por un lado que este
Chile es un Chile muerto y, por otro, que a ese Chile muerto, Frankenstein del modelo
económico-cultural actual, lo mejor que le podría pasar es una masacre purulenta, que
limpiara la casa de tanta corrupción y discursos vacíos, que permita tomarse las calles,
opinar, o, en última instancia, vengarse de todos aquellos que tanto mal nos han hecho.
Como dice El Puma Rodríguez zombi a la cabeza de la horda, en la historieta “Festi…
Braaaaaais”, “A veces hay que escuchar la voz del pueblo” (Misión Valparaíso, p. 52).

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REFERENCIAS:

BARNCARD, CHRIS. «Stress breaks loops that hold short-term memory together.» 13 de
Septiembre de 2012. University of Wisconsin-Madison News. 25 de Septiembre de 2012.
<http://www.news.wisc.edu/21050>. Web.
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DAWN OF THE DEAD (1978). Estados Unidos. Director: George A. Romero. Film.
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Rodrigo Cuadra y Yamal Eltit. Santiago, 1993. CD.
———. «Zombies from Mapocho.» El espanto surge desde la tumba. direc. Rodrigo
Cuadra. De Rodrigo Cuadra y Yamal Eltit. Santiago, 1993. CD.
FERNÁNDEZ GONZALO, JORGE. Filosofía zombi. Barcelona: Anagrama, 2011. Impreso.
HEATH, JOSEPH Y ANDREW POTTER. Rebelarse vende: el negocio de la contracultura..
2004. Epub. Digital.
HURBON, LAÉNNEE. Los misterios del vudú. Barcelona: Ediciones B, 1998. Impreso.
JUNG, CARL G. Arquetipos e Inconsciente Colectivo. Buenos Aires: Paidos, 1970. Impreso.
KLEIN, NAOMI. Doctrina del shock. Buenos Aires: Paidos, 2008. Impreso.
LARRAÍN, JORGE. Identidad chilena. Santiago: Lom, 2006. Impreso.
NIGHT OF THE LIVING DEAD (1968). Estados Unidos. Director: George A. Romero. Film.
SARLO, BEATRIZ. La ciudad vista: mercancías y cultura urbana. Buenos Aires: Siglo XXI,
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SOUBLETTE, GASTÓN. "NUESTRO PASADO INDÍGENA. INDIGENISMO DE LOS SÍMBOLOS
PATRIOS". Dedal de oro.< http://www.dedaldeoro.cl/ed06-pasado-indigena_simbolospatrios
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VV.AA. "HISTORIA DE LOS EMBLEMAS NACIONALES CHILENOS. HECHOS, MITOS, ERRORES Y
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<http://www.soberaniachile.cl/historia_mitos_y_errores_sobre_los_simbolos_patrios_
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VV.AA. Zombies en la Moneda: Misión Valparaíso. Santiago: Mythica Ediciones, 2011.
VV.AA. Zombies en la Moneda: saga Santiago. Santiago: Mythica Ediciones, 2011.
VOODOO ZOMBIE. «Tierra de zombies.» Voodoo Zombie. Santiago, 2008. CD.

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