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Frente a esta realidad que expresa la globalización, las alternativas para encarar los retos
inherentes a ella son diversas en la óptica de la Casa Blanca. No puede olvidarse que hay una
estrecha relación entre la composición del sector de la elite política que detenta el gobierno y
su proyección exterior. Para un gobierno que avizore al mundo como el ámbito de una compleja
interdependencia, lo ideal sería cooperar con los actores internacionales en la mayor cantidad
de ámbitos posibles y actuar en solitario excepcionalmente.[2] Pero en otro sentido se mueve la
actual administración de Washington que prefiere actuar sola siempre que pueda y cooperar
solo si se ve obligado a hacerlo. Sin pretender enfocar mi análisis en el punto de inflexión que
significó para esta política el 11 de septiembre de 2001 (11-S), creo que merecería la pena
intentar ver el antes y el después desde una perspectiva comparada.
Desde su surgimiento como nación, Estados Unidos ha tenido en la mente de sus políticos e
ideólogos una vocación de gran potencia. Es algo enraizado en ese pensamiento, la idea de
que la defensa y promoción de los intereses norteamericanos es una condición consustancial a
los intereses de la humanidad. Ese nacionalismo mesiánico internalizado en su cultura, explica
por qué cuando los estadounidenses buscaban legitimar sus acciones en el exterior, no
invocaban las instituciones supranacionales, sino a propios principios.[3] Días antes del ataque
nipón a Pearl Harbor, el magnate republicano Henry Luce publicó en la revista Life un artículo
intitulado “El Siglo Americano”. En el mismo Luce conminaba a los políticos norteamericanos, a
aceptar su deber y oportunidad de convertir a Estados Unidos en la nación más poderosa “de la
cual las ideas se esparzan por todo el mundo”.[4] Esto se convirtió en el principio rector de la
política exterior estadounidense tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Pero tales estructuras solo tienen sentido en tanto se subordinen a su dominación, como
instituciones legitimantes de la política exterior norteamericana.[5] Para algunos políticos
norteamericanos la única función de dichas instituciones es la de ratificar las decisiones
tomadas en Washington. Peca de ingenuidad el catedrático francés Pascal Boniface al pensar
que el disenso de Charles De Gaulle en 1966 que supuso la salida de Francia de la OTAN, no
creó una crisis en las relaciones trasatlánticas gracias a la tolerancia y el pragmatismo de los
norteamericanos. La francofobia desatada en Estados Unidos antes y durante las primeras
semanas de operaciones militares en Iraq tiene raíces antiguas. Cuando los intereses de los
aliados no coinciden con los de la Casa Blanca, entonces desaparece el único motivo para
tratar de mantener el consenso: la necesidad de que sus políticas parezcan más legítimas a los
demás. [6]
A su llegada a la Casa Blanca, Bush Jr. emprendió un agresivo giro en la política exterior
norteamericana al invalidar el Tratado ABM que limitaba el incremento de las capacidades
defensivas antimisil. Bajo el pretexto de eliminar los rezagos de la Guerra Fría, el nuevo
gobierno comenzó a implantar un discurso y una praxis reaganiana, mezcla del realismo
político más ortodoxo y del neoconservadurismo nacido en la Universidad de Chicago. Imponer
dos conflictos armados sin presentar elementos que validaran la necesidad del uso de la
fuerza, pasando por el desconocimiento a las atribuciones del Consejo de Seguridad en el caso
de Iraq, habla de un unilateralismo reforzado con el abuso del poder militar que detenta la
nación norteña.
La mejor disuasión, en el sentido anterior, sería el uso preventivo de la fuerza militar, con una
distribución flexible de los recursos humanos y tecnológicos. Ello implicaría la rotación de las
fuerzas militares mediante un sistema (hasta ahora ineficiente), similar al SPQR[10] romano o
al Cardwell británico. Así asumen las elites neoconservadoras norteamericanas, la aplicación
de una doctrina militar disuasiva basada en el ejercicio preventivo de esa fuerza militar contra
las potenciales amenazas. Esta idea se encuentra presente en la Declaración de Principios
realizada en la fundación del Proyecto para el Nuevo Siglo Americano: “…Estados Unidos debe
ser prudentes en cómo ejercen su poder. Pero nosotros no podemos evitar sin percances las
responsabilidades del liderazgo global y de los costos que están asociados con su ejercicio.
América tiene un papel vital en el mantenimiento de la paz y la seguridad en Europa, Asia, y el
Medio Oriente. Si nosotros eludimos nuestras responsabilidades, estamos invitando a desafiar
nuestros intereses fundamentales”. [11]
Hay otros factores que acentúan el parecido entre el actual gobierno norteamericano y el de
Ronald Reagan. Por ejemplo: el notable aumento proporcional de la ayuda militar y de
seguridad en el contexto del presupuesto de ayuda al extranjero; el aumento del gasto militar
norteamericano; y el desafío tecnológico a las potencias que comparten la posesión del arma
nuclear.
El Fondo de Apoyo Económico, utilizado en la guerra fría para solventar la seguridad de los
aliados geopolíticos,[12] ha vuelto a recuperar protagonismo. Después de tener una reducción
significativa en el financiamiento de ayuda militar a otros países en los años 90’ del siglo XX, se
incrementó en al menos un 20% en comparación con el año fiscal 2004.
En este punto es bueno recordar que el propio Kissinger, repensando con mente fría el fracaso
político y militar de las campañas en Afganistán e Iraq, proclama que el uso preventivo de la
fuerza por parte de Estados Unidos solo es posible si se cumple cuatro condiciones[20]:
2. Que su curso de acción tome en cuenta no solo las amenazas, sino también los resultados y
consecuencias de la acción preventiva.
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Se desestima desde ya que sean las instituciones internacionales las que deban garantizar la
paz y la estabilidad internacional. La presunción de que debe ser un Directorio de potencias, los
encargados de custodiar las relaciones internacionales, de manera subordinada a Estados
Unidos (aunque le pongan el membrete de ‘cooperación’), va ganando espacios entre sus
aliados. Esta visión reaccionaria de las relaciones internacionales, no solo influye en los
espacios de gobierno sino también en las instituciones científicas.
El filósofo galo André Glucksmann, en su libro Occidente contra Occidente (2004) ha justificado
la guerra de agresión contra Iraq desde postulados muy similares a los de los
neoconservadores (neocons) norteamericanos. Llamo la atención sobre el hecho de que
Francia fue uno de los países que inicialmente más se opuso. Glucksmann, expresó: “La guerra
está justificada cuando el daño que produce es menor que el que evita… Esa guerra está
justificada por la necesidad de intervenir, por la enormidad del peligro que suponía no atacar.
Los que decidieron ir a la guerra tenían la razón…No hay un gobierno mundial. La ONU es una
organización donde la mitad de los países están lejos de la democracia. Esos países no
aprueban las intervenciones porque tienen miedo de que les ataquen a ellos. Sólo las
democracias pueden decidir. Lo que Kant llamaba la confederación de estados republicanos.
La OTAN sí es un órgano legítimo de gobiernos democráticos. La única autoridad para
intervenir contra el desastre es la conciencia del peligro…El derecho internacional es un mito,
no es válido, porque no dice cómo ha de hacerse la paz. Su principal problema es el principio
de soberanía nacional. La idea de que como Sadam Husein estaba en un país soberano no
existía el derecho de intervenir. Hay que ampliar el derecho de injerencia”.[21]
Sobran los comentarios sobre la postura de Glucksmann, el cual tiene el mérito de ser al
menos franco. De lo que no se habla es del carácter asimétrico que tiene de por sí este tipo de
conflicto armado y el reordenamiento de las relaciones internacionales desde una perspectiva
descarnadamente desigual que de las mismas se deriva. Al autoasignarse el papel de garante
del sistema mundial, Estados Unidos comete el mismo error histórico de otros imperios en la
historia de la civilización occidental: intentar perpetuarse por la fuerza.
La pacificación imperial está basada en un valor compartido con las otras potencias: la práctica
del terror. Chomsky desnuda este detalle visible en la guerra contra Afganistán. Para
hacer la guerra contra los talibanes, los norteamericanos no pidieron autorización al Consejo de
Seguridad, aunque posiblemente le hubiera sido otorgado. Quizás los europeos se hubieran
comportado igual, toda vez que “la violencia ha sido el principio fundamental de Europa durante
siglos y la razón es que funciona, si se tiene una predominancia abrumadora de la violencia y
una cultura de la violencia que la respalda. Por eso tiene sentido seguirla”.
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No es casual que las autoridades y fuerzas armadas venezolanas hayan reaccionado con
alarma y sigan fortaleciendo sus capacidades defensivas. Es lógico pensar que los
norteamericanos tratan de responder la interrogante que formulara el Coronel ® Max G.
Manwaring: “¿Cómo responder a un país que está ayudando a desestabilizar sus vecinos?”[33]
Recuérdese que en la ESN de 2006, se define que las políticas sociales del gobierno de
Chávez han estado “minando la democracia y buscando desestabilizar la región”. El propio
Manwaring definió el carácter reaccionario y agresivo de la interpretación oficial norteamericana
sobre las transformaciones de diversa naturaleza que se operan en América Latina, al
preguntar: “¿Cómo respondemos cuando un país quizá ayuda a otro a cambiar gobiernos a
través de medidas revolucionarias? También, ¿Cómo respondemos cuando un país apoya a
partidos o movimientos políticos o movimientos legales —tales como los Sandinistas
nicaragüenses, populistas bolivianos y ecuatorianos— que operan en democracia?... ¿Cuáles
son las medidas más eficaces para apoyar un país que está bajo la mira del bolivarianismo
para resistir este llamamiento revolucionario”.[34]
Tras las fricciones entre Holanda y Venezuela por las inverosímiles declaraciones de Henk
Kamp, Ministro de Defensa de Paises Bajos, sobre un supuesto interés de Caracas en Aruba,
Bonaire y Curazao, realizar ejercicios como los Nuevos Horizontes, implicó aumentar
irresponsablemente la tensión regional. La realización de estas maniobras ante las costas
venezolanas, fue percibida como “parte de un montaje de acción psicológica”,[35] típico de las
concepciones de la Guerra de Cuarta Generación, para atemorizar a Venezuela. Ante esta
amenaza potencial, Caracas ha continuado un proceso de modernización de sus capacidades
militares. Pero en el supuesto de un conflicto con un adversario superior en recursos materiales
y tecnológicos, su pensamiento militar ha incorporado la concepción de ‘guerra asimétrica’. Ello
implica buscar a través de un conflicto difuso la victoria estratégica, empleando creativamente
sus recursos de inteligencia, golpeando las áreas más vulnerables de su adversario, limitando
las capacidades de este para emplear estrategias clásicas y métodos convencionales,
reduciendo de esta manera la efectividad del adversario en el empleo de su arsenal, con el
objetivo final de afectar su voluntad de continuar el conflicto.[36]
Las elites norteamericanas apuestan hoy a la violencia para imponer su visión imperial. Ojalá
las apreciaciones de Paul Kennedy sobre el “sobredimensionamiento imperial” se ajusten a la
situación actual y Estados Unidos se vea obligado a renunciar a parte de su poderío, ante la
imposibilidad de defender todos sus intereses al mismo tiempo. Pero esto último sería
incongruente con el pensamiento de los neocons. Para ellos lo ideal como misión fundamental
para las FF.AA norteamericanas es “combatir y triunfar decisivamente en múltiples, simultáneos
principales teatros de guerra”.[37] Resulta imprescindible conocer este pensamiento que se
mimetiza tras un discurso belicista.
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[1]
“La democratización de la tecnología a lo largo de las últimas décadas ha convertido a los
terroristas en más letales y ágiles, una tendencia que tiene todos los visos de continuar.”
Joseph S. Nye: “La fuerza no basta”, Yale Center for the Study of Globalization, en Yale Global
Online <http://yaleglobal.yale.edu>, 12 de abril de 2003.
[2]
William J. Clinton: Seguridad y prosperidad, Yale Center for the Study of Globalization, 11 de
noviembre de 2003.
[3]
Hugo Fazzio Vengoa: Estados Unidos: ¿primera potencia global?, Análisis Político No.50,
enero-abril de 2004, Bogotá, p. 41.
[4]
Carlos Alzugaray Treto: Crónica de un fracaso imperial, Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 2000, p. 48.
[5]
Pascal Boniface,: “Europa: antes dividida que alineada”, La Vanguardia, Barcelona, 14 de
febrero de 2003, en: http://www.lavanguardia.es/web/20030214/136541891.html
[6]
En palabras de Kissinger: “[…] ningún acto de agresión en que haya participado una gran
potencia se ha rechazado nunca aplicando el principio de la seguridad colectiva. O bien la
comunidad mundial se negó a evaluar el acto declarando que constituía una agresión, o no se
puso de acuerdo en las sanciones apropiadas”. (Tomado de Henry Kissinger,: La Diplomacia,
México D. F., Fondo de Cultura Económica, 1995, p. 246.)
[7]
Dina Lida Kinoshita,: “Irak: un panorama complejo”, en: Camilo Valqui Cachi (coordinador),
Irak: causas e impactos de una guerra imperialista, Jorale Editores, México D. F., 2004, p. 69 y
70.
[8]
José Vidal-Beneyto,: “Autoritarismo Global”, El País, Madrid, 28 de junio de 2003.
[9]
Stanley Hoffman,: Orden Mundial o primacía. La política exterior norteamericana desde la
Guerra Fría, Grupo Editor Latinoamericano S.R.L, Buenos Aires, 1988, p.307.
[10]
SPQR: es el acrónimo de la frase latina Senatus Populus-Que Romanus, cuya traducción
más común es “el Senado y el Pueblo Romano". Fue el nombre oficial de la República Romana
y del Imperio Romano, y fue portado como emblema en los estandartes de las legiones
romanas.
[11]
Fragmento de la Declaración de Principios en la fundación del Proyecto para el Nuevo
Siglo Americano, citado en el prólogo a: Donnelly, Thomas: Rebuilding America’s Defenses:
Strategy, Forces and Resources for a New Century, Project for the New American Century,
Washington, D.C., September 2000.
[12]
Jim Lobe,: “Nostalgia de la guerra fría”, IPS, Washington, 5 de febrero de 2004.
[13]
Víctor Litovkin,: “Ante una nueva carrera armamentista. Un regalo de Bush para los
‘halcones’ de Moscú”, RIA NOVOSTI, Moscú, 16 de diciembre de 2003.
[14]
Thomas Donnelly,: Rebuilding America’s Defenses: Strategy, Forces and Resources for a
New Century, Project for the New American Century, Washington, D.C., september 2000, p. 50.
[15]
La perspectiva asimétrica de una confrontación armada está ubicada esencialmente en la
evolución tecnológica que produce una ventaja decisiva a favor de uno de los adversarios. Ello
tiene que ver con la llamada Guerra de Cuarta Generación, teoría elaborada por William S. Lind
y cuatro oficiales del ejército y del Cuerpo de Infantería de Marina de Estados Unidos y cuya
presentación teórica se realizó simultáneamente en octubre de 1989, a través de dos revistas:
la Marine Corps Gazette y la Military Review, bajo el nombre “The Changing Face of War: Into
the Fourth Generation”. Aunque eencialmente corresponde a la revolución de la información,
oscila entre la tecnología bélica que se emplea y los aspectos de la psicología. Se pretende un
“antagonismo integral contra el supuesto enemigo, que abarca los aspectos políticos,
económicos, sociales y culturales de una nación con el objetivo de alcanzar el sistema mental y
organizativo del adversario.” Navarro, Ernesto J.: “Datos sobre la guerra de cuarta generación”,
ARGENPRESS, 16 de marzo de 2004, en: http://www.aporrea.org/dameletra.php?docid=7425 .
Esta perspectiva teórica fue complementada por el profesor Martin Van Creveld, de la
Universidad Hebrea de Jerusalén, en La transformación de la guerra (1991). Van Creveld
sostiene que los conflictos futuros serían de baja intensidad al perder gradualmente el Estado
el monopolio de la violencia frente a actores no estatales. Como consecuencia, supone este
autor la ineficacia de las normas jurídicas internacionales que regulan los conflictos armados,
como parte de la modificación de las bases del Derecho Internacional Público.Quizás en ello se
encuentre la génesis de que a los talibanes retenidos en Guantánamo se les niegue el
reconocimiento de la categoría de ‘prisioneros de guerra’. Ver: Fojón, José Enrique: Vigencia y
limitaciones de la guerra de cuarta generación - ARI Nº 23/2006, Real Instituto Elcano de
Estudios Internacionales y Estratégicos, Madrid, 27 de Febrero de 2005, pp.1 a 4.
[16]
Entrevista de Atilio A. Boron a Noam Chomsky, Programa “Al final de todo”, Radio Del Plata,
Buenos Aires, Argentina, 12 de Abril de 2003.
[17]
Henry A. Kissinger: American Foreign Policy,W. W. Norton & Company, Inc, New York, 1974,
p.35.
[18]
Presidencia de Estados Unidos: La Estrategia de Seguridad Nacional, Departamento de
Estado de Estados Unidos, 20 de septiembre de 2002, en:<
http://www.usembassy.state.gov/posts/col/wwwsesol.shtml >.