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Bronislaw Baczko → Los Imaginarios Sociales

El autor nos plantea un panorama general de los estudios sobre los imaginarios sociales.
En primer lugar argumenta la importancia del imaginario social en si mismo, en la medida en que su
manipulación constituye unas de las fuerzas elementales de los sistemas de poder. A través del
ejemplo de mayo de 1968, cuando en Paría se veían graffitis de “la imaginación al poder, seamos
realistas, pidamos lo imposible”, el autor explica como a medida que las ciencias humanísticas se
acercaron a la problemática de los imaginarios sociales, se argumentó que en realidad la
imaginación está en el poder desde siempre, ya que todo poder se rodea de representaciones
colectivas y el ámbito del imaginario y lo simbólico es un lugar estratégico de importancia capital.
Ahora bien, esta valoración implicaba poner en duda la tradición intelectual del siglo XIX,
“cientificista y realista”, en la cual se separaba lo verdadero y real de lo ilusorio y quimérico. En
este sentido, la operación científica aparecía como reveladora o desmitificadora.
Al cuestionarse este tipo de acercamiento, el imaginario social quedó cada vez menos considerado
como un adorno de las relaciones económicas, políticas y sociales (únicas relaciones consideradas
reales). Las ciencias humanísticas le otorgaron así, un lugar preponderante entre las
representaciones colectivas. En este contexto, como ejemplo, el autor propone el estudio de los
emblemas de poder en diferentes situaciones sociohistóricas (emblemas de poder medieval, los
reyes taumaturgos, la idea de dos cuerpos del rey, el tema del rojo para las banderas de izquierda,
disputándoselo al comunismo, la izquierda y derecha, etc.). En este sentido, habla de lo simbólico
como representación (no reflejo) de una realidad que existe por fuera del mismo. Los estudios que
se han tornado el “campo clásico” sobre los imaginarios sociales se han basado en las ideas de
Marx, Durkheim y Weber.
Marx planteaba el problema de los imaginarios sociales desde el término ideología, que es
considerada un factor real de las relaciones sociales. Sin embargo, sostiene que las estructuras y
funciones de las ideología cambian en relación al contexto histórico: la burguesía se apoya en su
ideología para denunciar el orden feudal y develar el carácter de clase del Estado, pero una vez que
alcanza el poder, esa misma ideología burguesa va a servir para disimular las relaciones de
dominación y explotación capitalista, presentando al Estado burgués como expresión del interés
general. Entonces, el imaginario social es real pero también ilusorio.
Durkheim sostenía que para pueda generarse un mínimo de cohesión y consenso y por lo tanto, para
que pueda existir una sociedad dada, es imprescindible que los agentes sociales crean en la
superioridad del hecho social por sobre el hecho individual: es decir, que tengan una conciencia
colectiva. La relación entre el hecho social y su aspecto simbólico es tan intrincada, que muchas
veces las conductas sociales se dirigen no tanto a las cosas mismas como a los símbolos de esas
cosas.
Weber sostenía que la estructura inteligible de toda actividad humana surge del hecho de que los
hombres buscan un sentido en sus conductas y en relación a ese sentido reglamentan sus
comportamientos recíprocos. Lo social en si mismo se produce a través de una red de sentido, y
produce por lo tanto, valores, normas y sistemas de representaciones. La expansión del poder
burocrático es paralela al desencantamiento del mundo que es considerado cada vez más como
combinación de elementos y relaciones conocidas que no esconden en si mismas ningún misterio
(vs. Ritos sagrados de mitos primigenios en un poder carismático).
Hoy en día, el discurso de las ciencias humanísticas está fragmentado y disperso. Ya no nos
preguntamos sobre el hombre, sino sobre los hombres; ya no la sociedad, sino las sociedades. No
hay cultura o sociedad que nos ofrezca un modelo unitario y privilegiado de la vida social. Ya no
disponemos de teorías universales de la sociedad que permitan abarcar las relaciones de todas las
variables sociales. A la vez, todo se tornó histórico. Los imaginarios sociales en tanto objeto de
historia surgen de esta fragmentación.
Jalones para un campo de investigaciones
El estudio de los imaginarios sociales presenta una cantidad de problemas. El autor, además de
hablar de la complejidad del concepto de imaginario, plantea la idea de que los imaginarios sociales
son referencias específicas a través de las cuales una colectividad designa su propia identidad. A
través de los imaginarios sociales, la sociedad produce una representación totalizante de si misma
como un orden, según el cual cada elemento tiene su lugar y su razón de ser. Así, el imaginario
social es una de las fuerzas reguladoras de la vida colectiva. Es una pieza efectiva y eficaz del
dispositivo de control de la vida colectiva, y en especial, del ejercicio del poder. Por lo tanto, el
campo del imaginario social, es el lugar de los conflictos sociales.
Dentro del corazón mismo del imaginario social podemos encontrar el problema del poder legítimo.
O, mejor dicho, el problema de las representaciones fundadoras de la legitimidad. El control del
imaginario social, su reproducción, su difusión y su manejo, asegura en distintos niveles un impacto
sobre las conductas y actividades individuales y colectivas.
En relación al construcción de poder en relación al control de los imaginarios sociales, el autor
plantea dos momentos de ruptura importantísimos. Primero, el que dio el paso de la cultura oral a la
cultura escrita. Segundo, la implantación durable de los medios de comunicación de masas.
Los medios de comunicación de masas le aseguran a un solo emisor la posibilidad de llegar a un
público enorme simultáneamente, a una escala hasta entonces desconocida. La cultura de masas
anuda relaciones muy complejas entre información e imaginación. Los medios masivos de
comunicación no solo aumentan el flujo de información sino que modelan también sus
modalidades. Esta masa de informaciones se presta especialmente a las manipulaciones. Su
trasmisión impone una selección y jerarquía. Los individuos, cada vez menos capaces de dominar la
masa fragmentada de información, necesitan representaciones globales y unificadoras. La masa de
informaciones que transmiten los medios amontona, por un lago, el imaginario colectivo, pero por
otro lado lo disloca al funcionar solo una pantalla sobre la que están proyectados los fantasmas
individuales. Los medios masivos de comunicación fabrican necesidades que abren inéditas
posibilidades a la propaganda, y se ocupan ellos mismos de satisfacerlas. De hecho, lo que los
medios fabrican y emiten son los imaginarios sociales: las representaciones globales de la vida
social.

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