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que analiza el vicio. Y entramos en el gran problema del siglo XVII, que es la moral, lo
moralista o no de esa tradición. La forma en que Molière estudia el vicio, y cómo a través
de ese análisis del vicio va a revelar las características de la virtud. Es decir, hay un
procedimiento de poner en negro sobre blanco, que le va a permitir a Molière en muchas
de sus producciones que tienen que ver con lo falso, mostrar la verdad a través de la
falsedad. Por ejemplo, a través de la falsa enfermedad en El enfermo imaginario se
muestra la verdadera. A cualquiera que haya tenido una enfermedad en serio le da risa
este enfermo imaginario, este pobre hipocondríaco, que recupera Woody Allen. El vicio
del hipocondríaco revela la verdadera enfermedad, y la contraposición entre la virtud y el
vicio, entre la realidad y lo palmariamente ilusorio en términos de apariencia. Es muy
interesante este trabajo de Molière de poner negro sobre blanco. Hay comedias donde
esto se ve de manera muy tajante; en otras, no tanto. Es el mismo problema que ocurrió
con Tartufo: cierta parte de la Iglesia le dijo que no, porque no quería que se critique a
los falsos devotos; otros cardenales la aprobaban, porque decían que Molière estaba
señalando a los falsos devotos que existen en la Iglesia, y que a través de ver a esos falsos
devotos en el escenario se puede predicar y reconocer la verdadera fe. Era tan patente la
forma en que se representó, que permitió dividir las aguas, entre la Iglesia más
recalcitrada y los cardenales que aprobaban la obra. Del mismo modo, con todos los
vicios: con el avaro, con el hipocondríaco, con el misántropo. En el caso de El avaro en
uno de los actos se ve la escena en la cual el personaje doble de cochero y cocinero tiene
que servir un banquete y dice algunas verdades, justamente al confrontarse con tener que
construir ese banquete con tan poco; por eso, va a permitirse decir algunas verdades a
Harpagón, cuestión a la que nadie se atreve.
En definitiva, la comedia nace de la fricción de estilos; son recursos que se van a
friccionar, choques del lenguaje que se van a friccionar. Acaso una de las requisitorias de
la comedia es la posibilidad de fricción. La tragedia no permite la tanta capacidad de
fricción; es más, en la tragedia tiene que haber algo muy definitivo, que la comedia no
tiene. Dijimos que la tragedia empieza mal y termina peor, y agregamos que va seguida
de muerte. Por supuesto, tenemos el grado sumo en la tragedia shakespeariana, con el
escenario regado de muertos. Si no hay esta fricción de estilos o de choque del lenguaje,
hay una figura típicamente molieresca, que es una palabra que él nombra muchas veces,
la palabra “transporte”, que es lo que llamamos el “glissando”, un deslizamiento de un
estilo al otro. La comedia de Molière va a trabajar con el deslizamiento, con ciertos
glissandos. Hay ciertos lenguajes que mutan, que empiezan en un lugar y terminan en
otro. Siempre hay que ver la dirección, cuál es la finalidad de los lenguajes en los
argumentos o en los personajes de Molière, porque ahí se ve la figura del transporte, que
es lo que se transporta casi musicalmente, cuando estamos en unas cuerdas, bajamos y
vamos a otra tonalidad. Ese glissando, ese corrimiento, va a generar humor y va a
provocar la comedia. Hay un choque, un transporte que va a ocurrir cuando el hijo tiene
que pedir plata y se encuentra con que el que le va a prestar es su propio padre usurero,
hay un glissando de una verdadera necesidad confrontada con el deslizamiento de la
usura. También hay un deslizamiento del lenguaje, que va a producir un efecto de humor.
Por ejemplo, el personaje de Cleanto, el novio de Elisa, que está a merced del avaro, todo
el tiempo va a ser un gran adulador. En este glissando de la adulación, se desliza en la
adulación permanente, ahí va a haber algo cómico, algo en el orden de la comedia. O el
momento deslumbrante en Tartufo, cuando el falso devoto empieza a hablar de Dios, de
lo devocional y en un momento, ese lenguaje devocional en el que le pregunta a Elmira
qué tiene en el pecho, donde lo que procura es tocarla, tocarle las piernas con las que se
había arrodillado en la iglesia, y todo el lenguaje devocional muta en el lenguaje galante.
Hay que estar muy atento en Molière para captar el momento del glissando, el momento
de transporte en que el lenguaje galante se transforma en devocional o el devocional en
galante; o la adulación verdadera en falsa adulación. Son momentos de pequeños
deslizamientos donde vemos el efecto molieresco. Por ejemplo, los médicos de El
enfermo imaginario que hablan con su lenguaje, con su argot y de pronto se lanzan con
un lenguaje macarrónico, que mueve a risa, porque es muy difícil de entender. Muchas
veces nos pasa como pacientes de pedirles a los médicos que hablen claramente, porque
hay momentos en los que esa jerga no se entiende.
En el origen de la comedia está el problema de lo fálico; muchas veces las comedias se
anticipaban con procesiones de falos o de príapos, donde el coro o el corifeo entablaban un coro
de tipo fálico. Acá todo eso ha desaparecido, pero aún en Molière lo que no desaparece es que
hay algo del orden de intriga de lo sexual, de intriga amorosa. Por ejemplo, el caso de El avaro
es casi una cosa bifronte con los hijos que tiene, cada uno de los cuales va a habilitar una intriga
amorosa distinta. Se podría llamar, de manera machista, una intriga fálica. Hay allí algo del orden
de lo sexual.
Ya en Plauto hay farsa y verba truculenta; Molière muchas veces lo toma casi
literalmente, pero otras hace pequeñas operaciones sobre la forma de la comedia plautina.
Va a hacer pequeñas modificaciones de la intriga, que son interesantes de revisar. La
Aulularia de Plauto no es como El avaro, donde él hace acopio de ese dinero, sino que
en la primera escena de la Aulularia es un dios el que le entrega este tesoro, hace que este
personaje encuentre el tesoro, para ver cómo reacciona ante la fortuna de haber
encontrado este tesoro. Un dios le manda el tesoro al avaro para ver cómo reacciona, y él
empieza a sacar esas pulsiones de avaricia. En cambio, en Molière hay una cosa capitalista
donde él construye eso que tiene que ver con la construcción de ese capital. En griego, la
palabra tókos (τόκος) designa por igual a las palabras “capital” e “interés”. Y la comedia
misma sería en su sistema compositivo un fenómeno o una forma dramatúrgica que
permite lo que podríamos llamar, en términos económicos, una justicia distributiva. Lo
que sucede hacia el final de la obra es una justicia distributiva, una justicia que reparte
entre el bien y el mal. Otra palabra que nos interesa es la palabra khrima (χριμα), que tiene
que ver con el capital, con el dinero, que juega con la palabra kryma (κρυμα) que en griego
significa lágrima, llanto, dolor. Y una palabra tremenda en griego, la palabra préstamo,
que es danío (δάνειο), que suena como “daño”. Vamos a jugar con estas figuras del tókos,
del khryma y del danío.
Es decir, tiene que recibir todo esto para recibir el préstamo: el delirio de la
enumeración en el orden de lo surreal. Es una relación caótica y es la letra chica del
contrato. Es la enumeración caótica del capitalismo, lo que aparece en la letra pequeña de
los contratos. Cleanto va a denunciar la usura, pero la tiene que aceptar, porque necesita
del préstamo. Con lo cual, Cleanto va a vivir en carne propia la avaricia del padre: es
decir, la avaricia de los padres, que provoca en el capitalismo el extrañamiento de los
hijos, que a veces desean que los padres se mueran para ganar ese capital. Y vuelve a
existir la situación en la que La Flecha reconoce que estos tipos tienen que ser curados, y
viene la escena de una tremenda anagnórisis, donde Cleanto se da cuenta de que está
pidiendo el préstamo a su propio padre. Pero allí aparece otra figura mítica, que es la de
la caridad, que es lo contrario de la usura. Las tres figuras que hay que tener son la de la
avaricia, la usura, la envidia; la de la diosa ocasión y la contrafigura, que es la de la
caridad. Porque, justamente, lo que no hay entre padre e hijo es la caridad; no hay ningún
lugar para la caridad en la relación de estos dos personajes. Lo que causa gracia y vuelve
la escena de humor negro es cuando le dice que este que le va a dar la plata es alguien
rico, que no tiene nadie que lo herede; también le dice que más o menos en ocho meses
va a morir, y nadie le va a reclamar el préstamo. Con lo cual, está traicionando a su propio
padre, y la idea del humor negro está siempre sobrevolando la escena. La caridad va a ser
lo que va a enfrentar a las figuras del padre y el hijo cuando ocurra esta escena de
anagnórisis. Harpagón acusa al hijo, y Cleanto le devuelve la acusación:
HARPAGÓN. ¿Y eres tú el que quiere arruinarse con préstamos tan
condenables?
CLEANTO. ¿Y sois vos el que procuráis enriqueceros con tan criminales
usuras?
Estudiante: (Inaudible).
Profesor: Sí, parece como si fuera un problema de estructura dramática, esa es una
vía que no se puede habilitar. Pero, evidentemente, son estas falencias que tenía Molière,
que aparecen y que tienen que ver con los finales precipitados, con el deus ex macchina,
donde todo se va a arreglar porque el padre de ellos dos era el que había aparecido.
Vamos a ir a la Aulularia. El avaro sería la versión secularizada o laicizada de la
Aulularia, porque lo que abre la versión de Plauto es que el dios familiar, el lar, que era
el que protegía la casa. En cambio, en la casa de Harpagón no hay nadie que proteja de
nada, no hay nada sagrado; sólo el amor de Harpagón hacia la arquilla, no hay nada de lo
sagrado, nada del orden espiritual en este caso. Sin embargo, en la Aulularia, el personaje
de Euclión no es un avaro tan tremendo como Harpagón. Y el disparador de la obra es
que este dios, el lar familiar está harto de la indiferencia de la familia, que ha perdido la
fe, está harto de que no le den ofrendas. La única persona de esa casa que le da una ofrenda
es la hija. Entonces, para que esta hija tenga un buen matrimonio, el lar familiar va a hacer
que Euclión encuentre un tesoro que ancestros de la familia han guardado en un jardín.
Hay un encanto divino, que es el que va a provocar que Euclión encuentre un tesoro que
se había guardado de generación en generación, que quedó oculto en el jardín.
Finalmente, el lar familiar se lo va a revelar a Euclión, no para favorecerlo a él, sino a
Fedria, que es la hija que quiere casarse. Fedria es la que lleva los ungüentos, los
bálsamos, los donativos a este dios; el dios va a revelarle estos dineros al padre, para que
pueda pagar la dote de la hija. La escena del prólogo de la Aulularia es directamente las
palabras del propio lar familiar, que dice por qué va a intervenir. Se presenta casi como
si fuera una obra de Brecht. Dice el lar:
Hay un sistema de oblatividad, de dar y recibir de los dioses, que en El avaro está
totalmente secularizado. Acá es la apropiación del dinero por el dinero mismo, sin un
mínimo de intervención sagrada. Y vamos a comparar la escena novena del acto cuarto
de la Aulularia con el famoso monólogo, monólogo que –según Boileau- tenía que asustar
a la gente. El espectador tenía que huir despavorido ante alguien que en vez de reclamar
el amor, reclama el dinero.
Prácticamente es mimético lo que hizo Molière con Plauto: lo copió abiertamente.
Y Harpagón empieza diciendo:
Hay dos elementos que aporta a este monólogo Molière en su crítica del dinero.
Primero, el desdoblamiento, cuando Harpagón se agarra su propia mano y cree que él
mismo se robó, o que su sombra le robó: el ladrón desconfía hasta de su propia sombra.
Hay un desdoblamiento del personaje que está psicológicamente en Euclión, pero que acá
es más complejo. Y es la idea de que él podría haberse robado a sí mismo. El otro
momento tremendo es el del lenguaje. Si reemplazamos la palabra “dinero” por “amor”,
podría pasar por un discurso amoroso, un discurso romántico.
Aparece la figura del público ya con Euclión: es la ruptura de la pared y ya está
en la comedia antigua, donde en la didascalia se aclara que debe dirigirse al público. Acá
el propio personaje rompe la cuarta pared, rompe la ilusión teatral, y se dirige al público,
con lo cual lo está comprometiendo. Está diciéndole al público que se compadezca de él
y le diga dónde está el dinero o, lo que es peor, le está diciendo al público que en cada
uno hay un ladrón. Acá está lo existencial del monólogo, que no es para reírse. Es algo
aterrador lo que está diciendo. Y hay algo muy impresionante, que viene de la comedia
antigua. Hay mucho debate en la crítica acerca de si en el teatro griego había o no ilusión
teatral. Algunos dicen que no había ilusión teatral, que la ilusión teatral nunca era rota
porque no había. A pesar de que en un momento ocurre algo no en la tragedia, sino en
una figura de la comedia: la parábasis. La estructura de la tragedia es el prólogo; el
párodos, cuando entra el coro; el episodio, donde ocurre la acción o el agón; el estásimo,
donde el coro va a hacer sus intervenciones y a comentar lo que ocurrió en esos episodios,
que son cinco, y, al final, el éxodo, que es cuando se va el coro. La comedia mima esto,
pero tiene un momento que es la singularidad de la comedia, el momento bello de la
comedia. Brecht y Molière no inventaron nada. Ya entre los griegos un actor o un corifeo
se adelantaba y hacía la parábasis, y le hablaba directamente al público. En ese momento
podía hacer comentarios de la realidad, de cómo estaba la situación social en Atenas,
hacía un aparte, incrustaba eso en el medio de la comedia. En Macbeth, antes de que
Macbeth y lady Macbeth maten al rey Duncan, cometan el desencadenamiento de la
tragedia –que es tremendo, porque nadie invita a alguien a comer a su casa para
asesinarlo- hay un episodio que tiene que ver con que Shakespeare sabía que al público
había que relajarlo antes de darle el sacudón. En la escena inmediatamente anterior al
asesinato de Duncan entra un borracho que orina en el escenario y dice improperios. Todo
viene muy denso y es el momento de relajarse. Luego de la entrada del borracho,
Shakespeare da el golpe con el asesinato de Duncan, que se convierte en más atroz
después del momento de distensión.
Volviendo a El avaro, tenemos esa pequeña ruptura de la ilusión teatral; es lo que
Genet llama ‘momentos metalépticos’. Genet, demasiado exagerado, dice que toda la
literatura es metaléptica, toda la literatura reflexiona sobre el hecho de la literatura o
rompe la convención de lo verosímil, o rompe la convención que desde lo diegético está
creado. En este caso, tenemos a Harpagón refiriéndose a su hijo como traidor. Y es
tremendo, porque el capitalismo se come su propia cola: ya no sólo duda de sus hijos,
sino que duda de su propio yo, de su propia sombra. El capitalismo hace que todos
parezcamos o seamos ladrones. El momento en que Harpagón acusa al público, está
diciendo que todos cometemos alguna pequeña corruptela, algún pequeño robo. Esto es
un momento muy inquietante, y es cuando vemos que no es una comedieta, no estamos
hablando de una comedia como género bajo, sino de una comedia con profundidades
existencialistas, vamos a caer en el plano de la risa paradójica. También se plantea que si
a uno le roban, otros van a aprovecharse de ese robo.
La obra podría terminar donde termina el monólogo de Harpagón. Pero el final
desmerece un poco la profundidad de la obra: hay una anagnórisis, donde aparece el
famoso recurso del naufragio, en el que se perdieron en una isla, Mariana y Valerio fueron
separados, ahora se juntan y son hermanos e hijos de Anselmo. Es un final un poco
rebuscado, típico final amañado de Molière. Pero en el final del monólogo dice algo muy
importante: el único que puede resolver estas cuestiones es el Estado. Hace la
convocatoria a jueces, prebostes y comisarios; es la apelación al Estado. Y si no estuviera
esa intriga que se resuelve un poco forzadamente, vemos que en Tartufo se resuelve el
problema de la arquilla que está desaparecida a través de la figura del Estado.
Algo que dice la crítica respecto de lo que hablamos sobre el discurso bíblico, es
que en el Evangelio de San Mateo –capítulo13, versículos 44 a 46 y capítulo 13,
versículos 52 y 53- Cristo va a hacer la comparación entre el Cielo y el dinero y da un
imaginario importante. Ya en francés aparece la figura del fesse- Mathieux, Mateo, el
usurero reconvertido en la fe, convocado por Cristo, que convocaba a pescadores y
predicadores. En el capítulo 13, el propio Mateo pone en boca de Cristo la parábola que
compara el reino de los cielos:
¿Habéis entendido todas estas cosas? Ellos le dijeron: Sí. Y Él les dijo: Por
eso todo escriba que se ha convertido en un discípulo del reino de los cielos es
semejante al padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas.
Y sucedió que cuando Jesús terminó estas parábolas, se fue de allí.
Está el tesoro, está el campo, está lo que hay que vender, está el padre de familia,
y las figuraciones del tesoro escondido en el reino de los cielos. Este pasaje del Evangelio
da un imaginario muy grande para trabajar.
Rápidamente, vamos a la figura de la avaricia y al texto de Gérard Wajcman, que
es un psicoanalista y tiene un libro precioso que se llama Colección seguido de La
avaricia; es un estudio sobre la avaricia. Estamos en un plano metaliterario cuando dice
que la avaricia no es moderna; siempre ha sido representada como una vieja. Es una figura
femenina, pasada o vieja. El estudio de Wajcman se refiere a las figuras (de páginas 18 y
22) que están en la Cappella degli Scrovegni, en Padua, donde hay un bajorrelieve de
Giotto, que presenta las virtudes y los vicios. Curiosamente, Giotto no representa a la
avaricia, sino a la figura de la envidia. La envidia tiene una bolsa en la mano. Hay figuras
en espejo, como en las figuraciones molierescas, como la anagnórisis de Cleanto y su
padre. En las películas, cuando ocurre esto, muchas veces parten el plano en dos. Giotto
no pone dentro del vicio a la avaricia, sino que pone a la envidia. Pero le otorga a la
envidia no sólo la idea de que sale la serpiente de adentro de la boca y le come los ojos -
que es el monólogo de Harpagón cuando duda de sí mismo, cuando tiene envidia y
sospecha del yo- sino que le va a dar figuraciones de la bolsa de dinero. En la capilla degli
Scrovegni la figura de la envidia va a estar enfrentada con la de la caridad. La caridad es
el espejo contrastivo de la envidia: para Giotto la avaricia no es lo contrario de la caridad,
sino que es la envidia. Son interesantes estas figuraciones del orden de lo plástico en
Giotto. En La caridad aparece Dios: es el lar familiar el que entrega la caridad, el lar de
Plauto. Es Dios el que a través de la figura de la caridad va a ofrecer ese vasto cesto de
flores y frutas, y lo más tremendo es lo del final: si la envidia está sosteniendo la bolsa
con la plata, la caridad está pisoteando bolsas de dinero. Es importante que trabajen con
estas figuraciones, porque hay para hacer muchos análisis. La Capella degli Scrovegni
está en internet en 3D (https://www.youtube.com/watch?v=q26DVFIHCGA); es muy
interesante el trabajo de Giotto en el Renacimiento, que le adjudica la figura de la avaricia
a la envidia. Este trabajo está en el análisis de Wajcman, un análisis más psicoanalítico
de la figura de la avaricia.
Wajcman también trabaja con otro cuadro, de Andrea Mantegna, llamado Il
trionfo della virtù. En la obra, la diosa Atenea, junto con los dioses que están en las nubes
y otros de la caridad, que están sosteniendo a Atenea, sacan del jardín del Edén a los
vicios. Hay figuras monstruosas; un mono, alguien que no tiene manos y, en el fondo, el
ocio va a ser llevado por la ignorancia y la avaricia. Los personajes tienen una suerte de
vincha en la cabeza, donde tienen inscriptos sus nombres: ocio, avaricia e ignorancia. Los
vicios están siendo desalojados por la virtud y arrastrados, despojados por fuera del Edén.
Por supuesto, estas son figuraciones del Renacimiento. Wajcman dice que hoy los
niños están fuertemente condicionados por las figuras de Disney, una de cuyas figuras es
el Tío Rico, que es la única figura de avaro que aparece en la mitología infantil; está
inspirado en Scrooge, el personaje avaro de Dickens en Un cuento de navidad. El Tío
Rico representa lo contrario de la virtud y de la caridad. Wajcman dice que desde el
Renacimiento hasta nuestros días, en la creación del personaje de Disney hay la
incrustación del problema de la avaricia en el imaginario infantil. El Tío Rico no tiene
hijos; hay por lo menos setenta capítulos donde se ve a este personaje junto a su tesoro,
bañándose en
monedas de oro.
Esta figura ha
percudido todo el
capitalismo
norteamericano y es
una de las
formulaciones más
potentes de la
avaricia en el
imaginario infantil.
Wajcman se
pregunta por las
características de esa avaricia, que está colocada en la obra en la figura de un hombre,
pero que siempre es una figura femenina, que tiene dificultades en ser representada. Por
eso, a Harpagón habría que verlo no tanto como un hombre, sino como a una suerte de
monstruo sin género. El único momento en el que aparece el género de este monstruo es
el de las postulaciones matrimoniales, cuando se quiere casar. Pero hay que verlo como
feo, viejo y portador de una suerte de figura que no tiene asignado ningún género
específico. Hay que tratar de ver esto en un personaje torcido, cojo, encorvado, viejo, mal
avenido, una figura deforme y monstruosa. La avaricia, para volverse personaje, necesita
de esta construcción masculina, pero también genera ribetes extraños en cuanto a la
construcción del género. El único lugar donde aparece la noción de género es cuando se
va a casar con Mariana.
El estudio de Wajcman, que nos habla mucho sobre el problema de la arquilla,
sostiene que no vemos al avaro en relación directa con el dinero como un objeto, no está
con una moneda de oro en la mano. Hay un momento en el que se aferra, que es el
momento en el que sale de la escena para ver si tiene su arquilla. Hay representaciones de
él con la arquilla, pero evidentemente, es un objeto que no tiene una materialidad en el
escenario, sino que se vuelve material cuando lo pierde. Es decir, aparece un objeto
vaciado de valor, tanto de uso como de cambio. Ya Molière presenta estas figuraciones
de lo que podríamos llamar la idea de dinero. Porque el dinero del avaro no sirve para
nada más que para hacerlo desear tener más dinero. El avaro goza de la pura posesión de
ese dinero. Y lo que no hace el avaro, que es una figura que tiene que ver con el
capitalismo, es hacer circular el dinero. El avaro corta la circulación del dinero y lo
acumula para sí. Es decir, extrae el metal de la circulación de los bienes y se lo queda
para sepultarlo. Esa sepultura de los cofres siempre tiene que ver con el orden de los
jardines, de las tumbas, de los sótanos. Es como una mina donde descansa ese dinero. El
avaro, entonces, es la representación de la inmaterialidad del dinero, tiene el dinero
contante; en cambio, la avaricia –como figura que viene de la Antigüedad y del
Medioevo- es una figura que tiene esa persistencia física visible del objeto. Lo que dice
Wajcman es que Molière está en el momento en el que el ascenso del capitalismo va a
estar representado por la desmaterialización del objeto. Harpagón es una figuración
subjetiva de la literatura que está representando los momentos iniciales en que el dinero
se vuelve algo del orden de lo desmaterializado, que llega al paroxismo actual, donde no
se necesita el dinero físico, de la moneda ni del papel moneda para pagar las cosas.
Dice Wajcman que esta figura del avaro también va cayendo, no ha sido muy
recuperada, salvo en estas figuraciones de Disney, donde se incrusta en la mentalidad de
los niños. El pago con tarjetas, la moneda electrónica, anula algo que es la relación erótica
que tiene Harpagón con el dinero. Porque él no tiene el objeto físico, porque nunca
aparece la arquilla, y en este sentido, es muy interesante la resolución performativa de
Molière de hacer salir al personaje para vigilar su arquilla. Y aquí viene el otro análisis
interesante, que tiene que ver con el skatá, de lo cual hablamos la clase pasada. Cuando
trabaja sobre las teorías sexuales, Freud dice que el niño va a mostrar le la caca a la mamá,
a mostrarle la ganancia. También lo hace en el Psicoanálisis del arte, donde estudia las
infancias de Leonardo da Vinci, donde hay una mostración a la madre, que tiene que
legitimar. El chico tiene que mostrar la ganancia, que es el skatá, el erotismo anal, la
ganancia del excremento. Es mierda lo que se está acumulando en esas arquillas; lo anal
como ahorro, lo que se contiene, lo que no se evacua, las fuertes pulsiones anales, el
erotismo anal que tiene Harpagón en esta obra. Y, además, algo muy interesante, porque
finalmente no se casa, está lo reprimido de Harpagón. Es interesante trabajar sobre las
represiones. Esto demuestra que no permitir la circulación del deseo, no permitir la
circulación del dinero, implica esa analidad del avaro molieresco, y es lo contrario del
concepto de la oblatividad, que es la figura del dar. Freud también trabaja en varios
estudios en el Psicoanálisis del arte o en Tres ensayos sobre teoría sexual analizando el
carácter del erotismo anal y utiliza figuras de las mitologías antiguas. Dice que en las
mitologías antiguas el oro es la caca del infierno, la skatá del Hades. O en las leyendas
medievales, en las que el diablo, para seducir a una mujer, le regala cosas de oro: joyas,
anillos; pero cuando el demonio sale de escena, lo que le queda colgado a la mujer es
caca. El diablo compra a las mujeres con oro, y ese oro deviene caca. Es algo muy
interesante y que ya está en las figuraciones literarias, las transmutaciones del oro, las
alquimias del oro mutando en otras cosas. Podemos pensar en Rimbaud, en La alquimia
del verbo, donde dice que la poesía es, precisamente, transformar las palabras que todos
usamos en oro, en el absoluto de la lengua. Y más adelante, Mallarmé va a venir a
configurar todo esto, cuando dice que el poeta saca a la palabra de la circulación vulgar
que todos usamos, pero no se la queda para robarla, sino que la toma de la tribu y la
transforma en la poesía. Ahí la figuración del verbo está en la figuración del dinero, la
plata como el sentido, la plusvalía del sentido: los libros nunca nos dan todo, porque hay
una plusvalía del sentido. El año que viene, cuando vuelva a dar El avaro, encontraré una
plusvalía de sentido que el texto no me entregó hoy; un texto es una máquina de dar, diría
Umberto Eco. Pero también dice que es una macchina pigra, una máquina perezosa: si
no lo hacemos trabajar, el texto no trabaja. Tenemos el sentido para asumir lo que el texto
da, porque siempre da más, por eso se nos escapa algo del sentido, que podemos recuperar
al volver a leer. En las distintas lecturas también están las formulaciones de las alquimias.
El problema de la oblatividad, del regalo, la acción de ofrecer, de dar, está prácticamente
perimida en esta comedia, porque hay todas fenoménicas de la retención.
Alain Badiou, uno de los pocos filósofos vivos, tiene dos libros, Elogio del teatro
y Elogio del amor. La filosofía de Badiou es complicada, pero en términos de refrendar
su teoría, en su texto Condiciones, plantea que hay cuatro procedimientos de verdad en la
filosofía: el poema, el matema, la política y el amor. El poema, el arte, es un
procedimiento de verdad, nos entrega algo que no sabíamos antes, y tiene que ver con una
noción muy importante en Badiou, que es la noción de acontecimiento, el poema es lo
que ocurre y es un procedimiento de verdad. Badiou es el único filósofo que dice que la
filosofía no produce verdades; es un filósofo bien antifilosófico. La filosofía ayuda a
pensar sobre los cuatro procedimientos de verdad. El poema es cualquier obra artística,
un cuadro, un concierto, un libro. La máxima es el poema: la poesía es la más alta
condición del arte, es el más puro de los procedimientos de verdad dentro del arte, no hay
nada más arte que el poema. El segundo procedimiento de verdad son las matemáticas, el
matema. Estamos regidos por las matemáticas, podemos no verlo, pero la matemática es
un procedimiento de verdad que puede definir que todo lo que nos rodea es así. Badiou,
además de filósofo, es matemático. El tercer procedimiento de verdad es la política, la
revolución, que se produce por un hastío. Los pueblos se levantan y se sublevan por un
procedimiento de verdad. Si hay política y la gente sale a la calle a pedir por algo, hay
una verdad. El último procedimiento de verdad es el amor; la amistad, no. En cuanto al
amor, tiene que haber un azar para que dos se encuentren; sin el fenómeno de
acontecimiento, el azar no se produce.
En Elogio del Amor, Badiou dice que el amor es la escena del dos. Y esto tiene
que ver con la avaricia y con Harpagón, porque Badiou dice que no hay acontecimiento
de amor si no se construye la escena del dos. Si nos quedamos en el uno y no construimos
la escena del dos, no podemos amar. Harpagón es el uno, no hay posibilidad de una escena
del dos. En el caso de Badiou, la escena del dos es la escena de la pareja: la pareja puede
ser del género que sea; también la escena del dos puede ser entre un padre y un hijo, el
amor paterno o materno y el amor filial. Para que sea una escena del dos casi en sentido
matemático, hay que salir de la escena del uno. Si no salimos del uno no hay amor, no
hay acontecimiento, no hay posibilidad de relación. Y Harpagón está instalado en el uno,
no hay posibilidad de escena del dos. Y si la escena del dos se abre en Molière, es una
escena del dos pactada por la dote.
A la vez, es importante que Badiou dice en Elogio del teatro que el problema de
la comedia es que la comedia que vemos hoy en los teatros es la comedia del burdel, la
comedia de puertas abiertas. Lo que falta en la comedia es ver la crítica de estos vicios,
la comedia política en el sentido más griego de la palabra; la política que trabaja con las
costumbres de la época, criticándolas. Dice que lo que se ve en los teatros no son
comedias, sino que estamos consumiendo falsas comedietas, para no trabajar los temas
más profundos de la comedia, que producen la risa paradójica. En Molière no hay una
risa estentórea, sino una risa que tiene que tener atrás lo que Badiou llama el cogito del
pensamiento. Hablamos del famoso estudio sobre la risa de Henri Bergson; ya un siglo
antes se hablaba de la risa como convulsión, como espasmo. Los espasmos de la
convulsión de la risa, en la comedia que nos hace reflexionar, si no vienen acompañados
del cogito del pensamiento, tienen que ver con una risa que no sirve para nada. Por lo
tanto, si viéramos una representación de Molière donde esa risa fuera estentórea o está
vacía, no estaríamos trabajando con los grandes temas que propone el autor. Entonces, en
estos artículos vemos cómo la verdadera comedia es eminentemente política. De hecho,
El avaro, lo es.
Estudiante: La escena del dos, ¿es siempre de a dos? No pienso en el uno, sino en
el tres o más.